Torre de invitados. Tercer día de la Vieja. Mes del Padre. Año 289 A.C.
Carellyn frunció los labios al escuchar que estaba horrible, pero asintió al mismo tiempo con la cabeza, pues estaba de acuerdo. Empezó a asentir a medida que su tía le daba instrucciones y ni siquiera tenía que pensar en ello para saber qué vestido quería ponerse. Tenía uno que aún no había tenido oportunidad de estrenar y que había estado reservando para algún evento interesante, alguna fiesta o torneo. ¿Y qué mejor momento para sacarlo del arcón que su propia boda? Sus ojos ya brillaban ilusionados incluso antes de ver la tela que su tía le ofrecía. Sabía bien que no tenía el derecho a portar el símbolo de los Rowan, pero cualquier protesta quedó acallada en su garganta por la emoción.
Al encontrarse su mirada con un broche tan parecido al colgante que ya daba por perdido, terminó de derretirse y apretando todos los regalos de su tía en la mano, la rodeó con los brazos y la abrazó muy fuerte.
—Gracias, tía Rhonda —dijo, llorando, pero esta vez de emoción—. Gracias por todo. Todo esto... yo... significa tanto... —apenas lograba articular lo que quería decir y tuvo que confiar en que Lady Rhonda sería capaz de entener sus balbuceos.
La soltó cuando se dirigió a Arlo y lo miró completamente enamorada mientras unía sus manos. Respiró despacio, centrándose en dejar de llorar y pensó en ese instante que nunca nadie debía haber sido tan feliz como ella lo era.
Estaba ya a punto de ponerse en movimiento cuando le dio también los dragones. Y por un momento pensó en decirle que no era necesario, pero lo pensó dos veces y los aceptó, asintiendo con la cabeza. Confiaba en el septón Meirin, pero sabía que no iba a pedirle un favor precisamente pequeño.
En un nuevo impulso abrazó otra vez a su tía y besó su mejilla.
—Enseguida vuelvo con todo —aseguró, pensando ya en qué iba a hacer con su pelo que fuese rápido pero favorecedor.
Se giró hacia Arlo y se puso de puntillas para unir los labios a los suyos, en un beso rápido pero lleno de sentimiento.
—No tardaré demasiado. Te amo, te amo, te amo —murmuró, mirándolo encandilada por un instante.
Y así, Carellyn salió de allí flotando por la emoción y absurdamente feliz. Tanto que ya ni se acordaba de las agujetas y tuvo que contenerse para no ir dando saltitos hacia sus aposentos.
Preparó un pequeño baúl con todo lo que iba a necesitar: el vestido, la tela que iba a usar como capa, el broche, un adorno para la oreja y unos zapatos más bonitos que los escarpines que llevaba en ese momento. Se entretuvo entonces trenzando sus cabellos en un peinado sencillo pero que enmarcaba su rostro. Buscó un criado y le pidió que llevase el baúl a los aposentos de su tía y ella se fue hacia las cocinas.
Allí preparó una cesta con algunos panecillos que había reservado para el septón. Todavía dejó cuatro más apartados, que serían para los dos hombres a los que iba a pedir un favor después: Várgul y Lasteo. En la cesta metió también algunas frutas y una botella de vino.
Y cuando ya lo tuvo todo listo, salió disparada de vuelta hacia la torre de invitados, totalmente impaciente por partir en dirección al pueblo.
Carellyn se dirigió al establo y tomó un corcel para dirigirse al pueblo. Estaba tan acelerada que olvidó la silla, y hasta que había gente. Osla y Várgul estaban herrando los caballos de todos los asistentes. Fue Osla quien la advirtió y Várgul quien colocó la silla con su eterna sonrisa. Sin duda la persona más feliz del castillo, al menos hasta ese día. Carellyn no tardó en llegar a la choza del septon. Se encontraba regando un pequeño huerto a mano mientras canturreaba una canción o poema, bajo la atenta mirada de su asno.
"No te fíes moza, del que te trae una flor
pues no quiere otra cosa que regarte con su amor.
Tampoco de aquel que te halaga sonriente
pues aunque su amor parezca ferviente
seguro será un traidor."
Al reparar en Carellyn, sonrió con cara de ratoncillo, con aquellas orejas grandes y boca pequeña.
—Uy, Carellyn. Qué sorpresa. No pensaba yo que volvería a verte tan pronto. ¿Qué te trae por aquí, muchacha?. Me has pillado justo regando y canturreando— Rió si abrir la boca, tal vez un poco avergonzado de que presenciase sus "dotes " artísticas.
Nota: Hoy me siento poeta jajajaja
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El viaje hacia el pueblo fue corto, pero suficiente para que los dolores que había sentido al despertar se incrementasen en cada bote que daba el animal. Aún así, estaba tan acelerada que le azuzó hasta que llegó a la choza del septón. Allí Carellyn se bajó del caballo tan rápido que a punto estuvo de caerse. Sin embargo, no le importó haber parecido ridícula o torpe.
Se acercó al septón y le plantó un beso en la mejilla como saludo. Estaba tan feliz que apenas reparó en la vergüenza que podía sentir el hombre porque le hubiese descubierto canturreando.
—Buenos días, septón Meirin —dijo, regresando al caballo para recoger la cesta que le había traído—. Os he traído unos panecillos que he hecho yo misma —informó, al dejarla en sus manos—. Espero que os gusten. También hay otras cosas.
Suspiró y entrelazó los dedos de ambas manos por delante de su cuerpo, que oscilaba sobre la punta de sus pies. Se la veía contenta y nerviosa y ella misma se sentía incapaz de quedarse quieta en ese instante.
—He venido a pediros un favor —explicó, sin más rodeos—. Un favor enorme —lo reconoció con media sonrisa revoloteando en la comisura de sus labios—. Necesito casarme con un joven hoy mismo, esta misma mañana.
Lo miró, expectante. Suponía que querría saber más, que tal vez incluso se escandalizaría, pero una vez lo había soltado el resto de la conversación le parecía que debía ser más sencilla por fuerza.
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—Paneciiillooos...Humnnn, que bien huelen, qué mano tienes. Muchas gracias, hija.— Dijo acercando la cesta un poco a su nariz para percibir el aroma. Sin embargo el que si debió percibirlo al instante y desde más lejos, fue su asno que con paso lento se fue acercando hacia donde estaban.
—Claro, soy todo oídos...— No pudo evitar reír ante sus propias palabras, consciente del tamaño de sus oreja. Tomó un panecillo y lo probó mientras escuchaba. Finalmente el asno metió la cabeza entre ambos, en medio de la conversación, buscando su hocico la cesta.
—¡Quita pesado!.— El asno le respondió con un sonoro rebuzno, hasta que le lanzó el trozo que sobraba del que él había empezado. —Lo siento...— Se disculpó. —Pero es que si no, nos va a estar molestando todo el rato.— Tomó entonces otro para degustarlo él sólo. Y mientras lo hacía escuchó la noticia que detuvo sus mandíbulas y lo hizo tragar despacio.
—Que te casas...ahora...— Negó confuso. —¿En el castillo?, eehhh... espera, espera. ¿Me lo explicas?.—
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Carellyn escondió una risa tras la punta de los dedos ante la interacción entre el septón y el burro, pero en cuanto el animal se alejó y el hombre mostró su confusión, ella se apresuró a negar con la cabeza.
—Oh, no, no, no —aclaró rápidamente—. En el castillo no. Nadie puede saberlo, ¿sabéis? Es un secreto. Debe serlo, para siempre. Sólo podemos saberlo yo, el joven en cuestión y mi tía. Bueno... y vos, claro. Necesitamos vuestra ayuda y vuestra discreción.
Su sonrisa era tan grande y llena de ilusión que se extendía hasta sus ojos cuando se acercó un poco más, incapaz de permanecer quieta en el mismo lugar.
—Digamos que no tenemos permiso, ni lo vamos a tener nunca —explicó, revoloteando a su alrededor—. Sería imposible conseguir algo así. Pero nos amamos con toda el alma y queremos que los Siete bendigan nuestro amor. —Se detuvo y ladeó el rostro para mirarlo, alzó ambas manos entrelazadas hasta dejarlas debajo de su barbilla—. ¿Nos ayudaréis? Decid que sí, por favor.
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Tras las palabras de Carellyn que soltó con aquella naturalidad e ilusión. Jothos la miró sonriendo de nuevo con la boca cerrada y apretando los labios.
—Bueeeeno. Pues ahora me queda todo mucho más claro— Dijo claramente sin entender nada. Aunque luego prescindió del humor para hablar con más franqueza con ella.
—Jovencita, por tu sonrisa diría que desde luego no vienes obligada. Y es esa sonrisa la que me convence.— Asintió cogiendo con sus manos la de Carellyn y dándole palmaditas de felicitación. —Y por otro lado tú conoces un secreto mío, y yo uno tuyo. Un trato justo, ¿no te parece?— Al soltarla dio un paso atrás.
—Bueno, adelante. Aquí te espero. — Anunció. —Vamos, no te entretengas más.— Ordenó de forma gentil.
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La muchacha no se pudo contener y al escuchar que el septón aceptaba, le saltó al cuello y le dio un abrazo.
—¡Oh, sois un hombre maravilloso! Sabía que podía contar con vos —declaró, absolutamente feliz.
Lo soltó y asintió con la cabeza repetidamente.
—Es un trato de lo más justo. Pero además pienso pagaros por el favor. De acuerdo entonces. Me voy volando a buscarlos y en cuanto estemos listos vendremos aquí mismo. —Ya empezaba a acercarse al caballo mientras hablaba—. No tardaremos mucho —advirtió—. Enseguida venimos.
Y con esas palabras como despedida se subió a la montura y emprendió camino hacia donde debía encontrarse con Arlo y Lady Rhonda.
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Carellyn no necesitó ni que el corcel rompiese a sudar para llegar hasta donde esperaban Arlo y su tía cerca de la entrada del pueblo. Los condujo hasta la choza del septo y pronto pudo ver la cara de su tía como si aquello fuese...bueno, lo que era una choza. El Septo aguadaba paciente junto a su inseparable asno. Se había cambiado para la ocasión y llevaba una túnica de lino blanco muy humilde pero totalmente limpia. Probablemente típica de la muy poco común orden a la que pertenecía.
Hizo una reverencia tanto a Arlo como a su tía, pues inmediatamente se dio cuenta del alto estatus que debían poseer sólo con ver sus formas y ropas. Carellyn supuso que podría acicalarse en la choza del septo, pero éste la detuvo.
—No hija, aquí no va a ser la ceremonia. Tendrás que prepararte ya donde vamos. No tardaremos mucho pero el camino es un poco... Pero merece la pena.—
Jothos los condujo por caminos ocultos por el denso follaje. Advirtió cuidado por el retorno de ramas y hojas que había que ir apartando. El camino se les hizo más complicado a Arlo y su tía, los cuales intentaban que sus ropas no se echasen a perder. Pero tras un rato caminado, Jothos y su asno, mostraron un hermoso secreto que la poza ocultaba.
Un pequeño rincón con agua clara y transparente que era alimentada por dos cascadas escalonadas Con un gran árbol que proporcionaba una refrescante sombra. El septon indicó la zona en la que Carellyn podía cambiarse de ropa. En un vestidor que la naturaleza proporcionaba gracias a la densidad de plantas del lugar. Puede que no fuese el lugar más indicado para ponerse el vestido, pero la ayuda de su tía y la belleza del lugar, compensarían cualquier incomodidad. Mientras ellas se retiraban Arlo y el septon intercambiaron unas palabras. Y como espectador excepcional y recostado bajo la sombra de otro árbol más apartado, el asno de Jothos.
Tras salvar las dificultades y tras varios arreglos que ambas se intercambiaron, una por ser su boda y otra para arreglar el tema de las hojas en la cabeza de su tía, Tía Rhonda llevo sosteniendo con el dorso de su mano la palma de la de Carellyn para hacer entrega de su sobrina a su sobrino. Cuando Arlo la vio aparecer tragó saliva emocionado, ante la sonrisa de Jothos que asentía como si la belleza de la joven no fuese para menos. Una vez juntos y a la altura, con la tía de ambos un poco más retirada el septon comenzó la ceremonia.
—Hoy celebramos una boda. Una boda muy especial. Para muchos, no podría llamarse ni boda.— Comenzó explicando, mientras asentía. —Es cierto, no habrá desayudo con intercambio de regalos. Tampoco se intercambiarán capas. No habrá cena. No habrá encamamiento, no. — Confirmó lo evidente. —¿Es entonces esto una boda?. "Nooooo", responderían a aquellos a los que preguntáseis... Y todos y cada uno de ellos estaría equivocado.— Aseguró convencido.
—Porque los nobles, las casas, las personas, han ido olvidando el verdadero significado de la palabra boda.— Hizo una pequeña pausa. — Boda es la unión de dos personas que se aman. Nada más hace falta. Es así de sencillo. El resto es tradición, pero no define lo que es una boda.— Volvió a asentir pensativo.
—He oficiado muchos enlaces en mi vida. Muchísimos. Pero hoy, Carellyn...Arlo...quiero agradeceros la oportunidad de hacer realidad vuestro amor, en presencia de vuestra tía y de los Siete.— Giró la vista un momento. —Y de mi asno, que remedio.—
—Y os doy las gracias, porque en realidad va a ser la primera vez que oficie una boda...una boda de verdad. Solo hace falta un suspiro para darse cuenta que hacéis honor al verdadero significado de esa palabra.—
Se acercó e hizo que ambos sostuvieran sus manos, dirigiéndose a Arlo primeramente.
—Arlo, repite conmigo: con este beso te entrego mi amor y te acepto como señora y como esposa.—
Arlo repitió las palabras mirándola a los ojos, conteniendo la emoción.
—Carellyn, repite conmigo: con este beso te entrego mi amor y te acepto como señor y como esposo—
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Carellyn estaba tan nerviosa que se sentía como si flotase en medio de un sueño, como si no fuese ella la muchacha que seguía al septón por el camino entre la maleza, sino otra persona con su rostro. Y, al mismo tiempo, estaba tan feliz que a cada paso necesitaba mirar a Arlo para sonreírle o coger su mano. La sonrisa de sus labios no vaciló en ningún momento, a pesar de las ramas que incomodaban su paso o tener que caminar con las agujetas.
Y bien valió la pena el paseo, pues cuando contempló aquel rincón encantador pensó que nunca nadie en toda la historia se había casado en un lugar tan bonito como lo iba a hacer ella.
—Es precioso y perfecto —murmuró, mirando agradecida al septón por haber escogido un sitio así para ella.
A pesar de la incomodidad del rincón destinado a vestidor, a Carellyn le pareció que no podía haber sido mejor. Con ayuda de su tía se puso el vestido y dejó que le colocase la capa sobre los hombros, prendiéndola con el broche delante de su pecho. Se rió, nerviosa y feliz, al quitarle las hojas del pelo, y tuvo que respirar profundo varias veces antes de besar su mejilla y salir de allí junto a ella.
Y en cuanto puso un pie fuera, sus ojos fueron solo para Arlo. La misma sonrisa seguía ahí, como si fuese a permanecer adornando su rostro para siempre. Caminó despacio junto a Lady Rhonda hacia él y suspiró emocionada al llegar a su altura. Pensó en ese instante que nunca nadie debía haber sido tan feliz y que el murmullo del agua ponía una melodía perfecta a aquel momento.
Su mirada se fue hacia el septón cuando empezó a hablar, pero le costaba mantenerla en él y cada poco se le escapaba hacia el que estaba a punto de convertirse en su esposo. El discurso le pareció tan encantador como todo lo que les rodeaba y sus ojos brillaban por la emoción. Se rió con la mención al burro y luego continuó escuchando enternecida las palabras del septón.
Tomó las manos de Arlo y lo miró a los ojos. Y en ese momento en que su hermano recitaba los votos los nervios desaparecieron y sólo quedó un sentimiento que amenazaba con desbordar su pecho por su intensidad.
—Arlo. Con este beso te entrego mi amor y te acepto como señor y como esposo —dijo, con voz clara y mirada llena de amor, cuando llegó su turno.
Dio un paso hacia él y levantó un poco los talones para besarlo con dulzura y sellar aquella promesa con sus labios.
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Tras el beso de Carellyn, el septo se dispuso a concluir la ceremonia.
—Aquí, ante los ojos de los dioses y los hombres...mujeres — Dedicó una mirada a la tía de ambos que ya desde que entregó a Carelly estaba llorando a moco tendido — proclamo solemnemente a Arlo de la Casa Rowan y a Carellyn de la Casa Rowan marido y mujer, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos.—
Tras aquella frase que cerraba las bodas bajo la fe de los Siete, Jothos se dirigió a Carellyn y la dio un beso en la mejilla y un abrazo de felicitación. —Enhorabuena Carellyn. Os deseo a ambos mucha felicidad— También se dirigió a Arlo y lo felicitó de forma más sobria aunque cercana. Como se saludan los hombres. Por último, sonriente se fue a ver a Lady Rhonda para intercambiar unas palabras. Nada pudo escuchar Carellyn pues Arlo la abrazó como si fuese un oso alzándola en voladas y besándola con la pasión que siente un marido enamorado. Juntos giraron dos veces sin que él separara sus labios de los de ella como si del inicio de una danza se tratase. Tras ello miró a su tía sonriente y sin soltar la mano de Carellyn se dirigió a ella, la cual ya se encargó de aportar el drama en forma de llanto y besos, más llantos y más besos.
Aún permanecieron un rato en aquel hermoso rincón escondido de Riverdide, donde el septon se encargo de montar un picnic con algunos manjares que no habrían imaginado que pudiese poseer, aunque Carellyn quizás sí. El joven que acogió Jothos fue el encargado de llevarlos hasta allí. Un formidable vino del rejo, sirvió para brindar en hermosas copas de fino cristal. Finalmente cuando abandonaron el lugar, Carellyn lo hizo como una mujer casada y maldito el que se interpusiera.
Bueno, pues esto no quita que si quieres hablar con el septon o con cualquiera (el burro no), puedas hacerlo. Pero tadaaaa...Carellyn ya se ha casado.
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Las palabras que cerraban la ceremonia se incrustaron con fuerza en la memoria de Carellyn, como un recuerdo que atesoraría para siempre. Le devolvió el abrazo al septón, pero en cuanto se apartó de ellos se volvió hacia Arlo, con el rostro resplandeciente.
Se abrazó a él mientras la hacía girar y cuando se detuvo rió llena de felicidad. Luego vinieron los abrazos con su tía y el picnic improvisado del septón. Incluso hizo una excepción y bebió un poquito de vino. Antes de marchar de allí Carellyn le agradeció varias veces su ayuda y también le dejó discretamente una bolsa con parte de los dragones* que había dispuesto Lady Rhonda. Confiaba en él, de no hacerlo nunca habría acudido a pedirle ayuda, y sabía que él no le había pedido nada a cambio más que garantizarse así el silencio de la muchacha sobre su secreto. Pero quería agradecerle el gesto igualmente.
Le dio lástima tener que volver a cambiarse de ropa antes de regresar a Riverside, pues le habría gustado poder dejarse el vestido y compartir su felicidad con cualquiera con quien se cruzase. Pero sabía que esa felicidad debía ir por dentro, al menos hasta que estuviesen lejos de allí, y entonces ya tendrían todo el tiempo del mundo para recuperar el que perdiesen ese día.
Se le hizo extraño entrar otra vez en el castillo, como si nada hubiera pasado. Se sentía tan distinta que todo el lugar le parecía ajeno y lejano. De algún modo sentía que ya se había despedido de Riverside y no veía la hora de marchar de allí.
Dejó a Arlo y a Lady Rhonda en la torre de invitados y fue a su cuarto a revisar el equipaje una vez más. Tenía que volver a guardar en él lo que había sacado para la boda y también reescribir la carta para Aldern. Le costó centrarse en las tareas que aún le quedaban pendientes, pues su mente y su corazón estaban aún llenos de la felicidad de un rato atrás.
Un rato después salió de la torre en dirección a la armería y allí dejó dos panecillos a Várgul, así como la nota ya lacrada para Ser Dwain. Le pidió que se la diese cuando llegase y se marchó hacia la torre de los calabozos en busca del alguacil. Después de pensarlo muy bien y valorar distintas opciones había decidido que prefería pagar y tener así ciertas garantías antes que confiar en una tabernera que podría estar compinchada con una banda de ladrones.
*10, los otros 5 me los llevo para luego.