Sus huellas de carne envuelta en pieles
hacia la blanca oscuridad que no pregunta.
Ecos de muerte saltan de la cumbre
a la verdad oculta tras la nieve pura.
A principios del siglo XX, la era de los descubrimientos y la exploración científica toca a su fin. Con América, Oceanía y África prácticamente colonizadas por las grandes potencias europeas, la Antártida se convierte en el último reducto continental frente al incontenible empuje del imperialismo. Múltiples expediciones, en su mayoría británicas y noruegas, parten hacia el polo en una carrera por ser los primeros en cartografiar y conquistar las ignotas tierras heladas del sur.
En 1905, una expedición capitaneada por el noruego Viggo Holgerström desembarca en las costas del Mar de Weddell para explorar la meseta al sur de la Tierra de Coats. Tres años después, sin noticias de la expedición ni esperanzas de encontarlos con vida, un ballenero argentino localiza la nave noruega a la deriva, próxima al Cabo de Hornos. Al abordarla, encuentran cuatro cadáveres y un hombre agonizante, Holgerström, con evidentes síntomas de haber perdido la cordura. En su informe, el capitán argentino relata:
“Estaba ausente, con los ojos apretados y los músculos de la cara congelados en una mueca de terror. Y solo repetía aquella palabra: Abkaan… Abkaan...”