Uno a uno, los jugadores atravesaron el vórtice, despidiéndose, probablemente para siempre, de su compañero de aventuras durante los últimos días.
Como si te quedases dormida, la realidad desaparece por completo a tu alrededor y abres los ojos con una voz conocida.
Sea quien sea esa persona, te está despertando con mucha calma, con mucho cariño, acaricia tu mano, el brazo o quizás el pelo. Dice tu nombre como si temiera pronunciarlo y casi rompe a llorar cuando por fin abres los ojos. Buscas alrededor y te encuentras en una cama de hospital, entre un montón de máquinas y sientes una incomodidad creciente, como si te doliera todo pero tu cuerpo no fuera tuyo. El dolor de cabeza crece y necesitas medicamentos para dejar de sufrir ese calvario.
Intentas averiguar lo sucedido, pero nadie se atreve a contarte nada, los trabajadores evitan el tema, tu familia te insiste en que debes primero recuperarte y las dos siguientes semanas requieres de rehabilitación para poder ponerte en pie. Un mes después, se te permite, por fin, volver a casa bajo supervisión con visitas periódicas para recuperar por completo tu estado físico.
Y ese es el día que descubres todo.
La información llega de forma imprevista, otro conocido, emocionado por verte despierto, pregunta si has soñado algo durante el coma. La conversación es rápidamente interrumpida por esa persona que se ha propuesto para ser quien te supervise, pero un par de horas después, consigues que acepte contarte lo que sucede, a cambio de dejar el tema aparcado.
El día que desapareciste, ese que para ti fue hace casi dos semanas, encontraron tu cuerpo tirado en la calle donde te tragó el vórtice, en coma, casi sin respiración y sin un solo signo de que fueras a despertar, pese a la gran actividad que pudieron encontrar en tu cerebro. No hay ninguna explicación médica con todas las radiografías, pruebas cerebrales y demás intentos de averiguar lo sucedido. No han pasado trece días como te parece a ti. Ha pasado casi un año y medio desde que te encontraron.
Con la renovada calma, la vuelta a la rutina y el cariño extra por el susto, comienzas a creer que todo ha sido una creación de tu mente, que estás a salvo y nunca ha ocurrido nada de lo que viste o hiciste. Y, tal como se fue, el miedo a lo ocurrido vuelve cuando alguien cercano te menciona el gracioso tatuaje que tienes en la nuca, queriendo saber su significado. Un tatuaje con un número que corresponde al que usaron para nombrarte en el castillo y solo dos palabras.
Game Over
Uno a uno, los jugadores atravesaron el vórtice, despidiéndose, probablemente para siempre, de su compañero de aventuras durante los últimos días.
Como si te quedases dormida, la realidad desaparece por completo a tu alrededor y abres los ojos con una voz conocida.
Sea quien sea esa persona, te está despertando con mucha calma, con mucho cariño, acaricia tu mano, el brazo o quizás el pelo. Dice tu nombre como si temiera pronunciarlo y casi rompe a llorar cuando por fin abres los ojos. Buscas alrededor y te encuentras en una cama de hospital, entre un montón de máquinas y sientes una incomodidad creciente, como si te doliera todo pero tu cuerpo no fuera tuyo. El dolor de cabeza crece y necesitas medicamentos para dejar de sufrir ese calvario.
Intentas averiguar lo sucedido, pero nadie se atreve a contarte nada, los trabajadores evitan el tema, tus amigos te insisten en que debes primero recuperarte y las dos siguientes semanas requieres de rehabilitación para poder ponerte en pie. Un mes después, se te permite, por fin, volver a casa de uno de ellos bajo supervisión con visitas periódicas para recuperar por completo tu estado físico.
Y ese es el día que descubres todo.
La información llega de forma imprevista, otro conocido, emocionado por verte despierto, pregunta si has soñado algo durante el coma. La conversación es rápidamente interrumpida por esa persona que se ha propuesto para ser quien te supervise, pero un par de horas después, consigues que acepte contarte lo que sucede, a cambio de dejar el tema aparcado.
El día que desapareciste, ese que para ti fue hace casi dos semanas, encontraron tu cuerpo tirado en la calle donde te tragó el vórtice, en coma, casi sin respiración y sin un solo signo de que fueras a despertar, pese a la gran actividad que pudieron encontrar en tu cerebro. No hay ninguna explicación médica con todas las radiografías, pruebas cerebrales y demás intentos de averiguar lo sucedido. No han pasado trece días como te parece a ti. Ha pasado casi un año y medio desde que te encontraron.
Con la renovada calma, la vuelta a la rutina y el cariño extra por el susto, comienzas a creer que todo ha sido una creación de tu mente, que estás a salvo y nunca ha ocurrido nada de lo que viste o hiciste. Y, tal como se fue, el miedo a lo ocurrido vuelve cuando alguien cercano te menciona el gracioso tatuaje que tienes en la nuca, queriendo saber su significado. Un tatuaje con un número que corresponde al que usaron para nombrarte en el castillo y solo dos palabras.
Game Over
Uno a uno, los jugadores atravesaron el vórtice, despidiéndose, probablemente para siempre, de su compañero de aventuras durante los últimos días.
Como si te quedases dormida, la realidad desaparece por completo a tu alrededor y abres los ojos con una voz conocida.
Sea quien sea esa persona, te está despertando con mucha calma, con mucho cariño, acaricia tu mano, el brazo o quizás el pelo. Dice tu nombre como si temiera pronunciarlo y casi rompe a llorar cuando por fin abres los ojos. Buscas alrededor y te encuentras en una cama de hospital, entre un montón de máquinas y sientes una incomodidad creciente, como si te doliera todo pero tu cuerpo no fuera tuyo y a la vez sí. El dolor de cabeza crece y necesitas medicamentos para dejar de sufrir ese calvario, volviendo a quedar inconsciente.
Intentas averiguar lo sucedido, pero nadie se atreve a contarte nada, los trabajadores evitan el tema, tu familia te insiste en que debes primero recuperarte y las dos siguientes semanas requieres de rehabilitación para poder ponerte en pie. Un mes después, se te permite, por fin, volver a casa bajo supervisión con visitas periódicas para recuperar por completo tu estado físico.
Y ese es el día que descubres todo.
La información llega de forma imprevista, otro conocido, emocionado por verte despierto, pregunta si has soñado algo durante el coma. La conversación es rápidamente interrumpida por esa persona que se ha propuesto para ser quien te supervise, pero un par de horas después, consigues que acepte contarte lo que sucede, a cambio de dejar el tema aparcado.
El día que desapareciste, ese que para ti fue hace casi dos semanas y a la vez años atrás, encontraron tu cuerpo tirado en la calle donde te tragó el vórtice, en coma, casi sin respiración y sin un solo signo de que fueras a despertar, pese a la gran actividad que pudieron encontrar en tu cerebro. No hay ninguna explicación médica con todas las radiografías, pruebas cerebrales y demás intentos de averiguar lo sucedido. No han pasado trece días como parecía desde la perspectiva de los recuerdos de Krysta. Han pasado cinco años desde que te encontraron. El cuerpo que Burnell te devolvió ha envejecido ese tiempo, lo notas pesado, sin energía, pero es evidente que tanto tiempo quieto no ha ayudado a mejorar su estado.
Con la renovada calma, la vuelta a la rutina y el cariño extra por el susto, montones de actividades donde intentar rehabilitar tu condición, comienzas a comprender que estás a salvo y lo que ocurrió fue parte del coma. Y, tal como se fue, el miedo a lo ocurrido vuelve cuando te mencionan el gracioso tatuaje que tienes en la nuca, queriendo saber su significado. Un tatuaje con dos números, ambos con los que te nombraron en el castillo, y solo dos palabras.
Game Over
Uno a uno, los jugadores atravesaron el vórtice, despidiéndose, probablemente para siempre, de su compañero de aventuras durante los últimos días.
Como si te quedases dormida, la realidad desaparece por completo a tu alrededor y abres los ojos con una voz conocida. Un par de mechones blancos sobre el pelo negro dejan entrever la enorme sonrisa de Kira cuando por fin reaccionas.
Dice tu nombre como si temiera pronunciarlo y casi rompe a llorar cuando por fin abres los ojos. Buscas alrededor y te encuentras en una cama de hospital, entre un montón de máquinas y sientes una incomodidad creciente, como si te doliera todo pero tu cuerpo no fuera tuyo y a la vez sí. El dolor de cabeza crece y necesitas medicamentos para dejar de sufrir ese calvario, volviendo a quedar inconsciente, pero ella no se mueve de la habitación.
Intentas averiguar lo sucedido, pero nadie se atreve a contarte nada, los trabajadores evitan el tema, tu familia te insiste en que debes primero recuperarte y Kira evita tus miradas. Durante las dos siguientes semanas requieres de rehabilitación para poder ponerte en pie. Un mes después, se te permite, por fin, volver a casa bajo supervisión con visitas periódicas para recuperar por completo tu estado físico.
Y ese es el día que descubres todo. Kira, en una de sus visitas, aprovechando que no hay nadie más pues os han dejado algo de espacio para estar juntos, te hace moverte para mirar tu nuca. Fotografía algo y te lo muestra. Un tatuaje con dos números, ambos con los que te nombraron en el castillo, y solo dos palabras.
Game Over
Tras eso se gira a mostrarte el suyo, casi idéntico, pero con más palabras en él, donde puedes leer "Game Over. Try again?".
Os regalo un final ¿feliz?
La salida de los jugadores por el vórtice despeja tu cabeza ligeramente. Sientes como cada sala comienza a regenerarse. Los daños, quemaduras, fallos... todo se recoloca y prepara para la siguiente visita.
La otra Moira entra en la sala de cámaras, pero todo el miedo por ella ha desaparecido. Airado, se acerca a grandes zancadas hasta tu lado, junto a Átropos y ambos se arrodillan junto a tu trono, esperando órdenes.
-¿Por dónde empezamos a buscar.... Padre? -Pregunta la moira de fuego, alzando la vista mientras la imagen de las pantallas cambia.
Try again
In 3...
2...
1...