Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
- Quizá, de alguna manera, he obtenido un papel secundario en esta historia. Pero no soy la protagonista de la misma, en absoluto.-concedió, y aclaró al mismo tiempo, pensativa, extrañando de pronto los fragantes salones de Fougères, mientras se obligaba a suspirar, abrazándose momentáneamente a si misma al percibir un frío que quizá no era tal en aquella habitación.
- Tampoco soy tan ingenua como para creer que el gesto de Viviane la convierte en alguien de quien no debamos dudar. Precísamente por eso que decís. Por ser tan cambiante y extraña. - afirmó, portando, sin embargo, una expresión ligeramente entristecida y llena de nostalgia en el rostro- Imaginé muchas cosas. Sobre quién o qué podía ser lo que me otorgó aquella paz tan necesaria en una noche tan aciaga como esa...-confesó, apretando momentáneamente los labios en una fina línea- Durante un tiempo, incluso pensé que... El propio bosque...-dijo, negando suavemente con el rostro- No importa. Ya no importa. - concluyó.
- En efecto, aún nos encontramos sumergidos en un mar de incógnitas. Incógnitas que confío, puedan ser en parte resueltas por aquellas respuestas que nuestros compañeros traigan consigo.-indicó- Aunque bien puede ser cierto que tan sólo vuelvan a Brest con más preguntas entre las manos. -apuntó, deslizando aquellos mechones de su melena oscura que pretendían posarse sobre su rostro, hacia la suave curva de su oreja- Yo opino que mucho de lo que percibimos en todo esto, no es lo que aparenta ser.-indicó- Como esa Niebla. Dudo que sea una Niebla real y tangible. Como he dicho, creo que se trata de un ardid. De una quimera. -dijo, observándolo ahora, con detenimiento- Es evidente que mi señora tiene interés en todo esto. Y por tanto, yo también. Y por ahora, creo que esperaré a saber más para tomar una decisión sobre mis futuras acciones.
Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
-El propio bosque… -Ingvar repitió las palabras que ella había pronunciado lentamente, buscando comprender sus implicaciones. Había mucho más en las palabras de Sybilla de lo que parecía, una conexión más profunda que se revelaba en esa tristeza. Algo que había perdido en aquel entonces. -Pero fue Viviane quien lo hizo. Sin embargo, me pregunto qué conexión tiene ella con esta tierra. Tal vez haya algo de verdad en lo que decís, en cierto modo.
La escuchó mientras hablaba de sus teorías acerca del extraño poder de la bruja. El normando daba por hecho que su compañera probablemente estuviera mejor posicionada que él mismo para juzgar tales portentos. Al menos, ella conocía las leyendas locales y no las extranjeras.
-Sea real o sólo una quimera, su efecto está fuera de toda duda. –Contestó cuando ella habló acerca de la niebla, y terminó por fruncir el ceño. –Os admitiré que, aunque despierta mi curiosidad, no me agrada demasiado la idea de estar envuelto en hechicerías que no puedo comprender.
-Y supongo… que yo también voy a esperar para ver cómo evoluciona todo esto. –Admitió finalmente, mientras llevaba una mano hasta su rostro para acariciar su barba castaña. –En cualquier caso, intentaré escribir a Raynier mañana y veremos qué es lo que responde mi buen señor... Al fin y al cabo, cuando esto se complique necesitaremos información. Porque, si estoy seguro de algo, es de que esto va a complicarse aún mucho más.
-En cualquier caso… no hay mucho más que podamos hacer hasta que pase el día y lleguen los demás. Sólo entonces veremos si la profecía de Viviane demuestra ser cierta… y en qué forma. Ah, las esperas pueden ser realmente tediosas. ¿No creéis? –Preguntó, ladeando ligeramente la cabeza para observar a la cainita.
Te elegí porque eres un alma extraordinaria, Leyre. Pero en los últimos días tu incontinencia verbal solo ha hecho que avergonzarme, ¿eres consciente de ello?
A pesar de que el aroma dulzón de los aceites de Mahé me envuelven como un abrazo materno, y casi siento ganas de llorar por el alivio de regresar a casa, sus duras palabras me arrancan la dulce sensación del regreso al hogar, y agacho la cabeza, arrepentida.
-"A los justos los guía su integridad; a los falsos los destruye su hipocresía." -recito con un hilo de voz-. Tan sólo soy igual de sincera que siempre, mi señora. Puede no ser del gusto de todos, pero no todos comparten el corazón puro que compartimos nosotras: no debemos esconder nada, nada nos debe avergonzar, por lo que podemos ser honestas en nuestras maneras. Pero el resto son... -dirijo una mirada de desprecio hacia la puerta, recordando los largos silencios de Sybilla, y las aventuras en solitario del normando- no se muestran en absoluto como realmente son. Y por lo tanto les hiere mi sinceridad.
No se suponía que nuestro reencuentro debería haber sido así. Quejumbrosa, me dejo caer de rodillas y beso el bajo del vestido de Mahé con reverencia.
-Lamento mucho que os hayáis sentido avergonzada por mis palabras...
Seguimos en esta escena.
Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
Mahé te miraba con seriedad plena, no parecía atenuarse por la muestra de sumisión que le entregabas. Mas escuchaba con atención cada una de tus palabras.
—La honestidad es un don del que no todos deben disfrutar. Porque tu honestidad puede usarse en tu contra —zanjó con firmeza —. Si quieres servirme bien, amaestra tu sinceridad. Me importa como el llover lo que opinen tus iguales en condición, pero.. ¿a un Príncipe? ¿Eres consciente de que tus faltas de etiqueta también me afectan a mi?
Sus ojos inquisitivos se clavaron en los tuyos, vio como te arrodillabas y besabas el bajo del vestido. Le satisfacía tu sumisión, y acarició tus cabellos con la delicadeza de siempre.
—No me avergüenzo de ti, pero estoy enojada. Pero Dios.. —siguió mimando tu testa y suspiró muy humana —. ..es misericordioso.. y te perdona. Te persona si sabes contener esa lengua tuya delante de quien no toca.
Ante las duras pero sabias palabras de Mahé, una lágrima carmesí desciende desde mi lacrimal por mi nariz, pendiendo trémula en la punta de la misma.
No me avergüenzo de ti, pero estoy enojada. Pero Dios... ..es misericordioso.. y te perdona. Te persona si sabes contener esa lengua tuya delante de quien no toca.
Alzo la mirada, agradecida y extasiada por la gracia que me ha sido concedida.
-Gracias, oh gracias -vuelvo a inclinar la cabeza para besar de nuevo su vestido-, os lavaría los pies con mi cabello en agradecimiento por vuestro perdón. No soy digna de vuestro don ni vuestra misericordia, pero os aseguro que trataré de ser más discreta en presencia del príncipe. Os lo juro.
Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
Sybilla quedó pensativa, cavilando tras haber escuchado a Ingvar. Preguntándose qué significaba Viviane para aquella tierra, y cuál era su verdadero origen. Si debía dar sus conjeturas por meras fantasías forjadas por desesperación y necesidad de creencia en un momento de abandono, o si aún no debía desprenderse de ellas. Caviló sobre qué era lo que hablaría con Margawse, cuando volviese a verla. Y durante un instante, incluso temió que no tuviese siquiera la oportunidad de volver a hablar con su mentora. Pero aquello era absurdo, se dijo, negando levemente con el rostro, para volver a mirar a Ingvar, perdiéndose sus pupilas negras como ala de cuervo en su mirada encendida, y en el gesto sinuoso de su mano al acariciar su propia barba.
- A nadie le gusta caminar a ciegas entre las preguntas.-concedió- Pero me temo, sí, que para obtener respuestas tendremos que esperar. -afirmó, con un leve suspiro- Y sí, en efecto, las esperas pueden ser tediosas.-dijo, esbozando una leve sonrisa, finalmente.-Aunque, que digáis eso en mi presencia... No sé si debería ofenderme. ¿Os causa tedio mi compañía?
Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
La cortesana suspiró largamente esperando que el correctivo diera sus frutos, hizo que te alzaras ante ella con delicadeza y se sentó en una de las sillas.
—Háblame. Explícame qué has descubierto en tu viaje —pidió Mahé mientras hacia un ademán con la mano hacia uno de sus peines indicándote que, mientras hablaras, supieras qué hacer.
Tomo el instrumento puntiagudo entre mis dedos, y colocándome a su espalda, meso con cuidado los oscuros cabellos de mi sire. Son suaves al tacto y fuertes. Me entretengo desenredándolos primero con las manos antes de acariciarlos con el peine.
-No mucho. Sólo una leyenda de una bruja y una niebla -murmuro-. Si no fuera porque el chiquillo del príncipe está... finado -busco la palabra menos hiriente, a la vista de la regañina-, ni siquiera daría crédito a lo que hemos oído. Quizás lo más interesante del viaje ha sido descubrir hasta dónde se rebaja la moral humana de los inmortales. Durante el trayecto, la dama Sybilla y el normando han hecho algo más que investigar. Repugnante.
Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264
—Dos horas antes del amanecer—
Ingvar escuchó la respuesta de Sybilla, y sus últimas palabras arrancaron una sonrisa afilada en su rostro. Se sentía satisfecho de ver esa faceta de la cainita, que no se dejaba ver fácilmente en la imagen que proyectaba normalmente. Pero él sabía que había más. Lo sabía por la forma en la que las emociones se colaban entre los resquicios de su porte, y por el sabor de la sangre que había fundido con ella la noche anterior.
-Podríais ofenderos, no me cabe duda. –Respondió el Gangrel con complicidad a su provocación. –Nuestra estirpe tiene una gran facilidad para ello. Estoy seguro de que Mahé y su chiquilla ya habrían logrado hacerlo varias veces.
-Pero no, me temo que aún no habéis logrado agotar mi paciencia. –Rió entre dientes. –Tendréis que esforzaros algo más si es lo que pretendéis.
Lentamente, con el cuidado y la elegancia del cazador que se mueve tratando de no hacer escapar a una presa esquiva, el normando giró para colocarse frente a ella, y se agachó hasta que su mirada quedó a la misma altura que los ojos negros de la mujer.
-Pero, de un modo u otro… Una espera sólo es tediosa cuando la atención está puesta en el futuro. –Añadió, asomando de nuevo su mirada al abismo de sus ojos.