Guepardo miró a Manta y Derviche, a uno u a otro. Definitivamente no sabían dónde estaban, no sabían que era la compañía. No habían visto como entre todos los miembros habían golpeado hasta la muerte a uno de los suyos por intentar desertar. Pero habían visto los latigazos, y habían visto a El señor del dolor, y aún así, Derviche se permitió la licencia de insultarle. Debía morir o matar, pero no lo haría por la compañía y sus malditos rangos, simplemente lo haría porque nadie podía ofender de esa manera a Guepardo. Derviche había luchado bien, desde luego, pero él se había dejado su hombría por el maldito Señor del dolor, y no estaba dispuesto que aquel maldito gesto, el cual había acabado con su posibilidad de perpetuarse, el principal motivo en la vida de un Jaguar, fuera ninguneado por nadie. Ni siquiera mencionado en su presencia.
—Has hecho bien, Gatito. Debes enseñarle cuando hay que cerrar la boca. —Ahora era Malamente el que le hablaba.
Cuando escuchó la palabras de Derviche fue él que hizo una mueca parecida a una sonrisa. No dejó de sostener su lanza en posición de defensa y dijo secamente, ya sin furia:
—Recuperaté pronto...¡Vámonos!
Derviche siguió respirando con furia sin dejar de mirar a Guepardo. Quiso golpearlo con fuerza para quitarle esa estúpida sonrisa de su cara. Cerró los ojos unos instantes y luego levantó sus cimitarras al aire y miró el filo de sus preciadas armas.
-Al parecer perdiste tus pelotas también, cobarde. Además, te falta el honor, los muertos siempre se entierran con sus armas, solo los indignos, como tú, no. Nadie va a preguntar por unas lanzas que no valen nada. ¿Qué sabrás tú? Se nota que perdiste la cabeza, resolver así las cosas deja claro que no vales como líder. La fanática dejó de mirar sus armas para clavar su negra mirada en los ojos de Guepardo. La próxima vez que intentes atacarme, perderás la vida.
Si era por algo que se dio a conocer, era por su falta de paciencia y la frialdad hacia los otros. Recordó como mató ocho bueyes, tan rápido que la sangre del primero no llegó a tocar el suelo hasta que acabó con el último. La diosa era la culpable de su sed de sangre y en estos momentos sintió como tomaba posesión de su voluntad.
Oh, dulce muerte, te siento a mi alrededor y percibo tu insaciabilidad. No va a ser por mi voluntad que cumpla tus necesidades. Bajó las armas pero no la guardia y esperó a que emprendieran la marcha de una vez. Con tanta tensión olvidó su dolor, pero el dolor no se olvidó de ella y poco a poco volvió a sentir su abrazo.
Tras el ataque de furia de Derviche, Guepardo rió a carcajadas por primera vez en muchísimo tiempo, por primera vez desde que se uniera a aquella maldita compañía, desde que saliera de su tribu. Dejó a un lado, por fin, el amargo dolor de estar perdido donde no debía, de estar en una compañía maldita por la sangre y el dolor, y dejando desolación, tristeza y miedo a su paso...y odio, mucho odio; y rió, rió a carcajadas. —No entiendes nada. Ninguno de vosotros lo entendéis. Mi vida no vale nada...ni la tuya, ni la de ninguno de nosotros. Perdí mi hombría por nada, pero ya no importa. —Volvió el ataque de risa. Cuando paró su rictus se volvió duro como la piedra. Y habló para ella, aún sabiendo que los demás lo escucharían. —Lo único que me queda ya es el honor, y ten por seguro que no voy a permitir que nadie me lo quite ni lo ensucie con inmundas palabras. Si lo dioses entienden que es mi sangre la que se ha de derramar cuando me enfrente a ti, creemé, lo acogeré con orgullo. Tras lo cual bajó su lanza, dejó de reír y se retrepó en el carro un poco.
Cuando, finalmente, todos se suben al carro, Pipo sube a su vez al pescante. Coge las riendas con mano inexperta, pero suficiente, y las anima a caminar con suaves palabras. Esto les susurra:
Parece que Pipo oye cantar a los pajarillos ahí detrás, pero no es nada, amigas mulas, vosotras seguid a lo vuestro: ¡comed! ¡cagad¡ ¡follad cuanto podáis! ¡tirad del carro! Así lo han decidido los dioses sabios, los dioses buenos. Dejad que los pajarillos canten sus cantos, queridas.
Por si no fuera suficiente, y con cierta picardía, espera a que estén desprevenidas y les da un rápido golpe en las posaderas.
Ts ts ts, mis queridas. Pipo os promete fresca hierba para cenar. Ts ts ts, mis queridas, si coméis la rana confundida con la fresca hierba, Pipo no os arrienda la ganancia. Ts ts ts, mis mulas, vuestro mulito espera ¿qué esperáis vosotras?
Así, poco a poco, va haciendo avanzar el carro, mientras los otros discuten detrás.
- "Vamos, pues." -
Durante las siguientes horas, el grupo de seis miembros de la Compañía Negra con el carro y las dos mulas avanza hacia la dirección de la que vino Serpiente, no hacia donde se dirigió después.
El momento pasa y el cansancio y las heridas acaba haciendo mella de nuevo en Guepardo y Derviche, que una vez más no se sientes capaces de iniciar enfrentamiento físico alguno.
// Salen de escena: Chamán Rojo, Derviche, Guepardo, Manta, Pipo, Lejana.
// Siguen en: Tierras de Cho'n Delor: Grupo IV.