Partida Rol por web

Jueves 29 de Mayo de 1924

Hace ya unas semanas que la actividad en el hospital se ha regulado. Los heridos por el terremoto ya dejaron de llegar y las altas de los que todavía quedaban aumentaban día a día. Sin embargo hacía ya unos días que llegaban más personas heridas por reyertas de lo habitual. Todas parecían tener el mismo patrón de comportamiento, guardando silencio sobre lo que había ocurrido o achacándolo a incidentes domésticos sin importancia...

Aquel día, Jueves 29 de Mayo, Meredith tenía turno en Urgencias, y ante una mañana tranquila permanecía en la sala del café con sus compañeras...

El trabajo en el hospital no se había tranquilizado. Ahora la esperaban una serie de casos de urgencia en los que los heridos mostraban contusiones, cortes y heridas diversas, al parecer provenientes de simples accidentes domésticos. Pero Howard acababa esa misma mañana de llamar su atención a una noticia en el periódico acerca de posibles luchas de bandas o mafias locales. Lo ocurrido últimamente había hecho que Meredith empezara a tener momentos de esquizofrenia, en los cuales todo lo que veía a su alrededor tenía, de alguna forma más o menos racional, relación con los terribles misterios que se escondían en la ciudad de Bloomsfield y que la amenazaban a ella y a su familia. Es por ello por lo que la enfermera estaba convencida de tener que sacar más información acerca de lo sucedido realmente a las personas que llegaban al hospital aparentemente por incidentes caseros y buscó la manera de que la enviaran a trabajar hoy al servicio de urgencias. Una vez allí, ya se encargaría de intentar sonsacar a alguno de ellos para que la diera más detalles.

Tenía también que tratar de averiguar algo más acerca de las autopsias hechas a la familia Belasco. Así que, durante la pausa para la comida compró unos cuantos sándwiches y se acercó a la morgue para compartirlos con sus compañeros en este departamento y ver si lograba ganarse su favor. Quizás un buen bocadillo de beicon con queso hacía que se les aflojara la lengua.

Los bocadillos parece que despertaron la simpatía de los compañeros de la morgue; y aunque al principio curiosos por aquella pregunta accedieron finalmente a buscar los documentos de la autopsia. 

— Pásate antes de salir Meredith — le dijeron mientras degustaban los bocadillos — Las autopsias de gente con renombre suelen ser fáciles de encontrar... y la de Belasco no creo que sea la excepción —

Lo cierto es que poca gente viajaba a la morgue, pero aquellos tipos eran sin duda amables. Quizá la falta de trato con vivos hacía que cuando se daba la oportunidad estuvieran más receptivos de lo habitual. 

Con ánimos renovados caminaba pensando en si realmente escondería algo aquella autopsia cuando uno de los doctores de guardia de urgencias pasó a toda velocidad a su lado.

— ¡Vamos Meredith! ¡Un herido de bala! —

Se trataba de un hombre trajeado con un par de heridas de bala en el abdomen. Estaba cubierto de sangre; al parecer había perdido mucha durante el traslado. Estaba prácticamente inconsciente, balbuceando en una especie de delirio incomprensible. 

Dando explicaciones acerca de un libro que quería escribir su marido sobre las familias más influyentes de Bloomfield y adjuntando que querían conocer los motivos de la muerte de los Belasco para evitar así cometer algún error en la redacción del texto y encontrarse con consecuencias desagradables –“Howard es abogado y prefiere seguir sentándose en su lado del banquillo, sabes.“– , Meredith había logrado convencer a sus compañeros de la morgue para que la ayudaran en su búsqueda personal de las autopsias⁰. Los guiños de ojo cómplices y los bocadillos donados seguramente también ayudaron bastante.

De buen humor regresó a su planta del hospital a retomar su turno, cuando, con urgencia, uno de los doctores llamo su atención requiriendo sus servicios. En seguida se hizo cargo del paciente. Cortó las ropas que llevaba encima, para evitar impurezas que pudieran empeorar aún más la herida, y limpió el cuerpo del hombre con gasas limpias. Cortó la hemorragia y le proporcionó oxígeno, queriendo que los órganos internos estuvieran bien irrigados.¹ Una vez hubo concluido con el tratamiento rutinario para este tipo de casos esperó a que el equipo quirúrgico viniera a ocuparse del herido.

Mientras Meredith controlaba las constantes vitales de aquel hombre, este empezó a balbucear frases sin sentido. ¿Y si lo que le había sucedido tenía que ver con la aparente guerra de bandas que se había desatado en la ciudad? ¿Y si en su estado compartía involuntariamente algún dato con ella que pudiera ser de interés? La enfermera no iba a dejar pasar esa oportunidad y, mientras aplicaba gasas frías en la frente del hombre para aliviar algo la subida de temperatura de su cuerpo, le hablaba con suavidad, animándole a explicar lo que le había pasado.²

A toda velocidad entraron en el quirófano dos doctores, Meredith y una segunda enfermera. Las heridas del hombre presentaban un aspecto preocupante en palabras del propio doctor principal. Parecía que las balas habían perforado diversos órganos. Cuando el hombre estaba a punto de desmayarse por la anestesia suministrada, miró a la enfermera y la acercó a su boca susurrándole algo al oído:

— No puede permitirlo... yo no he podido evitarlo. Hágalo por mi hijo. —

Acto seguido, el hombre entró en un estado de inconsciencia inducido por la anestesia. La mano del misterioso hombre sujetaba con fuerza la de la enfermera, hasta que sus músculos finalmente se relajaron. Cuando Meredith retiro su mano ensangrentada, se dio cuenta de que el hombre había depositado en ella un papel arrugado, casi como una bola.

Por el tacto áspero que sentía en su mano derecha, aquel desconocido la había pasado un trozo de papel. Pero, unido a que la había pedido, con las que tal vez pudieran convertirse en sus últimas palabras, que realizara una tarea que él mismo no había podido cumplir, aquella nota pesaba como si estuviera escrita en un trozo de acero.

La guardó en uno de los bolsillos de su bata, esperando para leerla cuando disfrutara más tarde de un momento de tranquilidad. Ahora debía de darlo todo por ayudar a salvar la vida de aquel hombre. Atendía a las peticiones del doctor y procuraba, en los momentos donde no éste no la necesitaba, calmar la fiebre del herido. En esos instantes, y aunque no sabía si la oía, le hablaba tratando de tranquilizarlo y darle ánimos.

– No se preocupe. Está en buenas manos.

Eran palabras ambiguas que, si el médico las escuchaba, no levantarían sospecha. Pero esperaba que el desconocido entendiera el significado real.

Solo con ver el rostro del doctor Meredith ya sabía que la cosa no iba bien. Cuando se sabían ganadores en el combate contra la muerte siempre hablaban, bromeaban y parecía más que estaban en una barbacoa que operando. Pero el silencio de la sala pesaba, era espeso y hacía todavía más difícil el trabajo.

Por lo que Meredith pudo ver el hombre presentaba una fuerte hemorragia interna que el médico  con estaba consiguiendo detener. Después de un par de horas críticas en las que sin dudas se hizo todo lo posible el hombre termino por fallecer. El doctor certificó la hora de fallecimiento y solicitó a Meredith que se hiciera cargo de limpiar el paciente y prepararlo para su traslado a la morgue...

Meredith se santiguo cuando el médico dejó claro que no tenía sentido seguir. Habían perdido a aquel hombre. No le conocía de nada, sin embargo, ese gesto de confianza que había tenido con ella la había dispuesto afectivamente y sintió una pena algo mayor de lo habitual cuando se moría uno de sus pacientes.

Cuando el equipo médico la dejo al cuidado del cuerpo para prepararlo antes de llevarlo a la morgue, la enfermera aprovechó el momento para buscar la identificación del hombre y alguna otra interesante información que llevara encima. Se sintió mal al hacerlo, pero recordó que lo hacía por que el mismo la había pedido ayuda. Había hablado de sus hijos, y Meredith debería de saber dónde vivía el desconocido para ver que podía hacer para satisfacer su último deseo.

Cuando terminó, se preparó para llevar el cadáver a la morgue¹.

Meredith pudo comprobar que el cadaver llevaba un traje elegante y zapatos caros. Destacaba que el hombre portaba una sobaquera en la que todavía se podía ver un flamante Colt del .45 automático y un par de cargadores. En los bolsillos del pantalón había una cartera con unos 100 dólares, una foto del hombre con una mujer y un niño pequeño, de unos seis años, y una licencia de conducción a nombre de Michael Rourke.

La teoría decía que todas esas pertenencias debían ser debidamente embolsadas, metidas en una caja y entregadas a los agente que presumiblemente estarían esperando fuera al tratarse de un posible caso relacionado con la mafia.

Durante la limpieza del cuerpo, Meredith pudo darse cuenta que aquel hombre tenía multitud de tatuajes por el torso y los brazos. Los nudillos estaban en parte deformados, lo que apuntaba a la posibilidad de que pudiera emplearlos de forma habitual.

Se sorprendió al encontrar que el hombre portaba un revolver. Eso, sumado a las ropas caras, daba a entender que el muerto debía de pertenecer a la mafia o a un grupo criminal local de importancia. O tal vez fuera el guardaespaldas de alguna de las familias ricas de Bloomfield. Meredith se encontró fantaseando acerca de la vida del desconocido. Cuando vio los misteriosos tatuajes, todas sus teorías se vinieron abajo. ¿No había dicho Michael que el grupo de extraños que habían sido vistos cerca del parque dónde apareció el cuerpo del niño llevaban el cuerpo tatuado?

La enfermera sacudió la cabeza, tratando de negar ese hilo de pensamientos. Pero miró con detenimiento los dibujos en la piel del difunto, tratando de recordar si había visto algo parecido con antelación.

Luego escribió el nombre del hombre en un papel y devolvió el carné de conducir a su sitio en la cartera. Dejó todo como lo había encontrado, salvo por la foto de la familia. Calmando su conciencia, repitiéndose que Michael la había dado una misión, guardo la fotografía en el bolsillo dónde tenía el papel que la había pasado.

Sabiendo que había terminado de hacer su trabajo en la sala de operaciones, salió de ella, avisó de que podían hacerse cargo del cadáver y buscó un lugar tranquilo donde echar un ojo al contenido de la misteriosa nota.

Meredith miró los tatuajes con detenimiento. No vio ninguno que le recordara a nada relacionado con la muerte del pequeño. Se guardó la foto de familia y salió del lugar. Al salir del quirófano pudo ver que un par de policías estaban sentados en el exterior del mismo. 

— Señorita — Dijo uno de ellos haciendo un saludo con su gorra.

No tardó en encontrar una sala de café solo para personal en la que estar tranquila y poder abrir la pequeña pelotita de papel que le había pasado el difunto.

«Camino del este Nº48».

Se trataba de una dirección de las afueras de la ciudad, en la zona de Barton Cove. Un sitio no muy recomendable para la gente
de bien de Bloomfield...

No conocía la dirección que había encontrado en la nota, pero, consultando con una conocida, descubrió que se encontraba situada en una zona poco recomendable de la ciudad. Estaba claro que aquello no casaba con las caras ropas que vestía el difunto. Eso habría dos posibles campos de investigación.

Uno de ellos era visitar aquella dirección y ver que se encontraban allí. Pero Meredith tenía claro que ella no iría allí sola. Y mucho menos tras el trabajo y la oscuridad abriéndose paso en las calles de Bloomfield. No. Eso era más bien una tarea para Norman, decidió la mujer para sí.

El otro era tratar de localizar el domicilio de Michael Rourke y hablar con su mujer. Quizás ésta pudiera darla algún tipo de información que la ayudara a descubrir que se traía el señor Rourke entre manos. Que era eso que debía de no permitir. Lo hablaría esa misma noche con Howard. Él seguro que sabía como encontrar la dirección de aquel hombre.

Continuó con sus tareas, esperando a que llegará el final de su jornada y tuviera los informes de la autopsia de los Belasco. Estaba orgullosa de poder aportar a sus amigos algunos datos, que sirvieran para desvelar el misterio de la ciudad de Bloomsfield.