La habitación hasta la que te diriges es más grande de lo que imaginabas. Tras parpadear compruebas que en gran parte se debe al efecto óptico de los inmensos monitores del fondo, cuyo paisaje estrellado crea la imagen óptica de amplitud.
Si estuvieses menos cansado quizás podrías apreciarlo mejor. Pero no es el caso. sólo te trae a la realidad la voz a tu espalda.
- Sigues teniendo mala cara. - Su expresión no deja traducir nada de lo que debe estar pasando por su cabeza.
Mis lentos pasos me llevaron a una habitación amplia, aunque tal fuese en apariencia debido al diseño. No quise perder más tiempo en tal tontería, y sin embargo, mi cabeza me jugó una mala pasada, varios recuerdos que creí olvidados se mostraron en mi tensa cabeza. Algunos dolorosos, y otros…..también. Parece que por un momento acabaría derrotado por tan molestas visiones.
Absorto en mi particular lucha, no me percaté de la llegada de Deb, la mujer soldado a la que todos temen, y respetan, menos yo. Juntos habíamos vivido tanto, y nada bueno, o eso llegué a pensar. Y sin embargo, jamás nos llevaríamos bien, o quizás fuese nuestra particular forma de interactuar con el otro.
Tardé en responder a su directo comentario, me limité en primera instancia a arrugar el ceño aún de espaldas. Tras unos segundos giré mi cuerpo hacia ella, pero no del todo. – Es la cara que nací, podía haber sido más guapo, pero preferí ser más encantador. – Añadí con evidente sorna, y al timbre añadí además una sonrisa burlona. Sí, sé que estaba preocupada por mí. Un año había pasado de la caída del hogar, nuestro hogar, y ahora parecía que el búnquer correría la misma suerte. Las personas que lo habitaban también. No pude en ningún momento dejar en segundo plano aquellos pensamientos.
Y bien capitana comandante general. ¿Qué puedo hacer por ti? - Me dirigí a ella con un rango totalmente ficticio, creado por mí mismo. Desde siempre me gustó subirle o bajarle el rango sin motivo aparente. Uno de mis pocos placeres, y una de las escasas libertades que tuve.
Ella, acostumbrada a tu forma de jugar con los títulos ni hace más que encargar una ceja y encogerse de hombros.
- Pues para empezar, te vas a quitar esa camisa. Apesta como si llevases con ella varios días. Y después vas a descansar.
Al decir esto, ella va a por una silla y la coloca de cara a la puerta, dejando por primera vez en mucho tiempo frente a ti, su arma a un lado. Acto seguido prosigue quitándose los arneses de su chaqueta protectora, pero no sigue desnudándose. En su lugar, te mira, quizás para comprobar cual es tu reacción o quizás para ver si le has hecho caso.
Tu respuesta es la inmovilidad, por lo que ella entiende que consientes.
Sólo se ha dejado puesto una camisa interior sin mangas y un pantalón corto de chándal. Su espalda y sus brazos siguen siendo tan fuertes como los de un hombre, aunque la curva de su cadera sigue insinuando la feminidad.
Al comprobar que sigues sin moverte, va hacia ti y no te da opciones.
Tu camisa y cualquier otra cosa que tuvieses de cintura para arriba desaparece y acabas tumbado boca abajo en la cama. Brusca y torpe como siempre. Estás a punto de hacer otro comentario mordaz, pero sus manos cálidas hacen que te lo pienses. La sensación es... tan suave...
Con precisión de experta, sus manos recorren tu espalda, despertando sutilmente cada nudo, cada epicentro de dolor lo justo para sentir cómo toda esa tensión, ese malestar, comienza a desvanecerse.
Un masaje... Qué irónico... Ella sabe dar masajes.
Diez minutos más tarde comienzas a darte cuenta de que tu dolor de cabeza y el malestar de tu cuerpo están desapareciendo.
- Hay cosas que no puedo hacer, pero esto sí puedo hacerlo - Su voz suena más suave que de costumbre.
La “soldado” se puso en plan madre cuando dio aquella orden. No pude evitar desviar las pupilas hacia arriba y bufar con evidente fastidio. Sin embargo, no hice nada, quizás debido al intenso agotamiento a varios niveles que sufrí recientemente hasta desgastarme, bastante más de lo que reconocí. El no hacer nada también fue una decisión, claramente mía. Lo tomó como un visto bueno, una especie de aceptación a su petición.
Como un niño me dejé hacer sin oponer ninguna resistencia, lo mismo cuando acabé en la cama con una carencia total de tacto, que sin embargo, no me molestó lo más mínimo. Todo lo contrario. E incluso pensé en un comentario hecho por el sarcástico Frederick, que no terminó por salir a flote. Quizás por el agotamiento, o quizás porque en parte, acabé relajado ante el placentero tacto.
Cerré los ojos al invadirme aquella sensación tan…aliviante. La inicial tensión, rigidez de mis músculos fue cediendo ante las, sorprendententemente expertas manos de la teniente, sí, ascendió de rango, y por poco no acabó en capitana en el primer asalto. Un híbrido entre suspiro y bufido no fue contenido, y salió a flote hasta ser audible aún con las pestañas cerradas por completo.
No sé cuánto tiempo estuve así, ahogado en placer, pero casi perdí la batalla contra un gratificante sueño. Con una burlona sonrisa grabada en mi rostro, pude ser capaz de abrir los ojos. Y ni rastro del incómodo e igualmente molesto dolor de cabeza. O fue tan leve que ni lo percibí, ni tampoco es que me pareció relevante.
Quedó atrás todas mis preocupaciones, mis miedos, inseguridades, la total desesperanza, no llegaron a ser mitigadas por completo, pero sí que se relegaron a un segundo, e incluso tercer plano.
Al terminar, me dí la vuelta para tenerla cara a cara sin perder esa burlona sonrisa. - Vaya, ¿hay algo que no sepas hacer? – Formulé la irónica pregunta en el mismo tono. Y antes de que, “mi querida” militar, pudiese reaccionar la empujé hacia la cama con el mismo poco tacto que hizo con ella conmigo con el objetivo de colocarme encima de ella.
¿No te parece que es mi turno ahora? – Y una nueva pregunta, en tono susurrante, provocador, irónico, y con la mirada fija en ella. Para acompañar, una media sonrisa que no pudo faltar. Quedó más que claro cuales fueron mis intenciones. Seguramente ella ya lo sospechó ante aquel acercamiento.
Para mí, Deb, fue siempre la persona que más confianza tuve, una confianza plena, absoluta, sin importar nuestras diferencias, nuestros orgullos, nuestros roces, y comentarios burlones o hirientes entre nosotros. Tal vez no habrían más momentos como aquel, así que lo aproveché.
Déborah parece desairada en un primer momento, cuando la lanzas a la cama, pero cuando se cruza con tus ojos decididos, esos que decían tanto ahora de ambos sin decir nada en absoluto, ella también resopla, negando, para rendirse también a una sonrisa muy similar a la tuya.
Probablemente los dos llevasen siglos deseando aquello. Pero hay cosas que siempre se aplazan, hasta que se acerca lo inevitable.
Una noche dulce que no pensaban aplazar ni un instante más.
Si alguien preguntase al día siguiente, ella respondería que habían estado jugando a las cartas... y que al final tú ganaste.
Nos encaminamos a un salto ;) puedes dar más detalles si quieres del durante, del después o te algo más que hayas querido hablar con ella.
Sin duda, un encuentro tan apasionado, como ansiado, aunque el orgullo se convirtió en un obstáculo para admitirlo. Tras la caída del Hogar, el refugio lleno de civiles donde nací, y la muerte de mi familia, amigos, y todo a cambio del jodido virus, que la capitana Williams estuviese a mi lado en este tiempo, fue un alivio. La soledad nunca fue buena consejera, ni tampoco una ayuda para mantener la sobrevalorada locura como la escasa esperanza.
Siempre de agradecer tener a alguien de tan alta estima, como de confianza, más en tiempos donde el mundo se había acabado por completo hasta no quedar más que unas ruinas ante dos amenazas tan peligrosas. El dios Máquina, y el virus. El segundo el culpable, que me arrebató lo que me importó. Y el primero no tardaría en hacer lo mismo con el Búnquer. Y sinceramente, dudé mucho que salgamos de aquella.
Tras....una larga charla con Deb, donde nos besamos, incluso nos concedimos el lujo de dar alguna bofetada bien merecida al otro, además de las correspondientes lindezas. Una buena manera de sacar toda la mierda que amenazaba con salir sin permiso, y no se le dejaba. No obstante, me ayudó, bastante, todo se ha dicho. Al menos a centrarme y recuperar las energías perdidas. Aún había esperanza, una misión, un objetivo en mente. Un todo o nada.
Aprovecharía el máximo posible este poco tiempo a nuestro alcance para mejorar nuestra mano, y nuestras posibilidades de éxito. Fallar no estaba permitido.