Elarian se despidió con un susurro y Khaila abandonó la estancia. Mientras cruzaba las estancias hacia la salida escuchó de refilón una conversación que mantenían dos guardas.
-¿Sabes dónde está Carbos?
-Se ha ido a las Cuadras Frondáurea. ¿No te has enterado?
-No, ¿qué ha pasado?
-(Resoplido) Alguien... o algo... ha hecho una maldita carnicería con los caballos de la Burguesa. Y se ha cargado también a varios de los arqueros elfos que defienden su propiedad.
-¡Dioses! Ella debe estar que se sube por las paredes.
-Espero que esos orejas picudas se hayan encargado de esa cosas, sea lo que sea.
En silencio, perdida en sus pensamientos, Khaila pasó al lado de dos guardas que mantenían una conversación. Sin pretenderlo, las palabras llegaron a sus oidos, calando en su cerebro. Se detuvo, escuchando lo que decían. Con un suspiro se acercó a los dos hombres...
Disculpad, quería recuperar mi arma. ¿Me podríais indicar con quién tengo que hablar? Bajó la mirada, haciéndose la tímida para intentar sonsacarles algo más de información. Es... Escuché sin querer lo que comentabais. ¿Cuando ha ocurrido, esta noche? Vaya tontería que estás haciendo... Se reprendió la joven, aunque no se movió del sitio, esperando que alguno de los dos dijera algo más de interés.
Uno de los soldados era un hombre que rebasaba los cuarenta otoños. Tenía un estómago voluminoso que colgaba por encima del cinturón del uniforme y una barba grisácea de varios días. El otro era más joven, llevaba el cabello de la cabeza muy corto, afeitado y lucía unas anchas patillas hasta la altura del pómulo. Echó una mirada apreciativa a Khaila cuando se acercó.
—Ehm, bienhallada, buena mujer. Yo soy Charak y él es Arledrian —dijo el más veterano de los dos. Se hizo un momento de silencio, miró a su joven compañero (que parecía hechizado contemplando a Khaila) y le dio un codazo—. ¡Arledrian, di algo!
—Mi señora... —balbuceó el aludido, inclinando la cabeza.
—¿Mi señora? —repitió Charak en tono de mofa— ¡Espabila, chaval!
Arledrian le echó una mirada asesina a su compañero. Este carraspeó y se dirigió a la joven guerrera.
—No sé que has escuchado exactamente. Pero lo cierto es que a primera hora de la mañana nos vino una de las cuidadoras de caballo de las Cuadras Frondáurea. Seguro que las conoces, están a las afueras de la ciudad, al noroeste, y son las más famosas de todos los Valles. Jóvenes señores de Sembia y Cormyr acuden a Shira para comprar o entrenar a sus monturas —Charak hizo una pausa—. El caso es que ha sido una noche movidita. Algún tipo de bestia se ha colado en las cuadras y ha matado a los guardias elfos y a un montón de animales. Un destacamento de la guardia ya ha ido allí para investigar el asunto. Supongo que será algún animal hambriento atraído por el olor de los caballos, pero espero que no vuelva a atacar.
—Yo voy a ir allí —dijo Arledrian con una sonrisa de oreja a oreja—. Tengo que hablar con el sargento Carbos de unos asuntos personales. Tienes pinta de ser una avezada aventurera. Si te interesa ir a echar un vistazo, podrías venir conmigo.
Charak puso los ojos en blanco.
—Tan sutil como el hachazo de un orco, Arledrian.
No tienes mucha idea de títulos y tratamientos, pero tú dirías "mi señor" o "mi señora" a alguien de noble cuna. Un tratamiento mucho más normal para una plebeya como tú, sería "buena mujer" o "doncella". De eso se mofa Charak.
Confusa, Khaila miraba a los dos soldados. El más joven actuaba como un crío que todavía no hubiera salido del huevo. La joven lo miró confundida, y más cuando recibió el comentario sarcástico del soldado más veterano.
Su instinto de mujer le decía que Arledrian estaba embobado. La sombra de una sonrisa asomó en los labios de Khaila. Después del día que llevaba por fin encontraba a gente con la que se pudiera hablar. Aunque ella no era de hablar mucho, sentía que un poco de conversación amena le iría bien para calmar sus nervios.
Además, entretener su mente en algo de provecho, quizás le sirviera para olvidar...
De acuerdo, iré contigo. Fue la escueta respuesta de la muchacha. Sus oscuros ojos se clavaron con determinación en los del joven. Su mirada casi parecía decir en silencio que no estaba para juegos, aunque quizás la sonrisa de sus labios desmintiera esa aseveración. Pero mas allá de la realidad, era solo que Khaila, inexperta en hombres, no terminaba de entender qué estaba ocurriendo entre los dos compañeros.