5 de diciembre.
Temperatura: 1,3°C.
Ligera brisa del este, cielo azul y estratos.
Tras un mes de preparativos y abastecimiento, abandonamos la estación ballenera de Grytviken en la isla de Georgia del Sur. Hemos almacenado el excedente de carbón en cubierta, lo que indudablemente nos va a limitar la libertad de movimientos, pero es un sacrificio más que justificado. Ese marinero que enrolamos a última hora en Buenos Aires, Duncan, ha pasado la mañana colgando de las jarcias la carne de ballena para los perros. Lejos de su alcance, aunque no de su vista. La olfatean y miran con avidez, se vuelven ansiosos y constantemente se pelean entre sí. Pero basta una mirada de los ojos oscuros de ese hombre para calmar sus nervios. Se le dan bien los animales y el trabajo en cubierta. Ese desgraciado de McKinley, donde quiera que se esté pudriendo, no sabe el favor que nos hizo.
7 de diciembre.
Temperatura: 0,8°C.
Vientos moderados del norte, cielo cubierto y nublado, con ligeras nevadas.
El mar, de color verde los días atrás, se ha vuelto de un intenso azul índigo. Sobre el mediodía hemos avistado pingüinos anillados y Adelia, también un par de ballenas jorobadas. Scott no ha aparecido por cubierta en toda la mañana, así que he bajado a su camarote por si sus jaquecas habían empeorado. Lo he encontrado trasteando con un extraño baúl de cuatro cerraduras con los símbolos elementales (aire, tierra, fuego y agua). ¡Qué hombre excéntrico! Confío en que pronto se mejore y pueda sumarse a las tareas, que no son pocas. A las 6 p.m. hemos pasado junto a las Islas Saunders y Candelaria. Hay un gran número de icebergs de forma tubular al oeste del archipiélago. Su ominosa presencia nos ha obligado a arriar las velas y avanzar cautelosamente a vapor a través de una peligrosa corriente de hielo. Dos horas más tarde, sobre las 8 p.m., nos hemos topado con una enorme barrera de unos ochocientos metros de anchura que nos cerraba el paso. Sharman y yo hemos pasado toda la noche en cubierta maniobrando en busca de canales seguros. Ha sido agotador. Temo que a partir de ahora la travesía vaya a convertirse en una pelea cara a cara contra el hielo.
El frío era tolerable, de hecho Comut estaba apostillado en pantaloncitos cortos mientras la leve brisa del este le acariciaba la piel expuesta. El frío que sentía aquí no era nada en comparación con lo que este sintió en su patria, al contrario, la presencia de los pantaloncitos cortos indicaba que estaba más que cómodo con esta temperatura.
-Comut se pregunta si habrá Pingüinos. -Comentó en voz alta- Deliciosos Pingüinos...
Cuando no está disfrutando del paisaje, Eve pasa la mayor parte del tiempo en su camarote. No le interesan los dramas de la tripulación, siempre y cuando acaben llegando a su destino. Tiene mucho trabajo que hacer, otros proyectos e investigaciones que continuar mientras. Pero el frio atenaza sus dedos y los entorpece. A pesar de sus guantes (y también debido a ellos), se encuentra torpe a la hora de escribir y dibujar en sus diarios y cuadernos. Frustrada de que no le puedan seguir el ritmo a su mente, vuelve a cubierta.
-¿Tan mal vamos de comida para desear comernos a esas encantadoras aves?-preguntó, interpretando las palabras del hombre en pantalones cortos como una broma. Sacó su mano enguantada de debajo del abrigo y se la ofreció.-Soy Eve.
No mencionó que era doctora, ni su nombre completo. Nunca se sabía cuando podían haber espias escuchando, y lo último que necesitaba su lenta investigación era que fuera robada.