Rengar regresó al campamento, con la capa ondeando tras él por la velocidad. Parecía nervioso, casi asustado.
-¿Y Lodin? ¿Sabéis dónde está? -Miró en derredor-. La clériga de Tempus... tampoco... -Volvió la vista con ansiedad, por si podía verlos en la distancia-. ¿A dónde han ido?
Galatea estaba llegando a la conclusión de que quien entendiese a los humanos, que los comprase.
Miró con una ceja levantada a Yaril·la que de pronto había olvidado su preocupacón por Medina para centrarse en las historias de Volo, bajó la ceja cuando Lodin apareció de aquella guisa y volvió a levantarla cuando Rengar llegó a todo correr preguntando que dónde se habían metido. ¿No acababa de estar con él en su tienda?
La elfa tenía los brazos cruzados y parpadeó una vez, lo miraba con una muda expresión interrogante en los ojos pero como respuesta a la pregunta separó un brazo y señaló a la tienda en la que se habían metido los dos Dragones Púrpura.
—.......
Sin decir palabra, el paladín se giró ondeando la capa y entró en la tienda.
Hanna estaba cruzada de brazos mirando el ir y venir de gente mientras levantaba ahora una ceja y luego la otra, y les seguía con la mirada.
Cuando Rengar entró a la tienda de campaña, miró a Galatea, que habia sido flagrantemente ignorada, y le dio una palmadita ene l brazo con el dorso de la mano.
¿Qué...? ¿Montamos el campamento? Y ya cuando dejen de hacer el abejorro que nos llamen?
Al parecer se había interrumpido el trasiego de gente así que los aventureros que quedaban pudieron dedicarse a montar el campamento tranquilamente. Arledrian parecía nervioso acerca de la repercusión de las palabras de la Leonar. Los ejércitos de Alcánzar Zhentil -había explicado el guarda-, siempre habían considerado el norte de las Tierras de los Valles como un punto estratégico vital para el control del Mar de la Luna. Si Cormyr y Sembia estaban uniendo fuerzas contra ellos es que las tropas zhents debían de ser numerosas. Lo peor de la guerra podría librarse al norte, sí... pero la Rastra era una paso importante para el control del Estrecho del Dragón. Si los zhents encontraban resistencia en el norte y se desviaban por el estrecho, podrían encontrarse en una guerra en sus hogares.
Siguió un momento de silencio mientras todos estudiaban el alcance de las palabras de Arledrian y cómo esa guerra podría afectarles. Peor aún... ¿estaría esto relacionado con la creciente influencia de Shar en el Valle?
Kanizhar fue el primero en romper el silencio.
--Hace mucho que se ha ido Rengar. Voy a ver si lo encuentro --dicho y hecho: se levantó y se marchó.
Rengar se marchó a grandes zancadas de la tienda de Lodin. Los Dragones Púrpura lo miraban a su paso, preguntándose a caso qué mosca le había picado. Pero el paladín de Ilmáter tenía cosas más importantes en la cabeza que preocuparse por el qué dirán.
Se metió en el bosque, aunque no demasiado para evitar perderse. Sacó su hacha y comenzó a dar tajos al árbol más cercano sin ton ni son. La actividad física le resultaba estimulante y, de alguna manera, el dolor de los músculos era un bálsamo para su atormentado espíritu. Al menos -se dijo-, así no tenía que pensar.
Empezó a sudar profusamente, y su armadura empezaba a agobiar. Se quitó el yelmo y echó un vistazo en derredor. Se encontró la última persona que esperaba.
--Hola --le saludó Kanizhar, con algo de nerviosismo--, he visto que tardabas en venir y había pensado en ir a buscarte. Los Dragones me dijeron que viniste aquí.
El sacerdote echó un vistazo a las marcas que el hacha de Rengar había dejado en la vegetación circundante.
--¿Estás bien?
hanna estaba demasiado cómoda y estaba a punto de sentarse para hacer cualquier otra cosa que no fuera poner un pie delante del otro. Escuchar a Volo, dormir, comentar con los compañeros... así que aunque las palabras de Kanizhar sonaron a invitación, no tenia muchas ganas de acompañarle.
Vale, pero no te alejes demasiado del campamento, él se las puede apañar con hacha y conjuros, tú ni lo uno ni lo otro.
Guiñó un ojo con buen humor, pero la advertencia habia sido cierta: La noche era el territorio de Shar, y no tenían buenas relaciones con ella últimamente...
En otro momento se habría sentido avergonzado por que alguien lo contemplase perder el control, pero ahora estaba tan aturdido que apenas le molestaba. Jadeó y dejó caer el yelmo y el hacha. Estaba agotado.
-No mucho -respondió haciendo una mueca.
Se quedó callado un momento, mirando su obra. Había destrozado el bosque a su alrededor, algo más propio de una fuerza del caos que una del orden, como un paladín. Pero en ese momento no se sentía demasiado paladín. Frunció el ceño y se volvió de nuevo hacia el clérigo.
-¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes vivir así? -No era su hombre favorito, Kanizhar, pero sabía que se estaba enfrentando día a día con la culpa de haber hecho que su madre se suicidara. Selûne había perdonado en su bondad infinita, pero el clérigo seguía sabiéndolo en su corazón-. La culpa... la vergüenza...
La respuesta que Galatea le dio a Hanna fue un resoplido resignado, luego se descruzó de brazos.
—N'tel quess... —suspiró dándose la vuelta para ayudar a la seguidora de Mystra a preparar un poco el campamento mientras negaba con la cabeza ligeramente—tienen prisa por tener prisa...
No se trataba de un comentario a disgusto pues era evidente que no lo había dicho en voz baja "para que nadie la oyera", simplemente parecía una forma de quitarle algo de hierro a todo aquel asunto de asaltantes, guerras, ejércitos y malas noticias.
Como era costumbre, la elfa se dedicó a pensar todo lo que había escuchado más que comentarlo en voz alta aparentando la misma imperturbabilidad de siempre aunque tenía el ceño ligeramente fruncido. No es que supiera gran cosa de los ejércitos humanos pero sí sabía que, cuanto más lejos estuviesen sus lizas, mejor.
Cuando Kanizhar habló, estaba terminando el cerco de piedras en torno a la yesca de la hoguera. Puso la última y levantó la cabeza mirando cómo el clérigo se iba... lo cierto es que intuía que lo que fuera que hubiese ocurrido entre Lodin y Rengar no era bueno, es decir, le costaba imaginar algo bueno con las cenizas de alguien de por medio y más aún tras la cara con la que los había visto a ambos.
Aunque, por otra parte, ella no estaba mucho mejor, irónicamente tal vez fuera de las pocas personas que en aquel momento se pudiera hacer una idea de cómo debía sentirse el semiorco.
También era cierto que estar en medio de un campamento militar la agobiaba y eso no hacía más que empeorarle el ánimo. Tal vez un paseo por la linde, donde había más espacio natural, más tranquilidad y menos soldados con armadura rechinante corriendo de aquí para allí dando órdenes y respondiéndolas a voz en grito le sentase mejor.
—Voy a... tomar el aire un rato.
Por supuesto, Áscalon no perdió tiempo en ir tras ella en cuanto se puso en marcha.
Kanizhar carraspeó y miró al suelo, como si necesitara pensar sobre la respuesta.
--He... cometido muchos errores en mi vida --dijo al fin--. Pero supongo que se trata de aprender de ellos y no dejarse devorar, ¿no es así? Quiero decir, todos nos acabamos convirtiendo en quien nosotros creemos que somos. Si piensas que eres culpable y digno de vergüenza es eso en lo que te convertirás. Pero si crees que es posible superar tus errores y cambiar, si ves posible un nuevo camino para ti, entonces ese camino aparecerá.
Kanizhar levantó la vista.
--Sólo te pueden vencer si dejas de levantarte. Si piensas que es demasiado tarde y no hay victoria posible.
Rengar se quedó pensativo. Tenía sentido, pero al mismo tiempo era muy difícil. Ilmáter abogaba por el perdón y la sanación tanto del cuerpo como de la mente, pero no había nada más difícil que perdonarse a sí mismo y salir adelante. Quizás porque, después de todo, esa era la opción complicada, la que distinguía a los fuertes de corazón.
El semiorco asintió.
-Comprendo.
Lo primero que debería hacer era disculparse ante Lodin y ante Kestrel, una vez resucitara. No les explicaría todo, desde luego, pero sin su perdón no lograría perdonarse a sí mismo.