La muchacha desciende del taxi y dedica una fugaz sonrisa a la cámara de seguridad mientras desliza hacia atrás su capucha el entrar en el vestíbulo de su hotel. Ni el aspecto del establecimiento ni el de su clientela se corresponden en absoluto con lo que cabría esperar del porte elegante y distinguido de la joven. Su forma de caminar, su expresión y su lujoso atuendo llaman la atención en un lugar como ese, pero precisamente por esa razón a nadie se le ocurriría hacerle ninguna pregunta.
-Buenas noches -saluda al recepcionista-. ¿Ha llegado algún mensaje para mí?
-No, señora -el robot niega con la cabeza-. ¿Puedo hacer algo más por usted?
-No, gracias. Mañana por la mañana abandonaré temprano la habitación. ¿Está todo correcto?
-Sí, señora -contesta tras consultar la base de datos-. Espero que la estancia haya resultado de su agrado.
-Sí -la joven vuelve a sonreír y hace un leve ademán-, mi estancia en Fenitia ha resultado muy satisfactoria, pero ¡ah! ¡Ha llegado la hora de partir! Buenas noches.
-Buenas noches -se despide la máquina-. Que tenga un buen viaje. Hasta pronto.
-Hasta pronto -repite para sí mientras se dirige a las escaleras, preguntándose si alguna vez volverán a verse... o si ya lo habrían hecho con anterioridad-. ¡Quién sabe!
La puerta de acceso al pequeño cuartucho se abre al contacto con la llave magnética. Vuelve a cerrarla cuidadosamente, y escanea la habitación durante varios segundos antes de dar un solo paso más. Una vez convencida de que todo está en orden, se dirige al espejo del baño y comprueba su maquillaje.
-Impecable -contempla orgullosa su hermoso rostro.
La joven toma el pesado maletín de policarbono que descansa en el suelo del cuarto de baño y lo deposita sobre el tocador, abriéndolo frente al espejo. De las múltiples herramientas que contiene, extrae un bisturí láser y lo aplica cuidadosamente alrededor de su rostro. Introduciendo sus dedos, se despoja de la máscara orgánica y la deposita, sanguinolenta, sobre el lavabo. Allí continúa trabajando con el bisturí, separando los distintos tipos de tejido y almacenándolos en varios contenedores que le permitirán reciclar buena parte del material.
A continuación se despoja de su ropa y procede a realizar la misma operación con el resto del cuerpo.
-Operación Gambito de Dama -reflexiona, mientras clasifica meticulosa y ordenadamente los restos de cada uno de los segmentos de su disfraz.
En su mente repasa posibles teorías acerca del significado de esa denominación.
-Ciertamente, nos encontramos al inicio de la partida -concluye-. Ghenwicz ya estaba aquí cuando llegué a Fenitia, de modo que ellas deben ser blancas y yo soy el peón negro. Lloyd era el segundo peón blanco, y por lo tanto tiene sentido considerar que eliminarlo no es sino aceptar el gambito.
-¿Hasta dónde llega la alegoría? -se pregunta-. En principio, la respuesta clásica por parte de las blancas sería poner en juego el caballo y frenar nuestro avance, o mover algún otro de sus peones al centro del tablero.
-No tengo muy claro si a la joven Baronesa le corresponde la categoría de noble corcel o la de mero peón -continúa razonando, a la par que introduce los contenedores repletos de materia orgánica en sus compartimentos del equipo de síntesis-, pero está claro que el objetivo de esta operación no era solo deshacerse de la molesta presencia de Eraid Lloyd sino obligar a mi alter ego a entrar en escena de una manera u otra.
La primera parte de la operación había sido completada con éxito, y a estas alturas la muerte de Lloyd ya debería haber llegado a los oídos de sus superiores. En cuanto a la heredera de la Casa Hulugu, habrá que esperar unos días hasta que las distintas pruebas de su supuesta presencia en el planeta vayan saliendo a la luz.
-Con todos los rastros que he ido dejando -el reflejo del endoesqueleto en el espejo le devuelve una siniestra sonrisa-, no va a serle fácil permanecer al margen.
Programa la síntesis de su antiguo recubrimiento y espera pacientemente a que la máquina haga su trabajo. Uno a uno, va recogiendo los segmentos orgánicos a medida que son producidos y los fija con un adhesivo a sus enclaves correspondientes, procediendo de pies a cabeza hasta que vuelve a adoptar su anodino aspecto habitual.
Concluida la transformación, el peón negro recoge todas sus pertenencias, limpia la habitación, y la abandona saltando por la ventana, que da a un callejón trasero. Sin soltar las maletas, camina hacia una calle principal y se pierde entre la multitud. La batalla por el control de Fenitia no ha hecho más que empezar.
FIN