Partida Rol por web

Valérica se cruzó de brazos y frunció el ceño haciendo que de nuevo la nube de pecas que le salpicaba las mejillas pareciera intentar concentrarse en él

—Me vais a disculpar... pero no logro entender qué clase de concepto de "proteger" es coger a un qunari, serrarle los cuernos, sellarle los ojos con esas máscaras horrendas, ponerle esa túnica de cadenas con la que apenas se puede mover y estar a todas horas hostigándolo con esas varas de castigo.

—Son Sarebaas—matizó Tal'Vashoth como si la maga estuviese diciendo algo absurdamente obvio.

—¡Que en vuestro idioma significa "cosa peligrosa"!—refunfuñó Valérica—. ¿Con qué derecho le llamáis a nadie "cosa"? Mucho hablar de proteger a la gente normal de los magos, ¿pero quién protege a los magos del miedo y la ignorancia de la gente normal?

El kossith la miró largamente como si realmente estuviese pensando si la muchacha le hablaba en serio.

—¿Qué extraño lenguaje hablas? El miedo y la ignorancia sólo le hacen daño a uno mismo. La magia no.

Valérica resopló e hizo un gesto con la mano como quien deja algo por imposible.

—¿Has visitado en el Sanatorium DuVallon pour les esprits malades? —preguntó Trasus. En realidad, no era necesario que Valérica hubiera pisado el famoso manicomio de los DuVallon para que conociera las historias; bastaba con que hubiera vivido en Val Royeaux más de una semana, y no la hubiera pasado encerrada en una habitación—. En una de sus dependencias, los internos que suponen un peligro para los demás están cargados de cadenas, como meros reos. En otra, están reducidos de forma no muy diferente a los saarebas; provistos de cepos en piernas y brazos, y en la misma mandíbula. Incluso sin ese aparataje podrías reconocerlos, pues casi todos ellos están mutilados y cubiertos de cicatrices. Estos son los que suponen un peligro para sí mismos.

»Es un principio similar, aunque con los saarebas se aplica de forma preventiva—siguió—. Un principio erróneo, por cierto. Los vesánicos son, en efecto, un peligro inminente para sí mismos. Pero languideciendo en sus ataduras, nunca recuperarán la cordura, ni tendrán una vida. Y mientras no se estudie la naturaleza de sus males, no se podrá reparar sus mentes. Los magos no sois un peligro inminente, sin embargo, como demuestra que estés viva, en posesión de tus facultades, y no nos estés asesinando.

»Miedo e ignorancia, como habéis dicho ambos —concluyó, sonriendo con amargura—. Es por miedo e ignorancia, al fin y al cabo, por lo que se les restringe. Y disiento, por cierto, Tal'vashoth. El miedo y la ignorancia no solo le hacen daño a uno mismo. Junto con la estupidez, originan la mayoría de los males del mundo.

—Estamos de acuerdo—dijo Tal'vashoth, aunque entonces matizó:—. En lo último.

Aquello hizo que se ganase una mirada desconfiada de Valérica, como si la maga no tuviese muy claro si había sido una indirecta o un comentaro normal y corriente.

—¡Eh, marujas!—escuchaste la voz de Parholl delante—. ¡Cerrad un momento el pico y venid a ver esto!

Cuando miraste viste que los dos enanos estaban agazapados tras una roca que se pronunciaba sobre un desnivel de al menos siete metros. Si te asomabas veías que un camino descendía desde vuestra ubicación pegado a la pared hacia lo que había abajo: las ruinas de un thaig.

De allí llegaba una cacofonía que rebotaba por toda la cueva: al menos dos docenas de engendros tenebrosos se agitaban blandiendo sus ominosas armas y gritando en su abyecto idioma, si es que aquello era un idioma y no una serie de gruñidos inconexos sin más. Se arracimaban en torno a una pequeña elevación de lo que en su día debió ser la escalinata de algún edificio pues una de las columnas estaba ahora derrumbada y bolqueaba la mitad dejando tan solo un cuello de botella por el que las criaturas se apiñaban tratando de entrar.

Justo en el cuello de botella había tres enanos: Uno estaba muerto, otro estaba herido y otro era Sarkee, que en aquel instante machacaba con sus dos hachas la cabeza de un genlock.

Aunque el enano herido no se quedaba atrás en lo referente a dar guerra.

—¡Por las tetas peludas de mis ancestras!—exclamó Park—. ¡Eso es el maldito infierno!

—Podrías haberte ahorrado la imagen mental... —gruñó Valérica con el tono de asco de alguien a quien se le acaban de quitar las ganas de comer para el resto del día.

Antes de que nadie pudiese decir nada más, Parholl había salido disparado camino abajo como si fuese una roca rodantede avalancha. Una con barba incorporada.

—¡Maldita sea, Parholl, cabeza de yunke, ¿dónde vas?!—bramó su hermano alzando los brazos con estupefacción—. ¡Es una locura meterse ahí dentro! ¡¡Un suicidio!!

—¡No voy a quedarme parado mientras matan a mi hermana delante de mis narices!

Valérica se asomó sobre la roca mirando analíticamente la escena de abajo durante unos instantes.

—Podría lanzar una bola de fuego desde aquí... —dijo—. Barrería a bastantes.

—Será una broma, ¿no?—Park se volvió hacia ella—. ¿Y qué pasa si fríes a Sarkee y a Parholl también?

—También podemos mirar sentados cómodamente mientras los despedazan—refunfuñó la maga—. Si no se te ocurre una idea mejor que arrojarte contra ellos blandiendo un pedazo de metal afilado en una proporción de seis enemigos para cada uno de nosotros, cierra el pico. Sé apuntar.

—Un guerrero de verdad ataca de frente. Sean seis o cien.

—Y un completo idiota, también lo hace—suspiró la muchacha poniendo los ojos en blanco. Luego te señaló a ti—. Es más, ¿sabéis qué? dejad que decida a él; es el único con más cerebro que prejucios en este grupo.

Trasus se inclinó sobre la roca junto a los demás.

Abajo, en las ruinas, Sarkee y uno de los guardias aprovechaban un estrechamiento para mantener a raya a más de veinte engendros tenebrosos. Una batalla desesperada, perdida de antemano, en cuanto las heridas y el cansancio les hicieran cometer errores. No sabía nada sobre combates, pero el combatiente más avezado de Thedas moría igual que el más torpe cuando un pedazo de acero afilado atravesaba su carne.

Y mientras los dos supervivientes luchaban por su vida, los enanos, el tal’vashoth y la chica discutían. De haber sido un poderoso guerrero, hubiera liderado él mismo la ofensiva, espada en alto, efectuando una valerosa e inspiradora carga contra los engendros tenebrosos. Si hubiera controlado los poderes de un archimago, hubiera hechizado a los engendros, dejándolos paralizados donde se encontraban. Desgraciadamente, solo era Trasus, y carecía de las habilidades necesarias para ayudar a los de abajo. Por suerte, sus compañeros estaban más capacitados en tales lides.

—Has practicado lo bastante como para estar segura de que no vas a abrasar a quien no debes—intervino, apoyando una mano en el hombro de Valérica—. Así no dudes.

Era una lástima. Un grupo lo bastante pequeño como para ser controlado, pero lo suficientemente grande como para estudiar las interacciones entre los diferentes engendros tenebrosos. Una lástima, pero no podían hacer nada más.

—Y vosotros —añadió, centrando su atención a los tres combatientes—, confiad en Valérica y cargad después de la explosión.

Eso ha estado bien, nada de preguntas que puedan responder negativamente, ni opciones que puedan hacerles dudar. Instrucciones sencillas y precisas.

Hicieran caso a sus palabras o no, estaba fuera de sus manos el resultado de lo que allí ocurriera. Solo podía contribuir de una forma. Como en algunas obras de teatro, cuyos momentos más dramáticos o épicos iban acompañados por la música, la propia realidad parecía responder a la música favorablemente. Los acordes adecuados inspiraban el heroismo en los corazones más cobardes. Especialmente con una pizca de magia.

Le dio la vuelta al extraño instrumento que llevaba a la espalda, como una mochila. Lo sujetó contra su pecho, soltó el broche que lo mantenía cerrado, introdujo sus manos en las correas y abrió el fuelle, dejando que el aire circulara en su interior, listo para convertirse en música.

—¡Confiaría en un nug con una antorcha anudada a la cabeza y un bote de brea en la boca antes que en una maga pirómana!

—Tranquilo, yo confiaría antes en el bote de brea que en cierto enano quejica.

Sin decir más, Valérica se acercó al borde de la roca e inspiró murmurando algo. Viste como de sus manos chispeaban pequeñas lenguas de fuego. Cuando las juntó, estas se enroscaron en una esfera crepitante la cual empezó a crecer hasta alcanzar el tamaño de una sandía, el aire en torno a la maga ondulaba de puro calor, calor que podías sentir tú mismo.

—Ast kiranann... —siseó alzando la voz en un lenguaje que sonaba como el crujir de las hojas secas— ... ¡kair sotharan!

Arrojó la esfera y ésta surcó el aire dejando un rastro de humo negro. Acto seguido, la maga se agazapó de nuevo bajo la roca. Algo te hizo pensar que imitarla iba a ser buena idea... cosa que corroboraste en cuanto el crepitante proyectil llegó abajo y el infierno estalló en llamas. El sonido de la explosión rugió rebotando por todos los rincones de la caverna acompañado de un coro de chillidos de engendro tenebroso y una sorprendida maldición en enano (de lo más colorida) que oíste perfectamente pese al estruendo.

Sí, como soy así de cruel con los bichos y hemos quedado en terminar las escenas que quedasen roleramente y sin agotar, la TS de Reflejos es global para las dos docenas de engendros (Y han fallado) Ha quedado un poco... destroyer xD