Como es posible, Caracabra estaba atónito, no daba crédito a lo que veía, ¿como puedes ser? Sacorroto estas vivo, la mente del jorobado se había bloqueado, no era capaz de recordar las palabras que Serpiente había pronunciado “contempla una mentira lo suficientemente sincera”. No podía reaccionar, y mucho menos contestar a Serpiente. Su mente solo podía ver la figura que se levantaba frente a él, trataba de buscar alguna respuesta en las explicaciones de la vieja bruja, pero no podía encontrar nada. Estaba totalmente bloqueado.
Parecía que Serpiente se regodeaba ante la reación del Caracabra, que no paraba de balbucear con la mirada perdida. Pero, él, tu, deberías de estar muerto. ¡Yo!, yo lo vi. Eres un espíritu. Había perdido su temple de guerrero, y retrocedía un paso alejándose de la figura. El K'Hlata no llegaba a comprender la complejidad de la magia del oscuro.
"- Estoy… ¿muerto?- preguntó con una mueca incredulidad. El de los gestos era un lenguaje universal, sin acentos extraños ni equívocos. Sacorroto no podía creer que la afirmación de Caracabra fuera cierta, no quería creerlo, pero aún así...
Llevó una mano a su frente para responder a sus dudas. Había algo en ella que le atraía, algo cálido, algo palpitante, algo húmedo, algo rojo… Cuando miró su mano vio sangre ella, la misma sangre que se derramaba desde una herida que acababa de abrirse en su rostro.
De la incredulidad dio paso al miedo. La verdad se había desvelado, el dique se había desmoronado y como un torrente las sensaciones empezaron a destrozar su cuerpo.
- Por eso… ¿Dolor? No… No. Sacorroto bueno. Sacorroto amigo. Duele. Duele. Duele. Duele.- Clavó sus ojos muertos en el k’hlata suplicando ayuda -¡Duele!- intentó gritarle, pero de su ahora esquelética mandíbula tan solo consiguió escapar un susurro.
Extendió unas manos a cada instante más delgadas hacia Caracabra. El muerto quería tocar al vivo, el muerto quería sentir la vida de nuevo…
Caracabra no entendía lo que estaba pasando, realmente estaba delante del Sacorroto, era imaginación suya. Todo era tan real, la respiración la pronunciación de las palabras y el sonido de las gotas de sangre cayendo de la frente de “muerto”. ¿Por qué has vuelto? ¿Que es lo que quieres? El jorobado seguía bloqueado, no alcanzaba a ver más, la impresión había enturbiado el resto de sus sentidos, y creía lo que veía.
Tu, Serpiente, alcanzo a balbucear el jorobado, devuélvele el descanso. Los muertos no pueden volver al mundo de los vivo…. Caracabra empezaba a pensar que el mago había resucitado a Sacorroto utilizando su magia oscura. Deja de usar tu magia para perturbar a los muertos. No sabía hasta que punto llegaban los poderes de los magos oscuros, sus poderes podrían ser mas fuerte que el de los espíritus.
Caracabra seguía retrocediendo alejándose del muerto, estaba seguro: era real. Sacorroto quería agarrarle y arrastrarle al mundo de los muertos. No, aléjate de mi, los espíritus ya te reclamaron…. a mi…. a mi, aun no me ha llegado la hora.
¡Qué emoción, qué emoción…! Habían pasado escasos segundos desde que lancé el hechizo y todavía notaba ese agradable cosquilleo en los dedos. Y el resultado. Oh, el resultado había sido extraordinario, mucho más allá de mis expectativas y eso que las tenía muy altas; al fin y al cabo era el aprendiz de Escupeculebras.
- En eso te equivocas, Caracabra. A él no lo reclamó ningún espíritu. Lo matasteis vosotros por orden de Lengua Negra. Vosotros, hombres libres, decidisteis matarle.- Solté una carcajada mientras me cruzaba de brazos dejando claro que de momento no iba a hacer nada por evitar que el muerto tocara al K’hlata.- Es mucho más fácil echar la culpa a los espíritus. Así os libráis de cualquier responsabilidad por vuestras acciones. ¡No más cargo de conciencia!- Reí.- Pero, si no somos libres, ¿dónde queda la decisión de Sacorroto de querer escapar, la decisión que le costó la vida? Si no era dueño de sus actos, ¿por qué castigarle? Dime Caracabra, ¿por qué?
Había llegado el momento de hacer algo.
- Si sigues creyendo en los espíritus, cúlpalos. Reniega de ellos por lo que hicieron a Sacorroto, por lo que le hacen a tantos otros. Castígalos con tu indiferencia. ¡Castígalos! Deja de creer en ellos y dejarán de tener poder sobre ti. Serás libre Caracabra. ¡Libre!
Alargué el brazo y toqué con un dedo el cuerpo del esquelético Sacorroto. Bastó una palabra en una lengua extranjera para que los lamentos del muerto cesaran. Carne, sangre, tela y hueso se hicieron girones y desaparecieron.
Aburrido ya hasta el hartazgo de aquella cháchara incesante e incomprensible, URO se había apartado un poco del resto de sus camaradas para investigar en soledad los oníricos alrededores. Aquellas extrañas formas y colores habían conseguido absorber casi por completo la atención del bárbaro, y podía advertirse un claro destello de asombro en sus misteriosos ojos verdes.
En verdad, tampoco es que necesitara demasiadas excusas para alejarse de SERPIENTE. Muy probablemente lo hubiera hecho de todos modos, aunque solo tuviera como entretenimiento el desolado desierto de la sabana. Solo había permanecido allí para evitar que aquellos dos se metieran en problemas, pero eso no implicaba que tuviera que intervenir en sus desquiciados razonamientos.
Lo cierto era que, por norma general, el silencioso salvaje no solía pasar demasiado tiempo cerca del Oscuro. Lo consideraba alguien demasiado extraño e impredecible, y que jugaba arrogante e irresponsablemente con cosas peligrosas, que era mejor dejar en paz. Y eso no podía ser bueno. Ni para él, ni para nadie. URO todavía podía sentir que los pelos de su nuca se alzaban cuando recordaba los estridentes llantos que el brujo había sacado del cuenco de MENTIROSO y del casco de CAMPAÑA.
Además de todo, esos continuos acertijos mentales que tanto fascinaban al Oscuro casi siempre terminaban por provocarle dolores de cabeza al sencillo bárbaro. Incluso aunque no fueran dirigidos directamente hacia su persona.
Y ahora, como si no bastara con los exasperantes laberintos lingüísticos de SERPIENTE, parecía que también al bueno de CARACABRA se le soltaba la lengua.
De modo que URO se había alejado algunos pasos, aunque no demasiado lejos. Justo lo suficiente como para llegar hasta un sereno y cristalino arrojo que atravesaba uno de los sectores del parque. El antiguo Cazador de Cabezas se había arrodillado junto a la mansa corriente y, luego de estudiar sus límpidas aguas durante algunos momentos, había sumergido su tremenda manaza en ella, dispuesto a probar la frescura del torrente.
En eso estaba cuando sintió que el brujo alzaba la voz a sus espaldas…
JARDINES DEL PLACER:
Una esclava se acerca solícita a Uro:
- "Mis señores, su mesa está preparada. Es aquella, junto a la sombrilla. ¿Puedo sugerirle el licor de frutas y la ensalada de los sentidos?" -
La cabeza de Caracabra aun estaba abotagada, con la impresión del “muerto” andando, había oído historias de brujos que levantaban muertos y los hacía caminar. Pero no pensaba que el poder del aprendiz de mago, fuera tan poderoso. Ahora el pequeño jorobado tenia verdaderas razones para temer a Serpiente, y sus palabras sonaban en sus oídos.
Era verdad, a Sacorroto lo matamos los hostigadores, y si, fue por orden de Lengua negra. Pero su muerte fue propiciada por sus actos. Un espíritu del mal se introdujo en su cuerpo, llevándole a comerte el acto de rebelión que luego le condeno a la muerte. Caracabra sabía todas estas razones, que creía con verdadera fe, pero que no podía explicar a Serpiente. Si Sacorroto hubiese…. hubiese estado en paz con… con los espíritus. Nunca le hueviara poseído un espíritu…. nefasto….un espíritu de la cobardía… y no hubiera huido. El jorobado seguía temblando por la poderosa impresión del cadáver se Sacorroto y su voz sonaba temblorosa. Tampoco prestado atención a la chica que se había acercado.
TRANSCURRE UN LARGO RATO.
- Mentiroso llega a los Jardines del Placer y, tras una corta búsqueda, localiza a Uro, Caracabra y Serpiente.
Todo había acabado, el muerto se había ido como había aparecido, por arte de magia; y Caracabra seguía en sus trece. El aspecto serio que había presentado en las últimas frases con las que me había dirigido a él desapareció de un plumazo con una sonora carcajada al tiempo que una de las putillas se acercaba.
- Los sentidos que vendéis no me interesan- le respondí con una sonrisa.- Vienen acompañados de las mismas cadenas que aprisionan vuestros tobillos, esclava.- Con un ademán desdeñoso le indiqué que se marchara. Ya tenía toda la diversión que quería con el desconcertado y asustado K’hlata. Y el cosquilleo, no me podía olvidar de él pues todavía perduraba.
Miré a Caracabra y me estremecí con una risotada.
- Eres incorregible. Ves espíritus en todo lo que te rodea y cuando presencias la aparición del único verdadero que has visto en toda tu vida tiemblas como un ratoncillo del desierto.- Mi pecho se hinchaba y deshinchaba con rapidez con cada carcajada. Intenté acompasar mis respiraciones con un suspiro antes de continuar hablando.- Pero todavía no has respondido a mi pregunta, ¿cuánto de lo que ves es cierto? O más sencillo, ¿cuánto de lo que hay a tu alrededor no lo es?
Mentiroso llega corriendo hasta donde están los otros, jadeando, con algo envuelto en su capa de la Compañía. Lleva las manos y la armadura empapadas en sangre.
-¡Eh! ¡Espabilad! -dijo alzando la voz sin cortesías. No había tiempo para andarse con rodeos- Hemos sido atacados. Asesinos. Tenemos bastantes heridos graves. Debemos reagruparnos. El que menos tarde en llegar al campamento, que salga ya a dar la alarma. Que se traiga a Ponzoña y los demás, y el carro para llevar los heridos de vuelta. Que deje alguien para preparar una tienda para los heridos- hizo una pausa para coger aliento-. Los demás, seguidme.
La sonrisa que había mantenido hasta la llegada de Mentiroso desapareció tan pronto escuché sus palabras dejando paso a una gesto neutro que no dejó entrever emoción alguna. Aun así, por muy significativo que resultase que perdiese la sonrisa, esta no tardó en aparecer con un matiz de sorna.
- Vaya, al final Sacorroto no te quería a ti Caracabra, con sus dedos muertos buscaban tocar a otro.- Estaba disfrutando con la casualidad. Lamentablemente no tenía demasiado tiempo.- Ya has oído, corre. Corre como si todos los espíritus en los que crees te persiguieran. ¡Corre!- le insté con una voz no sin antes dedicarle una sonrisa macabra.
Él "sabía" de lo que era capaz, así que esperaba escuchar sus apresurados pasos inmediatamente después de dar la orden.
- Uro y yo iremos contigo Mentiroso. ¿Algún muerto?- pregunté con una mezcla de curiosidad e ilusión.
Caracabra había oído primero las palabras y risas de Serpiente, y seguía sin comprender sus preguntas. Todo es un juego de Serpiente para probar muy fe. Quiere que dude para luego reírse de my, es otra prueba. Parecía que los engranajes del cerebro del jorobado se empezaban a mover otra vez con normalidad.
Pero entonces llego Mentiroso cubierto de sangre, las órdenes de serpiente fueron rápidas y directas. El pequeño jorobado salió corriendo como si el espíritu de Sacorroto le persiguiera. La vuelta de Sacorroto seria la premonición de que algo malo iba a pasar, en ese momento Caracabra no podía parase a pensar en eso, solo corría y corría. Aguantando el dolor que le producían sus torcidos huesos. Ni siquiera podía pensar en que le habría pasado al resto, si habían muerto o no. Tenía que avisar al campamento.
-De momento, no. -Mentiroso miró al mago con una mezcla de incomprensión y respeto. Respeto por mantener la cabeza fría en esas circunstancias. Incomprensión, por eso mismo. Los que había allí no eran solo otros soldados de los Hostigadores, eran su familia, sangre de su sangre. Y no parecía que eso le importara a la hora de profanar sus cuerpos con su magia.
Mentiroso, aún jadeando, se volvió a Caracabra y con un gesto de la cabeza le indicó que partiera. Sin duda, de los cuatro, parecía el mejor preparado para dar el aviso.
-Serpiente, Uro. ¡Vamos!
- Caracabra sale corriendo hacia el exterior de la ciudad, donde están acampados los Hostigadores.
- Uro y Serpiente siguen a Mentiroso hacia la ciudad baja.
- Uro, Serpiente y Mentiroso llegan a la ciudad baja y ayudan con los heridos, que ya están siendo subidos a la carreta de un tendero, una carreta de dos ruedas tirada por un buey.
- Dedos, Pelagatos, Sicofante y Lengua Negra están inconscientes y muy graves, pero de momento no están agonizando, aunque van a requerir cuidados intensivos durante muchas horas. Durante días, más que probablemente.
- El grupo entero abandona la ciudad baja y se encamina desde la zona residencial de parques y jardines hacia la salida, en la zona sudeste de la ciudad.
Por un instante difuso y fugaz, de esos que es imposible determinar con certeza si realmente han ocurrido o si solo han sido imaginados, el corazón de URO se estremeció con el pavor más absoluto. O quizás no fuera exactamente pavor. Tal vez ni siquiera auténtico temor. Pero tenía mucho de asombro, y también algo de desasosiego.
En cualquier caso, se trataba de una sensación extraña, y bastante desagradable además, que el antiguo Cazador de Cabezas no recordaba haber experimentado jamás en todos sus años sobre la tierra. Ni aún de pequeño, cuando el mundo era misterioso y lleno de presagios ominosos, cuando las amenazas lo acechaban desde cada rincón, y las sombras se llenaban de enemigos.
Ni siquiera la arrebatadora belleza de aquella dulce y solícita esclava había conseguido apartar al guerrero de su sombrío mutismo, y lo cierto es que URO apenas si reparó en sus demenciales y turgentes curvas. Incluso aunque, muy probablemente, aquella fuera la mujer más hermosa y apetecible que el bárbaro hubiera imaginado jamás.
Sin embargo, aquella acuciante delicadeza palidecía tristemente al lado del terrible portento que acababa de manifestarse a unos pocos palmos del guerrero.
Pues, a pesar de haber estado absorbido por la magnificencia de aquel paraje, intrigado y extasiado a partes iguales por su onírico encanto, el guerrero había seguido por el rabillo del ojo lo que ocurría entre sus compañeros.
Y, aún sin quererlo, lo había visto.
No de una forma clara y concluyente, por supuesto, y apenas durante menos que un suspiro. Pero justo lo necesario como para verse asaltado por una repentina e incontrolable sensación de premura.
URO podría haber reconocido aquella demacrada figura incluso con los ojos cerrados. Era SACORROTO. O lo que quedaba de él luego de su viaje al otro lado. Y cuando esta certeza se abrió por fin camino entre las nieblas de su mente, todo lo demás dejó de tener sentido.
Solo los estridentes y ampulosos gritos de MENTIROSO consiguieron movilizar al guerrero, aunque éstos apenas si lograron poner en marcha su vigoroso cuerpo. Su mente, aún aturdida, todavía seguía subyugada por la tenebrosa imagen. Y seguía pendiente de ella mientras el bárbaro se alejaba a grandes zancadas del paradisíaco refugio.