- Señor Moore, podemos sobrevivir sin muchas cosas que nos pretendan sabotear, pero hay piezas imprescindibles e irremplazables. Algunas están en esta sala, otras duermen por algunos lugares del barco, en sus camas. Otras están probablemente durmiendo también, pero no en camas sino en jaulas. Todas esas piezas son relativamente fáciles de sabotear, y no creo que sea sencillo ni saber quien lo hizo ni prevenirlo. Y yo al menos ya he visto suficiente horror para una temporada, no quiero ver más muertos, ni siquiera entre los perros que seguramente serían el eslabón más débil. Usted manda jefe, pero yo preferiría seguir adelante con nuestra pequeña trampa. Una cosa más señor Moore, yo no he dicho que ahí abajo haya un demonio, pero sí que creo nuestro saboteador, o saboteadores porque sigo creyendo que al menos hay dos facciones además de la nuestra, sí lo cree. Lo cree con una fe religiosa. Y eso, más que la existencia o no de ese ser, es lo importante.
Sinceramente creo que lo que dice usted, señorita,es lo mas acertado. Esos fanaticos no perderan oportunidad de hacer lo que sea con tal de poder atisbar solamente el posible poder que se esconde alli. Yo no soy un fanatico, pero creo que hay un mundo oculto, con sus secretos y sus guardianes,que no podemos desestimar asi a la ligera. Si bien no creen en ello, crean que esos locos si que lo hqacen y no dudarian en matar por ello. Se que lo que dice, señor moore, es muy cabal, y el grupo es fundamental, pero no me gustaria estar en un grupo con alguien que desee hundir la empresa desde el subterfugio y que juege con el factor sorpresa, es una tension añadida a la que ya trae de por si esta emmpresa.
Moore echa una preocupada mirada a Pooster.
Bueno, este hombre se cree lo del demonio. En fin. Para eso le traje. Parecía pensar.
Me complace ver que contamos con su punto de vista, señor Pooster y en realidad por eso pensé en usted. Luego mira a todos. Como ya he dicho, confío plenamente en ustedes, solo quería advertirles del principal punto débil que veo en su estrategia. Da un par de palmadas. Pues estamos de acuerdo. Les aconsejo que se vayan a dormir. Mañana tenemos un día muy duro. Ah, Pickwell, Field, Sutton, Whitston... por si no nos vemos con tanta intimidad, les deseo mucha suerte. Les da solemnemente la mano a los cuatro y se marcha.
(FIN DEL INTERLUDIO: EN ALGÚN LUGAR DEL TIEMPO Y DEL ESPACIO)
Día 11 de Septiembre del 1933, Nueva York.
Hubo dos despedidas sonadas ese día. Aprovechando el tirón de los inquietantes sucesos acaecidos, Starkweather, con una energía digna de su renombre había movido cielo y tierra para que las dos ceremonias fueran sonadas. Radio, cine, periódicos, todos los medios de comunicación importantes estaban ampliamente representados.
A las cinco de la mañana, en el aeropuerto, a la salida del hangar, se había montado un pequeño escenario con micrófono conectado a varios amplificadores de sonido donde todos los integrantes de la Expedición de los Dementes pudieron despedirse de América y del mundo entero. Los espónsores de la expedición habían incluido a última hora sendos carteles de sus productos. Whitston estaba especialmente radiante y hermosa: no obstante se había tenido que levantar dos horas antes para que un pequeño ejército de peluqueras, maquilladoras y estilistas de variados pelajes la pusieran estupenda... un pequeño adelanto de lo que esperaba a O'Connel y a Menez.
Pickwell, como jefe de la Expedición, tuvo que salir a hablar, muy a su pesar. Tartamudeó. Habló para el cuello de su camisa... balbuceó algunas palabras... Fue enseguida sustituido por Starkweather, con más experiencia en esas lides. Más tarde el aviador canadiense pensaría en estos momentos de su aventura como uno de los primeros encuentros con el terror, y no el menor de ellos. ¿Quién dijo que hacían falta fantasmas, diablos o brujas para producir a un hombre sudores fríos y palpitaciones? ¿Quién dijo que hicieran falta otras cosas peores que las brujas, más tangibles, más antiguas, para hacer que la adrenalina inundara el organismo de cualquiera? Sus peores pesadillas, años más tarde, comenzarían con un público entregado y sediento de palabras... para continuar, mezclados incoherentemente, con elementos de todo lo que siguió.
Los expedicionarios subieron al avión, saludando con la mano. Se siguió adecuadamente todo el protocolo de despegue.
En el primer avión, el Shakleton, Pickwell, Whitston, Miles, Field, Sutton y Sorensen (Nils). En el segundo avión, el Enderby, Halperin, DeWitt, Longfellow, Abermale, Sorensen (Gunnar) y un cambio de última hora con Tomás López, el jardinero de la universidad de Miskatonic, un tipo tímido: tanto que hasta la tarde anterior no se había sabido que hablaba no solo el español con fluidez, sino que también hablaba bien el portugués y algo de italiano.
Despegaron con elegancia, rugiendo sus motores. El cielo estaba completamente encapotado, cubierto de nubes. Soplaba viento del mar, que prometía lluvias inminentes y copiosas. Una vez terminado el acto, el aeropuerto quedó completamente vacío en cuestión de minutos. Fue entonces cuando comenzaron a descargar los nubarrones una verdadera cortina de agua.
La segunda despedida se vio bastante deslucida por esas lluvias. Fue a eso de las tres de la tarde. El agua caía y caía sin parar desde la madrugada, y ya tenía empapadas las banderolas, el estrado, los equipos... el único meteorólogo que quedaba a la expedición, el joven Orgelfinguer, esa misma noche, había tímidamente intentado hablar con el jefe máximo, sin conseguir que desistiera de sus preparativos.
Se... señor Stark... agitaba un ridículo papelito. Lluvias copiosas... vientos de fuerza siete... fuerte marejada...
Imposible. Pero si que fue escuchado en el último momento por Packard, que apareció con unas lonas casi en el último momento.
Daba igual. La expedición Starkweather-Moore partió por fin, sin problema alguno. Los marineros estaban de punta en blanco, los expedicionarios, todos el la cubierta de botes, saludaban (bajo sus paraguas) a los valientes que estaban en el puerto. Del incendio no quedaba ni un gramo de hollín. La carga estaba estibada correctamente en la bodega. Todos sabían ya más sobre el cómo y el porqué de los trabajos de los demás compañeros. Si había algún mal augurio, no se produjo. Si algún miedo o algún resentimiento, tampoco. La euforia lo contagiaba todo. El SS Gabrielle estaba preparado cuando, abriéndose paso por entre la multitud del puerto, llegaron con sus pequeños maletines de viaje, el señor Pooster y el señor Peabody, a los que ya no se esperaba. Subieron por una pasarela que un par de marinos ya estaban desatando, jadeando y chorreando, a la cubierta de botes, donde les recibió una ovación del personal ahí reunido.
La pasarela ya no estaba, el práctico del puerto dio la señal. Un remolcador se puso en posición para ayudar al barco en todo momento. El SS Gabrielle hizo sonar la sirena bajo la lluvia. Los motores rugieron.
Turlow estaba dirigiendo la maniobra, con Vrendenburgh en segundo término. Una vez la ciudad que nunca duerme quedó a Popa, y fue despedido el barco remolcador, se giró hacia su capitán y dijo:
Capitán, estamos en el mar. ¿Rumbo?
Vrendenburgh miró tranquilamente que todo estuviera bien. Con las manos a la espalda, y sin mover una ceja dijo: rumbo a la Antártida, Turlow. A la Antártida.
FIN DEL CAPÍTULO 3
Tirada oculta
Motivo: persuasión Pickwell
Tirada: 1d100
Dificultad: 15-
Resultado: 47 (Fracaso)