Partida Rol por web

Tras la aportadora y "tranquilizante" confesión de la sierra mecánica (por Sándor Buzánszky), no tardó en ser vuestro turno.

Nada más pasar por la puerta de entrada, ésta se cerró dando un pequeño portazo. Y, aunque no se vislumbraban con demasiada nitidez los decorados, entre parpadeo y parpadeo de luces, podíais contemplar un aspecto muy similar al de un hospital abandonado, en concreto: el de un manicomio.

Al principio sólo se percibía el silencio fundido con el sonido de la corriente al encenderse y apagarse. Así que os preguntasteis ¿Ése era el miedo muggle?

Con aplomo y desconcierto, caminasteis un poco. Por el momento, vuestras pupilas dieron con una camilla vacía en mitad de aquel pasillo. Tampoco es que os llamara mucho la atención (bueno, a Cliodna sí); así que seguisteis andando unos pasos más hasta dar lejanamente con una voz.

Lo que decía no se entendía, de hecho, básicamente ¿qué decía? Sonaba como si fuera una canción infantil, o una nana. Brevemente diferenciasteis frases como "alguien está siempre ahí, alguien está siempre mirándome...cuando estoy durmiendo simplemente espera y me mira de pie, en la esquina de mi cuarto, no me deja de mirar, no deja de sonreír..." Provenía de la habitación situada (sin puerta) al lado de la anterior camilla.

Todo estaba pensado para que tuvierais que pasar dentro, por lo que, sin más remedio, entrasteis y, allí estaba. Una niña peinándose la negra melena. Ella era la de la canción.

No os miró. Se limitó a reír mientras tarareaba, pero de pronto frenó su mano. Tiró el peine y se fijó en vosotros.

Su gesto era serio. Sus labios y sus ojos: negros.

Respirasteis sin saber bien qué estaba haciendo, hasta que chilló. Su boca se abrió y su cara aún parecía más tétrica, tan tétrica que se levantó para correr hacia vosotros.

Tuve que resistirme a no soltar una carcajada y negar con resignación cuando el chico de la Noria nos llamó "pareja". Oye, Dios, Destino, o como sea que te llames, ya estás un poquito insistente, ¿no? Pensé mirando hacia el cielo cubierto de nubes. Por suerte parecía que Ulfric no había captado la indirecta, quizás se hubiera sentido menos dispuesto a subir a la cabina. En un momento, la gran rueda se puso en movimiento y empezamos a subir, lentamente, de manera que pudieramos ver como la feria con sus luces se iba extendiendo a nuestros pies. -Bueno, básicamente funciona con un motor, como los coches. Sólo que es bastante más grande. Allá abajo, uno de los que trabajan en el parque se encarga de mover el panel de control, es decir, un tablero con palancas y botones donde cada uno hace algo distinto. Parar la Noria, hacer que gire, cambiar la velocidad... No es tan complicado como parece.-

Me encogí de hombros con una gran sonrisa. -Creo que es más agradable que ir en escoba, la verdad. En ese sentido nunca se me dio muy bien el arte de volar.- Admití. Lo cierto es que soy extremadamente torpe volando. -En Londres hay una noria así, una de las más grandes del mundo. Lo llaman el Ojo de Londres.  Te puedo llevar allí a verla otro día.- Sonreí con dulzura, y le di una palmadita suave sobre el dorso de su mano. -No tienes que darlas, me alegra que te estés divirtiendo.-

Tras varias vueltas a ritmo lento, vuestra cabina se paró en todo lo alto; en la mayor altura.

El aire os acariciaba. ¿Se había parado a caso hecho?

Lo de fuera te resultó sólo un aperitivo, pues por dentro todo era más tétrico. La oscuridad reinaba. Escuchaste cómo, tras correr la cortina, unas especies de cascabeles sonaron dándote la bienvenida.

Las velas naturales encendidas era lo único que daba cierta iluminación a la estancia. Apenas se podía apreciar la cantidad de artilugios antiguos y desfasados que decoraban las mismísimas paredes. Alfombras, telares sedosos y de colores volvían locos a los ojos. Pero por poco tiempo, pues allí estaba ella: Circe.

Su seguridad junto a la penetrante mirada, hacía que se hiciera respetar. De hecho, era casi hipnótica. Llevaba muchísima bisutería (y seguramente verdadera, de oro y plata) que, junto a sus anillos y sus frías manos, inquietaban.

-Hola, Anne - dijo con firmeza –siéntate y dime qué es lo que te trae por aquí –expresó sin alejar la vista de ti.

Al parecer unas cuantas cartas ya estaban echadas encima de la redonda mesa.

- Pues toca. - digo un poco ansiosa. 

No creo mucho en estas cosas, pero luego de ver que las adivinas son poderosas en nuestro mundo, tampoco es que voy a descreer. No obstante jamás olvido que hablamos de un mundo de muggles y puede que todo sea una verdadera farsa, no lo que parece. Así que contenta por ello, le doy un beso a mi novio para luego adentrarme a la tienda y así descubrir lo que hay para mi. 

Ingreso con una actitud, que claramente se disipa al conocer quien me está esperando. De repente la energía del lugar, su ambientación e incluso la actitud de la mujer, alertan mis sentidos a un punto de deslizar la varita por la manga de mi vestido por si la situación empeora. Es que inevitable es el ponerme a la defensiva, pese a que me sienta atraída como abeja a la miel por la oscuridad, como si pulsase dentro de mi esa necesidad de caos, de cobrarme cada una que he pasado. 

Y allí estoy con un pasado que lleva un nombre de peso, con un Padre que me ha torturado a base de crucio para forjar mi carácter y convertirme en lo que ahora soy. Una chica adorable por fuera, llena de dulzura, alegría y una penumbra interior que puja desde mi oscuro corazón, convirtiendo una disyuntiva existencial con la cual lidiar. Así que ante el saludo, y más aún que sepa mi nombre, alzo una ceja sorprendida. 

- Hola. ¿Cómo sabes mi nombre? - pregunto curiosa. 

Tomo asiento y sin querer miro las cartas, descubriendo lo que se refleja. 

- La curiosidad, sorpréndeme. - digo sonriendo. - Nunca he estado delante de alguien como tú. 

Anne entró en la estancia de la adivina y tú, te quedaste fuera.

Llevaste las manos hacia los bolsillos mientras mirabas al suelo. Esperabas que saliera pronto, pues realmente tenías una pequeña intriga de saber lo que ocurría y, un anhelo a estar con ella.

Sin embargo, en medio de tus pensamientos te pareció escuchar algo; provenía de la carpa que se encontraba cerca de la que tú te estabas, a la izquierda propiamente, la más cercana a la de la tarotista.

Tus ojos miraron en la dirección.

Por el sonido te recordó a alguien aruñando. Pusiste atención. Sí, sin duda, había alguien aruñando aquel polietileno.

Linus desvió un segundo la mirada hacia la carpa por la que había desaparecido Anne. Al ver que no salía se decidió a investigar. Lo único que rivalizaba con el ego del muchacho era su curiosidad.

¿Un perro abandonado? Quizás algún tarado de la feria o un ensayo para un espectáculo. Linus le daba vueltas a que podía ser, pero su curiosidad solo se vería saciada cuando lo viese con sus ojos en vez de conjeturar.

Avanzó con tranquilidad hacia el ruido, el estar en ambiente muggle le había hecho bajar un poco la guardia, pero siempre tenía la mano preparada para sacar la varita. Manías de duelistas. Sin embargo, recordó que no les dejaban hacer magia. Estúpida regla. Relajo la mano derecha y continuó avanzando.

Todo empezó con un sospechoso cierre de puerta. La débil luz del tintineo de unas pocas lámparas mostraban los amplios pasillos ennegrecidos de lo que, efectivamente, era un hospital psiquiátrico. No se oía nada salvo el zumbido de las parpadeantes luces. Caminaba con cuidado, como no queriendo hacer ruido. Sándor conocía aquel tipo de atracciones y, obviamente (quizás no tan obvio para la mayoría de los magos) eran inofensivas, pero a pesar de ello el ambiente creado era tan sórdido que inquietaba. No obstante, actuó con sigilosa teatralidad para meter a sus nuevos amigos en ambiente. 

A pesar de todo, la falta de movimiento en aquel lugar, su abandono, junto a su vetusta sordidez le hicieron inquietarse genuinamente, sobretodo cuando comenzó a sonar, en la lejanía un murmullo musical que iba en crescendo conforme se acercaban al quicio de una puerta. Paró con la mano a sus compañeros y les instó a acercarse más despacio...

Cuando llegaron al borde le la entrada, descubrieron el dormitorio de una niña de pelo lacio negro. Buzánszky paró a los demás y, en otro teatral gesto, hizo mención de silencio con el dedo en los labios. Pero la niña se dio cuenta de la presencia de los intrusos y rompió su siniestra y fría calma con un alarido terrorífico que...

- ¡CORRED, CORREEEEEEED!

- Que fascinante, Agatha, que fascinante- Decía Ulfric mientras miraba por el borde, nuevamente, y mientras indicaba al señor con los mandos, al lugar del motor, y de pronto, se paró a mirar a Agatha. - De verdad, me encantan tus explicaciones. Y desde luego, podemos ir al Ojo de Londres, si es que te apetece ir conmigo. Además, podría ser parte de nuestro viaje a Escocia, si lo quisieras mantener. Yo debo ir, de todos modos. - En cualquier caso, Ulfric le sonrió de nuevo, diciéndole: - Luego allí en Escocia te llevaría si quieres a volar con escoba. Algún paseo sencillo, tengo que entrenar algo, de todos modos. Se de un paseo sin peligro y con bonitas vistas en las Highlands escocesas. Merecería la pena. Podríamos aparecernos, pero pierde parte del encanto.  

De pronto, se dio cuenta de que la cabina se había parado, y sin aviso. No sabía si era normal, así que le preguntó a Agatha: Oye, las norias se supone que están girando, ¿no? Vale, ya se que se paran, por ejemplo para que subamos, pero, ahora, ¿no lleva parada un rato más largo que ese? ¿Se ha parado por algún problema o es una costumbre? - La cara del profesor expresaba interés, al ser su primera vez en una noria, y no sabía nada de cómo funcionaban. En cualquier caso, dijo: - Estando aquí los dos, sólo se puede decir que las vistas que hay son excelentes, todo lo que se puede ver es espectacular. - Dijo, sonriendo a la profesora. 

-Me lo ha dicho Jaden- contestó finalmente Circe con una fría y divertida sonrisa –ahora mismo me está contando muchas cosas sobre ti, Annelie Grindelwald- tras comentarte esto prosiguió –insiste mucho en que sepas que te quiso y que no se arrepiente de nada de lo que pasó entre los dos.

Elegantemente recogió las cartas que había echadas y dio dos toques con el mazo encima de la mesa. Impidiéndote así el poder ver (o al menos el llegar a descifrar) qué era lo que había en ellas.

Seguidamente, volvió a fijarse en tus pupilas y te puso toda la baraja (por su reverso) frente a ti, dispuesta a sacar la primera si estabas lista o se lo pedías.

Y, con sutileza, ladeó ligeramente su rostro hacia la derecha. Como si lograra descifrar sólo mirándote algo más.

-Veo mucha oscuridad alrededor de ti, Anne. La tristeza de tus ojos no se oculta con el simple olvido, ¿verdad? Dime ¿estás segura de que deseas continuar?

Te acercaste para ver qué era lo que pasaba dentro de aquella carpa. La escasa iluminación no ayudaba, pero por entre los reflejos de las velas descubriste el cabello de Annelie.  Simplemente lo reconocerías en cualquier lugar.

Estaba de espaldas a ti.

Y, lentamente se empezó a girar. Momento en el cual rápidamente comprendiste que algo en su gesto no iba bien. Ella no podía dejar de mirar hacia el suelo.

–No te quiero Linus, no quiero seguir contigo. Debemos dejar esto aquí. Se ha acabado.

Para Randall, era la primera vez que asistía a una casa del terror muggle, por lo que no sabía qué encontraría allí.

El portazo a sus espaldas hizo que el joven mago se girase de inmediato y estuvo tentado de tomar su varita, pero estando acompañados de un auror y recordando que McGonagall había indicado que no harían nada de magia, prefirió no llevarle la contraria a los adultos. Aunque no veía lo que tenía ante sí con demasiada nitidez debido al parpadeo de las luces, Randall pensó que aquello se parecía demasiado a un hospital abandonado.

-Es como San Mungo, pero más tétrico... -dijo, recordando la institución psiquiátrica en la que había estado ingresada su amiga Daphne Rowle años atrás.

Al escuchar aquella siniestra cancioncilla infantil y divisar a la niña que se peinaba la larga melena negra, Randall pensó que sería una chiquilla de la feria que se había perdido. No obstante, cuando se fijó en sus labios y ojos y advirtió que eran negros, el muchacho dejó escapar un grito de miedo y sorpresa y, al ver cómo el rostro de la niña se volvía más tétrico, no lo dudó ni un segundo y echó a correr a toda prisa en la dirección contraria.

-¡Vamos, Cliodna! -gritó, asustado, tomando la mano de la Hufflepuff para que ella también se marchara-. ¡Corre!

Randall no sabía qué era lo que acababan de ver, pero desde luego nunca antes había contemplado una criatura mágica como aquella niña, si es que era eso lo que era. ¿O tal vez se trataba de un espíritu como los que habitaban en Hogwarts?

Ante la mención de su ex novio, algo en mi se paralizó, tanto que he quedado un poco alucinando por ello sin poder siquiera reaccionar en los primeros minutos. Imagino que mi rostro es un poema ahora mismo, pero intento recuperar la postura, pensar que esto no puede ser cierto. 

- ¿Jaden? - pregunto nerviosa. - ¿Qué cosas te puede contar de mi? 

Ya lo otro me colapsa, tanto que de mis ojos brotan lágrimas. Era el amor de mi vida, con quien había construído miles de sueños y de un día para el otro me los derrumbó. La verdad es que no sé cómo lidiar con él, considerando que pese a todo, sigue caminando, estoy con Linus. 

Lo demás que dice, vuelve a golpear mi interior y asiento. 

- Quiero continuar, sigue. - digo decidida. 

Y mientras devuelvo la varita hacia el lugar en donde estaba, bajo la mirada para contener mis lágrimas, para no demostrar vulnerabilidad ante la mujer. No obstante sigo ahí, quiero saberlo todo pese a que en mi vida la oscuridad sea una constante, incluso cuando no fue algo que quise optar en primer instancia. 

Linus entrecerró los ojos para adaptarlos a la oscuridad y entrever lo que había en aquella carpa. Reconoció a la persona que estaba de espaldas.

-¿Anne? ¿Ya has acabado…?- Había algo que no le acababa de encajar de aquella escena. ¿Por qué no había salido a buscarle?

El muchacho espero expectante mientras ella se daba la vuelta. Había algo diferente en ella. Sus siguientes palabras se lo confirmaron. El rostro del muchacho perdió el color pero su expresión apenas mostraba nada. Su interior, sin embargo, era un huracán.

-Pero… Anne-¿Así sin más?- ¿Ha pasado algo ahí dentro?- Pronunció cada palabra con suprema dificultad, se le había secado la boca. Su corazón se saltó un latido esperando a la respuesta de la chica.

Sentí mis mejillas ruborizarse cuando Ulfric elogió mis explicaciones. -No exageres.- Dije riendo, mirando al otro lado de la ventana el paisaje a nuestros pies, en parte para que no me viera enrojecer. No lo miré directamente mientras hablaba, sino que me fijé en su reflejo en el cristal. El viaje a Escocia, aquella invitación con lo que me había sorprendido al poco de conocernos, había quedado aparcado en algún lugar de mi mente luego de nuestra discusión, por lo que había dejado de darle vueltas al asunto hasta este momento en que volvía a mencionarlo. -Bueno, si tu debes ir, y puesto que ya me has invitado, tendré que aceptar de nuevo, ¿no?- Dije, girándome para mirarlo una vez más.

Fue cuando mencionó lo del tiempo que tenía la cabina detenida en ese punto. -Ehm... Bueno, a veces algunas de estas atracciones se detienen un poco más de lo normal.- Dije, no muy segura de mis palabras. Me asomé de nuevo hacia abajo, intentando ver si estaban haciendo alguna señal que les indicara que no se preocuparan. -De momento vamos a esperar.- No me pasó desapercibido el hecho de que me estuviera mirando al decir las últimas palabras, aunque no sabía si con dobles intenciones. Carraspeé. -Bueno, me alegra que te estés divirtiendo.- Admití con una sonrisa.

El comentario de Sándor me impactó. Los muggles eran raros si sufrían por puro gusto. Pero bueno, más raro era que hubiéramos querido entrar.

Inconscientemente empecé a enredar el rabito del peluche en mi dedo. Estaba nerviosa, no quería imaginarme el no volver a ver a mi madre. Millones de canciones tristes como el “goodbye my lover”  de James Blunt, pasaban por mi mente. Hasta que el portazo puso mi música mental en stop de pronto. No había vuelta atrás, el tintineo de las luces me aceleró.

Casi salía humo de las vueltas que daba mi mano sobre el muñeco.

Anduve un poco y contemplé los decorados. Me fijé en todo. Me tensionaba todo.

Así que, cuando la voz tenebrosa llegó hacia mis más que activados sentidos, no pude hacer otra cosa más que abrazar mi juguete. Sierras no, sierras no, que sea una acromántula, por favor.

Mamá, te quiero, volví a pensar.

Y, con la mirada de la niña puesta en cada uno de nosotros, me quedé parada, sin emitir sonido alguno. Como mareada, hasta que sentí la mano de Randall. Ahí fue cuando corrí junto a él, pero siempre detrás del auror, que parecía estar corriendo una maratón.

Corristeis en la dirección correcta.

Sándor, en su labor de auror: no os protegió. Pero se podía decir que iba en cabeza para la carrera. Era un sálvese quien pueda.

Por unos momentos las escenas y decorados perdieron la gracia pues ni los "saboreasteis". Pero cuando parasteis un poco al notar que la niña siniestra no os perseguía, sentisteis que algo nuevo venía. Alrededor vuestra se encontraban muchas puertas abiertas y, cada una, daba a habitaciones de “pacientes”.

Escuchasteis golpes. Pues, dentro de una de ellas, un “hombre” se abalanzaba contra la pared, abriéndose el cráneo. Estaba sangrando.

Más adelante, como en una jaula, volvisteis a ver gente. Estaban deformes. Todos tenían anormalidades. De repente, una especie de mujer con pelo largo y cano estiró la mano (a la cual le faltaban varios dedos y presentaba bultitos con sarpullidos) llegando a rozar el brazo de Sándor (por ir el primero en la expedición).

Pero nada fue tan problemático como llegar a la última parte del espectáculo: el cirujano, que llevaba una especie de bozal abrochado en su cara.

Le mirasteis. Vuestra respiración estaba entrecortada. Cliodna, seguramente en coma.

Y, como era de esperar, el médico dejó lo que hacía. Se rió. Sacando su moto sierra –venid- decía –no pasará nada –(decía).

Ulfric se sonrió cuando ella aceptó, nuevamente, la invitación a Escocia. Tenía sus dudas de que dijera que si de nuevo, la verdad, ya que había sido una especia de locura por parte de los dos cuando él lo propuso, y ella aceptó, pero ahora ciertamente se alegraba sobremanera. - Ya sabes que no debes sentirte obligada. No me molestaría si dijeras que no por lo que pasó, no es ningún compromiso. Pero vamos, Edimburgo se vería honrada con tu presencia.- Luego de aquello, tendría que trabajar en su investigación, pero la buena compañía se agradecía siempre. 

- Oye, Agatha, creo que no te lo he preguntado, pero, ¿cómo es la diferencia entre los no-mag de aquí y los de tu país? ¿Hay mucha? - Como habían hablado de las ferias en América, se le había despertado esa duda, así que se la justificó: - Es que, claro, a veces a los magos nos parece que todos los muggles, perdón, no-mag, son iguales, pero seguro que tienen que tener diferencias interesantes. 

Luego comentaron brevemente acerca del funcionamiento de la noria, y de que era normal que se detuviesen, aunque no se le escapó la mirada que Agatha lanzó a ver si decían desde abajo que había algún problema. De todos modos, él esperaba que no. Lo estaba pasando bien, y aprendiendo bastantes cosas sobre los no-mag. - Me sigue pareciendo todo bien curioso, asombroso quizás. ¿Y esta música de la noria? Es encantadora. Me agrada todo. - La verdad, volvía a sentir comodidad con Agatha, y se le quitó esa sensación de tensión fruto del encontronazo de unos días atrás. Aunque, por supuesto, eso no quitaba que aquello tuviera que ser perdonado aún. 

¿Qué cosas te puede contar de mi? 

No dejaba de mirarte, como si le gustase entender el dilema de los corazones –cierra los ojos- te pidió eludiendo la anterior pregunta.

Te generó interrogantes. No sabías qué era lo que pensaba hacer, pero algo te decía por dentro que debías hacerle caso. Así que, acto seguido y poniendo tus manos encima de la tan decorada mesa, dejaste descansar la vista.

Los párpados se bajaron. Al principio apretando, aunque luego, descansando.

-¿Qué ves?- preguntó sin cambiar ninguna modulación en su segura voz -¿hay algo en mitad de todo lo negro que tienes enfrente?

Terminó diciendo mientras su fría mano, sin esperártelo, se topó con tus dedos.

Dejaste unos segundos. Pero no, lo que había era oscuridad. Una luz apagada quizás, un cuarto opaco donde no diferenciabas nada. Sin embargo, cuando estabas punto de desistir, de repente: lo viste. Su cara, su sonrisa unida a la brisa, el pelo al viento, su imagen besándote en la frente. Parecía enteramente que, pese a que tus ojos no veían nada, su piel te tocaba.

-Tiene miedo, murió por ti- continuó diciendo Circe secundariamente, pues las manos que te rozaban ahora te resultaban más calientes, como las de Jaden.

-Él te protege y…-similar a un breve pausa, elevó sus dedos hasta tu mejilla –se alegra por que hayas encontrado el amor- tras una caricia que logró estremecerte, volviste a centrar tus sensaciones en las yemas de los dedos, que, sin saberlo muy bien, pasaron a apretarte con ligereza.

-Quiere que tengas cuidado, hay algo que te acecha. Tus sospechas son ciertas. No quiere que sigas por el camino de la venganza- expresó y te soltó.

Frío ante su ausencia. Dejaste de notar su calor. 

-Crucio- esta palabra retumbó por tus oídos. Volviste a ver una infausta soledad. Lo mismo el crujir de la varita seguía siendo demasiado intenso o puede que fuera el volver a poner los pies en la desdichada tierra. No lo tenías demasiado claro, pero finalmente acabaste abriendo los ojos y, delante de ti lo viste. Circe había sacado una carta.

La del diablo.