Ya entrada la tarde, Helaena había dispuesto de un rato para descansar en sus aposentos. El día se hacía tremendamente largo desde el temprano amanecer al tardío ocaso. Había vuelto a acomodar su pelo y su presencia dispuesta a abandonar la estancia y continuar participando en aquellos novedosos momentos con invitados de otros lugares de Poniente, aunque los motivos no fuesen los más indicados o deseados.
Una vez abandonó los aposentos, se dirigió por el pasillo hacia la puerta. Los soldados que vigilaban dicho pasillo se cuadraron ante su presencia, de forma marcial, incansable. Tronadores capaces de permanecer horas inmóviles o blandiendo espada por igual. Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió, pudiendo ver la joven a Ser Dwain. Como era habitual en él, portaba armas. En esta ocasión dos espadas gemelas cruzadas a la espalda. Lo normal y protocolario era no portar armas en castillo, si acaso una daga más testimonial y decorativa que efectiva. Solía estar prohibido a no ser que se tratase de la guardia, lo que indicaba que la confianza de Lord Everan en el caballero era muy grande o que la suspicacia y el estado continuo de alerta del caballero lo era. De cualquier forma, no eran excluyentes.
Al verla, pareció precisamente haber encontrado lo que buscaba.
—Helaena...os buscaba— Dijo con la sequedad habitual en él y ese gesto pétreo y contenido de pupilas minúsculas.
—Quisiera hablaros un instante. Es importante.— Anunció con tosquedad, muy directo. Pero pareció finalmente caer en ello por el cambio de su semblante y trató de suavizarlo añadiendo torpemente como era, un —Por favor.—
Helaena abrió los ojos con sorpresa al encontrarse de cara con Ser Dwain. A sus espaldas, dos espadas asomaban cruzadas, un detalle que no le pasó inadvertido, aunque era cierto que no era tan sorprendente tratándose de quien era. Lo había imaginado, como era costumbre en él, pegado a Lord Everam o, en esta ocasión tan singular, a cualquiera de los ilustres invitados que habían llegado al castillo. Probablemente los preparativos debían llevarse a cabo con premura; las reuniones serían largas y arduas; y las cabezas de los hombres solo tendrían espacio para un único pensamiento: la inminente batalla contra los rebeldes Greyjoy.
Y no solo estaba Ser Dwain en un lugar inesperado, sino que la buscaba a ella. Su voz se descubrió con la ya característica sequedad del hombre, algo a lo que Helaena ya estaba más que acostumbrada. Pero, si la sorpresa de encontrárselo había sido grande, la que le provocó escuchar un tono más suavizado en sus dos últimas palabras fue mayúscula.
Algo tan atípico en aquel caballero alarmó a la joven, quien únicamente por el cambio en el rostro y en el trato de Ser Dwain imaginó que aquello de lo que quería hablarle debía de ser gravísimo. Asintió con la cabeza, su gesto preocupado, al tiempo que le respondía:
- Por supuesto, Ser Dwain. Para vos siempre hay un momento. Decidme qué ocurre –No imaginaba qué podía querer decirle con tanta urgencia a ella. Si bien era cierto que aquel hombre las estimaba muchísimo tanto a ella como a su hermana, cualquier cosa que sucediera, él se lo comunicaría directamente a Lord Everam, no a ninguna de sus hijas. A no ser…-. ¿Le ha sucedido algo a Padre? –preguntó, inquieta.
El caballero negó a la pregunta de Helaena, mientras comenzaba a caminar despacio para abandonar la entrada del pasillo, aún atendiendo sus palabras. Abandonar el pasillo, no llegó a parecerle extraño, más si la conversación pudiese sobrepasar el par de palabras que el caballero solía conceder.
—Pero he hablado con vuestro padre.— Anticipó. Realmente el ver que Ser Dwain era capaz de unir palabras y formar frases era novedoso.
—Supongo que ya imaginaréis que marcho a la guerra... — Ser Dwain saludó entonces con un gesto a los guardias de la planta baja donde se alojaba el servicio de la Casa*, con intención de dirigirse probablemente a sus aposentos.
Aunque Ser Dwain era ahora un invitado que no residía en Riverside, cuando visitaba el castillo, se le permitía alojarse en lo que había sido sus aposentos durante los cuatro años que residió allí como espada juramentada.
Los guardias les abrieron la puerta, cediendo el paso Ser Dwain a la muchacha.**
Una vez en sus aposentos, Helaena pudo comprobar que había cierto cierto desorden en su escritorio. Dos pilas de libros sobre éste y otras dos cerca de la silla, en el suelo. La pluma y la tinta aún sin recoger y un pequeña pila de pergaminos junto a un libro abierto. Los pergaminos parecían contener el contenido inacabado de la página de dicho libro, como si lo estuviesen trascribiendo. El libro trataba de mitos y leyendas, concretamente sobre Los Otros, aunque pudo comprobar que había libros en las pilas sobre diversos temas: cálculo, geografía, historia de las armas y su forja, ciudades libres...
También pudo observar que había sobre el escritorio algunos pergaminos, a juzgar por su color, algo más viejos, antiguos. Su letra era más torpe y descuidada, con borrones y en ocasiones, renglones torcidos, aunque sin duda era la misma letra. A diferencia de lo que parecía ser lo último escrito, que era de una perfección que casi podría equipararse a la de un maestre.
El par de velas casi fundidas en su totalidad, revelaban cual era el hábito nocturno del caballero.***
Tras ofrecerle asiento, él hizo lo propio y se sentó.
—Como os decía, es inminente mi marcha junto a vuestro padre...— Volvió a retomar. Hizo entonces una pausa, como si hablar le costase, o al menos lo que fuese a decir.
—No he contraído matrimonio ni tengo descendencia.— Recordó algo que Helaena y el resto de la comarca sabía. —Aguasfrías se quedará pues, desprovista de gobierno y he pedido a vuestro padre que alguien de vuestra familia se encargue en mi ausencia.— Hizo entonces una pequeña pausa.
—Entiendo que vuestro padre dejará a cargo de Riverside a vuestra madre y a vuestra hermana. Aunque de decidir otra cosa, aún quisiera que fueseis quien se ocupara en mi ausencia. Como sea, quería pedíroslo personalmente, tras hablar con Lord Everan.— Explicó.
—No tendríais que preocuparos por su gestión, pues tengo a mi servicio a un administrador muy capaz, pero siempre es necesario una figura de autoridad, y no todos los asuntos son de índole económico. Y vuestra seguridad estaría garantizada, pues tendríais a mis mejores hombres como escolta día y noche, catadores, y guardia personal.—
Carraspeó entonces ligeramente, un tanto incómodo. Helaena pudo por primera vez intuir algo distinto en sus ojos. No sabría definir bien qué, pero no era esa rabia e ira que parecían siempre albergar. Era algo más parecido a admiración, o incluso afecto.
—No tengo a nadie, Helaena.— Se sinceró. —Y sois lo más parecido a una familia que tengo, junto al resto de la vuestra.—
Por otro lado, quedó confirmado que Ser Dwain, no sólo era capaz de unir palabras para crear frases, sino que también era capaz de mantener conversaciones. Durante todos los años en los que Helaena había conocido al caballero, jamás lo había visto hasta ese momento. De no haberlo hecho, sin duda no era por no poder o saber.
*Servicio de la casa: Los cargos de la misma. Doncella, Dama de confianza, etc.
**Voy a dar por hecho que Helaena no pone pegas en seguirlo. Obviamente para ella el caballero busca algo de privacidad. Que lo haga en sus aposentos pudiera quizás, dar a pensar a las mentes más recelosas, que podían existir otros motivos, pero el hecho de ni siquiera esconderse lo más mínimo de guardias o centinelas, podría borrar esa suspicacia de Helaena, en caso de llegarse a dar.
***Con tu pasivo de percepción, puedes percatarte de ello sin problemas
Helaena fue testigo de un suceso histórico en los tiempos actuales de Poniente. Palabra tras palabra, Ser Dwain conversaba con ella como si esos diálogos fueran habituales entre ellos. No realmente, pues en ocasiones parecía costarle encontrar las palabras adecuadas. Pero era asombroso comprobar que ese hombre era algo más que una mirada fría y monosílabos. Aquella canción que había escuchado hacía unos días no le hacía justicia.
Tras su comentario sobre su inminente partida, Helaena asintió, por supuesto que lo imaginaba. ¿Dónde, si no, iba a estar el mejor de los caballeros de su padre? Y era algo que la aliviaba, porque sabía que él lo daría todo por proteger a su familia; y era un hombre indudablemente capacitado para esa tarea.
Lo siguió por los pasillos hasta la zona donde se alojaba el servicio, consciente de que el caballero no solo querría hablar de algo urgente, sino también privado. Así que, por supuesto, su curiosidad aumentó. Lo imitó cuando saludó a los guardias. No podía decirse que Helaena no era amable con aquellos que ponían su vida a disposición de su familia y, siempre que no rompiera excesivamente el protocolo, les dedicaba aunque fuera un pequeño gesto a modo de saludo.
Era la primera vez que visitaba los aposentos de Ser Dwain, y eso que había vivido allí durante varios años. Por su rectitud y seriedad, siempre lo imaginó como alguien pulcro y ordenado, pero nada más lejos de la realidad. Parecía que no había suficientes libros en el mundo para saciar su hambre de conocimiento. Todo tipo de temas le interesaban, pudo comprobar mientras echaba un vistazo rápido por todos ellos. ¿Qué haría un hombre de acción, un soldado, estudiando y transcribiendo temas tan profundos? ¿Y cuánto dormiría, si por el día trabajaba sin parar y parecía dedicar parte de la noche a meter la nariz en aquellos libros? Y nunca, nunca se escuchaba una queja o una muestra de cansancio. La admiración que sentía hacia ese hombre aumentó hasta límites que no creía posibles.
Se sentó dispuesta a escuchar lo que tenía que contarle.
Durante su primera pausa, al ver que le costaba continuar, Helaena le hizo un gesto de asentimiento para animarle a ello. Cuando por fin retomó su discurso, la joven se sorprendió al conocer el motivo de aquella conversación. Tras la primera afirmación, a Helaena le dio un vuelco el corazón pensando que Ser Dwain querría tantear las posibilidades de un futuro con Aquilegia. Pero lo que siguió borró esa idea de su cabeza. Ni siquiera parecía haber pensado en ella para aquel importante encargo.
Aun así, no pudo evitarlo. Una llama de felicidad comenzó a arder en su interior. Helaena, aunque confusa por el hecho de que el caballero no hubiera propuesto a su hermana mayor, se sintió conmovida precisamente por ello, pues como hija menor estaba destinada a ser la sombra de Aquilegia. El hecho de que un hombre al que ella valoraba tanto la considerara digna y capaz de llevar temporalmente las riendas de su casa la llenó de orgullo. Ella deseaba gobernar y en ocasiones, por mucho que nunca se rindiera en su objetivo, llegaba a pensar que tal vez nunca lo conseguiría.
No quiso interrumpirlo en ningún momento, no ahora que se animaba al fin a hablar. Lo miró con ojos brillantes, llenos de gratitud. Y le dedicó una sonrisa cuando pronunció las últimas palabras.
- Oh, Ser Dwain, vos no sois "algo parecido" a una familia; sois nuestra familia ya desde hace años –Y, aunque no dijo nada, Helaena aún esperaba que su padre se olvidara por completo de los Dragnos y viera en aquel hombre un candidato perfecto para su heredera, convirtiéndolo en familia por ley-. De hecho, estoy segura de que Padre confía en vos tanto o incluso más que en sus hijas –dijo, medio en broma medio en serio.
- Me honráis al proponerme tal tarea. Y, por supuesto, si realmente confiáis en mí para ejercer la autoridad en vuestro nombre, acepto gustosamente. No sabéis cuán feliz me hace que hayáis pensado en mí como la persona más idónea –expresó, llevándose la mano al pecho. El peso de la responsabilidad, y con él los nervios, comenzaban también a surgir, pero era una carga que llevaría con gusto, pues era su oportunidad para que el resto del mundo confiara en ella tanto como Ser Dwain.
- Aunque debo reconocer… -añadió, algo dubitativa-, que imaginaba que, para algo así, habríais elegido antes a Aquilegia, que ha sido más y mejor educada para este propósito. Al fin y al cabo, seguro que Madre podría llevar sola las riendas de Riverside -Con estas últimas palabras, no quería disuadirle de su elección, sino simplemente conocer su opinión de la hermana mayor, ahora que había descubierto que se podía mantener una perfecta conversación con él.
Aunque con gesto serio, asintió a la primera respuesta de Helaena añadiendo un breve —Os lo agradezco.— Pero de cualquier manera, no parecía desprovisto de sinceridad y agradecimiento.
Comtinuó atendiendo a las palabras de Helaena sin interrumpirla. Volvió a asentir al final de éstas, de acuerdo con la duda de la joven y con intención de responder.
—No dudo que vuestra madre pueda hacerse cargo de Riverside. Pero es un lugar distinto a Aguasfrías. En cierto modo más complejo y sin duda la ayuda y el carácter de vuestra hermana serían apreciados y necesarios.— Explicó primeramente.
—Aguas frías no carece también de complejidad, creedme. Aunque de manera distinta. Los conflictos con Estrella Oscura han sido frecuentes y estoy convencido que refrendados, no en público desde luego, por los Dayne y los Blackmont.— Ladeó entonces la cabeza, con gesto de estar sopesando, pensando.
—No creo que en tiempos de reclamo de vasallaje real, ocurra nada. Todos cumpliremos el llamado del Su Majestad y aprovechar esta situación para ganar ventaja podría provocar la actuación directa de nuestro Rey. Y nuestro Rey no es hombre de miramientos. Así que creo que en ese aspecto no deberíais tener mayor problema o inconveniente.— Explicó seguidamente.
—Pero entended, Helaena, que allí hay muchas viudas, padres sin hijos e hijos sin padres. Todos ellos a causa de mi espada.— Y cierto era si lo que se contaba del caballero durante la Batalla del Vino, era cierto.
—Durante estos años he renunciado a toda riqueza, salvo por mi caballo y armas y lo he dedicado todo a mejorar Aguasfrías. El mercado, el Coto, los regadíos, el muelle...He procurado de alguna forma, aunque sea ínfima, compensar el destrozo y las muertes que causé. Y ahora por fin, Helaena, creo que la gente de Aguasfrías empieza a verlo y entenderlo. Y no quiero perder eso bajo ningún concepto— Su tono no carecía de preocupación por ello.
—También he tenido que mostrarme firme en muchas ocasiones. No ha sido una tarea fácil...— Reconoció. Una de sus más controvertidas decisiones era la creación de la Compañía de Los Redimidos, conformada por asesinos, ladrones, violadores o traidores, la cual curiosamente, era su orgullo. Tal vez una manera de sentir que él mismo podía llegar a redimirse.
—Quiero decir con todo esto, Helaena, que aunque creo que vuestra hermana será una gran dama y gobernante, me gustaría precisar de un carácter más similar al vuestro. Con vuestro ímpetu y decisión, con determinación. Es lo que Aguasfrías necesita en estos momentos para llegar a cuajar. Sin importar lo que otros opinen...—
En algo se había equivocado Helaena cuando hacía unos días hablaron con Terrence de Ser Dwain. Ella había afirmado que lo que pensara el pueblo de él no le importaría tanto y parecía que tenía muy en consideración la opinión de sus gentes. Entendía, no obstante, las preocupaciones, pues hablaba de un tema mucho más serio que una canción ofensiva. Pero era un hombre tan desapegado, serio y aparentemente impasible, que nunca imaginó que por su mente pudieran pasar tales inquietudes.
Asintió a medida que Ser Dwain iba narrando. Comprendía las dificultades que Aguasfrías tenía que soportar, estando en el límite del Dominio, pegado a sus enemigos. Aunque se preguntó por qué Ser Gerold Dayne se empeñaba en buscar conflicto cuando la vida de su primo estaba en juego. Decían que deseaba vengar la muerte de su tío, pero ¿merecía la pena si, con tal venganza, únicamente conseguía hacer peligrar a Aldern?
- La gente lo entiende y lo seguirá entendiendo –le aseguró Helaena cuando Ser Dwain compartió sus preocupaciones. No hablaba por hablar, dulcificando las frases con el único propósito de animar a su interlocutor. Teñía sus palabras de tal fuerza que mostraban el convencimiento que la muchacha tenía de ello.
- Lo que ocurre durante la guerra, lo que un hombre tiene que hacer en plena batalla contra otro ejército, no puede achacársele de tal forma. Nuestros enemigos habrían hecho lo mismo con vos si hubieran podido, al fin y al cabo. Comprendo el reparo que debió sentir la gente al principio, pero no se os puede culpar durante tanto tiempo, era una situación singular. Igual que en la que os encontráis ahora. Aguasfrías está en continuo conflicto, el pueblo comprenderá que habéis hecho lo que debíais. Además, lo que habéis conseguido en Aguasfrías es de alabanza –afirmó, convencida de que no era la única que lo pensaba, pues objetivamente su recorrido había sido impresionante y pocos lo habrían llevado mejor que él-. Con vuestras decisiones, habéis hecho prosperar vuestras tierras y protegido a vuestro pueblo, a pesar del entorno tan difícil en el que os encontráis. Nadie lo olvidará y menos si ahora partís de nuevo a defender a nuestros Reinos –le aseguró.
Finalmente, sonrió al caballero cuando valoró su carácter por encima del de Aquilegia.
- En ese caso, no habrá más pegas que ponga al respecto, Ser Dwain. Gracias por vuestra confianza –repitió, entusiasmada por la oportunidad que le estaba brindando-. Imagino que vuestro administrador me pondrá al día de la mayor parte de asuntos, pero ¿hay alguna directriz que queráis darme vos mismo?
El caballero no apartó la vista de Helaena cuando le habló en respuesta. Asintió cuando supuso sobre su administrador y cuando le pidió alguna indicación se apresuró a responder con convencimiento, sin dudas.
—Ninguna. Sed vos misma.— No añadió nada más como si con aquello ya considerase que iban a estar en buenas manos.
—Aunque sí hay un favor personal que me gustaría pediros.— Anunció con cierta duda, incluso pudor.—Se trata de cuidar de alguien en mi ausencia, y ella sí que requiere de ciertas directrices...— Explicó manteniendo aquel tono, aquella incomodidad que le producía dicha petición.
—Luna, puedes salir...— Dijo elevando ligeramente la voz.
Helaena asintió a aquella afirmación. Por supuesto, pensaba ser ella misma, aunque era la primera vez que alguien se lo recomendaba, al menos en relación a una tarea de tan suma importancia.
A continuación quiso volver a asentir cuando Ser Dwain le pidió un favor, pero a medio camino su cabeza se paró, pues la joven fue consciente del pudor con el que hablaba el caballero. Y, cómo no, sintió una gran curiosidad por saber de qué asunto personal tendría que encargarse. Escuchó primero la petición y, aunque intentó no variar su rostro, sus ojos no parpadearon en ningún momento, mientras buscaban a aquella misteriosa persona a quien debía cuidar.
Dentro de lo que permitía la parquedad de sus palabras, Helaena creía conocer a Ser Dwain bastante bien. Tal vez no lo que tenía en la mente aquel hombre, pero sí al menos su vida. Y, por mucho que escarbara en los rincones más oscuros de su mente, no encontraba por ninguna parte el nombre de Luna vinculado al silencioso caballero.
¿Quién era?
A pesar de la llamada de Ser Dwain, nadie apareció. Esperó un instante más en silencio comenzando a tamborilear los dedos sobre su rodilla.
—Es tímida...— Comentó escuetamente antes de volver a llamarla. —Luna vamos, no te escondas. Puedes salir.— Esta vez miró a su alrededor sin mejor suerte. Hizo entonces un gesto a Helaena para que aguardase y se incorporó acercándose a los ventanales. Corrió las cortinas, oscureciendo la estancia, aunque aún podía verse con cierta claridad.
—¿Mejor así?— Preguntó mirando aún a su alrededor, mientras regresaba a su silla.
Fue entonces cuando ambos pudieron ver salir desde debajo del lecho junto a la cómoda cercana, una figura felina con intensos ojos verdes que brillaban en la penumbra. No sería mucho más grande que un perro adulto de tamaño medio, pequeño incluso. Aún así, no había duda que se trataba de un cachorro.
El felino avanzó con cautela hasta el caballero el cual dejó caer la mano para que la olisquease. Tras hacerlo el animal frotó su cabeza en ella un breve momento, antes de subirse a su regazo y estirar las patas delanteras para reposarlas en los hombros de Ser Dwain y comenzar a lamerle el rostro. Este consintió un par de veces dejando escapar una sonrisa nuevamente. La tomó entonces y la giró para que el cachorro de Gatosombra pudiese ver a la joven.
—Luna, esta es Lady Helaena...Lady Helaena, esta es Luna.— Ser Dwain miró entonces a Helaena aún con una mueca que era claramente una sonrisa.
—Acercad vuestra mano despacio para que pueda oleros. Osla dice que es la mejor forma de presentarse...—
La confusión y la curiosidad de Helaena iban en aumento. ¿Quién se escondía de aquella forma, por muy tímida que fuera? ¿Por qué necesitaba Ser Dwain cerrar las cortinas? Y, sobre todo, ¿por qué el caballero tenía a una persona encerrada en sus aposentos? No entendía lo que estaba ocurriendo y por su mente se cruzaron las ideas más locas.
Y las respuestas llegaron en un segundo. Luna no era ninguna persona.
Cuando los ojos de la muchacha percibieron la primera imagen del animal mientras salía de debajo de la cama, la respiración se le cortó y sus manos se agarraron con fuerza a la silla sobre la que se sentaba, pues ese felino era lo último que esperaba ver. Por suerte, aunque enorme para el tipo de gato al que estaba acostumbrada, al verla por completo descubrió que claramente era una cachorrita; y, por cómo se había comportado durante todo el tiempo que llevaban hablando, que no había rugido lo más mínimo, Helaena no dudó de que era mansa, al menos ante Ser Dwain. Por esos motivos no salió corriendo. Pero si Luna hubiera sido un gatosombra adulto y se la hubiera encontrado de camino al pueblo, Helaena habría visto pasar su vida ante sus ojos.
Tras la primera impresión, observó con atención las muestras de cariño entre Ser Dwain y Luna y dejó escapar una risa al verla lamerle el rostro. Si alguien le preguntara cuál era la escena más extraña que había presenciado en su vida, ya tenía respuesta, pues nunca habría imaginado a aquel hombre comportarse así.
Era hermosa y elegante, todo un regalo para la vista. Aunque no sabía cómo debía encargarse de ella, nunca había cuidado a un animal, más que a sus caballos. La responsabilidad de Aguasfrías no pareció tan grande y difícil como esta y, por primera vez, sintió nervios al pensar en su capacidad para la tarea y la gigantesca confianza que Ser Dwain estaba depositando en ella. Sus ojos se cruzaron y esperó que Luna no viera en los suyos el repentino temor que la había invadido. Los de la felina eran hermosos, de un verde brillante, cual piedra preciosa. Como esmeraldas.
Algo en su interior le mandó un mensaje de aviso, había algo que debía rebuscar en su memoria, aunque en ese momento no conseguía alcanzar ese recuerdo. ¿De qué se trataría? Intentó pensar, pero la voz de Ser Dwain la trajo de vuelta a la realidad rápidamente. Sonrió al hombre cuando las presentó.
Helaena actuó como había aconsejado Ser Dwain. Alzó lentamente la mano y la acercó al hocico de Luna, algo nerviosa pero al mismo tiempo con entusiasmo.
- Hola, Luna. Tú no tienes que tratarme de Lady, puedes tutearme si quieres –bromeó con la felina, que muy probablemente no entendiera ni una palabra de lo que ella decía-. Es espléndida. ¿De dónde la habéis sacado? –preguntó extrañada a Ser Dwain, pues no era en absoluto un animal autóctono del Dominio-. No la vi con vos cuando llegasteis el otro día a Riverside con Terrence. ¿Sabe alguien más que está aquí? –Esto último lo preguntó bajando el tono de voz, como si de repente hubiera sido consciente de que su estancia en el castillo era probablemente un secreto.
El felino olisqueó la mano de Helaena con curiosidad durante un breve momento en el que la joven pudo sentir la humedad de su oscura naricilla. Pareciendo conforme, el animal restregó la cabeza contra ella un par de veces hasta que decidió quedársela atrapándola con sus patas delanteras y comenzó a lamerla. El tacto de su lengua era áspero y sus lametones concienzudos, como si estuviese lavando y acicalando su nuevo tesoro.
—Creo que ha sido amor a primera vista.— Comentó el caballero de pasada, con satisfacción. Alzó entonces la vista ante las preguntas de la muchacha.
—Sólo Osla y algunos de mis hombres. Venía en una de las carretas. No suele ser bien recibida la noticia de una criatura así en zonas pobladas. Pero ya veis el peligro que supone a día de hoy.— Respondió acariciando su lomo mientras Luna disfrutaba de su nueva adquisición lustrándola a conciencia.
—Se la compré a un vendedor de animales que acudió a la inaguración del Mercado de Aguasfrías. No pude dejarla allí, aunque me costase una fortuna.— Terminó respondiendo a su primera pregunta.
Miró entonces a Helaena para continuar explicando.
—Come tres veces al día. Ya puede comer carne según Osla, aunque mejor en trozos pequeños y sin hueso. Le gusta la oscuridad. Casi todos los días la llevo a una cala que vuestra guardia personal, si podéis haceros cargo de Aguasfrías, conoce. Allí se baña. El clima aquí es muy caluroso para ella.— Expuso primeramente.
—Dos días por semana, la dejo sin alimentar y la saco a cazar ratones o alimañas, para que se desarrolle en condiciones. Dice Osla que si no, se vuelven perezosos y dejan de ser lo que tienen que ser; cazadores. —
Tras aquellas indicaciones, el caballero pareció sentir cierto rubor por lo que iba a exponer a continuación.
—Y bueno, duerme siempre conmigo— Reconoció. —Creo que la voy a echar en falta las próximas fechas. Pero me gustaría que ella a mí no. Así que si no es muy inapropiado pedirlo...y no os importa...bueno, eehh, podría, tal vez, bueno...¿dormir con vos?—
Helaena se sintió muy rara recibiendo aquellos lametones. La lengua de la gatosombra era muy distinta a la de los equinos. Apenas le dejaba saliva y era áspera como un cepillo. Para el animal aquel gesto era claramente de cariño y familiaridad, así que se dejó hacer mientras acariciaba con un dedo una de las patas de Luna. Rio nerviosa con el comentario de Ser Dwain al respecto.
Le pareció asombroso que tan pocas personas se hubieran enterado de ello. Luna no era un animal pequeñito que pudieras esconder en un bolsillo interior de la capa y, aunque hubiera llegado en carreta, tenía que transportarla igualmente a los aposentos. Probablemente Ser Dwain había tenido la suerte de llegar en unos días de tanta alteración, donde todo el mundo estaba más pendiente de la llegada de la Flota Real como para fijarse en cuándo y con quién llegaba aquel caballero. Sonrió mirando a Luna, ahora con un aspecto adorable e inocente, aunque probablemente en un año tuviera la capacidad de romper los huesos de cualquier presa que se le pusiera por delante.
- Ya, seguramente la mayoría la juzgaría como amenazante y peligrosa antes de intentar conocerla –respondió, comprendiendo los motivos por los que el caballero había decidido mantenerla tan escondida. Ella misma probablemente habría huido de Luna en un primer momento o habría recelado de acercarse, de no haber estado allí Ser Dwain mostrándole la simpatía de la felina.
- Claro, no habrá problema –aceptó las instrucciones que Ser Dwain enumeró, mientras las guardaba en su mente-. Entiendo, tiene lógica –añadió cuando le indicó que tendría que dejarla cazar un par de días a la semana-. Imagino que si le gusta la oscuridad no la sacaréis mucho por el día. ¿La dejáis, pues, en vuestros aposentos cuando vos estáis trabajando? ¿En qué momento la lleváis a la cala o a cazar? No quisiera trastocar sus horarios habituales.
Cuando Ser Dwain expuso su última petición, Helaena sonrió asombrada por la ternura que desprendía aquel hombre hacia la gatosombra. Y en el fondo lo comprendía. Los animales, incluso los más salvajes, resultaban ser más leales y dignos de confianza que la mayoría de personas. Una lección que ella había aprendido a la fuerza y con dureza.
- Oh… Pues… -Helaena dudó durante unos segundos por la sorpresa de aquella pregunta. Finalmente, una vez reflexionó sobre ello, sonrió y respondió-: Claro, no habrá problema –concedió con gusto-. Si es lo que necesita, podrá dormir conmigo. Además me vendrá bien la compañía por la noche. ¿Duerme sobre la cama o tendría que prepararle algo sobre el suelo?
El caballero asintió satisfecho ante la disposición de Helaena. Era evidente que parecía librarle de un peso que acarreaba sobre sus hombros y que le preocupaba. Mientras, ajena a la conversación, Luna volvía a frotar su cabeza sobre la mano de la chica y se incorporaba para dar un pequeño salto sobre el regazo de la joven y tumbarse patas arriba para continuar jugueteando con su mano.
—Sí, normalmente sí. Suele pasar los días dormida. Aunque preparaos para noches en vela.— No pudo evitar sonreír. Aquel día resultaba completamente novedoso. No sólo el felino en sí. El caballero siendo capaz de hablar como cualquiera, y sonreír. Algo que no había visto en todos los años que lo recordaba.
Respecto a la caza y sus baños, volvió a asentir, haciendo buenas las suposiciones de Helaena. —Sí, durante la noche.— Confirmó. —Pero cualquier duda, podréis preguntar a vuestra escolta. Mis mejores hombres y de mayor confianza estarán a vuestra disposición día y noche.— Aseguró.
—Sobre la cama...— Respondió finalmente a la última pregunta de Helaena. —Y probablemente sobre vuestro pecho o en el almohadón junto a vuestro rostro. Pero no dejéis que se acostumbre a dormir encima vuestra, pues de seguir creciendo como lo está haciendo, en poco tiempo ya imaginaréis el inconveniente que supondría.—
Sorprendida por el comportamiento tan cariñoso de Luna con una extraña, Helaena dejó que la felina se tumbara sobre su regazo, admirando de nuevo sus ojos y también su vientre, que le mostraba sin ningún temor. Movía la mano que Luna le había cogido, alejándola unos centímetros para que se la volviera a cazar y, cuando lo conseguía, Helaena le acariciaba el puente de la nariz y las orejas con la otra mano.
- Bueno, no será un problema. No sería la primera vez que paso noches en vela, podré acostumbrarme a esto –comentó, llenando su mente de recuerdos antaño mágicos y ahora desagradables de cuando volvía a sus aposentos de los establos a horas inimaginables y luego se quedaba un rato más despierta, soñando sin dormir. Por suerte, Helaena estaba segura de que, en este caso, las horas nocturnas estarían mucho mejor aprovechadas-. Luna parece una excelente compañera, así que no creo que tenga queja al respecto.
Asintió de nuevo al siguiente comentario de Ser Dwain. Esperaba aprender rápido las costumbres y los cuidados de Luna, pero era un alivio saber que habría alguien a quien recurrir en caso de que tuviera cualquier duda al respecto.
Imaginó que tener a un animal como Luna en el Norte debía de ser una maravilla durante las noches de invierno. No sabía cómo llevaría Ser Dwain que durmiera a su lado en días tan calurosos como los que tenían normalmente en el Dominio-. Ya, entiendo –comentó tras la advertencia del caballero, esbozando una sonrisa. Miró a Luna, a quien por ahora se podía coger en brazos sin mayor esfuerzo. No sabía hasta qué tamaño crecería, pues nunca había visto un gatosombra adulto. Pero prefería evitar a toda costa un posible futuro en el que Luna no le dejara ni respirar.
- Perfecto, pues –culminó. No tenía ninguna pregunta más para Ser Dwain y este ya le había avisado de que tendría a alguien a quien dirigirle sus dudas en un futuro, así que poco más le quedaba de decir al respecto-. ¿Algo más que queráis hacerme saber?
Ser Dwain sólo negó ante la última pregunta de Helaena. Realmente sólo quedaba que todo se concretase. Parecía que el caballero ya había pensado en ello con bastante antelación y había dejado las cosas bien atadas para facilitarle las cosas a la muchacha.
—Gracias por vuestra ayuda, Helaena— Añadió.
Mientras, el felino ajeno a la conversación, se dejaba querer. Había quedado ensimismado con uno de los largos mechones de la joven, el cual intentaba alcanzar con su zarpa. Sólo lograba moverlo ligeramente, lo que hacía que que volviese a intentarlo nuevamente antes de que se detuviese.