Randall no se mostró especialmente sorprendido de saber que figuraba en la lista de Edward Grindelwald de personas que merecían ser asesinadas durante la prueba. Al fin y al cabo, Grindelwald había dejado caer a Annelie que debía asesinar a Randall para ser una digna heredera Grindelwald. La gran sorpresa, sin embargo, fue conocer los motivos por los que Edward Grindelwald le quería muerto.

Mestizo. Tiempo atrás, habría temido que le relacionaran con esa palabra. Desde hacía tiempo había sentido el miedo ante la posibilidad de no ser un sangre pura. Y ahora, sin embargo, Cliodna le revelaba que Edward Grindelwald sabía que era un mestizo. ¿Sería verdad o solo una sospecha por parte del padre de Grindelwald?

-Creo... creo que es verdad, Cliodna... Creo que puedo ser un mestizo... -dijo Randll, en tono nervioso. ¿Cuántos más lo sabrían? ¿También la directora Minerva? ¿Harry Potter? ¿Los mortífagos? Esbozó una leve sonrisa mientras miraba a Cliodna-. No voy a enfadarme -le dijo, en tono tranquilo-. Comprendo que era una decisión difícil de tomar sobre cuándo contármelo y un tema complicado y no sabías cuál iba a ser mi reacción...

Lestrange suspiró, agachando la cabeza mientras pensaba en la próxima conversación que tendría con su madre. O si era posible que su padre también estuviera al tanto de ello. Escuchó a Cliodna indicando que estaba dispuesta a dejar que mirara en sus recuerdos para mirar ese recuerdo por sí mismo.

-Yo... No me gustaría entrar en tu mente y que pudieras sentirte incómoda. Son... tus recuerdos, Cliodna. No me gustaría entrar en ellos como si fuera un espía -reconoció, dubitativo-. Pero si estás segura, lo haré. Reconozco que ahora que me lo has contado es algo que necesito ver por mí mismo. ¿Preparada? -le preguntó, sacando la varita. Si la Hufflepuff estaba lista, el joven Lestrange se dispondría a examinar los recuerdos de aquella trágica noche-. ¡Legeremens!

- No creo que se ofendiera, es un chico muy comprensivo - añadió el húngaro.

Circe rechazó la oferta de Buzánszky, amén de menospreciarla.

- Quizás en un taller mecánico - concedió el magiar - pero no en el mundo mágico, en donde casi nadie fuma. Es de gente exclusiva como yo... -  disintió, sabiendo de antemano que no le iba a convencer pero no había ninguna razón para no ser insistente.

- Podría conseguirle una pipa pero eso sería de viejos. A usted le pegarían más los cigarrillos...

Cambiando de tercio, Circe comenzó a explicarse y Buzánszky dio una profunda calada saboreando, casi masticando, el humo. 

- Depende de lo compatible que sea con mi trabajo. Pero veamos a sus adorables animalitos...

Se abstuvo de dar una respuesta clara pues, dependiendo del tipo de engendro que tuviese que cuidar, compatibilizaría o no con su trabajo.

Divertida al ver que mi amigo abandona el Gran Salón junto a Cliodna, se merecían aquel instante juntos y deseo de corazón que sean muy felices. Sin tormentas, aprendiendo juntos y que la vida misma les permita fluir tanto como ha sido lo de Linus conmigo. Es increíble que aquel chico rubio, soberbio, astuto y perdido por otra chica, fuera terminar justo conmigo que era su mejor amiga y a diferencia de Lauren totalmente diferente. Pero el amor es así, tiene sus vueltas y sus sorpresas a la vuelta de la esquina. Y tanto, que tanto a Avery como a mi nos bastó un solo beso para descubrir que las puertas de nuestro corazón estaba abierta para el otro. 

—A besarse, tú lo sabes mejor que nadie pillín—digo divertida y le muerdo la nariz—. Nosotros hemos pasado esa etapa, que curioso porque recuerdo la Torre de Astronomía, el baile... El lío que implicó estar juntos y míranos ahora, juntos para siempre. 

«Y cerca de ser padres...»

Pero aquello sí que no lo digo, sólo está en mi mente y mientras mi novio me propone hacer algo, lo abrazo con más fuerza y ya con mi rostro muy cerquita del suyo susurro sobre sus labios:

—¿Amarnos? Creo que es el mejor plan y ya sabes que no hablo en el sentido literal de la palabra—y lo dejo caer porque sé que Linus lo aceptará y ante aquel beso que correspondo, viene esa confesión que amo escuchar—. Y yo a ti, te quiero. 

No hay más palabras, solo un gesto travieso que se traduce a separarse para juntar nuestras manos mientras nos despedimos de los que se van cruzando en el camino. Lo deseaba, quiero olvidar todas esas nubes que ahora me persiguen y realmente dejar atrás todo lo sucedido. Por ello es que nos perdemos en la inmensidad del castillo, en el calor de las sábanas, en las confesiones ahogadas que dicen tanto de lo que al corazón le cuesta decir de otras maneras. Seremos amantes, amigos, esposos, novios, todo en aquel instante. 

Felices, para siempre. 

Cliodna tomó aire y cerró los ojos, para que tú, al instante, pudieras entrar en mitad de sus recuerdos.

Antes de encontrar el que buscabas, te topaste fugazmente con algunas imágenes felices y otras más tristes. La sonrisa de Cliodna de pequeña en medio de una bonita pradera resonó por tu cabeza, junto con otra angustiada y ansiosa. Ambas te parecieron una especie de ying y yang sobre su personalidad.

Sin embargo aquello quedó en un segundo plano, pues un par de segundos después, el legeremens te situó en la noche del torneo.

Tal y como había comentado la Hufflepuff, ella se encontraba delante del suceso. Varios aurores, entre ellos Robert, se encargaban de alejar por completo el peligro de las acromántulas. Mientras otros, como Brendan, registraban la zona. Y Harry Potter junto a Minerva, trataban de reconocer los cuerpos con temor y angustia en sus gestos.

-Por favor, mire aquí, señor Potter- dijo McGonagall preocupada, encontrando ciertas marcas tapadas bajo la vestimenta en el cuerpo de Edward Grindelwald.

-¿No creerá que puede tratarse de un Horrocrux, verdad directora?- preguntó Harry.

Pero la cosa no quedó ahí, si no que de un bolsillo descubrió un pequeño papel. O más bien una nota que seguramente había enseñado a alguien antes de morir.

En ella pudiste ver los nombres de Cliodna, junto a la palabra "traidora". El de Altair, exactamente igual. El de Linus con una pequeña referencia hacia Annelie y, el tuyo, con aquel indudable "mestizo".

Aquí Minerva endureció aún más su semblante -Lo saben. Me temo que lo saben...- referenció -Conocen los secretos de los alumnos. Y muy posiblemente ya lo sepan los licántropos. Si eso es así tendremos que tener cuidado y acabar esta misma noche con el problema - comentó en un tono bajo -Lo que no entiendo es ¿Cómo han descubierto el vínculo de su madre con el hombre del Ministerio?- aquí McGonagall se fijó en Cliodna.

-Bueno, llévensela ya. Hacia San Mungo. 

Y tras estas palabras comenzaste a salir del Legeremens.

Una vez te llevó hacia donde tenía simplemente una pequeña muestra (correctamente enjaulada) de sus criaturas, es decir, aquellas que les habían "requerido para las pruebas". Se volvió a girar hacia ti.

-¿Entonces qué tiene pensado, Buzánszky?- preguntó Circe, mientras podías ver un mueble en el que intuías que estaban los Boggarts que tantos quebraderos de cabeza dieron en la primera prueba del laberinto.

-¿Querrá encargarse conmigo de ellos?- básicamente su propuesta afianzaba una posible amistad. O al menos una tregua.

Si es que eso era posible entre el asesor y ella.

Buzánszky se acercó al arcón en donde estaban aquellas extrañas y peligrosas criaturas y se agachó, apoyándose sobre sus rodillas con el cigarrillo humeando en sus labios.

- Podré hacerlo, aunque tendrá que enseñarme cómo. No estoy muy familiarizado con el cuidado de boggarts, la verdad - dijo, sin quitar ojo del arcón.

La verdad es que se sintió un poco decepcionado. Los boggarts le parecían criaturas desagradables y un tanto odiosas por lo que representaban. Por suerte para él, sus miedos eran tan escasos y abstractos que no podían tomar una forma. Se preguntó a qué temería Circe. Seguramente el boggart se le aparecería en forma de adolescente, con gabardina y zapatos de claqué.

- ¿Dónde los tendrá? ¿Guardados? ¿Y en qué me podrán ayudar estos simpáticos bichos?

- ¿Dónde los tendrá? ¿Guardados? ¿Y en qué me podrán ayudar estos simpáticos bichos?

-Guardados en sus cofres, por supuesto -le contestó la nigromante cuando Buzánszky confesó poder ayudarle en el cuidado de sus criaturas, fuera del castillo.

-Tenerlos cerca suya es una ventaja para ahuyentar a cualquiera que pretenda dañarle. Los miedos más internos y...oscuros, asustan tanto a muggles como a los propios magos -dijo instándole a salir de la habitación para poder hablar durante un distendido rato esa noche. Pues debían concretar ciertos aspectos, y entre ellos el ponerse de acuerdo.

Ya que el futuro estaba tan conectado al presente, como el mismísimo pasado. Y con el nuevo alba, nuevos retos florecerían, además de una nueva etapa.

- ¿Y te obedecen? - preguntó con curiosidad e interés mientras salían de la habitación.

Quizás fuera porque las circunstancias habían cambiado y ahora la conocía mejor, que intuía que su relación con Circe estaba cambiando ¿o sólo cambiaba su propia percepción? ¿podría fiarse realmente de ella? ¿se había convertido en la nueva Snape? 

Sea como fuere, y pese a que muchas veces habían dado señales de algo cercano al odio, o al desprecio, el uno al otro, terminaban orbitando entre ellos. Pese a que parecían completamente opuestos en sus valores y visión, ambos eran personajes solitarios, misteriosos y un tanto egocéntricos que no siempre eran comprendidos por los demás.  

No, no la odiaba y nunca la había llegado a odiar. 

Y pasearon por los pasillos de Hogwarts y sus exteriores poniéndose de acuerdo de cara al incierto futuro que, al menos Buzánszky, esperaba fuera trepidante pero no tan peligroso. Y sin pirómanos.  

El recuerdo era tal y como Cliodna había indicado. Randall sabía que la chica no le mentiría, no en algo tan serio como era el hecho de que pudiera ser un mestizo, aunque el Slytherin había tenido que comprobarlo por sí mismo, pensando que tal vez se tratase de un error por parte de McGonagall y Potter o que Edward Grindelwald le quisiera muerto por otras cuestiones. Sin embargo, ahora que podía observar el recuerdo, sabía que el motivo por el que Grindelwald quería que muriera era porque no era un sangre limpia.

-Mestizo... -murmuró, apesadumbrado, como si aquella palabra se le clavara en lo más hondo del corazón.

Minerva había mencionado que su madre tenía un vínculo con un hombre del Ministerio de Magia. Su madre debía de haber tenido una aventura con algún mago hijo de muggles del Ministerio, lo cual hacía que la única sangre pura que hubiera en él fuera la de los Avery. Pensó en que tendría que hablar con su madre en cuanto regresara a la Mansión Lestrange, y sobre todo averiguar quién era su padre biológico.

-Mestizo... -murmuró de nuevo, aunque esta vez miraba hacia Cliodna, un tanto confuso.

Hacía un año atrás, probablemente aquel fuera el peor insulto que alguien pudiera dirigirle. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que el hecho de que a todas luces era lo que siempre había considerado como un "sangre sucia" no le afectaba en lo más mínimo. ¿De verdad eran los mestizos el problema del mundo mágico? No, a día de hoy estaba seguro de que no. La preocupación por la pureza de sangre, el odio hacia el diferente, creer que unos magos eran ciudadanos de primera categoría solo por estar vinculados a una familia mágica importante... Aquel era el verdadero problema del mundo mágico. Lestrange sabía que el hecho de que su padre pudiera ser hijo de muggles no cambiaba quien era él.

-Gracias -le dijo a Cliodna, con algunas lágrimas brotando de sus ojos. El muchacho le dio un fuerte abrazo a Black, acariciando su cabello mientras enterraba la cabeza en el hombro de la chica-. Gracias por mostrármelo...

Sin ninguna clase de oposición, había dejado que Randall indagara por él mismo ese recuerdo, accediendo por completo a mi mente. Ya que lo consideré necesario, tanto para su tranquilidad, como para la mía. Pese a que estar sosegada mentalmente, no fuera lo mío.

Volviendo a abrir los ojos, preocupada por la reacción del Slytherin, enmudecí imaginando su dolor. Un dolor reflejado con aquellos murmullos y en sus ojos.

No debía ser nada fácil entender que tus bases ideológicas o, que tu padre, finalmente no fuera tu padre.

Quieta, casi captando lo que sentía, dejé que se acurrucara sobre mi hombro, para después apoyar con timidez y nerviosismo las yemas de mis dedos encima de sus hombros –Tú…eres Randall. Eso… seguirá intacto- dije intentando acariciar, aunque con lentitud (por creerme todavía un poco culpable al haber esperado hasta ese momento) su espalda.

-Y sólo eso es lo que…importa- no me gustaba verle mal. ¿Lo habría hecho bien? ¿Era aquello lo correcto? Cliodna, no te calles, que está llorando. ¿A ti te gustaría eso en tu graduación?

-Yo…- estaba agradecida de que no me odiase. Debía decirlo. Quizás no con esas palabras, pero sí algo positivo- estaré contigo. No estás solo- susurré –Gracias a ti…por ser así.

Pues, fuera como fuese, a partir de esa noche, supe que haría lo que pudiese por verle bien.

Tras la noche de la graduación, se produjo el ansiado cambio. 

Una marea de alumnos pasaba por los pasillos con gigantescas maletas. Algunos en grupos, hablando, contando anécdotas, mientras que otros se despedían llenos de amargura y derramando tristes lágrimas.

Aquella etapa finalizaba para dar comienzo a algo nuevo. Y puede que incierto. Las sorpresas seguirían a la vuelta de la esquina.

Otros chicos pasarían por lo que había sido vuestra casa durante años. Con distintas vidas, historias y ganas de disfrutar de la magia.

Sin duda el periodo en Hogwarts había sido intenso. Y su final, no podía ser mejor que aquel con el que ni os habíais podido imaginar empezar. Ya que los sueños se cumplen, y los días, los meses, habían volado por delante vuestra dejándoos el dulce sabor de unos recuerdos cargados de imágenes que no olvidaríais posiblemente... nunca.

Fin