Rengar y Kanizhar quedaron un momento en silencio, sin saber muy bien qué decir, cuando de improviso salió Áscalon husmeando entre la espesura. Kanizhar miró al lobo nival unos instantes.
--Ah, Galatea debe andar cerca --observó el clérigo tras sonreír al animal--. Creo que ella te puede servir de más ayuda que yo. Espero que estés mejor.
Kanizhar se despidió de Rengar con una sonrisa contrita y se dirigió de vuelta al campamento.
Rengar despidió al clérigo con un cabeceo y bajó una mano para que el lobo lo olfateara. Envidiaba a Galatea por su conexión con Áscalon. Qué perfecto sería tener un compañero que siempre estuviese para ti, que supiera lo que piensas y que fuese parte de ti mismo como tus propias manos. Mo era una buen caballo, desde luego, y ni siquiera considerándolo una mascota podía llegar al extremo de la druida y su compañero. Eran almas gemelas.
El semiorco sonrió y le rascó tras las orejas. Debía oler a bosque, a hierba, a savia. Tenía la armadura llena de hojas y de tierra, y los guanteletes llenos de madera y savia por los golpes que había dado a los árboles. De pronto le asaltó el temor a que Galatea se enfadase con él (y con razón) por haber pagado su rabia con el bosque. El estómago le dio un vuelco. Más que cualquier otro en el grupo de aventureros, Galatea le importaba. La elfa era sabia y le había ayudado a ver las cosas de otro modo... sin poder olvidar que el día anterior le había hecho una caricia de lo más perturbadora, pasando por el modo en que la túnica se le pegaba al cuerpo.
Sacudió la cabeza. Debía pensar friamente y no dejarse arrastrar por las emociones. Cuando lo hacía sólo ocurrían cosas malas. La muerte de Kestrel, la decepción de Lodin... hasta el maltrato a los árboles. Y dolerse por ello no era la respuesta, como le había dicho Kanizhar. Cabeza fría y barbilla elevada para afrontar el futuro. Aunque claro, era más fácil decirlo que hacerlo...
-¿Galatea? -preguntó en voz baja y ronca, buscando a la elfa en la oscuridad.
Áscalon llegó husmeando el suelo, al parecer porque había detectado el olor de Rengar y le había dado por seguirlo. El lobo localizó al paladín y se acercó trotando a oler la mano que le ofrecían. En un principio movió ligeramente la plumosa cola blanca y lamió la palma pero no había nada que comer así que emitió un aullido sordo. No obstante, las caricias parecieron ser un sustituto convincente porque se sentó sobre las patas traseras y siguió moviendo la cola.
El lobo no hacía ruido al caminar por el bosque y Galatea tampoco aunque lo suyo era aún más sobrenatural; no quebraba ramitas al andar, no aplanaba la hierba al pisarla ni dejaba huellas en la tierra aun cuando parecía inevitable no hacerlo. Era algo, cuanto menos, curioso.
—Por Corellon... ¿qué pasa?—suspiró la elfa que por lo visto andaba siguiendo al lobo—ya no eres un cachorro para andar jugando al escondite.
Salió de las mismas sombras entre la maleza de las que había salido Áscalon aunque no llegó a ver a Rengar porque se paró a mirar un tronco astillado que le llamó la atención. Pasó la mano por encima como si se estuviera preguntando qué había causado aquello, de hecho puso mala cara y murmuró algo en su idioma.
La voz del semiorco fue precisamente lo que la hizo borrar la expresión y girar la cabeza parpadeando sorprendida. Galatea no veía en la oscuridad pero sí podía hacerlo en la penumbra así que sus ojos reflejaban cierta luminiscencia, algo que recordaba vagamente a lo que pasa con los gatos.
—¿Rengar?—levantó una ceja con evidente extrañeza al reparar en el peculiar aspecto que presentaba el paladín con restos de hojas salpicándole la armadura. Lo miró un momento de arriba abajo antes de terminar la frase—¿Te has... caído por un terraplén o algo así?
"Si había ido a buscar a aquellos dos a la tienda... ¿qué hace aquí?".
El paladín se miró a sí mismo, azorado.
-¿Eh? No... -Se retiró algunas hojas del peto y de la malla bajo las plazas metálicas, evitando mirar a la druida-. La verdad es que... Yo he hecho esto. No quería causar daño. He... he perdido la cabeza por un momento.
Miró a Galatea como un niño que ha sido atrapado haciendo algo malicioso, como arrancar las alas a una mosca.
-Lo siento.
Galatea no era de las que solían hablar a la primera de cambio, más que nada porque era bastante observadora y de observar se consiguen averiguar bastantes cosas.
En un principio le pareció extraño que no sólo aquél tronco, sino la zona entera presentara el aspecto que presentaría si una manada de wargos hubiera pasado por allí corriendo emprendiéndola a empellones con arbustos, troncos y todo lo que se les pusiera por delante. Por lo poco que lo conocía, Rengar no era alguien huraño y dado a los arranques o a "perder la cabeza" como había dicho, sin embargo estaba allí solo, cubierto de hojas y pidiéndole perdón, es decir, era él quien había hecho tal destrozo.
La elfa en un principio buscaba la soledad del bosque... ni le gustaban los campamentos del ejército con tanto trajín de armaduras y órdenes a voz en grito ni estaba con ánimos como para aguantar mucho en uno, más aún tras los últimos acontecimientos... De ahí que había ido a despejarse un rato al bosque pero el lobo se había desviado haciéndola encontrar al paladín.
Si era casualidad o a propósito resultaba difícil de saber y más viniendo de un animal... Bueno, un animal que era demasiado listo.
Miró un momento el árbol que acababa de tocar antes y tras varios segundos suspiró, luego volvió a mirar al semiorco.
—Ha pasado algo... ¿verdad?—al parecer había dejado a un lado la idea de enfadarse por aquello, se le había suavizado el gesto del rostro—antes no tenías buena cara y sigues sin tenerla.
Rengar asintió y se quedó en silencio, dudando. ¿Debía contarle lo que ocurría o debía guardárselo para sí? En el pasado le había revelado parte de sus secretos en confianza y la elfa no lo había traicionado. Es más, acudía a él para preguntarle cómo estaba. Una completa desconocida se interesaba por él más que su propia madre durante casi veinte años... sin olvidar el momento de cercanía que habían tenido en el templo de Selûne.
El semiorco hizo una mueca. La tristeza le deformaba el rostro, pero no lo hacía feo, sino más humano. Se quitó los restos de hojas y astillas antes de mirar a Galatea a la cara y explicarle lo que le ocurría.
-R-recuerdas, te hablé de mi mentora, Kestrel. Murió hace poco defendiendo mi pueblo. Quemé su cuerpo. En la bolsa que se me mojó llevaba sus cenizas, por eso... por eso... -Tragó saliva-. Y el hombre de la barba blanca es Lodin, mi otro mentor. Ellos estaban... bueno, están... enamorados. Se iban a casar.
Tragó saliva y apartó la vista, azorado.
-No sé muy bien qué es lo que pasa, no lo entiendo. A veces veo a Loviatar. Loviatar es la diosa del dolor, ¿sabes? Odia a los seguidores de Ilmáter. Ella... ella... intentaba convencerme para que la trajera de vuelta. A Kestrel, digo, no a ella. Pero yo dije que no. Y ella me dijo que podía dármela a mí, no a Lodin.
Su voz se tornó grave y rasposa.
-Yo... amo a Kestrel. Siempre la he amado, desde... desde que la conozco. Era... es... es tan sabia. Tan buena. Es una semielfa. -Sorbió por la nariz-. Me recuerdas un poco a ella, aunque... tú eres más joven. O bueno.... lo pareces. Se sacrificó por Medina. Ella me enseñó a rezar a Ilmáter. Ella descubrió que yo era un paladín... -Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas del semiorco, brillantes a la luz de la luna-. Me dio lo que soy. Lo único que... me hace bueno.
Áscalon emitió un gañido apagado y ladeó la cabeza observando al paladín, al parecer percibiendo por instinto que algo no iba bien.
Galatea por su parte, en un principio sólo se quedó mirando a Rengar, su cara no parecía escandalizada pero sí algo sorprendida porque tenía las cejas enarcadas. Lo último que se esperaba era que el semiorco tuviese tantísima confianza como para contarle algo personal... Sin embargo, aquello explicaba la mayoría de las cosas que habían ocurrido desde que habían salido del templo o incluso antes, en el encuentro con los Elfos Salvajes.
El templo. Aquella había sido una prueba cruel y dura, de hecho, había estado soportando aquel dolor que la aguijoneaba, aguantando el tipo por no preocupar a los demás aun después de haber rebasado el límite de lo que su ánimo era capaz de sobrellevar. No se encontraba precisamente pletórica y por eso había ido a dar una vuelta al bosque... pero también, precisamente por aquello podía entender aquellas lágrimas, Rengar estaba sufriendo y a Galatea no le gustaba ver sufrir a un amigo.
En un principio no dijo nada, sólo se acercó más ya que estaban a varios metros, el Símbolo Sagrado de Selûne colgaba del cuello de la elfa desde que se lo había puesto delante de Kalonos y brillaba reflejando la luz de la luna como si las estrellas que lo formasen fueran de verdad, cuando llegó al lado del paladín de nuevo la diferencia de corpulencia (y altura) se hizo patente. Galatea no llegaba al hombro si no se estiraba pero le bastó con poner una de las delicadas manos sobre el brazo del semiorco, como si el gesto de aliento fuese el mismo.
—¿Y qué es lo que te hace malo, Rengar?
Su voz sonó suave con la aparentemente sencilla pregunta. Al igual que siempre, miraba directa a los ojos de la gente aunque en esta ocasión no resultaba un escrutinio inquietante, había algo más de calidez en la mirada de la elfa. Se formó un silencio de varios segundos como si realmente esperase una contestación, antes de decir algo que tenía que ver con lo demás...
Galatea siempre parecía tener una respuesta para las cosas. Aquella ocasión no daba la impresión de que fuera a ser distinta.
Rengar sonrió con un bufido, haciendo un ruido confuso y húmedo.
-¿No lo ves? Soy un semiorco. Mi padre violó a mi madre. Mi madre me odió cuando nací, me odió siempre, hasta que Kestrel dijo que yo era un paladín. No soy nada listo, soy un basto y un bruto... -Bajó la mirada, avergonzado-. Y ni siquiera soy tan buen paladín como debería. Soy egoista.
Endureció el gesto, pero colocó su mano enguantada sobre la de la elfa. Era tan pequeña... mucho más que Kestrel. Podría romperla con un apretón, tan frágil como una hoja. Y sin embargo allí estaba, él lloraba como un niño y ella lo escuchaba y trataba de darle aliento. Era curioso que los orcos y los elfos estuviesen enfrentados, pero hubiese sido en estos últimos los que había encontrado más abrigo que en los propios humanos.
-Yo... No quería que Lodin y Kestrel fuesen felices juntos. Tenía celos. No lo hice a propósito, pero cuando Loviatar me dijo que podía dármela, yo dije que no. Es decir... Sabía que ella era malvada. Sabía que intentaba hacerme caer en la tentación. Por eso le dije que no. Pero cuando le he dado las cenizas a Lodin, él ha ido a hablar con la clériga de Tempus para que resucitara a Kestrel. Yo... no quería que lo hiciera. Pensaba que estaba mal, que haría fuerte a Loviatar o... o... no lo sé. Pero entonces, me di cuenta: eso no traería mal a nadie más que a mí. Yo no quería que Kestrel resucitara porque Kestrel se iría con Lodin. No quería ver eso. He intentado que Lodin lo dejara, pero él me ha dicho que le he decepcionado... Si yo fuese él habría hecho cualquier cosa por traerla de vuelta. Pero no lo soy.
Ya lo había dicho. Por un lado se sentía mejor, por haberse liberado de la carga que lo oprimía, pero por otro, saber que otra persona conocía su secreto, su punto débil, le hacía darse cuenta de lo vulnerable que era. Y todavía Galatea no había expresado nada al respecto. Si le daba la espalda por egoista y corrupto, no le extrañaría. Sólo deseaba que no lo hiciera...
Galatea levantó una ceja ligeramente y se separó un poco, mirando a Rengar con escepticismo de arriba abajo como quien intenta encontrar las 7 diferencias en un dibujo. Tras unos segundos ladeó la cabeza
—Lo que yo veo es la misma cantidad de orco que de humano.
Se cruzó despacio de brazos y luego se encogió de hombros con simpleza, lo decía en serio.
—Si cada uno se determinase por lo que es... los drow eilistreitas no existirían "porque los drow son perversos". No podemos elegir qué ser cuando nacemos pero sí podemos elegir cómo queremos ser cuando crecemos. ¿No crees?
Y se lo decía una elfa a un semiorco. Era cuanto menos algo peculiar.
Cuando escuchó la revelación sobre lo que pretendía hacer Lodin no obstante, su expresión cambió un poco, transmitiendo lo que transmitiría una nube oscureciendo el sol y hasta sus ojos parecieron perder brillo, como los de quien recuerda algo que no es agradable, incluso bajó ligeramente la vista.
—No hay nada más duro que aceptar la muerte de un ser querido... por eso nos autoconvencemos de que no van a morir—dijo tras una pausa considerable—los humanos buscan un significado a la muerte pero sólo hay dolor, un dolor infinito que no comprenden y eso los consume—el paladín había sido testigo de cómo repercutía la muerte de un semejante para el Pueblo Gentil cuando aquel grupo de Elfos Salvajes lo había abordado en el bosque. Sin embargo, Galatea ya le había dicho en una ocasión que, a parte de elfa, también era druida y los druidas tenían otra visión de la muerte "no es el fin del ciclo, sólo una parte más". Por eso, con aquellos dos extremos, su punto de vista era bastante más completo y ciertamente neutral—Loviatar es la diosa del dolor, se deleita con eso, supongo que es la razón por la que trata de engatusar a aquellos que peor lo están pasando... pero por bonito que parezca lo que prometa, no puedes esperar otra cosa de ella más que sufrimiento. Por lo que a mi respecta... respondiste lo que debías.
Descruzó un brazo y lo señaló.
—No creo que seas egoísta, Rengar. Los celos, la desesperación, el miedo a perder a alguien... todo eso es muy humano y los humanos no son perfectos. Puede que algunas de esas cosas no sean buenas pero el error no es sentirlas, el error es ignorarlas. Si no tuvieras remordimientos por ellas, si no reconocieras tu propia debilidad, entonces sí serías un egoísta. Pero no es el caso.
Volvió a cruzar el brazo y suspiró.
—Y tampoco creo que Lodin dijera lo que dijo porque sea cierto o porque lo sienta realmente... no se lo tengas en cuenta.
Se acercó a una roca que había cerca y se sentó sobre ella. El lobo por supuesto la siguió emitiendo un aullido suave, como una muda pregunta con la que tratara de averiguar si pasaba algo malo, ella le acarició la cabeza y Áscalon se sentó, tumbado a los pies de su compañera.
Se terminó por formar un silencio, la elfa parecía estar pensando si realmente pronunciarse sobre lo último que había oído. Cualquiera diría que era un asunto difícil de comprender pero Galatea concretamente podía decirse que hablaba con "conocimiento de causa", ella misma había sufrido recientemente en carne propia la pérdida de un ser querido. Estaba allí sentada con aquella expresión algo caída y acariciando las orejas del lobo como si fuese a permanecer así el resto de la noche pero entonces separó la mano.
—Puede que no sea nadie para hablar de personas que no conozco... —suspiró finalmente—pero al igual que puedo comprender cómo debe sentirse, no creo que lo que Lodin pretende sea lo más apropiado y menos viniendo de un paladín de Ilmáter.
Levantó la vista para mirar a Rengar a los ojos, sin concluir la frase con un "porqué", precisamente porque aquel gesto era una especie de petición de permiso para opinar.
Rengar guardó silencio mientras Galatea hablaba. Decía cosas que bien podría haberle contado Kestrel. Recordaba las tardes que pasaban juntos cuando él era un adolescente, cómo la clériga le explicaba cómo era ser una mestiza y cómo sobrellevarlo, cómo defenderse de las pullas y encntrar la paz interior. Lo había mirado con unos ojos parecidos a los suyos, almendrados, sabios. Había hablado con calma y prudencia, ayudándole a descubrir las cosas buenas que ni él mismo sabía que poseía. Sí, las dos eran muy parecidas. Pero Kestrel... ¿quién sabe si volvería a hablarle igual alguna vez?
Por ello quería alargar este momento, hacerlo suyo, aprovecharlo. Quería sentirse de nuevo el joven Rengar que no sabía nada y al que una mujer fuerte e inteligente lo llevaba de la mano para descubrir algo de verdad. Sólo cuando ella mencionó a Lodin se atrevió a romper la ilusión.
-No, él tiene razón. Los ilmaterinos no debemos juzgar a otros. Ni su resistencia, ni sus dolores... Un elfo no puede aguantar tanto como un humano antes de derrumbarse. No todo el mundo puede sacrificarse. Es cosa de cada uno.
Y si Lodin no era capaz de soportar una vida sin Kestrel, Rengar no tenía nada que decir al respecto, y menos por motivos tan egoistas.
-... Gracias, Galatea.
Galatea escuchó a Rengar sin levantarse, sentada con los codos descansando sobre las rodillas. El gesto de su cara continuaba sereno.
—Sí, es cierto. Los ilmaterinos no deben juzgar a otros... —contestó sin acritud—pero Ilmáter es el dios de los que sufren... ¿no enseña algo como que hay que aceptar el dolor y dejarlo ir? la muerte no es el final del ciclo, es parte de la vida, eso es lo que nos hace personas.
Ella no sabía gran cosa sobre los dioses de los humanos así que parecía ser una simple pregunta.
Galatea pensaba que si ella hubiese decidido recuperar a Kalonos y a Aurana, estaría poniendo su sacrificio por encima del del resto de los selunitas... ¿acaso no habían muerto todos por lo mismo? ¿quién era ella para darle más valor a una vida que a otra? si tal cosa resultaba posible, desde luego era potestad de los dioses, no de ningún mortal. Pero no se lo diría, no era algo sencillo de asimilar ni ella se sentía lo suficientemente entera como para sacar el tema en voz alta...
Terminó negando con la cabeza y encogiéndose de hombros.
—Como ya he dicho... no soy nadie para hablar de él. Únicamente puedo dar mi consejo, y mi consejo es que lo que pretende no es lo más correcto—volvió a levantar la vista para mirarlo—sólo espero que no con eso no hiera a nadie sin quererlo... es lo único que puedo decirte.
No dejó claro a quien se refería.
Tras varios segundos mirándolo así, el semiorco le dio las gracias y ella se esforzó por sonreir levemente.
—De nada.
Aunque la sonrisa le duró muy poco fue de verdad.
—Aquí donde me ves, tengo ciento ochenta años, Rengar... eso son... —se miró una mano ligeramente ceñuda mientras tocaba con cada uno de los cuatro dedos restantes la yema del pulgar— ...creo que unos ventiseis años humanos. Por eso una pérdida nos marca tanto, si no pudiéramos sobrellevarla, moriríamos de pena—se llevó una mano a la mejilla como si estuviese conando un secreto—además, por eso siempre parecemos más jóvenes que los semielfos, pero no lo cuentes por ahí o perderé el encanto.
Sonrió otra vez y guiñó un ojo en un inusual gesto gracioso, o al menos tremendamente inusual en alguien tan serio como ella... pero parecía encaminado a quitarle hierro al asunto. Finalmete levantó la cabeza y miró la luna llena,
—¿Te cuento algo?—dijo cambiando de pronto de tema como si aquello fuera el preludio de una muestra de confianza. Si el semiorco le había contado algo tan personal, puede que ella estuviese dispuesta a ser menos hermética. Aunque fuera por esa vez—sobre... esa canción que escuchásteis en el templo.
-No importa -contestó a lo de la edad, y era verdad. Para él Galatea era fresca y joven. Tenía muchas veces su edad (más del doble, por lo que debía echar cuentas y ahora no procedía), pero no le importaba en absoluto-. Pero debe de ser duro tener amigos humanos. Kestrel... ella siempre decía que los elfos la consideraban demasiado breve y madura. Por eso dejó Cormanzhor y se fue a Cormyr, con los humanos. Es un poco más mayor que yo, pero no se nota mucho.
Después Galatea sonrió de verdad, no la mueca cínica y desvaída que solía mostrar. Rengar había aprendido que en la sonrisa uno podía ver la bondad de los demás, su verdadero ser. Galatea era buena, sí. No era un truco como el de Loviatar. No tenía un aspecto tan bello, pero había cosas mucho más importantes que esa.
-¿La canción? ¿Qué canción? -preguntó el semiorco, algo distraido.
Galatea miró a Rengar que no había captado del todo el chascarrillo pero aquello le resultaba gracioso en el sentido bueno de la palabra ya que no había perdido luminosidad en la expresión.
—No es fácil estar atrapado entre dos mundos—contestó—y a veces ni eso...
Pareció que iba a añadir algo más... que al final no dijo.
Flexionó una pierna para apoyar el talón sobre la roca, luego se rodeó el tobillo con las manos.
—Depende. Muchos elfos rehúsan a tener amigos humanos o incluso semielfos por eso. Yo, por ejemplo, no. Pienso que independientemente de lo que viva una persona, su recuerdo es inmortal... sólo por eso ya merece la pena.
Ante la pregunta del semiorco, ladeó la cabeza.
—La... canción que Kalonos me pidió. Simplemente... ahora le encuentro más significado que antes—sus ojos parecieron brillar como el agua que reflejase la luna en una noche oscura aunque su voz no cambió—llevo escuchando esa melodía desde que tengo uso de razón, la verdad es que nunca supe de dónde había salido, sólo que se la conoce como "El Lamento de los Lythari"¿Sabes por qué?
Separó un brazo y lo dobló por el codo señalando hacia arriba, a la brillante luna.
—La letra es en recuerdo de aquellos que ya no están, supongo que por algún motivo los lythari son casi una leyenda... sin embargo, dicen que son muy afines al mundo espiritual—explicó, hablaba con naturalidad, como quien cuenta un cuento—es triste, pero a la vez alentadora. Y tradicionalmente se entonaba para guiar a esos espíritus de los caídos hasta los brazos de la Madre de Plata, para que no se pierdan en la oscuridad y no estén sólos. Sin embargo, sólo hay una noche en la que no se hace, una noche en la que es mejor que permanezcan ocultos y a salvo.
Bajó la mano despacio.
—Cuando hay luna nueva.
Qué coincidencia.
Rengar escuchó la historia con atención, asintiendo. Era bonito despedir a los muertos con una canción, brindándoles los mejores deseos de paz y tranquilidad al abrigo de su dios. Quizá, si Lodin y él entonasen una de esas canciones, para poder despedir a Kestrel debidamente... Pero no, no debía pensar eso. Kestrel iba a ser resucitada y no podía ni debía impedirlo. Era la mujer de Lodin, él decidía. Lamentaría verla alejarse de su brazo, pero había aprendido a aceptar lo inevitable siendo sólo un niño.
-Me gustaría mucho que alguien cantase así el día que yo muera. Que me despida... y me dé paz. Nosotros los ilmaterinos rezamos por el alma, pero... creo que es hermoso lo que hacéis vosotros. Ayuda. -Rengar sonrió y se limpió las lágrimas de la mejilla-. No me importa que tengas sangre lythari, ¿eh? Ni que puedas hacer eso que haces. Fue sólo un malentendido. En realidad... me gusta. Es especial. -Calló un momento, pensativo-. ¿Puedo pedirte algo? ¿Puedes hacer eso otra vez, lo del pelo plateado?
No podía explicar muy bien por qué, pero de pronto deseaba verlo de nuevo, ahora sin miedo ni resentimiento.
Galatea levantó las dos cejas mirando ligeramente de soslayo a Rengar cuando éste hizo la última pregunta, no parecía molesta, era como si por una vez algo la hubiera sorprendido.
—.......
Se hizo el silencio y tras varios segundos, prendió la vista en un punto indeterminado del suelo y se llevó la diestra al hombro izquierdo, acariciando con las yemas de los dedos el tatuaje que lucía en éste por la espalda. Su expresión era pensativa, como si estuviera meditando en la respuesta.
Áscalon por su parte, que estaba tumbado en el suelo, de pronto levantó las orejas y se quedó mirando fijamente a su compañera como si hubiese intuido algo.
Galatea pareció decidirse a responder con acciones en vez de con palabras puesto que cerró los ojos con gesto concentrado y una tenue luz azulada comenzó a brillar entre los dedos de la mano que tenía en el hombro. Era el propio tatuaje quien de nuevo emitía aquella luminiscencia fantasmagórica que de algún modo no dañaba a la vista. Rengar creyó entonces escuchar otra vez el aullido de un lobo, suave y lejano como un eco, un aullido que se multiplicó... como si hubiera dos, tres, de nuevo uno, la verdad es que era difícil saberlo.
Aquella especie de humo liviano que ya había visto en el templo volvió a desprenderse del hombro de la elfa, formando la vaga silueta de un lobo fantasmal que giró alrededor iluminando el claro con su suave resplandor azul como si fuera un hermoso espíritu salido de alguna leyenda. Comenzó a arremolinarse en torno a ella, desdoblándose por momentos en dos, o en tres, o volviendo a ser uno... de nuevo resultaba imposible saber exactamente cuántos "lobos" eran y mientras lo hacían, el mechón plateado de la melena de Galatea otra vez empezó a ganarle terreno al color castaño.
Finalmente, la fantasmal manifestación terminó por fundirse con ella, el cabello de la elfa se había vuelto totalmente argentado y brillaba con la luz de la luna como si realmente estuviese hecho de hebras de plata. Abrió los ojos, que también eran ahora plateados y separó la mano del hombro, mirándosela. Mano que ahora tenía unas uñas considerablemente largas y afiladas.
Dejó de mirarla sin más y entonces observó al semiorco, había aún un ligero ribete sorprendido en su expresión pero la voz de Galatea sonó serena como de costumbre.
—Eres el primero que me lo pide... voluntariamente.
Tal vez eso era precisamente lo que la había sorprendido.
Rengar contempló maravillado la metamorfosis. No había tenido la oportunidad de hacerlo la primera vez, agobiado por la situación en el templo, pero ahora... No sabía explicarlo, pero le daba cierta paz. Lo encontraba muy hermoso. Quizá fuese porque Galatea, en cierto modo, se parecía mucho a un lobo, y aquella forma no era más que la expresión de su afinidad. O quizá fuese el cabello plateado, que nunca había visto en nadie joven ni tan brillante.
El semiorco sonrió y asintió con la cabeza.
-No sé por qué no lo hacen otros. A mí me parece que es precioso.
Galatea se peinó hacia atrás lentamente con una mano antes de responder. Áscalon se había sentado sobre sus cuartos traseros y la observaba moviendo suavemente la cola.
—Donde una persona ve la belleza de los pétalos al mirar una rosa, otra puede sólo ver la peligrosidad de las espinas... y sin embargo están viendo la misma rosa—respondió—algo sólo es precioso si quien lo mira está dispuesto a ver y aceptar esa cualidad, de lo contrario, no se lo parecerá nunca.
Volvió a rodearse el tobillo con las dos manos y miró al semiorco.
—¿Recordáis que os dije que en mi Círculo me conocen como Galatea de los Lobos?—dijo—los "lobos" no hacen referencia sólo la animal. Unos lo utilizan como lo que es; como un simple apodo... pero para quienes aprovechan y lo usan de modo despectivo, los "lobos" son los Lythari. Aunque entre los elfos siempre hayamos sido las "Sombras de Plata".
Sonrió de lado y se encogió de hombros.
—Por suerte la opinión de esos pocos, es la que menos me importa, no voy a avergonzarme mi herencia—dijo—sobre todo si sirve para borrar las lágrimas de la cara de mis amigos.
Levantó la cabeza para mirar otra vez la luna llena y radiante de Selûne.