Partida Rol por web

De nuevo murmullos, miradas de duda y asombro ante las palabras y nuevas pruebas que Howard había sacado. El juez dejó que aquel sentimiento inundara la sala unos minutos, hasta que de nuevo carraspeó suavemente para golpear posteriormente con su mazo. 

- Se permite al acusado, Warren Cobb, unas palabras en su propia defensa. Que suba al estrado - 

El vagabundo miró a Howard, en su mirada había agradecimiento. Le dedicó casi una ligera sonrisa antes de sentarse en aquel lugar. Contempló al fiscal, al jurado y al público que asistía al juicio. Dio un suspiro. 

- Seño... -

No pudo pronunciar siquiera una palabra. Un fuerte temblor sacudió todo el edificio. Del techo cayó algo de polvo y pronto las paredes comenzaron a temblar, las columnas de la entrada se retorcieron y un pedazo de techo se partió en un fuerte ruido, cayendo sobre algunos de los asistentes al juicio. No había dudas, era un terremoto. 

El pánico se extendió por toda la sala del tribunal, en la calle también se escuchaban ruidos que entraban por las ventanas cuyos cristales habían explotado en mil pedazos, saltando tanto al interior como al exterior del propio edificio. Gritos, lloros y gente tratando de refugiarse bajo los bancos y el marco de la puerta. 

Fue un minuto, un largo y descontrolado minuto durante el cual todo temblaba y rugía. Tras ese minuto silencio, llantos y quejidos. Por las ventanas del tribunal se podían ver una intensa humareda que ocultaba el destino de la ciudad ante la catástrofe. 

- Ayuda... -

Eran varias las personas que la solicitaban. Algunos que la necesitaban no podían siquiera solicitarla...

Como si de un giro teatral se tratara, el mundo pareció desmoronarse justo cuando Cobb abrió la boca. Norman se sujetó el sombrero con una mano mientras con la otra se agarraba a un banco y miraba a un lado y a otro buscando una explicación que sin duda no iba a encontrar. Ensimismado, no logró evitar un trozo de techo que golpeó en su hombro provocándole una fuerte contusión y le hizo caerse de bruces. Al menos sirvió para que se pusiera en marcha de una vez.

-¡Hay que salir de aquí!-gritó a sus compañeros mientras trataba de levantarse.

Un cascote caído del techo golpeó a Howard en la cabeza. El abogado se agarró a la mesa y casi estuvo a punto de perder la consciencia. La sangre caía abundante por su rostro. Lo escuchaba todo como si estuviera debajo del agua. ¿Qué estaba pasando? Entonces oyó la voz apremiante de Norman. ¡Había que salir de allí cuanto antes! Aturdido se levantó como pudo y miró alrededor. ¿Dónde estaba Meredith? ¡Tenía que encontrar a Meredith y sacarla de allí!

La excitación que sentía Meredith mientras escuchaba el alegato de su marido era tal, que la enfermera se mordía el labio inferior con fuerza, hasta el punto de sentir un ligero sabor metálico en su lengua. En ese momento no pensaba en que la gente a su alrededor pudiera darse cuenta de su estado. En su mente más bien se dibujaban los distintos posibles resultados de aquel juicio y como estos podrían cambiar sus vidas.

La enfermera no se equivocaba al creer que aquel juicio podría cambiar su futuro, pero nunca soñó en la forma en que esto iba a suceder.

Con un ruido ensordecedor, todo empezó a temblar, tapando las voces de los presentes, que se preguntaban en alto que es lo que estaba sucediendo, mientras se miraban sorprendidos los unos a los otros. Y entonces llegó el caos.

La gente empezó a gritar asustada y a tratar de huir de forma descontrolada, pensando únicamente en abandonar aquel edificio y salvar así sus vidas. Se empujaban y tropezaban, y más de uno sufrió más daños por las pisadas de sus conciudadanos que por los propios cascotes que caían sobre ellos.

Meredith trataba de poner un poco de orden, gritando ordenes que nadie escuchaba. Oyó a Howard llamándola y se giro para tratar de localizarlo entre el gentío y el polvo que se había levantado. Pero cuando quiso contestarle, un trozo del enyesado del techo la golpeó con fuerza en la cabeza y la enfermera perdió el conocimiento.

Aquello pillo a todo el mundo despistado. Michael trató de esquivar uno de los cascotes, siendo herido por unos cuantos cristales de las ventanas cercanas...

Poco a poco la gente comenzaba a darse cuenta de la situación; de lo que había ocurrido. Un rápido vistazo mostraba a un Warren Cobb con una pequeña herida en el brazo, siendo atendido por el juez que parecía no haber sufrido daños. Del jurado todo el mundo excepto dos mujeres habían salido indemnes. Éstas habían sido alcanzadas por los cascotes y cristales en varios sitios de su cuerpo, pero se encontraban plenamente conscientes.

El fiscal había logrado evitar todo daño, y entre los asistentes había una variedad de situaciones. Gente inconsciente o muerta, gente que escapaba a toda prisa por la puerta, otra que se dedicaba a ayudar quien pidiera ayuda y otros solamente bloqueados ante una situación que había llegado sin avisar.

Howard encontró a Méredith con una pequeña herida en la cabeza en el momento en que se despertaba tras una breve inconsciencia, y poco a poco lograba escuchar con más claridad los gritos de Norman, indicando que había que salir de aquel lugar.

Poco a poco la gente iba saliendo de los tribunales, que quedaban cada vez más silenciosos y desolados. Un guardia jurado se hacía cargo del vagabundo en el mismo momento que una de las paredes daba un pequeño susto que no fue a más. El juez había ordenado que fuera trasladado a la comisaría en caso de seguir siendo un lugar seguro...

Dentro de los tribunales quedaron tres cuerpos por los que no se pudo hacer nada. El resto habían corrido mejor suerte. Unos pocos heridos de gravedad, la gran mayoría como vosotros solo tenía ligeros rasguños o heridas sin mayores consecuencias. En el exterior la polvareda poco a poco se iba posando, desvelando que aunque la gran mayoría de edificios y casas permanece de pié, otras han quedado totalmente derruidas. Son la gente de aquellas vivienda la que se agolpa en el centro de las calles, aguardando... temerosos, preguntándose porque a ellos.

Un rumor comienza a recorrer las calles de Bloomfield. Las minas de Rose Ledge. Al parecer ha habido un derrumbamiento; y algunos mineros han quedado atrapados.

Howard buscó su coche con la esperanza de que siguiera en su sitio. ¡Los niños! ¡La casa! Debía ir a la casa para comprobar que los niños estuvieran a salvo.

Michael estuvo un buen rato dubitativo, tratando de salir del edificio para estar en un lugar más seguro. Ya fuera, buscó con la mirada al resto. Howard llevaba a Meredith al coche con la intención de buscar a sus hijos y Michael no quiso reclamar su atención. Buscó a Norman y caminó hacia él.

—¿Cómo estás? —le preguntó mientras miraba como la gente correteaba a su alrededor, nerviosa por el incidente—. ¿Has oído lo de la mina?

Varias personas estaban gritando y alertaban sobre el peligro de los mineros, incluso algunos caminaban hacia esa mina, quizá para ayudar¹ y Michael miró a Norman para dedicarle un gesto con la cabeza.

—Vamos, quizá podamos ayudar.

Norman golpeaba la ropa con su mano tratando de quitarle el polvo, pero en seguida se dio cuenta de que era una tontería, ya que la polvareda del exterior lo envolvía todo y no tardaría en mancharse de nuevo. Parecía que había comenzado otra guerra, o peor aún, el fin del mundo.

-Estoy bien, gracias-dijo mientras volvía a comprobar su hombro-¿Tú bien?

Asintió a la sugerencia de su amigo.

-Sí, yo también he oído lo de la mina. Cuenta conmigo.

Cuatro manos más quizá podían servir de ayuda. Norman buscó con la mirada a las autoridades más cercanas o aquellos funcionarios o trabajadores que parecieran estar al mando para ofrecerse como voluntario.

Howard y Meredith no tardaron en encontrar su coche, cubierto de polvo y tierra si, pero al parecer no había caído ningún cascote encima. Arrancaron y a toda velocidad recorrieron las concurridas calles de Bloomfield. Al parecer varias casas habían sufrido daños, pero eran realmente pocas las que habían caído del todo. 

Tenían la esperanza de que en su barrio el terremoto hubiera causado menos daño, al fin y al cabo había menos densidad de casas. La verdad es que aunque había menos gente afectada casi todas las casas estaban en mayor o medida dañadas. La suya no había sido una excepción. Nada más llegar en cualquier caso pudieron respirar tranquilos. En el jardín, Elisabeth tranquilizaba a los pequeños. Mientras tanto Bedows ya había comenzado a retirar algunos cascotes de la entrada. Junto a la educadora de sus hijos se encontraba también Eva Brown, la espiritista y actual pareja de Michael...

...

Mientras, Norman y Michael habían decidido informarse sobre aquel rumor de la mina. Al parecer el terremoto había sido considerablemente más fuerte allí, y unos cuantos mineros habían quedado atrapados en el interior. Una vez medio controlada la situación en la ciudad y atendidos a los heridos más graves se estaba comenzando a preparar grupos de voluntarios para subir a la mina. Los dos hombres decidieron presentarse voluntarios y subieron a una de las camionetas que partían hacia el lugar...

Las minas estaban bastante lejos. Había que tomar el camino hacia la Acería Williams, pasar el sanatorio de Manor Peak y recorrer una buena parte de la zona boscosa y montañosa que la rodeaban. En coche no deberían de ser más de 15 o 20 minutos...

Howard no había aún terminado de apagar el motor del coche, cuando Meredith ya estaba abriendo su puerta y saltando afuera para salir en busca de sus hijos. Cuando los vio en el jardín, al lado de Elisabeth, no bajo el ritmo, siguió corriendo hacia ellos, pero unas lágrimas de alivio abandonaron sus ojos.

Llego a su lado y se arrodillo al suelo para ponerse a su altura para besarles y abrazarles, preguntándoles por su estado y tratando de tranquilizarlos.

Se giró entonces hacia las dos mujeres que se encontraban a su altura y al mayordomo.

– ¿Cómo se encuentran? ¿Están bien? –Se interesó sinceramente por su salud–. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Estaba claro que con esa pregunta pretendía hacerse una idea de como habían vivido el terremoto ellos y los niños.

Howard respiró tranquilo. Demasiadas impresiones en un solo día. Se planteó ir a la mina a ayudar pero luego pensó que su lugar, en aquellos momentos, estaba junto a su familia. Él ya había hecho demasiado por aquella ciudad durante aquel juicio.

Mientras Meredith se encargaba de los niños el fue junto a Bedows para preguntar sobre los daños de la casa y determinar si era arriesgado pasar la noche en ella o no.

La camioneta les dejó muy cerca de la zona donde empezaba a llegar gente dispuesta a ayudar. Un hombre de pelo gris tomó el liderazgo y empezó a dar instrucciones.

—¿Están localizados? —preguntó Michael.

El hombre no le hizo caso, estaba afanado explicando al resto de voluntarios el plan de acción. Michael se quedó a la espera de instrucciones.

Norman, acostumbrado a seguir instrucciones, subió militarmente al camión y se mantuvo en silencio hasta que llegasen a la mina. La tensión y pesadumbre reinaban en el ambiente, como era de esperar. 

- No lo creo - Dijo el mayordomo golpeando con la mano en el quicio de la puerta de la entrada. - La construcción es buena. Habrá que hacer limpieza y recoger bastante eso si. El interior ha quedado bastante destartalado, pero nada que no pueda solucionar señor Miles.

Mientras tanto, Meredith hablaba con Elisabeth y Eva. Los niños estaban bien, un poco asustados, pero en ningún caso heridos. Ana miró a Meredith y le hizo una señal para que la siguiera, acercándose a Howard y Bedows

- Howard, Meredith - Dijo haciendo una pausa para pensar sus palabras y ordenarlas. 

- Al parecer el terremoto ha afectado a las minas que hay pasado el sanatorio. - Eva dio un suspiro mirando a los niños y prosiguió - Me han pedido para que trate de averiguar con mis poderes como están los mineros, o si han muerto muchos. Se... se que no es buen momento, con los niños y la casa pero... - 

Bedows miró a Eva inquisitivamente, sabía perfectamente lo que iba a pedir y no parecía que fuera a estar muy de acuerdo con ello. 

- Howard, tu hacías escalada, estoy seguro que te sabes mover por aquel lugar y tu Méredith; si hay alguien herido... En el hospital me han dicho que no pueden mandar a nadie porque están saturados. -

No terminó su frase, aunque a estas alturas no era ya necesario. 

Meredith escuchó a Eva y dudó un momento. Seguía preocupada por los pequeños, pero debía de reconocer que, además del lógico susto, no habían sufrido daño alguno. Y en manos de Elisabeth se encontrarían bien.

Así y todo, la enfermera estaba algo insegura. Entendía los motivos para que Eva les pidiera a ambos que acudieran a ayudar, y ella por profesión se sentía impulsada a hacerlo…

Miró a su marido, esperando que fuera él quien la sacara de su indecisión.

—Sabiendo que los niños están bien nuestro deber es ayudar a esa pobre gente.

Pero antes de irse hacia el coche se detuvo un momento para hablar a Bedows sin que las mujeres le escuchasen:

—Escúcheme bien Bedows, porque es usted de las pocas personas en las que puedo confiar. Quiero que todo el tiempo tenga a los niños vigilados. Lo que he averiguado para este juicio me tiene muy preocupado y estoy totalmente seguro de que el asesino no es mi defendido. Es más: temo que si tengo razón en eso el verdadero asesino pueda querer tramar algún tipo de venganza contra mí.

Miro a los niños que jugaban en el salón, ajenos a todo:

—Son lo más importante que tengo Bedows. No les quite ojo y si nota cualquier actividad sospechosa encárguese personalmente de protegerlos. Le sonará raro pero ni siquiera confío en la policía.

Después de darles un beso de despedida a ambos regresó al coche con las mujeres.

—Muy bien... vayamos a las minas.