- ¿Qué dices? ¡Cómo se nota que no me conoces! –le respondió mientras se levantaba.
Helaena se sentía completamente intrigada. De haber sido nada más conocerse, se habría estado callada, aguantando la curiosidad. Pero ya había cogido cierta confianza, así que preguntó varias veces, pidiéndole por favor que se lo contara. Y la negativa de Willas no hacía más que aumentar esa intriga.
Si esperaba recibir una respuesta concreta al llegar al castillo, sus deseos no se vieron cumplidos, pues el joven no hizo más que añadir más secretismo a lo que fuera que quisiera hacer. Helaena apretaba los puños y se mordía el labio inferior, ansiosa por descubrir qué había preparado.
- ¿Caballos? Pero… ¡pensaba que no podías montar! –le exclamó a su espalda mientras se alejaba, pues no le dio tiempo a hablar antes de que Willas desapareciera de allí.
¿Ropa? ¿Hermanita? ¿Qué pensaba hacer, que implicaba que fueran a necesitar a sus guardias? Y, sobre todo, ¿adónde tenía pensado marchar? Si no conocía esas tierras. Helaena estaba totalmente envuelta en ese enigma y no era su intención perder ni un segundo, así que corrió hacia los establos y buscó a Osla.
- Osla, urgente –dijo con voz apremiante-. Necesito que prepares dos caballos para Ser Willas y para mí, al parecer sí que se anima a montar –explicó, sin mucha seguridad, pues imaginaba que para eso los querría pero quién sabe lo que tenía en mente-. Y prepara también los de su guardia, nos van a acompañar.
—¡Levanto el traseeerooo!— Contestó sin girarse ni detenerse dando la solución de cómo montar. Aunque aquella manera implicaba el galope, eso seguro.
Helaena con aquella premura, contagió a Osla la inmediatez. Pronunció dos nombres y silbó. Dos caballos alzaron las orejas y salieron de sus plazas, sus cajones, que ¡estaban abiertos!..¡todos!. Acudieron andando despacio y se detuvieron a su altura. La moza colocó veloz un par de sillas. Buscó entonces a los dos caballos que debían pertenecer a la guardia de Willas y chasqueó repetidamente con la lengua. El sonido les hizo salir por voluntad propia y colocó otro par de sillas a toda velocidad. Se dirigió hasta Helaena con todo resuelto en un periquete. La moza simplemente era increíble. Desde luego no era normal.
Así que a Helaena le tocó esperar un poco. Lo normal hubiese sido incluso que se retrasara ella. Tras un rato, vio apareccer a Willas sonriente. Portaba algo parecido a dos sacos, dos petates. Uno en cada mano. Dio uno a cada uno de sus escoltas y se dirigió a tomar las riendas de uno de los caballos.
—Qué rápida. ¿Llevas mucho esperando?. Me he dado toda la prisa posible, pero pensé que tardarías más.— Se excusó. — Bueno, siguiente cosa: Volvemos a la Poza y nos cambiamos de ropa en algún matojo o seto o lo que sea.— Montó entonces en el caballo con cierta dificultad. —Aaah, mi trasero. Vamos prima o galopamos ya o se me queda pegado a la silla.—
Sus escoltas hicieron lo mismo y esperaron a que se pusieran en marcha.
*Entiendo que dejarán a Luna en el castillo. Willas lo pedirá en cualquier caso, argumentando que es totalmente necesario. Si Helaena accede, lo damos por hecho.
Cayera Osla bien o mal a la gente, había algo que era innegable: Tenía un don muy especial para los caballos. Y Helaena descubría cada día algo nuevo sobre ella. Lo que presenció en ese momento parecía magia. Se quedó con la boca abierta y ojiplática.
- Pero… no escapan –murmuró para sí misma al darse cuenta de que los animales no necesitaban ser encerrados, pues parecía que obedecieran cada deseo de Osla; y, si Osla quería que se quedaran quietos, se quedaban. Recordó, también, cómo hacía un par de semanas había reconocido a la montura de Ser Dwain únicamente por el lejano sonido de los cascos y el olor, imperceptible para alguien normal, en el ambiente.
Regresó al patio con los caballos, aún estupefacta, y esperó pacientemente al regreso de Willas. Si hubiera sabido que la moza no iba a tardar ni dos minutos en prepararlo todo, no se habría dado tanta prisa. Cuando apareció el joven, Helaena frunció el ceño, con expresión interrogativa.
- Sí, es que Osla no ha tardado nada. Pero, tranquilo, me ha dado tiempo a formarme mil teorías sobre tus planes –respondió, esperando que entonces sí le diera una respuesta. De nuevo sus deseos se vieron frustrados, pues únicamente le adelantó la siguiente parte de su plan. Se subió a su caballo haciendo alarde de gracilidad, exagerando su buen estado y riendo por las dificultades de Willas. Si él iba a tenerla con la intriga hasta el último momento, no estaba de más que sufriera un poco-. Deberías haberte dado un baño en la Poza para aliviar la zona.
Con una palmadita en el cuello, le dio la señal al caballo de que se pusiera en marcha y, una vez hubieron salido del castillo, apretó levemente las piernas para darle a entender que le tocaba galopar.
Sí, sí, dejamos a Luna.
—Y probablemente lo haga...— Dijo arrugando el rostro por la molestia, sin perder la sonrisa. —Al galope primita, que si no me quedo pegado a la silla— Dijo espoleando el caballo, gesto que imitaron su escolta comenzando a cabalgar. Por la posición que adquirió, enseguida se percató de que era un buen ginete. Los pies bien apoyados en los estribos que le permitían elevar sus posaderas y mantener el equilibrio.*
Cabalgaron hasta la Poza de nuevo y los escoltas le dieron los petates. Willas le dio uno a Helaena. —Toma, este es tu vestido. Ve a cambiarte.—Miró un instante a su alrededor.— Mirá, ahí mismo voy a cambiarme yo. — Dijo señalando con los ojos a unos juncos y matorrales. —Ahora te veo...— Se despidió divertido.
Cuando Helaena abrió el petate, pudo comprobar que en él había un vestido y una cofia, junto a calzado. El vestido no pertenecía a una dama noble. Parecía más bien típico de una criada de castillo o cámara.**
*como los jinetes de competición, vaya.
**Espero que me confirmes si se cambia o no y sigo, jeje.
Willas no solamente se interesaba por el cuidado y la cría de caballos, también era un excelente jinete. Helaena nunca habría podido montar de aquella manera, tenía que mantenerse sentada o probablemente caería al suelo en cuanto el caballo aumentara un poco la velocidad.
A estas alturas de la aventura, la joven ya se resignaba a no saber nada de lo que iban a hacer. Simplemente tomó el petate y se fue a unos matorrales a esconderse mientras se cambiaba. Pero cuando sacó el vestido que la había traído, su rostro se nubló de confusión y le dieron ganas de salir de ahí y preguntarle de nuevo. ¿Tenía que ponerse el atuendo de Darlia?
Sacudió la cabeza y volvió a la resignación. Cada vez estaba más intrigada. Estaba claro que Willas quería que ocultaran su identidad y pasaran desapercibidos. Pero ¿por qué? Se desvistió rápidamente y guardó su ropa en el petate, echando un ojo a su alrededor, pues no se fiaba mucho de los guardias. Tras ponerse el vestido de criada, salió de su escondite atándose la cofia.
Cuando Helaena regresó, Willas ya la esperaba. La ropa de un hombre era menos engorrosa, aunque el joven andaba trasteando con un lazo para hacerse una coleta de cola de caballo. Vestía una camisa de lino blanco algo abierta en el pecho y Unos pantalones marrones hasta la rodilla. Un calzado de esparto completaban el conjunto. Al verla no pudo evitar reír.
—Vaya que estás guapa...Ven, ayúdame con el lazo, por favor. — Pidió poniéndose de espaldas a ella. Cuando la tuvo lista, miró a Helaena y le sacó un par de mechones de la cofia. Se permitió colocar el cuello del vestido de ella y la miró de nuevo. —Guapísima— Hizo un gesto a los guardias para que cuidaran de los petates. Estos los acompañaron de lejos.
—Bueno ahora vamos al pueblo. Busquemos una posada o taberna. Cuando entremos fíjate bien. Y por supuesto, haz lo que te pida.— Propuso divertido, casi tanto como por ver el rostro de confusión de Helaena.
Precisamente a la entrada del pueblo había una taberna que rápidamente Willas detectó y se apresuró para entrar, casi llevándola a rastras de la mano mientras la miraba con complicidad. La complicidad de un pícaro.
Al entrar, Helaena creyó recordar haber estado ya en ella. Tomaron asiento en una mesa, sin que nadie pareciese haber prestado especial atención el ellos. Una joven se acercó a ellos.
—¿Qué va a ser?—
—Una jarra de vino y dos vasos.— Pidió. —De comer ¿tenéis algo?.—
—De todo, qué prefieren tomar—
—Bueno, si tienes de todo y puedo tomar lo que quiera...— Dejó aquella frase en el aire y rozó con su mano la de la joven dedicándola su sonrisa más encantadora.
La muchacha la apartó despacio.
—Si continuáis unos días en esa dirección...— Señaló hacia atrás sin perderle la mirada. —Os daréis de frente con Antigua. Allí seguro que hay burdeles que pueden ofreceros ese plato. Aunque dudo que os dejen pasar hasta que no cumpláis la mayoría de edad.—
Se retiró entonces para ir a buscar la jarra y los dos vasos. Mientras un par de tertulianos dejaban escapar una risilla.
—Puff...vaya batacazo.— Susurró Willas. — Bueno, ahora te toca a ti. Sonríe al hombre que quieras. Al que sea. Mantente la mirada un poco y sonríe.—
Helaena lo fulminó con la mirada cuando se rio de su aspecto y mientras le ayudaba a atarse el cabello, le daban ganas de tirarle del pelo más de lo que era necesario-. Sí, la cofia me favorece mucho –respondió con sarcasmo. Luego le dedicó una media sonrisa para darle a entender que no estaba realmente molesta.
El hecho de que repitiera tantas veces que tenía que hacer lo que él pedía aumentó aún más las sospechas de Helaena de que muy probablemente no sería nada sencillo o digno. No es que eso la hubiera echado atrás necesariamente, sobre todo teniendo en cuenta que iba disfrazada; pero esos ojos maliciosos no le presagiaban nada bueno. Se dejó llevar, no obstante, la curiosidad era muy fuerte y había decidido confiar en él.
Al pueblo había bajado muchas veces; a una taberna, esta era su segunda vez en menos de un mes. Y habría jurado que era exactamente la misma que entonces, aunque aquellos antros le parecían todos iguales, al menos por fuera. Confirmó sus dudas cuando vio a la tabernera. Se había fijado especialmente en ella, pues era la misma con la que Aldern se veía. ¿Cómo me dijo que se llamaba? ¿Sierra, Shera? No, Serah, eso es.
Willas llevó la conversación mientras ella lo miraba fijamente, esperando… algo, lo que fuera que le explicara el objetivo de todo aquello. Lo que no esperaba fue la forma con la que intentó seducir a Serah, una frase que la dejó atónita. ¡Con qué descaro!
Helaena se quedó en tensión esperando. ¿Y si aceptaba? ¿Se suponía que Willas lo tenía controlado? No sabía lo que habría pasado en ese caso, pero por suerte la tabernera lo despachó con completa elegancia para ella y humillación para él. La benjamina de Lord Everam acompañó a los dos tertulianos riendo también.
- Pues tenías razón, no eres un caballero de flamante armadura ni tu virilidad despierta la pasión en toda mujer –dijo, intentando mantener la seriedad mientras hablaba. Claro que la sorna se le acabó cuando escuchó el plan que Willas tenía para ella-. ¿Qué? –Lo miró ojiplática. Obviamente lo decía en serio. Y ella había prometido hacerle caso en todo.
Miró a su alrededor en busca de alguien que, al menos, fuera medianamente atractivo y joven. Cuando lo encontró, fijó los ojos en su rostro hasta que el hombre fue consciente de ella y, entonces, sonrió. Era una sonrisa tímida, pero no había timidez en su mirada, que se mantuvo sobre su objetivo.
Cuando Helaena hizo mención a que tenía razón, él asintió varias veces. —Clarocalro. Aesovoy aesovoy.— Reconoció rápida y atropelladamente completamente divertido.
Helaena miró entonces al hombre y sonrió. El hombre al principio miró hacia los lados para asegurarse que era a él a quién miraba y una vez que se hubo cerciorado y bajo las miradas de sus compadres, se subió el pantalón por encima de la cintura y acudió en dirección a vuestra mesa.
—Perdón señorita, me preguntaba si podría invitarla a un vino...— Miró entonces a Willas. —Si vuestro acompañante complace en ello—*
Willas asintió.
—Y complacería a gusto, más si me invitáseis a mí también. Pero demonios...si es que ni tendríamos que haber parado. Que no llegamos...— Se quejó mirando a Helaena. —Que estamos al servicio de los Tyrell, ¿sabe?. Y como nos retrasemos nos arrancan la piel a tiras, que son muy estiraos. Pagan bien pero la paciencia de La Madre para aguantarlos.— Explicó poniéndose en pie y cogiendo de la mano a Helaena.
Dejó unas monedas sobre la mesa.
—Hermosa, ahí te dejo lo de la jarra que vamos apurados.—
Salió de la taberna con prisa tirando de ella, casi sin poder contener la risa.
Mientras se alejaban, explicó a Helaena lo evidente.
—Bueno, como has visto, y tratando de defender mi teoría de que no soy paranoico con hechos, yo, sirviente de la casa Tyrell, no levanto la pasión ni de una anciana. Qué le vamos a hacer. Virilidad nula. Tú sin embargo, sirvienta de los Tyrell, despiertas la pasión de cualquier hombre, por lo que queda claro que eres una mujer hermosa y femenina. — Expuso casi como si fuese un maestre, hasta imitando el tono que ponían cuando enseñaban una lección.
—Pero ¿qué pasaría si por esa puerta entra ahora Willas Tyrell, heredero de Altojardín, acompañado de Lady Helaena Stronghorse, hija de Lord Everan, señor de todas las tierras que bañan la vista.?— Dejó un instante de silencio para dar incertidumbre al ambiente.
—Venga, vamos a cambiarnos y lo comprobamos... ¿a los mismos setos?—
*Alerta de machismo: Se pregunta al hombre como si la mujer fuese una posesión . La ambientación, sorry.
Muy a pesar de Helaena, el hombre con el que había coqueteado picó el anzuelo. Había esperado que aquella muestra de seducción acabara exactamente igual que la de Willas, al que miró con espanto mientras el otro se subía los pantalones y se acercaba. Aunque, si era sincera consigo misma, no le sorprendía en absoluto que hubiera logrado esa "conquista".
Sonrió tímidamente cuando propuso invitarle a un vino, callada y dejando, como era costumbre, que los hombres llevaran la conversación. Tras la primera frase de Willas en la que aceptaba, a Helaena le pegó un vuelco el corazón al imaginar cómo sería el resto de la tarde. Por suerte, el joven Tyrell lo tenía todo ya pensado, historia incluida, y salieron por patas de la taberna.
Willas se lo había pasado en grande, claramente; y Helaena, ahora que había huido del peligro, reía con su explicación. Aunque cuando añadió la última parte sobre ella, levantó un dedo para mostrar su desacuerdo.
- Oh, vamos, eso no es así. Lo que pasa es que la tabernera estará harta de espantar moscones todo el día o es posible que la chica tenga a en su vida –añadió, sabiendo exactamente a quién tenía Serah, aunque Helaena no creía que fuera nada serio-. Además, una mujer nunca se deja llevar a la cama con tanta facilidad, recuerda que tenemos que ser un ejemplo de castidad –le dijo, con cierto sarcasmo en su voz-. Pero ¿un hombre? Ya le puedes poner delante a cualquier chica joven con mirada seductora, que hará lo posible por acostarse con ella, sobre todo si ella da el primer paso. No necesito ser hermosa y femenina, simplemente con no ser demasiado fea me vale. Y según los vinos que tenga encima, hasta siendo rematadamente fea –añadió bromeando.
¿Qué pasaría si entrara Willas Tyrell en la taberna? Obviamente alguien como él sería el objetivo de todos los ojos y estaba segura de que todos lo admirarían a su paso. Pero ¿realmente se lanzarían las mujeres a él? ¿En mitad del día? Le costaba creer algo así. Además Helaena ya había entrado en aquel lugar sin disfraz alguno y nadie les hizo mayor caso.
- Estoy deseando comprobarlo y ver cómo cada mujer cae rendida a tu paso -se burló, aunque le guiñó el ojo con complicidad- Solo espero que si la tabernera te pasa una nota invitándote a sus aposentos, tengas primero la caballerosidad prestarme al menos a uno de tus guardias para volver al castillo.
Se metió de nuevo en los setos y se deshizo de aquel traje, en absoluto favorable.
Por favor, en una partida con ambientación estilo medieval, no espero nada diferente. Una cosa es que haya algunos personajes con ideas tirando a feministas y otra que sea la norma.
Una vez volvió a salir del seto, Willas se encontraba ya vestido con sus elegantes ropas. Había añadido un distinguido broche de oro con la flor de su casa como motivo, sobre su pecho. Lo debía haber cogido cuando se hizo con los trajes de criados. Se había remangado ligeramente las mangas para ocultar los hilos y pequeñas roturas que luna había provocado para mantener así una total pulcritud.
Como hiciera antes, se acercó para observarla y retocar aquellos detalles que por falta de reflejo, Helaena hubiese podido pasar por alto. El par de veces que sus miradas se cruzaron, le dedicó una sonrisa.
—Perfecta...aunque estabas más guapa antes.— Reconoció con ironía.
Ofreció su brazo para caminar ahora con porte imperial junto a ella. En esta ocasión, sí fueron escoltados por sus guardias y ya desde que volvían a entrar al pueblo, las miradas asombradas e incrédulas eran frecuentes.
Se detuvieron en la puerta del establecimiento, y los dos escoltas que eran, todo dicho sea, dos veces Willas, pasaron primero. Uno de ellos sujetó la puerta mientras el otro ojeaba con atención a la concurrencia con su mano cercana a la empuñadura de la espada. Cuando comprobaron que no había peligro aparente , el que sujetaba la puerta hizo un gesto dejando entender que podían ya pasar. Aún así no perdieron ojo de lo que pasaba en la taberna.
Willas se dirigió a una de las mesas que le pareció más iluminada, cómoda y fresca. Evidentemente ya estaba ocupada, pero al acercarse no hubo que mediar palabra para que los tres hombres que la ocupaban se levantasen y fuesen a otro rincón.
Un escolta retiró la silla para que Helaena tomase asiento. Willas sostenía su mano, pero no permitió que tomara asiento hasta que azotó la silla un par de veces con un pañuelo y no soltó su mano hasta que se colocó de forma cómoda y natural. Fue entonces cuando el procedió a sentarse.
Los rostros de todos los presentes, incluida la de la tabernera que los había atendido antes era de superlativa incredulidad y sorpresa.
—Bueno Helaena...ahora toca comprobar si en verdad las mujeres son tan castas y decentes y los hombres somos tan simples y directos. — Propuso divertido.
Hizo entonces un gesto hacia la muchacha para que se aproximase. La joven aún no salía de su asombro aunque trató de disimularlo como mejor supo, aunque sus mejillas ya se habían sonrojado delatándola.
—¿Qué...qué va a ser milord?— Preguntó aún sonrojada por el bochorno y el trato anterior dado al joven, sin poder apartar la vista de su broche, el cual indicaba que era un Tyrell y no uno cualquiera.
—En realidad, seguía preguntándome que si en verdad tenéis de todo aquí, seríais tan cruel de hacerme andar hasta Antigua.— Sonrió con todo el encanto que podía desprender. La muchacha sonrió aliviada al comprobar que no había intención de recriminarla.
—Por supuesto que no debéis caminar hasta tan lejos, milord. Aquí dispondréis de lo que deseéis.—Sonrió mirándolo con otros ojos.
—¿Y no habría problemas de "pasar" debido a mi...edad.?— Continuó con aquella sonrisa y siguiendo el juego a la joven.
—Allí no sé milord. Pero aquí, os aseguro que tenéis las puertas abiertas de par en par, a vuestra entera disposición. Yo me encargo de que no os falte de nada...— Aseguró la joven con más interés por seducir del que mostró hacía solo un rato.
Willas desvió la mirada hacia Helaena con gesto de satisfacción. De nuevo miró a la joven.
—Que sea entonces vuestro mejor vino, vuestro mejor queso con miel, ¿y un par de codornices a la leña quizás?— Consultó con Helaena.
La joven se sorprendió por el pedido final pues seguramente se hacía subiendo las escaleras hacia la segunda planta acompañando al heredero. Asintió entonces y se retiró.
Willas la miró divertido y satisfecho como un pavo después de hincharse a grano.
—Tu turno... doña desconfiada.— Bromeó. — Vuelve a sonreír al paisano que quieras, al mismo si quieres. Mira...ahí está. No sabe ni dónde esconderse el pobre.— Apretó un poco los labios para contener la risa.
Una vez cambiados, Helaena ya se encontraba más cómoda. Sonrió también a Willas cuando cruzaron la mirada; a pesar de la fuerte emoción –nada agradable- que había sentido cuando aquel hombre se acercó a ella, se lo estaba pasando muy bien, como hacía tiempo que no se lo pasaba. Arqueó una ceja tras el comentario del joven.
- Tomaré nota. Si algún día me vuelvo loca por ti como todas esas mujeres, ya sé con qué ropa intentaré seducirte –respondió, con aún más ironía que él.
Tomó su brazo mientras caminaban. Helaena se sentía mucho más segura siendo ella misma. Y, aunque a presencia de los dos guardias le seguía molestando un poco por la falta de intimidad, no podía negar que para hacer una entrada triunfal y majestuosa eran imprescindibles.
Helaena mantuvo una sonrisa leve, elegante; aunque por dentro se contenía las ganas de estallar a carcajadas por la situación que vivieron nada más regresar a la taberna. Ni siquiera necesitaba que le limpiaran la silla, nunca había tenido problemas en sentarse donde fuera, pero toda esa parafernalia ayudaba a conseguir el efecto deseado: la completa estupefacción de los presentes.
Sabía cómo iba a acabar todo eso. Y, aun así, lo disfrutó. Disfrutó del rostro sonrojado de Serah, de su alivio y de su posterior actitud seductora, a la que Helaena respondió arqueando las cejas y girando la cabeza lentamente hacia la muchacha. La había hecho quedar mal, pues ella había apostado por el decoro de la tabernera ante cualquier cliente con el que no tuviera un mínimo de confianza. Pero Helaena no podía evitar deleitarse con aquella estampa.
Asintió a la propuesta de las codornices, con una amplia sonrisa en su rostro. Una sonrisa que no se debía a las codornices.
- Ser Willas Tyrell, debo reconocer que tienes algo que levanta pasiones en las mujeres –dijo con un suspiro, tras lo cual añadió con tono de broma:- Tu fabuloso broche con el emblema de la casa.
Se giró en la silla, dispuesta a hacer su papel. Esta vez con más seguridad, Helaena volvió a mirar al hombre al que antes había conquistado sin siquiera proponérselo y le sonrió, ladeando la cabeza con gesto de total interés hacia lo que veían sus ojos.
Willas asintió extendiendo su rostro, como si las palabras de Helaena no sólo fuesen ciertas, sino un axioma, un dogma de fe.
—Totalmente...— Acertó a decir.
Se reclinó entonces sobre el respaldo de la silla dispuesto a ver a Helaena actuar y disfrutó de la sonrisa que dedicó de nuevo a su presa, apretando los labios para contener la risa.
La mirada que dedicó de nuevo al hombre no causo la misma reacción en sus acompañantes, sustituyendo las risitas por miradas desentendidas. El hombre se quedó un instante pasmado, casi temeroso. miró un momento a la puerta hasta que se atrevió a acercarse a ella.
—Milady, yo...eehhh...no sabía...— Titubeó. —Quiero decir...que si llego a saber que...bueno, sois quien sois, jamás...—Volvió a detenerse sin saber cómo continuar. —Eehh, ¿puedo marcharme?—
Y su temor no era para menos. No sería la primera vez que algún incauto había intentado propasarse o insinuarse a la hija de un lord, y acababa en el Muro.
Willas apoyó la pregunta.
—Eso...¿Puede marcharse?—
Helaena casi sentía pena por aquel hombre cuando se fijó en su reacción. Se preguntó desde qué momento estaba bien visto que alguien de la plebe seduzca a un hombre noble, pero era impensable siquiera planteárselo con una mujer noble. No es que todo el mundo tuviera los mismos reparos que aquel hombre, bien lo sabía ella. Pero Todric era una clara excepción, visto el comportamiento del resto de contertulios.
Miró divertida a Willas un segundo antes de volver su atención al hombre. En lugar de responder a su pregunta directamente, decidió aliviar primero su intranquilidad; no por nada era un súbdito suyo y no podía esperar respeto si ella únicamente se dedicaba a burlarse de él.
- Jamás… ¿qué? –dijo, con fingida curiosidad. Una cosa es que fuera a aliviarle y otra que no pudiera hacerle sufrir un segundo más-. Jamás… ¿os habríais acercado a saludarme e invitarme a un vino? Por lo que a mí respecta, no hicisteis nada más que eso, buen señor. Al fin y al cabo, yo os estaba sonriendo primero. Y es de mala educación ignorar a una dama que intenta llamar vuestra atención –concluyó sonriente. Aprovechó a continuación para darle una pequeña lección a aquel hombre, esperando que supiera cómo debía tratar a cualquier mujer, no solamente a la hija de su Lord-. Siempre que se haga desde el respeto y la caballerosidad. Que, estoy segura, esa era vuestra intención, ¿cierto? –preguntó, sonriente-. Así que por supuesto podéis marcharos.
Tras liberar al fin al hombre, se giró con un suspiro de nuevo hacia Willas.
- Espero que estés contento, le hemos hecho sufrir sobremanera. Por no hablar de la pobre tabernera, a quien has dejado totalmente acalorada y confundida –dijo, con cara de estar reprendiendo al joven. Un instante después sonrió divertida.
El hombre asentía a todo lo que decía Helaena sin rechistar ni perder el rostro de entre asustado y con urgencia de visitar las letrinas. Tuvo la sensación de que si en ese momento le hubiese dicho a aquel hombre que las ranas pueden volar cual pájaros, habría asentido de igual forma y no precisamente por dar la razón como a los tontos. Una vez tuvo el permiso para irse, fue visto y no visto verle abandonar la taberna.
Tras el primer susurro que hizo a Willas, éste se señaló con ambos dedos, con ojos muy abiertos y la boca entreabierta negando toda culpa sobre el sufrimiento del pobre hombre que acababa de abandonar la taberna descompuesto. También volvió a negar de la misma forma divertida ante la segunda afirmación que lo hacía responsable del acaloramiento de la tabernera, y haciendo gala de una gran mímica y expresión, señaló a su broche como el responsable.
Tras aquello finalmente rió de vuelta tras la breve actuación muda que hizo.
—Pero ya ha quedado claro que no soy un lunático, ¿no?.— Preguntó divertido. —Willas a secas, sólo Willas, no es que pueda tener mucho éxito con las mujeres. Pero Willas el heredero...— señaló con en índice su broche sin apartar los ojos de Helaena. —...atrae a las mujeres como la miel a los osos.— Dijo haciendo una mueca con un "te lo dije" impresa en ella. —Y tú Helaena, sólo siendo tú, sin necesidad de nada más, puedes tener al hombre que desees. — En aquel momento y con el tono y el magnetismo que el condenado Willas emanaba, no pudo evitar sentirse realmente halagada. Un halago no de los que brindan las personas zalameras, sino un halago cortés y sincero, de los que pueden llegar a sonrojar en el buen sentido.
—Pero Helaena Stronghorse, ufff...lo va a tener muy complicado, como Willas a secas.— Rió dejando escapar una pequeña carcajada.
Luego hizo un gesto con la mano restando importancia a toda aquella situación.
—En realidad, toda esta fantochada, esta tontería, ha sido sólo para que sonrieses un rato. Para que olvidases aunque fuese sólo una tarde pues...todo...todo lo que debes estar pasando, el funeral... y pudieras darte un pequeño respiro.— Reconoció en un tono ahora más cercano, más serio por su sinceridad pero no solemne. Más íntimo. —La partida de sitrang no creo que hubiese servido de mucho.— Sonrió de nuevo. —Y claro, también debía demostrarte que no soy un lunático, por supuesto.— Expresó con tremendismo teatral.
—No, siendo serio. Espero que te hayas divertido un poco. Con que haya sido la mitad que yo, me doy por satisfecho.— Abrió entonces los ojos como si se hubiese percatado de que tenía una deuda con ella, como si le debiese algo.—Gracias por la invitación...me alegro que enviases esa nota.— Dejó entonces un breve silencio.
—Así que en respuesta a tu gesto, y ya que por el olor veo que esas codornices no tardarán mucho...¿aceptarías comer conmigo?.— Preguntó con gesto amable. —Sin bufonadas, lo prometo.— Añadió.
Helaena rio de buena gana viendo aquel exagerado dramatismo de Willas. Asentía al tiempo que él negaba, reafirmándose en sus palabras, y luego arqueó una ceja, mostrando su desacuerdo en que el broche fuera el único culpable de la decepción de la tabernera. Estaba tan cómoda que olvidó sus formas por un instante y acabó con la espalda inclinada hacia delante, un codo apoyado en la mesa y la cabeza sobre el puño.
- Lo admito, no eres ningún paranoico –rectificó su error de juicio anterior. Al escuchar el cumplido del joven, Helaena sonrió y bajó la mirada con cierta timidez, esta vez real, no como cuando sonreía al hombre de la taberna. El color se le había subido a las mejillas, mientras pensaba que eso, por desgracia, no iba a ser tan fácil; pues no dependía de ella tener al hombre que quisiera. De hecho, no dependía ni siquiera del hombre.
Y en medio de aquella turbación de la joven, Willas añadió una puntilla a su reflexión que la hizo volver de nuevo a su actitud más natural y dicharachera.
- ¡Espero que no tan complicado! –bromeó-. Pero, efectivamente, lo voy a tener muy difícil, pues Lady Helaena Stronghorse es imponente para el hombre sencillo, pero mediocre para el noble… para el noble que no la conozca, claro –comentó entre risas, fingiendo darse importancia con el último comentario. Aunque al mismo tiempo pensaba con rabia en que su situación sería muy distinta si hubiera nacido ella en primer lugar.
Se irguió en su asiento, retomando una postura más elegante, y le dedicó a Willas una mirada de agradecimiento y afecto tras sus siguientes palabras.
- Y te doy las gracias por ello, no olvidaré este gesto –dijo con sinceridad-. Necesitaba una tarde de descanso. No de descanso físico, sino mental. Han sido muchas emociones… todas simultáneas… El miedo por Padre y su partida a la guerra; la tristeza por Madre; la alegría por Luna, que ha sido una bendición, pero... casi me siento mal de estar feliz en estos momentos y… Hay mucha gente a la que voy a echar de menos. He acabado agotada –explicó. Le costaba expresarse y mostrarse débil o triste. Y más aún le costaba guardarse todo aquello que no debía contar aún, como todo lo ocurrido con Ser Dwain; el hecho de que no arregló del todo las cosas con Aldern tras la discusión; o las circunstancias concretas de la muerte de Lady Stronghorse. Pero la confianza que había cogido con Willas le ayudaba a, al menos, intentarlo.
Cuando cambió el tono a uno más ligero, abrió la boca y se cruzó de brazos, fingiendo ofensa.
- ¡Claro que el sitrang habría funcionado! Si piensas así es porque no lo conoces. Pero no te preocupes, no es nada vergonzoso –dijo con falsa solemnidad y sarcasmo-. La próxima vez que vengas a visitarme, te enseñaré a jugar. Y, entonces, serás tú quien tenga que reconocer su error –añadió, señalándole con el dedo.
Volviendo a tomar la conversación un carácter más serio, Helaena lo miró de nuevo con cariño. No sabía cómo sería Willas como esposo, pero como amigo superaba cualquier expectativa.
- ¿La mitad? Probablemente me haya divertido el doble que tú –le aseguró. Y cuando Willas empezó a darle las gracias, ella se lanzó a negar con la cabeza y la mano al mismo tiempo-. Oh, no, no, no. Soy yo la que está agradecida por que aceptaras. De verdad. Si además has sido tú el que me ha hecho disfrutar de esta tarde, lo único que he hecho yo ha sido pedirle a Osla que te dedicara unos minutos, pero ya ves lo que me ha costado… Podrías habérselo pedido tú perfectamente -Agitó la mano, restándole importancia a eso, pues darle una orden a alguien de su servicio no era gran hazaña. Nada en comparación con crear todo aquel teatro para hacerle olvidar todos los problemas.
- Estaré más que encantada de comer contigo –aceptó con una sonrisa de oreja a oreja-. Pero no porque crea que me debes algo, sino porque eres una agradable compañía.
—O que vengas tú...a visitarme, digo.— Añadió únicamente a la invitación velada de Helaena.
En cuanto Helaena acepto a quedarse a comer, Willas volvió a llamar a la tabernera y le entregó un dragón de oro*.
—Nos gustaría disfrutar de la comida con algo de tranquilidad, sin miradas curiosas.. ¿Basta para que dispongamos de la taberna para nosotros mientras comemos?— En realidad más que una pregunta era un hecho.
La joven la cual se quedó un instante paralizada a l ver el dragón de oro, no tardó en reaccionar, meterlo en su escote y dar dos enérgicas palmadas.
—¡Señores, la taberna está cerrada!. ¡Desfilando!.—
A partir de ahí, ya con la taberna en exclusividad para ellos dos, la tabernera se ocupó de llevarlos todo lo que deseasen, sus mejores platos, frutos y productos. Vinos, licores...todo a su disposición.
Willas resultó un joven en realidad muy abierto y sencillo. Por un momento olvidó que era el heredero de Altojardín y que algún día todo el Dominio, el reino más poblado y rico de Poniente, serían sus vasallos.. Se confesó un actor frustrado, y amante del teatro y las representaciones. Pero sobretodo de las callejeras, las populares. Incluso propuso que si alguna vez pasaba por Altojardín podrían de nuevo disfrazarse y mezclarse con la gente y disfrutar de una de esas funciones callejeras, que solían ser cómicas y poco apropiadas. También confesó al final, que sí jugaba al sitrang, sobre todo de más joven y que los caballos y la cetrería habían poco a poco sustituido esa afición.
*Un fortunón. Lo mismo la caja de 5 o seis semanas.
Bueno, pues lo que me diga usted... Si va a intentar hacer algo más con él (convencerle, seducirle, negociar, provocarle...etc) o queda así: cautivado. Cautivado es que su actitud mejora en un grado hacia ti.