Descanso subido al caballo.
COMBATE ENTRE CICATRIZ Y EL TRAIDOR: DUODECIMO ASALTO.
Motivo: Hardinald VS Bastardo
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 20(+2)=22 (Exito)
Motivo: ¿Crítico? Hardinald VS Bastardo
Tirada: 1d20
Dificultad: 12+
Resultado: 4(+2)=6 (Fracaso)
Motivo: Daño Hardinald VS Bastardo
Tirada: 1d8
Resultado: 6(+2)=8
¡¡¡COMIENZA EL DECIMO TERCER ASALTO!!!
Motivo: Ataque a escudero
Tirada: 1d20
Resultado: 9(+2)=11
Motivo: Daño
Tirada: 1d8
Resultado: 1(+1)=2
Dudo haber acertado, y aún si lo he hecho, el daño es insuficiente. Pero te dejo las tiradas. Ataco al escudero.
Caster contempla desapasionadamente el primer choque entre el Lefford y el aún joven cachorro de su Señor. Otra mente mejor adiestrada hubiera notado las similitudes: un bastardo de los Ríos combatiendo contra un Lefford lacayo de los Lannister en las calles de Solaz del Soldado... No hace tantas décadas que su Señor Ser Hadder era ese bastardo de los Ríos, sí: la Historia, esa puta, siempre con ese sentido del humor suyo tan extraño, siempre condenada a repetirse.
Otra mente hubiera pensado en todas esas cosas.
Caster se limita a evaluar el arco de los movimientos del brazo del Lefford y su soltura al caballo, dudando en si intervenir o dejar que Haudrey se las apañe solo. El hijo de su Señor es mejor guerrero, sin duda, pero en estas cosas nunca se sabe y cuando...
Sanguedor. Al fondo. Moviéndose.
El gigante se retrepa en su silla, ayudándose con la mano izquierda del apoyalanzas.
-¡Eh, Capitán! -grita hacia Sanguedor-. Creo que te acaban de dejar sin Amo.
El Caracortada señala hacia un lado con la mano que sostiene la inmensa Estrella de la Mañana.
-¿Por qué crees que Kurst no ha venido a la fiesta? -dice-. Muerto Ser Estirado y su padre los Lefford están condenados a ser una mala historia. ¿No lo ves? Este cagarro bastardo y yo somos un jodido cebo. Estamos aquí para sacarte a ti y al Tormenta de Viña de Sangre y dejarla indefensa, a los pies del Señor del Crimen. Tus sargentos no tienen nada que hacer contra Kurst y los suyos, Capitán: a estas horas estás tan desempleado como nosotros.
Caster vuelve a sentarse.
-Desempleado, pero vivo. Así que según lo veo yo tienes dos opciones -dice con suavidad-. Una, quedarte quieto ahí, donde estás. Dos, venir hasta aquí y matarte un rato conmigo.
El gigante ladea la cabeza.
-Yo prefiero que te quedes quieto.
Descanso.
Sanguedor sonríe a Cicatriz, pero no dice nada.
Acción: Descanso.
Baltrigar escuchó con atención las palabras de Caster a Sanguedor. El gigante tenía toda la razón. A esas horas el tío de Hardinald estaría más que muerto. Y a ellos les habían dejado allí para que se mataran entre todos.
No dijo nada. Había intentado que Hardinald se marchara pero no lo había conseguido. Ahora su joven pupilo iba a morir ahí, igual que el resto de los Lefford, y su apellido se perdería para siempre.
Pero por mucho que le doliera, no iba a intervenir. La lanza del caballero apuntó al suelo, incluso llegó a apoyarse, reservando fuerzas y sin ánimo para cargar a por nadie. De momento, el caballero siguió contemplando la matanza, pero se mantuvo atento a cualquier treta por parte de Sanguedor. No se fiaba del capitán mercenario y era bastante posible que incluso hubiera hecho algún pacto con Kurst para quitar de en medio a los Lefford, al Tormenta, a Cicatriz y a Haudrey.
Después de infructuosa carga del Lefford, empezó un intercambio de golpes entre él y Haudrey. Las espadas iban y venían, puede que no con la habilidad de guerreros más curtidos, como Ser Baltrigar y Cicatriz, pero parecía que aquello lo tendrían que acabar solos. Sin embargo, había un problema añadido: ambos llevaban pesadas armaduras, que alargarían aquello mucho. Y así fue.
Los tajos fueron y vinieron, la mayoría de las veces encontrándose los escudos, o las armaduras. Finalmente los escudos acabaron destrozados, aunque aún restaban las armaduras. Sin embargo, de vez en cuando algún tajo especialmente hábil conseguía penetrar las defensas, ocasionando cortes en ambos contendientes. La sangre de ambos empezó a teñir levemente sus ropas, mientras el combate seguía.
Pero aquel combate sólo podía tener un ganador. El escudero Lefford lanzó un golpe poco afortunado, puede que motivado por el cansancio, dejando expuesto su cuello. Una ocasión así no podía ser desaprovechada, y apenas un segundo después la espada del bastardo rencoroso ya estaba seccionando limpiamente la carne de su rival, liberando un surtidor de sangre y haciendo que, finalmente, el Escudero Hardinald Lefford cayera de su montura y pasara sus últimos segundos de vida entre estertores en el asqueroso suelo de Solaz.
Baltrigar no podía creerlo. Por fin había acabado. Tanto tiempo y la pesadilla llegaba a su fin. Tanto esfuerzo, tanta dedicación, tantas lágrimas y tanta sangre. ¿Y todo para qué? Se preguntaba ahora si habría merecido la pena.
La sangre del joven Hardinald teñía de rojo la espada de Haudrey y corría a raudales por el suelo de las calles de Solaz. Ahora sólo le quedaba una cosa. El momento que llevaba intentando evitar desde la muerte de Ser Hadder. Un momento que había retrasado todo lo posible hasta cumplir su misión. Enfrentarse a aquella enorme montaña de músculos y acero. A un buen soldado fiero y leal hasta la muerte. Se preguntó qué habría hecho Caster en su lugar.
El gigante se acercó a Baltrigar manteniendo cierta distancia de seguridad. El caballero no dudó en soltar su lanza. A aquella distancia no le serviría de nada. En su lugar desenvainó su espada aunque apuntó al suelo. No deseaba un enfrentamiento. Nunca lo había querido. Pero si tenía que morir sería con un arma en la mano. Y si Caster trataba de matarlo, que los Siete se lo llevaran si Baltrigar no iba a intentar llevarse por delante a su enemigo.
Podía ver la ira en los ojos del Caracortada. Podía ver a una bestia pugnando por salir y despedazarle. Y Baltrigar no podía culparlo. Él mismo se había sentido tentado de acabar con su vida en numerosas ocasiones. Había tenido el valor pero no hubiera tenido sentido. No sin haber acabado con todos los Lefford primero. Y ahora, ahora ya estaba hecho.
El llamado por todos Traidor lanzó una mirada cargada de significado a Haudrey y luego posó sus ojos en el gigante cuando éste musitó una única frase: - Suelta tus últimas palabras, Traidor. ¿Qué demonios pasó aquella noche? Cuando me lo digas podré hacer que te reúnas con los Siete. -
Baltrigar se sorprendió, aunque no titubeó.
– Ser Hadder fue el mejor hombre que he conocido. Nos acogió a mí y a mi familia cuando nadie más quería a un bastardo en sus filas. Me dio una oportunidad de conseguir una buena vida para mí y los míos única y exclusivamente por mis méritos. Era un buen hombre y un mejor amigo. – Comenzó la explicación en un tono firme y seguro. Aunque en las dos últimas palabras se notó cierta vacilación en el vozarrón de Ser Baltrigar. Los recuerdos eran dolorosos.
- Hubiera dado mi vida por él sin dudarlo. Si hubiera podido me habría intercambiado mil veces por él. Y haría cualquier cosa que él me pidiera… hasta esto. – Añadió extendiendo las manos abarcando Solaz y todo el reguero de cadáveres… y sobre todo deteniéndose en el cadáver de Hardinald.
- Ser Hadder se moría. Le quedaba un mes a lo sumo… Ni siquiera Ammon podía salvarlo. Él mismo me lo mostró y Ammon lo reconoció. Su cuerpo estaba recorrido por tumores. Pero quería que su muerte sirviera para algo. Quería eliminar a los Lefford sin dar motivos a los Lannister para tomar represalias sobre Aguasclaras. Quería un futuro para sus hijos, para los míos y para todo hombre, mujer y niño de Aguasclaras. – Baltrigar apenas tenía ánimo para sostener su espada y su presa sobre la misma se fue aflojando, aunque no dejó caer el arma.
Su cabeza quería explotar. Había pasado por toda una pesadilla y en los últimos meses parecía que para nada. Sus hijos habían sido encerrados. A punto incluso de ser ejecutados. Ignoraba el estado de su esposa y temía por la seguridad de todos.
- Nunca, jamás, hubiera hecho lo que hice de tener otra opción. – Admitió el caballero. – Pero Ser Hadder me lo ordenó. Quería morir en pie, y por acero. No por una enfermedad sin poder moverse en una cama. –
Tragó saliva y se aseguró de que Sanguedor no estuviera cerca para oírlo. Ni Sanguedor ni nadie más que no fuera Caster o Haudrey. – Yo debía parecer un traidor a los ojos de todos. Ser Hadder necesitaba algo contundente. Sólo así los Lefford confiarían en mí y me acogerían… - Echó un vistazo a Haudrey. – Él tiene una carta del propio puño y letra de Ser Hadder, anterior a su muerte, donde lo explica todo. Mis peleas con Ser Hadder previas a su muerte fueron puro teatro, así como las suyas – Señaló con la mano a Haudrey – antes de venir aquí. – No estaba seguro de cuánto sabía Caster acerca del verdadero propósito de Haudrey en Solaz pero si a esas alturas todavía no lo sabía ya era hora de que lo supiera.
Algunas lágrimas surcaban ya el rostro cansado de Baltrigar y se mezclaban y perdían entre los pelos de su barba.
- Cuando llegó la hora de la verdad no tuve valor. Hice lo que me pidió, le apunté con mi arma pero me fallaron las fuerzas para atravesar su pecho. Fue el propio Ser Hadder quien se adelantó para empalarse en mi arma. – Los dientes de Baltrigar se apretaban con fuerza. – Entonces no me quedó más remedio que seguir con el plan e infiltrarme con los Lefford. Tras la muerte de Ser Estirado pude colarme en los aposentos de Ser Monte y asfixiar a esa rata. Traje a Hardinald a lo que sabía una muerte segura a pesar de que era un buen muchacho que tuvo la mala suerte de nacer en la familia equivocada. Y Ser Gorly si sigue vivo... No sobrevivirá a lo que queda de día. Los Lefford están acabados. –
Baltrigar negó con la cabeza y aferró con fuerza de nuevo su espada. – No me importa si muero Caster, pues ya he cumplido mi propósito. Y tras haber matado a Ser Hadder no me queda honor… pero sigo teniendo motivos por los que vivir. Mi familia sigue en Aguasclaras. Hadder casi me pidió que los sacrificara también, ya que por él los abandoné allí. Confiaba en Ammon para protegerles pues el maestre estaba al tanto de todo esto aunque ni él ni yo compartíamos el deseo de Ser Hadder de morir bajo mi espada. Ammon me dijo que cuidaría de mi familia y tengo entendido que el Maestre desapareció y que alguno de mis hijos está encerrados por Ser Horwin. –
Al pronunciar aquel nombre Baltrigar escupió a un lado. – Estás en tu derecho de querer matarme, Caster. Me pregunto qué habrías hecho tú en mi lugar... pues conozco a pocos hombres tan leales a ese gran hombre como tú, Haudrey o yo. – Baltrigar se cuidaba mucho de llamar al gigante por alguno de sus apodos. Nunca le habían gustado los apodos de nadie y prefería llamar a los hombres por su nombre. – Pero si sólo deseas mi muerte y no te importa ser tú quien me mate… te pido que me dejes entregarme a Ser Horwin para que me ajusticie a cambio de liberar a mis hijos. –
El caballero se puso en guardia, en previsión de la reacción de Caster. Si debía morir lo haría pero no se lo pondría fácil. – Si deseas matarme lucharé para defenderme. Y si muero querría que Haudrey entregue la carta de Ser Hadder a Ser Horwin. Al menos espero que esa carta proteja a mi esposa e hijos. Quiero que sepan por qué hice lo que hice. Aunque fuera un acto deshonroso y sin justificación a ojos de los Siete. No soy un traidor y jamás traicionaría a un amigo a quien juré servir y proteger. Sólo lamento no haber tenido suficiente voluntad para decir No. –
El Caballero no dijo más. Solamente esperó, en silencio. Atento a cualquier movimiento por repentino que fuera. Ya no le quedaba nada y no sabía muy bien qué hacer con su vida si vivía para ver un día más. Pero bien eran ciertas las palabras de Haudrey. Él tampoco tenía otro lugar a donde ir. Ambos habían sacrificado sus vidas por el bien de Aguasclaras y por la voluntad de Ser Hadder. Baltrigar ya había asumido su destino, pero lamentaba que uno de los hijos de Ser Hadder tuviera que padecer lo mismo.
Haudrey se acercó, jadeando sobre su caballo por el esfuerzo de aquel largo combate, cuando recuperó algo el resuello. Había podido escuchar la explicación de Ser Baltrigar, y asintió quedamente en confirmación de sus palabras cuando Caster le miró.
-Me lo dijo... Hace poco-dijo, resollando-hará unos pocos meses... Pero... No nos han quitado ojo de encima... Así que no te lo pude advertir antes... Es cierto, tengo esa carta...
Tras el esfuerzo que habían supuesto esas palabras, un enrojecido Haudrey tomó aire. Si el Lefford no hubiera ido así de acorazado, no le habría costado tanto tiempo tumbarle. Pero no podía culparle, él mismo se paseaba de esa guisa por Solaz.
-No te puedo obligar a hacer nada, Caster-añadió, tras otra larga pausa, ya con la respiración más regular-pero no cabe duda de la veracidad de la carta... De que es auténtica, vaya. Mi padre escribió esto. Yo, desde luego, no deseo levantar mi arma contra Ser Baltrigar. Ha sido leal a mi padre hasta un extremo que pocos llegarían, y ha puesto en riesgo a toda su familia por ello. Creo que si puede encontrar el perdón, si no para él al menos para su familia, en Aguasclaras, debería poder intentarlo. Aunque no te culparé si no nos crees. Te has visto arrastrado a todo este mundo de engaños y mentiras, y sería normal que quisieras "matarnos como los cagarros que somos".
Caster escucha atónito las palabras del Tormenta. Esperaba algún tipo de necedad, algo acerca del alcohol y la mente nublada, de su furia por la pérdida de los niños en la fatídica emboscada en Solaz que lo inició todo, emboscada ahora tan lejana que parece que hayan transcurrido siglos. Esperaba que dijera algo como que se le negó la venganza y decidió tomársela por su cuenta. Esperaba escuchar alguna cosa con la que, incluso, hasta podría empatizar. Algo en lo que pensar en las noches siguientes, una vez aquel perro traidor hubiera muerto aplastado por su estrella de la mañana.
Lo que no esperaba era enterarse de que todos ellos, el Tormenta, Haudrey y él mismo, eran parte de un mismo juego, cartas de una baraja revuelta y repartida por aquel demonio con cadenas de Maestre. No. Aquello no lo esperaba.
-¿Y qué se supone que hacemos tú y yo aquí? -pregunta a Haudrey, con la voz disminuida-. Este cagarro debía matar a los Lefford, vale, lo acepto porque tú dices que lo has visto dibujado con la letra de tu padre, y según dice ahogó con sus manos al viejo Monte. A lo mejor resulta que también azuzó al caballo que desnucó a Ser Estirado. Pero ¿qué cojones tenías que hacer tú en esta podrida mierda infecta de pocilga de asesinos y ladrones? ¿Para qué envió a su hijo hasta un lugar donde sólo podía encontrar la muerte...?
El gigante controla a su caballo, que pifia y se agita angustiado por el terrible peso de su jinete. Se alza la visera del descomunal casco, una pieza de hierro toscamente forjado que parece más un arma que la parte de una armadura protectora, y pasea la vista de uno a otro hombre. Al cabo de unos segundos se detiene ante Ser Baltrigar.
-La palabra de mi Señor Ser Hadder es Ley para mí -dice, la voz muerta-. Bajaría a los siete infiernos para rescatar su alma si me lo hubiera pedido, así que no puedo matarte por limitarte a cumplir sus órdenes. A mí me ordenó que protegiera a su hijo -murmura, mirando ahora al joven bastardo-. Da gracias, muchacho, porque ahora mismo lo que me apetece es enterrarte la crisma en el cuello de un puñetazo.
Y Caster Caracortada, el hijo de Marlaw, sin decir una palabra más, tira de las riendas de su montura volviéndose de grupas en dirección a Aguasclaras.
Haudrey se sintió brevemente agradecido por el hecho de que Caster no decidiera matar a ninguno de los dos, aunque pronto aquello se le pasó al ver como el enorme guerrero volvía grupas.
-¿A dónde vas, Caster? Me temo que aún no hemos terminado aquí. Yo estoy aquí para tomar el control una vez los Lefford hayan sido despachados y Kurst me haga su heredero. Nos hemos manchado las manos de sangre, y puede que aún nos las manchemos más aún. No creo que sea posible volver a Aguasclaras. No hasta dentro de mucho tiempo, al menos.
El bastardo sabía que estaba tensando mucho el hilo de la lealtad de Caracortada. Lo sabía bien. Y puede que fuese un hilo que se rompiera aquella misma noche. Pero aún tenían trabajo que hacer. Y no sabía como iban a poder volver a Aguasclaras, después de haber matado a aquellos hombres de Ser Horwin, y ahora al idiota de Bethan.
Antes de que el enorme guerrero decidiera desatar su ira contra él, si es que eso ocurría, el bastardo rápidamente rebuscó en su bolsa, y le tendió a Ser Baltrigar la carta que éste le había entregado a su vez, hacía ya algunos meses. Procuró hacerlo de modo que los ojos del maldito Sanguedor no le vieran. Ya podía haberse marchado aquel canalla, ahora que los Lefford habían muerto.
-Al final parece que la entregaréis vos mismo. Ahora os aconsejo volver grupas y correr. Me da igual que historia os inventéis, pero no hemos tenido esta conversación. Ah-dijo, como si se le olvidara algo, para después rebuscar de nuevo y sacar una bolsita con monedas, tirándosela a Ser Baltrigar para que la atrapase al vuelo. Quedando el bastardo de espaldas a Sanguedor, guiñó un ojo al otro caballero antes de añadir, en un tono de voz lo bastante elevado para que le escuchara el capitán mercenario.
-¡Entonces tenemos un trato. Tomad el pago por vuestra traición, y espero no volver a veros por aquí!
Baltrigar alargó la mano y recogió la carta que le cedía de nuevo Haudrey. La aceptó con un asentimiento y una mirada honesta. El muchacho se había convertido en un hombre del que su padre podría estar orgulloso.
Acto seguido se preparó para volver la grupa pero alzó antes la mano para recoger el saco de monedas que el Bastardo Rencoroso le lanzaba para continuar la charada... fuera creíble o no.
Asintió de nuevo sin decir nada y se despidió con un silencioso: - Buena suerte. - Que salió de sus labios. Haudrey podía haberlo leído claramente aunque no se había producido ningún sonido.
Y finalmente, el Caballero Bastardo llamado "el Traidor" encaminó a su corcel hacia Aguasclaras, donde le esperaba la justicia de su nuevo señor feudal.
Sanguedor se acerca cuidadoso hacia Cicatriz y el Bastardo Rencoroso.
- "Bien hecho. Una merecida victoria, señores. Ese Bethan era un tipo duro." - Añade con un cabeceo de reconocimiento hacia Cicatriz.
- "Ahora la paz volverá a reinar en las calles de Solaz, se ha restaurado un equilibrio. El Consejo de los Cuatro estará complacido. Podéis recoger el botín." - Dice señalando hacia los muertos. - "No me entrometeré." -
- "Adios por ahora, Cicatriz del Bastardo." -
Vuelve grupas y se aleja raudo hacia el Norte, dejando atrás a los vivos y a los muertos, incluso a sus propios mercenarios.
Cuando el gigante se cruza con Ser Baltrigar, el uno a la llamada de su nuevo y joven Señor, el otro hacia Aguasclaras a cumplir con su destino, el Caracortada detiene su caballo y dice en voz baja:
-Cuando llegues al Castillo habla con Russ de mi parte -dice, mirando a los ojos del Tormenta-. Dile que tanto Bonhard como Ser Bryan Lefford están alimentando a los gusanos. Dile que su hijo ha sido vengado. Y dile que pretendía decírselo yo mismo, pero al parecer aún no he acabado por aquí.
El Caracortada asiente levemente.
-Ahora corre. Te esperan.
Baltrigar asintió una última vez a las palabras de Caster. Si tenía oportunidad transmitiría su mensaje a Russ, aunque ignoraba cómo sería recibido en el castillo una vez le detectaran. No es que el Traidor fuera muy querido precisamente.
- Cuidad de Haudrey tal y como quería su padre. Y cuidaros vos. - Respondió antes de continuar su viaje.