Castillo de la Latte, País de Saint-Malo, Primavera de 1254
La parálisis de tu cuerpo era absoluta, consciente de cuanto había sucedido desde que los acechadores fueron acechados, cuando uno de ellos incrustó la estaca en tu corazón. Tu sire no había corrido mejor suerte, cazado del mismo modo que tú, pero no llegaste a ver su destino ni tampoco estaba inmovilizado como tú en aquel vestíbulo pétreo y frío del castillo donde te llevaron. En aquel momento asumiste su muerte, así como tú asumías la tuya a manos de aquellos decrépitos vampiros Nosferatu, pero descubrirías que a veces las cosas no son siempre como crees. Que tu sire sobrevivió y a ti te esperaba otro destino.
El hedor de aquel castillo era repugnante, tal como sus inquilinos, un enjambre de tullidos, leprosos y parias que se agolpaban en las sombras de aquel lugar como ratas comiendo las sobras del amo. Al menos, aquella fue tu primera impresión, y ya hemos dicho lo que te había sucedido asumiendo demasiado deprisa las cosas.
—En Tierra Santa.. cuando Ricardo de Inglaterra tenía presos a los infieles, ordenó ejecutarlos, a todos ellos, ante la mirada del sultán Saladino —una voz cavernosa, aleccionadora, vibró por el salón donde te encontrabas, ahora vacío.
Ante ti se manifestó una figura encorvada, de ropajes blancos con una cruz verde que le cubría todo el pecho, su rostro era horrendo, pero transmitía una tranquilidad tan sobrenatural como su propio aspecto.
—Muerte al enemigo, sin piedad, sin cuartel —hiló con aquella voz de profesor, caminaba ante ti lentamente —. Pero no estamos en Tierra Santa, no soy Ricardo de Inglaterra y tú no eres sarraceno, ¿debo aceptar que si te libero de tu infame prisión corporal podré tener una conversación civilizada contigo?
Sin dar tiempo a que diera ninguna respuesta, pues tampoco la podías dar a causa de tu estado, el Nosferatu agarró la punta de la estaca y te la sacó del cuerpo, de nuevo eras dueño de tus movimientos, pero sentías la alarmante necesidad de beber sangre. Estabas muy débil.
—Me llamo Raynier Coulotte, soy el señor de este castillo y de las tierras que incursionaste, ¿con quién tengo el placer de conversar?
Fue un gruñido bajo, casi inaudible, lo que surgió de los labios de Ingvar cuando finalmente la odiada cuña de madera abandonó su corazón, dejando tras de sí un ensangrentado pozo de hueso y carne inmortal. La Bestia se revolvió, espoleada por el miedo, el hambre y el odio, y durante un momento pareció que el Gangrel iba a abandonarse al Frenesí. Pero se contuvo.
-Soy Ingvar. -Tras unos segundos, el gruñido se convirtió en palabras, aunque roncas y difíciles de comprender. -¿Me habéis liberado para burlaros de mí? Si vais a darme muerte, podría haber sido digna.
El tono de su voz fue aclarándose poco a poco, pero no fue capaz de ocultar el veneno del odio que impregnaba su alegato. Lo poco que sabía Ingvar acerca de los bretones y sus costumbres es lo que su sire le había contado, y eso los convertía en poco más que una horda de débiles y mentirosos, capaces de cualquier indignidad. Por eso debían combatirlos.
Tras responder a la deformada figura que se había presentado como Raynier, retrocedió un par de pasos, en guardia ante cualquier ataque.
A pesar del surco de la fealdad que tañía el rostro del Raynier, su expresividad era absoluta. Te miró consternado durante unos segundos antes de responder.
—¿Burlarme de ti? Un pasatiempo infame para alguien que ha sufrido la burla y el rechazo de los que lo tienen todo. No, eres mi invitado —explicó sin cambiar el tono de voz, puede que algo paternalista —. Estás en La Latte, mi castillo, mi hogar, en la corte de los desposeídos y los repudiados. Aquí la única burla permitida es la que tiene lugar entre amigos, la que que alimenta la camaradería entre hermanos.
El Nosferatu no se movió un ápice se su posición, aun cuando adquiriste la tuya defensiva.
—Aquí nada has de temer, estimado invitado —alzó las manos en señal de paz —. Eres libre de marcharte, Ingvar de los Gangrel. No eres mi prisionero. Mas, antes de que marches, ¿puedo ofrecerte un refrigerio? Si me consideras un enemigo, el código de caballería no impide las normas elementales de cortesía —movió la mano hacia un lateral, donde pudiste apreciar una mesa iluminada tenuemente por velas con unas sillas de madera sólida —. ¿Os puedo invitar a sentaros a mi mesa, monsieur?
Ingvar dudó, indeciso, ante las palabras de Raynier. Todo lo que sabía de los odiados vampiros bretones, sobre esos que se escondían en casas de piedra para rechazar la auténtica valentía, le sugería que desconfiara de ese hombre, y que probablemente lo estuviera llevando a una trampa. Sin embargo, algo en la actitud y el tono de voz del Nosferatu calmaba sus recelos. Aunque su razón le pedía que estuviera en guardia, sus instintos lo llevaban en dirección contraria.
Confundido, avanzó un par de pasos. La mención del otro vampiro acerca de un refrigerio espoleó el hambre que recorría su cuerpo desde que habían retirado la estaca de su corazón.
-No me llamo monsieur. -Gruñó, aunque en esta ocasión sus palabras no eran tan amenazantes. No comprendía el motivo de que lo llamara así, si ya le había dicho su nombre. -Soy Ingvar. Ingvar Lundson. Yo... beberé algo antes de irme. Pero luego volveré con los míos. No... no se me engaña con facilidad. -Advirtió finalmente. Lo último que deseaba es ser menospreciado por su enemigo.
Aún cuando ese enemigo estuviera comportándose más amablemente que muchos de sus anteriores aliados.
De hecho, mientras escribía esto, he pensado que es muy posible que el francés no sea su lengua nativa. Aprovecharé los puntos gratuitos del defecto para darle un empujón en lingüística y representar ese aprendizaje posterior.
Raynier no se vio violentado por tu actitud, simplemente se sentó junto en una de las sillas, ninguna tenía aspecto especial.
—Los tuyos —repitió con tranquilidad mientras golpeaba la mesa de madera con los dedos, el sonido de la madera se propagó en el silencio —. Una vez hablaba como tú. Los míos. Los distinguidos caballeros de Francia, aguerridos soldados de Dios dispuestos a morir por Él en Tierra Santa en nuestra arrogancia. Pero.. —hizo una pausa, el sonido de unas castañuelas anunció la llegada de un sirviente que llevaba una bandeja con dos jarras y un recipiente de madera tosco, vuestro camarero iba encapuchado en una túnica gris, cualquier resquicio de piel oculto tras vendaje, tras serviros Raynier asintió con agradecimiento —... entonces me sobrevino el castigo de Dios.
Te sirvió del recipiente el líquido vital tan necesitado por ti en ese momento.
—Recuerdo como el sacerdote vino a por mi y me llevó a la iglesia para confesarme por última vez —narró con deje melancólico —. Me tumbaron sobre una sábana negra, escuché la misa de ese modo, como si ya estuviera muerto. Porque así fue, porque al alzarme, el sacerdote me llevó al exterior y me dijo "Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios".
Ahora se sirvió él un tanto de sangre. Se quedó en silencio, te miraba significativamente, con una placidez absoluta.
—Desde ese momento ya no podía entrar en los lugares públicos, beber, comer o lavarme junto a los demás. Me dieron mi túnica gris, mi bastón y mi taza, había dejado de ser de los míos, para ser un paria y un desposeído —no había tristeza en sus palabras, solo una profunda reflexión en paz —. Pero yo era un caballero de Francia, un soldado de Dios, ¿cómo el Todopoderoso pudo encontrarme indigno para castigarme de aquel modo? Entonces lo vi claro. Había sido arrogante, codicioso, vil con mis inferiores, los pecados se agolpaban en mi como las pulgas a un perro.
Hizo una pausa, tomándose su tiempo, si estabas impaciente o nervioso lo ignoró, Raynier conducía la conversación con tranquilidad, sin prisa.
—Entonces comprendí que en mi posición podía hacer más por los rechazados, como Cristo que lavó a los leprosos, yo podía emular Su Obra —habló solemne, se santificó al mencionar el nombre del Mesías —. Y eso nos lleva aquí. Contigo. Vi como tu Sire te abandonaba, sin preocuparse por tu supervivencia, como huía sin mirar atrás. Ningún hijo debería verse rechazado por su padre, ¿no crees?
Ingvar bebió de la jarra de sangre que se le ofrecía con avidez, casi sin dar tiempo al sirviente a terminar de servirla. Sin prestar atención a nada más, llevó el borde de la taza a sus labios y dejó que el espeso líquido carmesí se derramara por su garganta, inundando su cuerpo de un súbito -aunque efímero- placer. Bebió y bebió, en un trago que parecía no acabar nunca, hasta que de pronto se encontró con el fondo de la jarra. Poco a poco, la Bestia se replegaba, ligeramente saciada en sus peticiones. Sólo entonces se permitió el joven guerrero volver a hacer caso a su extraño anfitrión.
Éste hablaba de su vida... de sus pecados... Se preguntó por qué le contaba todo eso. Hasta que finalmente lo supo.
-¡Mientes! -Gritó de pronto, poniéndose en pie. Los ecos de su voz retumbaban en las paredes de piedra. -¡Einar nunca huiría como un perro! ¡Somos normandos! ¡!Somos guerreros! Una muerte en combate es mejor que una eternidad de vergüenza. Sois vosotros... sois vosotros los que no tenéis orgullo de guerreros.
La furia daba fuerza a sus palabras, y la bestia alimentaba su excitación. Sin embargo, en sus interior, una pequeña voz susurraba que, de hecho, Einar había desaparecido incluso antes de que la estaca se hundiera en su pecho... y de eso hacía ya bastante tiempo.
Mi Sire queda bautizado, ¡Einar!
El Nosferatu ni se inmutó por tu arrebato, algo que probablemente esperaba. Miró con aquella mirada beatífica tu rostro, casi sentías la caricia de la tranquilidad que manaba de su ser.
—Tienes razón, no tienes motivos para creerme —admitió humilde Raynier bajando imperceptiblemente la cabeza —. Solo ante la muerte uno reconoce el hombre que es, e incluso en la eternidad uno puede sorprenderse de lo que encuentra en su alma.
La actitud de Raynier no había cambiado, seguía mostrándose amable y tranquila. Al verte tan sediento, ofreció volver a servirte.
—Dejé el orgullo atrás hace mucho tiempo, muchacho —respondió sin rubor ante tu acusación —. El único orgullo que me queda es el de saber que muchos de los desamparados de esta tierra encuentran un hogar bajo mi techo, ¿eso me hace débil a tus ojos? —movió la cabeza curioso, intrigado —. ¿Qué es más valeroso, Ingvar Lundson? ¿Aceptar la muerte como propósito o la vida como oportunidad?
-¿Qué... Qué importa eso? -Respondió cuando el Nosferatu le planteó una nueva pregunta para la que no tenía respuesta. La vida, la muerte... Todo esas extrañas ideas eran cosas a las que ningún hombre honrado debería dedicar demasiado tiempo. Cuando Ingvar aún estaba vivo, se preocupaba de entrenar para ser el mejor del clan, tener una buena mujer y ser respetado. A su muerte, las cosas no cambiaron tanto. Simplemente cambió su señor, y cambiaron los enemigos contra los que luchaba. La vida no era tan complicada como la planteaba Raynier.
Mientras aún seguía meditando qué más decir en esa situación, volvieron a llenar su copa y no se sintió tan sobrado de fuerzas como para rechazarla. Cuando hubo vaciado una vez más el recipiente de su profano contenido, descubrió casi con sorpresa que la ira que había sentido al escuchar la historia de su Sire se había desvanecido.
-Mira... -Ante el escrutinio del nosferatum, finalmente se decidió a retomar la conversación. -No sé si eres fuerte o débil. Sé que tus soldados eran buenos luchando. Aunque si hubieran sido menos no hubieran tenido oportunidad contra nosotros. Y cuidar de todos estos... Enfermos... No lo sé. ¿Es algo qué haces para honrar a tu dios? ¿Para recuperar su favor?
Y después de un nuevo silencio, el joven Gangrel añadió.
-El que huye de la muerte es un cobarde. Pero el que no se atreve a vivir la vida también lo es. Para los valientes no existe la muerte.
Voy a serte sincero... En mi cabeza el nombre de mi querido mentor suena como Raynier "culete", y soy absolutamente incapaz de hacerlo sonar de otra forma. Y eso que sé francés.
Pero es que el señor culete es demasiado carismático.
Raynier simplemente asintió sin dejar escapar ningún gesto que revelara sus pensamientos, simplemente dejó la semilla en tu mente de algo que quizá iba a medrar o quizá no, pero prestó atención a tus siguientes palabras.
—La fortaleza se manifiesta en muchas más cosas que con la eficacia matando, muchacho —resolvió tranquilo, pero sin intención de amonestarte —. ¿Quién lo hará si no? ¿Acaso dejaron de ser hombres por ser objeto del castigo de Dios? ¿Acaso sus almas fueron ya condenadas en sus cuerpos marchitos? Si está en la mano mejorar la vida del prójimo, ¿no es un pecado no hacerlo? A Dios se le honra de muchas formas, pero la forma más simple y sincera, es la de tender la mano al necesitado, al perdido.
Escuchó su reflexión acerca de la valentía y la muerte.
—Solo alguien que sabe que obtendrá una recompensa en el Más Allá hablaría así —asintió concediéndote esas palabras —. ¿Tú tendrás esa recompensa si te alcanza la Muerte?
Bueno, ya me figuro la sensación xD
Yo es que ya me siento inmunizado a estas cosas después de los Kakita de L5A jaja
-Los Dioses no son todos buenos o generosos. -Replicó Ingvar, observando a Raynier con una curiosidad creciente. La conversación no estaba resultando todo lo desagradable que había augurado, y casi tenía ganas de que su deforme anfitrión le planteara nuevos enigmas. -Algunos podrían haber maldecido a estas gentes por placer. Y en cuanto a tu pregunta... ayudarlos o no es una elección. Yo cuidaría de los míos, claro, pero no puedes cuidar a todos. ¡Y puede que no te lo agradezcan! Y si estaban verdaderamente malditos, los dioses podrían enfadarse.
-Y si me alcanza la Muerte... quién sabe. -Hizo un gesto con la jarra, como si tratara de insinuar su aún fuerte sed sin resultar demasiado exigente. -Me gustaría pensar que iré al Valhalla. Pero mi corazón se paró, y sigo aquí. Así que no puedo decírtelo. ¿Y tú? ¿Serás recompensado por salvarme, si es que dices la verdad?
Estoy dando por hecho un politeísmo pagano estilo nórdico... pero corrígeme si me equivoco. Y en cuanto al idioma, el nativo de Normandía actualmente para los de ascendencia vikinga... ¿cuál es?
Y sí, el nombre fonéticamente insuperable se lo llevó el campeón esmeralda Kakita Toshimoko. Y luego presumen de gente limpia, estos Grulla...
Raynier te escuchó con fijeza cuando hablaste de dioses, si le molestó o lo desaprobó no lo expresó abiertamente, sus palabras proseguían en aquel tono aleccionador que no parecía alterarse por nada.
—Tus dioses paganos no son otra cosa que ídolos e imágenes primitivas del Trono Celestial —habló con convencimiento —. Pero Dios es misericordioso, siempre inclinado a perdonar al pecador que se arrepiente, y el Señor es severo porque nos ama a nosotros, sus hijos, esperando que nos alcance la Salvación —te miró lánguido, con un esbozo de tristeza apenas perceptible en la mirada —. Tienes razón. No puedo cuidar de todos. Pero a los que sí puedo, allí donde mi mano pueda alcanzarles, a ellos sí habré llegado. Justificar la inacción porque tu acto no pueda llegar a todos es alimentar la injusticia en este mundo —remarcó una pausa, como si con ella respirara, un acto reflejo de cuando aun vivía —. Si por mis actos una alma puede salvarse, ¿no habré tenido éxito ya?
En cuanto tocaste a tu pregunta, Raynier sonrió enigmático a la par que esa tristeza presente en sus ojos fluyó algo más, pero viste que tal sentimiento se convirtió en convicción.
—Yo perdí mi oportunidad para alcanzar el Reino de los Cielos, Ingvar Lundson —dijo solemne —. Estoy maldito por Dios, condenado a no encontrar la paz y con mi alma encadenada por siempre. No habrá Cielo para mi, yo ya no tengo ninguna recompensa en el Más Allá, ni tampoco tú. Nuestros actos ahora son genuinos actos de fe.
Ingvar asintió sin mucho convencimiento a las pretensiones religiosas de Raynier. Si el otro vampiro quería creerlas, allá él. Por su parte, el joven Gangrel estaba bastante convencido de que sus dioses no eran precisamente ídolos primitivos, y que tenían mucha más fuerza que el hombre crucificado al que adoraban los cristianos. Un hombre que había elegido sacrificarse, según decían, para salvar a todos. Pero bueno, incluso si era cierto y lo había hecho, el resultado era más bien pobre. No parecían mucho más cerca de salvarse que antes.
Pero no dijo nada, y se limitó a escuchar a su anfitrión. De momento, había demostrado paciencia, pero nadie podía preveer cuándo se le acabaría. Al fin y al cabo, entre cainitas no siempre era buena idea tensar demasiado la cuerda. Y a pesar de que se le estaba tratando como a un invitado... era consciente de que hacía bien poco tenía una estaca de madera hundida en el corazón.
-Así que no nos quedan recompensas en vida. -Terminó contestando a sus últimas palabras. -Y sin embargo tú sigues comportándote como si las hubiera. Eres un hombre extraño, Raynier. Pero por lo menos, pareces un hombre de palabra. Así que te lo preguntaré directamente. ¿Qué esperas de mí ahora que me has liberado?
El Nosferatu te miró con atención, una mirada fija y desarmante, pero con la suficiente habilidad como para dejarte espacio para ti misma.
—Nada. Solo quería tener una conversación con alguien distinto —respondió prosaico, se encogió de hombros —. Las buenas conversaciones enriquecen al hombre inquieto. Puedes volver a tu hogar si lo deseas, nadie te lo impedirá. Te he contado la verdad sobre lo que sucedió, es cuestión tuya creerme o no. Si te marchas, puede que nos veamos como enemigos en el futuro, si te quedas, quizá pueda enseñarte otra forma en la que vivir tu inmortalidad.
Hizo una pausa, dejó la mano sobre la mesa, acarició la madera tranquilamente, pensativo.
—No eres mi prisionero, eres mi invitado. Te he contado la verdad de nuestra existencia. Estamos condenados, ninguno veremos el Cielo. Pero quizá, en este mundo, tengamos una oportunidad de marcar la diferencia, ¿no es algo en lo que pensar?
Bajo la insistente mirada del Nosferatu, Ingvar valoró sus opciones. Si Raynier había dicho la verdad –y por el momento nada indicaba que no fuera así- entonces debía dar por hecho que Einar lo había abandonado a su suerte para escapar. Y si eso era así… ¿en qué situación quedaba él? Dudaba mucho que su sire hubiera reconocido su cobardía al escapar, por lo que debía haber mentido al respecto. Y en mitad de esas mentiras… ¿qué habría dicho de él? ¿Lo habría dado por muerto? ¿O tal vez lo hubiera tildado de traidor para guardarse las espaldas ante un posible regreso?
La rabia volvió a surgir entre sus pensamientos, e inconscientemente sus manos se crisparon alrededor de la copa que sostenía. Abandonado a manos del enemigo… en una situación incierta… y el único que parecía interesarse en su bienestar era, precisamente, su captor. ¡Y qué captor! El rey de los leprosos, un cristiano que quería ser santo. Estaba inmerso en una pesadilla, y sólo veía una solución a ella.
Debía hacer pública la vergüenza de Einar. El sangriento guerrero, el héroe de la conquista… que huía como una rata al verse amenazado. Sí… el camino debía pasar por la venganza. Por encontrar la fuerza para desafiar a Einar… y tomar su lugar en el clan. Pero por el momento, no tenía la fuerza para hacerlo. Afortunadamente, el tiempo era el único recurso del que nunca carecían los inmortales. Así que se esforzó en tranquilizarse antes de contestar.
-Si me quedara… -Dijo, aún con la voz ronca, mirando a Raynier, y comenzó sus preguntas. -¿Me quedaría como invitado? ¿Todo el tiempo que yo lo deseara? Soy joven, pero rara vez nadie da nada a cambio de nada… ¿Qué debería hacer para pagar tu… hospitalidad?
El Nosferatu te miró con sus ojos escrutadores una vez más antes de responder, mostró una sonrisa franca, casi desarmante en su concepción.
—Encontrarás tu lugar aquí, cuando lo hagas, sabrás como contribuir a esta causa —dijo con tranquilidad, no sin cierta carga de ambigüedad. Al despertar una posible suspicacia de tu parte, rió levemente —. Tranquilo, nada que pueda pedirte será perverso o humillante para ti. Por ahora, acostúmbrate a este lugar, conviértelo en tu hogar si lo deseas —se levantó con pesadez —. Hay mucho tiempo, y nosotros lo tenemos todo de nuestro lado.
Si quieres, podemos terminar ya la escena aquí. Puedes añadir algo más, pero creo que está todo hecho por ahora ;)
Me parece correcto. A lo mejor más adelante, con un Ingvar algo más evolucionado, podemos seguir estas conversaciones. Por cierto, te he propuesto una cosilla en mi escena personal.