VIÑETA XVI: AÑO 148 D.A.: El Alzamiento:
Mención: Royne, Ser Hadder, Gwraidd.
No conseguía conciliar el sueño, el pensamiento de que Royne no pagaría por lo que hizo me enfurecía más y más, llegué a Villamanzano donde mi sufrimiento era escuchado aunque por desgracia no podía ser consolado.
Pronto las pequeñas y clandestinas conversaciones en mi casa o en el bosque eran más frecuentes, la voz se corría por toda la aldea y eran cada vez más los que se acercaban a mostrarme su apoyo. Una visita llamó mi atención más que ninguna, la de Gwraidd quien me dio su pésame. Por un momento se me paso por la cabeza rebanarle el cuello con mi hacha como venganza de la muerte de mi padre, pero mi lucha no era contra Ser Hadder sino por la justicia que se negó a mi padre.
Pronto las confidencias se convirtieron en reuniones para poco después ser asambleas, reunidos en el salón principal contaba cómo era la vida en el castillo. Como las mesas estaban siempre llenas de comida mientras en las aldeas se pasa hambre, como cada día se tiraban sacos llenos de comida despreciada por señores y caballeros mientras aquí apenas hay migajas para comer.
Como era posible que esto fuera así y que cuando el pueblo pedía justicia, la respuesta era reírse con ese engaño que ahonda aún más en el dolor por la memoria de nuestros muertos. Mi mensaje pronto fue escuchado y donde al principio eran un puñado pronto fueron decenas.
El tiempo de hablar ya pasó y Royne ya estaba fuera de su celda como un insulto constante, la determinación era clara y los habitantes de Villamanzano se negarían a pagar más impuestos hasta que no se hiciera justicia de verdad.
Pasaron los días y las protestas y el odio aumentaba al mismo tiempo que crecía en número, los hombres se hicieron fuertes y no pagaban a los enviados por Ser Hadder cuando requerían sus impuestos. Pero sabía que no era suficiente, tan solo era un problema aislado que no perturbaría al castillo por lo que me dirigí a Solaz del soldado.
Había conseguido ciertas amistades e influencia durante mis años de contrabandista y era el momento de aprovecharme de ellas. Moviendo algunos hilos conseguí fácilmente revolver el seno de tal mercenaria ciudad, no fue difícil pues el sentimiento siempre había estado arraigado en el poblado.
Los actos vandálicos aumentaban cada vez, revueltas, incendios y algunas palizas a enviados del castillo pronto elevaron el nivel del problema del que se hicieron eco en el castillo, una revuelta había nacido y aquella semilla permanecería en los corazones del pueblo durante mucho tiempo, y bien sabía que no hay enemigo más fiero que tu propio pueblo enfurecido.
VIÑETA XVI: AÑO 148 D.A.:
Me escaqueé durante el frío de todas aquellas cosas que hacían grande a un hombre, mi mayor tiempo me lo pasé masticando aquellas hierbas que me trajo plumby, mientras me colaba en el recinto funerario con un gran manta y antorchas para calentarme mientras rezaba a la vieja. Allí para ver que me diera la guía para saber traducir los acontecimientos vividos.
Algunas veces no iba ni hacer guardia debido a que algunos de los soldados cayeron y no había quien nos controlase. Flirteé con todas las aldeanas del castillo, aquellas que se mantenían solteras o viudas. Ingerí grandes dosis de alcohol que me mantenían caliente, llegué a ser amigo del cocinero aunque nunca supe pagarle el bien que me hacía.
El día que asaltaron el castillo, hice la hazaña de mi vida, correr hacia la casa señorial para alertar al Lord del castillo, ya que podía decir que había hecho una gran proeza, aunque a decir verdad todo se mantuvo igual, así que tras unas cuantas fiestorras de las mías volví otra vez a la vida fácil y simplona de mis costumbres en el castillo. Con el corazón más frío que el exterior, sin mover una mano aunque muchos necesitarían de atención. A mí sólo me importaba los éxtasis místicos donde veía a la viaje guiarme en esta vida, y el alcohol, hierbas y demás que me mantenían a tono en esta monótona vida.
Todos morirían o no pero yo seguía conservando una sabiduría propia junto con mi visión personal de la vida, que me mantenía vivo mientras que otros yacían en el templo. Sus hechos poco más se recordarían ya que las espadas tenían el inconveniente de consumir los hechos del protagonismo colectivo hacia el individual. Narrando la historia en una especie de anécdota histórico fantasiosa, donde un héroe cobraba el protagonismo y a partir de ahí los bardos hacían el resto entre esas medias verdades. Podíamos entender los sucesos cronológicos más importantes de nuestra época entre estos relatos que dejaban entrever lo acontecido sin más añadidos históricos, aunque con una abundancia de fábulas, milagros y otros hechos que se daban de manera demasiado ostentosas en las oratorias de tabernas y castillos que daban estos juglares con aires de hombres de historia.
Tarmall el vividor daría su consejo de la vida si te hallabas lo suficientemente cerca, y lo pillabas cuerdo para hablarte...
VIÑETA XVI Año 148 D.A. Menciones a Jodd, Baltrigar, Clarissa, Nana.
Final del Asalto
La tormenta parecía conjurada, y no se refería solo al asalto. Ser Madrigal demostró una capacidad de mando y fiereza que lamentó seriamente que él no fuera el heredero del Castillo. Estuvo un rato con Clarissa, tranquilizándola y disculpándose por la risa, aunque volver a ver la cacerola le hacía volver a reírse y de nueva cuenta comenzaba a disculparse mientras Jodd se reía de ambas.
Cuando su amiga quedó a salvo (aunque sin poder precisar si contentada por ella) y los sonidos de la batalla recrudecieron, ambos salieron. Para cuando parecía terminado, ambos se miraron. Sudaban pese al frío, y Aisa notó que al respirar le salía un leve jadeo. Hasta ese momento no había pensado en que acababa de salir de una gripe. Carraspeó, intentando despejar su garganta.
Caminaron un tramo, hasta que notó algo. No se veía a Nana por ninguna parte. Le preguntó a alguien que pasaba, pero tampoco la había visto.
Eso la preocupó. Nana la había ayudado con el nacimiento de sus hijos, incluso la consoló tras el dolor por el bebé muerto. Madre e hijo preguntaron de nuevo por Nana, pero de nuevo no tuvieron respuesta, por lo que decidieron ir a su morada.
Ser Baltrigar comenzaba a juntar a los prisioneros, pero ellos corrían hacia otro lado. Aisa volteó, apenas un segundo… y de pronto algo pesado la impactó y cayó con otra persona al suelo. Sintió que se hundió en la nieve junto al martillo y que aquella presión desaparecía con la misma rapidez. Se giró sobre si misma a tiempo para ver a Jodd luchando con la espada contra uno de los atacantes del castillo. La furia logró lo que el cansancio habría impedido: de un impulso se levantó y esta vez fue ella quien hacía caer al pirata, quien cometió el error de los que habían muerto bajo la espada de Theresa Nieve al subestimar a una mujer. Jodd y ella se abalanzaron y entre los dos lograron inmovilizarlo, a falta de cuerda usando el pedazo de tela bordada con que Aisa se había cubierto el cuello antes de salir de la Herrería.
Se desviaron de su objetivo original. Regresaron al castillo, sosteniéndolo lo más fuerte posible, amenazándolo con el martillo tras haberlo recuperado de la nieve, hasta arrojar al intruso frente a Ser Baltrigar.
- Aquí hay otro – exclamó Aisa cuando la escoria cayó al suelo.
Estaba furiosa. Habían herido, amenazado y casi capturado a su gente. Pensaba más en ello que en el triunfo.
No eran caballeros ni hombres fornidos, sino artesanos, pero eso les dio a ambos constitución física. Con su cuerpo delgado, Aisa seguía teniendo brazos fuertes, y Jodd pese a su edad ya tenía musculatura. Pese a ser madre e hijo, ellos se entendían con pocas palabras y hacían buen equipo. Rodeó los hombros de su hijo y le besó la coronilla de cabello castaño que emulaba al suyo propio.
- Vamos a casa – dijo simplemente. Jodd lo sabía: estaba orgullosa de él.
Conforme caminaban, Aisa sentía que algo cambiaba en ella. Primero fue una molestia, pero ahora comenzaba a calarle cada vez más el pecho. Tras varios palmos, su hijo se dio cuenta.
Fuera porque gastó toda su energía, o porque ya estaban a salvo, pero la fuerza con que luchó la abandonó.
Había salido del calor de la ferrería al frio del invierno, había peleado contra los bandidos, había caído en la nieve, y después de ello se había descubierto. Lo que estaba atenazando su pecho era que lo que se había recuperado lo retrocedió en una noche varias veces: la enfermedad volvió, tan violenta, que se empezaba a transformar en neumonía, y comenzaba a sentirla.
El martillo le resbaló de las manos.
Sus pies se movieron involuntariamente hacia atrás. Luchó contra el mareo, como contra esos malditos saqueadores, pero ahora le costaba volver a caminar. Sintió a su hijo tomarla del brazo.
- ¿Madre…?
El sonido le llegó distante, y eso la asustó por primera vez en la noche. De nuevo hizo un esfuerzo de voluntad para caminar, pero sus pies la traicionaron. Se le doblaron las rodillas y se le cerraron los ojos.
- ¡Mamá!
Año 148. Altojardín. Mención de: ser Madrigal, lady Olenna, ser Orsey, lady Lydia.
El viaje había sido lento y tortuoso, y Patrycia no se sentía bien tras pasar todo ese frío. No quería viajar en invierno, y sobre todo no quería dejar a Jorah atrás en invierno, pero el señor así lo había dispuesto y no había nada que decir. También le disgustaba la presencia de su nuera en la comitiva. No era porque la detestase, pero temía que la jovencita cayese bajo las inclemencias del invierno o el frío le impidiese quedarse encinta. Pasaban los meses y su hijo mayor seguía sin descendencia, para preocupación de su madre.
El torneo no fue mejor. Las nieves había impedido a su hermano venir, el único noble de fuera de su círculo feudal capaz de aliarse con ella. Hizo su trabajo lo mejor que pudo, con la inestimable ayuda de su cuñada Olenna, pero el resto de nobles cuchicheaban y se reían a sus espaldas. Endógamos. Pobres. Traidores. Bastardo. Piedras viejas. Olenna lo llevaba bien, su hijo era demasido pequeño para darse cuenta y Orsey solo pensaba en hacer el burro, así que ella se quedaba sola en su rencor y su orgullo herido. Orgullo que tampoco ayudaba a la hora de suavizar las cosas.
Patricya se centró en su cometido. La mayoría de las casas habían traído una nutrida comitiva, y Patricya intentó hablar con todos. La mayoría son, cuanto mínimo, cortantes, algunos cuchichean por detrás. Los Baratheon también son cortantes entre ellos, por lo que parece que deben detestarse más los unos a los otros que a Patricya. Los únicos con lo que no pudo hablar fueron una septa acompañada de un paje bastardo, sobre el que no puedo preguntar pero al que siguió con la vista durante todos el torneo. Esos ojos, esos ojos... - No dejaba de repetir en su cabeza cada vez que le veía, intentando hacer memoria, intentando recordar a quién se parecían. La iluminación llegó en un momento, durante la justa, al recordar a Orsey entrenando en el patio del castillo. Patricya agarró fuerte la mano de su sorprendida cuñada, acercándose a ella y diciéndole - ¿No lo ves? ¡Sus ojos! ¡son como los de ser Madrigal!
Alto Jardín. Últimos meses del año 148. Mención de: Ser Otter, maestre Ammon, Nana.
Intentaba abrir los ojos. Se notaba absolutamente mojada, el camisón pegado a su cuerpo por el sudor, pero tenía frío. No podía moverse, ni siquiera acercar una mano hacia su esposo, que dormía al lado. La noche se hace eterna.
Otter empieza a moverse. Tal vez son los años juntos, o solo una casualidad, pero en la oscuridad oye la voz de su esposo como un eco lejano. - Patricya, ¿Estás bien?. Reuniendo todas sus fuerzas, Patricya consigue llamar a su esposo. Un momento más tarde nota la tenue luz de una vela, a Otter arrancando las sábanas de un tirón. Gritos. el metálico sonido de un guardia corriendo escaleras arriba. Las enormes manos de su esposo, tocando su cara - Tranquila, mujer, todo saldrá bien - susurra su marido. Patricya no le cree. Tras inviernos y veranos, tras ver nacer cuatro hijos. Casarse a uno. Enterrar a otro. Tras todo eso, es la primera vez que nota las manos de su esposo temblar.
Los siguientes días, o semanas, pasan entre el sueño y un duermevela enfebrecido. No oye a sus hijos. A veces, la voz de Otter se cuela desde la puerta. Los únicos que parecen estar cerca, siempre, son Nana y el maestre Ammon. Nota como ponen cosas en su cuerpo. Abren la ventana, la enfrían. La hacen sudar. Parecen probar más que curar. Y hablan, hablan - o más bien discuten - como si Patricya ya no estuviera presente.
- ¿Un emplaste de pis de vaca y ajo en el pecho? ¿Pero tú estás loca? ¡Los humores infectarán sus pulmones!
- ¡Paparruchas! ¡Todo el mundo sabe que los emplastos de meao abren las narices!
- ¡Tú qué sabes! ¡Yo he estudiado durante años en la Ciudadela! ¡ He visto trabajar a los mejores galenos!
- ¡Tú lo que has visto son menos inviernos que una amapola de campo!
Algo caliente y oloroso se asienta sobre el pecho de Patricya tiempo después. Parece que la anciana suele ganar las discusiones, tal vez porque avasalla al pobre maestre. También es la única que se queda a solas con ella, lavándola con agua de lavanda. Le habla. - El invierno se llevó a mi abuela, sí. Ella me lo enseñó todo - dice mientras pasa un paño frío por sus piernas - Luego se llevó a mi hombre, a él se lo llevó también. Y se llevó a tu hijo, que yo saqué de tu vientre con mis propias manos. Pero a ti no, no señor. A ti no te llevará - dice mientras la tapa con cuidado. Patricya intenta abrir los ojos, contestar, pero no tiene fuerzas.
Unas semanas después empieza a recuperarse. No dejan a Jorah pasar a su habitación, pero sí a Otter. - Muchos más están enfermos - le dice - Algunos... Ya se han ido. El maestre y Nana hacen lo que pueden, pero la mujer ya es vieja y... - Patricya le corta con un movimiento de su mano. estirando el brazo, señala un cofre en su mesilla donde guarda las monedas. - Me ha salvado la vida. Ella no es un maestre, es una comadrona y no tenía ninguna obligación de estar aquí ni de hacer nada por mi. Que no le falte de nada.
VIÑETA XVI: Año 148.
Blantel nunca había sido un hombre muy devoto a los Siete... apenas unas pocas plegarias mal elaboradas dedicadas al Herrero antes de comenzar un nuevo trabajo. Sin embargo, la epidemia de gripe que había asolado el feudo, y el hecho de ser uno de los supervivientes le había hecho replantearse sus creencias y convertirse en un hombre creyente.
Aquel día, Blantel llevaba despierto desde las primeras horas de la madrugada como consecuencia de la tos seca que le había quedado de forma residual tras la epidemia, y como cada vez que le ocurría volvía sus pensamientos a aquellos aciagos días.
Muchas buenas personas habían fallecido como consecuencia de la enfermedad, entre ellos algún amigo... el fallecimiento de Din y su hijo Llum, cuanta tristeza traerá a esa familia... Dregg, muerto en el bosque como había vivido... Olegg... incluso el viejo Septón Eulocis había fallecido en este negro año.
El mismo Blantel había caído enfermo en los primeros meses del año y a punto había estado de ser uno más de los fallecidos. Los meses posteriores a su recuperación fueron duros; por un lado, había tenido más trabajo que en los últimos diez años juntos... por otro, el hecho de que ese trabajo hubiera sido fabricar los ataúdes de sus amigos no hacía sino recordarle la suerte que tenía por seguir vivo.
Mientras paseaba por el patio del castillo no podía evitar pensar "Benditos sean los siete que nos otorgen un resto de Invierno corto y benigno"
VIÑETA XVI Año 148 D.A. Menciones a Ser Orsey, Ser Madrigal, Lady Patricya Florent, Horace Crakehall
El torneo
Pestañeó, aun sorprendiéndose de haber estado perdida en sus pensamientos. Intentaba concentrarse en el torneo, era el primero que veía y si seguían ese paso probablemente el último, y ya se había perdido la fiesta de inauguración por estar enferma. Incluso se perdió de la gracia de su cuñado en el concurso de heráldica, que bastante gracioso debió de ser.
Orsey se había inscrito en melé y justa. Pudo incorporarse, sintiéndose mejor al grado de poder levantarse. Aplaudía sinceramente la actuación de su esposo… y sentía nostalgia por Ser Madrigal. Lo había conocido en una demostración, recordaba muy bien. Aun tenía la pluma.
Pero se había alejado demasiado. No sabía si por rendirse con ella.
Sostenía la mariposa con sumo cuidado. Era el segundo regalo, dado poco antes de formalizarse el compromiso. Por fuera se mantenía estoica, por dentro sentía una quemazón en los ojos. Años de una ilusión. Hasta allí quería hundirla su madre, de quien parecía nunca iba a poder escapar.
De pronto, cuando escuchó un golpe, se dio cuenta de que su esposo fue derribado.
- ¡Orsey! – gritó sin pensarlo. Se puso de pie en un salto - ¡Orsey!
Ahora era ella quien estaba a su lado. Fue una sorpresa hasta para ella misma, quien nunca había cuidado de un enfermo. La necesidad de cuidarlo creció, acompañando a su suegra.
Orsey comenzó a delirar por la fiebre. Le escuchaba, y sentía que se le apretaba el corazón. Le cambiaba el paño, lo miraba con preocupación, entrecerraba los ojos y le sostenía la mano.
Otra sorpresa en su matrimonio fue el lecho. Se aferraba a su esposo, mientras su espalda propia se arqueaba…
Se recostó a su lado. A últimas fechas, ya podía hacerlo sin que la habitación diera vueltas. Se acurrucó junto a Ser Orsey, dejándose cobijar por el calor de su cuerpo. En la inconsciencia, él la rodeó con su brazo. Lydia se sorprendió, alzando la cabeza para observarle. Sonrió de lado, comprobando que estaba bien, y recargó la cabeza en su hombro.
¿Cuántos sentimientos ella se callaba?
Suspiró, frustrada de sí misma, cerrando los ojos para dormir junto a Orsey. Sintió un ligero movimiento, pero no de Orsey, sino en ella misma. Rodó en su mente los ojos. Por dentro quería que siguiera siendo su secreto, algo únicamente suyo, aunque sabía que cuando Orsey recuperara la consciencia ya no iba a ser posible. Por lo menos ya no estaban las nauseas.
Se había levantado por primera vez. Ser Orsey no estaba allí. Se incorporó pesadamente, sintiéndose mareada, viendo luces de colores. Poco a poco comenzó a caminar hacia la entrada. Quería aire fresco.
Por fin estaba afuera. Aspiró, inspiró, se refrescó sintiendo que se revitalizaba. O lo habría hecho, si no…
Algo se removió en su estómago. Se tuvo que aferrar al marco de la puerta, pero otra arcada le hizo vomitar sobre la blanca nieve.
Hacía tres lunas que no sangraba.
Año 148. Ataque al Castillo de Aguasclaras. Mención a Ser Baltrigar Tormenta, Theresa Nieve, Beldyr Tormenta, Brocelyn, Brandon, Carlysle, Charlton, Aisa y Jodd.
Clarissa despertó en medio de la noche, sobresaltada por la insistencia de su primogénito, Beldyr. La mujer miró a su hijo, asustada y confusa, pero pronto la algarabía la hizo comprender. El castillo estaba siendo asaltado.
Nerviosa, abandonó el lecho, disponiéndose a ayudar a Beldyr a terminar de despertar a sus hermanos. De fondo oía a Baltrigar manejándose con la armadura, y no tardó en acudir a su lado, con el temor velado en el rostro. Escuchaba además el entrechocar del acero a lo lejos y el gorgoteo de la sangre en las gargantas agonizantes de los hombres.
—Quédate aquí con ellos— dijo su marido. Y ella asintió. Llevó consigo a Carlysle y a Charlton a una zona más alejada de la puerta, pasando un brazo por encima de cada uno, en actitud protectora. Carlysle era ya casi un hombrecito, pero aún era muy joven para luchar. Charlton sólo tenía ocho años, y no deseaba verlo peligrar.
Beldyr, Brandon y Brocelyn acudieron a ayudar a su padre, provocando en Clarissa cierta angustia, al pensar que sus hijos podían sufrir algún percance. Pero Beldyr era escudero desde hacía ya algunos años, y Brandon y Brocelyn ya tenían suficiente edad para decidir por sí mismos si querían o no mostrar su valía en Aguasclaras.
La primera oleada de bandidos fue masacrada en la Casa de los Abanderados, dejando un olor herrumbroso difícil de ignorar en el aire que se podía respirar entre sus paredes. Baltrigar, las espadas juramentadas y el resto de habitantes de la Casa ayudaron a pertrechar la puerta, mientras Clarissa permanecía en las dependencias de los Tormenta, procurando tranquilizar a sus hijos, y tranquilizándose a sí misma al tiempo que rezaba al Guerrero para que le diera la fuerza y la victoria a los hombres del feudo, y a la Madre, para que no tuviera que sufrir por el fruto de su vientre o por su esposo aquella noche.
En medio de sus rezos, unos golpes en la ventana la sobresaltaron. A través de ella, tres hombres se abalanzaron hacia el interior de los aposentos, provocando en ella un grito sobresaltado.
Clarissa retrocedió con sus hijos, aterrorizada, y contempló como los hombres inspeccionaban la habitación, y luego se fijaban en ella, esbozando sendas sonrisas socarronas.
Pensó en sus hijos, más que en ella misma. Pensó en lo que podía ocurrirles si no hacía algo, y miró a la puerta, desesperada, dándose cuenta de que nadie se había percatado de su sobresalto.
Si gritaba pidiendo auxilio la matarían, pensó. De manera que tomó lo que tenía más a mano, que no era ni más ni menos que una cacerola de hierro. Enarboló el instrumento con ambas manos, tratando de adoptar una posición amenazante. — No me tocaréis, ni a mí ni a mis hijos—los hombres profirieron carcajadas, acalladas tan solo por el temor a ser descubiertos a destiempo, y uno de ellos tomó a Clarissa de la muñeca.
Su reacción instintiva fue la de proferir un sonoro golpe metálico sobre su cabeza, provocando que el bandido se tambalease momentáneamente. Durante un momento, Clarissa se sintió orgullosa de sí misma, pero pronto se arrepintió de lo que había hecho, pues el hombre ahora enfurecido, la atrajo hacia sí, suscitando en ella un miedo muy arraigado en su feminidad difícil de describir.
Pensó en Baltrigar. Pensó en sus pobres hijos, que se verían obligados a presenciar aquel acto deleznable. Sintió sus ojos ardientes, a punto de porrumpir en llanto, y en aquel momento, apareció Theresa Nieve, espada en mano, deshaciéndose en el acto de uno de los hombres y distrayendo la atención de su agresor, el tiempo suficiente como para que Baltrigar, furioso como nunca, apareciese por la puerta, rematando al hombre que había amenazado con forzarla.
La sangre bañó el suelo. El olor a herrumbre se hizo más intenso. Clarissa estaba mareada, casi fuera de sí, aún enarbolando la cacerola entre sus manos.
—¿Estáis bien? —escuchó a su marido, desde un lugar lejano en aquel momento. Y asintió. Asintió por su orgullo y por sus hijos a pesar de que deseaba comportarse como una doncella indefensa.
Supo que le dijo algo más a Theresa Nieve, pero no era capaz de escuchar nada con el corazón latiéndole en las sienes, presa de una fuerte corriente de adrenalina. Le temblaba todo el cuerpo, y el miedo volvió a atenazarla en cuanto se quedó a solas. Pero se sobrepuso a sus impulsos, pensando que debía ser fuerte. Pensando en Carlysle y Charlton, que debían ver en su madre un ejemplo de entereza.
La preocupación carcomió sus uñas durante las siguientes horas, que parecieron eternas. Sin embargo, el entrechocar del acero iba haciéndose cada vez más tenue, permitiéndole recuperar poco a poco la tranquilidad.
Aún así, Clarissa no se deshizo de su improvisada arma, y cuando de nuevo, escuchó a alguien aproximarse a sus dependencias, volvió a enarbolar la cacerola, atemorizada, pero en esta ocasión, ningún bandido llamaba a su puerta. Más bien era su buena amiga, Aisa, que reía junto a su hijo Jodd al verla en aquella postura, utilizando semejante instrumento de guerra.
Clarissa frunció el ceño, en un enfado momentáneo que pronto se convirtió en un llanto que era más producto de la tensión nerviosa que de cualquier clase de ofensa. Deseaba que volvieran sus hijos, que a punto habían estado de sucumbir ante la epidemia de gripe y mantenían su corazón en vilo. Deseaba que Baltrigar hubiese permanecido con ella. Se sentía sola e inútil en aquella contienda.
Aisa permaneció con ella, dedicándole palabras tranquilizadoras y afectuosas. Clarissa se dejó abrazar por ella, y por sus hijos, que al final acabaron teniendo que consolar a su ya no tan joven madre.
Permanecieron juntos, en sus dependencias, esperando a que los hombres y los Dioses determinasen el curso de la noche, y cuando la situación parecía estar resuelta, ambas mujeres se despidieron, sintiéndose ahora Clarissa más tranquila.
Ahora sin temer tanto por su marido o sus hijos mayores, fue capaz de reaccionar con algo más de sesera, y con la ayuda de sus hijos, trasladó los muertos de sus dependencias hacia la sala común de la Casa, en la que había más cuerpos. Se centró el limpiar el suelo, junto a Carlysle y Charlton, que con tal de complacer a su madre, que aquella noche se había mostrado vulnerable ante ellos, que ya no eran tan niños como antaño, se dispusieron a retirar la sangre con ella.
Cuando al fin Baltrigar regresó con sus tres hijos mayores, se encontraron a Clarissa, Carlysle y Charlton con la ropa bañada en carmesí, las manos manchadas y el suelo pulcro como nunca antes.
Clarissa suspiró hondamente, con alivio visible, y de nuevo sintiendo que los ojos le ardían, se abrazó a su esposo, del cual no se desprendió durante largo rato a pesar de la sangre que cubría sus propias ropas y la armadura del caballero, mientras escuchaba de sus labios y de los de sus hijos cómo los hombres de Aguasclaras habían obtenido la victoria.
Dio gracias a los dioses por que aquello hubiese sido una simple escaramuza.
VIÑETA XVI: AÑO 148 D.A.: A partir del mes 4.
- ¡Cough, cough! - tosía Rhum, envuelto en el característico hedor de la curtiduría durante sus labores. A pesar del frío del invierno, regueros de sudor bajaban por su cuello. La epidemia le había alcanzado, como a tantos otros. Cada mes notaba como sus fuerzas disminuían poco a poco. El asalto de los bandidos al castillo tampoco había contribuido favorablemente. Ser arrastrado a la fuerza fuera de la cama y obligado a permanecer en el patio durante horas, a la interperie, le había provocado una recaída aún peor. Hasta hoy, había pasado la mayor parte de los días en cama, apenas siendo capaz de terminar el tratado de las pieles. A este paso, se echarían a perder.
Pero no era eso lo que le preocupaba. Rhum podía sentirlo. La muerte le acechaba, notaba su pútrido aliento en la nuca, perlada de sudor por la fiebre. Eso era lo que le había hecho levantarse hoy de la cama y ponerse a trabajar, con las míseras fuerzas que le quedaban.
- No vas a cogerme, maldita... no a mí. Hoy no. - murmuraba delirante mientras arrastraba a duras penas pieles de una tinaja a otra, la vida escapándose de entre sus manos. Lo sabía, sabía que no acabaría el invierno sin causarle la muerte, pero se negaba a aceptarlo.
Falto de fuerzas, tropezó y cayó rendido al suelo, rodeado de pieles. Tras lo que parecieron horas, sintió de nuevo un atisbo de energía y se arrastró a duras penas hacia su lecho. Por el camino, las gotas de sudor se arrastraban por su cara, dejando diminutos charcos en el suelo. Aunque no era sudor todo lo que goteaba por su cara. Entre lágrimas, de miedo y decepción por la pobre vida que había llevado, acabó llegando a su lecho. Y se tendió, acostado, y cerró los ojos, rezando a los dioses. Quizás por última vez.
VIÑETA XVI: Año 148:
Viaje a Altojardín.
El avance de la comitiva era lento, debido principalmente a que el tiempo no acompañaba para aquel viaje. Pero para Otter su mente estaba centrada en una única cosa: que todo saliera a pedir de boca en el torneo que se disputaba en Altojardin. No se habían escatimado gastos para aquella comitiva, y se jugaban mucho en aquel evento (dos cosas ante todo: mejorar la reputación de su feudo y alianzas con el resto de casas). Por otro lado, Otter esperaba que Pendrik estuviera a la altura de las circunstancias e hiciera honor a su padre y a su casa.
También el Castellano pensaba en sus dos hijos: Orsey y Horace iban a participar en algo importante, además de estar en un lugar tan imponente como Altojardín. No dudaba que estarían a la altura de las circunstancias, pero eso lo vería cuando llegaran.
En cualquier caso, él solo podía pensar en la seguridad del Castillo, esperando que nada ocurriera en su ausencia. Sabía que estaba en buenas manos para su custodia, pero aún así y todo estaba preocupado. Muchos años eran los que se había encargado de la seguridad del lugar como para que esta desapareciera por arte de magia.
Año 148: llegada:
Altojardín se encontraba a rebosar de gente y de casas que pululaban por todo el feudo. Ellos, dada su condición de casa menor, fueron conducidos a un campamento cercano a donde se celebraría la feria y el Campo de Torneos. Allí fueron muchos de sus compañeros para apuntarse a las diversas competiciones que se celebrarían durante estos días.
Creo que tengo algo que hacer- piensa Otter… más no recuerda con quien debía hablar sobre cierta competición. Ya se acordaría.
Aprovecharía sin embargo para acompañar a Horace –el cual estaba fascinado por lo que veía- cuando acabase sus tareas con la comitiva para que fuera a la feria y se apuntase a una de las pruebas de aquel lugar.
Año 148: en el torneo:
Los días para Otter pasan algo rápidos en Altojardín. A decir verdad, no era de los que disfrutaban ya con aquellos festines –se hacía viejo ya para esos eventos, además de que su mente seguía pensando en que estaría ocurriendo en el castillo de su señor-. Tampoco era un gran diplomático, por lo que intentaba pasar algo desapercibido, contestando y hablando lo menos posible. No estaba siendo que digamos la mejor herramienta para mejorar la reputación y relaciones de su casa.
En cualquier caso, el Castellano intentó disfrutar con la participación de sus hijos en alguna de las pruebas: Horace le pudieron los nervios y falló estrepitosamente al no reconocer el símbolo de la casa Stark. Tanto él como su hermano intentaron consolarle, aunque por mucho que le dijesen, se veía al muchacho cabizbajo.
Se le pasará- pensó.
Ser Trycian tuvo una gran pericia en la justa –algo que no tuvo Otter, que no llegó ni a pasar el simple estafermo-. Por si eso no fuera ya algo vergonzoso, cuando Orsey participó en la meleé recordó las órdenes de su señor para que se inscribieran también tanto Caster como Russ. Maldijo en silencio cuando ya no podía hacer nada. Altojardín no estaba siendo su mejor momento, todo lo contrario, solo cosechaba fracasos y errores.
El resto de los días el Castellano las pasó sin hacer nada destacable, esperando únicamente pasar desapercibido y pensando seriamente si no sería ya la opción de retirarse y dejar su puesto a alguien que tuviera mejores dotes que él. Tenía la sensación que no tenía lo necesario para seguir siendo el Castellano.
Últimos meses del año 148:
El Invierno se estaba llevando a muchos miembros del castillo. Desde el inicio de aquel asqueroso año Otter pilló un leve resfriado que, si bien era cierto no era nada peligroso, sí estuvo incordiándole durante todo aquel fastidioso año. Haciendo una ligera recapitulación, veía mas fracasos en sus acciones que éxitos. Por su mente seguía pasando seriamente la posibilidad de retirarse.
Pero eso quedó en un segundo plano cuando su mujer enfermó. Quizás fuera su instinto, o solo la casualidad, pero despertó justo en el momento en que su esposa más lo necesitaba. El Maestre llegó a tiempo y puso, junto con Nana, todo lo que estaba en sus manos para no perderla.
Y afortunadamente, todo fue finalmente bien. La fiebre empezó a remitir y poco a poco su mujer comenzó a recuperarse. Otter entraba siempre que podía a visitarla, y aprovechaba para contarle las novedades del castillo. En una de sus conversaciones su mujer le dijo que Nana le había salvado la vida, y que por ello no podía faltarle de nada. No era una petición, sino una orden, y el Castellano estaba dispuesto a cumplir. A Nana no le faltaría de nada hasta el resto de sus días.
VIÑETA XVI:
Año 148: Altojardín:
¡Al fin iba a visitar Altojardín! Horace no podía estar más que alegre. Conocería mundo además de otras casas nobles (grandes y menores), además de poder ver e incluso participar en algunos eventos del torneo. Esperaba poder quedar en buen lugar para su casa –eso era siempre lo que decía padre-, por él mismo y también por su familia –que madre, padre y su hermano estuvieran orgullosos de él-.
No pudo disfrutar del viaje: el crudo invierno se lo impidió. Durante los veinte días de recorrido, no hizo mucho más que no fuera intentar resguardarse del frío todo lo posible. No quería pillar un resfriado como para dejarle el poco tiempo que iba a estar visitando Altojardin acostado en la cama. Eso no podía suceder.
Llegada.
Y allí estaban. La comitiva se acerca a su destino: un enorme castillo se discernía por el horizonte y Horace solo pensaba en cruzar ya sus puertas.
Fueron directamente a su lugar designado: cerca del lugar donde se celebraría el torneo. Tanto le daba un sitio u otro, él estaba disfrutando de aquel ambiente. Mucha gente pululando por la zona y aún no había empezado el torneo en sí.
Su Padre le acompañó un poco por la zona de la feria, así como para inscribirse en uno de los eventos. Decidió no participar en los combates –no era muy hábil en eso- pero sí en el concurso de heráldica.
El resto de días pasa como un sueño para el muchacho. Bardos, bailes, concursos, risas… a pesar de sus obligaciones como escudero, disfrutó como uno más de aquel festival. Solo un hecho lo ensombreció: su fracaso al no reconocer el estandarte de los Stark. Una de las Casas mayores mas importantes y él no supo reconocer su símbolo. ¿Cómo fue posible? Era cierto que entró nervioso en el concurso, pero eso no podía ser excusa. Por mucho que su padre y su hermano intentaran consolarle, él sabía que había hecho completamente el ridículo. Las chanzas de otros escuderos no se hizo esperar y Horace solo quería que le tragase la tierra.
Solo una cosa logró entusiasmarle: la participación de su hermano y su padre en diversos concursos –y no haciendo tampoco una buena exhibición- pero sobretodo, la justa. Allí, Ser Trycian destacó como el que más, convirtiéndose en uno de los favoritos. Lástima que no pudiera ganar finalmente el torneo, se lo merecía.
Viñeta XVI. Mes 2 del año 148
Lugar: Taberna La Rosa del Prado, en Altojardín.
Marvin y los chicos seguían bebiéndose la paga como si no existiera un mañana. El viaje hasta Altojardín había sido tranquilo y sencillo: la gran comitiva Lannister, con sus soldados de brillante armadura y sus caballeros vestidos con ornamentadas armaduras, ahuyentaban a su paso a cualquier bandido que estimara en algo su pellejo. La entrada de los Leones en la capital del Dominio había sido fastuosa, marchando toda la guardia al paso abriendo camino a los caballeros, encabezados por Ser Goldwin Reyne de Castamere.
Esa noche, Marv y unos cuantos compañeros de la guardia habían decidido pasear su oro Lannister por las tabernas de Altojardín, haciendo resonar las monedas en barras, mostradores y mesas varias, acabando tras muchas rondas en una acogedora posada de la que ni siquiera recordaba el nombre. Las jarras de cerveza seguían cayendo para celebrar que Ser Goldwin superaba en cada lid a todo competidor con el que cruzaba su lanza. Cuando Marv se levantó para orinar, Bower reía a carcajadas por las obscenidades que Sigurd dedicaba a la oronda sirvienta de la taberna, acompañando sus chanzas con implícitos movimientos de pelvis. No tardó mucho en vaciar la vejiga en el estrecho callejón lateral de la posada; a juzgar por el intenso aroma a letrina que emanaba del angosto corredor, éste debía servir de urinario a todo Altojardín... Al volver a entrar, todavía intentando abrocharse el cinturón, Marv pudo oír a Sigurd bramando con su beoda voz.
- ...al muy berzas, decía, no se le ocurre otra cosa que presentarse ¡al concurso de Equitación! -gritaba el barrigudo Sigurd.
-¡NO! - corearon el resto de los muchachos.
Marv no prestó atención al resto de la conversación, mientras se esforzaba por abrirse paso hasta la barra. La multitud de clientes y su andar zozobrante no ayudaban al soldado, que avanzaba con un ojo cerrado para evitar ver doble. No sin esfuerzo consiguió alcanzar el húmedo mostrador que hacía las veces de barra, pero el posadero no pareció percatarse de su presencia.
- ¡Eh! ¡Tabernero! Sirve otra ronda de esa orina a la que llamas cerveza, ¡que los Leones tienen sed! -chilló Marv aporreando la madera de la barra.
El tabernero seguía sin hacerle el más mínimo caso, observando con atención a algún lugar por encima del hombro de Marvin. El soldado volvió la mirada en el momento justo para ver a un gigante partiendo el brazo de Sigurd como si fuera una ramita. El tipo era enorme y feo como el culo de una mula, pero ni todos los chicos juntos podían hacerle frente. Y menos con los litros de cerveza que se habían echado al coleto. La cabeza de Marv se aclaró al instante, asaltada por la duda y el miedo: quizás ellos no podían vencer a ese titán, pero en una carrera podía acercarse hasta las tiendas y traer a los refuerzos. El soldado se abrió camino a empujones entre el gentío, consiguiendo no llamar la atención por estar todos contemplando la paliza que le estaban dando al bueno de Sigurd. Al llegar a la entrada, justo antes de salir, una mano se aferró a su codo.
- ¿Dónde vas con tanta prisa, compañero? -le preguntó un hombretón que parecía haberse materializado de las sombras.
- Suéltame, estúpido, debo avisar al resto de la guardia -le espetó Marv, intentando desasirse de la tenaza que el desconocido tenía por mano.
Una segunda mano se cerró como un cepo sobre el cuello del desprevenido Lannister, dejándole sin respiración y sin habla. El soldado intentó zafarse de la presa, pero los dedos de su agresor parecían ser de acero. La sangre martilleaba en las sienes de Marvin mientras su visión se iba nublando por momentos. En el último momento, tanteó la empuñadura de su daga con movimientos imprecisos y débiles, pero la conciencia le abandonó antes de poder siquiera desenfundarla.
El desconocido dejó caer el inerte cuerpo del soldado, propinándole una patada de regalo en la entrepierna que le dolería durante semanas y que dejaría al pobre Marv meando sangre por cinco días.
- Matatoros... -susurró el misterioso asaltante- A partir de hoy me llamarán Matacerdos...
Y con una sonrisa de lobo volvió a desaparecer en la penumbra.