Llegaba el momento de que se cerraran las votaciones y todos observaban a su alrededor a las muñecas de los muertos, las cuales continuaban haciendo esa espiral que delimitaba la zona donde los vivos podrían moverse. El sonido de los altoparlantes era fuerte pero ya no parecía haber tanta ansiedad para saber lo que dirían, pues todos sabían quién sería la elegida.
De los altavoces se escuchó una voz de mujer, una voz que todos recordaban de ese primer día, pues ella se había dirigido a ustedes en primer lugar. Todo había comenzado por ella y al parecer, era ahora ella quien lo terminaría.
- Quería poder hablarles antes pero el pobre Tae no pudo con verme de pie - rió y dijo - Es un pobre joven confundido. Él lloró tanto a su madre que de verdad creía que matándolos a todos, la recuperaría. Aunque debo abonarle que él se percató de algo que nadie pudo desde ese día - no sabían con exactitud a qué se refería exactamente, pero su tono parecía más oscuro, más siniestro. Muy diferente al que habían escuchado de ella el primer día.
- Han sellado su destino, tanto los vivos como los muertos y todos estuvieron en mis manos - para por un momento y dice - ¡Mina! - la joven del vestido rojo salta y mira hacia arriba. Su respiración se acelera y parecía realmente asustada - SUCIA TRAIDORA. YO TE TRAJE DE VUELTA Y MIRA LO QUE HAS HECHO. ¡DEBERÍAS MORIR TÚ EN LUGAR DE ESA CHICA! - la joven del vestido rojo suelta la casa de madera, aún asustada y es entonces cuando la luz aparece nuevamente en una de las estanterías. Parecía que esta vez el verdugo sabía bien su función, pues no luchó por detenerse, sólo siguió el designio.
Sara parecía serena mientras avanzaba a aquel lugar y tomaba el cuchillo entre sus manos, mientras la chica temblaba y abrazaba sus rodillas. Al principio, parecía que no opondría resistencia pero es entonces cuando Sara toma la muñeca de Lisseth en su mano que la joven reacciona y camina decidida a tratar de detener a Sara. La toma del cuello para no dejarla hacer lo que vendría a continuación. Era inexplicable la fuerza que mostraba aquella chica pero es entonces cuando Alec se le acerca y la mira directamente a los ojos, esa mirada inocente y pura que hacía que la ajusticiada cediera fácilmente a su deseo. Suelta a su verdugo y se aleja de ella. Alec le sonríe de manera tranquilizadora, mientras Sara da la primera puñalada en el pecho. Lisseth grita y mira a Alec suplicante, esperando que él la ayudara, ya que la había detenido, pero éste mira a Sara con una sonrisa de vuelta y deja sola a Lisseth para volver al lado de Keelin y besarla.
La joven mira a las muñecas de Kenneth y Amanda, buscando algún tipo de ayuda de su parte, pero nada parece llegar. Eran sólo dos muñecas, aunque en sus rostros podía verse su sufrimiento por lo que estaba sucediéndole a su ama. Sara atacó entonces su cuello, cortando en gemidos agónicos la respiración de Lisseth, la cual toca con sus manos la herida, tratando de parar así la hemorragia, pero sin éxito.
A medida que pierde el control de su propio cuerpo, Lisseth cae de rodillas y se deja caer en el suelo, mientras mira a todas las muñecas de los caídos, analizando sus rostros, sus sentimientos y pensando en que ese era el destino que le esperaba, en eso se convertiría ella dentro de poco, en una muñeca rota. Sara atraviesa los ojos de Lisseth sin darle tregua ni momento de despedirse. La sangre de la joven teñía el suelo pero como si de una barrera invisible se tratara, no salía del círculo que los muertos habían delimitado.
Los vivos se miran y se sentían victoriosos pero la cara de terror en la joven Mina hacía que las dudas se sembraran. La puerta negra de ese balcón se abrió y la figura de la encargada se dejaba ver por ella. Estaba en perfecto estado, sin un solo rasguño pero con una mirada diferente.
Las muñecas de los muertos podían sentir el temor y la oscuridad que producía esa mujer, muy diferente a aquella amable señora que les había dado la bienvenida a ese primer día. Mina no retiraba la mirada del cuerpo de Lisseth, hasta que la mujer salió por allí. Estaba horrorizada.
Con una mirada severa y pasos elegantes, la mujer baja las escalas y observa a Sara, quien aún sujetaba el cuchillo y la muñeca de Lisseth. Le sonríe y dice - Te ofreciste a ejecutarla. Te preguntaría la razón pero la conozco bien - luego, pasea su mirada por los otros cuatro sobrevivientes y se acerca al joven Alec. Era la primera vez que el joven podía sentir real miedo.
La mujer tomó a Alec de la barbilla y detalló su rostro para luego decir - Ya veo el porqué Mina te escogió para ello, aunque desacató mis órdenes - la mira y Mina da un paso atrás asustada, suelta a Alec y comienza a hablar - No nos habíamos presentado oficialmente pero todos pudieron conocer mis designios. Todos tenían un papel que cumplir en este espectáculo, hasta que esa... ASQUEROSA NIÑA - señala a Mina - ¡DESOBEDECIÓ MIS ÓRDENES Y LES DIO HABILIDADES PARA SOBREVIVIR A LA DESGRACIA! - su mirada parecía volverse más desquiciada.
- Sencillo - continúa en un tono neutro y su cara se normaliza. Las muñecas sufren, lloran, gritan, sienten... Si no que lo digan sus amigos - señala a los caídos. - Aunque ellos están atrapados pero entienden de lo que hablo - suelta una risita ligera y silenciosa pero que llega a sus oídos y causa un escalofríos. - A mí me separaron de mi amor por la fuerza y esta mujer me mostró piedad, amabilidad, afecto... ¿Cómo podía dejar pasar la oportunidad? - miraba a todos casi esperando aprobación y muestra que llevaba una muñeca escondida entre sus manos.
No es muy difícil asociar la identidad de la muñeca con la de la joven que ahora estaba con ustedes de pie. Miraba horrorizada la muñeca mientras gritaba - ¡Por favor, no! ¡Te he sido leal y fiel siempre! ¡No lo hagas! - los ojos de Mina se volvieron rojo, un color que para muchos era familiar pero que otros no habían visto.
Sus uñas crecieron y se lanzó a atacar a la mujer, pero Esther se puso entre ella y la anfitriona instintivamente y evitó el golpe, lanzando a Mina hacia atrás. Sus ojos se habían tornado completamente negros y su expresión era más feroz. La joven del vestido rojo la miraba confundida y perpleja. Realmente, no lo entendía muy bien, ¿Por qué la defendía? Luego, Esther reaccionó y miraba sus manos, sin entender lo que acababa de suceder.
La mujer comenzó a atacar a la muñeca mientras Mina gritaba de agonía. Mina miraba a Alicia y estiraba su mano para tratar de alcanzarla pero para cuando la mujer destroza el otro ojo, la chica queda en el suelo inmóvil. Segundos después, sus rasgos se marchitan y su existencia se hace polvo.
- No fuiste más que una traidora, muñeca sin dueño -.
Aún no posteen, por favor...
Aquello que este extraño lugar había dado a todos como don se desvanecía en sus corazones, mientras las cenizas de lo que alguna vez había sido la pequeña Mina se esparcen con el viento. Todos aquellos poderes que les habían sido otorgados, desaparecen y las muñecas de los muertos miran a los vivos desconcertados porque poco a poco, sus almas abandonan las muñecas y se vuelven humo, regresando a la casita de madera donde habían estado encerrados desde el comienzo. Al parecer, ese sería el precio a pagar.
Los sobrevivientes se sentían humanos, libres y miraban su obra con ojos diferentes. Ahora, habían regresado a sentir lo que sentían antes de llegar, aunque el lazo entre Alec y Keelin ahora parecía real. No soltaron la mano del otro mientras observaban las cabezas de los caídos y cuando alguno sentía miedo, el otro apretaba con más fuerza para disiparlo. Esther tomó entre sus brazos a Alicia y Sara simplemente soltó la muñeca de Lisseth. Tal vez, podía usar el cuchillo luego, pero un extraño ruido hizo que lo olvidara y se concentrara en buscar su origen.
Escuchaban jadeos y un terrible olor a humo que emanaba del mismo suelo, mientras una risa desquiciada se dejaba percibir a lo lejos. La risa de aquel joven que habían dado por muerto días atrás, después del crujir de su cuello. Su rostro estaba cubierto de sangre y su cuello aún en una posición extraña. Venía con tono triunfante hacia ustedes y la primera reacción fue alejarse pero él parecía tener otro objetivo...
Esa risita perturbadora taladraba sus oídos. Hace mucho se habían desacostumbrado a escucharla pero allí estaba y sus manos parecían estar teñidas de carbón. Se dirigió a su madre y dijo - ¡BRUJA! Creíste que con mi tío era suficiente para mantenerme encerrado... Pero te equivocaste - respiraba entrecortado - Ahora, está ardiendo, ardiendo... - repitió la palabra unas cuantas veces más y luego los miró - Es verdad, todo arderá para que esta bruja muera. ¡NO TE PERDONARÉ QUE ME QUITARAS A MI MADRE! - se lanzó sobre ella y pudieron ver cómo las llamas se esparcían a gran velocidad. Habían usado algo para acelerar el incendio, pues se propagaba a grandes velocidades. Era imparable.
Trataron de buscar tierras altas mientras el joven forcejeaba con la que creían que era su madre. Luchaban fuertemente pero el desquiciado parecía tener más fuerza. La mantuvo en el suelo, la cogió a golpes, con la excusa de recuperar a su madre pero no parecía prosperar.
Los hombres de seguridad ya no estaban, también habían huido al ver el fuego, pero los accesos principales estaban sellados y el fuego provenía de abajo. Tal vez, había un sótano allí. Corrieron por todos lados buscando una salida, pero las ventanas que daban al exterior no parecían una buena opción. Algunas columnas empezaban a fallar y una de las que sostenía las escalas falló, cayendo sobre Tae y su madre, aplastando sus cuerpos pero también, creando una brecha en la puerta principal. Tal vez, podrían escapar por allí.
Lograron salir con dificultad, aunque el humo y la cantidad de carbón los sofocaba, haciendo que sus reflejos fueran más lentos y sus pasos menos certeros, ocasionando algunas lesiones en sus intentos de escape. Cortadas en las piernas, en las manos, en el rostro, algunas astillas que saltaban de la madera quemada... Todo fue difícil pero al final, lograron salir.
Todo ardía en llamas, aquel lugar que tantas pesadillas había causado en todos, incluso en aquellos que habían sobrevivido.
Habían sido nueve días lo que habían pasado en ese hotel y aún así, parecía que hubieran permanecido allí toda su niñez. Un lugar que quedaría grabado en la mente de los presentes y de aquellos que murieron dentro. Aparecería en sus pesadillas, en sus sueños, en sus divagaciones, pero siempre estaría presente.
Tuvieron que alejarse para no respirar más el humo del incendio, pero no podían alejarse demasiado porque todo lo que había a su alrededor eran árboles y un espeso bosque.
Los rostros de aquellos que habían muerto pasaban por sus mentes, uno a uno, recordando el orden de sus muertes, tal y como habían hecho para su montaje especial. De todos había algo que admirar. Tal vez, algo que podrían aprender a usar para sus vidas afuera, aunque no tenían claro si podrían llegar a la ciudad y de hacerlo ¿Qué podrían decir? ¿Que un incendio misterioso acabó con el hotel? ¿Creerían esa historia? Ninguno tenía la certeza de que así fuera, pero el lugar seguía ardiendo.
Todos contemplaban las llamas con atención, sin dejar de mirar cómo terminaba con todo aquello. El amanecer ya se asomaba por la colina. No sabían cuándo se habían quedado dormidos, no sabían cuánto tiempo había pasado pero de aquel museo con las muñecas de ensueño sólo quedaba el recuerdo en sus corazones de cómo era su estructura física y de la forma que esas vigas tenían antes de caer. Era el momento de irse, pero ¿Qué hacer?
Los vivos podrán postear en esta escena hasta el domingo. El domingo finalizo oficialmente. Básicamente, ¿Qué harán ahora y para salir de allí?
Keelin arrugó el ceño al escuchar la voz de la mujer que había comenzado todo invitándolos a ese lugar. La que la había contratado a través de la agencia para hacer aquella muñeca... ¿No se suponía que estaba muerta? La joven no comprendía lo que sucedía, pero después de todo lo vivido durante esos días era difícil que se sorprendiera por nada.
La joven contempló la ejecución de Lisseth sin inmutarse, sólo era una muerte más, la última, pero... ¿Qué sucedería cuando hubieran acabado con todos?
Mientras la mujer del balcón descendía y la que iba vestida de rojo intentaba atacarla, Keelin se mantuvo agarrada a la mano de Alec, sin llegar a soltarlo en ningún momento. Sus ojos seguían todo lo que sucedía, sin que ella llegase realmente a entender qué había detrás de las palabras de esas dos mujeres.
Un dolor indescriptible asoló su cuerpo cuando la casita rosa, aquella cárcel de bonitas paredes y muebles en miniatura, empezó a arder también. La joven cayó de rodillas soltando un grito de dolor y llevando la mano hacia su ojo, hasta que sintió cómo éste estallaba cuando las llamas llegaron a él y durante un instante todo fue calma en su interior. El dolor desapareció y por primera vez desde la primera noche en ese lugar se sintió dueña de sí misma. Miró sus manos al sentir algo en ella y sus ojos se abrieron por la sorpresa al encontrar la muñeca que era exactamente igual a ella. Como si fuese un souvenir o un último regalo de aquel horrible lugar.
La joven se levantó, mirando a su alrededor y con la respiración todavía agitada por el dolor que había sufrido. Cuando el olor a humo empezó a invadir la estancia, Keelin dudó, mirando hacia su maleta. Pero realmente sería raro que ella sacase sus cosas de allí si todo se quemaba... Hizo un repaso mental y decidió que no necesitaba realmente lo que había en ella. Lo único importante era el teléfono móvil y lo tenía en el bolsillo desde el primer día en que se había quedado sin cobertura. Mientras todo el lugar parecía envolverse en la locura de las llamas, la joven pelirroja buscó con la mirada a la muñeca rubia, la que había contenido a Michelle y la recogió del suelo, para llevarla también con ella. No sabía si fuera de ese lugar el alma de la rubia seguiría en la muñeca, pero no quería dejarla allí. Quizá podría llevársela a su padre como consuelo.
Y con ambas muñecas en las manos -la suya propia y la de Michelle- Keelin salió corriendo como pudo, tratando de huir del museo en el que había pasado los últimos días, sin ser consciente todavía del todo de lo que había pasado allí. De las cosas que ella misma había llegado a hacer.
Una vez fuera, contemplando cómo las llamas lamían el lugar la joven pelirroja se llevó la mano a la frente para frotársela suavemente, como hacía siempre que estaba preocupada por algo. Sentía muchas cosas en su interior. Todos los sentimientos de los últimos días se entremezclaban en un revoltijo. El dolor que había invadido su pecho desde que Esther le había arrancado el corazón remitía con pequeños latidos, mientras la joven volvía a sentir su corazón empezar a latir de nuevo. Durante algunos instantes pensó con desolación en lo que había hecho con sus propias manos. En cómo había desgarrado el cuello de Hikari y había disfrutado con el sabor de su sangre golpeando su paladar con fuerza. Pero finalmente negó con la cabeza. Esa no había sido ella. Tan sólo habían utilizado su cuerpo para cobrarse algún tipo de venganza que no llegaba a comprender. Todos habían sido víctimas de ese lugar. Todos ellos.
Con un suspiro miró a Alec, todavía a su lado. Lo que sentía por él aún estaba ahí, pero Keelin no estaba segura de que a estas alturas fuese provocado por ningún tipo de magia. Quizá se había ido volviendo algo real poco a poco... O quizá no. Probablemente sólo el tiempo lo diría. Estiró la mano para volver a tomar la del muchacho, sin preocuparse más al respecto y la apretó con firmeza, dándole ánimos para lo que probablemente sería un momento difícil para él.
Miró entonces a Sara, Esther y Alicia y tomó aire con fuerza. Ellas habían sido sus enemigas primero y después sus compañeras, las únicas que habían llegado a entender el dolor que sentía en su pecho. Las ansias de venganza que latían en su sangre. Buscaba en sus ojos la confusión o la desolación que invadía ahora su corazón. Compartir también esta especie de retroceso emocional.
-La casa donde las muñecas encierran a otras muñecas para jugar con ellas, y allí hay otra casa, con más muñecas encerradas, que a su vez encierran a otras... - Recitó en voz baja, repitiendo palabras que ya habían salido de sus labios con anterioridad, hacía ya varios días. - Este lugar está tan lleno de recovecos como parecen estarlo las almas de algunos de los presentes.
Finalmente, miró una vez más hacia las llamas que iban dejando tras de sí tan sólo las cenizas de lo que había sido un hermoso lugar. Una bella cárcel que aprisionaba sus cuerpos, igual que la casita rosa había contenido a sus muñecas. Y tomando aire lentamente se dio la vuelta, dándole la espalda al museo.
Recordó entonces una vez más aquellas palabras de April la primera noche. - La gente puede hacer cosas impensables... - No iba a arrepentirse. Luchó en cada momento por su propia supervivencia. Hizo sencillamente lo que debía hacerse. Y había salido de ese lugar por su propio pie.
Sacó el móvil para comprobar si tenía cobertura y llamar a emergencias mientras se alejaba algunos pasos del edificio, todavía con las dos muñecas entre los brazos. Las dos primeras muñecas que habían habitado la casita rosa. Keelin no sabía qué le esperaba el futuro, pero tenía toda la intención de convertir estos días en un recuerdo lejano. Si algo había aprendido la pelirroja en ese museo era que debía vivir cada segundo al límite, sacar todo el jugo que pudiera de la vida a cada momento, pues nunca se sabía quién podría traicionarte o detrás de qué recodo podía encontrarse la muerte.
Al ver que nuestra anfitriona seguía viva no supe muy bien cómo sentirme, ni tampoco cuando fue evidente que durante este tiempo habíamos sido sólo unas marionetas. Muñecas, sin más. No comprendía la mayor parte de las cosas que se estaban diciendo, ni tampoco qué narices estaba pasando.
Cuando aquella mujer se acercó a Alec me envaré, dispuesta a ponerme delante para protegerlo, pero no parecía que fuese a hacerle daño. Aún así me mantuve preparada para saltar a la mínima: no habíamos llegado hasta aquí para que ahora le pasase algo al chico.
Durante los minutos siguientes simplemente observé cómo todo sucedía, y no tuve muy claro por qué yo misma me interpuse entre la china de rojo y la otra. Parecía evidente que aquella mujer no era la misma que nos había recibido, pero tampoco sabía cómo interpretarlo.
Al ver de repente el fuego me llevé una de las manos a mi ojo, aullando de dolor. Por varios segundos pensé que iba a morir, y por mi mente pasaron todos los sucesos de los últimos días. Me arrepentía de muy pocas cosas. Desde que había estado claro que había que elegir entre morir o matar había escogido hacer lo necesario para que los niños sobrevivieran. Y lo había hecho.
Cuando la agonía terminó respiré entrecortadamente, y me sorprendí al ver que en mis manos estaba mi propia muñeca. Sin embargo no llegué a darle demasiadas vueltas. Únicamente busqué a Alec y a Alicia con la mirada, asegurándome de que estuvieran bien, antes de empezar a buscar cómo salir de allí.
El tiempo desde ese instante hasta que al fin estuvimos fuera fue una agonía. En más de una ocasión creí que las llamas iban a consumirnos, pero no era algo a lo que estuviera dispuesta. Con todo lo que habíamos luchado, aquello era algo que simplemente no podía suceder. Y cuando al final logramos salir lo hice asustada, tosiendo y con la garganta llena de una plasta negra que el humo respirado había producido. Pero al menos estábamos a salvo.
Las palabras de Keelin me provocaron un escalofrío, mientras me hacía consciente de todo lo que habíamos hecho. De las atrocidades cometidas. Pero al menos ninguno de los que habíamos logrado salir éramos uno de esos asesinos que ya llegaron sedientos de sangre, como Louis o Henri.
Con el pecho agitado me acerqué a los otros, sin saber muy bien cómo gestionar mis emociones. Quería pedirles disculpas por haberles cambiado. A Keelin, a Alec, y también a Alicia. Esta última no había sido culpa mía, pero yo estaba presente y no había hecho nada por evitarlo. Quería pedir perdón a los muertos, o al menos a los que no se lo merecían. Al final el moro del avión había resultado ser el único capaz de traer algo de pureza, y también el más ciego de todos, aunque en una cosa estaba acertada desde el principio: había sido uno de los más peligrosos para todos. Y el americano, Kenneth, había aprovechado la menor oportunidad para aprender a matar y empezar a desgarrar cuellos en defensa propia, como era de suponer. Y cómo no, al final la culpa de todo era de los chinos. Muchos de nosotros habíamos muerto, y sólo podía esperar que ellos también gracias al incendio. Era inevitable observar las llamas y pensar en Pearl Harbor.
En cualquier caso una cosa estaba clara: estaba viva. Tendría que aprender a vivir con muchas de las cosas que habían sucedido ahí dentro, y sobre todo con haber traicionado a April. Pero seguramente era entre ella y nosotros, aunque siempre podríamos haber buscado la manera.
- Esto es lo que ha pasado. - Dije a los demás, aunque aún no tenía claras ni mis propias ideas. - El chino loco se ha liado a matar a gente como un poseso, y ha prendido fuego a todo. Nosotros lo matamos defendiéndonos, pero conseguimos escapar. - Enuncié, antes de repasar las miradas de todos los presentes. - ¿Estáis de acuerdo?
Cuando murió Lisseth Alec no acabó de sentirse tranquilo como esperaba que iba a pasar. ¿Ahora qué? Solo quedaban ellos. ¿Podrían irse sin más? La respuesta no tardó en llegar en forma de un fantasma. La anfitriona, que había supuesto muerta desde el primer día no parecía estarlo. Se acercó a él y sus palabras hicieron que algo dentro del joven se revolviese, recordando lo que había olvidado al convertirse en lo que era ahora.
Observó la muerte de la joven Mina. No lo lamentó, hasta que notó como su poder desaparecía, vio como las almas de los muertos volvían a aquel vacío y olvidado lugar y volvió a sentirse de nuevo... humano. La mano de Keelin le permitió a Alec permanecer en pie, porque de otra forma habría caído de rodillas al darse cuenta de lo que había hecho.
Las cabezas de los muertos parecían estar mirándole y todas ellas le gritaban asesino. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero algo interrumpió las voces de su cabeza. Un grito. Parecía de alguien muy trastornado. Cuando vio el fuego y al hijo de la anfitriona ahogó un grito. La posición de su cuello no era normal...
Cuando vio el fuego extendiéndose rápidamente corrió a la estantería y cogió su muñeca, no podía dejarla ahí. Siguió a los demás, quemándose y haciéndose arañazos por todo el cuerpo. El humo era cada vez más denso y le costaba respirar. Sus sentidos se embotaron y se sentía más torpe que de costumbre, pero acabó lográndolo.
Una vez fuera se alejó corriendo del lugar, de lo sucedido y de aquellas voces que seguían llamándolo asesino. Cuando no pudo más se detuvo y se colocó al lado de Keelin para coger la mano. Miró a los cinco que habían sobrevivido. Esther, la mujer que le había prestado su apoyo desde el principio y que había conseguido que ambos salieran del lugar. Alicia, la más pequeña de todos y otra de los que se acercó a él al principio. Keelin, con la que había compartido más que palabras y por la que había llegado a sentir algo que no sabía definir del todo. Sara, a la que apenas conocía. Hacían un grupo extraño.
Contemplar las llamas y el lugar le hizo recordar todo aquellas personas que se habían preocupado por él. Noor, Benen, April y Loren sobre todo. Cada uno de ellos le había dado fuerzas a su manera y le había prestado su apoyo en alguna ocasión y él los había traicionado a todos. Bajó su vista a la muñeca.
Y todo por esto... Para conseguir la muñeca perfecta para mi hermana... Lamentó haber emprendido el viaje. Su hermana no se merecía aquella muñeca. Ahora lo veía claro. No era más que una niña egoísta y malcriada. Había tenido que pasar por todo aquello para darse cuenta de aquello y de muchas otras cosas. Había tenido que volverse un asesino para madurar.
Las palabras de Keelin me causaron un escalofrío. No querría volver a oír hablar sobre muñecas en muchos años.
Vale... Dijo Alec, en respuesta a Esther casi en un susurro. Pero no estoy seguro de que vaya a poder vivir con esto. Intentó que la voz no se le quebrara. Tenía que ser fuerte. No podía contar nunca la verdad. Nadie los creería y los acusarían de asesinos a ellos.
Las llamas comenzaban a extinguirse con las llamas del amanecer y los sobrevivientes lograban ponerse de acuerdo por fin con lo sucedido. Todo terminaría pronto, podrían volver a sus vidas, aunque los sucesos del hotel marcarían sus vidas de allí en adelante.
Un extraño sonido entre los escombros hace que todos se giren a buscar el origen del sonido pero al estar tan opaco el cielo y más con el humo del incendio, no pueden ver más que siluetas y una de ellas es una figura humana que parece ponerse de pie y en una posición un poco inclinada, sale de ese lugar para alejarse. Piensan en seguirla pero el olor a carne quemada, mezclado con la madera quemada y otros olores que no reconocían bien, los aleja y limita a ver la figura desaparecer.
Todo el personal del hotel parecía haberse marchado antes de esa mañana. Al parecer, presentían lo que sucedía, pero ahora quedaba la pregunta de la figura. ¿Y si era la anfitriona o su hijo?
Después de unas cuantas horas, un equipo de rescate llega al lugar, al cual los sobrevivientes cuentan su historia, aunque omiten los detalles de aquella figura. Son socorridos y ayudan a ponerse en contacto con sus familias, parecen creer la historia como ha sucedido pero prometen reponer el vuelo y así, cada uno podría volver a casa. Intercambian datos para no perder contacto, pues la posibilidad de ser perseguidos por esa mujer los atormentaba, incluso sin saber si era ella quien parecía haber sobrevivido al incendio, además de ustedes.
Cada uno tiene su muñeca y Keelin tiene la muñeca de Michelle en sus manos, vuelven con ellas a casa pero no pueden evitar mantenerlas con cierto recelo. Esa muñeca era un recordatorio constante de todo lo sucedido y tal vez, lo único que permitía a los sobrevivientes sentirse mejor con lo sucedido. No era fácil regresar a sus habituales vidas pero era lo que tenían.
Esther regresó a su hogar, se esforzó más por trabajar arduamente y siguió escalando posiciones, a pesar de lo difícil que era ahora su trabajo, pero nunca perdió contacto ni con Alicia ni con Alec. Alec y Keelin siguieron juntos y ella pudo conseguir un trabajo en Suiza para encontrarse con él, mantuvieron contacto en cartas pero al final, conservó su muñeca para sí mismo. Sara volvió a sus andadas, viviendo la vida como lo había hecho hasta ahora pero llamaba a veces para reportarse y preguntar si habían sabido algo de aquella mujer. Alicia sentía a Esther como su madre y se apoyaba mucho en ella para todo, considerando irse con ella aunque sabía que su padre no lo permitiría. A pesar de todo, tenían una fuerte amistad.
Keelin cumplió su promesa y llevó la muñeca de Michelle a su hogar, aunque no fue recibida gratamente, fue más una broma de mal gusto, por lo cual, se vio obligada a conservar aquella muñeca como suya, aunque en ocasiones hablaba con ella, con la esperanza de que ella llevara su mensaje a Michelle, en parte buscando expiar sus culpas que por más que trataran de convencerse a sí mismos que todo fue por su propia supervivencia, los atenazaba en ocasiones.
Escuchaban los noticiarios frecuentemente, en busca de pistas de esa mujer o del hotel pero había dejado de comentarse el caso tan rápido que parecía que alguien quisiera esconder lo sucedido. Su vida continuó tranquila, aunque en su alma no reinaba esa misma paz.