Castillo de Concoret, principios de enero
—Primeras horas de la noche—
Desde mi asiento sigo atendiendo al Señor de Concoret, y viendo con claridad como destila ese desprecio por la mujer que nos acompaña. Su tono profundamente desagradable hacia ella y el trato que puedo imaginar le ha mostrado en ausencia de ambos me parece poco acorde para alguien de su posición, sin embargo, parece que no ha llegado a más y, de momento, asuntos más importantes me ocupan.
Ahora mismo no tengo más peticiones, cuanto antes concluyamos con esto, antes podremos deponer a esa cruel hechicera. Escucho a mis compañeros; un nombre adecuado y cortés nos será de ayuda, sobre todo si debemos preguntar por él.
Después de que Artur concluya con su petición, vuelvo a incorporarme para dirigirme directamente a él.
—Os agradezco vuestra ayuda y hospitalidad, lord Guiscard du Guingamp —digo, realizando de nuevo una respetuosa inclinación—. Suscribo lo dicho por Artur de Aquilare, si necesitáis algo que esté en nuestra mano… —dejo en el aire, quedándome en pie y mirando al señor de Concoret.