Habitación de Arlo. Tercer día de la Madre. Mes del Padre. Año 289 A.C.
Carellyn se quedó ahí, mirándolo con una pequeña arruguita de preocupación en el ceño y sin saber muy bien qué hacer con las manos. No saber qué estaba pasándole a su hermano por la mente empezaba a tenerla muy nerviosa, aunque su temor se había apaciguado casi del todo.
Cuando pareció volver con ella sintió un alivio inmenso al escuchar cómo la llamaba. Una tontería, al fin y al cabo, pero una tontería capaz de estremecerla tanto como el tacto de sus manos sobre la piel de sus brazos. Lo que decía, sin embargo... eso era otra cosa.
—Arlo, ¿qué...? ¿Qué dices? —preguntó, intentando entender qué le estaba pasando, qué le había llevado a sacar esas conclusiones que no quería pronunciar. Pero no tardó en apremiarle en busca de respuestas—. ¿Qué sabes? ¿Quién crees que fue? Habla, por favor.
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Arlo apretó los labios de nuevo. Apunto estuvo de decir algo pero luego negó. —Pero qué estoy diciendo. No es posible, era demasiado pequeña, apenas una niña, como nosotros. Pensé en Dara.— Aclaró primeramente.
Miró entonces a Carellyn. —Sabes de sobra que soy muy consciente de que mi madre es...es... es tremenda. Pero incapaz de algo así.— Volvió a asegurar, desechando todo lo que le había rondado la cabeza.
—Si padre me ha mentido ha debido ser por otro motivo.— Dijo convencido. —De haber sido mi madre, padre habría hecho algo. Hasta tú sabes eso Lyn.— Repitió algo exaltado. Tampoco era para menos. —Y no ha hecho absolutamente nada.— Certificó, sin duda alguna.
—Lyn, voy a regresar a casa y cuando padre regrese de la guerra, va a tener que explicármelo todo, tanto si quiere como si no, o pierde un heredero. Eso te lo prometo.—
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La expresión preocupada y ansiosa de Carellyn se suavizó al escuchar a Arlo. Sus explicaciones no la convencieron de nada, pues a ella le parecía lógico que su padre no hubiese hecho nada si sólo tenía sospechas. Y el pensamiento hacia Dara le pareció un intento desesperado de la mente de Arlo por buscar cualquier culpable que no fuese su madre, incluso si eso significaba señalar a su otra hermana. Acarició su mejilla y negó con la cabeza.
—No volveré a decirte algo así, ¿vale? —aseguró, arrepentida por haberle hecho daño y decidida a recuperar la armonía entre ellos—. Es tu madre y lo entiendo. Lo siento de verdad. Dejémoslo estar ahora.
Eso no significaba que hubiese cambiado de opinión, claro, pero sí que estaba decidida a que esa mujer horrible no se interpusiera entre ellos. Lo cogió de la mano y tiró un poco de él para que la siguiera hacia la cama y al llegar allí cogió el paquete y se lo ofreció.
—Esto es para ti. Es mi regalo para celebrar tu nombramiento como caballero —explicó, sentándose en el borde de la cama para ver cómo lo abría—. Vamos, ábrelo.
Y mientras esperaba a que lo hiciese, siguió hablando, haciendo un esfuerzo por dejar la discusión atrás y recuperar algo de normalidad.
—Lo que intentaba decirte antes es que la tía Rhonda quiere que vayamos al Faro de visita y nos quedemos una temporada con ella. Unos días... o lo que podamos. —Esbozó una sonrisa, algo tenue después de los últimos minutos, pero una sonrisa al fin y al cabo—. Aunque si fuese por mí me quedaría con ella para siempre. —Tras esa confesión, buscó su mirada—. ¿Qué planes tienes tú? No tienes que ir al frente ya, ¿verdad? Sería maravilloso poder pasar unos días juntos en Antigua y Ser Baelor me dijo que también podríamos ir a una casa que tienen cerca del mar. ¿Y crees que podrían invitar también a Daniel? Me muero por achucharlo. Le dije a la tía Rhonda que iríamos luego a verla para hablar del tema, pero quería contártelo yo antes. Quizás ese viaje sea justo lo que necesitamos para aclararnos las ideas, ¿no te parece?
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Arlo tampoco pareció quedar muy convencido por las palabras de su hermana. Pero quizás tía Rhonda tenía razón sobre la estupidez innata de los hombres, pues bastó un simple gesto cariñoso y un regalo para recuperar al Arlo, que se olvidaba de todo lo que le rodeaba y sólo tenía ojos para ella.
Se sentó y comenzó a abrir su regalo a regañadientes. —Lyn, no estoy ahora para regalos, deberíamos terminar de hab~ ¡¡Vuaaaaaya!!.— Exclamó al verla. La sacó de la caja y la giró para poder ver todos sus ángulos. ¡¡Pero Lyn, esto debe haberte costado una fortuna, es preciosa!!— Desenvaino la daga para poder ver la hoja. —Mira, ¿ves estos pliegues?— Preguntó acercándola para que pudiese observarlos. —Eso quiere decir que el acero ha sido forjado varias veces. Esto es la obra de un maestro artesano— La devolvió a su vaina y sin soltarla tomó el rostro de Carellyn. Uno, dos y hasta tres veces besó sus labios. El tercero más entregado y prolongado en el tiempo. Dos "gracias" se intercalaron entre beso y beso.
Se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, donde había dejado apoyado el porta documentos un momento antes. —Yo también tengo algo para ti, aunque lamento mucho que no sea mío. Es de Daniel.—
Le ahorró el engorro de esa rosca y sacó una lámina que le entregó bocabajo, como si no quisiera perderse un solo instante de su reacción. Cuando Carellyn lo giró, vio el dibujo que su hermano pequeño había hecho para ella.
—¡¿No es fantástico, Lyn?!. ¡No había cumplido aún los nueve cuando lo hizo. Unos días le faltaban!— Le explicó orgulloso y emocionado. —Mujer eres ya, pero tu rostro no ha cambiado mucho. Pero fíjate que detalles. Intentó imaginar cómo serías ahora de más mayor...y..y ..bueno...¿está muy bien ¿verdad?—
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La sonrisa de Carellyn se amplió tanto al ver la reacción de Arlo al descubrir la daga que terminó en risa. Una risa feliz, que dejaba a un lado los últimos minutos y se centraba en la alegría que le daba ver que le había gustado de verdad. Casi le daban ganas de dar palmas por lo contenta que estaba. Y es que esa daga llevaba en su cómoda un año entero, esperando que llegase justo ese momento.
Se acercó a ver eso de los pliegues con curiosidad, pues ella se había fijado en lo bonitas que eran las filigranas, lo mucho que brillaba al darle la luz y la suavidad de la vaina, pero hasta ahí llegaban sus conocimientos sobre armas.
—Cómo me alegro de que te guste —le dijo, con los ojos brillantes después del último beso—. Quería regalarte algo que pudieras llevar siempre contigo y que al mismo tiempo fuese útil. El hombre que la hizo no es de Poniente y las cosas que forja son así de exóticas.
Cogió la lámina que le tendía, expectante por ver lo que había hecho su pequeño Daniel, y al ver su retrato se le derritió el corazón.
—Oh, por los Siete... ¿Si está bien? Es increíble. Tiene muchísimo talento —dijo, tratando de estudiar el dibujo con ojo crítico, pero demasiado enternecida como para ser capaz de ver en él ningún fallo—. Va a ser un artista maravilloso si sigue practicando. Cómo lo adoro. Si lo tuviera delante le comería los mofletes. Tengo tantas ganas de abrazarle ahora mismo que... no sé.
La añoranza por el niño le mordisqueaba las entrañas y tuvo que pasarse la mano por los ojos para no llorar de emoción. Tardó aún unos segundos en darse cuenta de que Arlo no le había respondido sobre el viaje.
—Oye, ¿y de Antigua? ¿No dices nada? ¿No quieres ir?
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—¿Verdad que sí?. Yo creo lo mismo.— Respondió ilusionado ante la reacción y los comentarios sobre el talento de Daniel. Arlo sabía perfectamente que ella le había introducido en aquel arte y que también poseía un gran talento. El tenía su criterio, desde luego, pero sabía que carecía de los ojos expertos de su hermana y quizás temió que su valoración estuviese muy condicionada al cariño que sentía por su hermano pequeño. Al escucharla, ese temor se convirtió en alegría.
Cuando su hermana le preguntó por Antigua y el viaje reaccionó despistado. —¿El qué, Antigua? — Arrugó la nariz y labios, entrecerrando los ojos. —Eeeh..no. No Lyn. No me apetece mucho.— Permaneció en silencio y su rostro adquirió su semblante normal, en el que se dibujó media sonrisa burlona y pícara. Entonces se lanzó a por ella y la tumbó de medio lado dejándose caer él quedando frente a ella como cuando eran niños y saltaban en la cama.
—¡Uy! la lámina, la lámina.— Interrumpió apartándola con cuidado para al instante encontrar de nuevo sus ojos aún con esa sonrisa burlona. —Tú qué crees Lyn...— Preguntó mientras la sujetaba con las manos por la cintura y la acercaba a su cuerpo para después darle un beso que supo a pasión. Notó entonces algo duro en su bajo vientre, cerca de su sexo...
—¡Uy!, la daga, la daaaaaaga!— Interrumpió colocándola en un sitio que estorbase menos, antes de retomar el apasionado beso. —Pues claro que me voy contigo...— Susurró sin despegar los labios de los suyos.
De nuevo volvió a notar algo duro en su bajo vientre, cerca del sexo, pero esta vez no hubo excusa. Sólo una advertencia pegada a sus labios.
—O me pides que pare...o no paro.—
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Carellyn frunció el ceño cuando Arlo se hizo el despistado y por un momento lo miró ella también en silencio, sin ser capaz de creerse que pudiera no apetecerle. Si hubiera dicho que tenía obligaciones, que Ser Jorah o su padre le esperaban... ¿Pero que no le apetecía? Más le valía que no fuese ciert~...
—¡Ay! ¡Cuidado, cuidado! —exclamó cuando se lanzó a por ella, dejando a medias ese pensamiento—. ¡El dibujo!
Se reía mientras él apartaba el pergamino, segura ya de que iba a aceptar. Sus manos buscaron su cuello mientras la besaba, pero una risita más se le escapó cuando empezó a notar algo. Y rió de nuevo cuando la soltó para apartar también la daga. Sus carcajadas llenaron la habitación, llenas de una profunda felicidad. Era como si nunca se hubiesen separado, como si fuesen los mismos que años atrás, pero más maduros, más libres. Lo contempló encandilada al volver a su lado y se acercó más a él sin dejar de besarlo.
—Es que no quiero que pares —murmuró, notando ya cómo el encuentro entre sus labios empezaba a encenderla también a ella y su respiración se agitaba—. No quiero que pares nunca. Nunca.
Lejos quedaba en ese momento cualquier preocupación. La burbuja que los había envuelto la noche anterior volvía a formarse a su alrededor, dejando el resto del mundo fuera. Pues dentro de ella, sólo importaban ellos dos.
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Las palabras de Carellyn fueron como la señal de salida para una carrera de sementales desbocados al aroma de una yegua. Rápidamente comenzó a desabrocharse el cinturón que tan laboriosamente se había colocado. Pero no, no había tiempo. —Cinturón de mierd...— Maldijo. Lo dejó por cansino y empezó a subir el faldón del vestido. Dejó el cinturón para ella. Un drama Arlo y los cinturones. Rápido, por momentos brusco, pero de una fogosidad que casi quemaba la piel de su hermana. Y el fuego se trasladaba de una piel a otra excitando el momento. No eran conscientes de lo que hacían, sólo sucedía entre jadeos de deseo antes incluso del acto. Cómo la tomó con firmeza para poseerla, como abrió sus piernas para dejar entrar su deseo. Carellyn pudo notar la dureza de su pasión, una penetración firme, recta, como un barco que entra a puerto, a un ritmo constante. Arlo dejó escapar un pequeño gemino de placer y lujuria.
Pero en ese momento unos golpecitos en la puerta y una voz conocida por ambos, le hizo saltar como un gato hacia arriba, de una forma incomprensible con apenas puntos de apoyo para impulsarse.
—Arlo cielo, ¿estás listo ya?. Vamos a ir bajando.—
Arlo retumbó en la cama a la bajada, también con agilidad felina, pues sorpresivamente ni rozó a Carellyn evitando cualquier choque o golpe, con los ojos muy abiertos como si le estuviesen retorciendo el estómago.
—¡¡No!!...eeehh, ¡No tía Rhonda!, ¡Estoy en un instante!...¡Ya...Ya casi..casi estoy!. ¡El cinturón, ya sabes!—
—¿Quieres que pase y te ayude?. No se lo habré puesto veces a tu tío...—
—¡¡NO!!...eeeh, no tía.¡Es que estoy en cueros. Me refiero a que no lo encuentro.!— Se encogió de hombro mirando a Carellyn con la expresión de "Ya está, se acabó. Nos han pillado"
—¿Todavía así?. Vamos Arlo, criatura, que tardas en arreglarte más que una mujer. Venga te esperamos abajo. — Se escucharon unos pasos que se alejaban de la puerta, pero luego volvían. —Y dile a Carellyn que venga a vernos...— Arlo palideció como un muerto. —Si la ves dila que venga a vernos, que la tengo que contar una cosa. Que no sé donde anda.—Finalmente se escucharon los pasos alejarse.
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Carellyn rió entre dientes al ver forcejear a su hermano con el cinturón. Se encargó ella y no tardó casi nada en desembarazarlo de él, tal vez por la facilidad adquirida vistiendo a las hijas de Lord Everam, o quizás por la adquirida desvistiendo a Aldern. Como fuese, no tardó en sentirlo entrar en ella y suspiró con deleite, sintiendo cómo se erizaba toda su piel, desde los tobillos a los brazos y hasta la nuca. Lo contempló, tan encendida que se le entrecerraban los ojos en una mirada felina, y estaba a punto de decir algo cuando la llamada a la puerta pinchó de repente su burbuja.
Dio un respingo e intentó que Arlo no le cayese encima después de su brinco. Su pulso se había acelerado y lo miró con los ojos muy abiertos, tapándose la boca con la mano como si así la pudiesen escuchar menos al otro lado de la puerta. Sus mejillas sonrosadas por la pasión palidecieron de golpe y empezó a hiperventilar.
Sus ojos recorrieron la estancia, buscando dónde podía meterse, al escuchar a su tía ofrecerse para entrar. Sin embargo, con la respuesta que le dio su hermano tuvo que apretar los labios muy fuerte para no reír por sus tonterías. «¿Pero qué estás diciendo?», parecían decir sus ojos cuando lo buscaron a él, conteniéndose para que no se le escapase la risa.
Claro, que entonces Lady Rhonda pronunció su nombre y se le cortó la risa en seco. Hasta contuvo la respiración del susto pensando que sabía que ella estaba ahí. El alivio que le provocaron sus últimas palabras fue notorio en toda su expresión.
No volvió a respirar hasta que no habían pasado varios segundos desde que los pasos de su tía se habían alejado. Su tez iba recuperando el color después del susto y los nervios la hicieron reír.
—Oh, por los Siete —murmuró, intentando no reírse demasiado alto—. Qué miedo he pasado. Pensaba que iba a entrar.
Lo miró con complicidad. Sin duda no había sido la primera vez que habían estado a punto de ser descubiertos tras una travesura. Sólo que aquella travesura era algo más grave que subirse a un manzano o asaltar la despensa.
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Arlo aún se encontraba respirando agitadamente cuando los ojos traviesos de Carellyn lo miraron y habló del susto. Él observó con desconsuelo como toda la pasión que hacía momento había erguido su entrepierna como un poderoso mástil se había esfumado con la primera palabra de su tía tras la puerta, para dejar paso a un colgajo flácido.
—Lyn, creo que ha muerto...para siempre. Hoy celebramos dos funerales.— Dijo con cara de pena fingida. Se puso entonces rápidamente en pie y se subió los pantalones aún con risa nerviosa. Se alisó la chaqueta también.
—¡¡Corre Lyn ayúdame con el cinto del demonio.!! Anda que no está dando vueltas hoy..— Rió compartiendo esa complicidad que los unía en una travesura ya de adultos y bien seria.
Una vez hubo acabado Arlo la alzó sosteniéndola por la cintura como en su encuentro la noche anterior. La volvió a besar con un principio y un fin perfectamente delimitados. —Esto aún no ha terminado. Porque digo yo que durante el viaje y la estancia allí, algún hueco encontraremos, ¿no?. Te amo...muchísimo.— Dijo antes de volverla a besar y dejarla en el suelo. Al dejarla miró hacia abajo y luego a Carellyn.
—Pues esto acaba de resucitar...— Se encogió de hombros y alzó las cejas travieso. —Baja por los Siete, que tiá Rhonda no puede verme así...— Pidió dirigiéndose a su miembro.
Rápidamente colocó la daga enfundada de vuelta en la preciosa caja que la contenía y la dejó con cuidado sobre la mesa.
—Lyn, salgo yo primero. Cuando haya pasado un ratito, sales tú. Si alguien te ve y se extraña, has entrado para dejar el regalo que me tenías preparado por mi ordenación como caballero, para que me lleve una sorpresa cuando regrese a la habitación.— Salió casi corriendo, con prisa adolescente hacia la puerta si dejar de mirarla sonriente.
—¡No olvides la lámina!...— Recordó. — Ya he dicho que te amo, ¿verdad?— Añadió junto a una amplia sonrisa. Tras aquello miró a la puerta. Recto, erguido, casi firmes. Volvió a colocarse la chaqueta y a alisarla para estar perfecto. Carraspeó y echo mano del pomo de la puerta. Antes de abrirla echó la vista atrás sobre el hombro y guiñó un ojo a Carellyn cual delincuente desvergonzado. Salió cerrando la puerta tras él. Carellyn pudo escuchar sus pasos apresurados en los escalones de las escaleras, que poco a poco se se fueron haciendo más lejanos hasta desvanecerse por completo.
Una vez encontró a su tía, ésta sólo quería comentar que era probable que algún hermano o hermana de Ser Baelor se pasase por la residencia de la playa para disfrutar un par de días e informar a su hermano, si había algo relevante de lo que informar, respecto a la guerra o lo que sucedía en Antigua. Sólo para que estuviese al tanto y que no se preocupase por nada ni sintiese temor o vergüenza.
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A Carellyn le entró la risa floja, entre la liberación de los nervios por el susto y las tonterías de Arlo con su pene. Pero al ver que la prisa le apremiaba se levantó para ayudarle y le ajustó el cinturón por encima de la chaqueta.
—Estás guapísimo —le dijo, con una mirada perdidamente enamorada al tiempo que le colocaba la ropa.
Rodeó su cuello cuando la alzó y le entregó en ese beso todas las ganas que aún ardían en sus entrañas como rescoldos encendidos.
—Y yo te amo a ti... —murmuró contra sus labios. Agregó algo más, con una voz ronroneante que parecía estar llena de promesas—. Y puedes dar por seguro que no ha terminado.
Al volver al suelo siguió su mirada hacia el lugar donde la tela de su pantalón se tensaba y se echó a reír otra vez.
—Vamos, vete de una vez. O te vuelvo a quitar el cinturón —amenazó, sacando toda su fuerza de voluntad para retroceder un paso y dejarle espacio en lugar de hacer lo que deseaba.
Asintió con la cabeza a su plan, para que viese que lo había entendido, y luego asintió de nuevo a lo de la lámina, pero ya haciéndole gestos con las manos, como si estuviese espantando gallinas. Su última declaración hizo que el corazón de Carellyn saltase feliz y agitado y su sonrisa se amplió, plena de dulzura.
—Nunca me lo dirás demasiadas veces —le dijo mientras él se preparaba para salir.
Con su guiño volvió a reír de nuevo y aún cuando la puerta se cerró tras él esa risa seguía prendida de sus labios. Con un suspiro se dejó caer sobre su cama. Movió un poco la cabeza para aspirar el aroma de su almohada buscando en ella su olor y se quedó así varios minutos, con una sonrisa tonta en la boca y el corazón rebosante. Sí, era consciente de que habían dejado cosas sin hablar, cosas que iban a volver en el futuro y que en algún momento tendrían que solucionar, pero se sentía tan feliz a su lado que era sencillo aplazar todo eso y simplemente imaginar su sonrisa y el tacto de sus labios.
Cuando le pareció que había pasado un tiempo suficiente, se levantó y alisó la cama con pulcritud. Recogió el dibujo de Daniel y salió de allí discretamente, en dirección a su cuarto primero, para dejar allí el pergamino. Después bajaría, en busca de su tía Rhonda.