Sábado 23
La noche transcurrió monótona. Sutton que, por acuerdo tácito, se hacía ahora cargo de Abermale, tuvo bastante trabajo. De los comentarios del meteorólogo se desprendía que le habían tratado muy bien en el poco tiempo que había estado en el sanatorio, tanto que el inglés se comenzó a preguntar si había hecho bien en convencer a los muchachos de que lo trajeran.
Charlene estaba de copiloto en el otro avión. Pickwell, se quedó de copiloto en este.
El ruido de los aviones era monótono. De vez en cuando se oía a los pilotos y a los copilotos conversar entre ellos, pero en general dejaron a la gente dormir. Había varios termos de café a mano, y tabaco, así que no estuvieron del todo incómodos, sobre todo cuando sobrevolaron la capa de nubes y pudieron navegar mientras veían las estrellas.
Tirada oculta
Motivo: pilotar
Tirada: 1d100
Dificultad: 89-
Resultado: 88 (Exito)
Tirada oculta
Motivo: navegar
Tirada: 1d100
Dificultad: 73-
Resultado: 19 (Exito)
Tirada oculta
Motivo: pilotar
Tirada: 1d100
Dificultad: 76-
Resultado: 36 (Exito)
Chester parece estar más lacónico que de costumbre; centra toda su atención en revisar y volver a revisar su equipo fotográfico, sin querer hablar con nadie. La decisión del grupo de llevarse a Abernale le parece una locura, y aún no ha superado el hecho de que a la mayoría le pareciera una buena idea. Que a Sutton le haya tocado cargar con el mochuelo no le anima en lo más mínimo; sigue temiendo por la salud del pobre meteorólogo, allá en el Ártico.
Durante el vuelo Chester presta escasa atención a lo que pueda verse por las ventanillas; no está de humor para maravillosos paisajes, y aún menos para la posible aparición de criaturas voladoras ultraterrenas.
Despertadme cuando lleguemos, por favor - Fue lo único que dijo antes de intentar echar una cabezadita.
Sutton intentó mantener su típica actitud desenfadada, pero era evidente de que no estaba el ambiente como para sus lindezas, así que decidió mantener un perfil discreto durante todo el trayecto y dedicarse en exclusiva a cuidar del pobre Abermale. La verdad era que el pobre meteorólogo le daba mas pena a medida que pasaba mas tiempo con él, y una ligera duda se comenzó a formar en su mente, mas la desestimó rápidamente. Si tenía que confiar en los cuidados de un psiquiatra, sin duda se decantaba por el doctor Hirsch, alguien que podría cuidar mejor a Abermale de lo que jamas podría hacer el tal Bermann.
Mientras mantenía ocupado a Abermale, e intentaba inducirle a que durmiese sin especial éxito, Sutton observó de reojo a Chester, que se había mantenido huraño y distante desde que el grupo había decidido llevarse al pobre meteorólogo con ellos. El profesor estaba triste por aquella situación, pues nunca había tenido la intención de confrontarse con su compañero, pero tampoco podía hacer mucho mas que esperar a que el tiempo suavizase la relación con el fotógrafo.
Ver como este se echaba a dormir le recordó lo cansado que estaba, pero aun le quedaba un rato antes de conseguir que el "pequeño" Abermale se decidiese a aceptar sus ruegos y se aprestase a dormir un rato...
Domingo 24, por la mañana temprano.
El amanecer sobre Bahía Blanca estuvo empañado por las nubes. Solamente un brillo ámbar en el momento en que el sol asomaba por el horizonte, que duró apenas unos minutos, hasta que volvió a ser oscurecido. La noche había sido oscura. Millones de estrellas sobre un mar de nubes (los aviones estaban sobrevolando los diversos frentes nubosos que ocultaban las tierras de Argentina) habían sido la única constante, pobremente iluminado por una tímida luna en los inicios de su cuarto creciente.
El aeropuerto Villa Harding Green estaba compuesto de una pista, un chalet que hacía las veces de oficinas, casa de empleados, recepción y bar y de un solo hangar, que en este momento estaba en plena actividad, con un par de Junkers JU-52, uno medio destripado y otro esperando turno para recibir idéntico tratamiento. La torre era un edificio de chapa de unas dos plantas.
La temperatura era fresca, sin llegar a fría. El complejo (si es que se podía llamar así) estaba a varios kilómetros de la ciudad. Bahía blanca estaba en el límite natural de la Pampa. Hacia el sur habíais podido vislumbrar vagamente llanuras sin fin. Al norte, una sierra. Aunque lloviznaba, se dejaba ver que esta tierra no era excesivamente lluviosa.
El trato con la gente del lugar fue fácil. Un jóven director (el que había facilitado a Sutton las gestiones) que estaba informado de vuestro viaje por los periódicos salió personalmente a recibiros, os porporcionó lo necesario (cobrando sus buenos dineros, por supuesto) y os puso de camino hacia Comodoro Rivadavia. Las apenas dos horas que estuvisteis os dejaron un buen sabor de boca. Tras una breve revisión de los aviones en la que los pilotos pudieron echarse una siesta, despegásteis de nuevo.
Medio día.
No fue del todo una sorpresa encontrar que Comodoro Rivadavia era una gran ciudad. Una ciudad industrial, por supuesto. Lo decían las torres petrolíferas que las nieblas y las nubes os dejaron ver. Llamaradas de gas en las cimas de algunas de ellas daban al complejo una atmósfera mefistofélica. Desde el cielo se podían leer avejentadas y sucias inscripciones hechas para ser vistas desde el aire en las construcciones más a propósito por su tamaño e importancia, la palabra Ibaguren se repetía en todas las ocasiones, con una excepción: aunque estaba igualmente sucia (cosas del petróleo), esta era nueva. SCPL en grandes letras, y justo debajo: Sociedad Cooperativa Popular Limitada. Esto era cerca de la ciudad, en la zona fabril. Por todos los alrededores, sobre todo al norte, se podían ver grandes espacios aplanados en las colinas donde se alzaban muchas torres de extracción. El puerto era grande, con gran actividad. Algunos barcos panzudos, diseñados para transportar petróleo y gas se encontraban en diversos estadios del proceso de llenado, tanto en la bahía, como en alta mar, como en el mismo puerto.
El Aeropuerto General Enrique Mosconi también era importante. Tres pistas, dos de ellas asfaltadas. Pero el trato era mucho menos familiar: una zona militar, como en tantos otros aeropuertos, resultaba bastante tranquila en apariencia, con un gran hangar y una pequeña torre de control. En la parte civil, en cambio, había mucho más movimiento. De todas maneras, las indicaciones dadas a Sutton en Bahía Blanca sirvieron de guía por el pequeño laberinto burocrático que suponía comprar combustible, confirmar el plan de vuelo para la siguiente escala... Sobre todo fue complejo completar los tratos con la compañía naviera que se iba a encargar de depositar los depósitos de combustible y provisiones para vosotros en la Antártida. Fue aquí donde se hicieron los pagos. Actualmente se pudo saber que uno de ellos ya había radiado el conforme, y dejado en la costa del continente helado, convenientemente señalizado con balizas de color rojo, uno de los paquetes. El barquito que había llevado a cabo la labor había sido un ballenero contratado para la ocasión, que pudo aprovechar parte del viaje de ida a los caladeros del Pacífico Sur para hacer su tarea. El otro había sido un barco danés que hacía el viaje de vuelta, tras una campaña de dos años. Este segundo barco todavía no había terminado. Se sabía que los alimentos que había sido capaz de reunir para dejaros eran, sobre todo, galletas de barco, aceite y carne de foca y un mejunje contra el escorbuto que se utilizaba solamente en casos de urgencia, compuesto de licor y zumo de lima, todo ello congelado. Vuesto menú, al menos en parte, prometía ser monótono.
Mientras Sutton terminaba de hacer sus gestiones, los Sorensen se comenzaron a preocupar por hacerse cargo de la "educación" de Abermale para los fríos. Fue curioso comprobar cómo al hermano más sociable se le daba peor tratar con el meteorólogo. Era a Nils, silencioso y paciente, al que hacía más caso. Los dos hicieron a los mecánicos, como parte del mismo entrenamiento, hacer toda la revisión rutinaria sin quitarse los guantes. Los pilotos y copilotos dormían.
A media tarde estuvo ya todo listo para salir para Río Grande. Ahí iban a surgir dos posibles problemas a resolver: el cambio de los trenes de aterrizaje y la confirmación de que el segundo punto de aprovisionamiento estaba listo.
El tiempo era fresco. Se aprovisionó de termos de café recién llenados a los pilotos y copilotos. Se obtuvo permiso de la torre para despegar. El siguiente destino no iba a ser ya tan caluroso y a partir de ahí el grupo de la expedición Starkweater Moore que viajaba por aire iba a encontrarse con verdaderos desafíos.
La paz- Antofagasta - Cordoba
Cordoba - Bahia blanca - Comodoro Rivadavia
Comodoro -Rio Grande (cambio del tren de aterrizaje)Rio Grande - Isla de James Ross
Isla de James Ross - primera reunion provisional - Segunda reunion provisional
Segunda r. p. - Destino final con el Gabriele
Dejo abierta la escena por si queréis hacer algún último roleo o preparativo para lo que viene, que será relatado en la próxima escena. Mañana cierro y (creo) podré abrirla.
Bueno, creo que este es el ultimo punto civilizado donde poder hacernos con las armas que comentamos anteriormente y creo que tambien podriamos hacernos con algun complemento alimenticio extra que por la lista de las provisiones que nos han facilitado parece ser poco atractivo.
Ustedes, los hermanos Sorensen se encargaran de las provisiones y las armas que tenemos que adquirir. saldremos en cinco minutos a la ciudad, no disponemos de mas de dos horas que es el tiempo en que estaran listos los aviones.
En principio seremos los hermanos Sorensen y yo quienes partamos a la compra, si alguien mas quiere venir tiene cinco minutos para estar listo.
Claro, jefe. ¿Bala o cartucho? ¿Qué prefieres?
O sea, rifle o escopeta. Largo alcance o medio-corto.
A poder ser una de cada, todo dependera de la habilidad que tenga quien sea agraciado con una de ellas.
Estaria bien saber el inventario de armas que tenemos en el grupo y a quien le puede faltar un "complemento".
Aparte de la adquisicion de mas cartucheria en general para todos.
Vamos Gunnar, preguntemos al grupo por estos detalles...
Sutton estaba agotado y muy atareado compartimentando sus tareas de papeleo y cuentas, con cuidar del enfermo, así que no estaba muy por la labor de acompañar al resto a "jugar" a las compras de rifles y pistolas varias.
- Conmigo no cuenten.- Respondió con voz resignada.- Después de todo no sabría que hacer con un arma en las manos mas allá de dispararme en un pie por accidente.- Prosiguió bromeando con ironía.
- Y ahora si me disculpan aprovecharé que los hermanos Sorensen están ocupados con Abermale para echar una cabezadita antes de que sea mi "turno de guardia"...- Puntualizó antes de comenzar a alejarse en dirección al avión con toda la intención de descansar antes de tener que partir de nuevo.
Los Sorensen aparecieron poco después con un par de fundas de cuero que contenían sendas armas largas: la primera era una buena escopeta del calibre 12.
No era de las más modernas, de las de repetición, pero sus dos cañones con sus correspondientes gatillos daban confianza suficiente. Era una vieja fiable, y un cartucho de los que llevaba daba para darle preocupaciones a cualquier león marino con el que hubiera que tener unas palabras.
La otra era también un clásico, fiable y poderoso, un fusil Lee-Enfield .303, el arma preferida de las tropas británicas. Ambas eran armas de mucho retroceso, grueso calibre y largo alcance (en sus respectivos estilos). El Lee-Enfield podía colocar una de sus temibles balas a más de cien metros y venía con tres cargadores con una capacidad para cinco balas cada uno, mas un suplemento de otras cinco balas en la parte superior de la recámara, mientras que la escopeta podía lanzar el contenido del cartucho (o el de ambos a la vez, si se apretaban los dos gatillos) a unos cincuenta metros.
Cuando, a petición de Pickwell, todo el mundo puso sobre el suelo entre los dos aviones a punto de despegar su arma o armas de fuego, el montón de artillería resultó bastante impresionante. Las dos 45 de Pickwell, las otras dos 45 que aportaron cada uno de los dos pilotos, un rifle de cerrojo 30-06 que traía Miles y otro que traía Abermale, otra escopeta de Chester, la pistolita de Charlene, en resumen, ya sumando las otras adquisiciones: cinco armas cortas, cuatro de grueso calibre; cinco armas largas, todas de grueso calibre: dos escopetas de caza mayor y tres rifles. A eso había que añadir toda una gama de cuchillos de muy diversos tamaños y para diversos usos, y un arpón.
Al ver la cara que ponían los mozos de pista, os apresurasteis a guardar muy bien todo y a subiros a los aviones.
Fin del episodio.
En realidad vais como para ir a la guerra, lo que tampoco era tan raro en esa época: supongo que pretendéis cazar muchas focas :)