La entrevista con el señor embajador de los Estados Unidos de América fue mucho peor. Menez y Moore salieron con la sensación de que les había tomado por locos. Quizá locos inofensivos. Quizá pensara que no habían asesinado a sus compañeros pero, de seguro, no había creído ni una palabra de lo que le decían.
Oh, era un hombre joven, de mirada penetrante. Seguro, un gran experto en temas monetarios y comerciales. Bueno en logística, en táctica, incluso en temas militares.
Ya había perdido el interés al final de la entrevista.
Sin duda, sin duda, pueden permitir al asociado de mi colega británico acceder a su barco, para que examine las pruebas de la muerte de... ¿Par del Reino, era? Mandaré a una persona para que esté presente, si la aceptan y, no lo duden, podrán salir de Panamá en cuanto lo deseen. No pierdan cuidado.
Tirada oculta
Motivo: embajador estadounidense, psicología
Tirada: 1d100
Dificultad: 88-
Resultado: 5 (Exito)
Tirada oculta
Motivo: Menez, persuasión
Tirada: 1d100
Dificultad: 24-
Resultado: 73 (Fracaso)
Tirada oculta
Motivo: Moore, persuasión
Tirada: 1d100
Dificultad: 55-
Resultado: 79 (Fracaso)
El viaje institucional de Menez y Moore continuó ese día ajetreado en la embajada de los Estados Unidos, donde mantuvieron una larga entrevista con su titular.
Ambos salieron de ahí cansados y asqueados del tráfago social. Aquella misma noche hubo una recepción en dicha embajada, donde todo el mundo pudo beber, comer, conversar y, en general, conocer gente interesante.
Se alternaban los tonos y las intervenciones tristes y solemnes con los discursos esperanzadores sobre lo que la expedición traía para la ciencia.
El día en que debía partir la expedición, un tipo trajeado y con bigotito visitó el barco. Le fue permitido el acceso a la nevera del barco y a los laboratorios. Menez y Moore le acompañaron en todo momento. Salió con una carpeta bastante abultada, y se supo que hubo que sacar bastantes copias de los negativos que tenía la expedición.
El atribulado Peabody se quitaba, como suele decirse, de enmedio. No asistió a prácticamente ningún acto, ni siquiera a la fastuosa cena en la embajada; eso si, aún estaba a disposición de Menez para lo que gustara mandar, que últimamente en honor a la verdad era más bien poco debido a la ajetreadísima agenda de la periodista. Las calabazas de O´Connel parecían haberle afectado con más fuerza que la visión de los abismos infernales que había tenido tan cerca, y se le notaba desanimado, aunque más lúcido que en tiempos recientes; haber sobrevivido había influido positivamente, sino en su ánimo, sí al menos en su estabilidad mental.
Se puso a tiro, sin embargo, cuando aquel sujeto de aspecto almibarado y al que al parecer alguien le había concedido carta blanca, se puso a inspeccionarlo todo. Estaba dispuesto a colaborar en lo necesario, y tenía desde luego cierto interés personal en saber qué era lo que aquel extraño iba a llevarse consigo, qué información transmitiría a quien fuera que estuviera por encima - siempre hay alguien por encima - y qué uso se haría de la misma. No era difícil imaginar, por ejemplo, terribles aplicaciones militares para un ser como el que había adoptado la forma de rata, tan recientemente, y que tan dolorosamente habían conseguido derrotar.
De la embajada Inglesa, gracias que la relación con ellos resultó fluída, conseguiste numerosas facilidades (o, al menos, muchas promesas), para encontrar a la madre de Nandan. Iban a ser unas gestiones muy complicadas y, quizá, caras, pero era un principio.
Con respecto a tu búsqueda del apoyo de alguna publicación, recibiste, por fin, un telegrama de Science prometiendo enviar a un colaborador para, por un lado, examinar qué material de apoyo traía tu posible historia. Por otro, y si el trabajo resultaba del interés de la revista, para negociar su publicación. La cita sería en Nueva York.
Tirada oculta
Motivo: crédito menez
Tirada: 1d100
Dificultad: 54-
Resultado: 3 (Exito)
Ojerosa y arrugada como una pasa. No podía culpar de todo ello a Moore pero había pensado que, al regresar él, ella podría descargarse de algo del duro trabajo al que la tenían sometida.
- Tendremos que hablar de mi nueva remuneración por las nuevas responsabilidades adquiridas desde que se tomara su "descanso", Sr. Moore.- Era una mujer madura y soltera y tenía que mirar por ella y su bienestar futuro. No era normal que cambiaran las condiciones de su contrato y no el sueldo en la misma proporción.
Las gestiones con las publicaciones comenzaban a dar sus frutos aunque Menez dudaba de lo lejos que pudieran llegar en todo esto. Una vez los gobiernos habían metido sus naricen a través de sus respectivos embajadores la censura estaría pronta a llegar. A Menez no le preocupaba demasiado pues sabía cómo esquivar las prohibiciones. No tenía que publicarlo todo ahora, tan recientemente, sino que debía dejar calmarse todo durante un buen tiempo, incluso años, en los que pudiera hacerse con una buena parte de la documentación y ordenar toda la información obtenida.
¿Remuneración? Oh, claro. Podemos negociar, ciertamente. Yo diría que hay que computar la participación de James para protegernos, dado que saldrán herederos, estoy casi seguro, ¿verdad? Pero, una vez aclarado ese aspecto, lo apropiado, más que una remuneración, será una participación en los beneficios del, digamos ¿cinco por ciento? ¿Le parece bien?
Disculpa la tardanza, está costando poner a funcionar la partida del Amo del Mondo :)
Pero el dinero parecía un tema menor, cuando se estaba acercando el final del viaje.
¡Nueva York! ¡Nueva York!
¿Lo vivido en la Antártida había impresionado a los expedicionarios? ¡Nada comparado con la histeria con que fueron recibidos de vuelta al hogar! Oh, si, habían visitado una ciudad que, en sus mejores tiempos, ocupaba un espacio al menos igual a todo el estado de Nueva York. Pero estaba muerta. Y lo que vivía en ella eran restos lastimosos y peligrosos de una civilización desaparecida. Pero Nueva York vivía intensamente cada instante. La crisis económica no hacía sino acrecentar la histeria: cada momento fuera de las preocupaciones de la vida corriente era deseable para cada persona que luchaba por la existencia en la ciudad de los rascacielos, y los políticos lo sabían, así que aprovechaban alegremente cualquier recurso que pudieran arañar para potenciar, elevar, encumbrar o, ciertamente, hundir, denostar, despreciar a cualquiera que hubiera participado de la aventura y diera la más mínima oportunidad a las masas de dar su opinión.
El Gabrielle atracó en Nueva York rodeado de cientos de pequeñas embarcaciones llenas de curiosos. Las lanchas de los bomberos hicieron sonar sus sirenas y lanzaban agua por los aires, las iglesias hacían doblar las campanas, los vehículos sus claxon, las fábricas y todos los barcos presentes, sus sirenas; todas las luces estaban encendidas; una enorme cantidad de espectadores aguardaba en el malecón cuando la expedición llegó por fin al embarcadero.
La noticia de que se habían tenido contactos con restos de una civilización prehumana ya corrían como la pólvora, quién sabe quién la habría hecho rodar.
El alcalde de Nueva York, y los presidentes de varios Bancos estaban ahí para recibir a los héroes. Hubo discursos, desfiles, cenas de homenaje y tres impresionantes servicios religiosos en homenaje a los fallecidos. Los buzones rebosaban cartas y telegramas de felicitación y condolencia, de manera que hubo que contratar a toda una oficina para separar el grano de la paja. Cartas de políticos y congresistas importantes, anuncios de ceremonias de entrega de las llaves de la ciudad, ciudadano ejemplar, doctor honoris causa y cien más de cualquier institución que deseara pegar la hebra, por sacar algo de notoriedad y, algunas de estas, claramente sinceras y emocionadas.
Propuestas de contratos para hacer películas, sanciones, giras, exposiciones, todo con tal de hacer llegar las muchas historias vividas al gran público.
La película de Acacia Lexington, al principio, por la expectación creada, amenazaba con superar con sus posibles ganancias cualquier otro ingreso de la playgirl, aunque todo el mundo ignoraba si iba a secundar la linea de actuación de Menez, o si iba a revelar las imágenes más asombrosas.
Apareció la madre de Nandan, ya que la embajada británica en la India hizo especiales esfuerzos por encontrarla, aunque resultó, en medio del marasmo, una figura lejana y oscura. Pero bastó la noticia de su romance por Starkweather para que Menez supiera con seguridad que la mujer iba a tener oportunidades para medrar en la vida, si jugaba bien sus cartas.
Con el tiempo, el foco de la atención pública fue desviándose de la aventura, pero los protagonistas siguieron siendo el foco de muchas instituciones interesadas en sus experiencias: desde locos pseudo religiosos, pasando por clubes de todos los colores, instituciones de caridad, personajes extraños, universidades de todo el mundo, gobiernos, poetas, locos solitarios, pesados mal y bien intencionados, familiares aparecidos de repente...
El señor Roerich, satisfecho porque Acacia, su protegida, había sobrevivido, procuró usar su influencia para tener una pequeña charla con todos los protagonistas. Había visto toda la película rodada por la potentada. Quedó claro que procuraría ayudar en el futuro con sus muy respetables recursos a todos ellos, hasta un límite razonable, por supuesto.
De Dyer, nada. Silencio. Silencio absoluto.
Con el tiempo todo fue quedando lejos, y solo permanecieron las dolorosas cuestiones por resolver.
¿Qué sería de las piedras negras del barco alemán, naufragado en la costa argentina? ¿Qué otras piedras habían podido sobrevivir? Más de uno recordó cómo perdió su dedo el capitán JB Douglas, y por qué aquella pérdida estaba asociada a una piedra negra. ¿Sabría algo su hermano, Paul Douglas?
Acacia había decidido dejar en la oscuridad las imágenes rodadas en la ciudad, toda vez que, posiblemente por los campos magnéticos que operaban en el lugar, no eran nada claras. Había cosas sorprendentes, cierto, pero difíciles de mostrar. La historia de Acacia, por tanto, no fue más allá de lo mundano, y no apoyó las afirmaciones de (si, había sido él) Charles Myers de la aparición de restos de civilizaciones prehumanas, aunque tampoco negó nada. Y su película pasó como otro documental más. Un clásico, por supuesto, pero ¿un documental entre otros cientos? Un elefante pariendo un ratón, eso es lo que fue. Si afirmó que pasar las montañas había sido una locura, y que el yermo que había más allá, vacío y desolado, hacía poco aconsejable repetir el intento. ¿Para qué? Había sido explorado. No había nada útil ahí. Solamente peligro y muerte, y ningún beneficio. Y, ¿para qué volver a la zona de la Cueva del Tesoro? No era tan peligroso como pasar más allá de las montañas, cierto pero, ¿no había material para varias vidas que ya había sido extraído a costa de grandes sacrificios? ¿Qué prisa había, con todo el trabajo que quedaba por hacer?
Otra pregunta: ¿quiénes habían sido los jefes de Myer, el fallecido científico alemán? Cierto que parecía claro que él mismo no estaba al tanto de sus manejos, pero eso no invalidaba la pregunta. ¿Qué sabían? ¿Qué buscaban? ¿Volverían a la Antártida tras la hecatombe sufrida en la Tierra de la Reina Maud? Muchos hombres habían muerto ahí. Las noticias oficiales hablaban de un terremoto. El doctor Uhr, a quien habían conocido en el campamento Lake, había sobrevivido, aunque, al parecer, gravemente herido. El único en el campamento base de la Barsmeyer-Falken.
Y, ¿qué decir de los alienígenas aún vivos? Los datos geológicos de la cueva del tesoro, donde fueron hallados, sugerían que provenían de una época de aquella civilización en la que estaba en su cúspide social y científica. Un momento en el que habían acabado con muchas amenazas terribles, y en la que la torre y lo que hubiera dentro estaba funcionando a pleno rendimiento. ¿Qué conocimientos atesorarían y podrían poner sobre el tapete de la lucha por la supervivencia. Es cierto que muy bien podían ser el equivalente a simples obreros de su época: ignorantes de la mayoría de los adelantos que atesoraba su raza pero, ¿y si no era así?
Aunque no tuvieran los conocimientos de su época, pertenecían a una raza que, potencialmente, podía acabar con la humanidad. Y se sabía que se reproducían... ¡Por esporas! ¡Y en gran número, cuando era necesario! Si accedían a un clima templado y benigno: ¿qué clase de desafío podían representar para la humanidad? ¿Era necesario ponerse en contacto con el Gobierno para avisarles?
Post de despedida. Todas las acciones que podáis llevar a cabo a partir de ahora serán, cómo no, flecos sueltos en la historia que, cierto, podrían ser retomados en un futuro, aunque lejano.
Reflejadlo así, si lo deseáis.
Pondré, seguramente, un último post, y habremos terminado con esta laaarga partida :).
La fama era algo agotador, sin duda, pero Menez sabía sacarle lo placentero que había en ella. No le molestaba ser el centro de atención, dejarse agasajar, contestar a los periodistas, muchos de los cuales la habían denostado anteriormente y ahora besaban por donde ella pasaba. Y es que su estatus ahora era otro y no era precisamente modesta.
- La venganza es un plato que se sirve frío.- Se la oía decir a veces a Peabody en un momento de relajación mientras señalaba a alguno de sus más acérrimos enemigos del "mundillo". Sabía que todo aquel ajetreo llegaría a su fin por lo que lo disfrutaba mientras podía. De todas formas, era imposible trabajar así mientras durara todo aquello. Habría que dejar calmar las aguas para seguir organizándolo todo y asimilando lo obtenido en la expedición. Los científicos seguía trabajando a destajo con la ingente cantidad de material recabado. Todo eso tenía que documentarse y a eso dedicaría Menez al menos el primer año si no más.
Luego estaban dos figuras a las que iba a dedicar también su tiempo: Roerich y Dyer. Con el primero accedió a verse y mantener el contacto, incluso informarle del resultado de sus investigaciones. Al segundo le dedicó mucho de su tiempo para encontrarlo ya que lo consideraba una cuestión personal. Por su culpa habían muerto muchas personas a las que apreciaba.
Con respeto a la expedición de alemanes Menez informó de todo lo acontecido al gobierno estadounidense. No se fiaba lo más mínimo de ellos y decidió colaborar en todo lo posible a cambio, claro está, de ciertas ventajas para con su persona. La amenaza de Carambolos vivos era algo evidente y no consideraba ninguna locura que se hicieran nuevas expediciones para determinar qué diablos era aquella torre y si había supervivientes entre los primigenios. Allí estaría ella para dar toda la información posible adquirida con su dolorosa experiencia. Quería considerarse a ella misma como justo lo contrario que Dyer. Si no les hubieran ocultado toda la información desde un principio podrían haberse preparado mejor para lo que les esperaba allí.
La película de Acacia, aunque suave, abrió camino para que la revista de Menez pudiera hacer lo propio. Su intención era publicar al principio lo más suave e ir haciendo publicaciones más jugosas a medida que pasaba el tiempo, ya con las investigaciones más avanzadas para que los datos fueran irrefutables. Con todo aquello la periodista tenía la vida asegurada, estaba casi segura, aunque temía que hubiera algunos asuntos que pudieran amargarle la vida. Pero eso ya sería otra historia.
La atención tanto tiempo anhelada por Peabody por parte de los círculos académicos por fin había llegado. Su agenda de conferencias en universidades no paraba de crecer, y ya tenía comprometido un extenuante calendario para todo el año siguiente. A quienes le contrataban les interesaba la logística del viaje, algunas anécdotas y descubrimientos que pudieran hacerse públicos; pero se las había apañado para colar una serie paralela de exposiciones sobre el futuro de la transmisión inalámbrica de energía, lo que en la práctica garantizaba la financiación de esas investigaciones de por vida.
Había también solicitudes indeseadas, naturalmente, en especial por parte de algunos periodistas y editores, pero el asesoramiento de Menez le libraba de la mayor parte sin demasiadas molestias, haciéndole parecer incluso cortés en las negativas. En la mayor parte de los casos, dejaba la puerta abierta con elegancia a futuras publicaciones.
Sus pulseras magnéticas se convirtieron en otro motivo de satisfacción. Habiendo entregado una a cada miembro de la expedición antes de empezar la misma, y dado que los supervivientes habían regresado con ellas puestas, se les otorgaron propiedades casi mágicas, olvidando convenientemente que los fallecidos también las llevaban. Tres importantes industriales habían mostrado su interés en la fabricación en masa de las mismas, y la única duda ahora era qué sería más rentable; ceder los derechos y convertirse en un hombre rico o prepararse para fabricarlas él mismo y hacerse, presumiblemente, más rico y famoso aún. Como persona práctica que era, Peabody le pasó a Menez toda la información, ofreciéndole asociarse en todos los beneficios obtenidos a cambio de que ella, cuando tuviera ocasión, se encargara del marketing. La única condición que pedía Alexander es que el primer modelo, llamado a adornar las muñecas de todas América, se llamara "Maggie"; seguramente un inútil, sensiblero y no apreciado homenaje a su único amor.
En términos económicos, esto les permitiría montar con ciertas garantías su propio instituto de investigación, que sería finaciado por medio de la "Fundación Timoty Pooster para el Desarrollo de la Ciencia". Su plan era sencillo: aprovechar la popularidad e ingresos para atraer a las mentes más brillantes del mundo, cuidando especialmente la formación mediante la excelencia de los jóvenes más prometedores. Quizá en el futuro, incluso podrían crear su propia universidad. Aunque en principio se trataba de un proyecto científico "serio", en honor a su amigo habría en los planes de estudio espacio para la psicología y diversas disciplinas encargadas de estudiar lo "oculto".
No abandonó del todo, a pesar de sus ocupaciones, lo que consideraba su responsabilidad con los peligros que, como sabía con dolorosa certeza, acechaban aún a la humanidad. No pensaba, desde luego, en volver personalmente, ni creía que ninguno de sus compañeros estuviera dispuesto tampoco; pero era de suponer que la disponibilidad de medios económicos no sería nunca más un problema, y en caso de decidirlo así, podrían permitirse enviar sus propias expediciones a donde consideraran oportuno, esta vez sin reparar en los medios necesarios y con la preparación adecuada. La sensación general era que aquello no había terminado; esta etapa de relativa paz no eran más que unas vacaciones antes de volver a enfrentarse con lo que habían dejado atrás por un tiempo.
Cuando tenía ocasión, Peabody estudiaba, anotaba, releía y trataba de relacionar entre sí los libros del difunto Pooster, cuyo uso había solicitado a Menez.
Y cuando los haya leído, derechito al psiquiátrico, jajaja.
Durante lo que quedaba de aquel invierno del hemisferio norte, Peabody reemprendió su lento, largo y obcecado viaje a los arcanos que, quizá, algún día acabarían con él en sitios insospechados. Como primera etapa, se hizo prestar por parte de una distraída Menez algunos de los cartapacios de apuntes del desaparecido Pooster y comenzó su estudio. Inició también una prolífica empresa de productos pseudomédicos que tuvo bastante tirón durante una buena temporada, y que hizo de él un hombre moderadamente rico. Justo lo que necesitaba para emprender más investigaciones...
Menez se aplicó a cimentar una carrera periodística que en el pasado había recibido demasiados tropezones como para no aprovechar el tirón que tuvo la Expedición Starkweather-Moore (tanto que, al final, ya se hablaba de la expedición StarkMenez-Moore, dado que tuvo que emplear muchos de los trucos que antes había probado el desaparecido héroe expedicionario).
Su revista se llenó de datos científicos elegidos para el gran público, de historias, de aventuras... de todo aquello que hiciera económicamente posible, de vez en cuando, alguna publicación seria, más pormenorizada. Cucharadita a cucharadita, su revista se hizo hueco en algunas estanterías de bibliotecas de colegios de enseñanza secundaria, y de algunas universidades. Ayudada de los muy sobresalientes trabajos de Peabody, de Moore, de Charlene, de muchos otros científicos respetables, esperaba tener lista pronto la lanzadera para su bomba editorial.
Y no consiguió encontrar a Dyer.
Y pasaron los meses, y de la Antártida no vino nada extraño. Y la política, la maldita política, se hizo poco a poco con el control de las portadas de los periódicos. Muchas cosas se movían en el mundo: Asia, África, Europa. Ese era el triángulo de donde, en los años venideros, vendrían las noticias más inquietantes.
Acacia Lexington adoptó un perfil muy discreto en sociedad. Discretas apariciones en la prensa rosa, discretas publicaciones, tras el boom de su película documental, discretas inversiones que, se rumoreaba, la iban haciendo más y más poderosa.
Charlene y Chester volvieron a Argentina, donde el Doctor Gregorio Bermann trabajó largo tiempo con el fotógrafo sin éxito aparente, hasta que ella se cansó. Tuvo un hijo en solitario al que llevó por el mundo en todas las expediciones científicas a las que se pudo apuntar. Poco a poco recuperó su nombre en los círculos doctos y reemprendió su brillante carrera.
Albert Priestley continuó con su carrera en Holliwood con una fortuna mediana. Series, pequeñas producciones cinematográficas, alcoholismo, fama de raro... Y, sin embargo, siguió y siguió. Se ganó fama de excéntrico, pero en aquel ambiente, dicha notoriedad no era tal, y no dejó de ganarse la vida dignamente.
Maggie O'Connel tuvo un largo affaire con Gunter Thimm, aquel alemán jefe de perreros de la expedición Barsmeier-Falken. Intentaron crear un hogar, pero les fue imposible. Él la abandonó. Se dice que por una esquimal que poseía un tiro de perros del todo insuperable.
Laroche se hizo un famoso locutor de radio especializado en... deportes. Murió años después, víctima de un cáncer de pulmón.
Vrendenburgh, Turlow, McHilvaine, el radio, y algunos de los componentes del equipo de operarios de máquinas e ingenieros, Pacquare, Humphries, Webb, Montaigne, Girolamo y otros, formaron un equipo desacostumbradamente unido y eficaz. Petroleros, balleneros, transatlánticos, barcos de cabotaje: cualquier cáscara de nuez que flotara, hasta que el viejo capitán murió en un incidente muy desagradable. Fue en Egipto, preparando el paso del Canal de Suez. Al parecer, entró calzado en una vieja y respetada mezquita.
Pierce Albermale, el meteorólogo desquiciado, pasó largos meses en un sanatorio del que salió bastante cuerdo. Colaboró con Menez en su revista, junto con el joven Orgelfinger, y como eran científicos reputados, ayudaron mucho en la labor que estaba preparando.
Morehouse y Bierce tuvieron una sonada riña en un bar neoyorquino de mala reputación. Triste, el final de su amistad. Hubo cosas poco claras. Emprendieron vidas separadas como grises profesores de colegio en colegio, de universidad en universidad.
El doctor, Greene, no quiso saber nada más del mundo, y se hizo médico de pueblo de un lugar perdido de Oklahoma.
Longfellow, Miles, Dewitt, Halperin, "Colt" Huston y (curiosamente) Packard, formaron una cuadrilla de mecánicos imbatible. La última noticia era que trabajaban en algún tipo de proyecto para el Transiberiano. A Peabody le llegaban cartas con cierta regularidad. Todas desordenadas, algunas tras haber pasado meses dando vueltas por el mundo.
Michael O'Doul desapareció. No se supo más de él. Huyó de todo el pastel de la prensa, como un hombre anónimo. Se sospecha que iba disfrazado de mujerzuela.
Charles Myers se dedicó a publicar trabajos cada vez más estrafalarios. Viajó al Himalaya, y de ahí no volvió. Avery Giles, su becario, pasó de la ciencia y se hizo un pequeño hueco en el mundo del teatro. Hizo algunos papeles secundarios bastante buenos. Musicales, variedades...
Samuel Winslow se hizo un nombre como matemático en el Instituto de Investigación de la Suma, Conneticutt.
Poco a poco el universo humano fue haciéndose su hueco en las mentes de los antiguos expedicionarios...
...salvo que en las noches oscuras y solitarias, cuando el viento aullaba en la ventana, era imposible no recordar que el universo humano no era sino una gota, un grano, una partícula de nada perdida en lo más profundo de la inmensidad del cosmos.
Donde flotaban cosas.
FIN