El profesor Goldhorn te condujo hasta una de las torres y al llegar a ella, os detuvisteis delante de una gárgola de piedra, grande y fea. El profesor no había pronunciado ninguna palabra durante todo el trayecto pero al deteneros, pronunció de manera alta y clara lo que sin duda era una contraseña.
-Calabazas de colores.
La gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como su fuese mecánica.
-¿Vamos? -te dijo Goldhorn.
Cuando estuvisteis en la escalera, la pared volvió a cerrarse detrás de vosotros con un golpe sordo. Subisteis más y más dando vueltas, hasta que finalmente, llegasteis a una puerta de roble con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.
Goldhorn llamó a la puerta y esta se abrió silenciosamente, permitiendoos entrar en una sala circular, grande y hermosa, con mesas que tenían sobre su superficie chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo, y las paredes cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres.
Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.
Los hombres y mujeres de los retratos se fijaron entonces en la presencia de Goldhorn y la tuya, poniéndose en pie aquellos que estaban como sentados y prestando más atención.
-Oh, vaya. Hay un profesor y un alumno. Directora, directora. Creo que alguien le busca -dijo uno de los retratos, una bruja regordeta que vestía de rosa.
Una voz le respondió desde el fondo del despacho.
-Lo sé, Dolores. Han venido porque yo se lo he pedido. Muchas gracias por traerla, Ambrose. Bienvenida, Luna. Me alegra mucho conocerte al fin.
La directora vestía de blanco y tenía una gran sonrisa, como si con ella intentase tranquilizarte.
-Supongo que te estarás preguntando qué haces aquí. Bueno, no quiero que te asustes. De hecho, es precisamente por eso que te he llamado. Supongo que sabes que tus madres hablaron conmigo sobre tu condición de licantropía y se mostraron preocupadas por los problemas que pudieras tener. Yo las tranquilicé y les dije que no habría ninguna clase de problema porque nos encargaríamos de todo, y así quería transmitírtelo a ti también. La profesora de pociones está preparando poción matalobos suficiente como para que no te falte y cuando llegue el momento, disponemos de un lugar para pases los días de luna llena tranquilamente y sin problemas. Así que será simplemente como un pequeño retiro de unos días, pero nada más.
La directora se acercó a ti y se sentó en los escalones que había delante.
-Supongo que tendrás un montón de preguntas, así que dispara.
Hicimos el camino en silencio. Yo no entendía lo que tenía que hablar la directora conmigo, porque no había hecho nada malo, que supiese, aunque por otro lado, el profesor Goldhorn sonreía mucho y me había dicho que no era nada importante.
Así que aunque no estaba tranquila, le seguí intentando contener los nervios.
Fue un alivio llegar a la torre y que las escaleras nos subieran, porque estaba bastante cansada de tantos escalones. La contraseña era extraña, como aquel lugar, pero no reparé demasiado en ella, pendiente de lo que podía esperarme en el despacho de la directora.
Cuando llegamos, me detuve más o menos en el centro, no muy lejos de la puerta, y miré a mi alrededor. Era un despacho bonito, muy espacioso, y había muchos libros y artilugios extraños.
También estaba allí el sombrero seleccionador, sin moverse, como si se encontrase hibernando. Desde luego podía hacerlo, porque ya no iban a necesitarlo más hasta el año siguiente.
La mujer con cara agria de uno de los retratos dio una especie de voz de alarma y entonces, apareció la directora, que estaba al fondo de la sala, aunque yo no la había visto.
Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.
-B-buenos días, directora –respondí, tímidamente.
La directora no dejaba de sonreírme, y el profesor también lo hacía. Yo no sabía en dónde meterme, así que agaché la cabeza.
Entonces, empezó a explicármelo todo… y por fin pude suspirar de alivio. Todo tenía que ver con mi condición. Me había estado preguntando qué es lo que harían, y ahí tenía la respuesta. Ellos parecían tenerlo todo dispuesto y estaban de lo más tranquilos. Suponía que todos los profesores lo sabían.
-Ah… pues… entonces, cuando me ponga… enferma, ¿qué hago? ¿Le pido a la profesora… la poción? –le pregunté, para intentar saber exactamente cómo tenía que actuar.
Otra cosa que no sabía era en dónde estaba ese lugar en el que podría pasar esos días.
-Y-y… ese lugar, ¿en dónde está? Cuando tenga que irme… simplemente… ¿me voy? ¿Qué le puedo decir a… mis amigos?
En casa todo era muy sencillo porque mis mamás estaban pendiente de mí y en realidad, no tenía que ocultarlo, pero allí no iba a ser lo mismo. Tenía que tomar la poción sin decírselo a nadie, y desaparecer sin explicárselo a nadie. Eso no iba a ser nada fácil, sobre todo por Ivy. Deseaba tenerlo todo atado y bien atado para cuando llegase el momento, saber exactamente cómo actuar.
No quería cometer errores.
Ellos parecían tan seguros… que me hacían sentir como si estuviese haciendo preguntas tontas, pero a mí no me lo parecía. Desde luego, se preocupaban y estaban haciendo todo lo posible por ayudarme, así que poco a poco, fui sintiéndome mucho más tranquila y también, feliz de estar allí, aunque todavía no hubiese pasado por aquello.
Claro que todo sería más fácil de poder ser sincera con Ivy, Colton, Úrsula y Michael.
-Yo… me gustaría contárselo a mis amigos. ¿Podré hacerlo? –le pregunté finalmente.
La directora no reaccionó ante tu pregunta, sino que siguió sonriendo.
-Bueno, no creo que haga falta. Ella estará pendiente. Pero si por lo que sea te encuentras mal antes de tiempo, puedes decírselo a ella, al profesor Goldhorn o a mí misma, por supuesto -te respondió.
Después, al preguntarle sobre el lugar, miró a Goldhorn y fue este quien te respondió.
-Bueno, estuvimos pensando qué lugar podía ser mejor para ti y sabemos de un lugar en el que nadie te molestará. No te preocupes, cuando llegue el momento, yo mismo te acompañaré. En cuanto a tus amigos...
Goldhorn miró a la directora y esta siguió hablando en su lugar.
-Eso dependerá solo de ti, Luna. No hay nada más poderoso que los buenos amigos y si confías plenamente en ellos, y lo son de verdad, podrán ser tu ayuda en esta situación. Pero tendrás que ser tú quien tome esa decisión.
Parecían comprender tus miedos, pero también darte la oportunidad de tomar decisiones que eran importantes para ti.
La directora se levantó del escalón.
-Bien, creo que ya lo hemos aclarado todo. Ahora toma esta nota y entrégasela a la profesora Tauris. Es para explicarle que has llegado tarde porque tenías que hablar conmigo. Cualquier problema que tengas, háblalo con el profesor Godhorn, y no te preocupes, que podrás estudiar sin dificultad. Lo único que debes hacer es ser una chica responsable y cuando llegue el momento, dejarnos que te ayudemos. ¿De acuerdo?
La directora se acercó a ti, te dio una abrazo y después se volvió hacia el profesor.
-Profesor Goldhonrn, ¿quiere acompañar a la señorita Ferlet a su clase? Estoy segura de que se sentirá ansiosa por llegar.
El profesor asintió con la cabeza.
-Por supuesto. ¿Vamos, señorita Ferlet?
Y acto seguido, os dirigisteis hacia la salida. Las clases te esperaban.