Mateo frunció los labios y negó con la cabeza. Qué más le gustaría que saber el nombre del puto demonio que tenía que perseguir, pero a pesar de todo lo que había sacrificado hasta el momento, había sido incapaz de encontrarlo. Cada vez que creía que alguien daría con él, algo pasaba y perdía la pista.
No tenía muy claro por qué el mago sonreía tanto, pero a pesar de que le inquietaba, entendió por sus preguntas que intentaba a ayudar. Quizás solo era raro. La gente poderosa solía tener peculiaridades que muchas veces escapaban de su entendimiento.
—Varios, pero ninguno que llevara encima el día que desapareció —Le confió. Reconocía la preocupación en su voz, y la apreciaba —. Ha pasado algo más de un año. Un año, tres meses y 9 días, para ser exacto.
Y estaba cansado. Pero eso no lo iba a detener, por supuesto. Se había hecho cazador de demonios para encontrarla, a pesar de que toda su vida había preferido mantenerse alejado de los problemas y alejar a los problemas de él. Desde entonces, tenía que ir a buscarlos.
La respuesta del hombre sobre el dragón le hizo entrecerrar los ojos un momento mientras leía.
—A veces el costo sale más caro de lo que esperas. Al menos con los demonios, lo hace. Lo pervierten todo, y te hacen arrepentirte de lo que pactaste. Y luego, además, les debes tu alma. Te gusten los resultados o no.
—Puedo encontrarla—dijo sin rodeos ni florituras—. Tan solo dame alguna de sus pertenencias... y si quieres encontrarla yo haré un ritual que me indicará donde está.
En su fuero interno le dio bastante pena aquel chico que no había conseguido en un año, tres meses y nueve días encontrar a su hermana. Su hechizo de búsqueda le había plantado frente al dragón en muy pocas horas. Pero tampoco le iba a salir barato aquel gasto extra de su poder de canalización.
Tal vez así pudiera sacarlo de una puta vez de su biblioteca y llevarlo primero de compras antes de buscar a su hermana. Pero el chaval era testarudo, más si cabe que Aleister que ya con la edad perdía facultades, y para llevarlo a su terreno tenía que vestir el consejo en oportunidad.
—No con los dragones, joven. Ellos son guardianes de lugares mágicos o de saberes ancestrales. No tienen nada que ver con esos trozos de mierda calcinada del infierno. Pero te digo una cosa...—Concedió con seriedad —en algo estamos de acuerdo. Yo también quiero limpiar la ciudad de esa escoria. Así que hagámonos un favor y colaboremos, déjame primero que yo negocie con el dragón y luego hago un truquito y te llevo junto a tu hermanita ¿Qué me dices a eso?
El corazón se le detuvo tan pronto escuchó esas primeras dos palabras. Era fácil ilusionarlo cuando se trataba de Adriana, a pesar de que su sentido común le obligaba a recular y no dejarse llevar por lo que podrían ser promesas vacías. El libro bien podría haberle desaparecido de las manos sin que se diera cuenta, porque tenía la mirada fija en el hombre.
La parte más sensata en él le pedía poner freno y analizar la situación. Se sentía como un pacto como un demonio: demasiado tentador, demasiado sencillo, demasiado inmediato. Pero ¿podía permitirse dejar pasar una oportunidad como esa? Si tan solo existía la posibilidad de que funcionara... La vida de Adriana valía mil veces el precio de la suya.
—Bien. Tengo algunas de sus cosas en mi camioneta. Puedo dejártelas.
La idea le había acelerado tanto que ya no podía concentrarse bien en leer.
—¿Te importa si le saco foto a las páginas? —preguntó, sacando el móvil —. En cuanto lo haga, te acompaño a negociar con el dragón.
En medio de la conversación, Aleister comenzó a percibir algo extraño, una energía desconocida que parecía querer ingresar a su Sanctasanctórum. Al estar activas las protecciones, lo que sea que se encontraba allí afuera no podía entrar, pero el choque de la energía contra aquel escudo invisible se sentía alrededor. Aquello duró apenas unos segundos, y luego desapareció.
¿Desean continuar a buscar el Dragón? ¿Investigarán algo más?
¿Qué hacen?
Ya había lanzado el anzuelo y empezaba a recoger la caña como le indicaban los gestos del cazador. Solo tenía que buscar a su hermana, nada más fácil. Otra cosa sería recuperarla, pero para eso estaban los favores y al viejo mago le encantaba ofrecerlos. Asintió a muchacho para que le dejara aquellas ofrendas y levantándose del sofá concedió con la mano la posibilidad que le pedía.
—Haz las que te haga falta, muchacho —dijo mirando a su alrededor como escrutando a las sombras como si presintiera algo—. Pero date prisa.
Entonces miró hacia la estantería con gesto preocupado, los ojos entornados y la mano que sujetaba su bastón atenazando la madera serpentina. No sabía si el cazador era capaz de sentirlo, pero el mago lo estaba sintiendo perfectamente. Hizo un gesto con la mano al cazador para que hiciera por levantarse.
—Tal vez necesitemos un poco más de ayuda...
Aleister ya está preparado para ir de visita
Aleister, haz el movimiento Echarse a la Calle, tiras con la facción Velo y márcate esa facción si aún no la tienes marcada. Plantea en tu post donde te citas con Dak-Ho, si sacas éxito completo él se encuentra ya en el lugar. Con éxito parcial elige opción, Dak-Ho aún no habrá llegado.
Mateo ¿cual de los objetos que tenías de Adriana ha desaparecido?
Aleister sacó de su chaqueta una tarjeta roja con letras doradas. Por muy honorable y dragón que fuera la sobriedad brillaba por su ausencia en aquella invitación.
Marcó el número dorado que indicaba y esperó a que el teléfono se descolgara. Escuchó con atención el saludo de Dak-ho y luego tomó él la palabra.
—Dak-ho. Sabes que me gustaría entrevistarte ¿Qué te parece una visita a los estudios de grabación?
Asintió un par de veces y luego con el ceño fruncido y la voz grave.
—Del precio ya hablaremos. Nos vemos allí—comentó sin más preámbulo y mirando al cazador le invitó amablemente a salir por la puerta.
Motivo: Echarse a la calle
Tirada: 2d6
Dificultad: 9+
Resultado: 9 (Exito) [3, 6]
Elijo la opción "Tiene un coste mayor del esperado".
Si bien no tenía idea del origen de la prisa del mago, no pretendió cuestionar los motivos que este tuviera para sentirla de un segundo a otro. Si algo había aprendido Mateo desde que se había sumergido en el mundo sobrenatural era que en ocasiones la lógica sobraba, y bastaba echarle un ojo a Aleister para notar que su nerviosismo era sincero.
Así que obedeció. Aprovechó la llamada del anciano para hacer las copias rápido (benditas sean las aplicaciones de escaneo por cámara), cerró el libro para dejarlo a un lado, y se guardó el móvil en el bolsillo al ponerse en pie.
Ya concertada la cita con el dragón, el cazador asintió y salió por la misma puerta por la que habían entrado.
Pronto estuvieron, otra vez, junto al cementerio Hollywood Forever. Desde donde se encontraban podía verse su camioneta, la misma que antes había sido de su padre. Una camioneta que, por cierto, casi le doblaba la edad.
—¿Dónde quedan los estudios de grabación? —preguntó al anciano, mientras abría la puerta trasera. Ahí tenía un bolso con unas cuantas cosas: entre ellas, algunas cosas de Adri.
Sería difícil decir por qué las llevaba con él. A veces se convencía de que podían ser útiles, otras solo las necesitaba como motivación y apoyo moral. En esta ocasión, la vida parecía haberle dado la razón en lo primero.
No era mucho lo que tenía, claro. Un cuaderno de álgebra, unos cuantos coleteros, un cepillo de pelo, su peluche favorito de cuando era una niña, la sudadera que siempre le robaba, y... ¿Y su diario? ¿Dónde estaba su diario?
—Espera un segundo —Le pidió al hombre, revolviendo todo en su bolso. «Todo» era un montón de armas, botellas, y una colección de herramientas, además de un par de mudas de ropa y algo de comida. Los esenciales de un cazador de demonios, claro.
Acabó por soltar un gruñido, frustrado. Pero no se comió la cabeza. Quizás lo había dejado en casa y no se acordaba.
—¿Te vale alguna de estas cosas?
Escena Cerrada