Ya había anochecido, cuando nuestra embarcación entraba por el estrecho canal del puerto de Llanes, eso me había permitido salir a cubierta para ver el atraque. Ya llevaba un tiempo con ellos, en el cual me había aprendido más de lo que hubiera creído, si me decían que tirara de un cabo lo hacía, aunque mi principal labor era vigilar con un palo que no golpeáramos con ninguna roca, puesto que estaba oscuro y yo tenía bastante buena vista, al menos mejor que el resto.
Una vez en el interior de la pequeña ría y con el barco sujeto, me quedé en la cubierta a contemplar como descargaban el pescado, había que ganar algo de dinero, aunque a mí no me interesaba, a mis acompañantes sí, necesitaban comer algo más que lo que daba el mar y reponer algunos de sus instrumentos de pesca que se habían estropeado durante las faenas en las oscuras aguas del Cantábrico.
La vida en el mar era tranquila, quizás demasiado, no era para mí, aunque me había dado tiempo para pensar, para pensar mucho y ordenar mis ideas. A pesar de todo, seguía hecha un lio.
Salí del barco y me senté en una de las cajas de grano que había colocado Jean cerca de la embarcación a la espera de ser cargada. Mi vieja capa, que caía cubriéndome todo el cuerpo hasta casi los tobillos, ya había comenzado a sufrir las inclemencias del tiempo, la sal del mar se había depositado por toda ella y ya presentaba algunas rasgaduras.
Miré hacia el este, ahora teníamos que marchar en esa dirección, puesto que en la contraria la tierra se acabaría más pronto que tarde, eso había dicho uno de los pescadores y me había quedado con ello. Esperaba encontrar algo de tinta algún día para poder seguir plasmando mis pensamientos.
Me volví a observar la poca gente que se movía por el pueblo.
No era LLanes un pueblo pequeño. Dotado de un puerto natural de cierta trascendencia, a las numerosas barcas de pescadores se sumaban, igualmente, varios navíos comerciales, de regulares dimensiones, y a pesar de la noche, había cierta actividad en el puerto, probablemente, de estibadores que, como el barco en el que había llegado Selin, descargaban mercancias para que, a la mañana siguiente, pudieran venderse en el mercado.
Llanes (o Aquilare, como aún la llamaban bastantes) era un concejo con su propia muralla, y con una torre que era evidente estaba siendo reconstruida, o reparada, sustituyendo su primera alzada por una algo superior, y en piedra. Después de todo, hacía más de una generación, unos cuarenta y tantos años largos, que a la villa se le había concedido una carta puebla, y la población permanente ascendía a más de un millar de personas. Lo que no era en absoluto desdeñable en una población tan dada a la dispersión como la que vivía en las partes más norteñas de la península ibérica.
En todo caso, la presencia de un nuevo barco era motivo, si no de sospecha, sí de cierta preocupación. Tal vez por eso no fue extraño que, apenas el tiempo de una vela después que finalizara el pesquero de realizar sus labores de atraque, un pequeño grupo de hombres armados, sin duda pertenecientes a la guardia de la ciudad, tres, y que debían ser comandados por un hombre de aspecto joven y de mayor calidad, se acercó al grupo. Fue el hombre joven, y que provocaba una sensación de liderazgo, el que tomó la palabra, tras mirar con curiosidad a Selin.
- Buenas noches nos de el Altísimo- dijo imprimiendo a sus palabras una mezcla de autoridad, cortesía y seriedad- Soy Artur de Aquilare, y hablo en nombre de los señores de la villa, los Suárez de Llanes.- de forma ritual miró hacia la embarcación de la que se estaban descargando ya los últimos fardos de pescado- ¿Entiendo que todas vuesas mercedes venían en esa embarcación?
Dándose cuenta que no todos los presentes parecen de la misma zona, y como habitante de una zona costera y fronteriza, sabiendo bien lo que tal cosa puede significar, el hombre que ha hablado repite las mismas palabras, primero en castellano, luego en francés, luego en árabe y por último en judío.
Llevaba unos minutos contemplando los devenires de la gente sin mayor interés que la mera curiosidad, parecía un pueblo bastante prospero, pero el ambiente no era de mi agrado, lo notaba bastante húmedo y fresco, como todos los pueblos de la zona, no lograba acostumbrarme. Unos pasos diferentes, con un ritmo más acentuado y un sonido peculiar que ya conocía me hicieron mirar a un grupo que se acercaba hacia nosotros.
Tres guardias y seguramente su capitán se aproximaban, en muchos otros lugares nadie se había tomado la molestia de acercarse a nuestra a embarcación, pero viendo ahora más claramente la magnitud del asentamiento costero, con su propia muralla e incluso un torreón daba la impresión que esto podría ser incluso un protocolo habitual por lo que me lo tomé con calma, como debía tomarse todo. Aun así debía ser prudente.
El capitán, que por su aspecto me atrevería a decir que podría pertenecer a alguna familia noble empezó a hablar, sus palabras en castellano eran desconocidas para mí, aunque me gustaba pensar que conocía algunas, puesto que sonaban parecidas al latín que había estudiado, pero no era suficiente para enterarme de lo que decía. A pesar de eso después de escrutar un poco mejor el grupo, decidió continuar en otros idiomas, fue ahí, en ese momento, cuando me sorprendió hablando en árabe, no esperaba que alguien se fuera a dirigir a mí en mi propio idioma en esta parte del mundo.
Alzo la mirada para fijarme mejor en el hombre que parecía muchísimo más culto que la media habitual y eso era un gran logro por su parte, ahora ya no guardaba ninguna duda sobre su nobleza, pocos podían lograr manejarse en tantos idiomas como lo hacía él sin proceder de un linaje privilegiado.
Me incorporo y digo a modo de presentación. -Merhaba.1- Esa era la palabra que siempre había usado desde pequeña para saludar a pesar de no pertenecer al árabe. -La paz sea contigo.- Complementando mis palabras con el educado saludo de mi lengua materna.
Me llevo la mano al pecho y hago una leve inclinación de cabeza. -Selin.- ¿Debería añadir mi procedencia? Nunca lo había hecho, solo era Selin. Contenta por poder hablar en mi idioma, decido continuar la conversación a pesar de que Jean Pierre sabría seguramente responderle mejor a todas sus dudas.
-Sí.- Asiento ante la correcta apreciación del noble, indicando con la mano a mis cuatro compañeros. -¿Está todo bien?-Pregunto con timidez, aunque tenía curiosidad por saber por qué mandaban a un hombre como él a hablar con unos pescadores. Era raro.
Por otra parte la visita de la guardia, nunca era agradable, exceptuando este caso concreto en que podía hablar con alguien sin tener que hacer gestos y repitiendo repetidas veces la misma frase esperando que de verdad sea la forma correcta de decirla. No recordaba tener una conversación tan cómoda desde hacía tiempo.
1 Hola en turco.
- Eso parece- respondió en un más que correcto árabe- sin embargo la embarcación ha llegado de noche, y siempre es necesario mantener la vigilancia ante el contrabando, la piratería, o aquellos que buscan su precio bien en oro, bien en sangre- sonrió, cortés mientras miraba pensativo a la mujer árabe, sin duda preguntándose qué hacía una mujer, y más una mujer como aquella, en un barco pesquero- Estoy convencido que el patrón de la embarcación pagará el precio de la mar, así como el almojarifazgo, no debéis preocuparos, Selin- el hombre se llevó en ese momento, un instante, la mano al costado, como si una vieja herida le molestara, y se movió lentamente unos instantes antes de seguir hablando- Es extraño ver a una mujer en un barco. Y más una mujer árabe en un barco cristiano, si me permitís la sinceridad. ¿Puedo preguntaros a qué obedece evento tan extraño?
De reojo miro hacia Jean Pierre. -No debe preocuparse, solo somos pescadores, pero comprendo sus inquietudes, corren malos tiempos.- Instintivamente muevo mi vista hacia el costado del noble cuando se lleva la mano, algo le había pasado.
Me froto el dorso de mi mano, pensando en la respuesta adecuada, una que pudiera satisfacer al noble, ya que la correcta no estaba segura de conocerla yo misma. -No suelen preguntármelo pero si me miran extrañados, así que no se preocupe, me estoy acostumbrando cada vez más si es eso posible.- Digo contenta por poder seguir hablando en mi lengua, era una sensación extraña hablarla después de tantos días, semanas y meses.
-Aprendo lenguas con ellos y les ayudo en lo que necesiten, aunque me gustaría poder hacer más… Así tengo oportunidad de ver mundo, muchos lugares en los que nunca he estado.- Apoyo mis palmas sobre mi cuerpo. -Supongo que no tengo mucho más que contar, tampoco es una vida tan plena como pudieran ser otras.-
La plenitud la alcanzaría cuando viera vistos cumplidos mis objetivos, aunque me llevara toda la eternidad.
La mirada del hombre expresa, sin necesidad de palabras, que no te cree. Probablemente no podría hacerlo. Tal generosidad es extraña, y más entre la gente de mar. Las supersticiones de llevar a una mujer a bordo se suman a la necesidad que cada mano sea útil, y las delicadas manos femeninas y la poca capacidad en la pesca que Artur deduce de tus propias palabras, indican que no entiende que tus motivos sean los reales.
O que le hayas contado todo.
Con cierta parsimonia se acaricia el mentón unos instantes, mirándote pensativo y calculador. A unos pasos vuestros los guardias tratan con los pescadores por el tema de las tasas. Por la expresión de unos y otros, aunque es una conversación de poco agrado para los pescadores, no se escapa de la normalidad.
- Comprendo. Aunque considerando que la mayor parte del mundo jamás abandona el terreno que lo vio nacer, y que los que lo hacen es por el empuje terrible de los vientos de la guerra, Selin, creedme si os digo que no me parece que hagáis justicia a vuestra vida. Habéis viajado mucho más que la mayoría, y en los eventos que van desde que inició vuestro viaje hasta el momento que con un barco de pescadores atracáis en un puerto del norte de Castilla, adivino una historia mucho más interesante que la que afirmáis- dice Artur, a pesar de todo sonriendo, cortés, valorando si las mentiras que pudiera estar contando la joven árabe tenían trascendencia o preocupación para su tierra y gente. Sin duda, era una joven atractiva. Pero dudaba que fuera la manceba (voluntariamente o no) de cualquiera del barco: se le veía demasiado lozana, y sana, y cuerda, como para eso. Sin duda, era intrigante.- ¿Sabéis si estará el barco muchos días atracado, Selin? ¿cual es la próxima parada en vuestra travesía?- pregunta, finalmente.
Entiendo perfectamente la mirada del noble de Aquilare, pero aun así me siento cohibida, no podía explicarle debidamente todo, no lo conocía y lo principal, no me creería como ya estaba pasando en este mismo instante, lo podía ver en sus ojos.
Escucho sus palabras con atención, pero sin mantener mucho tiempo su mirada escrutadora, la mía simplemente se pierde observando las botas de mi interlocutor para esquivar el contacto. Artur de Aquilare tenía mucha razón, faltaba demasiada información pero era mejor que siguiera en la ignorancia, mejor para los dos.
-Ah… bueno…- Respondo entrecortada y pensándome mucho lo que voy a decir. -Pensaba… que con eso bastaba, como llegué hasta el norte de… Castilla, es una historia mucho más larga… y seguramente aburrida para alguien como usted, Señor.- Digo mostrándome un tanto sumisa. -Pero puedo prometerle que siempre he intentado hacer lo correcto y actuar con justicia.-
La educación del caballero que tenía en frente era sorprendente, su cortesía y su buen hacer a pesar de no poseer una explicación que arrojara luz sobre mi presencia ahí, era cuanto menos sorprendente. A primera vista daba la impresión de que era un buen hombre, pero no podía confiar del todo en él, ya que las apariencias eran las primeras que engañaban a los ojos y por eso debía ir con cuidado siempre.
Miro hacia el barco, no lo sabía, suponía que poco. -No estoy del todo segura, dependerá de la mar, Señor.- Eran detalles que desconocía, pero los pescadores y el propio Jean Pierre podían sentir las tormentas sin ni siquiera otearlas en el horizonte. -Hacia el Este, recorriendo la costa, desconozco a donde llegaremos pero esa es la dirección.-
Al menos con las últimas frases había conseguido evadirme momentáneamente de las preguntas que no sabría responder.
Artur no dice nada por unos instantes, pareciendo meditar las palabras de la joven. Aunque nada dice, sus pensamientos le llevan a pensar que, tal vez, pudiera ser alguna concubina de algún rico hacendado musulmán. O incluso una hija de este. Alguien con suficiente dinero como para, quizás, contratar a estos pescadores y que por motivos inciertos ha elegido escapar de sus tierras. ¿Quizás el avance glorioso de los ejércitos cristianos le ha hecho huir? Podía ser, pero incluso esa posibilidad planteaba dudas porque, de huir, ¿a qué escapar al norte, y no al sur? ¿o era quizás alguna de esas vendettas tan frecuentes entre diversos grupos musulmanes como lo eran entre los cristianos?
- No soy tu señor, Selin. Ni tampoco el señor de estas tierras. Sólo actúo como... representante de la familia de los Suárez de Llanes. Nada más. Aunque es cierto que como tal mis palabras tienen autoridad y potestad. También, como tal, mi preocupación y mi obligación es comprobar que no se infringen las leyes, y que nadie amenaza ni la paz, ni el poder, de aquellos que me honran con su confianza y a los que soy leal- tras las palabras vuelve a mirar a la joven- Así que hacia el este... bien. Si no vais a permanecer en estas tierras, y si en efecto se abonan las tasas correspondientes, nada debéis temer de mi. Me interesa, sin embargo, vuestra reflexión sobre actuar con justicia. Es una forma de expresarlo peculiar, salvo que haya un matiz en vuestro idioma que desconozca. Hasta donde yo se, es difícil hacer tal cosa. ¿Qué es después de todo la justicia? Se lo que son las leyes, y las normas, y entiendo la necesidad de cumplir unas y otras. Pero la justicia- Artur volvió a acariciarse el mentón- eso son palabras mayores, ¿no os parece? Justicia distinta la del rey, y la de los nobles, la de la Santa Madre Iglesia y la de vuestro Califa, la de cada concejo municipal. Justicia distinta la que hay en cada corazón de cada hombre. ¿Con cual os quedáis vos?- tras la pregunta el hombre sonríe- Y no os sintáis interrogada. Es refrescante una cara nueva, y más tan exótica.
-Aah… Pensaba que… como habla tantos idiomas… Supongo que no tiene importancia.- Digo pensando en que quizás fuera un pariente lejano de la familia y por eso le habían dado ese puesto, conocer tantas lenguas era complicado y él lo hacía. Era curioso, yo también las conocía pero había estudiado dos décadas para ello y no todos tenían esa oportunidad, ni ese tiempo.
Asiento conforme. -Entiendo, pues no debe preocuparse, lo único que traemos es pescado. Hacen bien en vigilar la paz de su hogar.- Muestro una tímida sonrisa mientras lo miro a los ojos, pero se apaga un poco al querer que explique un poco más mi concepto de Justicia, ya que no creía que pudiera conocer los verdaderos males que azotan este mundo, a pesar de eso podría intentar explicarlo de una manera muy general.
Hago una mueca mientras miro hacia arriba pensativa. -Es posible, quizás lo expreso en un sentido diferente al que se podría esperar…-
-Pero sí, cumplir las leyes es un buen paso para todos y eso hago, como deberían hacer todos.- Después de escuchar las posibilidades que alega sobre la Justicia, cambio mi peso apoyándolo en la otra pierna. -La Justicia Divina, es la más importante ¿No lo cree?-
No me sentía interrogada, entendía el por qué de todo esto, me parecía una actitud sensata. -Sé que no es algo típico ver a alguien de donde provengo por aquí...- Digo entrecortada.
Artur escucha atentamente las disiquisiciones de Selin, y al terminar ésta, asiente complacido con su razonamiento.
- Estoy conforme: la divina es la más alta de las justicias. Pero también la que más queda protegida de nuestra percepción. Al fin y al cabo, ¿quién sabe cual es la voluntad del Altísimo si ni siquiera los sacerdotes de una misma fe pueden hablar con una misma voz sobre sus Designios?- guarda un momento silencio y luego prosigue- Conocer el lugar de uno en el mundo, y actuar conforme al mismo, siendo severo pero justo con los inferiores, digno con los iguales, y leal y respetuoso con los superiores. Quizás no sea el culmen de la justicia, pero a mi entender, se le asimila mucho.
-Supongo que tiene razón, es difícil recorrer el camino correcto.- Lo miro pensativa, sopesando su concepto de justicia, aprecio en sus palabras una separación que no estoy segura de que pudiera hacer. ¿Cómo valorar a un desconocido? ¿Lo haría por su apariencia? ¿Qué me había considerado a mí? Muchas preguntas brotaban en mi interior y ello hacía que aumentara mi deseo de conocer sus respuestas.
-¿Y cómo conoce todo eso Artur de Aquilare? ¿A quién considera usted inferior?- Echo un vistazo a nuestros alrededor. -¿Tal vez a unos pescadores? ¿O quizás a los que no profesan el cristianismo?- Digo inquisitivamente.
-Por mi parte pienso que si los actos de uno provocan pesar en otros, entonces se está cometiendo una injusticia. Lamentablemente a la hora de la verdad todo se vuelve más oscuro, hay demasiado grises…- Me quedo callada, un rato lo suficiente largo para parecer extraño, finalmente, añado. -Aunque no sé mucho de esas cosas… Supongo que quizá tiene razón.- Digo sin creer para nada en mis palabras. No me cabía duda, él se equivocaba.
Los ojos del hombre relampaguean, más complacidos que enfadados. Es realmente extraño. Culta, lejos de su tierra, con ideas peculiares sobre cuestiones tan esenciales para cualquiera como el lugar que cada uno ocupa en la jerarquía social.
- Tocáis un tema interesante, puesto que es verdad que no siempre (aunque sí en la mayoría de los casos) el mérito depende de la sangre. Hay quien nace plebeyo, pero guarda en su interior la capacidad y autoridad de un señor. Sin embargo, en respuesta a vuestra pregunta, las jerarquías existen. En lo que a mi respecta, no me considero superior, desde luego, a Pedro, o a Juan, que solo eran pescadores- una sonrisa divertida, y llena de ironía aparece en su rostro- aunque sí debo confesar que me considero superior a casi todos los pescadores de este pueblo. Y si dijera lo contrario, os mentiría. También me considero superior a muchos musulmanes. Aunque no a todos. En todo caso, es imposible, me temo, cumplir vuestro concepto de justicia, pues los seres que piensan y sienten siempre provocan pesar los unos en los otros. A veces con malicia, es verdad. Pero no siempre. Y penetrar con certeza en las voluntades de los hombres sólo le es posible a Dios.
Levanto la cabeza y clavo mis oscuros ojos sobre Artur, sigo contenta por los tintes que va cobrando la conversación, puesto que la mayoría de la gente que he conocido en mi viaje al norte de Iberia ni siquiera eran capaces de leer, estos temas eran difícilmente tratables, a parte claro está de la barrera lingüística que se presentaba habitualmente entre ellos y yo.
Asiento conforme con sus palabras. -Seguramente lo sea Artur de Aquilare, es usted más culto que la mayoría de la gente que he conocido y tal vez eso le de cierta superioridad, pero esta se desvanecería si no actuara con Justicia.- A decir verdad yo también me consideraba superior puesto que creía fervorosamente que estaba en mi mano emitir esos juicios, aunque tenía cierto temor a equivocarme, no era perfecta, por eso todo ello debía ser englobado por un largo y prudente estudio de cada caso.
-Seguramente sea imposible.- Añado. - Pero si simplemente el mundo consiguiera librarse de aquellos que lo hacen con malicia, estaríamos ante algo mejor y más harmonioso a los ojos de Alá.- Y Haqim. -No se debe desistir ante la imposibilidad de una meta, sino intentar a pesar de ello alcanzarla.-
Conocía perfectamente lo complicado de todo eso, pero tenía tiempo y esforzarme por verlo realizado no debería causar ningún pesar al mundo, o eso deseaba. Unas antiguas palabras recorrieron mi mente.
“Homo homini lupus.”
Mi rostro se ensombrece, bajo la mirada con cierto pesar. -Al menos eso me gustaría…-
-¿Son justos los señores de estas tierras?- Murmuro con curiosidad, posiblemente todo lo que Artur decía se veía marcado profundamente por los actos de los Señores Suarez de Llanes.
Era una pregunta difícil, y Artur no respondió de inmediato. ¿Eran justos después de todo? La mirada de Artur se perdió, unos segundos en la lejanía de ese mar. A orillas del mismo, contemplando sus vaivenes, su inmoralidad, su fuerza y su belleza, había pasado toda su vida. Se acarició el mentón, antes de responder.
- No creo que sea la cultura la que establece la superioridad entre los hijos e hijas de Adán, Selin. Tampoco creo que sea el poder. Al menos, no son ninguna de esas dos cosas. ¿Quizás la superioridad se basa en la consciente decisión de arrastrar el peso de las decisiones? ¿de afrontar la necesidad que sean tus objetivos los que dan forma, para bien o para mal, al mundo?- se giró y una sonrisa irónica apareció brillante en los ojos del hombre- Tocáis temas interesantes, Selin. Sin duda no sois una simple mujer, aunque con toda sinceridad, tampoco pensaba que lo fuérais.
Miró unos instantes a los pescadores con los que la joven había venido, y luego a ella misma, pareciendo reflexionar, y finalmente, le ofreció la posibilidad que había pergeñado su mente.
- El mundo es difícil para quien, de forma evidente, teniendo cultura y riqueza, ha tenido que prescindir de ambas, y se encuentra exiliada de su tierra. Creo que estoy en posición de ofreceros, si es vuestro deseo, un lugar en la casa de mis señores. Habría, por supuesto, que determinar vuestras habilidades, para comprobar cual es la posición que tales habilidades os harían acreedora. Pero estoy convencido que es un lugar más seguro y apropiado para una joven extranjera y culta que seguir rondando por los caminos en donde sólo es cuestión de tiempo que un percance pueda arrebataros salud, belleza, dignidad o la vida. Mis señores, en respuesta a vuestra pregunta, saben recompensar a aquellos que les sirven leal y fielmente.
Sigo la mirada de Artur con los ojos, volviéndome levemente hacia el mar, en la noche su final solo se diferenciaba del oscuro firmamento cuando multitud de estrellas empezaban a adornarlo. Era realmente bello. -Precioso.- Murmuro con la vista perdida entre el cielo y el mar.
-¿Pero acaso no se tiene más en cuenta al sabio que al mendigo? ¿O al poderoso señor que gobierna sobre otros?- Dejo caer lentamente las preguntas, mientras pienso como responder a Artur.
-Sus preguntas me hacen plantearme algunas cosas, me parecen muy acertadas y me encantaría ser capaz de responder a ellas con humildad, pero lamentándolo mucho, creo me queda mucho camino por recorrer para poder hacerlo.- Digo sin poder responder a ellas de forma que el mortal lo entendiera. -Aun así… ¿No cree que los sabios y los que ostentan el poder son los que toman las decisiones? -
Cuando escucho mi nombre, me vuelvo hacia él. -Tal vez haya tenido oportunidades que otras no han tenido, pero también se me ha privado de muchas cosas.- Aunque haya sido por un bien mayor.
Ante la oferta del hombre de Aquilare, hago un movimiento de cabeza, asintiendo a pesar de la futura negativa, lo cierto es que me impresiona tanta generosidad por parte de una persona y más de una con la que nuestras culturas se encuentran enfrentadas.
-Su gesto le honra Artur de Aquilare y normalmente consideraría una sabía decisión aceptar su oferta, pero espero que no le cause malestar que la rechace. Lo último que quisiera es ofenderle.- Hago una mueca, apesadumbrada por si había agraviado a mi interlocutor. -Pero no estoy hecha para servir, al menos no a unos señores.- Mi senda era mucho más que eso.
-Pero aun así le agradezco su generosidad.- Acompaño mis palabras con una reverencia. -Y aunque comprendo su preocupación por mi bienestar, a veces para conseguir lo que una quiere se debe correr algunos riesgos.-
-Es usted un buen hombre.- Digo dando cierta solemnidad a mi voz. -Espero encontrar en todos los pueblos a gente como usted, me causaría una gran satisfacción, aunque creo que no será fácil.- Finalmente muestro una tímida sonrisa.