Partida Rol por web

Hace unos meses

Kazumi llevaba un par de semanas en el monasterio del Roble Amarillo. Estaba sentada frente a la puerta de la sala de ceremonias junto a Kaia, y ambas esperaban la resolución del Hunu Kevron, el líder del monasterio.

La kozakurana había solicitado poder aprender las doctrinas de la Orden del Árbol de la Vida, empezando por las del monasterio del Roble Amarillo, motivo por el que junto a Kaia había visitado el lugar. Su petición era algo excepcional, pues los aprendices de la orden ingresaban en él desde su más tierna infancia. Sin embargo, Kevron le había dado una oportunidad a la monja y la puso a prueba. De esta forma, el maestro Basil, había llevado a Kazumi a un punto perdido en las Montañas del Espinazo del Mundo con la tarea a que encontrara el monasterio por ella misma.

La orientación no era uno de los puntos fuertes de la kozakurana que, aún así, no decidió rendirse. Desde el primer momento entendió que tenía que resolver el problema con su mejor arma: su inteligencia.

La única pista que tenía era una críptica frase que había pronunciado Kevron en su despedida. “Conviértete en viento”. Durante tres días, la monja estuvo dándole vueltas a la frase, sin terminar de encontrar el significado. Podía significar demasiadas cosas. Todo cambió al atardecer del tercer día, cuando la luz se hizo en su cabeza. Por cada valle, hondonada, pico y risco distinto que había pasado, el viento tenía una dirección diferente. ¿Y si debía de seguir la dirección del viento para regresar al monasterio? No tenía mejor opción, así que decidió intentarlo. Cinco días después de haber dejado el monasterio, exhausta, sin provisiones, pero contenta, la mujer regresaba. Había superado la prueba.

La puerta de la sala se abrió y Basil apareció tras ella. El rostro del hombre era impasible. Tenía el pelo negro rapado, piel y ojos claros, y la nariz torcida, producto de una fractura. Tras Kevron, era la persona más importante del monasterio, y probablemente en un futuro recogería el manto del Hunu. Vestía la característica vestimenta amarilla con bordados en negro de aquellos que habían finalizado su aprendizaje en el monasterio.

—El Hunu Kevron desea verte—dijo con voz calmada.

Como en un proverbio de su padre, Kazumi encontró la respuesta cuando dejó de empeñarse en buscarla en el lugar equivocado. Hambrienta y cansada, aunque contenta de haber salido triunfante, dedicó una humilde reverencia al monje que había salido a buscarla.

—Gracias —dijo, con igual serenidad, y esperó a que la condujeran ante el Hunu.

Kazumi se levantó y siguiendo la indicación de Basil, entró en la sala de ceremonias. Una vez dentro de ella, el monje cerró la puerta dejando a Kaia fuera. La sala, como el resto del monasterio, era un lugar muy austero. La sala estaba iluminada con velas y había un intenso olor a incienso. No había muebles, el suelo y las paredes eran de madera. Sólo había una cosa que destacaba en el lugar, un enorme mural con el Árbol de las Seis Ramas, el símbolo de la Orden. Justo delante del mural se encontraba sentado en el suelo el Hunu Kevron.

El Hunu Kevron era un enano escudo de nariz grande y ganchuda, ojos pequeños y mirada ceñuda. Tenía el cabello y la barba de color negro, aunque las canas empezaban ya a aparecer.

El rasgo más característico del Hunu era que pese a ser más ancho que cualquier no-enano, él no era tan robusto como la mayoría de los suyos.

A la derecha de Kevron había sentada una mujer anciana, vestida con una túnica oscura muy desgastada. Lo más llamativo de ella era el medallón de madera del que colgaba, con el símbolo de Ilmater, Kazumi no la había visto antes. A la izquierda del enano había un hueco que fue ocupado por Basil después de haber cerrado la puerta.

El enano estuvo un rato en silencio, mirando fijamente a Kazumi. Tras un rato esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Te has convertido en viento—dijo satisfecho—. Aunque no hayas sido criada como una de los nosotros, has demostrado que mereces que compartamos nuestro conocimiento. ¿Qué te ha enseñado el viento Kazumi? ¿Estás seguro de querer aprender nuestra senda?

Kazumi dedicó una reverencia a cada uno de los presentes, inclinando el torso al modo kozakurano. Después esbozó media sonrisa de circunstancias.

—Me gustaría responder con algo profundo y alegórico sobre el viento, Hunu, pero el camino a la iluminación es distinto en cada persona. En mi caso, como la mujer de la párabola de la búsqueda insensata, estaba buscando la aguja que se me había perdido en casa fuera de ella, junto a un farol, porque allí había más luz. El viento me ha enseñado que las respuestas siempre se hayan dentro de nosotros mismos, aunque nos empeñemos en buscarlas en el exterior. Y sí, nada me gustaría más que recorrer este camino junto a vosotros.

Kevron escuchó atentamente a Kazumi hasta que respondió a sus preguntas, entonces volvió a tomar la palabra hablando de forma ceremonial.

—En ese caso, como Hunu, me complace darte la bienvenida a la Orden del Árbol de la Vida, como iniciada en el monasterio del Roble Amarillo.

A continuación, el enano volvió a esbozar una sonrisa.

Basil hizo ademán de levantarse, cuando la anciana habló mirando a Kazumi fijamente. No tenía una voz fuerte, aunque había algo en ella que invitaba a cualquier a pararse a escucharla.

—Hay una gran luz en ti. Una luz capaz de romper tinieblas. Una luz que brillará sea cual sea su aspecto. Pero sólo lo hará te mantienes firme e impides que la duda se aferre a tu corazón.

Tras las palabras de la anciana, se hizo un silencio en la sala.

—Muchas gracias, Hunu.

Kazumi volvió a dedicar una reverencia y una sonrisa de agradecimiento al enano. Pero cuando habló la anciana, sus pestañas revolotearon como dos mariposas. Miró al resto de presentes en la sala, para comprobar si estaban tan confusos como ella o si tal vez formaba parte de su prueba.

—Lo siento, estoy confusa —admitió Kazumi—. ¿A qué os referís?

Las expresiones de los rostros de Kevron y Basil, dejaban claro que el comentario de la anciana no formaba parte de ninguna prueba. No se estaban sorprendidos, pero ambos observaban a la mujer con curiosidad.

La anciana ignoró a ambos monjes y mantuvo su mirada puesta en Kazumi.

—Hablo de tu futuro querida. De lo que puedes llegar a ser.

Kazumi entrecerró los ojos.

—¿Qué sabéis de mi futuro? —le preguntó a la anciana.

¿Tendría algo que ver con su legado familiar? ¿Con su vinculación con los Arpistas? ¿O era otra cosa?

La anciana compuso una triste sonrisa.

—¿Saber?—preguntó al tiempo que negaba con la cabeza suavemente—. Lo siento querida, pero no sé nada de tu futuro. El futuro es algo nebuloso, plagado de caminos, elecciones, y posibilidades que se mezclan y entrecruzan entre sí. Lo único que mi cansada vista alcanza a ver es lo que puedes llegar a ser. Pero ese, solo es uno de tantos posibles destinos.

El Hunu carraspeó llamando la atención de las dos mujeres. A continuación miró a su izquierda.

—Basil—dijo—. Con Kazumi podemos saltarnos el aprendizaje de los fundamentos, así que serás tú quién se encargue de su instrucción, ¿de acuerdo?

Tras las palabras de Kevron, Basil se limitó a asentir.

La ambigüedad de la respuesta de la anciana decepcionó a Kazumi, pero se cuidó mucho de reflejarlo en su rostro. En vez de ello, le dedicó una nueva reverencia.

—El viajero con dudas sólo levanta polvo en su camino. Recordaré su consejo.

Agradeció la intervención del Hunu, ya que la conversación con la anciana no parecía llegar a ninguna parte.

—Será un honor. Gracias a todos —dijo, antes de esperar a que Basil le indicara dónde tenía que ir a continuación.

Basil se levantó y miró a Kevron y a la anciana.

—Hunu, Hyga—dijo a modo de despedida al tiempo que hacía una leve inclinación. Después miró a Kazumi—Sígueme Kazumi, has aprendido a convertirte en el viento, pero te queda un largo camino para gobernarlo.

Tras salir de la sala de ceremonias y cerrar la puerta, Basil relajó tanto su expresión como su postura y miró a Kaia sonriendo y asintiendo con la cabeza.

Tras la respuesta de Basil, Kaia se levantó de la silla de un salto y abrazó a Kazumi con fuerza.

—¡Felicidades!—exclamó con una sonrisa en los labios.

—¡Ssssh!—dijo Basil en voz baja al tiempo que se llevaba el dedo índice a la boca—. El Hunu y Hyga van a meditar. Seguidme y podréis hablar tranquilas.

Era de destacar como Basil era capaz de pasar de un estado de relajación absoluta a la más estricta disciplina en solo segundos.

Kazumi caminaba tras Basil, pero su espíritu estaba replegado. «Espero que estés orgullosa del camino que he tomado, padre» pensó Kazumi, dedicándole un pensamiento.

El abrazo de Kaia le llegó de sorpresa, pues Kazumi no era muy dada a los ataques de introspección. No obstante, devolvió el abrazo y la sonrisa a su amiga. Caminó junto a ella y, tras alejarse del Hunu y Hyga le contestó a su amiga:

—Tengo que agradecer al Hunu que me permita aprender a vuestro lado —admitió, e incluyó con la mirada a Basil para añadir una pregunta tácita—, sé que el ingreso en el templo de alguien de mi edad es algo sumamente extraordinario.

¿Tendría algo que ver la visión de Hyga en la decisión de Kevron?

Ya alejados de la sala de ceremonias, Basil respondió a la “pregunta” de Kazumi con un tono de voz más amable y cercano.

—Eres la primera persona adulta que es aceptada como aprendiz, seguramente la primera de la Orden—dijo con una sonrisa—. Pero iríamos en contra de nuestros propios preceptos de no haberlo hecho. A fin de cuentas has mostrado un fuerte deseo de crecimiento personal viniendo aquí.

Al girar un codo en el pasillo una figura se abalanzó sobre Kazumi, la cual, pese a estar distraída,  hizo un giro de noventa grados para esquivarlo, al tiempo que le daba un leve golpe en la pierna, lo suficiente para desequilibrarle. La figura cayó al suelo dando una voltereta hasta chocar contra la pared.

Una vez sin movimiento, la kozakurana se sorprendió al ver un joven de no más de 16 años, con la piel azul y cabello blanco, vestido con una sencilla túnica roja sin bordado alguno, sin duda alguno un aprendiz del templo en las últimas etapas de su aprendizaje.

Una vez más, Basil cambiaba de actitud, mostrando al maestro duro e inflexible. Nunca mejor dicho, el carácter del monje era como el viento, en un instante soplaba una agradable brisa, para unos instantes después cambiar de dirección y soplar con fuerza huracanada.

—¡SIROC!—exclamó al tiempo que lo agarraba por la túnica y lo levantaba—. ¡Maldita sea! ¿Cuántas veces hay que repetirte que no puedes ir corriendo por los pasillos? ¿Dónde está Nani?