Castillo de Fougères, País de Rennes, mediados de octubre de 1264
Tanto tú como Margawse habíais tomado una costumbre muy personal de reuniros para conversar los domingos a medianoche. Una costumbre heredada de tus primeras noches en Fougères que se convirtió en algo que alimentaba esa conveniente unión inicial, que ahora quizá se había transformado en algo más íntimo. No todos los domingos era posible ese pequeño encuentro, pero la duquesa hacia esfuerzos para hacerlo, así como tú también. Era el instante en el que ambas podías conversar sin temer oídos codiciosos en la corte.
—Espero que Elaine no te haya molestado en exceso esta semana, sé que la ausencia de Gevrog la ha vuelto sensiblemente más estúpida —la franqueza con la que Margawse hablaba de las cosas y sus chiquillos era contundente, creía en la virtud del jamás pedir perdón. Era curioso puesto que con tu capacidad de discernir la mentira, la duquesa pocas veces hiciera uso de esta y, en la mayoría de ocasiones, no por cuestiones que le dieran ventaja sobre nadie.
Sybilla había descubierto sus manos eternamente enguatadas al sentarse frente a Margawse, como señal inequívoca de confianza y respeto hacia su mentora. Lo que había comenzado siendo una necesidad ante el acuciante dolor que le producía el simple roce de algunos elementos del mobiliario, se había convertido en una seña de identidad, y en una concesión, en una muestra de deferencia, cuando la prenda desaparecía dejando sus pálidos y largos dedos al descubierto.
Acariciaba distraídamente el pétalo de una rosa blanca entre los dedos, disfrutando de su tacto aterciopelado, sin que pasase por alto el hecho de que, a pesar de que fuesen un elemento habitual en la decoración del Castillo de Fougères, los lirios se encontraban ausentes en cada uno de los arreglos florales que reposaban en cada centro de mesa y en cada hermoso jarrón, en aquella sala en la que ambas se concedían la privacidad y la sinceridad como no hacían durante el resto de la semana.
- Despreocupáos, mi señora. Suelo... Intuir lo que piensa vuestra chiquilla sobre mí, aunque me dedique palabras dulces de cuando en cuando, en las ocasiones en las que lo encuentra conveniente.- dijo, esbozando una sonrisa comedida- Para mí, la diferencia tan sólo radica en que se ha vuelto algo más expresiva últimamente. Menos dada a esconder sus verdaderas tribulaciones.
—Entonces mi torpe chiquilla no ha aprendido nada —aseveró Margawse con decepción —. Se tiene tan creído su papel de pía devota de Dios que cualquiera con dos dedos de frente es capaz de ver su papel infantil.
Suspiró un tanto, se sirvió un poco de sangre. Esta había sido extraída de un mortal que había consumido recientemente champán, lo cual le daba a la sangre un sabor agradable.
—Pero espero tener mejor suerte con ella que con Gevrog, ese chiquillo tonto se deja llevar demasiado por lo que le hace varón, aunque albergo esperanza que tomar las decisiones importantes en Brest le haga madurar —expresó abiertamente con resignación —. Aunque después de su mensaje público a toda Bretaña.. lo pongo en duda.
- Vuestra chiquilla se esfuerza, no cabe duda. Quizá no ha dirigido sus esfuerzos hacia la dirección correcta, pero considera importante vuestra aprobación. - expuso- Aprenderá. Querrá agradaros, u obtener una posición similar a la vuestra, y aprenderá. Si no le importase tal asunto no me vería como a una amenaza.-razonó, encontrando también conveniente servirse un poco de aquella vitae chispeante.
- Vuestro chiquillo...- guardó silencio entonces, pensativa, tratando de buscar las palabras adecuadas con las que expresarse, degustando el sabor del fluído vital servido en copa de cristal labrado- ... Se olvidará del peso de su apreciado apéndice con los años. O eso creo. En cualquier caso... Tal cosa lo hace un tanto influenciable. Y si bien eso puede traeros decepción y disgustos, también puede ser usado para reconducir su conducta de manera adecuada.
Margawse sonrió afilada mientras bebía un tanto más, una sonrisa afilada que evocaba una rapidez de pensamiento con la que más de una vez dejó tumbado a algún diplomático en su corte. Afortunadamente, contigo no era tan contundente.
—El optimismo nunca me ha regalado nada, chiquilla —dijo moviendo la mano tras dejar la copa en la mesita —. He vivido suficiente como para ver que si a uno los Abrazan imbécil, imbécil se queda. Y lo que es peor, con los años la imbecilidad se agrava —bufó. Era un tema de conversación habitual, Margawse expresaba esa desilusión con sus chiquillos, pero sabías que esas quejas solían ser exageradas y fuente de una conversación amena. Al fin y al cabo, ¿qué madre no se preocupa por sus hijos y los trata con hiriente familiaridad? Ignorabas si hacia esto mismo contigo conversando con otro confidente, pero Margawse tenía pocos confidentes y los conocías a todos.
—Pero que hable de Gevrog no es baladí. Tengo algo que pedirte, es importante —apuntó mirándote a los ojos —. Conocerás de sobras la epístola que mandó nuestro estimado Príncipe de Brest, pidiendo ayuda como un perro apaleado, eso va a atraer carroñeros de las más variopintas procedencias. No confío en que Gevrog sepa vérselas con todos ellos, tiene buen ojo para las personas, pero es impulsivo y pierde la objetividad ante un rostro hermoso.
La duquesa se acomodó mirándote con atención, se tomó su tiempo para proseguir.
—Quiero que investigues también esa niebla comemortales, que te enteres de primera mano de qué se trata —clarificó —. Puede que los Tremere se hayan cansado de las largas y estén probando algo, lo ignoro. Pero te quiero ahí.
No respondió al comentario de la Duquesa, aunque fuese evidente que le había causado cierta gracia a juzgar por cómo dibujó una sonrisa similar a la de su mentora, siguiendo su política personal de no querer malmeter de manera innecesaria entre ella y sus chiquillos. Margawse ya sentía la suficiente decepción, y en ocasiones la suficiente inquina hacia ellos. Era consciente de sus errores. Quizá a veces excesivamente consciente, pero era normal. Se había ganado a pulso su posición, y era una mujer astuta y eficiente. No podía sino esperar lo mismo de los demás.
- La conozco.-respondió, habiendo leído sin duda la carta que Gevrog había enviado a cada corte bretona, escuchando con atención a Margawse mientras su rostro demudaba en una mueca preocupada, que muy a su pesar, reflejaba cierta inseguridad- Que acuda a Brest, pedís.-dijo, pensativa- ¿En calidad de Consejera? ¿O como representación vuestra?- preguntó, tomando otro sorbo de su copa, desviando momentáneamente la mirada hacia el pétalo blanco que de pronto ennegrecía entre sus dedos gráciles- ¿Creéis que estoy preparada para algo así?
Margawse se tomó su tiempo para responder, dejó que la nueva perspectiva macerara en ti antes de dar luz a tus dudas. Al hacerlo, lo hizo con su garbo habitual.
—¿Importa? Gevrog actuará del mismo modo en ambos casos, es predecible como un niño de teta —suspiró con resignación —. Hazte valer. No te he enseñado para ser una niña tonta que se sonroja ante el primer comentario, tus aptitudes serán útiles a mi chiquillo, aunque él no sea consciente de ellas ni deba saberlas.
La duquesa bebió un sorbo más de sangre, muy breve.
—No importa en la calidad que vayas, sino que obtengas resultados. Gevrog te verá como mis ojos, los demás, si son listos, también —habló con una naturalidad aclaparadora —. Eso es un arma de doble filo, por lo que debes usarla sabiamente. Pero, ¿preparada? Sobradamente —dijo con convencimiento.
- Es un halago escuchar eso viniendo de vos.-dijo, con honestidad, antes de cruzar las manos sobre su regazo, dejando caer el pétalo desprovisto de vitalidad de entre sus dedos- Os debo muchas cosas. No osaría ser malagradecida con vos. Así que... Trataré de no decepcionaros, aunque ciertamente la idea de alejarme de vos y de Fougères me produce... Cierto desasosiego. - admitió- No obstante, recordaré todos vuestros consejos, averiguaré lo que me sea posible sobre esa niebla extraña y trataré de disuadir sutilmente a vuestro chiquillo de dejarse llevar por rostros hermosos y malintencionados. Así como de las falsedades y las serpientes que se agitarán a sus espaldas cuando acabe el plazo de la convocatoria.
Margawse asintió complacida al escucharte, aunque añadió en última instancia mientras te miraba a los ojos con detenimiento.
—Venga, chiquilla, ¿qué esperas? ¿que una vez se haya solucionado esto te dejaré en manos de Gevrog? —negó con la cabeza con contundencia —. No, que los carroñeros se peleen por un puesto en su corte, tú ya tienes el tuyo aquí. En tu hogar.
No quiso dar excesivo pábulo a lo que acababa de decir, movió la cabeza dejando la copa sobre la mesita una vez más.
—Pero no te mandaré sola a Brest. Necesitarás alguien que te escolte y proteja, alguien en quien puedas confiar —explicó mientras se levantaba —. Mañana por la noche partirás a Brest y te presentaré tu escolta. Te libero de tus obligaciones esta noche.
Se levantó, de igual manera, algo más aliviada tras haber escuchado aquella declaración de intenciones por parte de la Duquesa- Tendré que esforzarme por que tal asunto se solucione cuanto antes, entonces.- respondió, levantándose de igual manera, inclinándose ante su mentora- Me despido por esta noche entonces, mi señora, para realizar los preparativos necesarios. - dijo, retirándose finalmente con aquellas palabras, tras contar con el beneplácito de Margawse.
Mas tarde, en sus dependencias, encontraría en sus arcones una de las profundas razones que habían originado el intenso desasosiego que la asaltaba al saberse de pronto lejos de la sombra de la Príncipe de Bretaña. Y es que al contemplar aquel vestido de seda azul que aún yacía entre sus pertenencias, se percataba de que lo que más le preocupaba no era el miedo a equivocarse, o a no contar con la protección presencial de Margawse. Lo que más temía, sin lugar a dudas, era salir de aquella burbuja en la que había sido contenida, dentro de Fougères, para comprender al instante que su pasado seguía vivo, y persiguiéndola, por mucho que pretendiese renunciar a él.
Cerró la tapa del arcón, con delicadeza, pero con decisión, e hizo llamar a los criados que se encontraban a su disposición. Tenía un equipaje que preparar, y si el pasado pretendía atormentarla por el camino, ¿qué menos que despellejarlo y llevar puestas sus pieles? Se dijo, mientras añadía a sus indicaciones el airear, limpiar y remendar aquel vestido azul que no había visto la luz en muchos años.
A la siguiente noche, Margawse te esperó en uno de los muchos salones anexos al principal, tu mentora se había vestido con sobriedad pero elegancia para tu despedida. Junto a ella permanecía un hombre experimentado, ataviado con cota de mallas y tabardo con los colores de los Foreville, la familia de aparecidos bretones conocida por sus leales caballeros y guerreros.
—Sybilla, os presento a sieur Aimeric Foreville, vuestro protector y escudo, podéis confiar en él como yo he confiado vuestra seguridad a él —ante los demás, Margawse mostraba su faceta protocolaria tratándote de vos.
—Monsieur Foreville, os confío uno de mis tesoros más preciados —se dirigió al ghoul —. Si me falláis, os colgaré de los pulgares mientras enloquecéis de dolor por la falta de vitae, espero que esta imagen la tengáis presente mientras cumplís con vuestro deber.
El caballero se mostró hosco y recto en primera instancia, era un claro exponente de los hombres de armas de la familia Foreville, que no habías conocido pocos en tus largos años en Fougères.
—Mademoiselle Sybilla, es un honor haberme sido encomendada vuestra protección —asintió con la rigidez marcial de un caballero —. Juro por mi honor y por Dios que os protegeré con mi vida.
La intervención de la Príncipe, junto a su amenaza, no pasó desapercibida para Aimeric, demostrando cierta agudeza respondió a la Toreador con soltura.
—Si os fallo, mi señora. Me aseguraré de colgarme yo mismo de los pulgares, pues me los conozco bien y suelen ser huidizos. Preferiría no abochornar a vuestro verdugo aplicando yo mismo la sentencia —si bien hubo cierto tono desafiante en el ghoul, Margawse lo midió con la mirada unos instantes, te miró a ti luego dando la última palabra en esa breve conversación.
—Al menos no es un cabeza hueca como los otros —repuso Margawse —. Os tomo la palabra, monsieur. Pero sed más cuidadoso en vuestros alardes de ingenio, o perderéis la lengua antes que vuestros pulgares.
La ocasión también había sugerido para Sybilla unos ropajes más bien sobrios, pues partía del que había sido su hogar, para no verlo al menos durante un tiempo. Un tiempo indefinido, aún, pensó, mientras se obligaba a erguirse cuan larga era, y a mostrarse entera y dispuesta.
Dedicó una mirada significativa a su mentora, tras haberla escuchado hablar, refiriéndose a ella de aquel modo. Se obligó a suspirar y posó la mirada oscurecida sobre la figura de Aimeric Foreville- Confiaré en vuestra destreza, monsieur. Y en que tengáis en cuenta lo prescrito por mi señora.- contestó al hombre, sin terminar de aprobar frente a Margawse aquel comentario que podía rozar el límite de lo correcto cuando uno se refería a sus señores.
Aimeric parecía un hombre experimentado. Hábil. Y ella a penas sabía cómo se debía agarrar una espada. El acero, además, la espantaba, por lo que aquella oferta generosa de Margawse era cuanto menos bien recibida.