Biblioteca del castillo de Saint-Pabu, Tréguier, principios de 1248
La enésima discusión con tu sire se había cobrado una víctima, uno de tus libros más valiosos, una vetusta copia en latín de Los Trabajos y los Días de Hesíodo. Una pérdida irreparable para ti, pero insignificante para ella, aunque quisiste responder tu sumisión a ella impidió que tu reacción no pasara de un enfado monumental que rozó el frenesí. Aquellas jornadas os encontrabais al amparo del conde Mauricio Heussaff de Tréguier, una figura fría y distante que no comprendías como toleraba la presencia de tu sire, siempre volátil y expresiva. Estabas sumida en pensamientos cuando una voz femenina, agradable, llamó tu atención.
—¿Cómo os encontráis? —preguntó esa voz, la identificaste con la de Noella, la pupila del conde, una mujer hermosa y de aspecto firme. No habías tenido mucha relación con ella, en realidad con nadie de la corte, por lo que te resultó curioso que te preguntara por ello.
Llevaba un vestido de tonos azules, nobiliario, pero práctico. La cainita se desplazó cerca de ti con un libro en la mano que colocó en una estantería.
Para que no te pierdas, en este momento Noella aun no es la condesa de Tréguier, sino que lo es su mentor, Mauricio Heussaff
Aquella discusión la había dejado temblando como una hoja al viento mientras observaba como su sire abandonaba la estancia, pero no por miedo, si no por ira contenida. Ni siquiera estaba segura de lo que había propiciado la situación en primer lugar, y en la mayoría de los casos podía ignorarlo, pero esta vez sintió como su bestia se revolvió cuando le destrozo el libro y de no ser porque era su sire se habría abalanzado sobre ella por cometer tamaña falta.
Cerro los ojos y se obligó a olvidar el tema, a mantener a raya al monstruo que llevaba dentro, al que gustosa habría dejado salir si no fuera porque eso habría conllevado más problemas y habría demostrado no tener control sobre sí misma. Como no habían sido expulsadas de allí debido a la conducta de Marlene en vista de cómo era el conde, era un milagro.
Suspiro resignada cuando estuvo segura de que no iba a perderse a sí misma y se agacho para recoger los trozos del ejemplar destrozado y fruncir el ceño al analizarlo detenidamente. No tenía arreglo. Un ejemplar tan único como aquel, perdido para siempre. ¿Por qué siempre tenía que tomarla con sus libros? Con lo complicado que era hacerse con ellos, y que por su culpa el mundo perdiese tesoros tan irremplazables como esos.
Se giró algo sorprendida por la presencia de alguien más allí, y al ver quien era la dueña de aquella voz hizo una pronta reverencia. Aparentemente, la pupila del conde había presenciado la bochornosa escena, o más bien la había oído. No pudo evitar un gesto de fastidio ante tal pensamiento, lo más seguro era que todo el lugar se hubiera enterado de lo ocurrido con los gritos que había dado. De nuevo dejo escapar un suspiro, pellizcándose el puente de la nariz con una mano, antes de negar con la cabeza para sí misma y volver su atención a la noble mujer.
Bien… supongo, un poco frustrada tal vez. Habló mientras dejaba los pedazos del libro en una mesa cercana Siento que hayáis tenido que escuchar algo tan… vergonzoso se disculpó tanto en nombre de su sire como de ella
mira tu por donde le he dado nombre a la sire. Se llama Marlene
Noella se colocó frente a ti, te contempló en silencio, se tomaba largos tiempos para responder, te mostró una sonrisa cordial antes de hablar.
—Los crímenes del padre a menudo sacuden al hijo, pero no te veo como él —admitió la cainita —. Tú eres distinta a ella, ¿verdad? Lo noto.
Te invitó a sentarte junto a ella en unos asientos de madera que habían en la biblioteca, Noella lanzó una mirada furibunda a los restos de la obra destrozada por tu sire, no escondió el enojo que aquello le causaba.
Mostró una tímida sonrisa de agradecimiento al escuchar aquellas palabras, sintiendo algo de alivio. Desde que estaban allí, había medido y sopesado cada paso y cada palabra, teniendo mucho cuidado de no hacer nada que pudiera ofender o molestar.
Creo que eso es algo bastante evidente contestó tomando asiento cera de ella confirmando sus sospechas. No le pasó desapercibida aquella mirada al libro, en la que se vio reflejada, y aunque lo que había pasado le molestaba, trataba de buscar las palabras para justificar los actos de Marlene. Era su Sire al fin y al cabo, pero en ocasiones aquellas razones ni siquiera ella podía creérselas.
Noella se sentó con la dignidad de una dama bien educada, una vez acomodada te contempló durante unos instantes antes de decir nada. Respiró profundamente, casi te daba la sensación que llenaba sus pulmones del aroma de los libros de aquel lugar aunque, era obvio, respirar ya no le era necesario.
—Me pregunto.. ¿cómo alguien como tú ha acabó siendo la chiquilla de alguien como ella? —preguntó intrigada, apoyó el codo en la mesa, un gesto calculado y delicado, dirigiendo su mirada a la tuya, atenta a tu forma de expresarte.
La forma de mirar de la pupila del príncipe a veces le resulta inquietante. Estaba segura de que podría mantenerse así durante horas si fuera necesario. Se preguntó si tal vez usaba aquello como una manera de hacer confesar cualquier cosa a aquellos con los que mantenía una conversación.
Bajo su mirada al libro destrozado buscando una respuesta a su pregunta. Una pregunta que con el tiempo había aprendido a dejar de lado, pues Marlene o le daba largas o directamente se enfadaba porque cuestionase lo que había hecho.
- Es difícil contestar a esa pregunta. La única conclusión a la que he llegado es que tuvo compasión de mí.
Un destello de curiosidad afloró en la mirada de Noella, una curiosidad mecánica, ausente de emoción, pero que la llevó a fruncir ligeramente el ceño para preguntar.
—¿Compasión? —se preguntó —. Explícame porque la compasión te llevó a convertirte en la chiquilla de alguien que te aborrece. Intuyo que lo acompaña una interesante historia de deducciones, errores y sueños rotos —la cainita se acomodó en la silla, no era una forma de sentarse de alguien que deseaba disfrutar de, precisamente eso, la comodidad, sino de alguien que parecía haber encontrado un pasatiempo con el cual disfrutar largo y tendido.
No pudo evitar un atisbo de sonrisa al escuchar a la dama mientras se colocaba de una manera un tanto poco adecuado. Si no fuera por la ausencia de emoción, podría jurar que sentía curiosidad.
Al principio no era así. El que me odiara me refiero. Y no creo que sea una historia tan interesante comentó con una leve risa, nunca se lo había parecido y no pretendía adornarla para otra persona. Cuando pregunte porque me había escogido a mi como chiquilla, me contó que ella, durante muchos años había querido un chiquillo y que yo le resulte adecuada, sumado a que se habia pasado al beber de mi. Había arrugado ligeramente el gesto, era un tema que siempre que le había preguntado, trataba de escurrir y pasar a otra cosa. Y yo que siempre he adorado el saber cosas, aquella era una más entre tantas cosas en este mundo que se abría ante mí. En aquellos años, se ocupó de que supiera lo básico sobre la sociedad vampírica, las normas, y aquellas cosas que estaban fuera de límites. En su opinión, y eso era algo que jamás diría de viva voz, había tenido la sensación de ser ella la que más tiempo llevase como vástago que su sire, pues su impulsividad era más bien lo característico de alguien joven e inexperto.
Noella te escuchó con esa actitud regia, apacible, que evocaba autoridad de un modo que hasta ese momento jamás habías sentido, ni siquiera con tu sire.
—La debilidad de sus emociones, de su temperamento atrofiado, ya veo —expresó sin moderar su opinión —. Creía abrazar a una guerrera, y lo hizo, de un tipo que no esperaba —te miró con cierto interés cuando mencionaste tus gustos académicos —. ¿Qué es lo que hace que adores el conocimiento? ¿Por qué? ¿Qué promueve en ti ese interés?
Rápidamente obvio el tema de tu sire, como si para ella fuera un engorro inútil, una nota al pié de página en la historia que le interesaba. Su mirada fría pero despierta, se clavó en ti, interesada en tu respuesta.
Su rostro se mostró pensativo, con la mirada perdida al frente, buscando en su memoria algún vestigio que pudieran verificar aquellas palabras.
No se… no estoy segura de que tuviera algo así en mente, o al menos nunca me ha dado razones para pensarlo. Contestó algo dubitativa creo… creo que más bien se debe a que yo he conseguido que se me abran más puertas, metafóricamente hablando, gracias a mi educación. Aquella pequeña confesión, salida desde el fondo de su ser, la tomo un poco por sorpresa y tan pronto las palabras escaparon de su boca, se arrepintió de ellas, bajando la mirada a su regazo avergonzada, no estaba bien hablar de aquella manera de la que era su creadora Lo… lo siento, no debería de haber dicho algo así. Trató de aprovechar las preguntas que le había hecho para dejar de lado su impertinencia. ¿Por qué me gusta tanto…? Porque me da la oportunidad de aprender cosas sobre toda la tierra conocida, el cómo piensan otros y porque piensan lo que piensan, su visión. O el como algo puede llegar a ser una leyenda o que hay de verdad en una… Y… bueno… me distraía del prospecto de que sería desposada y tal vez no volviera a tener la oportunidad de acceder a todas esas cosas.
La mirada inquisitiva de Noella era inescrutable, la cainita no hizo ademán alguno ante tu petición de disculpas mientras esperaba la respuesta a su pregunta. Escuchó, sentías que lo hacia porque movió la cabeza un poco para demostrarte que lo hacía.
—El conocimiento es una dádiva a la que no debería acceder la mayoría, pues no la apreciarían en absoluto —zanjó incólume, movió la mano sobre la mesa mientras abarcaba la estancia con la mirada antes de volver hacia ti —. Un principio tan sencillo como que no hay que dar diamantes a los cerdos. ¿Es un cerdo tu sire que casi ha podido consumir un diamante en bruto? —se cuestionó con impunidad. Te miró a los ojos con severidad —. Lo única cosa clara que para mi es una. ¿La otra? Puede que podamos descubrir con el tiempo.
Se puso en pié con la misma actitud regia con la que se había sentado.
—Te haré llegar ciertos libros. Si eres capaz de entender su prosa y contenido, puede que sí tenga un diamante en bruto ante mi —dijo con un tono que no admitía debate, aunque se detuvo para mirarte una vez más —. Salvo que tengas miedo a aceptar este reto.