Sus huellas de carne envuelta en pieles
hacia la blanca oscuridad que no pregunta.
Ecos de muerte saltan de la cumbre
a la verdad oculta tras la nieve pura.
A principios del siglo XX, la era de los descubrimientos y la exploración científica toca a su fin. Con América, Oceanía y África prácticamente colonizadas por las grandes potencias europeas, la Antártida se convierte en el último reducto continental frente al incontenible empuje del imperialismo. Múltiples expediciones, en su mayoría británicas y noruegas, parten hacia el polo en una carrera por ser los primeros en cartografiar y conquistar las ignotas tierras heladas del sur.
En 1905, una expedición capitaneada por el noruego Viggo Holgerström desembarca en las costas del Mar de Weddell para explorar la meseta al sur de la Tierra de Coats. Tres años después, sin noticias de la expedición ni esperanzas de encontarlos con vida, un ballenero argentino localiza la nave noruega a la deriva, próxima al Cabo de Hornos. Al abordarla, encuentran cuatro cadáveres y un hombre agonizante, Holgerström, con evidentes síntomas de haber perdido la cordura. En su informe, el capitán argentino relata:
“Estaba ausente, con los ojos apretados y los músculos de la cara congelados en una mueca de terror. Y solo repetía aquella palabra: Abkaan… Abkaan...”
Desde su posición privilegiada de todo aquel conflicto, Comut Von Biems simplemente hizo un pequeño comentario, pequeño porque el frío de la Antártica no le ayudaba en nada a que pudiera dar largos discursos, a fin de cuentas los vientos gélidos del desierto más grande del mundo le secaban los labios y no había traído bálsamo labial.
-A Comut no le complace el frío. -Escueto, conciso y la verdad.- Comut... Comut...
Pepe estaba abrigado como nunca. Quería terminar con esa historia cuanto antes. Solo había ido porque era amigo de un amigo del capitán del ballenero. La información recibida no era ni por asomo suficiente para saber cómo podía ayudar allí ni cómo.
_¿Abkaan? ¿Qué es eso? ¿Se come?
Arrebujado en el plumón tiritando de frío escuché la información que se nos dio. No sé en qué estaba pensando cuando acepté ir a la antártida. Soy un detective de ciudad. Con comodidades. Y calor.
¿Abkaan? No conozco ese nombre
Abkaan, abkaan, abkaan. La palabra estaba en su mente y en boca de todos sus compañeros de viaje. No era de extrañar, viendo las circunstancias en las que se había hecho conocida aquella palabra.
Eve alzó la cabeza, permitiendo que aquel viento gélido le despeinara. Era una sensación refrescante, la de sentirse tan cerca de un descubrimiento nuevo. Lo único que le preocupaba era aquella tripulación que había llegado con ella. Pero se dijo a si misma que lo importante no era llegar al final de la investigación cuanto antes, sino de conseguir más información que los demás. Quizás descubriera allí, en el horizonte blanco, la clave para el resto de sus experimentos.
¿Que demonios hacía allí? Cuando le dijeron que iba a un mundo nuevo se imaginó viajes espaciales, colonizar un lejano planeta... ¿Caminar sobre hielo? Tendría que haber leído la letra chica del contrato. Eso y traer un abrigo más.
—¿Por qué todos repiten la misma palabra? ¿Es una especie de misa?
- A saber lo que dijo aquel en noruego y el argentino lo escribió como le salió de sus buenos aires...- Pensó Kass mientras daba un sorbo largo a su taza de café con leche muy caliente.