2º día del Guerrero, mes de la Vieja, Año 288.
Aquella afirmación sobre los dornienses tuvo como efecto una mezcla de confusión y sospecha de que Aldern le estaba tomando el pelo. Probablemente estuviera gastándole una broma para provocarla y escandalizarla; aunque, por otro lado, ya se creía cualquier cosa sobre sus vecinos del sur. En cualquier caso, no supo muy bien cómo responder a aquello, así que decidió pasar de tema.
Miró entonces cómo el dorniense volvía a llenar su vaso y a punto estuvo de pararlo, pero, por algún motivo, se sentía más lenta de reflejos de lo habitual. Y, cuando quiso hablar, Aldern había vuelto a abrir la boca.
— Sí mejoro —protestó—. Si no, explícame por qué has tardado hoy tanto en ganarme y por qué has tenido que derrotar a tantas piezas mías para conseguir al Rey —añadió, con una amplia sonrisa y toda la ironía que era capaz de darle a su voz—. Claramente porque soy una digna rival —En absoluto porque Aldern lo hubiera hecho a propósito para hacerla beber más, eso desde luego.
Cogió el vaso de nuevo, mirándolo con desconfianza. Solamente había bebido dos, que era lo máximo que tomaba durante las comidas; pero en esos momentos lo acompañaba con comida y con un vaso aparte de agua. Así que no estaba en absoluto segura de que fuera sensato comenzar un tercero.
— ¿Me estás mandando tú a mí? —preguntó, arqueando una ceja. Negó con la cabeza, como si Aldern, después de tantos años, aún no supiera cómo funcionaba la vida en el castillo—. Las órdenes de la hija del Lord se cumplen cuando quiera la hija del Lord —respondió, poniéndose de pie y pegando un trago al vino—. Y si la hija del Lord quiere tardar en beber vino y en salir del castillo, así será.
Helaena se sentía ligeramente mareada, le costaba fijar la vista en su objetivo. Se tocó las mejillas; o bien tenía las manos muy frías o su rostro muy cálido. Menos mal que iba a salir al aire libre, seguro que así se le pasaba esa horrible sensación. Sabía que beber vino no le iba ayudar en absoluto, pero tenía sed y eso era lo único que tenía a mano, así que tomó otro sorbo, mientras se paseaba por la sala.
— Lo primero es evitar encontrarse con cualquier persona. Cualquiera —dijo, haciendo hincapié en ello—. Porque como se acerquen a nosotros y huelan el vino, despídete de tus derechos y libertades para siempre. Lo segundo… —Se quedó callada, como si se hubiera quedado en blanco, suspiró y negó de nuevo—. No hay segundo, simplemente salir por la puerta. Espero que te apetezca caminar.
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—Porque mejoras distrayéndome con tu charla —respondió Aldern a las primeras palabra de Helaena, encogiéndose de hombros—, pero no jugando al sitrang. Al menos no con juego limpio.
Después de eso, cuando Helaena cogió el vaso pero no llegó a beber por el momento, Aldern la observó con tranquilidad. Se tomó lo que lo que decía como nada más que una broma, más aún con la diferencia de estatus entre ambos, y por eso le hizo gracia.
—Muy bien —dijo el chico antes de asentir con la cabeza casi en una pequeña reverencia, empezando a recoger las piezas—. Como la hija del Lord mande.
Tras eso, cuando la muchacha empezó a decir cuáles eran los pasos a seguir, Aldern la miró como si no estuviera muy claro que supiera lo que estaba haciendo. ¿Salir por la puerta, y no encontrarse a nadie? ¿Y los guardias? Pero no dijo nada, claro. Si ella quería considerarlos invisibles o si simplemente se llevarían la sorpresa, era algo que habría que descubrir.
—Los planes de tres pasos son los mejores —asintió el chico—. Por eso yo voy a añadir otro. Antes de salir del castillo tengo que pasar por la cocina a por otra botella. Si vamos a caminar, me va a entrar sed.
Al decir aquello el muchacho sonrió, mirando a Helaena durante un instante. Tomó aire e hizo un gesto con la mano, dispuesto a añadir algo más, pero no llegó a pronunciar palabra. Parecía que se le hubiera olvidado qué iba a decir.
—Bueno —enunció tras un instante—, ¿y adónde vas a llevarme? A Campoestrella espero que no. A saber la cara que se le quedaría a mi prima.
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— Si es posible distraerte, será que bien mi conversación es excepcional o que tú no eres tan buen jugador —respondió Helaena con sorna.
Luego sonrió con satisfacción y ojos brillantes cuando Aldern aceptó su mandato con total complacencia. Y, mientras miraba cómo recogía las piezas, Helaena volvía a beber del vaso de vino. No se le pasó por alto aquella mirada que le lanzó. Y la joven, a pesar de sus sentidos ligeramente entumecidos, comprendió perfectamente lo que se le pasaba por la cabeza.
— Lo sé, es demasiado fácil a estas horas de la tarde y no hay el riesgo ni la emoción de salir por la noche… Pero lo importante es lo que hay al final del camino —dijo convencida. Escuchó el tercer paso que tenía planeado para aquel viaje y frunció el ceño. Lo que le faltaba, seguir bebiendo vino. Pero él sabría lo que hacía; al fin y al cabo, estaba acostumbrado a emborracharse en el pueblo y volver sin perderse al castillo. Lo único que Helaena esperaba era no tener que traerlo a rastras de vuelta—. Yo no pienso meterme en la cocina a robarle vino a Darlia —dijo simplemente—. Así que vas tú y yo te espero en el patio —decidió. Le llevó unos segundos más, pero al fin se dio cuenta de algo y rectificó—. No, mejor te espero fuera del castillo. Al fin y al cabo, lo importante es que nadie se acerque demasiado a nosotros. En realidad, a mí, que soy quien debe mantener las formas. Y si me quedo mucho tiempo dentro, podría atraer a alguien que pase por allí. Y, entonces, notarían… algo.
Helaena esperó paciente a escuchar el comentario de Aldern al respecto de todo aquello, pero ese comentario no llegó. Claramente estaba tan afectado, que ya no sabía ni lo que estaba haciendo ni diciendo. Y aun así quería más vino… Estaba a punto de abrir la puerta, cuando el joven hizo una pregunta que le hizo poner los ojos en blanco.
— ¿Y correr el riesgo de convertirme yo en la rehén? Ni hablar —respondió—. Vamos a ir al pueblo. Ya que parece que lo único que conoces de él son sus tabernas, voy a llevarte al que era uno de mis lugares preferidos —No especificó cuál, pero hablaba con una sonrisa y con cierta ilusión—. Ahora no hay feria, pero hay muchas actividades que merecen la pena.
Tras aquello, vació por completo el vaso de vino, que devolvió a Aldern, dando por terminada la única locura que había cometido en meses. Y, sin más dilación, salió por la puerta al pasillo. Por supuesto, se escuchaban a algunos guardias a lo lejos, trabajando. Pero ¿quién iba a fijarse en ellos a esas horas del día? Tras unos metros recorridos, salieron al patio. Entonces, se giró hacia Aldern, quien debía girar hacia las cocinas en ese momento:
— Recuerda, afuera. No en el patio. Afuera —recalcó.
Y continuó su camino. Paseaba temerosa, mirando hacia los lados. Veía gente a los lejos, todos ocupados. Nadie se fijaba en ella y no tenían por qué hacerlo. Pero ¿y si se topaba de bruces con el maestre? O peor. Aquilegia. Notarían enseguida lo que había estado haciendo. Tan agobiada y acalorada se sintió durante su trayecto, que ni siquiera notó el aire fresco. De repente le vino a la cabeza que aquello no había sido tan buena idea ni tan sencillo.
El cruce del portón principal era lo más difícil. Cuando salía por las noches, usaba la puerta de atrás, igual de vigilada, pero más fácil de abrir y más resguardada por los árboles, con lo que era posible escurrirse por ella sin que nadie lo notara. Pero, a esas horas, la entrada principal estaba abierta. Y ella no estaba haciendo nada malo aparentemente. De hecho, sería más sospechosos si alguien la pillaba saliendo por atrás que usando la puerta normal. Quizá por los nervios, quizá por las prisas por que todo acabara rápido, fue a paso muy ligero. Aprovechó un momento en el que los guardias estaban algo alejados, saludó con la cabeza, pues ella siempre tenía esa cortesía con ellos, y salió al exterior del castillo, con el corazón latiéndole fuertemente.
Respiraba tranquila. Ahora solo quedaba que Aldern no llamara la atención con su dichosa botella de vino.
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Aldern no contestó a los primero que dijo Helaena. Se limitó a encogerse de hombros, dejando aquello correr. Luego, con lo que ella dijo sobre el final del camino, el chico se mostró interesado. Ahí estaba Helaena, acicateando su curiosidad de nuevo. Y acto seguido, cuando la muchacha se negó a ir a la cocina, él sintió que debía hacer una aclaración
—Eh —protestó—. Yo no voy a robar nada. Si la hija del Lord da su consentimiento, ese vino es más de ella que de Darlia. Que quede claro. Yo voy a... —enunció, buscando las palabras—. Cogerlo para la hija del Lord y su amigo Aldern, sin avisar.
Después de eso Aldern se acercó ya a la puerta, dispuesto a salir de allí. Antes de marcharse miró a Helaena cuando dijo lo de uno de sus lugares preferidos, tentado de preguntar más, pero decidió aplazarlo. Estaba claro que ella quería mantener el misterio.
—Nos vemos en el patio —dijo antes de despedirse, fingiendo no haberse enterado de las aclaraciones de la muchacha. Sin embargo no tardó en sonreír de medio lado y demostrar que estaba de broma. O quizá no, y era el alcohol quien había hablado—. Es broma. Nos vemos fuera.
Aldern se separó de Helaena y fue directo a la cocina. Si en algo tenía razón la muchacha era que él, aún siendo un rehén, no tenía por qué disimular tanto. A los pocos minutos ya estaba saliendo de las cocinas con un poco de pan y queso y dos botellas de vino: una para ellos, y otra por si hiciera falta un pequeño obsequio a algún guardia. El muchacho saludó de buen grado a la gente con la que se cruzaba, seguro de que llamaría menos la atención así que con un comportamiento esquivo, e intercambió algunas palabras con uno de los centinelas de la puerta. Un poco después dio sus primeros pasos ya fuera del castillo, buscando a Helaena con la mirada.
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Helaena aprovechó esos minutos antes de que llegara Aldern para despejarse un poco. Las altas temperaturas y la cálida brisa del Dominio, incluso a media tarde, no ayudaban demasiado, pero seguía siendo mejor que estar encerrada en una sala. Aprovechó también para alisarse el vestido y se dio cuenta de que tenía una manchita de vino en el cinto. Maldijo por lo bajo.
Cuando Aldern apareció, Helaena se encontraba frotando con sus dedos aquella mancha, como si sus simples pulgares fueran milagrosos y tuvieran el efecto que ni el jabón tenía. Lo dejó por imposible y suspiró. Miró al joven y sus ojos se fijaron en las dos botellas de vino que traía.
— ¿Una no es suficiente para un dorniense? —le preguntó con sorna. Luego le hizo un gesto, fingiendo aún autoridad, para que comenzaran a caminar.
El pueblo no estaba lejos, así que no tardarían nada en llegar. Por eso Helaena se tomaba su tiempo, paseando con tranquilidad.
— Espero que hayas traído también tu espada —le advirtió, señalándole con el dedo—. Vamos a ir a un lugar peligroso y hoy no salgo de incógnito. Así que quién sabe si alguien, al ver mis ropas caras, querrá atracarme. Llegados a ese punto, tendrás que defenderme como buen soldado, obviamente. Es parte de tus obligaciones en esta misión —Cuando acabó, sonrió ampliamente y siguió caminando.
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Al llegar donde Helaena y escuchar su pregunta, Aldern sonrió. Alzó una de las botellas, satisfecho, y dio un par de pasos más hacia ella.
—Claro que una es suficiente —dijo—. No para un dorniense sediento, pero me contentaré. Lo que no podía dejar... —enunció, colocándose ya a su altura— Es que tú pasaras sed. No sería caballeroso.
Luego, cuando ella siguió hablando, el chico la miró un momento. Parecía dudar hasta qué punto iba en serio.
—Pues no la he traído, no —comentó—. Pero no te preocupes. Si intentan atracarte, me encargaré de ellos igualmente —dijo sin especificar el modo en que lo haría. Llegado el caso, ya lo pensaría. Tampoco creía que en esa zona nadie se atreviese a acercarse así al a hija del Lord. Probablemente eso le costaría la vida a cualquiera.
—Bueno, ¿y cuál es ese sitio? —preguntó—. ¿Y cuáles son tus obligaciones en esta misión?
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Helaena entornó los ojos cuando escuchó la excusa de Aldern sobre por qué había traído dos botellas de vino con él. Simplemente sonrió, negó con la cabeza y siguió caminando.
Luego volvió a negar, pero esta vez con el dedo.
— Es que, si te lo cuento, corro el riesgo de que te des la vuelta ahora que estás a tiempo y me abandones antes de haber llegado. Porque mis planes no incluyen beber hasta perder el sentido. Prefiero que lo veas y, así ya no podrás escapar, porque una vez allí te dará pereza volver —le explicó sonriente, tras lo cual lo miró confusa por la siguiente pregunta que le hizo—. ¿Obligaciones, yo? —dijo, con tono de falsa ofensa, como era una locura suponer que ella, como hija del Lord, tuviera más obligación que pasarlo bien. Luego se encogió de hombros—. Supongo que, llegado el momento, tendré que encargarme de que encuentres el camino de vuelta al castillo —dijo, mirando las dos botellas de vino.
Estaban llegando ya al pueblo y Helaena seguía manteniendo el misterio. Recordaba el camino a la feria, a la plaza principal y al mercado grande. Pero no era por ahí por donde ella guiaba al dorniense. Se metió primero por unas callejuelas secundarias, bastante laberínticas, aunque tras unos minutos llegaron a una zona donde había tanta vida como en el propio centro.
— No me preguntes cómo llegué por primera vez a esta zona. Desde luego no fue perdiéndome intentando encontrar el camino de vuelta desde los barracones de la guardia montada, a quienes estuve espiando mientras salían y entraban —dijo, de forma tan exagerada que no dejó dudas de que así había sido la forma en la que lo descubrió—. Por aquí había un… —decía, más para sí misma, que intentaba recordar, que para Aldern. Giraron a la derecha y, al fondo, podían ver que la calle se abría al final. Había una gran cantidad de personas congregadas—. Ahí, ¿lo ves? ¡Vamos a tener suerte! —exclamó emocionada.
Cogió del brazo a Aldern y tiró de él hasta el final de la calle. La mayoría de las personas estaban mirando hacia el centro de un teatro. Más bien era un amplio espacio escalonado, bastante sencillo, al fondo del cual los cómicos, grupos teatrales y otros artistas representaban para el pueblo, sin ningún tipo de tarima o telón.
Helaena se quedó en la parte de atrás, debajo de un soportal, para evitar que la viera demasiada gente. Al fin y al cabo, todo el mundo estaba pendiente de lo que iba a ocurrir. Tal vez debería haberse cambiado antes de venir o haberse puesto alguna capa por encima, al menos. Su aspecto era sencillo, pero seguía destacando entre el resto.
— ¿Alguna vez habías estado aquí? —le preguntó, prefiriendo mantener la voz baja para mantener la conversación privada—. La mayoría de las veces son obras de humor. La última vez que vine, hace meses, representaron su versión la historia de la hija loca de los Hightower —Arqueó las cejas, dejando claro que su versión no era, en absoluto, muy considerada con la protagonista. Pero era una comedia, ¿qué podía esperarse de aquello?—. No creo que, de verlo ellos, les hubiera hecho mucha gracia. Pero, qué quieres que te diga, yo me reí hasta cuando una vez sacaron a Padre como un lord aburrido y a Madre como una mujer insatisfecha —comentó, encogiéndose de hombros. Luego lo miró, le señaló con el dedo con gesto de advertencia y añadió:— Pero ni se te ocurra contárselo a nadie, ¿eh? Que me río de esas cosas. Es totalmente inocente, una mera diversión para el pueblo, que, por lo demás, guarda el respeto a sus nobles. Como cuando yo me río de mi hermana, pero la sigo queriendo —aseguró, excusando su comportamiento.
Se puso de puntillas para ver por encima de las cabezas que había delante de ella.
— Me pregunto si habrá obra o será algún bardo al que están esperando. ¿Te importa que nos quedemos a verlo un rato?
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Las palabras de Helaena mientras empezaban a caminar acicatearon más la curiosidad de Aldern acerca del lugar al que se dirigían. Le costaba creer que le llevase a algún sitio del pueblo que él no conociera, pero eso no se lo dijo. En lugar de eso siguió acompañándola, y al oír lo que dijo sobre sus obligaciones él levantó una botella, como si eso se mereciera brindar.
—De que encuentre el camino... Y de que llegue seguro —afirmó—. Yo te escolto a la ida, tú a la vuelta. Me parece justo —aseguró, equiparándolos en cuestión de capacidad y sin distinción de sexo, como si el vino no tuviera nada que ver.
De camino al pueblo Aldern dio un par de tragos cortos a una de las botellas, y en algún momento le ofreció a Helaena hacer lo mismo. Y con la facilidad de risa que daba el vino, liberó una breve carcajada cuando ella dio los detalles de cómo no había encontrado aquel lugar la primera vez. Acto seguido se dejó llevar del brazo, y dio un paso para acercarse más cuando ella se quedó bajo aquel soportal. Se puso de puntillas, queriendo ver mejor, y negó con la cabeza.
—Había pasado por aquí, pero no coincidí con esto —respondió antes de mirarla—. Claro, claro, nos quedamos.
Dicho aquello dio un paso atrás de nuevo y apoyó la espalda en una de las columnas, mirando directamente a Helaena. Una media sonrisa apareció entonces en su rostro.
—¿Has escuchado la canción de Ser Dwain el Hablador?