Hirsch se levantó cabizbajo de su anterior posición de rodillas ante lo que ahora era un cadáver. Había estado mirando en el montón de ropas de Kleiver, curioseando, pensativo. Miró a todos.
Me estaba preguntando qué hacía aquí Kleiver, cuando se suponía que iba a iniciar la búsqueda cuando O'Connel pudiera descansar. Ahora lo se. Levantó una pipa, la pipa de Kleiver, aquella que todo el mundo había visto en sus manos con harta frecuencia, vacía, como terapia para soportar la abstención de la nicotina. Ahora tenía restos de tabaco a medio quemar.
Todavía está caliente, dijo Hirsch. Kleiver se había escondido aquí para fumar. Tuvo la fortuna de coincidir con Henning, y nos salvó la vida a todos.
Tuvo la fortuna de coincidir con Henning, y nos salvó la vida a todos.
Y, señores, así a sido por pura potra en los dados. El señor Kleiver buscó un lugar donde pasar el rato haciendo una pequeña diablura (fumar a escondidas del médico) y yo, sabiendo que por ahí andaba Henning montando la bomba, tiré un dado, que resultó acertado. ¿No es hermoso?
Recuérdame que no me pnjotices jamás.
Jo, qué cruel. Pues suelo tirar los dados por vosotros, y me han salido muchos críticos, pa que lo sepas :P
Maggie se echó a llorar, desconsoladamente, no conocía demasiado a los marineros que habían muerto en puerto, pero esto era otra cosa, era un hombre que conocía desde niña, un amigo, muerto abrasado por el ácido. Su asesino también había muerto pero eso era un triste consuelo. Si al menos hubiese podido matarlo ella con sus propias manos...
Pobre caballero alemán, ir a morir tan lejos de su casa, tan lejos de todo. Asesinado por un tarado que consideraba matar a toda la gente del barco era un precio razonabla por una vendetta personal.
Entiendo que no he de tirar por el acido, ya que solo hice primeros auxilios al herido de bala, es decir, a jonas, cierto? Ando mal de internet, por cierto, pido disculpas.
La súbita sacudida del barco llegó justo un instante después de que Alex hubiera accionado la palanquita que detenía el mecanismo de la alarma, algo que pasó desapercibido al resto, ocupados en otras cosas. Completamente lívido por el susto, optó por no decir nada.
Hirsch mostraba la pipa de Kleiver, O´Connel lloraba desconsolada, y nadie parecía interesado en la salud del alemán. Súbitamente, comprendió que había muerto. No era muy hábil para consolar a nadie, y no se le ocurrió nada que decir, así que optó por desmontar lo que quedaba de la bomba ahora que era seguro; nadie le prestó atención, y permanecer distraido le ayudaría a superar el angustioso momento.
Hubo muchas lágrimas. Algunas de rabia, otras de tristeza. Caras demudadas y serias, no solamente por la tragedia que otra vez azotaba a este barco maldito, sino por saber cuán cerca había estado el barco de zozobrar sin esperanza de salvación para nadie.
El silencio se apoderó de todo. Las órdenes se susurraban, las maniobras con las grúas pequeñas para subir los cadáveres se hacían con cuidado y discreción.
Peabody había desmontado la bomba con mano firme, incluso posibilitando que se pudiera aprovechar la dinamita. Fue entregada al contramaestre que, junto con Turlow, la depositó en el espacio habilitado para ello.
Dos horas después, y frente a toda la tripulación, los miembros de la expedición y dos cadáveres en una tabla envueltos en dos banderas, una alemana y otra americana, el capitán leía el salmo 23:
El Señor es mi Pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tu vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Starkweather estaba muy serio. Era seguido por multitud de miradas, y por el susurro insistente de la palabra "rompehuevos" (todo seguido) dicha con saña marinera. Las palabras de Menez al difunto Henning, sus insinuaciones a Starkweather, nada había pasado desapercibido. En un barco todo se sabe, y siempre hay oídos prestos.
A partir de entonces, durante el viaje, Starkweather se encontró dedos metidos en el plato de sopa, ropas arrugadas o mal lavadas venidas de la lavandería, desaires constantes y descarados de los marineros (casi hasta el punto del motín) y esfuerzos poco intensos por parte de los oficiales para paliar su situación. Solamente algunos miembros de la expedición mantuvieron su acostumbrada cordialidad con él. Moore siguió tratándole con la misma familiaridad de siempre.
Como buena noticia (más o menos) se podía contar con que no había fallecido ningún perro más, y que los que habían sobrevivido se recuperaban a buen ritmo. Era de esperar que con un clima mejor para ellos, según se fuera viajando más y más al sur, su recuperación sería completa.
Y el SS Gabrielle siguió su singladura alejándose del ecuador. Más y más cerca de su próximo destino: Melbourne. La radio quemaba: las cosas que se habían estropeado necesitaban recambio. No había recambio posible para los perros en Australia, pero si para muchas otras cosas. Como precaución, y para asegurarse de que la moral no decayera, tanto el capitán como los jefes de la expedición acordaron que había que revisar de nuevo toda la carga, artículo por artículo. Starkweather se aplicó al trabajo como el que más, puede que intentando ganarse de nuevo la confianza de varios de sus subordinados, que ahora le miraban con patente frialdad.
El tiempo fue inmejorable. Algunas lluvias, pero no muy duras, sol, pero no muy fuerte, viento, pero no muy rápido. Alguna marejadilla, pero solamente lo suficientemente fuerte para hacer sentir a los novatos que vivían una aventura, que navegaban por el profundo Océano Pacífico, sembrado de misterios.
Acabamos el capítulo, señores, necesito que hagáis un post lo mejor posible como broche final, que añadáis si deseáis hacer alguna cosa en especial, que roleéis todo lo posible... en fin. Lo que viene siendo un broche ¿ein?
El silencio se apoderó de todo.
¿De todo? No.
TAC TAC TAC TAC TAC TACATACTAC TACTACT TAC, jjjjjjjriiiich, TING
Del camarote que compartía Menez con las mujeres expedicionarias un incesante repiqueteo se dejaba oír al pasar por la puerta cerrada. En cuanto tenía un poco de tiempo libre en aquella lata de sardinas aprovechaba para escribir. Antes no había tenido tiempo, ni ganas, más que para tomar algunas notas manuscritas. Era una especie de desahogo. Dada la situación , la muerte de un compañero, no podía deleitarse en público con el sufrimiento del Starkweather. Volcaba toda su inquina hacia “Rompehuevos” sobre el papel en blanco. Era digno de ver cómo volaban raudos los dedos rechonchos de la reportera sobre las duras teclas de la máquina de escribir, duras como la spalabras que empelaba para describir la primera etapa de la expedición. Era cómo si Caliópe misma, la principal musa de las Nueve de Apolo, el del argénteo arco, le susurrara al oído qué decir y ella sólo tuviera que plasmarlo sobre el papel inmaculado. Sobra decir que lo escrito no dejaba en buen lugar al líder de los expedicionarios. Era el mejor réquiem que podía componer para despedir a Herr Kleiver.
Los días transcurrían, entre la calma del fin de los sabotajes y la tristeza por la ausencia y muerte de Kleiver. Menez evitaba a Starweather y pasaba mucho tiempo en la radio, con Macilvane, tratando de enterarse de lo más posible. También charlaba con Laroche. Su grave voz era un bálsamo para los nervios de la periodista.
Cada vez que se cruzaba con Peabody no podía evitar sonreír. Aquel muchacho les había salvado la vida a todos. También trataba de interesarse por Maggie. Le preocupaba la fortaleza mental de la mujer y cuando coincidían en el camarote trataba de conversar con ella y apoyarla. A Pooster lo buscaba en los atardeceres, para pasear de su brazo por la cubierta , con el viento meciendo los rizos de su pelo. A todos ellos comentaba la ineptitud que veía en Starkweather y, a las pruebas se remitía. Estaba de acuerdo en no hacer leña del árbol caído, pero por su parte, no estaba dispuesta a permitir que su incapacidad pusiera sus vidas de nuevo en peligro.
Quería poner el ruido de una máquina de escribir pero no me acuerdo como poner archivos sonoros de GOEAR. Me apaño con youtube.
Laroche, en estos momentos de tensión, era un compañero regular. No por culpa del peligro, curiosamente, del que era poco consciente (tenía la imaginación enfocada hacia territorios poco mundanos) sino por la falta de tabaco.
Él era un fumador empedernido, de esos que sin el cigarrillo en la mano son otras personas. Le produjo un efecto negativo enterarse de que Kleiver había sido pillado cometiendo el gran pecado, que era motivo de expulsión, y que a pesar de todo era un héroe. No, no afirmaba tal cosa en público, por supuesto. También para si mismo habría sido locura hacerlo. Pero su carácter se agrió aún más.
Tenía buenos momentos después de anochecer, cuando algo de bebida y de tabaco mascado le hacían olvidar sus penas. Entonces cantaba tan bien como siempre, bailaba con todos y contaba buenas historias.
Macilvane era un tipo sencillo, amante de la charla sin sustancia. Gracias a eso se enteraba de muchas cosas, a las que tampoco daba mayor importancia. Cotilleos, sobre todo entre la gente con la que se codeaba: marineros de la cubierta inferior y eso: quién tenía hijos, mujer o amantes en cada puerto. A quién esperaba alguien en Melbourne y qué tenían pensado hacer con la paga del viaje. Conocía también a todos los operadores con los que hablaba. Era, el mundo de los radio operadores, una especie de círculo de conocidos con lenguaje propio, atrayente, que se podían tirar las horas muertas hablando de temas muy diversos. Laroche y Menez pasaron muchas horas nocturnas (las mejores para estas cosas) aprendiendo la vida y milagros de otros barcos con los que cruzaban sus ondas radiofónicas.
Pooster se tenia por un entendido del alma humana, pero habia ocasiones en que la vida superaba los raciocinios y las conductas mas previsibles. la mente a veces, es un misterio.
¿quien podia imaginar que aquel pinche con imagen inocente pudiera dar hasta su vida apelando a la memoria y recuerdo de su hermano fallecido? ¿como aguantar tanto odio y rencor en un caparazon tan comun?
¿como her kliever podia dejarse guiar por su pipa y enzarzarse en un final tan heroico? No hay que olvidar quien era y como era, su afan por fumar y su raida pipa hizo todo por nosotros, por nuestra vida, seguimos ne vida gracias a su vicio, prohibido por ende por los medicos.
Creo que nadie pudo llegar a entender el porque Tim insistió tanto en quedarse con aquel utensilio inutil, y que su propio uso implicaba la expulsion.
Era mas que un recuerdo, para Possoter era un talisman en si mismo, lleno de sentido, aunque pudiera acompañarle la misma muerte en el mismo contenido, igual esa pipa era capaz de servir como un foco de energia, para bien o para mal.
El recuerdo se hacia mas intenso a la hora del mediodia, cuando aun parecian oirse las rudas palabras de Kliever y el sonido de los disparos y los gritos. Incluso al aleman se le llegó a tratar de Jonas cuando lo que hizo fue salvar a toda la tripulacion.
Las tardes parecian menos frias paseando por cubierta con esa menuda mujer, su intelecto no se correspondia con su fisico fragil y reducido.
Hablaban de la mente, del comportamiento del ser humano, de lo que la gente trata de supercheria, de los sueños, y de cosas mas vanales, por supuesto.
Quiza hubira conocido a una amiga aquin poder contar sus mas profundas preocupaciones y sus mas terribles secretos.
Alex era con quien mas trataba Tim, recordando pasajes y capitulos borrosos y turbios, que aun siguen sin explicacion. le unia algo que nadia podia comprender, pero que ellos si sabiamn que habia acaecido, ero un lazo muho mayor aun que el familiar, por lo traumatico y mistico.
Tim algumnas veces se sorprendia a si mismo, mirando hacia el horizonte con la mirada vacia, ensimismado en sus ensoñaciones. Quiza el llegar a puerto sea lo mejor, ahora que todo ha pasado. reponer energia y llegar al inicio de la aventura.
Gilmore, de natural retraído, se encontraba muy a menudo con la pareja o el trío que hacían Pooster, Menez y Peabody. Era un tipo también con cicatrices: de esas que se sufren a diario, cuando te las hacen y cada vez que alguien te mira a la cara y disimula. Si. Llevaba sus cicatrices en la cara.
No hablaba, y también respetaba la intimidad de la pareja, cuando le parecía que estaba de más. Felicitó más de una vez a Peabody por su acción al desmontar la bomba. Como era un buen mecánico (ingeniero de perforación), se hizo repetir varias veces cómo fue la cosa.
A Hirsch se le encontraba más asíduamente hablando con Greene. También con el joven Orgelfinger, que parecía avanzar en su tratamiento, y que ganaba seguridad en si mismo día tras día. No obstante, las causas de su crisis nerviosa siguieron siendo desconocidas. Hirsch se había encargado de él, dejando a Greene las heridas físicas, las pequeñas quemaduras producidas por el ácido sulfúrico en todos aquellos que ayudaron a quitar las ropas de Kleiver. También seguían siendo tratadas las quemaduras de O'Connel y de Hirsch. El psiquiatra tenía varias marcas en la cara que, ya se podía saber con seguridad, iban a ser permanentes.
Me faltan O'Connel y Peabody. Tengo que actualizar como muy tarde a las diez. Espero.
Un día, al anochecer. El sol ya no se ve, pero los pocos jirones de nubes que en el horizonte hay, están rojos como heridas recién abiertas. El mar es de un intenso color morado, el cielo verdoso, rosa, azul marino. Las primeras estrellas del sur alumbran el lado oscuro de la bóveda celeste.
Refresca. Las ropas ligeras de días atrás no valen, aunque el clima es benigno. Aquí, astronómicamente ya que no según el calendario, comienza la primavera. La gente pasea por cubierta. Los pasados días sin noticias de más sabotajes y el trabajo duro han pacificado el ambiente. Algunos marinos juegan a los dados. Huston toca el ukelele en la sala común. En entrecubiertas el capitán, Moore y Starkweather toman un combinado. Varias personas están intentando pescar algo.
Desde el puente de mando se escucha la voz: ¡Tierra! Nadie se sorprende, ya que con este clima y esta mar la llegada está tasada con un error de muy pocas horas. Nadie se sorprende, pero los corazones laten un poco más rápido. Australia. Australia y un paso más para llegar al continente helado.
FIN DEL CAPÍTULO 4