Partida Rol por web

—¿Se encuentra usted bien? —preguntó mientras ayudaba a Meredith limpiando la herida—. ¿Dónde están los demás? ¿Ha sobrevivido más gente?

Michael intentaba obtener información del superviviente a la vez que intentaba calmarlo, aunque era difícil.

Picar durante un desprendimiento era una tarea arriesgada que requería una forma física y conocimientos de los que Howard carecía¹, así que se aproximó a donde estaba el herido por si pudiera ser de ayuda allí.

Norman se puso manos a la obra, picando junto a los mineros para tratar de alcanzar a sus compañeros atrapados al otro lado.

Mientras los hombres se ocupaban de las actividades que requerían de músculo o de conocimientos técnicos de los que ella no disponía, Meredith prestaba atención sanitaria al herido, comprobando su estado con mirada profesional. Esperaba que realmente se tratará de un simple dolor de cabeza, pero también podía ser algo más grave, un traumatismo o algo parecido.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Hay más hombres encerrados?

Trataba de mantenerle ocupado y descubrir si pensaba de forma lúcida o había lagunas en sus recuerdos más cercanos.

- Si - Dijo el minero rescatado tras beber un poco de agua y recuperarse. - Soy Adrian Martin. Me quedaba poco para finalizar el turno. Mi compañero y yo estábamos recogiendo cuando la tierra empezó a temblar violentamente.

Cambiaba las miradas entre Meredith, Ramón y Michael. 

- El resto de compañeros se encontraban trabajando en la otra galería. Jamás había vivido nada así. Por momentos, parecía que toda la mina se iba a venir abajo. Los cascotes y las rocas comenzaron a caer desde todos los lados, las luces parpadearon y se apagaron. La tierra ha querido devorarnos. - Relató el minero.

- Ya ha pasado. Encontraremos al resto y enseguida estaremos fuera - Le dijo Ramón tratando de darle algo de consuelo...

Mientras tanto, Daniel y Will, ayudados por Norman hacían turnos para picar sin descanso. Cada poco rato parecían escucharse con más claridad los picos al otro lado, y tras dos largas horas^[1] un agujero se abrió en el camino. Lo habían logrado. Rápidamente apartaron las rocas para descubrir que al otro lado había más de una docena de mineros.

Un rápido análisis desveló que la situación era bastante precaria. Tras muchas horas atrapados en la oscuridad y posiblemente varios desprendimientos, tres de ellos habían fallecido, seis mineros presentaban heridas de diversa gravedad dificultando su movimiento considerablemente y otros cuatro se encontraban en un estado físico aceptable, pero psicológicamente agotados.

Michael se apresuró para ayudar a los mineros y ofrecerles algo de agua o afanarse en ayudarles a moverse.

—Tenemos que salir de aquí cuanto antes —dijo cuando todos estuvieron reunidos en la sala del montacargas—. ¿Hay material suficiente para hacer unas camillas para los heridos¹? Con los que somos ahora podríamos intentar colocar de nuevo el montacargas en su lugar y tratar de salir por ahí. El otro camino es muy largo y quizá los más graves lo pasarían excesivamente mal.

Se levantó y se acercó al montacargas que estaba fuera de su rail

—¿Qué os parece? ¿Alguno tiene una idea mejor?

-Arreglemos ese maldito montacargas de una vez por todas.

Norman pidió ayuda a unos cuantos mineros, aquellos que pareciesen más fuertes y sanos (seguramente los que les acompañaron, aunque si hacía falta acudiría a alguno de los otros).

En cuanto lograron abrirse paso a través de las rocas y cascotes que bloqueaban el túnel e impedían el paso hasta los mineros atrapados y pudieron llegar hasta ellos, Meredith no dispuso de un minuto libre. Dejó a los hombres que no mostraban ningún tipo de complicaciones, heridas abiertas o traumatismos a cargo de Norman, mientras ella pasaba de uno a otro herido haciéndose una idea del estado de cada uno y de como podía hacer una cura de emergencia, aliviar los dolores, estabilizar a los que peor estaban.

Un pensamiento pasó por su cabeza. El recuerdo de un hombre que habían dejado atrás.

– ¡Howard! No podemos olvidarnos del matón que nos encontramos en la otra galería. –comentó a su marido. Se detuvo un momento, recordando que no sabía que habían hecho con él al final–.  Por qué… esta vivo, ¿verdad Howard?

Howard asintió.

—¡Claro que está vivo! Lo dejamos durmiendo plácidamente. Estoy seguro de que las autoridades lo rescatarán cuando puedan acceder a la mina. En estos momentos nuestra prioridad es salvar la gente que no ha intentado matarnos al vernos.

Por su parte no tenía intención alguna de intentar salvar a aquel malnacido. Un gasto menos para el sistema. Si luego la policía quería realizar una operación de rescate allá ellos. Evidenciando que la suerte de aquel tipo le importaba bien poco intentó ayudar a Norman:

—Será lo mejor. Sé que están cansados pero quizás entre todos podamos poner esto en su sitio y salir de aquí cuanto antes. Hay compañeros que necesitan ayuda urgente.— y añadió a regañadientes —Y luego alguien podrá regresar para rescatar al pistolero. Tranquila querida.

Una vez todos los mineros estaban en la sala principal y Meredith los había atendido para comprobar que ninguno de los supervivientes corría peligro de muerte, todos se pusieron a trabajar. 

Norman, Howard y Michael junto con unos cuantos mineros^[1] comenzaron a tirar y nivelar, tratando de recolocar el montacargas. Tras un sonoro golpe al sacarlo del lugar donde se había encajado no tardaron en volver a posicionarlo en las guías donde debía estar. Un pequeño momento de euforia alegró a los presentes, parecía que al final todo iba a salir bien.

Mientras tanto, Meredith ayudada por un par de mineros más, habían conseguido hacer unas improvisadas camillas para movilizar a los seis que se encontraban en peor estado. 

El sonido del montacargas bajando fue maravilloso, hacía demasiado ruido, incluso al principio algunas pequeñas rocas cayeron haciendo temer lo peor; pero finalmente los viajes comenzaron y para cuando con el último ascenso todos lograron salir al exterior ya había un gran júbilo por parte de todos los presentes. 

Los sanitarios desplazados comenzaban a atender a los heridos y a los no tan heridos. Las mujeres de los mineros rescatados se acercaban y besaban  y abrazaban a los héroes después de hacerlo con sus maridos, agradeciendo el coraje demostrado. Por otro lado las miradas perdidas de algún niño y de las ahora viudas empañaban aquel momento de jolgorio...

Michael se desplomó en el suelo una vez estuvieron fuera. No era cansancio o agotamiento físico, era más bien una forma de liberar toda la tensión que habían sufrido ahí abajo. Esa extraña cueva con esos musgos luminiscentes todavía rondaba por su cabeza. ¿Qué diablos sería aquello?

Desde el suelo, sentado, buscó al grupo de mineros que les había impedido el paso horas atrás para tratar de valorar sus rostros. ¿Estarían enfadados por su éxito o quizá se alegraban de que el grupo se hubiera saltado sus órdenes y hubiera decidido actuar?

Norman no pudo evitar sonreír como un niño al volver a ver la luz del sol. Su cansancio era apenas una molestia al lado del éxtasis que sentía al salvar la vida. La suya y la de aquellos mineros. No eran tantos como le hubiese gustado, pero eran más de los que realmente pensó que podrían salvar.

Ahora lo que más le apetecía era volver a casa y dar un buen trago al bourbon que tenía escondido en un mueble. Eso, una buena ducha y unas horas de descanso. Era lo mínimo que necesitaba antes de ponerse a pensar en todo por lo que habían pasado, sus consecuencias y, sobre todo, los inquietantes descubrimientos.

Habían logrado lo impensable. Si bien era cierto que no habían podido rescatar a todos los mineros desaparecidos, el número de personas que habían logrado sacar al exterior era mucho mayor de lo que nadie hubiera soñado.

Pero Meredith, agotada física y mentalmente como estaba por todo lo vivido en aquella mina, no se pudo permitir un descanso. Debía de trabajar con el equipo médico, que había montado sus instalaciones en las cercanías de la entrada a las galerías, y darles cualquier información que necesitaran acerca del estado de los enfermos y de cómo se los habían encontrado en los túneles.

No veía el momento de regresar a su casa, ver como se encontraban los niños y tumbarse a dormir hasta el día siguiente.

Al igual que el resto Howard sólo pensaba en ir a casa. Había sido un día agotador. Pero aún así se aproximó a los agentes de la autoridad presentes y les informó de los sucedido con el otro Norman y la despensa de licor ilegal que encontraron. Decidió, eso sí, ocultar el hecho de que habían leído el libro de cuentas y, sobre todo, de que habían encontrado la botella con la marca que tenía el niño tatuado. No se fiaba de las autoridades. En realidad no se fiaba de nadie. Del mismo modo se limitó a decir que habían dejado al tal Noman atado en un vagón sin más. Cuando lo encontraran medio intoxicado negaría haber tenido nada que ver. Después de todo ¡había bebido el líquido con sus propias manos!

Tras eso buscó a Meredith y se despidió de sus compañeros hasta el día siguiente. Se habían ganado un merecido descanso pero esperaba contar con ellos en su oficina por la mañana para desentrañar si lo que habían encontrado en las minas tenía algo que ver con la muerte del muchacho. También querría enterarse que habían hecho las autoridades, finalmente, con el tal Norman.

El ánimo generalizado era bueno, todos los mineros parecían contentos de que se hubiera tomado aquel camino alternativo. Todos estaban celebrando los rescates y lamentando las pérdidas, y sin embargo antes de que Howard hablara con las autoridades un hombre se acercó a los cuatro en cuanto se liberaron del tumulto que los rodeaba.

- Buenas tardes - Dijo el hombre - soy Cahel Cochrane, el capatáz de la mina. Estoy muy agradecido por lo que han hecho hoy caballeros. Y señorita - Enseguida preguntó por la incursión en la mina, el camino tomado y los descubrimientos realizados ^[1].

- Les aconsejo que se guarden esta información caballeros. Podrían meterse en problemas si la van desvelando por ahí. De nuevo, gracias por su ayuda - Sin más se despidió regresando a sus tareas organizando y ayudando al resto.^[2] 

Meredith ayudó hasta que todos los heridos fueron atendidos y trasladados al hospital de Bloomfield.

En un momento dado, todos excepto Michael que parecía estar disfrutando de un merecido descanso, se pudieron percatar de alguien que les observaba desde la lejanía. Se tratana de un hombre enjuto, barbudo y de rostro moreno que observaba a los nuevos héroes de Bloomfield. Vestía un turbante de brahmán y sin duda su presencia era inquietante. Nadie más parecío percatarse de aquella presencia. Tan rápido como un parpadeo aquel hombre desapareció, y por mucho que se buscara entre el gentío no volvió a aparecer.

Cuando decidieron por fin regresar a casa no parecía que fuera a ser tan fácil. Primero les asaltó una mujer. Se presentó como Marisa Atkins, la mujer del minero rescatado Adrian Martin. Se enteraro de que está embarazada, de que temía por la vida de su marido y que no sabía que hubiera sido de ella y su bebe sin su ayuda.

Un par de pasos más y un nuevo asalto. Esa vez de un hombre de porte imponente y firmes andares, con ropa de monte y sombrero de explorador ceñido por una cuerda a su barbilla. Con fuerte apretón de manos a cada uno de los cuatro se presentó.

- Saludos, soy el capitán Samuel Wilkinson, reserva del ejército norteamericano como piloto de aeronaves - 

El capitán se mostraba muy impresionado por la actitud y el coraje de los cuatro. Informó que sabía que, por el motivo que fuera, Cochrane no estaba por la labor de facilitar las tareas y enseguida comenzó a hablar acerca de "Blackstone". Se trataba de un selecto club de Bloomfield. Muy antiguo y elitista. El club estaba compuesto por prácticamente todos los hombres relevantes de la ciudad. Wilkinson quería proponer a los tres caballeros la entrada inmediata en el club. Se disculpó ante Meredith, puesto que el club era solo para caballeros, permitiendo la entrada a mujeres solo para charlas o actividades específicas.^[3] 

Norman dudó si aquel hombre de aspecto oriental era real o efecto de su imaginación. No comentó nada al resto. Prefirió esperar a mañana y, si todavía lo recordaba y no se desvanecía como un sueño, quizá lo compartiera con ellos.

Sorprendente fue también la proposición del capitán. Norman se imaginó a los miembros de aquel club, bien vestidos, con puro y copa en mano, pues ya se sabe que la ley no impide a los poderosos alcanzar lo que desean. Por un lado se sentiría como un extraño allí, pero por otro estaba bien codearse con la gente importante si quería medrar en Bloomfield. Al fin y al cabo, seguramente no tardaría en abandonar su trabajo en el sanatorio si surgía una oferta mejor, en vista de que sus sospechas sobre el lugar no se confirmaron.

-Es un honor su oferta señor Wilkinson. Soy un hombre humilde y no sé si encajaré en un club de esas características, pero estaré encantado de formar parte de la familia Blackstone.

Michael no estaba acostumbrado a ser tan popular y, en cierto modo, le incomodaba que la gente le parase de camino para agradecer su hazaña. A fin de cuentas había hecho lo que cualquiera habría hecho en su lugar.

La invitación del señor Wilkinson le pareció más extraña todavía. Era normal que invitase a Howard a unirse a ese club, después de verse incrementada su popularidad pero... ¿al resto? Se quedó mirando a Howard antes de tomar una decisión y finalmente se encogió de hombros. Si Howard aceptaba, él también lo haría aunque solo fuera por no dejar pasar la oportunidad. Su negocio podría fructificar finalmente si su red de contactos aumentaba.

Justo antes de despedirse habló con el resto del grupo.

—Hay algo que me da vueltas a la cabeza —dijo preocupado—. ¿Qué clase de cueva era esa? Jamás he visto un musgo de ese tipo y, quizá me llamarán loco pero aquella cueva me parecía orgánica. Lo se, es una locura. Que descanséis —dijo tras una pausa mostrando un rostro contrariado.

Meredith no tenía bien claro cómo interpretar la extraña reacción del capataz Cochrane. Estaba demasiado cansada e impresionada por lo vivido en la mina, como para tener una mente clara en este momento. Ya tendría ocasión de hablar con Howard sobre ello más adelante.

También achacó la visión del hombre del turbante al cansancio acumulado. Sin embargo, algo en el rostro de su marido, cuando se giró a hablar con él, la hizo comprender que no solo ella había visto algo extraño. ¿Acaso existían los espejismos colectivos? Otro asunto sobre el que conversar en otro momento más adecuado.

Se habían despedido ya de los mineros y sus familiares, que no querían perder la ocasión de agradecerles la ayuda asistida, y estaban a punto de abandonar aquel lugar, cuando un tal capitán Wilkinson se acercó a ellos haciéndoles una proposición de lo más interesante. Aunque la propuesta no era extensible a Meredith.

– ¡Oh! No se preocupe, caballero. Entiendo perfectamente que los hombres necesitan de un espacio donde hablar de sus cosas.

Por último, fue Michael quien, justo antes de irse a despedir, se sinceró con los demás y volvió a recordar los extraños momentos vividos en aquella mina.

– Si. Definitivamente tenemos mucho de lo que hablar, señor Thomas. ¿Nos acompañarían mañana con unas pastas y una taza de té?

—Gracias por su advertencia señor Cochrane. Sería una pena que la persona que hubiera visto la licorería ilegal que tiene en su mina, además de lo que sea esa otra galería extraña fuese un abogado ¿no cree? Porque entonces igual se vería interesado en levantar ampollas del asunto sin sentirse intimidado por un cacique cualquiera. Imagínese ¡un abogado de ciudad acostumbrado a lidiar con la mafia! ¿Cree que sentiría miedo? No sé.

Se dio la vuelta como si aquello hubiera acabado pero, en el último momento se giró para darle una tarjeta a Cochrane:

—Casi se me olvida ¡es que ha sido un día tan emocionante! Aquí tiene mi tarjeta por si necesita un abogado.

Y dándole unas palmadas al individuo se fue a informar inmediatamente a la policía de lo que había visto, tal como pensaba hacer. Estaba seguro de que Cochrane los tendría untados pero quería dejar claro de que se habían topado con la horma de su zapato. Si pensaban intimidarlo habían tocado en hueso.

El tipo de turbante le pareció turbador. Demasiadas cosas raras en un solo día. Necesitaría tiempo para asimilarlas. Pero desde luego sí que aceptó la invitación de Wilkinson. No sabía si le estaban invitando a nadar en una piscina llena de tiburones pero recordaba aquel viejo dicho: 'ten cerca a tus amigos y más cerca todavía a tus enemigos'. Desconocía quien era quien en Bloomsfield pero el abogado llegaba dispuesto a que todos supieran quien era él. La vida le había dado una oportunidad de enmendar viejos errores y buscar justicia. Quizás si lo conseguía dejase de tener pesadillas con lo sucedido en Nueva York.

Y así es como los cuatro marcharon a sus casas, ahora si sin interrupciones. El frío de Bloomfield no fue cortes con ellos durante el viaje, el agotamiento comenzó a calarles más que la propia aguanieve y no fue hasta que se tumbaron en sus camas que pudieron finalmente desconectarse de todo lo que había ocurrido aquel día y dormir... si cada uno descansó o no solo supieron ellos...