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Y, tal como cabía esperar, los intentos de detener la voluntad de la señora de Bretaña tuvieron apenas el mismo efecto que el viento nocturno sobre los muros del castillo. Sin haber dado siquiera muestras de haber escuchado las palabras que se le habían dirigido, Margawse clavó en Leyre una mirada que parecía capaz de traspasar incluso su alma, y su cólera hirviente a punto de estallar se transformó en una rabia más fría, más premeditada, del mismo modo que el acero al rojo se templa en agua.

Si había albergado alguna duda sobre el destino de Leyre, el normando la abandonó en ese momento. En la mirada de la matriarca de los Toreador bretones sólo veía el presagio de una ejecución ya anunciada, y no encontró razones para intervenir una segunda vez. Mantuvo, no obstante, la vista atenta en la escena que se desarrollaba frente a él, con especial atención a las reacciones de Edwin, preguntándose cómo reaccionaría el caballero a un ejecución como aquella.

Un sutil movimiento hizo que girara la cabeza, encontrando la mirada de Sybilla que lo buscaba. En la profunda oscuridad de los ojos de la cainita se reflejaba una serena tristeza, pero su expresión también parecía querer advertirle, recordarle que el destino de los que se pierden demasiado en la rebeldía no era otro que el que estaba a punto de ocurrir frente a ellos. Que tentar demasiado al destino siempre lleva al mismo final. Por respuesta, asintió lentamente.

Ya lo sabía. Siempre lo había sabido, en el fondo, y cada paso que había dado le había enseñado más. Pero a pesar de todo, él había escogido esa forma de vivir cuando las cadenas que lo ataban se rompieron. Tal vez acabara muriendo de una forma similar a Leyre, pero si ocurría, lo haría sabiendo que había vivido libre.

Miró más atentamente al rostro de la pequeña Toreador, preguntándose si sería consciente de que, a pesar de todo, ella iba a morir esclava.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

A pesar de su situación, Leyre demostró una firmeza y un temple que muchos envidiarían ante su situación. A pesar de ello, Margawse cumplió su condena y arrancó con nulo esfuerzo la cabeza de la condenada. La muerte definitiva cercó a la toreador que finalmente, se unía, supuestamente, al destino de su sire. Mientras el cuerpo se marchitaba a los pies de una ensangrentada Príncipe de Bretaña, se volvió hacia el resto de la corte con un rostro pétreo y endurecido.

—Me sabré defender, sarracena —respondió a la anterior pregunta de Selin —. Salid de aquí. De inmediato. Elaine, ve con ellos. Dejadme a solas.

El tono de voz de Margawse no admitía discusión alguna. Elaine asintió sumisa, Edwin obedeció mirando el cuerpo de Leyre un instante y abandonó la estancia.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

La chiquilla de Margawse avanzó hacia vosotros, no miró a Leyre en ningún momento centrándose en vosotros. Sonrió liviana, como si no hubiera sucedido nada.

—Será mejor encontrar un lugar más tranquilo que este para hablar. Seguidme, os lo ruego —pidió con cortesía, Elaine os conduciría a un salón auxiliar, fuera del principal, donde pudierais hablar con tranquilidad.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

La muerte. Todo el deseo de inmortalidad terminaba en eso. ¿Sabían los chiquillos que el abrazo muchas veces no era sino una promesa de inmortalidad? ¿Que la mayor parte de los abrazados no vivían más de lo que hubieran vivido como mortales?

Qué desperdicio. Qué desperdicio.

Se inclinó respetuosamente ante la Señora de la tierra, sin pronunciar palabra, para acto seguido acompañar a la dama Elaine  fuera de la sala. Todo lo que debía decirse se había dicho.

Ingvar había observado la resolución final de la escena con una extraña apatía, que había borrado incluso cualquier rastro de su habitual expresión socarrona. En silencio, contempló la facilidad con la que incluso una existencia inmortal podía desvanecerse en un instante, y cuando la chiquilla de la Príncipe los instó a seguirla fuera del gran salón, sólo dudó un momento antes de echar a andar tras ella.

Observo como la Príncipe cumple su sentencia, impasible por la cruenta decapitación, y deja caer el cuerpo inerte de la Toreador, el cual no tarda en mostrar la verdad que había ocultado hasta ahora. Al escuchar hablar a la ejecutora, asiento con lentitud, ella misma me acaba de liberar de mi promesa y no puedo evitar sentir cierto alivio por ello.

Haciendo caso a la palabras de Margawse, me inclino para luego retirarme junto a su chiquilla y el resto de los presentes, guardando un profundo silencio y encerrada en mis propios pensamientos, intentando convencerme de que he hecho lo correcto al no evitar la muerte de la vampiresa. Al fin y al cabo, era impulsiva y sus acciones habían sido dictadas por sus más profundas emociones, esa carencia de disciplina la acercaba peligrosamente a su Bestia interior y eso habría terminado consumiéndola. Otros lo hubieran pagado. No me gusta pensar esto; pero lo más probable que fuera totalmente indigna de aquello que se le había otorgado.

Muevo la cabeza a los lados, no está bien pensar eso de alguien cuya vida ha concluido. «Que Alá te recompense, te dé paz y te perdone de todas tus faltas», recito mentalmente pensando en la difunta Leyre de Abin.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

La chiquilla de Margawse os condujo hasta la sala auxiliar y se quedó junto a vosotros, atrás dejabais el salón principal y una lóbrega Príncipe que no dijo nada más. Una vez en la confidencia del lugar, Elaine trató de hablar con naturalidad.

—La Príncipe indicó que os dirigierais al bosque de Brocelianda. Antes de eso, deberíais parar en el castillo de Concoret, allí hay un.. —hizo una pausa, como si buscara palabras para definirlo mejor —.. aliado. Lleva mucho tiempo ajeno a los asuntos de la corte, pero jamás ha mostrado deslealtad o cuitas con la Príncipe. Es un hombre consternado, huraño. Pero él conoce bien el bosque, y cómo podéis llegar hasta Viviane du Lac.

Hizo una pausa mirando por un instante a Sybilla, luego volvió la mirada a la mayoría.

—Atenderé a vuestras preguntas tan bien como pueda, adelante.

Una vez en la sala auxiliar, me hago a un lado, intentando no llamar mucho la atención, pero atendiendo a lo que tenga que comentarnos la chiquilla de Margawse. La ruta que debemos seguir me es totalmente desconocida, aunque nos indica alguien que podría llevarnos a través del bosque y eso en el caso de que acceda a hacerlo, puesto que por sus palabras, tengo mis reservas.

A pesar de su explicación, aun no puedo quitarme de la cabeza lo que ha ocurrido hace unos instantes y la naturalidad con la que ella parece ignorarlo. Aun recuerdo todos los que se han ido en esta sangrienta noche: vástagos, ghoules y no tengo dudas de que además numerosos mortales habrán sufrido por los caprichos y anhelos de poder de ambas señoras de la noche.

Continúo observando los movimientos y gestos de Elaine hasta que nos da permiso para hablar. Aunque ahora no me apetece, sé que debo hacerlo.

—Disculpe— digo tomando la palabra y dando un paso en su dirección. —¿Tiene algún mapa de la zona que me pueda llevar?

—Y… ¿qué más puede decirnos de ese señor? ¿Cuál sería su nombre?— pregunto levantando la vista hasta los ojos de la Toreador con mi última frase.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

Contemplar la muerte definitiva no era nunca algo agradable, pero habían hecho lo posible por evitar que algo así ocurriera, sin éxito, pero no podía negar que desde que había conocido a aquella joven chiquilla había visto hacia donde se dirigía su destino y solo era cuestión de tiempo. Tiempo que había llegado a su fin. Aparto la vista en el momento en el que la príncipe separaba la cabeza del cuerpo y espero con paciencia a que la mujer se desahogase.

Trato de no darle más importancia a lo que acababa de acontecer y siguió a la chiquilla de la príncipe fuera de la sala del trono.

Aquella afirmación de que a quien debían buscar en primer lugar, le resulto hecha demasiado a la ligera, pues en vista de todo lo que había pasado esa noche, ahora no podían afirmar quien era y quien no era aliado o enemigo.

Ingvar, que había acudido en silencio hasta el salón anexo, escuchó del mismo modo las palabras de la chiquilla de la duquesa. El ceño de normando se frunció, mientras su vista se desviaba, al igual que la de Elaine, hacia la consejera de Margawse. No necesitaba mucho más para saber de lo que hablaban.

Suspiró, en un movimiento tan sutil que prácticamente pasó inadvertido a la mayor parte de los reunidos, y luego se dirigió a la Toreador con una media sonrisa.

-Tengo que estar de acuerdo con Selin. Aunque la idea presentarnos allí y preguntar por hombres consternados y huraños pueda ser interesante, creo que ahorraremos mucho tiempo si sabemos a quién dirigirnos.

Su sonrisa aún se mantuvo unos segundos, antes de extinguirse y añadir con suavidad hacia la chiquilla de Margawse.

-Y tiempo es algo que no sobra precisamente, ¿verdad? Así que os ruego que nos facilitéis esos detalles, así podremos retirarnos para preparar ese viaje lo mejor que podamos.

Tras esas palabras, su atención abandonó a Elaine, y regresó a los que iban a ser sus compañeros en las siguientes jornadas.

-Y por cierto, ya lo había dicho antes, pero… si han atacado este palacio, no habrá lugar en Bretaña que esté más allá del alcance de la oscuridad de Mograine. –Observó a los reunidos, como si tratara de adivinar las capacidades de cada uno de ellos, y su mirada terminó en sus propias ropas manchadas de una sangre que cada vez parecía más oscura. -Preparad vuestro viaje para una guerra, no para la diplomacia.

Sybilla se había mantenido en silencio, tras haber contemplado la ejecución de la sentencia dictada por la Príncipe. Como alguien consecuente con sus palabras, Margawse utilizaba las propias manos, y no la fuerza ajena para hacer valer su ley. Reafirmaba su posición. Reafirmaba su voluntad. Y sin embargo, aunque aquello estuviese justificado, la visión no resultaba menos horrible.

- Somos polvo. Somos nada.-pensó, amarga, preguntándose si habría paz para el espíritu de alguien que había cometido el sacrilegio de tomar por dios a un ídolo carnal y maldito, como lo había sido Mahé. Apretó los labios en una fina línea y mantuvo un rictus serio, contemplando la sonrisa de Elaine, como la prueba de algo efímero y totalmente inadecuado, en un momento en el que aquella clase de cortesía era incluso ofensiva. No podía decir que le sorprendiese, por parte de la chiquilla de Margawse. 

Recogió las manos enguatadas sobre su regazo, y escuchó. La mirada de la consejera se tornó ligeramente ausente, pero a pesar de que pareciera haberse alejado de alguna manera de aquel salón, contestó- Guiscard du Guingamp.-dijo, de pronto- Con él trataremos. -confirmó- Es sabido en estas tierras que antaño era un hombre que frecuentaba cada festividad y disfrutaba de los placeres que la existencia pudiera darle. -explicó- Sin embargo, desde hace varias décadas, vive recluído en el castillo de Concoret. 

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

Elaine, al contrario que Margawse, tenía una actitud más suave y menos arisca. Pero aun estaba impregnada por un porte señorial fácilmente reconocible en sus movimientos y habla. Negó con suavidad a Selin cuando preguntó por el mapa.

—No hay mapas tan pequeños, madamme. Ni tampoco de Brocelianda, pero llegar a Concoret es sencillo siguiendo los caminos. Está al borde del bosque —atendiendo a la segunda pregunta que formulaba, Elaine miró a Sybilla que respondía por ella y asintió —. Madamme Sybilla está en lo cierto.

Sin ampliar más la información, quizá considerando que las palabras de Sybilla eran más que suficientes. Aunque aun añadió algo más.

—El Señor de Concoret, aunque vasallo de la Príncipe, vive sumido en una excéntrica dinámica. Su juramento manda que debería atender a sus agentes, pero si eso fallara —hizo una breve pausa, se sacó un anillo con una estilizada M presidiendo el aro —. Mostradle esto. Sabrá que vienen de parte de la Príncipe —a continuación lo ofreció a quien quisiera tomarlo.

Tras la intervención de la chiquilla de Margawse, fue Ingvar quien se adelantó para tomar el anillo grabado con la elaborada M que les ofrecía la Toreador. Con un gesto serio que revelaba que algún pensamiento sombrío cruzaba su mente, agarró con cuidado la joya que se le ofrecía.

-Muy bien, con esto será suficiente para convencerlo, entonces, si no atiende a razones. -Dijo, observando unos instantes en anillo para luego guardarlo a buen recaudo entre sus bolsas. Y, dirigiéndose a Elaine, añadió. -Pero atenderá, estoy seguro. Tenéis nuestra palabra, mientras lleguemos vivos a su castillo.

Después, se dirigió de nuevo al resto de los reunidos.

-Deberíamos prepararnos para mañana. -Insistió. -Pero antes… con Artur y Selin ya hablé sobre ello pero… ¿Alguno de los demás sabe algo sobre el dökkalfar que mató a Bohort? Mi gente contaba historias sobre ellos. Hechiceros que viven en un reino subterráneo. Y unos herreros con habilidades mágicas. Pero eran sólo historias.

-La pregunta te incluye, Elaine. La duquesa parecía no estar tan sorprendida por esos lacayos feéricos. -Terminó, girando la cabeza para observar a la cainita.

Las palabras de guerra del normando me hacen agachar la mirada, recordando todos los sucesos que habían desencadenado esta situación. La niebla, nuestro encuentro con Morgaine y su ascenso en la noche, hasta nuestro reencuentro ante la Príncipe de Bretaña. No puedo evitar pensar en que mi colaboración en todo esto ha sido tristemente perniciosa para estas tierras y quizás hubiera sido mejor que mi camino no me hubiera traído tan al norte, y a pesar de mis pesimistas pensamientos, sé que aun debo cumplir con mi deber para el mundo sabiendo que ahora estoy en Bretaña. 

«No huiré», me digo a mi misma.

Al recibir la respuesta de Elain, la miro unos instantes con mis oscuros ojos e inclino la cabeza hacia adelante, asintiendo. Ya había olvidado que había pedido un mapa, y al igual que en Brest, solo tienen grandes mapas.

—Gracias— contesto al escuchar terminar su explicación. —¿Cómo de grandes? ¿Son fáciles de transportar?— pregunto a la Dama de Honor.

Ingvar se adelanta para tomar el anillo, yo ya no quiero llevar nada más que transporte un mensaje, así que simplemente observo la situación hasta que el guerrero vuelve a preguntar sobre aquellos seres y como bien dice, poco tengo que aportar a sus suposiciones sobre las leyendas de su pueblo, así que en silencio, permanezco a la espera por si otros más sabios pueden dar respuesta a su pregunta.

Sybilla estiró la mano, lentamente. Dudó, entre coger el anillo, y dejarlo reposar en la mano de Elaine, permitiendo que otra persona lo tomase. La mano de Ingvar acababa por terminar el recorrido que ella no había sido capaz de efectuar del todo, provocando que la consejera contrajese el brazo, contra su pecho, tan despacio como había tratado de tomar el objeto. Se obligó a suspirar, y dedicó un breve vistazo al normando. 

- Selin, lo que Madame Elaine trata de deciros educadamente es que no podemos contar con un mapa. No hay algo manejable de una región tan concreta. Pero no os preocupéis. Conozco la zona. No al punto de poder trazar cada camino, pero sí lo suficiente como para que no nos perdamos si somos cautos.-indicó, antes de escuchar la pregunta de Ingvar, pensativa, y de nuevo dudando, apretando los labios ligeramente, en un movimiento sutil, antes de contestar- No es de extrañar que Morgaine cuente con aliados feéricos. -dijo, encogiéndose levemente de hombros- Ella misma posee sangre feérica en sus venas, pues pertenece al raro linaje de los kyasid. -confesó, observando cada rostro- Hijos de dos mundos, a los que se les otorga sangre maldita de Caín, emponzoñando su esencia misma, convirtiéndolos en pobladores de la tierra de nadie, en la que jamás podrán sentirse parte de nada. 

Aquella explicación aclaraba un poco la relación que había entre Morgaine y Margawse. O al menos eso creía. Mientras permaneció en silencio pensando en aquello que había preguntado Ingvar.

Eso tiene sentido, al fin y al cabo Morgaine dijo que eran hermanas.

Castillo de Fougères, País de Rennes, 25 de diciembre de 1264

—Medianoche—

Elaine asintió a las palabras de Sybilla, añadió a continuación.

—Son tapices, pesados e incómodos de llevar. Pero madamme Sybila es de la región, conoce ese lugar —comentó aunando a las palabras de esta. Miró a Ingvar unos instantes, respondió tras su pregunta.

—No tengo sapiencia de todo lo que sabe la duquesa —repuso con suavidad, una vez más volvió la mirada hacia Sybilla, que ampliaba ese conocimiento. La chiquilla de Margawse apretó un poco los labios, apenas una fracción de segundo, y a continuación siguió pendiente de la conversación.