- Bien, tienes que pensar como un amerindio precolonial y perseguir a alguien de la actualidad. - Howard se frotó la barba, pensativo - Pongamos tres intentos, que és lo clásico.-
Mmmm... interesante -dijo dirigiendo su hocico hacia un gigantesco bol de leche-... A ver... los motivos de un espíritu para quedarse son, normalmente, tener cosas importantes para él sin acabar, odio hacía alguien y amor hacia alguien...
Sus ojos se entrecerraron mirándote fijamente. No sabías si estaba meditando sus opciones o empezaba a dormirse.
Siendo pre-colonial, no creo que le mueva el amor... sus seres queridos ya habrán muerto... claro que están las re-encarnaciones... y los espíritus inmortales... pero esos son muy raros y extraños...
La mente de Mocetius iba dando vueltas en círculos extraños, mientras hablaba murmurando.
El odio hacia alguien sería lógico... un espíritu pre-colonial tiene a mucha gente para odiar... Y descendientes de sus enemigos para atormentar... a Mocetius le gusta esta opción...
Su hocico se levantó súbitamente mientras abría los ojos y te miraba como si examinara tu alma. Era algo turbador con un gato de varios pies más grande que tu.
Mocetius pregunta: ¿tiene algún enemigo ese espíritu?
Howard sabía que Mocetius le podía leer la mente como un libro abierto, aunque aún así, siempre se ponía algo nervioso cuando pasaba. - Probablemente si, los mismos que profanaron su suelo sagrado y hicieron alguna cosa a sus descendientes... algo sórdido, seguramente...- Howard empezaba a atar cabos. - Aunque pensé que la maldición de un sello roto era demasiado clásica.- Se quitó las gafas y empezó a limpiarlas con la camisa hawaiana de algodón. - Debí suponer que lo clásico siempre funciona.-
Miró su gigantesco bol de plata, lleno de leche.
- Debo dejarte Mocetius, a mí, también me espera la cena...-
Si, a Mocetius le gusta como suena lo clásico siempre funciona -dió un par de sorbos a su leche y te volvió a mirar con sus ojos llenos de universos infinitos-... Si, si, vete. A Mocetius le agrada que sigas con tu mascarada...
Howard salió del trance lentamente, se levantó y tiró de la cadena, tan solo para disimular. Se lavó las manos y la cara. Y dedicó una mirada al espejo.
- Volvamos a la mascarada...-
Pensó, mientras se dirigía al comedor.
En el comedor la fiesta seguia feliz y distendida, cada uno en su papel.
Sarah dedicaba tiempo a todo el mundo y a la cocina, William hablaba con su hijo sobre cosas menores de la empresa (los cotilleos habituales) y las hijas y nueras estaban entrando en el sútil juego de preguntas a Leslie, en el cual estabas convencido que sabía desenvolverse con total soltura.
Y mientras todo esto sucedía, la bebida y la comida circulaba sin calma, pero sin prisas.
Como no podía ser de otra forma tu regreso fué la excusa para otro brindis, risas y beberes varios.