En esta noche cuando llegaste al armario de las escobas, Sora no llegó a verse contigo. No parecía que fuera a venir, algo le podría haber pasado. ¿Podría haber sido victima de tu poder? ¿O igual le ha ocurrido alguna otra cosa que hiciera algo similar a tu poder?
Sora sabía perfectamente que esa sería su última noche, sobre todo cuando comprobó en las votaciones que todos votaron a Garou. Pero yo no lo hice.- De alguna forma que desconocía, supo que alguien alteró el resultado, ¿habría sido el propio Kiyoshi? Si era así ahora por la noche haría una campaña para matarla, lo que había supuesto desde un principio, pero esperaba que el resto de inocentes reunieran dos neuronas entre todos para matar a esos dos.
Por eso, para esa “última noche”, no quería que fuera de lloros y lamentaciones. Odiaba las despedidas y ya escuchaba en su cabeza la banda sonora de NieR, melancólica de lentos acordes a medida que se acercaba al armario. Incluso había “robado” una flor, una amapola, brillante y preciosa como lo era Miu para regalársela…
Pero no encontró a nadie.
Con el corazón en un puño miró a todos lados por si se había escondido, pero el lugar era tan pequeño que prácticamente con una oteada podías observar todo el interior. No, no había ido y dudaba que fuera por voluntad propia. Cerró los ojos calmando su agitada respiración mientras pensaba que seguía viva, lo sentía en lo más hondo de su ser, porque de ser así ella también moriría desolada.
No habría entonces una despedida y, en cierta medida, lo agradeció. No sería un “adiós” sino un “hasta luego” de dos amantes, aunque reconocía que echaría de menos el olor a rosas de su cabello y el cálido tacto de su piel al estremecerse con su contacto.
Tragó saliva mientras dejaba la amapola en el suelo, una posición exacta donde nada más abrir la puerta la vería, a la par que sacaba de su bolsillo la tiza que había usado el día anterior para el pequeño croquis y dibujó.
Al principio eran líneas inconexas sin sentido hasta que fueron formando una estrella con detalles, corrigiendo con los dedos los pequeños fallos que pudiera haber para remediarlos rápidos. Cuando terminó dejó la tiza en el suelo y llevó los dedos a sus labios para dar un beso, llevando después sus dedos al centro del dibujo.
Siempre juntas.- Miró por última vez el dibujo mientras una lágrima descendía de su mejilla, girándose para salir del armario.