Lo que dijo Helaena sobre Terence no lo pilló por sorpresa. Sin duda sabía que Terrence era un hombre capaz. De hecho aún habiendo sido desprovisto del apoyo financiero de la Casa, al joven le había ido lo suficientemente bien para vivir como quería. Una medida que se esperaba acabase con el regreso del Dragnos al redil y acatase las obligaciones derivadas de su apellido que había acabado por resultar estéril. Cuando hacía mención a la irresponsabilidad de Terrence de seguro se refería para con sus deberes como Dragnos.
Hizo entonces un gesto con la mano quitando importancia a todo lo referente a lo sucedido. Algo no le había caído bien en aquella advertencia, era evidente. Pero no hasta el punto de ofenderse, enfadarse o hacer mella. Eso también lo era.
—Muy cierto.— Contestó a Helaena. —Para eso tendremos tiempo, pero te pongo en antecedentes.— Sonrió.
—Se me dan bien las lenguas, y sé hablar y escribir en cuatro de ellas, así como los números, las cuentas y balances. Me gusta la música pero no soy buen bailarín. Navegar...bueno, al principio lo detestaba pero a fuerza de hacerlo he ido descubriendo que es mucho mejor de lo que creía. El mar es como el día y la noche. A veces te hace sentir sólo y otras es la mejor compañía.— Comenzó diciendo. —Me encantan los torneos y montar a caballo. Las abejas y panales, como buen Dragnos, las manzanas, el tacto de la hierba o la arena de la playa bajo mis pies. No me gusta que el sol me despierte por la mañana, odio los dátiles y me dejo barba por la pereza de tener que afeitarme.— Sonrió.
—Pero respecto a tu hermana, que sé que es lo que realmente te interesa...— Dijo tras aquella breve descripción de él mismo. —No sé si tenemos un concepto distinto del amor. Puede que así sea.— Expresó ya en un tono más serio, explicativo. —Siempre he visto a tu Casa y miembros como amigos. Así me ha sido inculcado desde siempre. Y os tengo a todos afecto. A Aquilegia, bueno, es evidente que ya es una mujer y como mujer la veo. También a ti, pero de forma distinta.— Dijo con naturalidad. —Sí, ella despierta en mí lo que una mujer puede despertar en un hombre. Pero yo a eso no lo llamo amor. Para mí el amor no es algo que surja de repente. El deseo sí, desde luego, pero no el amor. Y deseo hay. Para mí el amor es algo que se trabaja con los años. El cariño, la complicidad, la confianza, los hijos, la honestidad, la amistad. Para mí es eso el amor. El resto es deseo.—
Desvió la mirada hacia Aquilegia y estiró la mano para posarla sobre la de ella sin reparo alguno. —Y eso es lo que me gustaría construir contigo. Buenos cimientos hay.—
Volvió a mirar a Helaena sin apartar la mano.
—No sé si esto te tranquiliza o te decepciona. Pero sí te aseguro que es la verdad. En mi mente, claro que está el que sea feliz, pero no es una planta a la que cuidar y regar. Quiero una esposa que me de hijos, por supuesto, pero también una amiga, una compañera. Alguien con quien compartir la felicidad pero también la desdicha. Yo estaré ahí para ella en todo eso y me gustaría que ella también para mí -volvió a mirar un momento a Aquilegia- y así se lo hice saber.—
Volvió de nuevo con la menor de los Stronghorse.
—Esto es una cosa de dos. No depende sólo de mí que sea un buen matrimonio. También depende de ella.— Afirmó con seguridad. —Por eso tu advertencia me ha sonado...mal. Desde luego que se merece lo mejor e intentaré estar a la altura. Pero esa advertencia debería ser para ambos. — Reprochó sin un mal gesto. —¿Y si es ella la que me hiciese daño a mí?. ¿Has pensado en ello?. ¿No merezco yo también un poco de felicidad tras todos los años dedicado por completo a mi Casa, y por ende a la tuya?— Hizo una breve pausa.
—De verdad deseo que este matrimonio sea mucho más que un simple acuerdo entre Casas. Yo sólo puedo prometerte que haré todo lo que pueda para que así sea. Pero no puedo prometerte que será feliz, pues la otra mitad le corresponde a ella. Pero por mi parte no quedará. Eso te lo aseguro.—
Retiró entonces la mano de Aquilegia para volver a recostar un poco el cuerpo hacia atrás, observando a ambas.
—Y no hay más. Esa es toda la verdad.—
Perdón por el retraso. Tengo algunos asuntos familiares por ahí pendientes y estaba un poco disperso para post tan profundos como este, jejeje :P
Los gustos y habilidades de Tyros, si bien podrían ser considerados adecuados, no emanaban originalidad. Idiomas, administración, música, torneos. Tampoco podía esperar mucho más de una persona que dedicaba la mayor parte de su tiempo al trabajo. Y, por supuesto, tampoco podía esperar nada más profundo de alguien a quien no conocía. Tal vez contara más detalles y fuera más intenso en su narración con Aquilegia cuando estaban solos. Así que Helaena simplemente se limitó a asentir, conforme.
Escuchó la explicación del hombre acerca de sus sentimientos por Aquilegia. En general, acerca de su idea del amor.
— No, no tenemos un concepto distinto del amor, Tyros —dijo, negando al tiempo con la cabeza—. El amor pasional no dura, por lo tanto, no es amor verdadero. Si pensara que solo sientes hacia ella atracción, no te habría dicho eso. Me estaba refiriendo precisamente a lo que has contado. Porque, aunque tal vez os quede un largo camino, sientes algo. Y no es algo que te haya venido al ver a Aquilegia hace unas semanas, sino algo en lo que llevas pensando bastante tiempo —añadió. Así se lo habían hecho saber tanto Joanna como Terrence. No solo se trataba de que su hermana fuera una mujer hermosa, sino que, según los jóvenes Dragnos, era respeto y admiración.
Por algún motivo, Tyros se había sentido ofendido ante la insinuación de Helaena de que pudiera hacerle daño a su hermana. Porque, claro, ningún hombre era infiel nunca, solo unos pocos contados; y ningún hombre relegaba a su mujer a la crianza de los hijos, apartándola del gobierno de su casa; y ningún hombre le ponía nunca la mano encima a su esposa; y ningún hombre la ignoraba en la toma de cualquier decisión. No… ¿Cómo se le podía haber ocurrido aquello a Helaena? Además, todos sabían que siempre eran las esposas las que buscaban otros amantes y hacían sufrir a sus maridos; porque, claro, ellas no recibían castigo por adulterio, no… A Helaena casi le dieron ganas de entornar los ojos y responder con sarcasmo.
Pero eso no le hacía ningún favor a su hermana y la joven había prometido portarse bien y dedicarse a sonsacar a Tyros información interesante, no darle lecciones, aunque las mereciera. Además, ¿qué más daría lo que ella dijera? Al final, el que iba a decidir cómo comportarse era él y nadie podría juzgarlo. Eso sí, aunque no le respondiera todo lo que se le había pasado por la cabeza, sí creyó conveniente corregir un grave error que había cometido en su reflexión.
— Déjame explicarme. Teóricamente tienes razón… Pero hay algo de lo que te has olvidado y, por eso, estás equivocado —dijo, señalándole con el dedo. Aunque su gesto no era nada amenazante y asomaba media sonrisa en su cara—. ¿Sabes por qué esa advertencia no se la he hecho a mi hermana? —preguntó, retóricamente—. Porque a mi hermana la conozco desde que nací. Y yo ya sé que ella nunca le haría daño a nadie. Pero a ti, como te he dicho, no te conozco. Además, es muy bonito todo lo que cuentas, de verdad te lo digo. Pero ¿cuántos hombres están dispuestos a una relación como la que has descrito? —Siendo sinceros, las historias de amor como la que él tenía planeada eran escasas, no tenía sentido negarlo—. La mayoría solo busca una madre para sus hijos y una relación con la casa de ella, no amistad o compañerismo. Y es el hombre el que tiene el control siempre y el que hace lo que le plazca sin que nadie pueda decirle nada, así que… No digo que tú seas así, solo que tampoco es extraño que lo haya considerado una posibilidad. O, bueno, puede que simplemente yo sea una pesimista en estos temas —concluyó, volviendo a encogerse de hombros y tomando un sorbo de vino.
Calló, con un suspiro y miró al joven.
— Por lo tanto, Tyros, tu respuesta no solo me tranquiliza, sino que te ha hecho muchísimo más valioso a mis ojos como futuro hermano —Helaena vació su copa y cogió la jarra para volver a llenarla. Si realmente ambos conseguían esa vida que le había descrito, la benjamina de los Stronghorse se sentiría totalmente satisfecha.
Y, tras esta aclaración, volvió a sonreír a Tyros.
— No sé si tú querrás conocerme a mí. Pero ya que me has contado tantas cosas, déjame que me presente más allá del nombre —Le parecía más que justo que él supiera algunas pinceladas de cómo era su futura hermana política—. Me gusta la historia, la historia de los grandes héroes guerreros y guerreras, de reyes y reinas, de dragones y batallas. No hablo de los cuentos y leyendas, que también, pero no los toco tanto, sino de la historia real —contó, con un brillo en los ojos. Se quedó unos segundos pensando en qué más datos compartir sobre ella—. Me gusta pasear, pero caminando. A caballo monto cuando debo hacerlo, pero prefiero usar mis pies. Como ya has comprobado, soy bastante directa, una cualidad que saca de quicio a muchas personas —reconoció, con una mueca y encogiéndose de hombros—. Así que no te lo tomes como algo personal, no eres el primero en mirarme de esa forma. Y me estoy instruyendo en arquería. Actividad que espero retomar bien en Riverside con Ilvar, bien aquí… —Hizo una pequeña pausa, tras la cual bajó la mirada antes de continuar—. Cuando Terrence vuelva —Si es que volvía. No sabía si estaba más preocupada o enfadada con él.
Miró, entonces, a su hermana para que ella añadiera algo. Aunque aquella cena estuviera pensada para que Tyros y Helaena se conocieran y entablaran amistad, no era correcto dejarla a ella apartada de la conversación.
Primer día de la Doncella. Mes del Guerrero. Año 289 A.C.
Le sorprendió gratamente escuchar que su hermana era consciente de las penurias que le hacía pasar solo por ser su hermana mayor. No se arrepentía de pasarlas y de tener que excusarse en su nombre una y otra vez, porque el alma indómita de Helaena valía la pena mantenerse, pero era un agrado saber que al menos la menor valoraba lo que hacía por ella. Por otro lado, saber lo que causaba y seguía haciendo a pesar de eso no era tan buena señal, pero no pensaba reprochárselo esta vez.
Pasado un tiempo, y tras tener que intervenir aquel brindis, alzó una ceja divertida con la respuesta de su hermana. Claro, siempre se comportaba. A Helaena la conocían como "Helaena, la muda" en todo Riverside, pensó con una sonrisa. - Tendrás que esperar a que las beba para comprobarlo - contestó de buen humor a su desafío. Los Siete sabían que había tenido que beber mucho más que tres copas seguidas para soportar todo lo que se le había venido encima cuando su padre estaba en la guerra y tenía que enfrentarse a la posibilidad de un asesino en sus tierras. Por lo demás, sonrió conforme al ver su disposición a acabar con las advertencias y su oferta de tregua. Podría haberla abrazado ahí mismo. Podría, porque no pensaba hacerlo. Y se alegro de no interrumpirla con ello, pues enseguida la chica soltó lo que a todas luces era la introducción al interrogatorio... aunque acabara con una frase que inevitablemente causara que la primogénita se sonrojara un poco. La idea de alguien locamente enamorado de ella era alocada por sí misma.
Sonrió un poco más al escuchar que el hombre se disponía a revelar cosas de él, entusiasmada por donde llevaría esto. Estaba convencida que si se conocían él y su hermana, acabarían adorándose como si fueran de la misma sangre. Así que, mientras bebía un poco de su copa, escuchó con atención las cosas que sabía y las que no de su futuro esposo. Pensó en la manzana que le había regalado antes de la guerra, envuelta en un trapo para que le sacara brillo como disfrutaba hacer, y tomó nota mental de nunca mandar a preparar dátiles para cualquier comida que compartieran a partir de entonces. Sobre la barba, se preguntó como se vería sin ella, aunque tal como estaba ya le parecía el hombre más atractivo de todo Poniente.
Cuando la conversación se desvió a ella, el corazón se le aceleró un poco por los nervios, y la respuesta que escuchó del hombre le pareció absolutamente razonable. Sabía que la deseaba, lo sabía de sobra. Ningún hombre, menos uno como él, se ponía tan nervioso por alguien que no le hiciera perder la cabeza en ese aspecto como él lo había hecho en el paseo, y aunque de no haberlo visto con sus propios ojos no lo creería, ahora no podía ponerlo en duda. Aunque jamás se lo habría esperado, y aún le parecía irreal que se fijara en ella con tal intensidad, era una certeza que lo hacía. Y sus palabras, sabias como ningunas, definieron el mismo amor duradero en que Aquilegia creía. Difícilmente sería ella una experta en amor cuando solo le habían robado el corazón una vez y le habían clavado un puñal luego de arrancárselo del pecho, pero sí sabía que ella despertaba y respiraba por Aldern, y que ese amor no había aparecido de un día a otro, sino con los años. Y sabía que, si viviera todas esas cosas con alguien que valiera la pena, si pudiera compartir tantas etapas y sucesos como el hombre nombraba, si alcanzaran esa confianza y cariño, su corazón ya no tendría vuelta atrás. Para bien o para mal. Aunque, en el caso de Ser Tyros, realmente quería creer que era para bien y que jamás le probara que se había equivocado.
Con esa mirada al tomarle la mano, claro, ya se podría haber derretido. Sin embargo, sabiendo que continuaría hablando, solo asintió con una sonrisa cariñosa y acarició su mano con el pulgar, muy suavemente. Los buenos cimientos estaban ahí. Mucho más fuertes de los que hubiera sentido jamás con alguien, incluso con el dorniense. Y aunque la certeza de Helaena sobre el tiempo en que Ser Tyros venía pensando sobre aquello le desconcertó, una ola de calor le invadió el pecho. Ahora mismo confiaba tanto en que todo saldría bien con el caballero, que de no hacerlo, sabía que acabaría amargada por el resto de su vida, porque si aquel hombre era capaz de fingir el amor que parecía estar surgiendo y que parecía tan puro y real, ya nunca más podría confiar en la palabra de alguien al respecto.
Respecto al reproche a Helaena, Aquilegia no dijo nada, porque entendía lo que quería decir. Y es que por como lo habían hablado, Ser Tyros realmente quería una relación igualitaria, en que ambos tuvieran las mismas capacidades y deberes, y por lo mismo entendía que dividiera también esa carga. Sin embargo, no era del todo realista pensar que sus posiciones fueran del todo iguales. Él compartiría el poder con ella porque quería, y la trataría como igual porque quería, pero si no quisiera, Aquilegia no podría hacer más que agachar la cabeza y asumir lo que su esposo dictara.
En cuanto Helaena abrió la boca para hablar, Aquilegia temió. No era que no confiara en su hermana, sino que no confiaba demasiado en su habilidad para morderse la lengua. Sin embargo, a la primogénita le pareció que aunque podía plantear temas polémicos, lo había hecho de forma sensata y razonable, incluso halagadora. Y con lo que conocía a Ser Tyros, sabía que era un hombre con el que se podía argumentar y debatir, así que no esperaba ningún desastre de ello. Más aún cuando escuchó que su hermana le daba su bendición al matrimonio, aunque con otras palabras. En ese momento, Aquilegia la miró con todo el amor del mundo. Entendía sus preocupaciones, y las agradecía, porque sabía que provenían del inmenso cariño que le tenía, pero aún más agradecía aquella bienvenida no oficial a la familia a su prometido. Su madre no había podido darla, y dudaba que su padre lo hiciera más allá de dar su aprobación al matrimonio, así que el que Helaena lo hiciera en aquel ambiente casual significaba más que Poniente entero a ojos de la primogénita.
Tras rellenarse la copa, Aquilegia bebió un poco más mientras la chica se presentaba. Y sinceramente, se sorprendió de escuchar que en aquella presentación incluía su interés en la arquería. Eso claramente era una señal de confianza, o una prueba para corroborar si la merecía, según se viera. Eligió creer en lo primero.
Cuando vio la mirada de su hermana, invitándola a hablar, sonrió.
Que amable de tu parte dejarme hablar cuando ya han decidido entre los dos mi futuro - bromeó con una sonrisa. Jamás en la vida diría algo así en serio, y confiaba en el sentido del humor del caballero para darse cuenta de ello. Al menos en el paseo, se había sentido con toda libertad de hablar sin pensar en su presencia - Pero pueden estar tranquilos, me gusta el resultado de sus planes. - miró a Ser Tyros con complicidad - Nos haremos felices el uno al otro. Estoy segura de ello. - le sonrió con calidez antes de volver a hablar - Aunque, lamentablemente, puedo dar fe de la grandiosa habilidad de mi hermana de sacar de quicio a todo el mundo, a mí la primera, así que tendrás que armarte de paciencia. Es casi equiparable con tu habilidad en las justas. Sorprendente, realmente. - bromeó, para luego mirar a Helaena - Como espero sea pronto con el arco y la flecha. Sorprendente, como lo es en todo lo que hace. - dijo con una mirada orgullosa y llena de cariño. No estaba segura de si Helaena sabía realmente cuanto la admiraba, pero tampoco creía poder ponerlo en palabras si algún día se veía en necesidad de explicárselo. En realidad, solo era con aquellas miradas que podía hacerle saber realmente lo feliz que estaba de tener el honor de llamarla su hermana.
Primer día de la Doncella. Mes del Guerrero. Año 289 A.C.
Tyros fue escuchando con calma lo que decía Helaena sin perder la mirada. Sí desvió la mirada con reproche divertido hacia Aquilegia cuando aseguró que habían decidido su futuro entre ambos, abriendo un poco los ojos y sonriendo. De señaló con tremendismo y negó como eximiéndose de toda culpa.
—Yo sólo hago de mensajero.— Se excusó sin perder la sonrisa. —Yo digo lo que hemos hablado.— Dijo mirando a Aquilegia. Devolvió entonces la sonrisa a Aquilegia y apretó un poco más su mano cando aseguró que ambos se harían felices. Aunque negó sobre lo que dijo de la habilidad de Helaena de sacar de quicio a la gente.
—En absoluto. Y me alegro que me hable así, con sinceridad y sin tapujos. —
Tras aquel momento divertido retomó un momento la seriedad sin perder la amabilidad.
—Supongo que es cierto lo que dices de la mayoría de los hombres. Pero yo tengo dos referentes en mi vida: Mi padre y el tuyo. Ambos no han tenido a sus esposas sólo como madres de sus hijos. — Dijo mirando a Helaena primero y después a Aquilegia.
—El tratado comercial con el Trono...— Dijo después como si cambiase de tema. —...es muy importante, muy grande. Va a requerir de mucho trabajo y atención. Y va a beneficiar mucho a nuestras casas si se hace bien—Explicó primeramente.
—Intentaré hacer todo lo que pueda desde Villacolmena o Riverside o desde donde nos encontremos, pero siendo realistas, seguramente tenga que desplazarme en ocasiones a Desembarco u otras zonas de Poniente, y puede que hasta fuera de él.— Dijo comos si fuese algo que no desease, pero dispuesto a asumir como obligación.
—Ni yo ni nadie puede abarcarlo todo. ¿Quién podría entonces encargarse?, ¿un castellano?. — Preguntó como una opción lógica. —¿Y quién podría ser?, ¿Terrence quizás?— No tardó en responderse a sí mismo. —Sí, si no hubiese decidido llevar la vida que lleva y se hubiese preparado para ello.— Hizo entonces una pausa.
—Lo que quiero decir es que aunque no fuese por creencia y la educación que he recibido y lo que he visto tanto en mi padre como en el vuestro, sería por necesidad. — Planteó, para dirigirse a Aquilegia de nuevo.
—Vas a tener que gobernar junto a mí. No puede ser que si el Trono me reclama o he de ausentarme por obligación, a ti te lleguen todas las responsabilidades de golpe sin tener conocimiento o práctica.— Afirmó.
—Lo que a ti te falte, yo lo aportaré. Y lo que me falte a mí, lo harás tú.— Asintió convencido antes de dirigirse de nuevo a ambas.
—Esto sería en realidad así con cualquier mujer que mi padre hubiese pactado para mi matrimonio, pues la realidad es la que es. Habría sido mi esposa, la madre de mis hijos, y mi "lady", mi co-gobernante. Pero con Aquilegia hay un añadido...—Hizo otra pausa, muy breve antes de continuar. —Mi suerte...Mi suerte porque creo que también puedes llegar a ser mi mujer, mi amiga. La persona en la que confías para lo bueno y lo malo. Y no digo cosas de gobernar. Me refiero a cosas tan normales como ser quien te echa una manta por encima porque se ha dado cuenta que hace frío.— Se dirigió mirando a los ojos a Aquilegia. —Y mi amante, la que deseas a tu lado en la intimidad del lecho.— Negó como si hubiese poco más que añadir encogiéndose un poco de hombros.
—Y me gustaría poder llegar a ser lo mismo para ti; algo más que el lord y padre de tus hijos.—
Se mojó los labios en vino.
—Esta es mi gran oportunidad.— Dijo. —Pero no de tener más tierras o más poder. Literalmente puedo nadar en dragones de oro y mi casa cuenta con el apoyo militar del mejor estratega de Poniente y con las tropas mejor adiestradas: vuestro padre, vuestra casa. Y los Stronghorse cuentan con el oro en el que puedo bañarme. Ese duo, ese...binomio, es duro como el acero valyrio.— Aclaró sobre la gran oportunidad que mencionaba, dejando claro que no se refería a los beneficios para ambas casas.
Se acercó un poco hacia ambas inclinando el cuerpo ligeramente hacia delate.
—Mi gran oportunidad es...que con Aquilegia no he de renunciar a lo que los nobles renunciamos en los acuerdos matrimoniales. Puedo tenerlo todo, incluido amor y pasión.— Alternó entonces la mirada entre ambas
—Y aunque sea con el tiempo, espero ser el motivo que por el que ella tampoco tenga que renunciar a ello.—
Volvió entonces a la posición normal en su asiento e hizo una mueca que era media sonrisa.
—Me he puesto muy intenso. Demasiado tal vez para nuestra primera conversación, ¿no, Helaena?—
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Era cierto lo que Ser Tyros decía. Tanto Lord Dragnos como Lord Stronghorse habían tenido mujeres fuertes y con poder a su lado que no solo se dedicaron a ser madres y esposas. Así que podía ser lógico esperar lo mismo de él, pero no había que darlo por hecho tampoco, claro.
— Por supuesto, si solo uno de vosotros intentara abarcar tantísimos frentes, las ciudades acabarían en la ruina —coincidió con el joven—. Un castellano debería ser no solo de total confianza, sino que tendría estar dispuesto a tal cantidad de trabajo administrativo. Y yo tampoco veo a Terrence en ese papel —añadió, arqueando una ceja con gesto de incredulidad.
Miró a la pareja. Helaena sabía que Aquilegia estaba preparada más que de sobra para cualquier responsabilidad que le cayera, así que conocimiento iba a tener; y práctica tenía ya, puesto que se había encargado de Riverside en ausencia de su padre.
Aun así, le pareció una bonita escena entre ambos. Sobre todo, con aquella especie de declaración de amor que llegó después. Claro que la joven se sintió algo incómoda escuchando todo aquello que tal vez debería haberse reservado a la intimidad de la pareja. Tomó un buen sorbo de vino mientras Ser Tyros hablaba y miró a su alrededor, evitando posar los ojos sobre ellos.
Sonrió y asintió con la cabeza cuando habló de los beneficios de ambas casas y terminó de vaciar su copa cuando mencionó de nuevo el amor y la pasión por Aquilegia. Luego miró a su hermana, con una amplia sonrisa, sabiendo que estaría encantada con la respuesta de su futuro esposo.
— Pues no te engaño, Tyros. Sí, ha sido muy intenso. Pero no sabemos cuándo podremos tener una segunda, así que mejor aprovechar —respondió—. Y si el motivo de esta cena era conocernos a fondo, creo que el camino que hemos tomado ha sido el correcto.
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Aquilegia soltó una suave risa al ver la respuesta teatral del caballero, sonriendo contenta al escuchar sus palabras. Si aquella cena era indicio alguno de como sería su matrimonio, creía que sería bastante feliz. Sin duda alguna, la complicidad que sentía con Ser Tyros, el buen humor y la sinceridad que mostraba este, y la disposición que tenía para hablar con ella de todo y para relacionarse con su familia, eran señal de una relación fuerte y de mutua apreciación en la que sin duda alguna se sentía afortunada de estar. Además, también ayudaba el sentir que le costaba mantenerse lejos de ella, y saber que se sentía cómodo con su tacto. Por su lado, Aquilegia aún se sonrojaba un poco cuando le apretaba la mano, pero era un buen tipo de vergüenza. Del que, sin darte cuenta, empezaba a causar ciertas cosquillas en el estómago que en cosa de tiempo se transformarían en incuestionables mariposas.
A continuación, escuchó atentamente a Ser Tyros, sus ejemplos, sus preocupaciones. Había algunas que a ella no le parecían fuente de estrés en absoluto, como el éxito del tratado comercial considerando las probadas habilidades del Dragnos, pero otras que él parecía asumir con tranquilidad a ella le preocupaban un poco más. Sinceramente, esperaba que no tuviese que viajar demasiado, pero no por miedo a administrar tierras o gobernar, que consideraba no se le daba tan mal, sino porque no quería estar casada con un fantasma. Sin embargo, confiaba en lo que habían hablado a solas, y sabía que Ser Tyros no desaparecería de su lado. Ya fuera por amistad o por amor, sabía que podía contar con su presencia de forma relativamente constante. Tan constante como pudiera, al menos.
Sonriendo ante sus palabras respecto a gobernar a su lado, y como se complementaría el uno al otro, no vio necesidad de poner en palabras que estaba más que dispuesta a ello. El caballero lo sabía, y su hermana también.
Por otro lado, al escuchar respecto a su suerte, su sonrisa creció mucho más que una simple respuesta cordial. Se sentía realmente halagada de que la considerara en tan alta posición y estima, y sus ojos se habían llenado de la más absoluta ternura al oír el ejemplo que había puesto sobre la manta. Podía imaginarlo quedándose dormido luego de horas estudiando estrategias comerciales y a ella acurrucándose al lado, poniendo una manta sobre ambos, para que no durmiera solo. O quizás, porque entonces ella tampoco querría dormir sin él a su lado. Y se habría quedado conforme con solo esa imagen de amor absoluto, pero la siguiente acotación sobre el lecho hizo que se sonrojara rápidamente y, por un segundo, desviara la mirada a Helaena, nerviosa. Sin embargo, para la siguiente frase del caballero, ya estaba mirándolo otra vez sin perder la sonrisa.
Si había pensado que ahí se acababa el tema, se había equivocado. Pues si bien por un momento había creído que la conversación iría a temas más administrativos, dada la acotación sobre milicia y dinero, esta no tardó en reencauzarse en el enfoque anterior. Aquilegia, que aún no se recuperaba de la decepción anterior a manos del dorniense, pero ahora mismo casi podía tocar la posibilidad de un futuro feliz juntos que Ser Tyros le ofrecía, no sabía muy bien como manejar esa mezcla de sentimientos en su interior. Lo que sí sabía, era que era afortunada, muy afortunada, por tener el afecto de aquel hombre a su lado, un hombre capaz de esperar con la más cariñosa paciencia y tratarla como si fuera lo más importante en todo Poniente. A veces, por como hablaba, pensaba que para él lo era.
No supo ni qué responder. Por unos momentos se quedó absolutamente absorta, mirándolo con el corazón acelerado en el pecho y un brillo innegable en los ojos. Nunca nadie había hablado así de ella, ni en público ni en privado, y no tenía idea de cómo actuar. Ella, la que vivía bajo mil manuales de comportamiento y normas aprendidas que le aseguraban siempre saber qué decir y qué hacer, se había quedado absolutamente paralizada y en silencio.
Antes de que su mente pudiera poner freno, su cuerpo ya había decidido como responder por ella, y sin darse cuenta había acortado la distancia entre ambos para depositar un suave y breve, pero sentido, beso en los labios del caballero. Un beso suficientemente dulce y cariñoso para que las palabras sobraran.
Por supuesto, en cuanto se diera cuenta de lo que había hecho su tez cambiaría de color drásticamente y se querría deshacer en disculpas con Helaena si la había hecho sentir incómoda, pero por ese efímero momento solo le importó una cosa: No podía esperar a pasar el resto de su vida al lado de Ser Tyros.
Primer día de la Doncella. Mes del Guerrero. Año 289 A.C.
El resto de la cena transcurrió de forma normal, amena. El caballero se sentía cómodo. Se mostró como un hombre responsable pero a la vez con iniciativa, dispuesto a no renunciar a la oportunidad que el destino había puesto frente a él. Tenía la oportunidad de cumplir con su Casa y hacerla alcanzar cotas que nunca antes había alcanzado, a la vez que compartir su vida con una mujer a la que consideraba hermosa e inteligente. Aunque curiosamente, todo aquella falta de protocolo para sincerarse con Helaena, consciente del proteccionismo hacia su hermana, ese "desparpajo" del que había hecho gala, esa seguridad, no pudo evitar que se sonrojara ligeramente y sonriese de forma algo bobalicona cuando toda respuesta de Aquilegia fue un beso, como si hubiese sido la mejor respuesta que podía esperar de ella. Un regalo...el mejor de los regalos.