Parecía que la reunión llegaba a su final y se habían tratado todos los temas importantes, tanto políticos como comerciales e incluso sociales. El maestre no tenía nada más que añadir a lo dicho ya que estaba de acuerdo con lo expuesto y además, como bien había apuntado Lord Everam, todavía tenía demasiado presente la muerte de Aldern y todo lo que había pasado antes.
-Me parecen propuestas razonables y que aunque hay muchos factores en juego se han sabido calcular los posibles riesgos y preparar un plan para resolver eventuales problemas.
Hizo una pequeña reverencia de aprobación y se quedó callado, mirando el charco de sangre de la mesa. Por más que los maestres intentaban llevar la paz e instruir a las casas para mantenerla parecía que el derramamiento de sangre seguía siendo inevitable. Por supuesto sabía que no era el primero en encontrarse en una situación similar y que aquellas cosas seguirían pasando, quizás nunca se llegaría a una sociedad donde la razón y la diplomacia pudieran apartar a la muerte de los salones de las grandes casas, y de las pequeñas, incluso entre los campesinos.
Esperó allí a que los nobles se retirasen o que sus servicios fueran requeridos por alguien, de no ser así se retiraría a su torre. Había mensajes que enviar y necesitaba también unos momentos de reflexión, sentía la necesidad de llorar la pérdida de Aldern por muy traidor que fuera.
Había logrado distraerse más o menos exitosamente con los temas de conversación y el nombre de los Blackmont resonó en su cabeza con un antiguo plan, o más bien una vieja idea, que ya no se llevaría a cabo. Ahora mismo, se alegraba de que fuera así. Precisamente ahora le costaba depositar muchísima confianza en los dornienses, o incluso la más mínima. ¿Como podría? Aún así, no olvidaba que la traición no venía solo de esas tierras. Carellyn venía de unas mucho más cercanas, y no habría mostrado una mayor lealtad.
Escuchar a su padre al "lobo vestido de cordero", le provocó un escalofrío tan fuerte que tuvo que esforzarse por no demostrar con una sacudida. Por ello, aunque logró quedarse completamente quieta y su postura permaneció idéntica a la que había logrado mantener durante toda la reunión, la piel se le puso de gallina. Para su suerte, confiaba en que nadie más que su hermana estaría lo suficientemente cerca y atento a aquellos detalles para notarlo.
A medida que su padre hablaba Aquilegia iba moviendo las piezas de ese mapa mental que se había pintado hacía un rato. Los Blackmont tendrían que estar muy bien conectados o ser muy estúpidos para hacer algo en su contra, especialmente con la actual posición de su padre.
Nos haremos cargo de llevar a cabo tus planes en tu ausencia, Padre. Nos dejas una importante guía a seguir, aliados invaluables - su mirada se posó un segundo en los Dragnos con una sonrisa en la comisura de los labios - y la confianza de tener tu apoyo incluso a la distancia - miró a Lord Everan con determinación, mostrando su aprobación.
Una vez su padre les liberó de aquel salón aún bañado con la sangre de Aldern, Helaena se tomó unos minutos para relajarse. Habían sido demasiadas emociones, demasiadas noticias, demasiados acontecimientos, todos simultáneos, en una única reunión. Habían quedado tantísimas cosas en el aire. A ella le habría gustado hablar con el dorniense antes de que fuera ejecutado, intentar aclarar algunos asuntos. ¿Por qué lo había hecho? ¿Había fingido realmente su amistad durante todos esos años? Mientras paseaba con Carellyn, mientras jugaba al sitrang con Aldern... ¿ambos habían estado pensando en cómo traicionarla a ella y a toda su familia? Podía llegar a entender la motivación de Aldern, venganza por su familia, aunque mucho más merecían. Pero de Carellyn... ¿De verdad la doncella sabía lo que ella había hecho con Todric o había sido todo una mentira de Aldern para ponerla nerviosa? De ser así, esa zorra merecía aún más arder en el infierno, pues si había visto cómo el mozo de cuadras la forzaba y, en lugar de ayudarla, había decidido usarlo en su contra… Sin embargo, esa pregunta y otras muchas quedaron sin respuesta. Realmente no podría haber estado segura de que Aldern le hubiera dicho la verdad, pero quizá si solo estaba ella delante… Ahora ya ni tenía la oportunidad.
Ver morir a alguien no era nada agradable, ya lo había comprobado en Aguasfrías. Y lo de ahora había sido mil veces peor. Así que la joven, aunque aguantó el tipo durante el resto de la reunión, por la importancia de los asuntos que se trataron, salió de allí algo temblorosa. No imaginaba cómo se tenía que sentir su hermana.
Y eso no había sido todo. Si la dama mantenía una leve llama de esperanza de que, en esos días, su padre hubiera cambiado de opinión respecto a Lord Mullendore, dicha esperanza se apagó por completo durante la reunión. Entonces, con todas estas situaciones tan negativas, ¿podían Aguasfrías y Ermita Alta ser suficiente recompensa como para que Helaena valorase como positiva la cumbre? Aquello había sido una gran noticia para ella. Pero no iba a poder disfrutar como deseaba de sus ciudades estando casada con Lord Mullendore, pues probablemente tuviera que pasar la mayor parte del tiempo en Tierras Altas. ¿Y qué pensaría su pueblo si ella no estaba con ellos? Adoraban a Aquilegia, adoraban a Ser Dwain. Pero ella pasaría desapercibida o algo peor. Intentaría negociar con su futuro esposo largas estancias en ambas ciudades. De esa forma, no solo podría dedicarles el tiempo que merecían, sino que, con suerte, él no la seguiría y podría huir durante unos meses al año de ese matrimonio.
Así que, con todo esto, la joven paseó unos minutos por los pasillos, tratando de calmar su mente, antes de presentarse ante Lord Dragnos para tratar el tema de la bastarda de Lord Cuy. Su idea era clara: Casar al propio Lord Balon con la joven. Si Helaena, hija legítima de un lord, podía casarse con un viudo mayor que ya tenía hijos, una bastarda no sería menos. Pero, por la reacción del hombre, no compartían la misma idea. Y, aunque la decisión cayera sobre ella, el futuro esposo tendría que aceptar, obviamente. A diferencia de la mujer, que simplemente tenía que callar y obedecer.
Pidió audiencia con él en una de las salas del castillo, donde pudieran hablar tranquilamente y en privado.
— Lord Dragnos, me gustaría hablar ahora sobre el matrimonio de Aimee Flores —le dijo, cuando apareció el hombre—. Quisiera primero escuchar la idea que vos habéis tenido. Después, me gustaría también que vos escucharais la mía después, a ser posible con el mejor ánimo del que podáis disponer —añadió, adelantando que tal vez a ese hombre no le apetecía volver a casarse y menos con una bastarda. Pero todos tenían que hacer sacrificios, ¿no?
Temía la siguiente conversación. Helaena nunca se había sentido así con su padre, pero desde que volvió de la guerra era un hombre irreconocible, nunca lo había visto así. En su mente, él era un hombre tranquilo, impasible, que resolvía todo sin alterarse. La joven sabía que guardaba un lado implacable, pues Lord Everam no solo era un guerrero que había matado a sus enemigos, sino que se había vengado cruelmente de quienes habían atacado a su familia de joven. Pero siempre pensó que aquel lado estaba enterrado. Y desde que casi la echa de la familia Helaena sentía cierto miedo en su presencia.
— Padre, ¿podemos hablar, por favor? —preguntó, cuando se acercó a él en privado—. Hay algo que quiero comentar con vos. Tengo algunas peticiones que haceros respecto a mi futuro, cosas que quiero dejar zanjadas antes de casarme. No dependen realmente de vos, pero tal vez podáis interceder ante Lord Mullendore en mi nombre.
Esperó respuesta de Lord Everam antes de continuar.
El hombre asintió y tomó asiento cerca de ella, como si necesitase reposar.
—Puede que incluso coincidamos.— Dijo como si en cierto modo barajar aquello resultase un juego.
—Para vuestra idea, creo que el mejor candidato sería Ser Travis Graceford.— Anunció sin dar muchos rodeos o perderse en motivos. Primero el candidato, y luego las explicaciones.
—Es un hombre joven, casadero. Capitán de la guardia de la Casa de la que pronto formaréis parte, pero en realidad casi ha ejercido de castellano el tiempo que Lord Martyn ha estado de luto.— Justificó primeramente.—Lord Braston seguro que estaría encantado con ese enlace para su hija y a la vez, la enviaría lo suficientemente lejos para que Lady Mia quede satisfecha y no tenga que volver a cruzarse con ella, con suerte, nunca más.— Continuó.
—No hay que olvidar que además, vos seréis señora de Tierras Altas, por lo que ella estaría a vuestro servicio. Una garantía por si Lord Braston se volviese demasiado molesto.— Dijo pensando en peores situaciones y desagradecimientos.
—Quizás lo más complicado sea convencer al caballero, pues su condición de bastarda es un un lastre. Pero si no me falla la memoria y la joven no ha cambiado mucho, es una muchacha bastante agraciada. — Recordó. —Y no deja de ser hija de un lord. Un lord que por otra parte, no se ha desentendido de ella.— Afirmó como si aquello fuesen dos motivos de peso para poder convencer al caballero.
Hizo entonces una pequeña pausa, mirándola con curiosidad.
—¿En quién habíais pensado vos?—
Everam se encontraba preparando su capa y el manto para la novia, en la precipitada boda que tendría lugar en un rato. Era evidente por su gesto que tampoco se encontraba de buen humor, aunque estaba más calmado.
—Marcho a Desembarco en nada, Helaena. Nada más recoja al pequeño lord en Campoestrella.— Dijo para recordarla su inminente ausencia. —Si estás preparada para ser señora de Tierras Altas, Aguasfrías y Ermita Alta, has de estarlo para lidiar con los asuntos entre tu futuro marido y tú. — Alzó entonces la vista para perder la atención en lo que estaba haciendo y centrarla en ella. —Tan segura para unas cosas, como fastidiar a tu padre, y tan insegura para otras.— Dijo en tono serio. Dejó entonces un instante lo que estaba haciendo y se acercó a ella. —Sigues siendo una niña.— Afirmó. —Mi niña...— Añadió dándola un abrazo. —Venga, dime de que se trata.— Pidió con condescendencia tras soltarla.
Ser Travis Graceford era un hombre perfecto para una bastarda por su buena posición y su edad. Pero, para Helaena, no había nadie mejor que un viudo de 40 años que no ha sabido superar la muerte de su esposa hacía ya dos años.
La joven había oído hablar del caballero, aunque no sabía gran cosa sobre él aparte del trabajo que realizaba para los Mullendore. ¿Tenía aquel enlace ventajas? Por supuesto, todas las que mencionaba Lord Dragnos. Obviamente, si este se negaba a volver a contraer matrimonio, Ser Travis podría ser una segunda opción decente. Pero aquello no terminaba de convencerla y, por tanto, necesitaba al menos exponer su idea.
— Sin duda, es una opción interesante —coincidió—. Y, aparte de todo lo que mencionáis, la chica debería sentirse lo bastante agradecida conmigo por sacarla allí como para convertirse en una leal compañera —Algo que, ciertamente, le haría falta en Tierras Altas, donde no solo sería una extraña, sino una extraña que ocupaba el lugar de una mujer muy amada por todos—. Claro, que teniendo en cuenta mi experiencia con las bastardas, no sé si fiarme mucho del servicio que pueda darme —añadió, con media sonrisa.
Cuando escuchó la pregunta final, Helaena dudó unos segundos. Aquel hombre ni siquiera había considerado entrar él en aquel juego de matrimonios, con lo que la joven suponía que no era su intención desposar a nadie. En cualquier caso, tal vez no lo hubiera sugerido simplemente porque prefería poner a sus hijos por delante, no por falta de ganas.
— Ahm… En… vos, milord —respondió, sin perder de vista la reacción del hombre—. En fin, pensé en mi propia experiencia.
Comenzó su explicación exponiendo el caso de forma que Lord Dragnos no pudiera quejarse. Al fin y al cabo, ella y Lord Mullendore se habían visto envueltos en una situación muy parecida y a nadie parecía extrañarle ni encontrarlo espantoso. Todo el mundo parecía pensar que era más que normal que Lord Mullendore volviera a casarse a pesar de no necesitarlo; y de que Helaena era la mejor opción. Si ahora Lord Balon se quejaba, le estaría dando a ella la razón de que aquel matrimonio era una idea terrible.
— Voy a desposar a un viudo con dos hijos ya crecidos, un viudo que no puso problemas para contraer matrimonio con una bastarda, pues pensaba casarse con Carellyn Flores en un principio —Pronunció su nombre con cierta irritación, le molestaba el sonido que hacía su boca al decirlo. No obstante, sí fue satisfactorio llamarla por su apellido bastardo, sin reconocer el regalo que el Rey Robert y Ser Dwain le había concedido antes de morir—. Vuestra situación es muy similar a la suya y a nadie le extrañaría que buscarais un nuevo enlace. Y, en fin, de esa forma ella estaría bajo la custodia de un gran aliado de los Stronghorse —Y no solo Lord Balon se haría cargo de ella, sino que Aquilegia estaría también presente ocasionalmente, pudiendo formar ella en lugar de Helaena una amistad con la joven—. Ser Travis Graceford es un gran partido, sí, pero únicamente está obligado a servir a los Mullendore, no a los Stronghorse ni a los Dragnos. Aparte de que podría decidir abandonarnos y retornar a Holyhall en cualquier momento.
Su mente viajó a Ser Dwain y en cómo, por muy fuerte que fuera su lealtad, había actuado en contra de la familia a la que servía en más de una ocasión y pensaba romper toda relación con los Stronghorse para embarcarse en una misión suicida. Y Lord Everam ni siquiera pensaba pararle los pies.
— La alianza que hemos formado incluye a los Stronghorse, los Dragnos y los Mullendore. En ningún momento incluye a los Graceford, porque lo que, por mucho que esté a las órdenes de mi futuro esposo, no es una garantía de nada —Incidió en este tema, pues además la idea era ofrecerles a los Cuy un hueco en sus familias, que vieran que los consideraban, sino amigos, al menos con ánimo de mantener una relación cordial—. No se trata solamente de la lealtad de la joven o de Ser Travis. Si ella se casara con vos y portara vuestro apellido, los Cuy no osarían tan fácilmente levantar una mano contra los Dragnos y, por extensión, contra los Stronghorse. Y no me digáis que Lord Cuy no estaría mucho más dispuesto a casar a Aimee con un importante lord que con un simple caballero —Quizá incluso la propia Lady Cuy estuviera encantada de que la bastarda acabara con un hombre de 50 años—. Casarla con Ser Travis… Tal vez le sea insuficiente, si tan ambicioso es y tanto rencor nos tiene. Tanto mi hermana como yo llegaremos a ser Señoras de las casas de nuestros esposos, al fin y al cabo. ¿Por qué no ofrecerle lo mismo a Aimee?
Había expuesto su caso tan buenamente como había podido. Y Helaena realmente consideraba que era la mejor opción, objetivamente hablando. Aunque, si era sincera consigo misma, grandiosamente le habría cedido la mano de Lord Mullendore a la bastarda, quedando ella totalmente libre de ese matrimonio. Pero aquella locura de idea solo tenía cabida en sus fantasías.
— Por supuesto, yo solo os propongo, vos tenéis la última palabra —No hacía falta decirlo, obviamente él sí podía negarse o aceptar—. Y, si decidís que no os interesa en absoluto o si los Cuy se niegan, podremos intentar vuestra opción. Pero espero que, al menos, lo consideréis.
Motivo: Convencer
Dificultad: 0
Tirada (6): 6, 2, 1, 2, 6, 1
Guardados (4): 6, 6, 2, 2
Total: 16, Éxito asombroso
No sé si necesitaba la tirada, pero por si acaso.
La reacción de su padre no la pilló por sorpresa. Precisamente por eso se había acercado a él con cierto cuidado y recelo.
— A mi pueblo lo conozco, por eso ni Aguasfrías ni Ermita Alta me dan miedo ni me hacen sentir insegura —Algo de temor sí había sentido durante su regencia, pero desde luego no tanto como el que le infundía una conversación con su futuro esposo—. Pero ¿a Lord Mullendore? No lo conozco de nada, así que por supuesto que para hablar con él no estoy preparada —respondió, con un suspiro.
Recibió su abrazo mientras pensaba que, por mucho que hubiera cambiado la relación entre ambos, por mucho que la reacción de aquel hombre hubiera supuesto un choque para Helaena, lo echaría demasiado en falta a partir de ese día. No sabía cuándo podrían volver a verse. Así que cualquier reproche que tuviera hacia él, y eran unos cuantos, decidió guardárselos para no empañar el último momento a solas que tendrían padre e hija.
— Quiero que Ser Dunan siga conmigo —le pidió directamente, sin más preámbulos, en cuanto se separaron—. No me sentiré cómoda con un escolta de los Mullendore —Recordaba a los dos hombres desconocidos que Ser Tyros había puesto al servicio de Aquilegia. Tal vez a su hermana no le importara, pero Helaena prefería seguir teniendo algo o alguien que la anclara a su familia—. Me ha demostrado en estas semanas que es un hombre de total confianza. Ha estado siempre al servicio de esta familia, me será leal a mí y solamente a mí, y será una cara conocida en medio de una infinidad de extraños —Hablaba con cierta intensidad, como si aquel caballero se hubiera convertido en su mejor amigo—. No hablo solo de mis estancias en Aguasfrías y Ermita Alta, también quiero que me acompañe a Tierras Altas. Y esto es algo que también tenéis que aceptar vos, pues mi escolta está a vuestras órdenes, no a las mías —añadió, para que su padre viera que aquella conversación también le incumbía en parte a él.
A continuación, expuso su segunda petición. En aquella Lord Everam no tenía gran poder de decisión, más que intentar convencer de ello a su nuevo vasallo, pero Helaena temía la negativa de su futuro esposo y se negaba a separarse de lo más preciado que tenía en su vida. Tal vez el apoyo de su padre marcara la diferencia.
— Luna —Pronunció su nombre como si aquello lo explicara todo. En ese momento, no recordaba si su padre la había visto alguna vez, pero sabía de su existencia al menos por la carta de la bastarda—. Ser Dwain me la encargó antes de partir a la guerra y no quiero separarme de ella por nada del mundo —No sabía qué haría si Lord Mullendore se negaba a aceptarla en su castillo—. Pero temo que mi nueva familia la vea como un ser amenazante antes de conocerla, cuando es todo lo contrario.
¿Se atrevía a pedirle que intercediera con Lord Mullendore para que este la dejara continuar su entrenamiento en arquería? No. Ya su padre le había puesto pegas a esa conversación, así que no pensaba mencionar un tema que en el fondo, no era tan complicado de negociar como los otros dos.
Lord Balon escuchó con atención hasta que fue mencionado él como candidato. Momento en el que casi sin poder evitarlo echó la cabeza hacia atrás y alzó una ceja. Continuó escuchando a la joven sin interrumpirla y perder la compostura. Permaneció un momento en silencio cuando Helaena hubo terminado y finalmente hizo una mueca que era media sonrisa.
—También podría desposarme con una campesina.— Propuso con ironía sin perder el gesto, la sonrisa pícara, pero evidenciando que la diferencia de estatus entre ambos era tal que aquello se le antojaba inviable.*
Tomó una postura algo más cercana, para confiarla algo.
—Ya sabéis a estas alturas que los casamientos, buscan siempre mantenerse en un, digamos, nivel social similar. Por supuesto siempre se intenta ir al alza y no a la baja.— Explicó consciente de que probablemente poco más tenía que explicar sobre aquello, aunque no parecía reacio a dar más explicaciones al respecto. Sin embargo las siguientes fueron de índole algo más personal.
—Pero de todas formas, creo que todo el mundo es consciente de que Tyros ya está preparado para ser lord, para sucederme. De hecho prácticamente se ocupa de casi todos los asuntos de la Casa.— Mencionó, antes de hacer un leve silencio.
—Y es porque estoy más viejo de lo que debería. Los achaques que tengo son evidencia de que la vejez no perdona a nadie, y en mi caso han llegado antes de lo esperado. De lo esperado por mí al menos— Comentó a la joven sin ánimo victimista, más narrando una realidad. —De hecho, no creo ni que pudiese cumplir como esposo. Cada día me siento un poco más débil, menos vigoroso. Y por ley de vida, el Desconocido tendrá que llevarme en no mucho tiempo.— Comentó con naturalidad.
—Tal vez tendría que haber pensado en un matrimonio mucho antes, pero he estado tan centrado en mi sucesión, en amasar fortuna, que el tiempo ha ido pasando casi sin ser consciente de ello.— Dijo como si hubiese sido un error no hacerlo. —Pero lord Balon ya no está para casamientos ni aunque fuese una Tyrell. No quiero dejar una viuda sin hijos en Villacolmenna en tres, cuatro, cinco años.— Habló en tercera persona refiriéndose así mismo.
—Pero agradezco que penséis que aún tengo parte de mozo— Bromeó.
*6 de él por 2 de ella.
Everam escuchó a su hija con gesto que serio, como tratando de escrutar sus intenciones o si había algo más tras ello. Y no se molestó en disimularlo.
—No sé quién es Ser Dunan. Será algún hombre de Dwain ¿no?.— Supuso con acierto. —¿Hay algo entre vosotros que debiera saber?— Preguntó deduciendo que quizás había otros motivos en la necesidad de la joven en mantenerlo a su servicio, pero no tardó ni en segundo en alzar la mano como si no quisiese saber la respuesta y negó tomando aire. Parecía no querer marchar con más cosas en la cabeza de las que ya tenía. Mostró tres dedos a la joven.
—Tres cosas ten presente, hija. Yo elijo con quién te casas, pero no a quien amas, como ya te dije. Así que tenlas siempre bien frescas en tu cabeza— Dijo antes de mencionarlas.
—Primeramente, por encima de todo está la Casa, la familia. Si en algún momento puede suponer algo contra ella, se corta de raiz... Y se corta como tenga que cortarse. Lo segundo: discreción total. La juventud empuja demasiado, pero siempre discreción. Lo último: Nada de bastardos.— Expresó clavando los ojos en ella como si no bromease ni un poco al respecto.
—Y ya puedes ir pensando en una buena excusa de por qué ese hombre ha de estar siempre cerca de ti, para tu futuro esposo.—
Y como si no quisiera hablar nada más al respecto, rápido pasó al otro tema.
—En cuanto al gato, yo no puedo decirle a Lord Martyn que lo acepte, más cuando es normal que puedan verla como una futura amenaza. Te toca a ti lidiar con él y convencerle. Pero puedes decirle que es un regalo mío que encargué a Dwain y que significa mucho para ti. Que en cierto modo es como estar un poco más cerca de Riverside. Algo así...— Aconsejó.—Y desde luego educarla y ocuparte que cuando crezca no esté campando a sus anchas— Dejó como añadido que él mismo exigiría.
—Lo creas o no, Lord Martyn no es mal hombre. Y te aseguro que si guardas un poco el genio que tienes, no tendrás en él a un enemigo o un obstáculo. Pero tampoco es un estúpido. Eso tampoco lo olvides. Tiene su carácter.— Volvió entonces a lo que estaba haciendo antes de que Helaena fuese a hablar con él sin perder el contacto visual con ella.
—Déjame darte un consejo, que seguro no seguirás. Pero como padre te lo doy igualmente. Dale una oportunidad, hija. Y a ti también. Puede que te sorprenda y resulte mejor de lo que piensas. Te hablo por experiencia propia.— Refiriéndose seguro a la madre de Helaena y a él mismo. —Pero de no hacerlo, sólo cumple las tres reglas que te he dicho antes.—
Por supuesto, aquello era lo que le preocupaba al hombre. La diferencia de estatus. Igual que Helaena nunca sería lo bastante buena para Willas, Aimee nunca sería lo bastante buena para Lord Balon, por muy viejo que fuera. Si no tenía pensado casarse con nadie para aumentar su nivel social, ¿qué más le daría desposar a una chica cualquiera? ¿Acaso Lord Mullendore no había aceptado casarse con Carellyn? La diferencia no era tan grande, cierto. Pero la había. ¿Y qué problema había en que no pudiera cumplir siempre como esposo? La chica casi había acabado en un burdel, vendida por la mujer de su padre, aquello debería suponerle un paraíso.
Sonrió tras el último comentario, manteniendo la mirada.
— Tenía que intentarlo, milord. Porque, sí, creo que todo hombre guarda a un mozo en su interior, aunque quiera esconderlo, sobre todo si se le presenta una mujer delante que vale la pena —respondió, con tono de broma. Aunque había algo de verdad detrás—. La edad en una mujer son una cosa, pero ¿en un hombre?
No sería el primero ni el más viejo ni el más castigado por los achaques en volver a casarse o en disfrutar de los placeres de un burdel o de los placeres de las criadas de su casa.
— Tenéis razón, vuestro hijo y mi hermana están más que listos para gobernar Villacolmena y llevar el título de vuestra casa —concedió—. Pero estoy segura de que Harys Mullendore estará igualmente preparado para asumir responsabilidades en cuatro o cinco años, quizá menos si es medianamente inteligente —Pensó, de hecho, en Willas Tyrell. Con apenas 18 días del nombre, estaba segura de que podría llevar el gobierno de Altojardín y del Domino a la perfección—. Y eso no ha sido inconveniente para que su padre despose a una joven.
Pero no juzgó su negativa. Porque Lord Balon había hecho lo que Lord Martyn debería haber hecho: centrase en los matrimonios de sus hijos en lugar de ser tan egoísta y pensar solamente en el propio. ¿Cómo podía seguir insistiendo, cuando deseaba que su futuro esposo hubiera tomado la misma decisión? Así que al final se encogió de hombros, alzó las palmas de sus manos en signo de derrota y se rindió.
— Está bien, milord. No seré yo quien os fuerce a casaros y a que viváis una segunda juventud con una muchacha que bien podría alargaros la vida de la alegría —comentó, de nuevo con media sonrisa y un claro tono de broma. Lo miró unos segundos y añadió, esta vez con gesto más serio:— Pero no seáis tan agorero, Lord Balon. Hombres mucho más débiles que vos han aguantado muchos más años. Sobre todo, si habéis cedido tantas responsabilidades en Tyros y podéis permitiros descansar. Espero no solo que podáis conocer a todos mis sobrinos, sino también verlos crecer.
Ni la propia Helaena sabía por qué sentía la necesidad de ser tan amable y cercana con aquel hombre. ¿Tal vez fuera la culpa de haber desconfiado de él y de sus intenciones durante tanto tiempo, de no haberlo considerado digno de los Stronghorse? Tal vez. O quizá fuera el alivio de poder hablar con un hombre que la escuchaba y no le reprochaba lo que salía de su boca, a diferencia de sus últimas conversaciones con su padre.
Sonrió una vez a Lord Dragnos antes de añadir:
— Aunque deberíamos tener una segunda opción en caso de que Ser Travis no acepte —Sería mejor tenerlo todo pensado desde el principio antes de encontrarse con una barrera y no tener una vía de escape—. El único hombre en edad casadera y de confianza que se me ocurre sería vuestro hijo Terrence, pero dudo mucho que un joven que está deseando embarcarse en un viaje indefinido sea una buena opción —Por no hablar de que nadie en su sano juicio podría ver a Terrence sentando la cabeza, casado, aunque se quedara en Villacolmena toda su vida. Helaena había llegado a pensar incluso que aquel hombre no sentía ningún tipo de interés por las mujeres.
Y, hablando de los hijos de su interlocutor:
— Por cierto, no quisiera ser indiscreta. Pero ¿habéis pensado ya en el futuro de Joanna? —preguntó, con cierta curiosidad.
Helaena no comprendía por qué su padre la miraba así mientras hablaba. ¿Acaso se había convertido aquello en una costumbre, como si cada palabra que ella dijera fuera algo espantoso?
— Sí, Ser Dwain lo eligió para escoltarme —respondió a su primera cuestión, aún confusa por aquella reacción.
No tardó mucho en enterarse de dónde venía aquel gesto. Lo segundo que soltó Lord Everam dejó a Helaena petrificada, lívida. ¿Por qué había llegado a aquella conclusión? No tenía ningún sentido, apenas hablaba con Ser Dunan, nadie podría haber cuchicheado nada sobre ellos. No, su padre no basaba sus sospechas en algo concreto. Las basaba en el carácter de su hija, juzgándola por lo que creía saber de ella. Y eso le dolió. Porque sabía que esas advertencias nunca se las habría hecho a Aquilegia si esta le hubiera pedido que Ser Badorc continuara a su servicio.
Escuchó sus tres reglas. Estuvo a punto de responder que a discreta no la ganaba nadie, que nadie en el castillo se había enterado de sus devaneos con el antiguo mozo de cuadras. Pero se contuvo. No solo aquello debía seguir siendo un secreto, sino que además había aprendido, por las malas, a no contestar a su padre de esa forma. Suspiró.
— ¿Qué pensáis que hago? ¿Es esa la imagen que tenéis de mí? —No hablaba con enfado, ni con indignación. Hablaba con tristeza. Agachó la cabeza, negando lentamente—. Os responderé a vuestra primera pregunta sin ningún problema: Entre Ser Dunan y yo no hay nada escandaloso. Ni yo lo amo a él ni él me ama a mí, qué locura. ¿Y de verdad creéis que voy a quedarme preñada de cualquier hombre?
¿Cómo podía amarlo, si apenas era capaz de sacarle dos frases seguidas? No era amor lo que sentía Helaena por el caballero, eso desde luego. Era algo mucho más superficial. Pero no pensaba reconocérselo ante su padre. Sobre todo, porque aquello no tenía nada que ver con el motivo por el cual le pedía eso. Helaena era completamente capaz de dejar marchar a un hombre que infundiera en ella tal pasión. Al fin y al cabo, había muchos hombres que podían servirle para el mismo propósito, llegado el momento. Si deseaba tener a Ser Dunan era por su lealtad. Porque había sido capaz de enfrentarse a Terrence, un noble, cuando pensó que le iba a hacer mal; cuando, tras escuchar un escándalo entre Helaena y Todric, la había ayudado a doblegar a aquel miserable y había elegido callar por el bien de la joven.
— No es ninguna excusa, Padre. Si quiero tenerlo cerca es porque es una de las pocas personas en las que confío y así se lo haré saber a mi esposo, porque es la verdad —Alzó la mirada hasta fijar sus ojos en los de su progenitor. A estas alturas, ya no podía cambiar lo que Lord Everam pensaba de ella. Y le daba igual que la creyera o no, lo único que quería era no separarse de una de las pocas personas con las que se sentía cómoda—. No solo confío en sus habilidades, sino en su fidelidad a los Stronghorse. Comprenderéis que me cueste confiar en la gente, después de lo que el dorniense y la bastarda nos hicieron. Y los hombres de Lord Martyn… son leales a Lord Martyn. Yo seré una Mullendore, pero no será lo mismo. Solo quiero a alguien que me sea fiel a mí, alguien de mi propia casa.
Suspiró. Probablemente daba igual las explicaciones que le diera. Su padre ya se había formado una opinión sobre ella y sobre su relación con el guardaespaldas. Sin embargo, decidió darle algo más en lo que pensar, para que viera que aquella petición no procedía de la lujuria ni el amor. Y para que, aunque siempre pensara lo peor de Helaena, por lo menos tuviera algo que agradecer y alabar en Ser Dunan.
— Ser Dunan me salvó en Aguasfrías —Esto era estirar un poco la verdad, pues Helaena nunca había corrido un peligro real. Pero así lo había sentido ella, que aquel caballero no dejaría que nadie le tocara un pelo—. De un hombre que se acercó con clara intención de violarme. No llegó ni a tocarme y recibió su merecido, descuidad —añadió, antes de sacara conclusiones de lo que podía haber pasado. Claro que Todric sí la había tocado. No en Aguasfrías, sino muchos meses antes, pero en aquel momento no había estado Ser Dunan para pararle los pies—. Sé que es su trabajo y que es lo que se espera de él y de cualquier guardaespaldas, pero aquello hizo que me sintiera realmente segura. Igual que vos siempre habéis tenido a Ser Dwain a vuestro lado, por la misma razón. No hay otro motivo detrás, Padre.
Respecto a Luna, Helaena asintió a todo lo que Lord Everam le aconsejaba. Sabía que la gatosombra no iba a dar ningún problema, era el animal más fiel y cariñoso del mundo. Por supuesto, de adulta sería capaz de devorar a un hombre en cuestión de segundos. Pero la conexión que ambas tenían era tal, que Helaena estaba segura de que nunca haría nada que ella no le permitiera.
— Por supuesto, Padre, ya me estoy encargando de su educación. Por ahora, obedece bastante en general, es cariñosa con todo el mundo, no corre más allá de los límites que le pongo, y siempre vuelve a mí cuando la llamo. Así que voy por buen camino —respondió. Realmente ella apenas hacía nada, la felina ya se comportaba así desde que la conoció. Y tampoco era cariñosa con todo el mundo. Era cariñosa con aquellos que caían bien a Helaena. Recordaba cómo había ignorado completamente a Terrence cuando la joven aún desconfiaba de él; o cómo había intentado morder a Willas cuando se acercó a ella. En aquel momento había tenido suerte de que el heredero a Altojardín fuera una persona comprensible.
Escuchó la opinión de Lord Everam sobre Lord Martyn. No era muy distinta a la que le había dado su hermana. Si hubiera sabido que aquel sería su destino, se habría molestado en acercarse a él durante el funeral de su madre para conocerlo más a fondo antes de la boda. Pero, en aquel momento, ella solo pensaba en Willas.
— Si os creo, Padre. Estoy segura de que es un hombre encantador. Nunca habría tenido un matrimonio tan perfecto con Lady Diane de ser una persona espantosa —comentó, haciendo referencia a las maravillas que hablaban de aquella pareja. Pero precisamente ese era uno de los mayores problemas. ¿Qué podía esperar Helaena cuando la mujer perfecta ya había pasado por la vida de Lord Martyn?—. Simplemente… no es lo que esperaba. Pero no os preocupéis. Seguiré vuestro consejo.
Tras la convulsa cumbre, como su padre había anunciado, se produjo la boda entre Lord Everam y Lady Allyria. Una boda fría, insulsa. Todo lo contrario a lo que esperaba que fuese la suya. Apenas unos testigos, y tras ella la carencia de felicitaciones o festejos. La mujer volvió enseguida a ser recluida en unos aposentos fuertemente vigilados y custodiados, cual prisionera.
En unas horas llegaron noticias de Ermita Alta. Esta había caído y Ser Gerold había muerto durante el ataque. Ser Tyros había resultado herido, noticia que alteró y preocupó tanto a su hermana como a su padre. Aunque en mensajero auguraba que se recuperaría según palabras de los sanadores que le habían atendido.
Lord Everam partió a Desembarco a ocupar su nuevo puesto en la corte, junto a su nueva esposa y el joven lord, dejando en manos de Aquilegia Riverside y Aguadfrías, como había anunciado. Durante las semanas siguientes, Aquilegia se vio obligada no sólo a hacer frente al gobierno de las tierras, sino a casi ser ella la que se encargase de todos los detalles de la boda. Tyros apenas pudo ayudar, pues sus heridas le hicieron estar postrado en cama cerca de ocho semanas. Pero a partir de su recuperación el hombre hizo gala de todo aquello que había transmitido. No sólo era atento y cariñoso, también competente e ingenioso. Alternaba su estancia en Villacolmena con frecuentes visitas a Riverside, para estar con ella, ayudarla con la boda y estando para ella si durante la gestión o cualquier otro asunto derivado del gobierno, necesitaba su consejo, opinión o ayuda. Pero siempre como un complemento, sin tratar de imponerse o restar protagonismo o responsabilidad a su futura esposa. Y en los momentos en los que Aquilegia se sentía capaz y lo tenía todo bajo control, sin necesitar en ese aspecto al caballero, este se dedicaba a su su pasión: entrenar para el Torneo Real que ya era certeza y noticia que se daría a finales de año, y a compartir alguna cena, paseo o momento íntimo cuando la joven dispusiese de un rato para ella misma, un descanso.
Los sentimientos son caprichosos, e independientemente de cómo fuesen desarrollándose en Aquilegia, lo que no podía negar era la evidencia de que su futuro esposo era todo lo que una mujer podía desear. Amable, cariñoso, inteligente, apuesto, responsable, pero a la vez con carácter e iniciativa. La única sombra que sobrevolaba la presencia del caballero era el desconocimiento del paradero de su hermano. Esa preocupación no desapareció, sino que fue creciendo. No era el peor de los casos lo que le carcomía. Seguramente aquel hombre podría afrontar las desgracias con dignidad y compostura. Era la incertidumbre de no saber, de no conocer.
Los informantes y espías habían logrado descubrir que tanto Terrence, como Ser Dwain y el administrador de Aguasfrías se habían dirigido a Antigua, aunque en la gran ciudad, habían perdido el rastro...
Bueno, pues así quedaría la cosa. La situación de Aquilegia sería esta. Estaría ya gobernando las tierras, a punto de casarse. Con Tyros, y los Dragnos en general, iría todo de forma idílica, al menos por su parte. Todos volcados (incluído el lord y su hija), en ayudarla en cualquier tema que necesitase. Pero no sólo preocupados o atentos a cuestiones políticas o de gobierno, sino a detalles tales como no sentirse sola y tener compañía, tratándola como si ya fuese familia.
Habría conseguido algo de información sobre lo ocurrido con Ser Dwain, Terrence y Cley, el administrador. Nada aún sobre si los Dayne tuvieron que ver o no con la muerte de su madre.
La partida quedaría en la boda. Sería lo siguiente a jugar. Y aquí acaba, jejeje. Temporalmente casi a finales de año, con una luna de miel en Desembarco, acudiendo al Torneo.
Tras la convulsa cumbre, como su padre había anunciado, se produjo la boda entre Lord Everam y Lady Allyria. Una boda fría, insulsa. Todo lo contrario a lo que esperaba que fuese la suya. Apenas unos testigos, y tras ella la carencia de felicitaciones o festejos. La mujer volvió enseguida a ser recluida en unos aposentos fuertemente vigilados y custodiados, cual prisionera.
En unas horas llegaron noticias de Ermita Alta. Esta había caído y Ser Gerold había muerto durante el ataque. Ser Tyros había resultado herido, noticia que alteró y preocupó tanto a su hermana como a su padre. Aunque en mensajero auguraba que se recuperaría según palabras de los sanadores que le habían atendido.
Lord Everam partió a Desembarco a ocupar su nuevo puesto en la corte, junto a su nueva esposa y el joven lord, dejando en manos de Helaena, Campoestrella y Ermita Alta, como había anunciado. Durante las semanas siguientes, Helana se vio obligada a hacer frente al gobierno de las tierras. Unas tierras desconocidas con gente desconocida, donde su suspicacia se elevó a cotas quizás paranoides. Lo que la mantenía con cierta sensación de seguridad era la presencia constante de sus dos escoltas: Ser Dunan y Ser Badorc. Aquellos hombres eran como dos perros de presa, atentos a todo detalle y capaces de lanzar dentelladas al mismísimo Rey. También el millar de soldados que los Dragnos habían puesto a servicio de la joven gobernante. Si bien era tropas mercenarias, era un contingente suficiente para hacer frente a cualquier eventualidad. Y oro no les iba a faltar.
Recibió la visita de su futuro esposo, para conocerse mejor y tratar temas y asuntos relacionados con la boda. La de Aquilegia se produciría antes de que acabase el año y con toda seguridad, acudiría al torneo real ya convertida en una Dragnos.
El hombre era algo mayor que su padre, pero eso no había evitado que tuviese un buen porte y resultase apuesto a la vista de cualquier mujer. Notó que era serio, calmado, aunque no por ello no era capaz de mantener una conversación más distendida o cercana. Se le veía una persona reflexiva, pero cercana. Sin romper las formas y maneras, pero cercana. Si pudo notar en él que observaba Campoestrella y el resto de dominios como si fuesen a ser suyos en el futuro. Eso pudo quizás molestar a Helaena, pero en realidad era consciente que no había malicia en él y que el mundo se regía así. Los hombres estaban por encima de las mujeres para gobernar.
Quizás hubiese esperado verlo algo más ausente, más deprimido, por lo que se decía de la historia que mantuvo con su difunta esposa. Pero seguramente el tiempo y la conciencia de que la vida debía continuar, junto a las responsabilidades para con su Casa como lord, dejaban entrever que no era así, que aquello quedaba en el pasado. probablemente siempre estaría ahí pero ya como un recuerdo.
También pudo notar la incomodidad en él. La misma que se adueñaba de ella. Él era un extraño, una imposición, la parte de un tratado. Pronto se dio cuenta que ella también. Un tratado que dibujaba una escena perfectamente calculada por Lord Everam, pero que hacía honor a la premisa de que los nobles se casaban por interés. Y esa incomodidad en ambos resultó en cierto modo un punto en común que de forma extraña les hizo compartir algo. Ser conscientes de que ambos no querían aquello a nivel personal y emocional, pero que era su deber. Una especie de complicidad, de unión en la desgracia.
Y fue precisamente Lord Martyn quien sacó el tema a relucir durante una cena entre ambos en las piscinas de Campoestrella. Una propuesta, una consulta, una alternativa que quizás lo libraba de aquel compromiso, sin renunciar a la alianza de con los Stronghorse. Que Helaena fuese más joven que su hija lo perturbaba e incomodaba. Era evidente. No es que la considerase menos o inadecuada. Él mismo había contraído matrimonio con su esposa cuando ella tenía trece días del nombre, pero él también era un joven de diecisiete. Ahora las circunstancias eran distintas. De igual modo, si Helaena hiciese también mención a su edad, lo comprendería perfectamente. Habló sobre su hijo y sus cualidades. No llegaba a ser dos años más joven que Helaena y pronto sería ordenado caballero. Consciente de la necesidad de una unión que afianzase la alianza entre los Mullendore y los Stronghorse, dejó caer a la joven si no sería más beneficioso y adecuado que se desposase con su heredero, con su hijo. Algo que ella misma había pensado como dentro de lo malo, lo menos malo. Algo que permitiría que su hijo fuese algún día lord...
Bueno, y ahí quedaría la partida. Habría que ver donde acaba todo eso de un cambio de matrimonio de Helaena y después seguiría la boda de Aquilegia y el torneo.