No puedo negar que me sorprendió ser una de las elegidas para esta misión, teniendo en cuenta la fama de débil e inútil que creía haberme ganado tras Fuerte Chuda, más al conocer quienes la formábamos y poder decir que había un poco de cada pelotón y bastante hostigador, me dio la sensación de estar simplemente cubriendo un hueco, pero no iba a cuestionarlo, pues allí estaba Matagatos, y yo iría a donde él fuese.
La verdad es que aquello no sonaba nada bien. Catorce jornadas de viaje manteniendo calmado a Portaestandarte, y cumplir con su deseo de acabar con el Último Inmortal, si es que eso era posible.
El ambiente taciturno acompañaba mis pasos la mayor parte del tiempo, colocada junto al carro con las provisiones, cerca de Plumilla, con la cual de vez en cuando conseguía tener alguna charla que me distrajera de mis pensamientos, pero predominó mi marcha silenciosa, con una mano apoyada en el carro, como si temiera que soltándome pudiera perderme en la visión de la figura encapuchada, y el hipnotismo del movimiento de la grupa de su caballo. Me creía incapaz de dormir muchas de las noches a pesar del cansancio, por suerte allí estaban Pipo y su flauta, entonando nanas dirigidas a Portaestandarte, pero relajantes para cualquiera que las escuchaba.
Casi agradecí que aquellos grisáceos leones aparecieran. Todo sucedió demasiado rápido, o al menos así lo recordaría más tarde. Los caballos se encabritaron, pero Desatre y Plumilla consiguieron calmarlos. El rugido de Grito se mezcló con el de los leones. Guepardo estaba siendo atacado por dos leonas a la vez. Acabó con una de ellas, aunque resultó herido, e intenté ayudarle con la otra disparándola con mi arco. Dí en el blanco pero la leona seguía en pie. Quise cargar otra vez, cuando observé que en ese momento tenía más a tiro a otra, que además estaba amenazando a Matagatos. Quizás habría salido bien, pero dudé. Dudé de mí misma, temí equivocarme y darle a él, o a su caballo, con lo que finalmente disparé en una trayectoria demasiado alejada tanto de él como de la leona.
La voz de Desastre gritando: - "¡El macho el último!- " animó al resto de la guardia, que haciendo caso de su consejo, acabaron primero con las hembras, y finalmente abatieron al macho.
¿Sentía rabia u odio hacia las criaturas por habernos atacado? Si en algún momento lo hice, todo cambió cuando Desastre, tras desaparecer sin que yo ni siquiera le prestara atención, vuelve con dos cachorros de león. Yo comenzaba a entender el instinto de protección, y entonces casi sentí lástima, y lo único que me repone es pensar que habrían sido ellos o nosotros, y no teníamos más opción. Además, servirían como alimento.
Aquel paréntesis en el ánimo del grupo duró poco. Matagatos y Khadesa se apartaban a hablar a menudo y el cabo siempre volvía con mala cara de aquellas conversaciones. No presagiaba nada bueno. En mi mente se sembraba la duda, y todos notábamos que se nos ocultaba algo. Imaginaba que nadie había intentado escuchar y no se filtraba información porque los hermanos, además de apartarse, hablaban en oscuro. Yo podría haber probado a escuchar algo, pero no me parecía correcto espiarles.
Seguimos nuestro camino. Cada vez más cerca de aquellos monolitos que eran nuestro destino. No me gustaba. Simple superstición, tal vez. Pero había que seguir, y yo seguía centrándome en los pasos de Hechizado y en la espalda de su jinete.
Mi mente recuerda monotonía los días siguientes hasta la aparición de los que fueron rápidamente identificados como Esclavistas de la Linde. Nos pusimos en guardia ante los seis jinetes, pero no atacaron. Resultaron haber sido contratados por chondelorianos y tener una misión que se podría considerar noble: atrapar desertores. Habían perdido el rastro, y nos pidieron ayuda.
El Cabo Matagatos parecía querer quitárselos de encima pronto, y en un principio se optó por ayudarles tan sólo a recuperar el rastro y seguir nuestro camino, pero un estudio exhaustivo de la situación nos llevó a la conclusión de que esos pobres jinetes iban a ser masacrados por la gente a la que seguían, y que iban a hablar, con lo que nos pondrían en peligro. Así que allí fuimos, seguimos su rastro hasta una hendidura en la roca, de camino descendente.
Formé avanzadilla con Pipo y Guepardo. Bajábamos en total silencio. El lugar apestaba. Intentaba mantenerme relajada, atenta, pero una piedra se cruzó en mi camino. Me quedé extremadamente quieta, escuchando, apenas respirando. No parecía haber alterado nada, y en aquel silencio alcancé a escuchar cuatro respiraciones diferentes. Hice una señal a mis dos compañeros, indicando el número y pidiendo aún más sigilo. Me agaché, me arrastré, pasando sin ser vista entre ellos, me agazapé tras ellos y me concentré en la marcha de los que me seguían. Todo iba bien hasta que...
¡Maldita piedra!
Con mi patada, había quedado en medio del camino y Guepardo no pudo esquivarla. Los escorias se levantaron, no demasiado alarmados pero buscando el origen del sonido, con lo que me dieron la espalda y aproveché su distracción. Uno a uno, comenzando por el más cercano al que el resto no miraba, en silencio, agarraba sus cuellos y los cortaba, cogiendo sus cuerpos al caer y colocándolos suavemente en el suelo para no llamar la atención del resto. Así encontraron su final tres de ellos. El último pudo mirar de frente a "La Muerte de Ébano" antes de que su corazón dejara de latir, ensartado en la lanza de Guepardo.
Seguimos. La gruta se ensancha. Tres figuras durmiendo. Abalorios que los identifican como Chacales. Una víctima para cada uno, la muerte llegó a ellos en sus lechos. El mío no llegó a despertar, pero los otros consiguieron alarmar al resto.
Sonidos de armaduras siendo colocadas, armas preparadas. Era el momento de retroceder y avisar a los demás. Les guiamos hasta lo que parecía el final de la cueva. Una gran caverna que alojaba al resto de los componentes de los desertores. La cosa se ponía seria. Me colé en aquel espacio para observar, preparando el arco. Desde las sombras lancé una flecha. Acertó en el objetivo, pero éste pudo alertar de nuestra presencia. Hora de retirarse.
Volví a adentrarme en el pasillo, cambiando posiciones con mis hermanos. Primero con Pipo, lo que me permitió colocarme durante un momento junto a Matagatos. Le miré un instante.
Ten cuidado.
Odio no dejaba de intentar pasar entre nosotros para llegar a la primera línea y descargar su rabia contra el enemigo, pero no había suficiente espacio para apartarme. Se había juntado demasiado a mi espalda y no tenía forma de maniobrar. Al final, me agaché, y gateé bajo sus piernas, temiendo ser pisoteada, pero él evitó fácilmente mi pequeño cuerpo.
Ya no podía ver lo que pasaba, pero escuchaba los gritos, el choque de armas, los cuerpos cayendo. Miraba a mi alrededor y no veía rastro de los Esclavistas en el combate. Rastreros. Con razón Matagatos los despachó con viento fresco cuando todo terminó. Si había botín, sería nuestro.
Sentía mi cuerpo pegajoso por la sangre, y tenía miedo de manchar algo o a alguien y poner en peligro la misión, si por accidente aquel fluido llegaba a Portaestandarte. Mientras los demás rebuscaban entre los pertrechos de los caídos, encontré un pozo donde lavarme. Resistí el impulso de bailar sobre sus cadáveres, aunque la adrenalina inundaba mi sangre.
Mejor sentir el agua fría también en la cabeza.
Salimos de la maloliente cueva. Era muy posible que yo hubiera sido la primera en utilizar aquel pozo como medio de higiene. Por fin aire fresco. Estaba echando un vistazo alrededor de lo que sería nuestro campamento en la noche cuando Loor se acerca. Me tenso, me pregunto qué diablos quiere ahora. Qué nuevo insulto ha inventado. Y me sorprendo al notar que en sus palabras de reconocimiento no hay sarcasmo ni burla. Quizás cierta molestia por tener que tragarse su orgullo. Pero nadie le había pedido que lo hiciera, y mucho menos yo, así que por mí podía callarse y dejarme en paz. Me di la vuelta, ignorándola.
Podría decirse que aquella noche y las siguientes dormimos bien. Al menos algunos. Los hermanos seguían apartándose de vez en cuando. Cuanto más cerca del destino, parecía que más a menudo. Mi ánimo decaía y ni siquiera la esperada visión de los monolitos consiguió animarme. Llegábamos a nuestro destino, y era aquel destino lo que yo más temía.
El perímetro se aseguró y se mantuvo vigilado. Portaestandarte estaba curiosamente tranquilo. Comienzo a darme cuenta de que a pesar de todo lo ocurrido, no habíamos tenido problemas con su acostumbrado carácter violento. Todo era extraño.
Desastre decide alejarse un poco a reconocer el terreno. Yo por mi parte vigilo los posibles lugares donde algo podría esconderse, pero no veo nada extraño, excepto que más allá de los monolitos la tierra se vuelve aún más árida, más grisácea, más enferma. Y sigue sin gustarme.
El Carnaza de Tigre vuelve, gritando, dando la alarma. Pero había algo raro en él. No parecía hablar en serio y cuando señaló el lugar donde decía haber visto algo, allí no había nada. Y todo quedo en anécdota hasta que Pipo también dijo ver algo. Ambas afirmaciones despertaron el interés de Khadesa, quien también volvió asustada del lugar y volvió a hablar con su hermano. Esta vez Desastre les pidió explicaciones. El resto seguimos como estábamos, obedientes aún sin saber. Las órdenes son órdenes.
De repente, revuelo. El Último Inmortal ataca. Una tormenta de arena se formó a su alrededor. Al principio no entendí lo que ocurría. Algunos se abalanzaron a por la tormenta, y quería ir tras ellos, pero noto algo extraño, un movimiento inesperado. Khadesa se lanza contra Portaestandarte.
¡¿Pero qué hace?! ¡Intenta mancharle de sangre!
Me lancé sobre ella y la tiré al suelo. Quedé a horcajadas sobre la mujer, agarrando sus brazos. La Pitonisa lucha por librarse de mí, y mientras intenta quitarme de encima, habla. Y sus palabras me hacen perder fuerza.
No es posible. No es verdad.
Finalmente la mujer de blanca piel me apartó, y quedé en el suelo. Ya no la retuve más. Esperé a observar cómo intentaba volver a detener el ritual, aunque para mi sorpresa fue Desastre quien finalmente manchó con su sangre el pecho de Portaestandarte. Y todo cambió en cuestión de segundos.
El oficial se abalanza sobre el K'Hlata. Ahora sí que reconocíamos al Oscuro, en uno de sus arranques violentos. Por suerte su compañera de viaje fue capaz de calmarle, como tantas otras veces antes.
Me levanté entonces y me lancé contra la tormenta. Me costó entrar. Luché contra su fuerza hasta que la traspasé y me encontré de repente junto a Guepardo, pero tan sólo alcanzando a ver como Loor, ya malherida y prácticamente agotada, da el golpe de gracia con su bastón y aquel ser sobrenatural desaparece.
Sentimientos contradictorios. Habíamos evitado romper el equilibrio del mundo, pero habíamos fallado nuestra misión. El camino de vuelta se hizo en inusitada calma, y nuestro fallo no encontró castigo.
No me gusta. No me gusta nada.
Cuando Guepardo supo que había sido convocado junto a otros nueve hermanos de la compañía por el teniente Rompelomos, no pudo evitar sorprenderse y preguntarse a que se debería aquello. Tan pronto el teniente les hizo recordar el juramento de la Compañía, como si vistieran la capa por primera vez, el jaguar supo que se trataba de algo serio. Y así era tan pronto se explicó a los presentes: una misión. Elegidos entre diversos pelotones, el heterogéneo grupo al mando del cabo Matagatos escoltaría a la Quinta y a Portaestandartes en una peregrinación hacia un lugar específico, donde el inestable y temible guerrero, permaneciendo puro, culminaría un ritual que haría del Ultimo Inmortal... mortal. Eso supondría un duro golpe al Triplete en la región de Cho'n Delor así como un alivio para Portaestandartes, ya exasperado de no lograr acabar nunca con ese enemigo. Y así como la encomienda fue secreta, secretamente partió el grupo.
Tal vez fuera el azar, tal vez fuera una mente brillante los que los había seleccionado. El caso es que cada uno de los presentes cumplió con una función importante. Trazada una ruta precisa por la sagaz Plumilla, el grupo se dirigió al Este y al Norte posteriormente, hacia las Tierras Grises delimitadas por los monolitos mágicos, siendo uno de ellos el objetivo del ritual.
Pipo y Guepardo cumplieron con su misión de avanzadilla, rastreando y vigilando para que el resto del grupo y los dos carros pudieran avanzar sin sorpresas.
A los pocos días de partir, en la zona de las lagunas, el grupo se vio sorprendido por una manada de leones de los pantanos, en plena cacería. Y ellos eran las presas.
De manera ordenada y coherente, los luchadores formaron una línea de combate ante la amenaza. La mayor parte de las leonas debieron ver en Guepardo un manjar suculento, pues se cebaron en él. Grito les proporcionó tiempo, con su formidable rugido, y el apoyo de sus compañeros, especialmente coordinado con Pipo y Odio, y en gran medida su nueva armadura que se mostró como una adquisición muy acertada, le libraron de ser despedazado, aguantando la posición con leves heridas y abatiendo a una leona. Tras la trifulca, Desastre se presentó con dos pequeñas incorporaciones a la expedición: dos cachorrillos de león. El hostigador empatizó con los gatitos más una duda le asaltó ¿Qué ocurriría cuando crecieran y probaran la carne humana? No se saciarían nunca. Aquella idea lo inquietó y deseó que Desastre supiera cómo cuidarlos por su bien y por el de la compañía.
Conforme la expedición avanzaba el ambiente se enrareció, especialmente a lo que a los oscuros concernía. Khadesa parecía sentirse preocupada, asaltada por visiones y sueños que, alarmada, solo rebelaba a su hermano Matagatos, para descontento de los k'hlatas que veían aquello como una falta de confianza hacia ellos. El jaguar, por el contrario, entendía aquello como una carga que la pitonisa debía asumir sobre sus hombros, no obstante su obstinación por llevar el peso ella sola la hacía más inestable.
Así fue como, haciendo guardia una noche, Guepardo pudo verla agitarse en sueños. Viendo en ella evidente sufrimiento trató de despertarla, cosa que logró. No obstante se sorprendió como ella, turbada, le amenazó con un cuchillo para que no se acercara. Él ya sabía lo que significaba sufrir en el reino de los sueños y espíritus. Lo hacía a menudo. Pero trataba que aquel padecer no lo alterara, llevándolo al reino de la locura.
- No soy tu enemigo, Khadesa. Permíteme que te ayude, al menos, en el reino de los vivos ya que sé que en el otro reino no podré, debiendo lidiar tu sola - dijo tratando de aplacarla, cosa que logró aunque no que ella compartiera sus tribulaciones.
Pasaron los días, siguiendo la línea de monolitos hacia el norte. Un silencio hermético se apoderó de la expedición, con una creciente tensión ante posibles enemigos que quisieran impedir la misión, las inquietudes de la pitonisa, el malestar ante los secretos entre los hermanos oscuros y el hecho de estar tan cerca de esas tierras corruptas, creando un ambiente opresivo.
Pipo y Guepardo, en vanguardia, divisaron media docena de jinetes. Resultaron ser unos (despreciables) esclavistas de la Linde al servicio del señor del Dolor, persiguiendo a un oficial desertor de Cho'n Delor que reclutaba bandidos y campesinos para formar un grupo de hostigamiento contra su antigua patria. Habiendo perdido su rastro pedían ayuda para capturarlos. No era nuestra misión, aunque la cercanía de esos subversivos podían suponer un escollo a la misma. Más valía prevenir y Matagatos obró en consecuencia. No alejándose el rastro de los traidores mucho del camino que conducía al objetivo de la misión, la caravana se dispuso a ayudar a los jinetes. Con la sobresaliente capacidad de los exploradores del grupo, pronto hallaron las huellas. Demasiadas para que los esclavistas tuvieran opción de lidiar con sus dueños.
Los rastros condujeron al grupo a una cueva cercana. El número de enemigos podía ser considerable, pero obviarlos y continuar con la misión, sin duda, supondría que posteriormente ellos pudieran interferir. Solo tendrían que abatir al grupo de esclavistas que los buscaban y sonsacarles la información de la presencia de la caravana. O eliminaban a los jinetes aliados, para cubrirse las espaldas y continuar con su propósito, o entraban en esas cuevas a degüello. Y se optó por lo segundo.
Dedos, Pipo y Guepardo, como tinieblas en medio de la noche, reptaron hasta la caverna. Cuatro escorias chondelorianos hacían guardia. La pequeña y ágil Dedos fue la primera en internarse. Sin ser vista fue degollando uno por uno a los centinelas con una maestría propia de una gran asesina, con una letalidad propia de una segadora de vidas, con una belleza propia de una danzarina de la muerte. El hostigador no quiso intervenir, deleitándose de la efectividad de su compañera.. hasta que el último guardia alertado por un ruido del jaguar se acercó demasiado a él, llegándole a pisar el pie y aun así no percibiéndolo. Intolerable. Una mano tapo su boca, la otra, lanza en mano, empaló al pobre desdichado, clavándolo contra una pared de la cueva. Su vida se escapó de su cuerpo y sus ojos pudieron ver a su asesino y a la de sus otros tres compañeros. Quedando el camino expedito, el resto del grupo pudo avanzar.
De nuevo Pipo, Dedos y Guepardo se internaron más adentro como sombras de muerte. Y como tales cumplieron con su misión: tres guerreros chacales dormían en un ensanche. Uno para cada acechador. Tres vidas se segaron. Lamentablemente dos con algo de ruido, provocando la alerta en una ancha estancia contigua, donde diversas personas se preparaban alertadas para un combate. Para sucumbir.
Dedos, desde las sombras saludó a una con un dardo, hiriéndolo gravemente, instantes antes de que pereciera por una jabalina del jaguar que lo atravesó y terminó de rematarlo. Preludio de lo que iba a ocurrir con todos los insurgentes y su líder.
En línea ordenada Guepardo y Pipo aguantaron a la primera oleada de la turba, aprovechándose de la estrechez del lugar, y esperaron a la llegada del resto. Pronto se les unieron Loor, Matagatos y Odio, tiñéndose de sangre enemiga los suelos de aquellas cuevas.
Desde que se uniera a la Compañía, la experiencia militar del hostigador había sido nefasta. Su moral se hallaba por los suelos. Se sentía un inútil. El resistir a tres leonas y abatir una le había sentado bien para su autoestima, pero aquella noche, en aquella cueva, luchando codo a codo con Odio el combate se tornó en competición, a ver quien derrotaba a más enemigos. Y le supo a gloria. Con un estilo de combate parecido, ambos luchadores arrebataban vidas. Los que hería Guepardo, los remataba Odio y los que hería este los finiquitaba el primero, para desesperación de su odiante compañero, deseoso de obtener el máximo de víctimas. Y a pesar de las odiosas palabras y miradas que su camarada le propinó por ello, él supo que Odio disfrutaba de la lucha y de su compañía, necesaria para hacer una competición.
El frenesí del combate impidieron que el frágil hostigador retrocediera. No iba a ceder ante Odio, a pesar de estar herido. Ello le supuso que el veterano cabo traidor se enfrentará a él y que Guepardo se diera cuenta de su imprudencia al avanzar en primera fila. El explorador logró herirle, pero pronto llegaría la contestación del líder enemigo y supo que resultaría fatal para él. Afortunadamente Matagatos intervino. Sus nuevas espadas mágicas hablaron y el enemigo cayó destrozado, algo que Guepardo agradeció en el alma a su cabo y a la sanadora Plumilla por los vendajes posteriores.
El combate resultó una masacre del enemigo, sin bajas amigas ni intervención de los cobardes y oportunistas esclavistas de la linde. Matagatos los despachó y tras conseguir cierto botín del enemigo se prosiguió el viaje. La última jornada no tuvo contratiempos, a excepción del nerviosismo manifiesto de Khadesa frente a la paradójica tranquilidad de Portaestandartes. Con frecuencia, la pitonisa se reunía apartada con Matagatos hablando sobre la misión, causando mayor confusión y desconcierto en el cabo, por lo que oía, y en sus hombres, por lo que no oían. Al atardecer llegaron ante uno de los monolitos, señalado como en el que Portaestandarte debía concluir un ritual purificador y colocar el estandarte de la compañía. Eso volvería mortal a su archienemigo. O eso les habían dicho. Sin embargo, la pitonisa, daba claras muestras de no estar de acuerdo con ello.
Mientras Plumilla organizaba un perímetro de seguridad y vigilancia para evitar que Portaestandartes fuera interrumpido por elementos externos, las conversaciones entre los hermanos oscuros, secretas pero agitadas, creaba malestar entre los k'hlatas, sintiéndose relegados. Deberían afrontar una serie de retos pero no se les informaba de que se trataban. Diversas voces exigieron saber que ocurría, pese a las reticencias de Matagatos y Khadesa. El que Pipo divisara algo en las tierras grises, más allá de la línea de monolitos, una presencia que los vigilaba y que Khadesa llegó a explorar, no hizo si no acrecentar la idea de que la quinta quería abortar la misión para sorpresa del resto.
La tensión aumentó cuando, cayendo la noche, Desastre se internó en el perímetro externo para vigilar más a fondo y se encontró con una figura que intentó asaltarle. El k'hlata, no obstante, fue más rápido, zafándose del incursor y dando la voz de alarma. El infante describió a su enemigo como un hombre con diversas runas por todo su cuerpo. A pesar de que algunos dudaron de su veracidad, Guepardo le creyó por el simple hecho que una descripción tan minuciosa y característica posiblemente respondía a una verdad. Supusieron que era el Último Inmortal tratando de hacer fracasar el ritual. Se reforzó la guardia y el nerviosismo de los asistentes, a excepción de Portaestandarte, inusitadamente tranquilo y ajeno a lo que ocurría. Por fin, la pitonisa rebeló públicamente que para acabar con un mal se iba a liberar otro muchísimo mayor. Un poder terrible y ancestral sujeto por ese monolito, que perdería su poder tan pronto se concluyese el rito. Aquello hizo dudar, en mayor o menor medida, a todos los corazones, a excepción del de Portaestandarte, ajeno a todo. Demasiado. Y Matagatos, titubeando, no sabiendo muy bien como actuar, inconscientemente trasladó ese sentimiento a sus hombres: cumplir las órdenes o cumplir con su conciencia.
En ese crítico momento el Último Inmortal apareció, atacando a Loor e invocando una tempestad de arena. Todo fue caótico. Algunos se desorientaron, como el cabo, y los que quedaron en combate con el temible enemigo, fueron cubiertos por una cortina de arena que los separó de la vista del resto de sus compañeros . Mientras Pipo, Loor y Odio lo encaraban, Guepardo, Desastre, Dedos, Grito y Preocupado, formaban una línea defensiva para evitar que nada contactara con Portaestandartes. Resultó sorprendente ver que, de pronto, Dedos abandonaba su puesto para agarrar y derribar a Khadesa: la quinta pretendía hacer fracasar el ritual rompiendo la purificación de Portaestandartes, manchándolo con su propia sangre. Esta, desesperada, trató de explicar a la hostigadora del por qué debía hacerse, mientras Preocupado mediaba entre ambas. Repentinos gritos de dolor por parte de Pipo y Loor llamaron su atención tras la cortina de arena.
Sin pensarlo de nuevo, Guepardo corrió internándose en la arena, creyendo ver a Dedos correr junto a él. Atravesar el muro de arena supuso entrar en una zona menos turbia donde, como si el mundo se hubiera parado, contempló a Dedos junto a él, a Pipo caído y a Odio propinando el golpe más salvaje que jamás había visto el jaguar. El hacha se clavó en el pecho del hombre tatuado y su hoja asomó por su espalda.. ¡Y sin embargo no cayó! Entonces, una malherida Loor, emitiendo un grito de guerra lanzó una tormenta de ataques que terminó por mochar la cabeza del enemigo y descomponerse en una explosión de arena. La tempestad cesó y Guepardo corrió para ayudar a una tambaleante Loor, alabando su fuerza y la de Odio. Este último solo emitía un grito de odio, frustrado de no haber sido él quien acabara con el enemigo.
Sin embargo todo grito quedó acallado por un rugido de rabia: Portaestandartes iracundo, manchada su túnica con sangre, se disponía a despedazar a.. ¡Desastre! Al parecer, el infante había concluido la misión que se proponía llevar a cabo Khadesa, ensuciando al oscuro con su propia sangre. Esta logró aplacar al temible guerrero para evitarle una muerte cierta al k'hlata.
- Hemos fracasado. Volvamos - ordenó con voz lapidaria e ira contenida Portaestandartes, que se encerró en su carro durante todo el regreso. Habían derrotado con gran esfuerzo al Último Inmortal, pero volvería. El silencio y caras largas de descontento fue lo tópico en el retorno, solo interrumpidos por los murmullos orantes de Loor y los bufidos de un frustrado Odio. Durante el viaje de vuelta Guepardo se preguntó que hubiera hecho él si no hubiera abandonado la guardia.. No lo sabía. Tampoco importaba ya. Lo que si llamaba su atención era que ocurriría con el grupo por fracasar la misión y en especial con Khadesa y Desastre, por culminar el fracaso. La verdad, esperaba que nada de nada. Se ofendería si así fuese. La compañía ya tenía una tradición de no penar la desobediencia y la insubordinación ¿Por qué tendría que comenzar precisamente ahora, con sus compañeros?.
La tradición se mantuvo y no hubo castigo alguno ¿Por la incapacidad de los mandos? Tal vez. O tal vez no podían castigar un acto del que, el propio Analista, se mostraba de acuerdo.
El soldado Preocupado revisaba su equipo, le parecía haber visto que la punta de sus lanzas no estaba lo suficientemente afilada y eso podía ser muy malo durante un combate, bastantes problemas tenían encima como para añadir el de un equipo en malas condiciones. Presionó la punta de una de ellas con la llema del índice de su mano derecha y notó el pinchazo, a pesar del incidente que dejó una pequeña gota de sangre dividida entre su dedo y la punta de la lanza el soldado sonrió satisfecho.
Como el aguijón de una avispa, así serán nuestras lanzas en los cuerpos del enemigo. Pero... ¿No debería revisar también los mangos? La madera podría tener asperezas y me llenaría la mano de astillas, eso sería malo, muy malo.
Se dispuso a dar la vuelta a sus lanzas para revisar que la madera estuviera lisa y se deslizara a la perfección a la hora de arrojarlas contra los enemigos. En aquellos momentos el Cabo Lémur hizo su aparición pidiendo voluntarios para una misión especial todos se ofrecieron voluntarios. La infantería siempre estaba dispuesta a jugarse el pescuezo, por eso eran los más valientes y no se amedrentaban ante nada ni nadie.
-No podéis ir todos, con tres bastará. -Nadie se retiró y fue el cabo quien tuvo que elegir a tres de ellos.- Desastre, Grito y Preocupado. Presentaros ante Teniente, él os dará los detalles.
Preocupado asintió orgulloso de ser uno de los elegidos, aunque tenía cierta inquietud sobre la naturaleza de aquella misión. Recogió su equipo de batalla y marchó junto a sus compañeros en busca de Teniente.
Si el mismo Teniente nos da las órdenes debe ser algo importante. Los espíritus lo saben y por eso han hecho que el Cabo Lemur me escoja. Además también va Desastre... ¿Será esta la misión en la que se cumplan los designios de los espíritus?
Preocupado llevaba tiempo esperando aquello, el primer designio se había cumplido tal y como los espíritus habían predicho, pero faltaba el cumplimiento de la búsqueda espiritual de su compañero, y cuando se llevara a cabo Preocupado esperaba que este creyera sus palabras y siguiera los consejos que le había dado.
Teniente reunió a varios miembros de la Compañía voluntarios para una importante misión con Portaestandarte, tras recitar el juramento Preocupado miraba a sus compañeros mientras prestaba atención a las indicaciones del oficial. La misión en apariencia sencilla tenía todos los números para complicarse por momentos, aquello lo angustió un poco, pero estaba convencido de que la escuadra reunida podría solventar cualquier obstáculo del camino. Miró a todos los hermanos que formarían el grupo, una mezcla de distintos pelotones, todos competentes en su campo pero nunca habían trabajado juntos y eso podía ser malo, muy malo, esperaba que los espíritus les guiaran.
Me extraña no ver a Niño Guerrero, si hubiera sabido que Portaestandarte estaría en la misión se habría presentado voluntario.
El explorador le caía bien y se había ganado su confianza, sentía que no estuviera allí pero por otro lado le preocupaba que aquella misión no fuera tan sencilla como les habían dicho y que pudiera verse en problemas.
De quien no terminaba de fiarse era de Khadesa, la pitonisa que también se unía al grupo de expedición, pero Preocupado no iba a ser nadie para oponerse a las órdenes mandadas, se limitó a escupir al suelo y frotar su amuleto para alejar a los malos espíritus.
La misión era clara: dirigirse al este, a una piedra encantada en el lindar de los monolitos que perfilaban una extraña frontera con lo que había más allá. Hacia ese lugar Portaestandartes debería hacer una peregrinación en la que ningún fluido corporal debía tocarle, especialmente la sangre, ni causar violencia, algo que para el veterano guerrero iba a ser especialmente difícil. En esas piedras Portaestandartes debería plantar el estandarte de la Compañía durante toda la noche sin interrupción, de aquel modo el alma del Inmortal, general enemigo, quedaría liberada haciéndolo de nuevo mortal para ser destruido definitivamente. Ellos, todos voluntarios, serían la Guardia de Honor del peregrino Portaestandarte en tan importante misión.
Esto no va a salir bien, confiaría mi flanco a Portaestandarte en cualquier batalla pero ¿Esperar a que ante cualquier problema se quede quieto y no salte como un loco a por el enemigo? Eso solo puede pasar si los espítus despejan todo el camino, si no todo va a salir mal.
Pronto salieron hacia el objetivo, obediente y silencioso, Preocupado se mostró siempre atento a los problemas que surgían en la marcha, lanzando su opinión cuando era requerida, y cuando no también a veces, aunque como casi siempre nadie se paraba a atender sus consejos. La ruta se iba a prolongar cerca de quince días, pero los problemas les alcanzaron pronto. Los temores de Preocupado se hicieron palpables en cuanto supo que por atajar debían atravesar una zona apantanada, sabía que Plumilla era una buena chica y no dudaba de que por aquella ruta pudiera ahorrar algo de tiempo, pero las posibilidades de que algo saliera mal eran muy elevadas.
Los carros podrían quedarse atascados en el fango y quizás no podríamos sacarlos, no podemos seguir a pie sin los carros y llevar todas las cosas. Además en los pantanos siempre hay muchos insectos, nos picarán y se nos llenará la piel de ronchas o nos pondremos muy enfermos, o podría haber cocodrilos, o caimanes u otras bestias peligrosas y Portaestandarte podría darle un manotazo a un mosquito y arruinar todo el viaje...
Atravesando una zona de marismas, los exploradores dieron con un grupo de caza de leones del pantano, cinco hembras y un macho, que pronto otearon a la vanguardia como una apetitosa propuesta. El ataque movilizó la columna, en la que también participó Preocupado defendiendo a Grito cuando se vio rodeado por tres de estos animales. El soldado cargó contra una de las hembras atravesando al felino por el cuello acabando con este en el acto, apoyó a sus compañeros hasta que acabaron con el resto de depredadores. Se habían mantenido unidos y habían sobrevivido, pero una vez más la muerte había estado cerca. Preocupado por limpiar su lanza de la sangre de la leona a la que había dado muerte no se dio cuenta que su compañero Desastre, al que los espíritus le habían mandado proteger había desaparecido.
Su compañero regresó con dos cachorros de león del pantano, algo que hizo que Matagatos le soltara una reprimenda que hizo que Preocupado se acercara un tanto preocupado por su amigo, no dijo nada pues el cabo no sabía que la voluntad de los espíritus acababa de cumplirse nuevamente y ahora Desastre no podría si no darle la razón y pensar en todo lo que le había dicho. Dejó que su compañero disfrutara de la nueva manada que los espíritus le habían proporcionado.
Preocupado cada vez estaba más nervioso, sentía el peligro cernirse sobre ellos como una oscuridad indefinida que el soldado K’Hlata no lograba dar contraste.
Unos días después la columna se encontró con una grupo de jinetes esclavistas, parecía que estaban persiguiendo a un grupo de desertores que merodeaban por la zona. Preocupado no se enteró de los detalles, pero Matagatos decidió aunar fuerzas con estos, con reservas, pues creyó que el ataque era la mejor defensa ante un ataque. Pronto localizaron el refugio de los desertores en una cueva que se encontraba en la ruta hacia el objetivo de la compañía de Portaestandarte, el asalto fue brutal e implacable: los exploradores se adelantaron asesinando con facilidad a los centinelas sin dar la alarma, luego el resto de infantería se adentró en la gruta aniquilando sin bajas al resto. El saqueo fue cuantioso, pero Matagatos pronto ordenó retomar el camino, no había tiempo que perder. Preocupado no paraba de lamentarse y preguntarse el porqué los espíritus estaban siendo tan crueles con él, porqué le hacían presenciar y participar en todo aquello. Como cualquier K'Hlata odiaba a los esclavistas de la linde, pero ahora se debía a la Compañía Negra y obedeció, pero su alma se retorcía en su interior y por las noches le costaba conciliar el sueño.
Cuando el grupo llegó al lugar designado, una sensación maligna impregnó lo que les rodeaba. Había algo perverso en el aire, y pronto algunos de los hombres empezaron a alarmarse asegurando ver horrores en la lejanía, más allá de la frontera de monolitos. Preocupado acogió estas sensaciones como era habitual en él, el ambiente enrarecido lo turbaba, si ya de por si su personalidad pesimista lo arrastraba a ver siempre el lado negativo de las cosas, en aquel lugar se acrecentaba más allá de la razón. Había algo maligno, muy maligno, morando en ese lugar y eso casi lo vomitaba el aire que respiraban.
Mientras Portaestandarte se preparaba para empezar el ritual, Khadesa, que había estado teniendo visiones durante todo el viaje y al regresar de estas volvía con el gesto compungido llevándose a su hermano Matagatos a parte para discutir, volvió a tener otra visión. El supersticioso Preocupado trataba de no dar pábulo o interés en sus brujerías, pero quizá fuera el ambiente oscuro de aquel lugar que lo empujó a prestar algo más de atención a sus advertencias. Lo designaron a guardar uno de los flancos, y entonces... todo empezó a torcerse.
Algunos de los soldados vieron al Inmortal rondar el perímetro siendo atacados por estos, la alarma se extendió por toda la posición y cuando Preocupado contempló como una tormenta de arena se levantaba ante ellos escondiendo a varios de los soldados en ella, temió lo peor. Mientras la mayoría de soldados abandonaban la posición sumergiéndose en la arena, Preocupado se quedó junto a Portaestandarte, Khadesa y algún que otro soldado que se quedó para no desproteger la posición. La pitonisa parecía ofuscada en algo, y Preocupado, fiel a su nombre, se acercó a ella expresando sus temores. Escupió al suelo y agarró su amuleto, era lo único a lo que podía aferrarse en aquel viaje que estaba poniendo a prueba su comprensión de lo que los espíritus deseaban de él, hasta tal punto que en aquel momento de desesperación tan solo podía recurrir a la quinta.
-¿Y si el Inmortal es un guardián de este lugar que protege algo mucho más terrible encerrado aquí?
La mirada de la pitonisa al K’Hlata fue muy reveladora, como si ella misma también hubiera pensado en esa posibilidad, y lo que vio Preocupado era la pura expresión del horror que hizo que el soldado bajara la mirada retrocediendo a su posición.
Lo que sucedió a continuación lo cogió totalmente desprevenido. Khadesa avanzó hacia Portaestandarte cuchillo en mano en un intento de interrumpir el ritual de alguna manera. Dedos trató de impedirlo y mientras discutían Preocupado estaba paralizado sin saber cómo reaccionar. Las órdenes por un lado, sus creencias por otro, y pesó el temor a la oscuridad que ahí reinaba antes que la obediencia ciega. Fue Desastre el que al ver la situación se acercó a Portaestandarte y cortándose con el filo de una daba en su mano salpicó a este interrumpiendo el ritual. Preocupado abrió sus ojos sorprendido, sin creerse lo que acababa de presenciar y atento a la reacción de su superior pues sabía la obsesión que este tenía con acabar con el Inmortal al ver frustrado su intento. El poderoso guerrero avanzó con funestas intenciones sobre su compañero y antes de que nadie pudiera hacer nada fue Khadesa la que se interpuso entre ambos. Preocupado escupió y reunió el valor suficiente para dejar su sitio e interponer su escudo entre Portaestandarte y la quinta en un intento de protegerla a ella y a su compañero de la furia que inevitablemente se iba a desatar.
La ventisca de arena cayó entonces, sus compañeros habían matado al Inmortal una vez más, pero la misión había fracasado... hubo una amarga discusión entre los oscuros y algunos de los K’Hlata. Preocupado decidió echarse a un lado sin saber si había actuado bien o mal, si sus palabras habían sido el acicate de la reacción de Khadesa o la guinda a una sospecha, si habían evitado que un terrible mal se liberara o habían caído presas de un engaño. Y de esa guisa volvieron al campamento...
Aquella misión había supuesto algo, había cambiado algo, pero Preocupado no sabía entonces el qué, tan solo se encontraba perdido en sus pensamientos intentando averiguar si había cumplido la voluntad de los espíritus o si al contrario había servido de instrumento para sus enemigos. Debía hacer algo para salir de la encrucijada en la que se encontraba y entonces se convenció que tan solo había una manera.
Sí, debo hacerlo, debo intentarlo al menos, si soy yo debo estar preparado, debo prepararme.
Cuando Lemur pidió voluntarios no se podía imaginar donde se iba a meter. Portaestandarte era un tipo respetado, venerado y también temido en la Compañía, viajar con él en una misión tan delicada haría que Preocupado no fuese el único que desease expresar sus dudas al respecto, pero diablos, era una misión. ¿Una misión solamente? Era la misión por la que cualquier soldado de La Duodécima daría su huevo izquierdo por ser elegido para ella. Partirían en secreto hacía un punto designado, acecharían al más jodido de los héroes de La Terna y ayudarían al tipo más admirado de la Compañía Negra a acabar con esa maldita amenaza.
Todo el tema del ritual, la toga y esas cosas, se la traían al pairo. Portaestandarte no podría estar en contacto con ningún fluido corporal ¿Y qué? Bueno tenía suerte de que el teniente no fuese una mujer que estuviese en “esos días”. Nada de eso le importaba, lo importante es que le habían llamado para “la misión”, algo que podría cambiar el curso de la guerra y lo mejor de todo, no tendría que estar en el campamento criando barriguita fofa. Estaba cansado de pasar el día esperando que los testículos de Analista volviesen de su viaje espiritual, Grito, La Infantería, La Compañía Negra eran guerreros sin corazón y eso era algo que demostraban cuando había que “usar un nuevo enfoque diplomático”.
Tomó su equipo de combate, agradeció al tótem de León Hambriento esta oportunidad de alimentar sus fuerzas con los corazones de enemigos dignos y partió hacia donde se le ordenaba. En eso consiste ser infante, como un caracol vas con la casa a cuesta a donde te manden, llegas allí y matas lo que te digan, intentas volver de una pieza y cobrar tu dinero. Es un trabajo fácil, se mire como se mire.
La patrulla estaría compuesta de forma mixta por miembros de otros pelotones, hubiese elegido a algún arquero o alguno de esos cretinos de la caballería, pero los resultados demostraron que cualquiera que luciese la capa negra se la había ganado a pulso. Sonrió al enterarse que Matagatos sería el líder de la patrulla, pensó en la charla que tuvieron el día tras el banquete y recordó con algo muy cercano a la veneración como el niño al que vieron hacerse hombre fue capaz de curar su herida, además tras la vorágine de alcohol de la noche anterior como obstáculo añadido. El resto del grupo eran Loor, Plumilla, Dedos, Guepardo, aquel grandullón de los exploradores al que llaman Pipo, Odio, sus compañeros de escuadra Preocupado y Desastre. Adjunta al grupo viajaría Khadesa para tranquilizar al teniente, era una buena idea porque a nadie le gusta la noticia de que oficial en frenesí descuartiza a su tropa y además debían mantenerlo sereno para el ritual.
El viejo Gulg siempre fue un sargento cojonudo, nació para coger a los mequetrefes y convertirlos en hombres, o coger mujeres y convertirlas en hombres en el término castrense de la expresión. Recordó cómo les destrozaba los lomos cada mañana con marchas y calistenia, cómo machacaba cada cosa hasta asegurarse que eras capaz de hacerla con los ojos cerradas y no pudo evitar sentirse orgullo de haber pasado por las manos de aquel artista. Hay hombres que nacen para la gloria, otros para el olvido y en el caso de Gulg lo hacen para coger a tipos como aquellos y convertirlos en la envidia de cualquier ejército. Plumilla, con una habilidad hasta entonces insólita para quienes no la trataban a diario, los condujo con una pericia insuperable mientras que Pipo y Guepardo reconocían el terreno que tenían delante para fortuna de la patrulla que se adentraba en tierras pantanosas.
Allí, en esos pantanos, tuvo lugar el combate más amargo de cuantos ha librado a excepción de uno. La manada no se comportaba con normalidad, Grito lo sospechaba, no era normal que no huyesen al vernos. Agresivos, alterados y abiertamente hostiles no es la descripción normal para un encuentro con leones, a menos que ocurra algo que no puedas ver. El combate se trabó pronto, el sabor amargo en la boca del soldado y la desazón al no quedarle más remedio hicieron que todo se volviese confuso. Los animales sagrados están llenos de nobleza y fuerza, no se les debe matar y solo le quedó un último recurso. Se adelantó y rugió, rugió más allá de su garganta con su alma y su corazón, rugió como si rezase para que el espíritu sagrado que habita en aquellos felinos le escuchase. Fue en vano, solo la valiente y fraternal carga de Preocupado consiguió sacarle de su ensimismamiento. Su hermano se lanzó a protegerle, como les había enseñado Barril, no podía dejarlo solo y se obligó a despertar… Se obligó a pedir perdón cada vez que sentía carne bajo su lanza, se obligó a pecar.
El combate había terminado y algo se había roto dentro de Grito. Los leones habían sido despellejados de forma irreverente, profana y herética por sus hermanos, pero no tuvo más remedio que pedir perdón y misericordia para ellos. Viejos recuerdos, dolorosos como todos los recuerdos que tratas de olvidar, le asaltaron y el quejido agonizante de un león martilleaba su quebrada mente. Algo se había roto dentro de Grito, porque aunque quieras dejar al pasado atrás, siempre escucharás sus pasos a tu espalda. Entonces fue cuando sucedió, había oído a Desastre hablar de su búsqueda, pero no solía prestar atención, y el banquete no fue el momento más propicio para atender a otra cosa que no fueran las caderas de las esclavas, allí volvía tras desaparecer de su guardia y volvía con dos cachorros de león. Majestuosos, nobles y poderosos en potencia… Los espíritus estaban obrando con su mano errante pero decidida.
La marcha se reanudó con sus momentos de tedio, su abotargado ritmo cansino y sus conversaciones insulsas pero cuando veía a los cachorros junto a su hermano, algo en su mente le decía; He aquí el perdón que debes conquistar. Se hizo el encontradizo durante los ratos libres, se sentaba junto a su hermano de escuadra y le hablaba de su gente, costumbres e incluso prometió enseñarle a rugir. Lo había sentido, lo había entendido y ahora comprendía que cada paso que había dado antes le conducía a este momento, debía guiar en lo que pudiera a Desastre y se juró a si mismo que se mantendría atento para ayudarle en su tarea.
Entre las cosas que podía depararles la misión, la que le parecía más repulsiva era encontrarse a los Esclavistas de la Linde. No existía la esclavitud entre los k’hlatas, no hay esclavos en pueblos hermanos. Enemigos si, y muchos, pero esclavo es algo demasiado denigrante. Es una humillación para el esclavista como para el esclavizado. Aquellos chacales de la sabana decían buscar a unos desertores y seriamente se alegró de perderlos de vista. Quedó con el grupo que acompañaba al demente teniente mientras sus compañeros se lucían en un golpe de mano magistral, donde destacó la letal habilidad de Dedos. La promoción del año 200 desde Khatovar viene pisando fuerte, eso engrandece a los miembros de La Compañía.
Tras unos días de marcha, llegó la hora del movimiento final, el día que estábamos esperando estaba frente a nosotros. Portaestandarte pidió que se le soltase de las cadenas, todo empezaba a prepararse para su momento cumbre, la hora en que acabaría con el Último Inmortal. Aseguramos la zona y sorteamos las guardias, cuando aparecieron Khadesa y Matagatos con gestos de preocupación. Era difícil de creer pero las pitonisas decían tener poder y La Primera había dado muestras de tener grandes capacidades ¿Por qué dudar del poder de su hija? La sospecha de que hubieran suplantado a Portaestandarte era grave, una amenaza seria y directa. Ese hombre gozaba de la lealtad ciega de muchos hermanos y si fuera cierto, el cisma de la compañía sería sangriento, sin duda. Para colmo de preocupaciones, Desastre cometió un ídem, nuevamente aunque quizás fuese otro momento de inspiración sagrada.
El líder de la manada de leones volvió corriendo, exhalando como un loco y con los pulmones a punto de salirle por la boca. Decía haber descubierto una emboscada del héroe enemigo, mientras Khadesa vuelve pálida y acongojada hablando sobre algo maligno y extraño más allá de los dólmenes donde se realizaría el ritual, para colmo de buenas noticias. En ese momento es cuando estalló el caos, el enemigo aprovechó para atacar con fiereza encontrándose su vileza detenida por los hábiles brazos de Pipo y Loor. Guepardo y Odio corren para reforzarles, mientras Khadesa se lanza para tratar de evitar el ritual de purificación y se enzarza en un duro forcejeo con Dedos, Matagatos titubea levemente mientras intentaba recomponer la situación pero inesperadamente Desastre pone fin a la mitad del sainete en que se convirtió el momento.
Por otro lado ha estallado una tormenta de arena provocada por el Último Inmortal que azota a Guepardo y Odio retrasándolos, pero no hay suficiente magia o poder para detener la inquebrantable voluntad de un hermano de la Compañía, ambos siguen tratando de llegar al enemigo con la bravura que les habrá de caracterizar. Por el otro lado, el Teniente se desbocó frenéticamente contra Desastre y solo la intervención providencial de la pitonisa e hijastra del oscuro consiguen frenarlo, mientras el infante trata de ponerse a salvo. Grito al fin consigue reaccionar y cuando ve a su hermano de batalla caer sin sentido al suelo, se lanza para ponerlo a cubierto de la tormenta de arena. Mientras tanto, Odio y Guepardo han alcanzado a su objetivo y le atacan con virulenta fuerza, ambos son un claro ejemplo de la raza de hombres que fabrica el viejo Gulg. El enemigo flaquea, hasta que Loor haciendo un épico esfuerzo más allá de toda esperanza consigue hacerlo caer y la tormenta cesa.
Esta es la crónica de un fracaso. Un fracaso a corto plazo, quizás una victoria mañana. Grito, tras escuchar las explicaciones de su hermano no tiene más remedio que aceptarlas, los espíritus han dado muestras de guiar a este hombre ¿Quién puede dudar de él ahora? Solo anhela que no pague un precio capital por su acción.
Ya se divisa el campamento principal, mientras los cansados miembros de la patrulla regresan. Los rostros cansados y apesadumbrados, detrás solo queda polvo y huellas que el viento borrará pronto.
Plumilla miró con preocupación al horizonte. Llevaba días oteando la extensas llanuras en dirección a su destino, analizando cada pequeño montículo en busca de posibles peligros. No podía evitar estar inquieta por la misión que se les había confiado y, de vez en cuando, echaba furtivas miradas a sus compañeros. Todos ellos eran temibles guerreros que harían de la misión un éxito, temibles con la espada y la lanza... y en medio de ellos ella, una curandera inútil para la batalla. La k'hlata entendía que necesitaban alguien que curara sus heridas cuando Matagatos no pudiera y estaba dispuesta a demostrar que incluso podía ser una guerrera si se lo proponía, pero eso no disminuía su inquietud.
La reunión secreta con Rompelomos había sorprendido a Plumilla, pero también la hizo sentirse orgullosa. A pesar de lo preocupada que pudiera estar, era un honor haber sido seleccionada, aunque sólo fuera como curandera. Desde entonces, se había sentido ansiosa e intranquila y había estado oteando el cielo y el paisaje, lo que le permitió, junto a sus conocimientos sobre la Gran Sabana, sugerir la mejor ruta posible a su destino.
Durante el viaje, se puso al frente de uno de los dos carros que llevaban, detrás de la que transportaba a Portaestandartes junto a Khadesa, dejando la vigilancia a los más experimentados. Llegados a los pantanos, varios días después de su partida, se encontraron con un comité de bienvenida en forma de enormes leones. Los guerreros no tardaron en terminar con ellos, mientras otros, Plumilla entre ellos, cuidaban de los caballos para que no se asustaran. Algunos guerreros salieron heridos, pero entre Matagatos y Plumilla los curaron sin problemas. La mayor sorpresa vino cuando Desastre trajo un par de crías de león. La curandera miró con ojos tiernos a los animalitos, eran realmente adorables, pero no se acercó a ellos. Dada su poca mano con los animales, posiblemente habrían terminado mordiéndole una mano.
Los siguientes días el viaje fue tranquilo y monótono, sin mayores problemas que el cansancio. Plumilla miraba ocasionalmente hacia el carromato de Portaestandartes, como esperando que en cualquier momento estallara en un arrebato de furia, pero la pitonisa logró mantenerlo calmado todo el viaje. De vez en cuando, la oscura iba a hablar con su hermano a escondidas. Plumilla sentía curiosidad por saber qué ocurría, si algo iba mal, después de todo Kadesha era una pitonisa y durante el viaje había dejado caer algo sobre sus visiones a Matagatos con palabras claves que sólo ellos dos comprendían.
Pocos días antes de llegar al monolito, media docena de jinetes aparecieron en el horizonte. Al acercarse más, pudieron ver que se trataba de Esclavistas de la Linde. Plumilla frunció el ceño, no les tenía ningún aprecio a aquellos hombres, posiblemente como la mayoría de los k'hlata que estaban allí. Aún así, se mantuvo cerca del cabo por si sus dotes de diplomacia eran necesarios. Finalmente, se determinó que se les ayudaría a buscar unos desertores y luego seguirían camino.
Plumilla hubiera preferido librarse de los esclavistas, ayudarles significaba seguramente ayudarles a capturar a unos pobres diablos que sólo querían su libertad, pero llegar al monolito era su mayor prioridad y no estaban en condiciones de tomar riesgos.
Al día siguiente, rastrearon las huellas de los esclavos hasta una cueva a varios kilómetros de donde se hallaban y Matagatos decidió acabar con los desertores, ante el peligro de ser emboscados o que capturaran a los esclavistas para sacarles información, ya que las huellas indicaban que los desertores eran muchos más que ellos.
Tomaron rumbo a la cueva y todos entraron dentro, dejando a Plumilla, Grito y Khadesa con Portaestandartes. La curandera había dado un paso adelante para ayudar en la lucha, pero se decidió que sería más útil cuidando de los caballos. Algo decepcionada, la k'hlata vio partir a los guerreros, pero tuvo que admitir que de poca ayuda habría sido dentro de la cueva. Mientras esperaba, preparó vendas y ungüentos para los posibles heridos y rezó a los espíritus para que nadie resultara muerto.
El silencio acompañó los largos minutos de espera hasta que comenzaron a oírse ecos de gritos y de lucha. Cuando los compañeros de la compañía salieron, suspiró más tranquila y se aproximó para mirar cómo estaban. En esta ocasión las heridas fueron peores, y el mismo Matagatos fue herido, a quien Plumilla tuvo que curar para que la ayudara con los más graves.
Tras ver el considerable botín que habían conseguido y asegurarse de que los esclavistas no serían un problema, siguieron camino hacia el monolito. El resto del viaje pasó sin mayores incidente, el día indicado llegaron a la larga fila de monolitos y Plumilla se aproximó a uno de ellos. Mirando al resto, lo indicó diciendo que era el que buscaban. Una vez allí, los soldados de la compañía comenzaron a organizar las guardias y las defensas mientras algunos vigilaban y exploraban.
No pasó mucho tiempo hasta que Desastre apareció en el campamento gritando y corriendo como un loco que el Último Inmortal estaba allí, pero al observar el lugar donde el k'hlata dijo haberlo visto, el lugar estaba vacío. No pasó mucho tiempo hasta que otros observaron unos ojos en una cueva cercana al otro lado de la línea de monolitos. Plumilla observó el lugar sin ver nada, cada vez más intranquila. Había estado ocupándose de organizar el campamento lo más rápido posible por los posibles peligros hasta que Portaestandartes terminara su trabajo junto al monolito. Recordó entonces una leyenda que hablaba de una diosa que hacía ver visiones y que moraba por aquellos lares, ¿sería posible que fuera la causante de lo que estaban viendo? Por suerte, nadie fue a investigar qué se escondía más allá de los monolitos de piedra y permanecieron cerca de sus compañeros.
Fue entonces cuando la k'hlata se dio cuenta de que Matagatos y Kadhesa volvían a estar hablando, en esta ocasión más acaloradamente que en las ocasiones anteriores. Sin poder evitarlo, Plumilla se acercó un poco fingiendo estar ocupada montar el camapamento y escuchó parte de lo que los dos oscuros hablaban. Kadhesa insistía a su hermanastro de que aquel no era su padre, que no actuaba como tal, y que sería un error si seguir con la misión, que algo mucho peor se desataría si lo continuaban. La curandera se quedó rígida al escucharlo, con una manta a medio doblar entre manos, pero no dijo nada. Se alejó para que no la descubrieran y permaneció en silencio observando al tranquilo Portaestandartes junto al monolito.
Fue entonces cuando el cabo los reunió y les contó las inquietudes de la pitonisa, pero antes de que se llegara a una decisión, atacó por sorpresa el Último Inmortal y todo sucedió muy deprisa. Pipo y Loor se lanzaron sobre el y fueron capturados por una tormenta que no dejó a nadie más atacar. Plumilla se debatió entre atacar o permanecer al margen. Como guerrera poco podría hacer, había sido elegida principalmente por sus dotes de curandera y eso era lo que haría. Si después de la batalla no había nadie que pudiera curar a los heridos sería un desastre. Por lo tanto, permaneció atrás, por si las cosas se complicaban. Desde allí, pudo observar como finalmente echaron abajo al inmortal entre todos los compañeros y Loor le daba el golpe de gracia. Sin embargo, no fue el último golpe al temible enemigo. La túnica de Portaestandartes se manchó de alguna manera y el ritual falló. Lo siguiente que supo es que había heridos graves y no tuvo mucho tiempo para pensar, pero un sentimiento de culpa por no haber podido evitar lo que había pasado y una sensación de que le oprimían el pecho embargó su alma mientras atendía a los caídos.
El potente vozarrón de Rompelomos restalla en mis oídos aunque no soy una de las convocadas. Reunidos varios miembros de cada pelotón, se dispone a tomarles juramento. Una sonrisa irónica se pinta en mis labios mientras me dispongo a continuar con mis tareas. No obstante, tan pronto ha dejado bien marcado quién es parte de la Compañía y quién no, me convoca a mí también.
Guardando para mí misma las ganas de enviarlo a pasear por delante de cierta puerta en sin más atrezzo que aquél que le dio su madre al nacer a ver si así los espanta y facilita las cosas, acudo a la reunión secreta. Una nueva misión, un nuevo viaje en el que participa Portaestandarte… y, nuevamente, debo ser yo quien lo controle. Asiento con diplomacia e indago sobre las condiciones del viaje. El resumen es muy conciso. Los secuaces de El Señor del Dolor han hallado un ritual que va a permitir que el Último Inmortal no vuelva a renacer tras ser vencido y muerto.
La premura de los preparativos, el trajín de asegurarse que todo está correcto, aparte de mis pensamientos el ritual en sí. Mas en las largas jornadas de marcha hay tiempo de sobra para las reflexiones. ¿Por qué si conocían de sobra el ritual no ha sido realizado ya? ¿Acaso nos ocultan algo? ¿O es simplemente que el ritual precisa de alguien como Portaestandarte -sea lo que sea que tiene de especial- para su éxito? Quizá es simplemente, que les ha sido revelado ahora… aunque cada vez me cuesta más creerlo. Las dudas me dan vueltas y vueltas, así que me voy con Plumilla a buscar hierbas. Lo que sea con tal de apartar mi mente de tales pensamientos. Pero no consigo alejarlos totalmente y es muy magro lo que podemos aportar para incrementar la botica. No obstante, es menos que nada.
El avance es monótono. La ausencia de contratiempos reduce los días a una incesante marcha hasta el anochecer, momento en el cual cenamos, se organizan guardias y descansamos. Pero ésta es una tierra dura, y cada cual pelea por su supervivencia y su territorio, como la familia de leones que nos cruzamos en zonas pantanosas. No hay que lamentar más que algunos rasguños y que ahora contamos con dos bocas más que alimentar, ya que Desastre aparece con sendos cachorros bajo sus brazos.
Pero no es deseo de Diosa que yo descanse por muchas noches seguidas en paz y pronto recibo una visita inesperada. Se presenta ante mí una figura masculina, de piel oscura y curtida, que me interpela, avisando de funestas consecuencias. Pero también dando una alternativa. No es agradable, y resulta intimidante. Me debato en el sueño hasta que despierto… con un par de rostros mirándome y mi daga Noche en el cuello de un hombre de tez oscura. La voz, con dejo de preocupación llega a mis oídos y traspasa la nebulosa del sueño. Guepardo. Él y Grito estaban de guardia y me oyeron. Maldigo para mí misma y afianzo la daga en el cuello de Guepardo escudándome así para no tener que responder.
Cuando se marchan, guardo vigilia hasta que compruebo que es el turno de guardia de mi hermano y le detallo mi sueño. Pero se niega a reconsiderar nada. Un contrato es un contrato y estamos cumpliendo. Me quedo estupefacta e incrédula. Esta misión no es un encargo de nuestros contratantes. Es una venganza de Portaestandarte alimentada por Analista, digo Capitán y Rompelomos. Pero no me escucha más. No atiende a razones. Aprieto los puños y me vuelvo a descansar lo que pueda antes de que amanezca y nos pongamos de nuevo en marcha.
Nada encaja. Ni la misión, ni el ritual, mucho menos la explicación que hemos recibido. Sigo dando vueltas al asunto. ¿Por qué ahora? ¿Es que no hay nadie que pueda ejecutarlo en toda la ciudad? ¿O ya lo han intentado y fracasado y nuevamente somos enviados como reses al matadero? ¿Cuál es el verdadero propósito? Las palabras del Último Inmortal me hacen desconfiar aún más. No puedo confiar en él, eso lo sé. Pero sí que puedo confiar en mi intelecto, en mi instinto. Y si ya tenía mis dudas, ahora sé con total certeza que no puedo fiarme de nadie que rinda culto al Señor del Dolor ante la nueva información que corrobora mis sospechas. ¿Qué pasará con Serpiente? Observo el cuervo que nos sobrevuela y saco mi libro donde busco la más mínima referencia. Aquí está… Khadi holló estas tierras. ¿Qué significan realmente esos monolitos? No hay nada escrito.
Pero pronto debo guardar mi libro y mis dudas. Nuevas que hallamos en el camino. Cazadores de proscritos. Por mí los mandaba a la Llanura de los Espíritus, pero se decide que viajen con nosotros y, no sólo eso, sino también que se les ayude en sus propósitos… para que así no desvelen nada. ¿El qué? Si el Señor del Dolor sabe perfectamente que hemos venido como las marionetas que somos. Guardo para mí tales pensamientos y busco incesante a Matagatos, tratando de hacer que cambie de opinión pero es inflexible.
En el transcurso del viaje hay un hallazgo: los desertores que buscan los de la Linde están en una cueva y… ¡van a ir a por ellos! Me retiro con Portaestandarte, para asegurarme que se mantiene calmado. Cada día que avanzamos está más y más sereno. Es extraño. Pero el desarrollo de los acontecimientos de esa noche vuelve a distraerme de mis pensamientos.
Me preocupa la ubicación. Tienen toda la ventaja como defensores. Pero pronto se demuestra que los duros entrenamientos, toda la exigencia que se hace a los reclutas, ahora muestra su valor. Pero mi corazón está en un puño, pensando en mi hermano, en la suerte que pueda correr. Sigo dando vueltas al mensaje que sigue rondando mi cabeza. Permanecemos alerta, pero todo se desarrolla dentro de la cueva. Finalmente, se alzan con la victoria sin tener que lamentar más que heridas superficiales que Matagatos trata con su habilidad habitual. Me sorprende y alegra que Dedos haya mostrado finalmente su pericia. Asisto a sus narraciones, sonriendo a unos y otros, sin dejar de atender a Portaestandarte. Loor parece satisfecha aunque haya tenido que regurgitar y tragarse sus antiguas opiniones sobre ella. Guepardo también ha mostrado ser un efectivo guerrero. Alzo mi mirada al cielo y extraño la compañía de mi hombre. Cuánto me hace falta su buen juicio. ¿Qué pensaría él de todo esto? Vuelvo a buscar a mi hermano, lo interpelo, intento razonar...Y como es habitual, no ha cambiado de opinión.
Con cada paso que nos acercamos al punto designado para el ritual, mi inquietud crece y las conversaciones con Matagatos suben de tono. Y, sin embargo, pese a mi insistencia, sigue empeñado en continuar: órdenes son órdenes. Pero, lo que más me duele es que me da la razón. Se ha obstinado en que es una orden de nuestro contratante transmitida por Rompelomos. Yo estoy casi segura de que es una trampa… Y el grito de Pipo me abre el camino al convencimiento pleno.
Me acerco hasta él y me indica una cueva. El instinto me llama a invocar a mis dones para ver con más claridad lo que hay dentro… y luego habría deseado no verlo. No sé lo que es pero hiede a corrupción. Sé que me está viendo, estoy en su mente…
Una aldea, pobre. Dos niños jugando… No, no juegan. Uno está destrozando al otro. Lo agrede sin piedad, se… se alimenta de su carne, de sus entrañas. Está cubierto por su sangre totalmente. No, ya no es él… ¡Es el niño caído! Me tapo la boca con ambas manos para retener el grito que tengo en mi garganta. Una y otra, y otra, y otra vez… Consume a sus víctimas y después ocupa su lugar. No soy capaz de enumerar cuánto tiempo lleva haciendo eso. Su rostro, totalmente deforme ya no es humano. Grotescamente crecido desde un lado, su cráneo es proporcional a su ojo. Y entonces, entonces lo sé. Me ve. Me ha reconocido. Me está mirando. Un frío intenso recorre mi espalda y me deja totalmente inmóvil. ¿Es éste el plan? ¿Desde cuándo saben los brujos de Chon Delor que habita aquí este ser? ¿Qué saben de Khadi? No puede ser una simple casualidad. Por primera vez en mi vida me siento capaz de odiar a alguien; es más, comienzo a hacerlo con todas mis fuerzas. Siempre me han dicho que hay que respetar los contratos, es una cuestión de honor. Un honor que el día de mañana, cuando se alce un nuevo "Señor Oscuro" o como le gusta llamarse a éste, "Señor del Dolor" no tendrá por nosotros. Sólo imaginar que, lo que sin duda son los recuerdos de esa criatura, va a pasarle a mi padre... Cierro ese pensamiento... No es tu padre... ¿Y si lo es? No, ni siquiera Yamila sería tan mezquina... ¿O sí? Un estallido de luz y tres ciudades que desaparecen engullidas, ¿qué es esto? Khadi juega con mi mente.
Pero nuevamente vuelve a mi mente la imagen de los niños y conteniendo las arcadas me dirijo a donde aguarde el resto de la Guardia de Honor. Ya no puedo más. Mareada y pálida por lo que he visto, interpelo a Matagatos por última vez:
- No podemos continuar con esto, no sé qué es, pero lo que está ahí, no debe salir. Esta tierra fue hollada por Khadi, no podemos dejar que continúe. Mira a tu padre. No es Portaestandarte, ¿cuándo lo has visto tan sereno? No es él. No pienso permitir que el ritual continúe…
Matagatos está vacilante. Por primera vez en el viaje veo una leve grieta en su convicción. Nos acercamos al resto, trata de explicarse… y estalla el caos. El Último Inmortal ha aparecido. Parece dispuesto a evitar a toda costa que se complete el ritual. Mis compañeros se defienden y son aislados por un muro de arena. Me debato entre llegar al él y tratar de sacar más información... O aprovechar mi momento. Preocupado se acerca y me confiesa sus propias dudas. Mi corazón aletea con fuerza, siento que mis sienes palpitan... Perdóname, hermano mío... Y sin ningún tipo de remordimiento, plenamente ya convencida de que no debemos continuar adelante, me lanzo a por Portaestandarte, con Noche en la mano: ni siquiera ha movido un músculo ante la presencia de su enemigo más odiado. Es como si estuviera bajo un hechizo pero... no he detectado nada mágico en él. Claro, que tampoco en los monolitos. Quizá Khadi, tramposa, me quiere hacer dudar. Pero ahora ya no dudo: debo parar el ritual.
Sin embargo, un poderoso placaje me frena y me veo tumbada en el suelo con Dedos haciendo firme presa en mí. Con serenidad, sin mostrar la alteración que me consume, le suplico que me permita continuar:
- Dedos, míralo, hay que hacer algo. Acaba de acercarse su obsesión, el ser que odia con todas sus fuerzas, y ni se ha movido. Hermana mía... está hechizado y si completamos el ritual lo perderemos para siempre. ¡Míralo!
Siento que la presa se afloja y me lanzo a terminar mi propósito cuando veo a Desastre que se me ha adelantado, manchando la túnica con su propia sangre. Lanzo un grito de euforia que pronto se convierte en uno de angustia: Portaestandarte ha despertado de su hechizo pero a costa de abalanzarse, henchido de ira, a por el K'hlata. Suelto a Noche y, sin ningún tipo de vacilación, corro hacia él y me arrojo a sus brazos.
- No lo hagas, él te ha salvado... No lo hagas, no hagas daño a nadie... No me hagas daño, papá...
Vuelco en mis palabras toda la fuerza de convicción que soy capaz, todo el anhelo de mi corazón de chiquilla asustada y abandonada, el deseo de que él sí sea mi padre verdaderamente. Sus brazos, que se habían cerrado en presa, quedan laxos y me mira por un momento, confuso. Lo abrazo con fuerza, sólo para sentir como su estado de ánimo se desploma. El Último Inmortal ha sido abatido por Loor y de Portaestandarte surgen amargas palabras:
- Volvamos. La misión, ha fracasado.