Partida Rol por web

Meredith estaba revisando los resultados de la autopsia que había solicitado a sus compañeros mientras Howard terminaba de arreglarse para ir a visitar a la familia de Rourke. Al parecer no había nada extraño o sobrenatural en la muerte del señor Belasco, y toda referencia al motivo de la muerte eran las ya conocidas fiebres que lo acompañaron durante sus últimos días.

Finalmente la pareja salió de casa. Decidieron no usar su vehículo para ir a la zona de Barton Cove; llamaría la atención demasiado. Howard mostraba a Meredith la noticia del periódico^[1] que leía mientras llegaban a su destino. El transporte público los dejó cerca del edificio donde residía la familia. Aquellas calles eran peligrosas y se podía ver en el ambiente. Calles sucias, restos de sangre en algunas esquinas y gente durmiendo o malviviendo en callejones. El olor tampoco acompañaba aunque, por suerte. El edificio al que iban era uno de los que mejor pinta tenían. 

No tuvieron problemas en entrar y llegar hasta la puerta. Tras unos segundos después de llamar una mujer con ojeras y restos de haber estado llorando toda la noche abrió la puerta...

Abrió la puerta solamente un poco, sin quitar el pestillo superior. Lo que mostraba una estrecha rendija por la que hablar.

— ¿Si? ¿Quienes son? —

A Meredith la sorprendió mucho ver el agujero donde vivía Michael Rourke con su familia. Las ropas que llevaba el difunto daban a entender, que su trabajo le permitía algún tipo de lujos. Esta zona de la ciudad contaba una historia distinta.

Se alegró de tener a Howard a su lado. No ya solo por la habilidad del abogado con las palabras, que podrían ayudarla a convencer a la señora Rourke para que cooperara con ellos, sino que además la daba cierta tranquilidad y seguridad moviéndose por aquella calle.

De camino habían leído el reportaje del periódico y Meredith había compartido con su marido sus dudas. Las últimas palabras que Michael Rourke la había dedicado la habían hecho pensar, que el hombre andaba detrás de algo que posiblemente fuera en contra de los intereses de la familia para la que trabajaba. ¿Y sí habían sido los propios McAllister quienes habían mandado ajusticiar a su propio matón y luego lo habían ocultado tras una cortina de humo, enmascarándolo como una razzia entre clanes mafiosos? Tal vez la señora Rourke fuera capaz de darles información que les ayudara a comprender mejor lo que estaba sucediendo en Bloomfield. Meredith no podía dejar de pensar, que todo lo que habían vivido hasta ahora en aquella ciudad no eran más que pequeñas piezas de un gran mosaico, cuya imagen, cuando al final se les desvelara, no iba a ser nada agradable. Tenía miedo y ese miedo, y la sensación de tener que hacer algo para defender a los suyos, motivaban a la enfermera a seguir.

La puerta de la casa se abrió y una cansada y compungida señora Rourke apareció en el alfeizar. Meredith tragó saliva. Pensó en que sería de ella y los niños, si Howard falleciera, en cómo se sentiría ella de encontrarse en el cuerpo de aquella mujer. Una ola de empatía la envolvió.

– ¿Señora Rourke? Yo… –Un nudo en la garganta la hizo detenerse. Se armó de valor y continuó–. Soy la enfermera que atendió a su marido en el hospital. Mi más sincero pésame.

Era sentido y se podía ver en el gesto de pena compartida que mostraba el rostro de Meredith.

– Este es mi marido y… Verá… su marido me pidió algo antes de… antes de fallecer y espero que usted pueda ayudarme a entenderlo mejor y poder cumplir así su último deseo.

Miró alrededor, pretendiendo hacerla ver que no era algo para hablar allí, en la calle, dónde había muchos oídos indiscretos.

– ¿Podríamos pasar? Por favor.

Howard se mantuvo en un respetuoso segundo plano, tanto solo asintiendo a lo que Meredith iba diciendo. En estas situaciones de dolor ella siempre se desenvolvía mejor pues la muerte era una inevitable acompañante de la vida en los hospitales.

Parece que el acercamiento de Meredith fue bastante acertado, pues la mujer asintió y terminó de abrir la puerta, invitando a enfermera y abogado a entrar a su casa. Era un hogar bastante humilde; aunque no estaba nada mal amueblado teniendo en cuenta el barrio en el que se ubicaba. La sala estaba llena de ramos de flores y de mensajes de condolencia. 

La mujer invitó a los dos a sentarse, haciendo esta lo propio en una de las sillas libres.

— Entonces... ¿Usted habló antes de que Michael muriera? Dígame... ¿Sufrió? —

Siguieron a la señora Rourke al interior de la casa y comprobaron el contraste con la fachada. No se podía decir que disfrutaran de todo tipo de lujos, pero estaba claro que se podían permitir un nivel de vida que para nada podía esperarse de los habitantes de aquella zona de la ciudad.

Después de pedir con un gesto permiso para sentarse, y que la mujer se lo concediera, tomaron asiento y Meredith buscó la forma de tratar lo que había venido a hablar con la señora Rourke. Para su alivio, fue esta quien, indirectamente, la facilitó el camino.

– Su marido llegó muy malherido al hospital, señora, y en seguida perdió la conciencia, por lo que, por lo que yo puedo decir, no sufrió. Hicimos lo que estaba en nuestras manos, pero era demasiado tarde. Siento mucho no haber podido hacer más.

Aunque la señora Rourke parecía ausente, Meredith sabía que la estaba escuchando con atención. Que quería saber de primera mano acerca de los últimos momentos de su marido. Ese era el momento de preguntarla acerca de lo que habían venido a saber.

– El caso es que… antes de perder el sentido su marido me pidió que hiciera algo por él. O, bueno, más bien por su hijo. El caso es que no terminé de entender lo que me quería decir y me gustaría intentar cumplir con su último deseo. Pero necesitó de su ayuda para tratar de aclarar la tarea que su marido me quiso encomendar.

Era complicado, pero, sabiendo que se trataba del bien de su hijo, sabía que la mujer les ayudaría en lo que pudiera. Solo estaba por ver, que es lo que ella sabía de todo eso.

– Su marido me dijo… –Intentó recordar las palabras exactas. No fue difícil, pues el momento se le había quedado grabado a fuego –. “No puede permitirlo... yo no he podido evitarlo. Hágalo por mi hijo.”. Esas fueron sus palabras exactas, pero no sé como interpretarlas. Querría ayudar, pero para ello necesito primero su ayuda, señora Rourke. –Volvió a repetir su petición.

Meredith se encontraba al borde de las lágrimas. El momento estaba cargado de emoción y temía estropearlo todo abordando así a la mujer.

– Si lo desea, podemos hablar de ello en otro momento, señora Rourke. Comprendería si ahora no se encuentra con animo para hablar de ello.

Howard se sentó en una de las sillas mientras dejaba que Meredith contestase las preguntas de la mujer.

Tanto Howard como Meredith pudieron darse cuenta que la mujer parecía estar atemorizada. No tanto por su presencia en la casa... parecía que todo ruido fuera de lugar o movimiento brusca provocara en ella una reacción. Ante las palabras de Meredith la mujer rompió a llorar de forma desconsolada. Howard pudo ver que asomado, medio escondido en el quicio de la puerta había un niño observando la situación.

— Mi Michael era un buen hombre. Solo quería lo mejor para nosotros. Todo lo que hacía lo hacía por... por nosotros. —

Con la ayuda de Meredith la mujer se recompuso lo mejor que pudo y se armó de valor con un suspiro entrecortado por los nervios y el reciente llanto.

— Yo... yo no se como ayudarles. Nunca contaba nada de lo que hacía en casa. Decía que era mejor así. Pero... — Miró a Howard primero y a Meredith después, sobre la que mantuvo la mirada mientras continuaba. — Si, si de verdad quieren ayudar. Averiguar que le ha pasado a Michael quizá Jake Morgan pueda ayudarles. Es un compañero de Michael con el que solía hacer algunos trabajo hace tiempo. También era su mejor amigo después de lo que pasaron en el ejército. Michael quedaba todos los jueves por la noche con Jake en un garito de mala muerte junto al río. Las... Las cinco brujas creo que se llama —

Meredith tomó las manos de la señora Rourke entre las suyas y trató así de darla cierto consuelo, calor y sentimiento humano. Cuando ésta se hubo calmado y les indicó lo que sabía acerca del amigo de su marido, como posible nuevo paso a seguir en la cadena de investigación en la que se encontraban. La enfermera tenía bastante claro, que la mujer les había dicho todo lo que sabía acerca de este asunto. Sin embargo, sintió con total claridad que aquella mujer tenía miedo y por lo tanto no les estaba contando todo.

– Señora Rourke. Somos mujeres y nosotras nos entendemos sin necesidad de muchas palabras. Algo la compunge. Algo la preocupa más allá de lo sucedido con su marido. ¡Díganos que es! ¡Podemos ayudarla!

No iba a insistir. Si no quería decirles voluntariamente, que es lo que la perturbaba de aquella manera, no tenía sentido seguir intentándolo. Se despediría de ella y la dejaría sola, para que pudiera llorar la muerte de su marido.

La mujer miró a Meredith.

— Tengo miedo... si. Claro que tengo miedo. ¿Como se si no seremos los siguientes? —

Miró hacia atrás, su hijo ya no estaba allí, pero ambos supieron que lo que la mujer más temía ahora mismo era que su hijo y ella sufrieran la misma suerte que su marido. 

— Será mejor que se vayan. — Dijo poniéndose de pie e invitando a la pareja a salir de su apartamento.

Comprendía a la mujer, su miedo y su dolor, y comprendía que había llegado el momento de dejarla a solas. Quería ayudarla, lograr que se sintiera segura. Por ella y por su hijo. De alguna manera la enfermera intuía que todos los extraños sucesos del pasado y el presente de Bloomfield, por pequeños e inconexos que pudieran parecer, estaban realmente relacionados entre sí y afectaban los destinos de las grandes y las pequeñas familias.

Tendió la mano a la señora Rourke y la prometió que haría lo que estuviera en su mano para llegar al fondo de aquel asunto y devolver la seguridad a su familia.

Se giró para alejarse y, una vez fuera, hablar con Howard acerca de lo que él opinaba sobre todo aquello, cuando se dio cuenta, que quizás el abogado tuviera aún alguna pregunta que hacer. Le dedicó una mirada bastante elocuente a su marido, invitándole a hablar con la mujer o con el niño, solo si tenía algo importante que decirles y, si no, salir con ella al exterior. Una vez fuera ya podrían hablar con calma sobre como afrontar los próximos pasos para resolver ese nuevo misterio.

Howard dudaba que aquella mujer estuviera al tanto de los negocios de su marido, así que no vio motivo para aumentar su sufrimiento con preguntas que pudieran ponerla nerviosa.

Una vez estuvieron fuera lanzó un suspiro.

—¿No tienes esa sensación?— le dijo a su mujer — Es como una sombra que rodea Bloomfield desde todas las direcciones pero cada vez que acercas un poco de luz la llama se apaga. Algo enorme acecha ahí afuera, en algún lugar, y no dejo de sentirme como una hoja arrastrada por el viento.

Luego se volvió a mirar el edificio en aquella calle decadente para añadir:

—O quizás no sean más que las proyecciones de nuestros miedos y deseos. A veces deseamos que todo encaje en un esquema porque nos da demasiado miedo pensar que no exista esquema.

La habitual jovialidad del abogado se había tornado en una melancolía sombría.

– ¡Vaya! No sabía que estaba casada con una mezcla de Sherlock Holmes y Sigmund Freud. –bromeó con su marido, tratando de animarle algo.

Pero a Howard no le faltaba razón, aunque pasaba un punto importante por alto.

– Hubo un momento en el que estuve a punto de hacer las maletas y largarme de aquí. Contigo o sin ti. Pero, tras pensarlo un poco, me di cuenta de que huir de lo que sea que este sucediendo en esta ciudad, sería como cerrar los ojos y pensar que así, por no poder verlos, los monstruos desaparecen. No sé que podemos hacer para impedir los planes de quien quiera estar detrás de todo esto, pero sé que tenemos que intentarlo, querido.

Pero el abogado seguía algo decaído, pensando que todos sus pasos hasta ahora no habían servido para nada.

– ¡Escúchame bien, Howard Philipp Miles! Puede que te parezca que todo lo que hemos hecho hasta ahora no nos haya llevado más que a callejones sin salida, pero yo te digo que nadie ha llegado tan lejos como nosotros. Nadie ha sido capaz de reunir tantos datos sobre lo que sucede en los oscuros rincones de esta ciudad. Eso ya es un éxito. Tenemos pistas aún abiertas que seguir, tenemos piezas que ir colocando en este peligroso puzle hasta que empecemos a reconocer algo de la imagen que se esconde detrás. Y nosotros vamos a seguir buscando las piezas que aún nos faltan.

Esperaba darle así el empujón emocional que parecía necesitar ahora mismo para salir del bajón en el que se encontraba.

– Así que ya estas pensando en como continuar, señor abogado. De momento tenemos que decidir quien se puede pasar por ese local… Las Cinco Brujas… y entrevistar a ese tal Jake Morgan. Me temo que puede ser un lugar poco apropiado para una dama. ¿No crees?

Howard se quedó mirando a su mujer para luego echarse a reír. Había recuperado el humor.

—¡Dios mío! ¡Que energía!

La abrazó cariñosamente mientras seguían caminando, como cuando eran novios y paseaban por Central Park.

—Tienes toda la razón del mundo.— se separó para levantar un dedo y proclamar teatralmente: —Fuezas oscuras de Bloomfield preparaos: ¡los Miles van a por vosotros!

Ya decidirían luego quien visitaría ese bar. Howard no estropearía aquel momento con planificaciones. Abrazando de nuevo a su mujer siguieron paseando hasta la parada de autobús. Como dos enamorados.