AÑOS 85 A 95 DE LA DINASTIA TARGARYEN: Castillo Aguasclaras.
Mi abuelo Brian entró al servicio del señor del Castillo del Roble, todos sintieron la muerte del Septón Barth, que dio tan buen servicio como Mano del Rey durante sus cuarenta años que fueron de prosperidad para el reino.
Siendo instruido como aprendiz artesano fabricante de flechas pronto empezó a tener buena relación con todos los del castillo. Entre ellos el carpintero que hacía el astil de la flecha, el herrero que hacía la punta, mientras que mi abuelo era el encargado de emplumar las flechas teniendo buenos tratos con el cazador que le traía las plumas que necesitaba.
Tuvo el honor de trabajar para Ser Liman Oakenshaf (vasallo de los Tully), vio cómo el castillo en las manos de su señor iba pasando de ser un fuerte de madera a un moderno castillo de piedra.
El Bosque de los Ciervos se consideró lugar de bandidos y el cazador tuvo que ir cada vez más lejos para traerle las plumas tan codiciadas por mi abuelo, poniendo fin a este dilema mi abuelo lo acompañó en sus excursiones aprendiendo bastante de él sobre todo a inutilizar las trampas de los cazadores.
Orilla Azul también sufrió el arrebato de los bandidos, el ambiente inestable que se fue gestando en el entorno hace que mi abuelo busque mujer en la aldea de Aguasturbias. Allí se casó con una campesina para poder tener descendencia.
Al terminarse el Invierno vino el Verano con celebraciones de torneos y justas, acompañadas de bufones, juglares y trovadores. Los rumores del despilfarro del Señor del Fuerte del Roble se hacen notar por todo el territorio incluso se rumorea de tener relación con los mercenarios de Solaz del Soldado, las reformas del fuerte se ven frenadas y empiezan a sentirse las causas del despilfarro. Algunos de los artesanos abandonan el castillo haciéndose cargo mi abuelo de la fabricación del astil y la punta que aprendió, este incremento en el trabajo hizo que no se le expulsara del castillo, mientras que su mujer cría al que será su primer y único hijo.
El señor del castillo pierde el castillo que pasa a manos de los Lefford, estos talan el bosquecillo de dioses teniendo madera para construcciones, muebles y armas, renombrado el nombre del fuerte que pasa a llamarse Castillo del Lago.
Mi abuela vio cómo mi abuelo no sólo aguantó todo este tiempo en el fuerte sino que también hizo por mejorar su trabajo, la obsesión como artesano y una vida dedicada a ello sin otro lujo que el honor de servir al señor del fuerte y a los que vivían en él. Sin más niños que criar, pues mi abuelo consideró suficiente el haber tenido uno para poder transmitirle sus conocimientos hicieron que le permitiese a mi abuela vivir en Aguasturbias con su familia.
Durante los años posteriores le inculcará a su hijo los valores del honor, la Fe de los Siete, el desapego a todo lo material, todo esto hará que la descendencia de mi abuelo nazca con este estilo de vida.
AÑO 81 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Linde del Bosque de los Secretos.
Cohen, abuelo de Din el Forestal y bisabuelo de Dhur, hijo de Din.
Notaba las hojas y las ramas apartarse a su paso. La ágil carrera le estaba empezando a pasar factura, pero estaba seguro de que los perseguidos estarían en condiciones mucho peores que él. Cohen echó un vistazo rápido a la izquierda. Entre otro grupo de árboles vislumbró de pasada la sombra de su compañero. Los dos forestales hacía un año que trabajaban juntos y hacían buen equipo.
En esta ocasión habían perseguido y dado caza a varios bandidos que habían estado saqueando las tierras de su señor Tully. Los habían ido abatiendo uno a uno… hasta que ahora sólo quedaban dos. Los bandidos habían huido hacia el interior del bosque de los Secretos, creyendo que estarían a salvo.
Cohen nunca había sido dado a creer en las habladurías pero aun así aquel bosque le daba escalofríos. Pero casi les habían alcanzado. En la linde del bosque un grupo de cabañas hacían las veces de hogar y refugio para algunas familias y los bandidos se habían refugiado en una de ellas. Cohen salió de la espesura y se encontró con el jardín vallado de la primera de las cabañas.
No había gente, a esas horas debían estar fuera trabajando en los campos. Pero las familias, las mujeres o los críos debían estar por allí. Y sin embargo todo parecía desierto. Notó que Tom estaba en posición. Su compañero permanecía oculto en la espesura, era mejor que los bandidos no supieran cuántos les perseguían. Cohen dio unos primeros pasos y se adentró en el jardín. Le separaban unos treinta metros de la puerta de entrada a la primera de las cabañas. Y entonces un hombre sucio vestido con armadura de cuero salió sujetando delante de él a la mujer más hermosa que Cohen hubiera visto en su vida. Con un cuchillo amenazaba el cuello de la mujer.
- ¡Lárgate por donde has venido! – espetó a Cohen. Pareció mirar alrededor como si buscara a alguien más. - ¿Estás sólo? – preguntó centrándose de nuevo en Cohen.
La chica gimió mientras se echaba a llorar. – Calla perra. – le gritó el bandido.
Cohen asintió alzando las manos en son de paz al bandido. – Sí, estoy sólo. –
Tras unos segundos de tensión el segundo bandido hizo aparición tras el primero y la rehén.
- No deberías haberte dejado ver si venías sólo. – dijo relamiéndose con la lengua. – Te cargaste a nuestros cuatro compañeros. Pagarás por ello. – vio que Cohen hacía ademán de coger una flecha de su carcaj y ponerla en el arco.
- Tsk, tsk, tsk... –negó con la cabeza. – Serás tú o la puta… - dijo mirando a la joven con una gran sonrisa. – Tú decides. ¿Quieres hacerte el héroe? Entrégate y la soltaremos. –
Ambos bandidos observaron a Cohen unos segundos. La chica le miró suplicante. Había mucho miedo en sus ojos. Cohen no dudó. La flecha se colocó en el arco y salió volando a la vez que una segunda flecha salía de entre los árboles y se clavaba en el cuello del segundo bandido. El primero, el que sujetaba a la chica, no tuvo tiempo ni de parpadear. La flecha le atravesó un ojo y llegó hasta el cerebro.
Ambos bandidos cayeron al suelo. La chica rompió a gritar y salió corriendo en dirección a Cohen. Tom salió de entre los árboles, sonrió a su compañero y se dirigió al cuerpo del segundo bandido, que seguía vivo a pesar de que la flecha le había atravesado el cuello.
- Min… mintió… - dijo mientras un borbotón de sangre le salía del agujero del cuello y se le llenaba la boca del mismo líquido viscoso.
Tom asintió. – Tú también. No ibais a soltar a la chica. –
AÑO 90 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Bosque pequeño cercano a Orilla azul.
Cohen, abuelo de Din el Forestal y bisabuelo de Dhur, hijo de Din.
Cohen colocó la espalda y el brazo de su hijo en posición. – La espalda recta – indicó. – Eleva un poco el codo… así. –
Al crío le encantaba el bosque, salir a explorar, las historias de supervivencia de su padre, distinguir las plantas y frutos venenosos, saber qué animales se movían por la zona… Vamos, que era un forestal en potencia, como su padre. Era la segunda lección de tiro con arco.
La gran diferencia es que esta vez la idea era intentar atrapar alguna presa. El diminuto arco que usaba el hijo de Cohen no era algo efectivo a grandes distancias, pero servía para que un niño aprendiera y fuera cogiendo la fuerza suficiente para poder manejarlo cuando fuera mayor.
Ocho años y ya era toda una promesa. Sí, Cohen se sentía orgulloso de su hijo.
- Espera… - indicó en susurros a su hijo. – Espera a que se mueva. Y apunta a donde estará tu presa, no a donde está ahora… -
El niño no respondió. Apuntó y cuando la perdiz echó a volar la flecha acompañó su vuelo. El niño siguió la trayectoria con la mirada. Cohen no, no le hacía falta.
La flecha rozó las plumas del ave pero no acertó a su objetivo. La perdiz se perdió de vista y la flecha también entre las ramas de otro de los árboles.
- Lo siento padre. – dijo el muchacho. Cohen sonrió y le revolvió el pelo. – No te preocupes, es cuestión de práctica… Ya verás cómo mejoras. – cogió otra de las flechas y se la entregó a su hijo.
- Vamos, aún no es de noche y tenemos tiempo… pero si nos entretenemos mucho será tu madre la que se enfade… y no queremos eso, ¿verdad? – el crío río y negó con la cabeza.
AÑO 81 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Linde del Bosque de los Secretos.
Mira, abuela de Din el Forestal y bisabuela de Dhur, hijo de Din.
- Oh, dioses, ¡madre! ¡No! - Mira corrió para atender a su madre que acababa de ser apuñalada por aquel que estaba preguntando por agua. - ¿P-Porqué le has hecho eso? Acaso t... - hablaba quejumbrosamente, pero el bandido le puso el cuchillo lleno de sangre cerca de la garganta. Tragó saliva.
En ese momento un shock empezó a sacudirle hasta el punto de casi provocarle el desmayo. Las lágrimas empezaron a fluir intensamente por sus mejillas, aún sin llegar a gemir. Cuando el hombre sin mediar palabra se acercó a ella para agarrarle la mano, ella tiró hacia un lado del brazo y corrió. Tiró una silla hacia el lado para impedir que pasara, cogía las cosas y se las tiraba a la cara. El bandido le gritaba, exigía su calma y que no ofreciese resistencia. Corrió hasta llegar a la puerta trasera, la abrió de golpe sin llegar a mirar hacia delante. Unos brazos la agarraron y la volvieron a llevar a dentro. Un shock de nuevo, eran dos.
- Calla putilla, - le dijo en la cara con un aliento que apestaba a ajo y a dientres podridos - en cuanto acabemos con él nos la llevaremos por allí, la ensartaremos y luego la dejamos morir - ambos rompieron a carcajadas teñidas de un tono ocre.
Se calló pero no dejó de gemir, a lo cual respondieron con un golpe con la empuñadura del arma en la cabeza. Se desmayó un momento.
Cuando despertó vio el rojo colorear su nariz y su mirada, estaba aturdida. Tras unos segundos sin entender su delicada situación, se despertó de momento. Mordió a aquella persona. La zarandearon y la empujaron contra una pared.
- Estate quieta, no querrás sentirte mal. - Ella recordó sus palabras e intentó huir, en ese momento fue cuando se dio cuenta de sus atadas manos. Se cayó de bruces y el hombre la cogió por detrás levantándola y le puso su mano enguantada en la boca. - Muerde si quieres, es cuero.
En frente estaba escondido el que la cogió, escondido. Luego salió un hombre de la foresta y se dirigió a aquellos hombres con la mirada. El bandido habló mientras ella empezó a forjecear de nuevo. El cuchillo acabó peligrosamente rasgando la piel en el cuello. No se había dado cuenta de que estaba allí. Un intercambio de palabras. Una flecha. Cuando vio apartar el cuchillo dio una soberana patada hacia atrás allá donde decían que más dolía a los varones. Otra flecha. Corrió desesperada hacia aquél que había visto. Otro hombre salió, pero ella no dejó de correr a su esperado salvador. Una vez llegó a él hundió su cara en el pecho y se puso a sollozar, derrumbándose en el suelo.
AÑO 90 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Linde del Bosque de los Secretos.
Mira, abuela de Din el Forestal y bisabuela de Dhur, hijo de Din.
Ya llevaban mucho tiempo fuera, pero aún no había bajado el sol. Sería un buen momento para hacerles la cena. Había estado recordando mientras miraba al Sol por la ventana.
Finalmente su 'salvador', pues así es como lo llamaba, la había acogido y el inevitable sentimiento surgió tras pocas noches. Él no quiso las primeras dos veces, le decía que no quería acostarse con una dama que aún estaba destrozada. En la vez tercera sí. Para ella fue maravilloso. De algún modo, al haber perdido todo rastro de familia y gran parte de conocidos, sus sentimientos se dirigieron solamente hacia Cohen, pues así se llamaba realmente. Se dejó llevar por la pasión aquel día, y los que llegaron después.
Despejó la cabeza y sonrió, cogió un enorme conejo que habían dejado ayer y llamó a la niñas para que le ayudasen. Mira, su hija, colocó los leños en la chimenea para incrementar el flujo de calor para después. Danny, cogió el caldero y lo fue a llenar de agua a la fuente. La mayor, Valeris, nombre puesto por su padre, la ayudó a quitarle la piel del conejo tirando de la misma tras los cortes que le había hecho previamente. Finalmente con el cuchillo le cortó la cabeza dejando al ahora rosado conejo sobre una tabla de madera.
Momentos después tras partir el conejo, lo echaron en el caldero que ya había empezado a hervir. Valeris se encargó de elegir las especias, añadiendo además aquello que le gustaba, una fresca ramita de romero recién cortada. El olor del conejo y del abundante romero empezaron a llenar la casa. Se acercó para probarlo y le echó un poco más de sal. Sonó la puerta. Sonrió. Mira, la más pequeña, abrió y allí aparecieron su hijo Phelis y Cohen. Phelis sostenía una perdiz sonriente.
Año 95 de la Dinastía Targaryen, Las Marcas de Dorne.
Príncipe Tryller Martell, Primero en su nombre, Príncipe de los Rhoynar, Señor de Dorne.
El viento de las montañas sopla fuerte sobre mi ejército mientras este se mantiene frente a mí, esperando la orden de marchar. El campo de batalla es una llanura al sur de Nido de Buitres, un nombre apropiado para luchar contra las familias de las Marcas de Dorne que han proclamado su secesión del resto de la nación y su anexión voluntaria a los Seis Reinos. Las relaciones con las familias de las Marcas nunca han sido muy buenas y no los culpo del todo pues mensajeros y mercaderes se demoran mucho menos desde Altojardín a lo que tardan desde Lanza del Sol.
Ahora ellos han juntado sus ejércitos para negarse a nuestra soberanía, por lo que he llamado a mis banderizos y a todos los jinetes libres que se han querido unir, con lo cual he armado un ejército de más de diez mil armas entre caballería, infantería y arqueros. Lo suficiente como para acabar con cualquier rebelión. Aun así, el ejército contrario parece considerablemente enardecido para la batalla, como si tuviesen esperanzas de vencer, a pesar de su desventaja numérica. Además nosotros tenemos el espíritu de Dorne y la Sangre de los Rhoynar, por lo que no nos doblegaremos y no dejaremos de luchar.
Las familias de las Marcas de Dorne se han declarado independientes, pero no podemos prescindir de los recursos que nos reportan y, por sobre todo, del control de los pasos que atraviesan las montañas. Debemos retomar el control de la zona y debemos ejercer la soberanía para así evitar perder las tierras que son nuestras y que merecemos.
Las primeras luces del alba chocan contra nuestros yelmos y por lo tanto sé que es la hora de combatir. Doy la orden a mis comandantes y estos hacen que suenen las trompetas. Se levanta el pendón con un arco y una flecha, lo que hace que los arqueros tomen posiciones, entierren tres flechas en el suelo frente a ellos y esperen. Suena la orden de apuntar mientras el enemigo parece listo para recibir las saetas. La última orden hace que los proyectiles vuelen por el aire, muchos de ellos golpean objetivos, la mayoría preparados para ello con sus escudos. Pocos heridos, aun menos muertos. Una segunda orden y una segunda lluvia de flechas. Una tercera orden, una tercera lluvia y los arqueros ya han terminado por ahora.
Los enemigos gritan desde el otro lado del campo muy entusiasmados, con lo que me parece son esperanzas de vencer. Pero no es algo que me complique, pues tenemos un plan, como siempre. Somos Dornienses y sabemos luchar con rapidez, movernos y desaparecer para seguir luchando como un rayo. Nadie puede luchar como nosotros y lo sabemos.
Doy la orden de que la caballería avance. Mis comandantes levantan el pendón y se escucha el marchar de los caballos de arena de Dorne, los mejores corceles de Poniente. Su trote resuena en el campo cual tambores de guerra marcando el ritmo de avance de la muerte. Los jinetes preparan sus lanzas antes de que los caballos comiencen a galopar a toda velocidad. El tiempo parece detenerse el segundo antes de que las primeras lanzas choquen contra sus objetivos. Suenan los relinchos de los caballos, los sonidos de los escudos al recibir las lanzas. Algunas de ellas se rompen, otras atraviesan los escudos y se ensartan en los hombres. Los gritos y ruidos resuenan en la llanura y se pierden entre la hierba y las rocas.
El movimiento de la caballería parece ser desordenado y aleatorio, pero en realidad cumple con un patrón que solo los jinetes de nuestra nación son capaces de mantener en batalla. Las filas enemigas comienzan a perder fuerza mientras lanzo a los arqueros montados, que cruzan el campo de batalla raudamente y disparan sus flechas letales con precisión casi mágica.
Un movimiento en las filas enemigas me da una sensación extraña, como si sus comandantes esperasen algo que no llega y por eso pierden moral. Hago que avance infantería quienes solo llegan a acabar el trabajo y tomar prisioneros. En tres minutos más se oye la orden de retirada del enemigo y sus tropas se desbandan para huir.
Felicito a mis comandantes por la batalla y comienzo el viaje de vuelta al campamento mientras por mi mente solo pasan imágenes de mi familia: Mi mujer, mi hija Tryllia que ya tiene diez años y está siendo educada para ser algún día la Princesa de Dorne, una gobernante justa y sabia, valerosa y decidida, un ejemplo para nuestro pueblo. Ya es una niña calmada y con mucho conocimiento, determinada y muy reflexiva, que cumple siempre con todas nuestras expectativas. También está el pequeño Trynen, que solo tiene cinco años y que es un niño inquieto, pero un poco solitario. Algún día será un Lord de Dorne y será el brazo derecho de su hermana y de toda la nación.
Llego al campamento y me dirijo de inmediato a la tienda de campaña principal, donde han situado el trono que ocuparé. Entro en la tienda y tomo posición para escuchar a mis consejeros mientras bebo agua para la sed y el cansancio. En un par de horas llegan los comandantes enemigos prisioneros. La mayoría son nobles menores sin importancia, pero un par de ellos son señores de casas nobles. Se escucha su rendición y se les exige juramento. Luego llegan los señores que presentan su rendición, a quienes se les exige juramento y, al igual que a todo el resto, se les castiga con impuestos y tributos. Finalmente se les exige a sus futuros herederos para ser educados como pupilos en Lanza del Sol, para que así aprendan la cultura de Dorne, la que debe ser llevada como única de aquellas casas nobles.
Me reclino en mi asiento para descansar. Ha sido una buena lucha y ahora todo ha acabado pues la rebelión ha sido ahogada, espero que para siempre. El olor de la carne asada me indica que el banquete pronto estará listo, lo que me abre el apetito y las ganas de beber para celebrar la victoria.
El banquete se arma y comienzo a beber y comer mientras escucho a mis amigos bromear acerca del combate. El bufón canta y baila en el centro de la tienda para amenizar la cena mientras todos disfrutan la ocasión. Dejo de poner atención a la conversación para pensar en las imágenes de hoy. Pienso en lo que esperaban los enemigos y qué era lo que les daba las vanas esperanzas de vencer. ¿Acaso esperaban intervención de alguien? ¿Del Dominio o de Bastión de Tormentas? ¿Acaso de Desembarco del Rey? No lo creo pues uno sabe cuando llegará un ejército de gran tamaño desde lo lejos. No, lo único que me queda pensar es que esperaban ayuda de alguien cercano, alguien al que quizás podían ver y esperaban un movimiento que nunca llegó.
Tomo de mi copa de vino y miro a los nobles sentados en mi mesa. Sobre el borde de mi copa miro la cara de los señores e intento escrutar lo que esconden sus miradas detrás de las máscaras que tienen por rostro y que no muestran más que sumisión y complacencia a su señor. Pero no son esas fingidas emociones lo que deseo detectar, no son esas expresiones vacías las que deseo observar. Deseo mirar con suspicacia para detectar quién fue quién ofreció su apoyo, quizás incitando la rebelión, solo para fallarles en el último momento.
Mi mirada recorre los rostros: Wyl, Uller, Dayne. Todas las familias, una por una: Fowler, Toland, Jordayne. Todos, uno a uno, sin detectar ni un ápice de traición, hasta que mi mirada se cruza con los ojos de Yronwood. Con esa familia siempre hemos tenido rivalidades y han deseado robarnos el trono desde la llegada de los Rhoynar, sangre orgullosa que no comparten. Miro al Sangre Regia a los ojos, el que me sonríe con malicia y me levanta la copa discretamente, celebrando para mí.
Entiendo en ese momento que ha sido él quien ha instando a las familias de las Marcas para rebelarse, prometiendo una traición que acabaría conmigo y que no ha dado en el último momento. Me extraña el no saber qué le ha detenido, aunque en realidad mis tropas cercanas habrían acabado a cualquier traidor antes de que lograse cualquier cosa. En ese momento lo sentí: Un fuerte apretón en mi garganta, como miles de puños de hierro cerrándose en torno a mi cuello, cortando mi respiración completamente. Siento la molestia, pero sé que no se me ha atascado ningún alimento. Llevo mis manos al cuello por reflejo, pero mi vía aérea no se despeja, lo que me desespera. Me pongo de pie mientras mis ojos luchan por salirse de sus cuencas. Mi cuerpo derriba la mesa delante de mí y mis cercanos intentan auxiliarme mientras mis ojos sin foco me muestran solo tres cosas: Sus rostros desesperados por ayudarme, a la familia Yronwood abandonando discretamente la tienda y a mi último aliento irse para siempre.
Año 95 de la Dinastía Targaryen, Refugio Quebrado.
Lyonel Crackehall, antepasado de Orsey Crakehall.
Lyonel seguía llorando mientras aquella mujer lloraba y suplicaba piedad. Le recordó a su pequeña hermanita y a los juegos que llevaban a cabo cuando ella era más pequeña. Su padre les descubrió y le tachó de trastornado. ¿Es que acaso no sabía reconocer el arte cuando lo veía? Hador le dijo que estaba enfermo, que necesitaba ayuda. Pero no entendía nada. Él estaba perfectamente. Estaba creando arte, magia, alma. Sufrimiento, la el culmen de la belleza.
Volvió a azotar a la mujer con el látigo, arrancando nuevos trozos de piel de su espalda ya castigada. La puta pidió clemencia de nuevo, pero no paraba de sollozar y babeaba tanto que ni podía distinguir sus palabras.
-¡Estás enfermo, Lyonel! ¡Eres un monstruo sin piedad, Lyonel! -gritó de forma vehemente- Vamos, repite conmigo.
Se puso en cuclillas y acarició el rostro de la muchacha. Apartó el pelo con un suave gesto de su mano.
-Vamos, dilo.
La joven prostituta repitió aquellas palabras entre sollozos.
-¡Y una mierda, Padre! -un nuevo latigazo sacudió de pronto la espalda desnuda- ¿Lo sientes? ¿Sientes ahora todo el dolor que me has causado? ¡Toda esta enfermedad es culpa tuya! ¡Toda esta debilidad es culpa tuya! ¿Sientes mi dolor? ¿Lo sientes? -Una serie de brutales latigazos volvieron a castigar a la chica.
Lyonel sacó entonces su miembro erecto y empezó a penetrar a la muchacha con violencia. La oscuridad de la mazmorra le impedía ver cómo las escasas lágrimas que le quedaban bañaban su rostro.
-¡Tenemos un nombre, Lyonel! ¡Nadie debe saber esto nunca! -no paraba de mascullar las palabras de su padre una y otra vez.
En el momento del clímax, un latigazo pareció golpear de nuevo, pero esta vez al tercer hijo Crakehall. Su corazón, débil desde que nació, se había parado por completo. Se separó de la muchacha un instante para llevarse la mano al pecho.
-Ninguno tan fiero, padre. Ninguno tan fiero.
Tras una última carcajada, su cuerpo sin vida se desplomó sobre la traumatizada ramera, quien empezó a vociferar pidiendo ayuda.
Nadie llegó a saber nunca nada de la trastornadamente de Lyonel, más allá de rumores infundados. La versión oficial es que murió debido a su enfermedad, que fue un chico retraído y débil que siempre se dedicó a los estudios. Nadie supo nunca el odio que albergaba en su interior....
AÑO 87 DE LA DINASTÍA TARGARYEN, SOLAZ DEL SOLDADO:
Charlotte caminaba por las calles buscando las sombras. Era la manera más fácil de no meterse en líos. Ya había cogido práctica, llevaba dos años vagabundeando por el peligroso Solaz del Soldado, desde que escapó de aquel hombre terrorífico que decía ser su padre y la había comprado al lupanar.
Con el buen tiempo, tenía dos lugares favoritos en los que pasar la noche. Uno era el tejado de la cofradía de mercaderes. Era el edificio más alto del lugar, y Charlotte podía trepar hasta la cornisa desde un edificio anexo. Se sentía segura, demasiado arriba como para ser alcanzada por los malos hombres, y podía contemplar las estrellas antes de dormirse sobre la alfombra de tejas.
No siempre podía acceder a su preciado templo, pues no podía escalar sin ser vista a plena luz del día, y tenía que esperar a la noche cerrada para comenzar su ascenso. A veces los peligros de la ciudad hacían conveniente recogerse temprano, al atardecer, y Charlotte tenía otro cobijo para esas situaciones. Se trataba de un resquicio entre dos viviendas, un mínimo y largo pasillo de palmo y medio de ancho, habitado solo por las ratas, y en la que tenía que dormir de pie. ¡Pero era seguro, maldita sea!
Ninguno de los dos lugares le protegía de la lluvia. Para esos días, Charlotte se ofrecía a los hombres solteros y se metía en sus casas y en sus camas. El vestido que llevaba ahora, que ya había crecido un poco, fue medio regalo medio robo. Una prenda de una mujer muerta que un grosero viudo le había puesto para volver a sentir a su esposa, y que Charlotte se llevó puesto al amanecer, mientras aquel hombre todavía dormía.
Las últimas semanas no había refugio posible. Ya no era capaz de trepar, y era demasiado ancha para el callejón del palmo y medio. Tampoco encontraba hombres que quisieran cobijar a una embarazada a cambio de ponerla a cuatro patas. Pero eso se acabaría hoy. Charlotte sentía las punzadas en su vientre. El bebé ya no se aguantaría mucho más dentro.
Las contracciones se prolongaron hasta el anochecer. Charlotte mordía su propio brazo para no atraer a ningún malandrín con sus gemidos. Y aunque estaba en una zona poco transitada, no estaba exenta de tener un mal encuentro con algún desalmado. Tenía que empujar. Tenía que echarle fuera rápido.
Un último empujón y estaba fuera. Y el muy desagradecido se puso a llorar. Charlotte trató de alejarse lo máximo posible del recién nacido. Estaba muy débil para escalar, pero quizás si consiguiese llegar al hueco entre las dos casas... Giró la esquina y chocó contra un viril torso. Llevó la vista hacia arriba, más allá del mentón. Era la cara desfigurada de su amorfo padre, captor o bienhechor. Con cualquier punto de vista aplicable, Charlotte no quería volver con él. El encapuchado solo tuvo que tomar lo que era suyo: la cogió de la muñeca y tiró de ella hasta casa.
A unas cuantas calles de allí, el bebé seguía llorando. Hasta que una silueta se acercó para ver el origen de los berridos.
AÑO 88 DE LA DINASTÍA TARGARYEN, ALREDEDORES DE ORILLA AZUL:
Ulha calienta el agua y prepara trapos.
Hoy es el día en el que le harán abuela.
La madre empuja sobre unos harapos;
el padre estará jugando en la plazuela.
Malditos aquellos que no se hacen cargo
de aquello que despreocupados crearon.
Porque es muy divertido hacer los niños,
pero luego pasan de amantes a amigos.
La niña nace sana. La abuela le llama Nana.
La madre muere en el parto, el mismo instante
en el que el gran Septón Barth estira la pata.
No fue coincidencia que ocurriese así el lance...
Los Dioses Viejos arrebatan la vida a un Septón,
el máximo representante de otra odiada religión.
Los Dioses Nuevos arrebatan la vida a una mujer
que representa viejas tradiciones en las que creer.
AÑOS 85 A 95 DE LA DINASTIA TARGARYEN: Del Año 90 al 95 Fuerte del Roble. Gwendolyn Caswell Otto (padre de Ser Madrigal).
Año 92. De nuevo Gwen trabajaba sin descanso con los cuerpos de aquellos a los que había sido encomendada. Esta vez era un grupo de bandidos a los que el mismo Ser Liman Oakenshaf había derrotado. No había mucho que hacer. Tan sólo evitar que el olor de la muerte se extendiera antes de que fueran quemados públicamente y coger algún órgano que el Maestre había solicitado vete tú a saber el por qué. Una media sonrisa se formó en su cara, oculta por la máscara que la cubría, cuando vio la erección de uno de los cadáveres. No era la primera vez que veía moverse a uno pero aquella era una caprichosa manera de hacerlo. A veces el alma de un hombre no acababa de dejar el cuerpo en el que habitaba hasta que las Hermanas le habrían las tripas. Sin embargo éste no estaba muerto y, cuando la mano fría como el hielo le agarró fuerte la muñeca no se dio cuenta de su error.
-Como grites te juro que te mato , ¿me entiendes, zorra?.- Aunque hubiera querido gritar no hubiera podido, pues Gwen era muda casi desde nacimiento. Se limitó a no realizar ningún ruido con la esperanza de que aquel hombre la dejara en paz. ¡Qué ingenua era!, pero no podía comprender. ¿Tan grande es el apetito de los hombres que, habiendo sorteado la muerte escondiéndose entre un montón de cadáveres, al escapar sólo pensaban en follar?. Efectivamente. El bandido empujó a Gwen al suelo y la tomó allí mismo, tal era su fiereza y hombría. Había escapado de la ira de Ser Limón y, si alguna vez tenía que morir, al menos habría dejado plantada su semilla, aunque fuera en una de las novias de la Muerte.
Nueve meses después, Gwen tuvo un hijo, al que llamó Otto, pues era uno de los pocos sonidos que podía articular con sus atrofiadas cuerdas vocales. Parió en soledad, alejada ya de las Hermanas Silenciosas. Había roto uno de los votos y por tanto había tenido que huir.
Año 95. Ser Lyman Oakenshaf no se andaba con miramientos en cuanto a ostentar todo tipo de lujos. Aquella mujer podía estar en los huesos, oler mal, vestir con andrajos y llevar a un niño de dos años en brazos chupeteando sus arrugados pechos, pero sin lugar a dudas era la que mejor hacía el trabajo que iba buscando. Había entrado en la cabaña donde vivía, si es que se podía vivir allí, entre inmundicia y un olor que revolvería el estómago a la más puta de las putas. No podía negar la evidencia. Su trabajo era justo lo que él necesitaba. Toda su cabaña estaba llena de naturaleza muerta. Una familia de hurones acurrucados en una esquina. Un corzo de pie como pastando, la cabeza de un enorme jabalí con las fauces abiertas mostrando los enormes colmillos. Todos ellos tan reales como en vida, pero inmóviles como si el paso del tiempo se hubiera detenido.
- A partir de ahora vivirás junto al castillo en una casa que te cederemos y trabajarás para mi. Te encargarás de inmortalizar las piezas que yo mismo cace para que se mis invitados conozcan las pericia de Ser Liman Oakenshaf .- Así fue como Gwen y el pequeño Otto comenzaron una nueva vida.
AÑO 94 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Bastión de las Tormentas.
Erick Baratheon, hijo de Halbert Baratheon, Señor de Bastión de las Tormentas. 47 años.
Stanly Baratheon, hijo de Erick, heredero de la casa. 23 años.
Robert Baratheon, hijo de Stanly, nieto de Erick, 3 años.
Antepasados directos por línea paterna de Ser Baltrigar.
Erick observó desde su asiento cómo Stanly jugaba con su hijo. Su nieto, Robert, de tan sólo tres años. El futuro de la casa Baratheon. El crío era excepcional. Había comenzado a andar muy pronto, y ya pronunciaba multitud de palabras aunque aún distaba de dominar el lenguaje.
Apenas tenía fuerza en los brazos pero el crío ya levantaba un palo pequeño de madera, y su padre jugaba con él como si de un entrenamiento se tratara. Erick sonrió. Sí, el pequeño prometía. Sólo había tenido un nieto pero creía no tener que preocuparse por el futuro de la Casa. Eran tiempos de paz, la grandeza de la casa Baratheon no era discutible. Aunque Erick tenía sus dudas respecto al rey y sus consejeros. Habían privado a la casa Baratheon prácticamente de cualquier contacto directo con la corona. Pero Erick no se quejaba. Estaban en una posición bastante cómoda.
Los pasos del mensajero resonaron en el amplio salón mientras éste se dirigía al Señor. Stanly seguía jugando con el niño pero sus ojos se desviaron para seguir la trayectoria del mensajero. Evidentemente quería saber qué noticias traía.
El hombre intercambió unas palabras en voz baja con el Señor, y éste le despidió con un ademán de la mano. Stanly se acercó a Erick observando a su padre en cada gesto, cada detalle.
- ¿Ocurre algo? - preguntó al comprobar el gesto severo y pensativo de Erick.
- Tengo que tapar otra de tus indiscreciones... - espetó Erick con voz enfadada. - El día que tu mujer se entere lo vas a pasar mal... más te vale tenerla bajo control cuando seas el Señor. - la mirada furibunda de Erick atravesó a su hijo de lado a lado. - Eres joven e impulsivo hijo... pero no confundas eso con irresponsabilidad. Soy permisivo única y exclusivamente porque el futuro de nuestra Casa dependía de ti. Pero ahora tengo un nieto. - las palabras eran duras, e implicaban amenazas veladas. - Es el tercer y último bastardo del que haré cargo. – Stanly abrió los ojos desmesuradamente. Tampoco estaba seguro de si su padre pagaba la manutención de los críos y para silenciar la boca de las madres... o si por el contrario acababa con ellos de forma discreta y eficaz. Le había prohibido volver a ponerse en contacto con las dos madres anteriores.
- Si vuelves a cometer semejante indiscreción, me haré cargo del origen del problema. - sentenció Erick. Le dolía en el alma tener que tratar así a su hijo, pero de otro modo no aprendería. - Puedes follar con las mujeres que quieras... pero tienes una reputación que mantener. Tu honor y el de tu mujer deben permanecer intachables. Si dejas a una furcia preñada, ocúpate del asunto. ¿Entendido? -
Stanly agachó la cabeza. - Sí, padre. - por el rabillo del ojo vio al pequeño Robert acercarse con pasos dubitativos hasta su padre y su abuelo. Por suerte no comprendía aquella conversación, o eso deseaba Stanly.
Año 92 de la dinastía Targaryen, Refugio Quebrado
Dan Crakehall, antepasado de Horace Crakehall
Dan era hijo de Horace Crakehall. El segundo hijo de esta rama secundaria de la familia. Como tal, jamás tuvo, o no creyó tener al menos, posibilidades de convertirse en Lord Crakehall, pues estaba demasiado lejos. Tampoco llegaría a ser el cabeza de su rama, pues aunque era tan solo la segunda opción, su hermano era un hombre valiente y fiero; temperamental podría decirse. En estos tiempos de paz era seguro que tendría una vida larga y próspera, y él no iba a asesinarlo como hacían en otras casas. La mera idea le horrorizaba, pues él quería a su hermano.
No, Dan Crakehall no era un asesino. Había crecido y jugado, compartido y comido, dormido y festejado, junto a su hermano Jacob. Dan era un buen administrador. Cuando su padre envejeció y poco a poco confiaba más en sus hijos mayores, Jacob demostraba grandes dotes para la caza, las estrategias y el combate. Participaba en torneos y duelos, e iba de caza. Dan era un gran administrador, controlando las cuentas de la casa, los impuestos recogidos, los cultivos de grano y los tributos.
Como buen miembro de los Crakehall, dominaba la espada y el escudo, pero era mejor arquero. Su estilo era más ágil que el de su hermano, que se centraba en golpes amplios y demoledores. Pero dan se seguía preguntando cuál era su lugar. ¿Permanecería siempre junto a su hermano ayudándolo a administrar la hacienda? ¿No tendría un legado propio que dejar? Ciertamente era ese un puesto importante, aunque no reconocido.
Dan comenzó así a visitar a los maestres, a interesarse por sus ciencias y sus conocimientos. Si bien decidió no unirse a ellos, pues perdería parte de su estatus, se convertiría en un gran y sabio consejero, esa fue su elección. Con la venia de su hermano se desplazaba a Desembarco del Rey, a visitar las bibliotecas que se le permitían. En aquella época, bajo el dominio del Rey Sabio, las fuentes de conocimiento estaban más a disposición que nunca.
Así, Dan recorrió varias ciudades, aprendiendo historias y leyendas, pócimas y tratamientos, leyendo sobre estrategia militar y grandes gestas. Su conocimiento se fue incrementando, llegando a ser el más sabio de toda la casa Crakehall de su época, y posiblemente de las pasadas. Los Crakehall siempre habían sido guerreros, poderosos blandiendo espadas. Pero él destacaba por su sabiduría.
Una de las veces, permaneció por dos años lejos de Refugio Quebrado. Fue un viaje largo, recorrió el camino real hasta el Muro, quería escuchar las historias de Invernalia, escuchar hablar sobre los primeros hombres y los niños del Bosque y los misterios de más allá del Muro. Fue una historia trepidante, y realmente aprendió mucho de los cuentos de viejas del norte, de su sangre recia y misteriosa. Regresó a casa rememorando las historias y cuentos que, en el banquete que su hermano diera a su regreso, tal y como hacía siempre, contaría.
Pero aquella noche no fue tan alegre. Su hermano pequeño, al que todos sobreprotegían por su débil estado, había muerto. La notícia le partió el alma, su hermano se veía claramente abatido, claramente más dolido que su hermana menor. Era un duro revés, y sin alguien más que pudiera quedar allí, Dan decidió que allí terminaban sus andanzas por el mundo. Jacob necesitaba a un hermano junto a él, alguien que lo aconsejase, y lo apoyase. Con el tiempo y sus viajes, Dan había aprendido que el reconocimiento ha de venir primero de uno mismo, para poder ser reconocido por los demás. Los hambrientos de poder terminaban solos y odiados. Y si algo era primordial para Dan, a parte de su sabiduría, era su familia.
AÑO 89 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Castillo de Seagard.
Daena Mallister, abuela de Malcom Ríos (7 años).
- Papá, no quiero casarme con él, es muy feo. - Dije casi murmurando. - Y no quiero tener hijos, las que me cuidan dicen que duele. - Mi voz se volvía cada vez más tenue. Mi padre no decía nada, simplemente me miraba.
- Las cosas son así, pequeña. Esta boda hará que los Tully se acerquen a nosotros y tengamos una alianza. - Me comentó su padre firmemente.
No entendía lo que me decía, lo que me incomodaba más. Hablaba de cosas extrañas, palabras de comprensión dificultosa. De líneas, de costumbres. No acababa de acostumbrarse a eso.
- Pero si es mayor que yo. - Volví a quejarme.
- Pequeña, cuando crezcas ya no te duplicará la edad, simplemente te sacará siete años. - Saqué los dedos para contar, aquello me confundía.
- No te creo. - Protesté.
- Niña, al final te voy a castigar. - Me riñó.
En ese momento me acobardé, una lágrima cayó por la curva de mi mejilla derecha. Después la siguió otra. Otra. Y luego fue por las dos mejillas. Aquello duró poco, pero lo suficiente como para enrojecerle los ojos y dejarle marcas de sal por donde poco antes habían pasado sus pesares.
AÑO 95 DE LA DINASTIA TARGARYEN: Tierras de los Ríos. Antepasado por línea paterna:
Sorem, tatarabuelo por línea paterna de Darién.
- ¡¡¡Fuego!!! - los gritos de Darién sonaron por toda la casa, Sorem se levantó de la mesa donde estaba terminándose su desayuno y salió de la casa. Fuera pudo ver cómo el almacén exterior donde había guardado las crías de pollos estaba ardiendo y los pobres animales salían de la puerta abierta. Tardó un segundo en darse cuenta de lo que sucedía, unos hombres a caballo estaban cogiendo tanto las gallinas, los pollos y los pollitos en sacos mientras que con antorchas los hacían salir de los corrales. Su hijo miraba desde lejos lo sucedido sin atreverse a hacer nada, los dos sabían quiénes eran aquellos hombres, los bandidos que se habían asentado en el bosque cercano y tantos problemas estaban dando últimamente.
Su hijo no podía hacer nada, no había sido entrenado para luchar, era hijo de un criador de pollos y así seguiría si podían salvar la granja. Aquel muchachín con sus quince años se estaba haciendo todo un hombre y ya sabía todo lo necesario. Sorem a sus cuarenta años no era más que un viejo que poco podía hacer con el dolor de espalda y las antiguas lesiones sucedidas cuando era un guerrero.
- ¡Darién entra en la casa! ¡YA! - Su hijo lo miró sin saber qué hacer, no podía creer la orden que le estaba dando su padre, sin duda todos sus músculos le pedían salir hacia aquellos hombres, pero sin duda tendrían armas y las sabrían usar. Cuando éste se acercó a la casa, Sorem sacó su antigua lanza de su época joven y salió. Cuando su hijo lo miró este le puso la mano en el hombro.
- Pase lo que pase no salgas, cuida de tu madre y ten una buena vida hijo mío. - Dicho esto cerró la puerta tras de sí y se lanzó hacia aquellos hombres.
Inocentes ellos se rieron abiertamente cuando vieron a aquel viejo lanzarse a la carga con una lanza, poco podían adivinar ellos que era un viejo veterano. El primero de ellos no tuvo más tiempo que sacar su espada antes de ser atravesado por la punta de la lanza en un pulmón. El resto de ladrones intentaron responder al ataque...
Cuando los gritos finalizaron, tendidos en la tierra había cuatro ladrones muertos, dos heridos sin poderse mover y el pobre viejo Sorem que había muerto con la sonrisa en la boca. A su lado, su esposa e hijo lloraban sin poder contenerse. El resto de bandidos habían huído, pero al menos tenían la casa y muchos animales intactos.
AÑO 95 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Los Gemelos.
Antepasados maternos de Royne Rios. ( Lionel: Tatarabuelo. Ayleen : Tatarabuela. Alyn: Abuela. ).
Las cosechas del largo verano brindaban prosperidad a los campesinos del alto del Rio Forca Verde. Asentados desde las primeras edades en estas prosperas tierras, sabían sacar el mejor provecho al cultivo. La proximidad del Puente de Piedra les brindaba inmejorables condiciones para el comercio.
Bajo el plácido reinado del Rey Viejo las guerras por fin parecían cosas del pasado y los jóvenes podían dedicarse a los menesteres del campo en lugar de blandir espadas.
Reconfortado por esta vida, Lionel se dirigía, como tantas veces, al mercado ubicado en la torre norte de los Gemelos, con el fin de vender o intercambiar los frutos de su tierra con los granjeros del otro lado del rio. Acompañado por su pequeña hija de apenas seis años, pero cuya belleza era innegable aún a su corta edad.
La enorme construcción de roca impresionó a la pequeña, que veía maravillada de un lado a otro, el mercado era un tumulto de gentes de las más diversas profesiones y lugares. Los comerciantes gritaban a todo pulmón sus mercancías a los posibles compradores. Afortunadamente para Lionel, contaba con un puesto fijo de venta, a un granjero local que a su vez tenía un puesto de venta y se encargaba del traspaso al otro lado del puente. Les compraba a granjeros pequeños por un precio menor, para luego vender al otro lado.
Enfrascado en los pormenores de la venta, Lionel perdió de vista por unos segundos a la pequeña, quien, vencida por la curiosidad, se acercó a ver un ave de extraño plumaje y glorioso cantar, enjaulada a la orilla del paso principal del mercado. Su trinar melodiosa era envidiado por la pequeña, muda de nacimiento. Pero lamentó profundamente la agonía reflejada por el encierro del ave, así que se dispuso a liberarla.
El dueño vio con alarma la intenciones de la niña y sin miramientos le golpeo la mano y la arrojo al camino de un empujón, en los precisos momentos en que una comitiva a caballo pasaba por el lugar. El caballo se encabritó ante la súbita aparición de la niña. Alarmado, Lionel reaccionó al ver a su hija tirada en el suelo frente a los cascos del animal. Se lanzó sobre ella protegiéndola con su cuerpo.
El jinete logró, a duras penas, contener al animal. Se bajó con su mano en la empuñadura.
- “¿Cómo te atreves a interrumpir el paso de vuestro Señor? “ - Gritó exasperado, dispuesto a aplicar la corrección más drástica.
- “Ha sido un accidente, mi Señor, la niña ha caído.”- Respondió humildemente Lionel sin atreverse siquiera a levantarse, rodeando con su cuerpo a la criatura.
- “Es una ladrona” - Gritó el comerciante dueño del ave. – “La he descubierto robando mi mercancía.” - Agregó con un escupitajo que cayó a los pies del granjero.
- “¡Mientes! Mi niña nunca haría tal cosa.” -
Los caballos que seguían al primero se detuvieron ante la aglomeración de gentes que presenciaban el espectáculo.
La espada del jinete abandono su funda y el brillo del metal heló la sangre de Lionel, quien protegía agazapado a la pequeña, que no paraba de sollozar.
De pronto todos guardaron silencio, del centro de la caravana descendió un caballero de avanzada edad, se plantó delante de Lionel y le ordenó levantarse. En su pecho, el granjero pudo distinguir el escudo de Lord Frey.
AÑO 85 DE LA DINASTÍA TARGARYEN: Seagard.
Lucila, bisabuela de Malcom Ríos (20 años).
¿Porqué tuvo que pasarme? Ahora tengo que cargar con este bebé y aquel recuerdo. Mis padres dicen que no debo evitar su nacimiento. ¿Acaso le cedí demasiado a aquel gandul que se hacía llamar Dannyl? Por si fuera poco terminó dentro y borracho encima. Se me durmió luego. Lo dejé allí tirado. Vaya forma de empezar una relación y de inmediatamente terminarla. Ni siquiera lo he visto de nuevo. Ojalá no lo hubiera visto nunca...
Bueno, realmente quiero verlo de nuevo...
- Lucy, vacíame el cubo de agua, está sucia, y luego tráete un poco más de agua. - Le comentó el regente de la taberna.
Se levantó y cogió el cubo, dentro de poco iban a cerrar y tenían que dejarlo todo limpio. Ella estaba cerca de terminar su embarazo, aquello era realmente duro, tener que trabajar...
AÑO 88 DE LA DINASTIA TARGARYEN: TIERRAS DE LOS RÍOS, CASTILLO DE AGUASDULCES.
SER HARLON TULLY (34 AÑOS), HADDER RÍOS (3 AÑOS).
...Espero que acojáis este ofrecimiento con agrado y ruego os pongáis en marcha ahora que los caminos a través del Tridente son más seguros. Dos de nuestros hombres se pondrán en contacto con vosotros para proporcionaros un pasaje desde Puerto Gaviota a Salinas y os acompañarán en vuestro viaje hasta el lugar que os aguarda. Mis más sentidas condolencias por vuestra pérdida, espero en vuestro nuevo hogar pueda suponer un bálsamo para vuestra situación. Respetuosamente, Lord Harlon Tully.
El Maestre sopló ligeramente sobre la tinta del pergamino y a continuación espolvoreó suavemente unos pellizcos de cal en polvo sobre la piel. Acto seguido, levantó la cabeza con el pequeño fragmento en la mano y miró a su señor.
- ¿Estáis seguro de que es una decisión prudente mi señor? Vuestra posición por fin es segura desde la muerte de vuestro señor padre y el nombre de vuestra familia comienza a recuperarse, ¿por qué arriesgarlo todo ahora con una maniobra como esta? - Comentó el Maestre Freymon mientras enrollaba el pedazo de pergamino y lo ataba a la pata del cuervo.
- Maestre Freymon no pretendo que un hombre de vuestra edad atado por sus votos entienda la decisión, sencillamente que la acate, aunque valoro vuestra preocupación. Precisamente por eso recurro a vuestra ayuda y mediante estos medios – comentó Lord Harlon Tully.
- Mi señor, no nací con esta cadena, ni me es ajeno el amor, pero es un sentimiento que no os podéis permitir en este momento, mal que os pese. Pensad en vuestra mujer y vuestro hijo, vuestro heredero, pensad... en vuestro hermano – declaró por fin con pesar el Maestre. Lord Tully soltó un suspiro y miró a los ojos del anciano. Este apenas ya podía distinguir la expresión de su pupilo y señor, los años habían velado casi por completo sus ojos.
- Como bien decís, Maestre, mi posición es lo suficientemente firme como para poder tomar esta decisión ahora, cuando existe la necesidad. ¿Pretendéis acaso que deje a mi hijo en una posición tan precaria en este momento? ¿Sobretodo ahora que esa vieja ha muerto? - inquirió el señor Tully.
- Pero, mi señor, vuestro padre que este con los Siete... - comenzó el Maestre.
- ¡Mi señor padre me hizo jurar en su lecho de muerte que me desprendiese de mi amor y mi descendencia porque era lo que debía hacerse por el bien de todos y me hizo jurar que actuaría de acuerdo las formas de nuestra familia! Pero esas mismas dictan ahora que debo actuar como os estoy ordenando. No voy a deshacer nuestra familia, voy a hacer lo que debe hacerse. ¡¡Aquel era un momento y este es otro... y no se hable más!! – sentenció definitivamente Lord Tully.
El Maestre se amilanó momentáneamente ante la amonestación de su pupilo, ya no era un muchacho era su señor, pero era su deber no guardarse nada para sí a la hora de guiarle. - Mi señor, no quisiera pecar de insolente pero, ¿qué os hace pensar que aceptará? - declaró el Maestre arriesgándose a la ira de su señor.
Lord Harlon Tully miró a su Maestre y la respuesta en su mirada quedó bloqueada por un velo de tristeza.
Algunos meses más tarde...
El mensajero inclinó levemente la cabeza en señal de respeto hacia Lord Harlon Tully. Se podía ver la premura de su llegada en el polvo de sus ropas que todavía se desprendía con cada ligero movimiento.
¿Y bien, me traes noticias? - inquirió el señor de la Casa.
- Sí mi señor, ambos están bien. El lugar es poco más que un poblacho de un puñado de casas como ordenasteis, ni tan siquiera tiene un nombre, pero está lo suficientemente cercano a una villa como para que no les falte de nada. La casa es abrigada y está bien cimentada, no pasarán penurias por la lluvia o el frío – respondió el mensajero con calma.
- ¿Y sobre la otra cuestión? - enarcó las cejas Lord Tully. Una cascada de polvo se desprendió por el movimiento de incomodidad del mensajero.
- Mi señor hemos tratado de hacerla entrar en razón pero... si me lo permite, es una mujer “muy decidida” mi señor – expresó el mensajero.
- ¿Y eso que se supone que significa? ¡Termina de una vez!- apuró el Lord.
- Si así lo desea mi señor. Ha dicho casi textualmente “que cualquier otra cosa que se le preste a su señor puede seguir expresándola por carta como hasta ahora, pero que preferiría que no se presentase por allí” - dijo el hombre.
- ¿Casi textualmente? Mi paciencia tiene un límite ¿Qué ha dicho exactamente? Tal vez debamos recurrír a otros métodos para refrescar tu memoria – sentenció iracundo Lord Tully.
El hombre suspiró y contestó sin más. - Mi señor, sus palabras fueron: “Dale las gracias a tu señor y dile que se puede meter sus cartas por el culo, este es “mi hijo” y lo verá cuando el Muro se derrumbe sobre mi cabeza” - Lord Tully acusó el golpe y su cara cambió de color varias veces.
- Dejadme a solas – dijo sibilando - Por cierto... - dijo Lord Tully -...La próxima vez que te tomes la licencia de "traducirme" un mensaje no saldrás por esa puerta - dijo señalando el pasillo que llevaba al patio.
El mensajero no necesitó de la instrucción dos veces. Se inclinó y, aunque sin salir a la carrera, su zancadas resonaban como las de un caballo.
- Al final conseguiste lo que siempre quisiste vieja loca - mirando para sí Lord Tully mirando al techo.
Siete años más tarde...
La explanada principal permanecía vacía a excepción de un par de parejas de lugareños de los alrededores. En un poblacho tan pequeño como aquel los entierros no estaban a la orden del día, así que en aquella ocasión los pocos vecinos del lugar se habían reunido en el exterior y tras las condolencias pocos quedaban ya discutiendo la situación, el sol se levantaba todos los días para la faena. Todos se conocían y todos estaban de acuerdo en algo, no sabían que sería de aquel muchacho.
- Pobre criatura se ha quedado sólo – dijo una de las mujeres presentes.
- ¿Nadie sabe de ningún familiar? -
- Mmmm... ahora que lo dices recuerdo que cuando llegaron vinieron solos con un par de hombres, me pareció muy extraño porque iban armados – mencionó su marido – pero de eso hace mucho y como nunca dijeron nada pues lo que se suele decir... cuando el Invierno pasa prefieres no recordarlo -
- Qué raro, una madre joven y un chiquillo que apenas camina con hombres armados. Igual estaban escapando de algo – comentó otra de las vecinas.
- ¡Tú ves cuervos en todos lados mujer! Deja ya de darle al pico y ve a ver como está el crío, que está solo en la casa – le espetó el marido.
- Estás tú muy valiente hoy, ya hablaremos más tarde – dijo la mujer, aunque inmediatamente se encaminó a la puerta de la casa.
- ¿Y qué hacemos con el crío? - dijo el primero de los hombres.
- Pues lo único que podemos hacer es mandarlo al Septo de Piedra para ver si se hacen cargo en el templo, pero no sé. Es una lástima, el muchacho tiene buenas manos para el trabajo -
- Tú eres tonto, ¿y quién lo va a llevar? Además, ¿y si acaba perdido en las calles y se lo llevan? - le replicó su mujer.
- ¡¿Y qué pretendes que haga, qué lo críe cómo mío?! Ah joder, ¿eso es lo que quieres no? Vieja sentimental, nos matarás de hambre a todos. ¡Ni se te ocurra meterme al crío en la casa o te juro que le pondré un yugo para que tire el arado! Mira, yo no digo que el chico no sea majo, pero de ahí a quedárnoslo hay mucho. ¡Deja de mirame así mujer, he dicho que no y es que no! - El hombre se fue tirando del brazo de la mujer hacia una esquina para seguir discutiendo agriamente.
Mientras, su amigo, se reía entre dientes con la escena. El sonido de un grupo de cascos resonó en lo alto del camino de tierra que accedía al conjunto de casuchas y el hombre pudo divisar como se acercaban cuatro jinetes. Tres de ellos rodeaban por detrás y por ambos flancos al cuarto, a todas luces el que tenía la mirada más severa.
Todos iban armados y montado en caballos enormes, aquello alertó profundamente al hombre. Por el rabillo del ojo vio como la pareja que antes discutía se había escabullido rápidamente pensando que los recién llegados pudieran ser bandidos.
- ¡Buenos días tengan señores! ¿Qué se les ofrece por estas solitarias tierras sin valor? - dijo el hombre maldiciendo su suerte por ser el único presente.
- Los Siete estén contigo buen hombre, buscamos la casa de Marla – mencionó el que parecía el líder de los jinetes. Los ojos del campesino se abrieron como platos al escuchar la voz de aquel hombre y tratando de componer su mejor pose respondió.
- Estáis en el lugar adecuado... señor. Es la casa de la puerta azul que veis al fondo. Si esperáis un momento, mi mujer está dentro con el muchacho de Marla – comentó el campesino.
- Precisamente..., estamos buscando al chico. ¿Está en la casa? - preguntó el jinete.
- Sí, señor. Como dije, mi mujer está haciéndole compañía al muchacho, son momentos duros... su madre acaba de ser enterrada. - El jinete asintió y el campesino creyó ver un atisbo de tristeza en su expresión.
- ¿Sabéis si alguien lo ha reclamado? Tiene familia en el pueblo - comentó el hombre a caballo.
- Bueno señor... no quisiera ser indiscreto, pero, no se quién sois ni que hacéis aquí – dijo el campesino. El hombre suspiró y miró al campesino con un chispa de impaciencia. - Pero... no... no señor, no conocemos a otros familiares – balbuceó el hombre al ver la expresión del jinete y sus armas – Precisamente estábamos diciendo que lo mejor sería enviarlo al Septo de Piedra y ver si... -
- Eso no será necesario. El muchacho vendrá con nosotros hoy mismo. No tenéis porqué preocuparos - interrumpió el jinete. El hombre armado azuzó levemente a su bestia y trotó hasta la puerta de la casa. Descendió ligeramente del caballo, como aquel que lo hace a menudo y entró por la puerta.
El campesino miró nervioso a los otros jinetes que parecían esperar a su líder, pero ni aun así se movió un ápice. Al rato la mujer del campesino salió por la puerta quejándose y soltando algún que otro comentario hiriente. Su esposo le hizo un gesto para que se largase a su casa y comprobó la reacción de los jinetes. Estos ni se inmutaron. Un tiempo después la puerta volvió a abrirse y el muchacho rubio salió acompañado por el hombre. Llevaba entre manos un pequeño trozo de tela que envolvía algo y sus ojos seguían enrojecidos, pero su cara parecía transmitir algo extraño. El campesino no le dio más vueltas.
El hombre subió al muchacho a la grupa del caballo y montó. - ¡Tú! ¿Sabes quién soy? - preguntó el jinete al campesino una vez más. El campesino permaneció callado sin saber si responder sería prudente o no. Ante su silencio, una pequeña bolsa cayó desde la mano del jinete y repiqueteo con sonido metálico.
- Que tu memoria siga así – dijo el jinete.
Este hizo un gesto a sus acompañantes y enfilaron nuevamente el camino de tierra al trote. El muchacho no miró atrás. Al cabo de un momento el campesino superó su conmoción y respiró aliviado. El recuerdo del sonido de la bolsita de cuero le sacó de su estupor definitivamente y con un gesto tiró del cordel para ver su interior. Su mujer se acercó a la carrera y el marido le miró con una enorme sonrisa.
- ¿Qué ha pasado? ¿Por qúe se lo han llevado? - le preguntó ella.
- ¡Por los Siete que no te lo vas a creer! - dijo el hombre agitando la bolsa nuevamente.
Año 81 de la Dinastía Targaryen. Tierras de los Ríos. Antepasado por línea paterna:
Ronald, bisabuelo de Randyl Lanzapartida:
Ronald no quería tener hijos, ni uno solo. Usaba a las mujeres para su satisfacción, pero no creía en el amor y mucho menos en formar familia. Hacía unos años su abuelo había desaparecido para siempre en el Bosque de los Secretos, no sabían qué había pasado con Randall, el hombre gris, pero no sorprendió a nadie que se perdiera en aquel bosque. Desde entonces se había trasladado junto a su padre y tíos a Solaz del Soldado en donde ellos solos formaban una compañía de mercenarios. Los tiempos no eran prósperos para la actividad, pero sobrevivían.
Melan era una joven prostituta, trabajaba en un burdel de mala muerte y conocía la fama de Ronald, fue por eso que durante mucho tiempo ocultó al pequeño fruto de su trabajo para el mercenario. Sin embargo, en estas pequeñas regiones, ningún secreto se mantiene mucho tiempo. Ronald supo que tenía un hijo y su primera reacción fue ignorarlo. Sin embargo, no dormía por las noches y el pequeño se le aparecía en sueños las pocas ocasiones en que lograba descansar. Fue por eso que decidió ir a buscar al niño y hacerse cargo. Era un hombre muy temperamental, no sólo se llevó al niño con él, fue con toda su compañía al lugar, mató a la madre por mentirosa y prendió fuego al burdel.
Año 90 de la Dinastía Targaryen. Tierras de los Ríos. Antepasado por línea paterna:
Raff Hinchado, abuelo de Randyl Lanzapartida:
Raff caminaba muy despacio. El cuerpo le dolía horrores. Se había jurado a sí mismo que esa sería la última vez que su padre le daría una paliza. En su plan original le atravesaba el corazón con una lanza en combate singular, pronto se dio cuenta de que eso no sucedería. Lo siguiente que planeó fue rajarle la garganta mientras dormía, pero el sólo imaginar ser descubierto lo aterraba. Finalmente, luego de una paliza feroz que le había costado un par de costillas y dejado la cara desfigurada, armó un bulto con sus pocas pertenencias, robó una espada y una camisa de mallas de la armería de su padre y sus hombres, y se marchó sin rumbo. Odiaba a su padre y su padre lo odiaba a él. Siempre le recordaba que su madre era una puta y una mentirosa y lo trataba como si él tuviera la culpa.
Arrastrando los pies durante algunas jornadas finalmente logró llegar a Sept de Bahía, era un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar a buscar la suerte. Estaba armado y algo entrenado, tenía apenas catorce años pero fue suficiente para conseguir sus primeros trabajos en la guardia del Septo. Los primeros años hacía mandados, afilaba las armas y mantenía limpio el cuartel, con el tiempo lograría ser un auténtico guardia de Sept de Bahía. Cuando llegó a pedir trabajo aún tenía la cara muy marcada por la paliza de su padre, esto le dio mucha gracia a los guardias del lugar que desde entonces lo llamaron Raff Hinchado.