PULGA: LA COMPAÑÍA NEGRA: RELATO INICIAL.
- ¡Eh tú, levanta de ahí!
Se despertó súbitamente con el grito y rodó instintivamente hacia un lado esperando tomar la dirección correcta. Con el paso de los años había aprendido que el grito siempre venía acompañado por algún tipo de golpe que reforzaba el mensaje y hacía el despertar aún más dulce si cabía. Sintió la bota golpearle en la espalda y se retorció entre el polvo del suelo.
¡Maldita sea, lado equivocado!
Entreabrió un poco los ojos y miró hacia arriba donde una sombra le ocultaba la luz del sol, hacía horas que había amanecido, pero nunca había sido madrugador así que eso no era nada extraño. La misma voz que le había despertado volvió a sonar, pero al lado contrario al que estaba mirando. Una segunda sombra se acercó casi ocultando la luz. La penumbra ayudó a sus ojos a adaptarse más rápidamente y enseguida reconoció los rostros que le acechaban desde lo alto.
- ¿Que pasa Monito, no pensabas compartir tu parte con nosotros?
Monito tragó saliva e intentó pensar con rapidez, aquello no era nada bueno para él.
¿Como demonios se han enterado?
Había sido extremadamente cauteloso a la hora de preparar y ejecutar su plan. No le había hablado a nadie sobre ello, sabía que en el ambiente en el que se movía nadie era de total confianza y cualquier “amigo” podía convertirse en un temible rival y había procurado ser discreto durante todo el tiempo. ¿Acaso era imposible hacer algo sin que se enteraran? Eso querían hacerle creer desde que era pequeño, pero estaba seguro que era posible escapar a “sus ojos y sus oídos”, simplemente algo había salido mal en esta ocasión. Averiguaría qué había sido y no volvería a cometer el mismo error. Pero ahora no era el momento de averiguaciones, necesitaba resolver su problema más inminente. Se sacudió el polvo de su cuerpo y se incorporó de un salto a la vez que sonreía a sus dos interlocutores.
- ¡Hola chicos, que madrugadores! Pensaba ir a veros luego, no quise molestaros ayer con pequeñeces. - Mintió Monito esperando que eso calmara un poco los ánimos. Si había un terreno donde se movía como pez en el agua era entre las mentiras y los engaños. - ¿Acaso pensáis que no iba a hacerlo? -
Dijo con un claro gesto de indignación que a cualquier persona le parecería genuinamente sincero, pero las caras de los dos matones no cambiaron. Llevaban trabajando con él y con gente de su calaña suficiente tiempo como para no creerse ni una palabra de lo que les decían, y por encima de todo a cumplir con su deber por encima de cualquier cosa y Monito lo sabía.
- Déjate de cuentos y danos el dinero. TODO el dinero.
- ¡¿Todo?! Tiene que ser un error, necesitaré mi parte para cubrir los gastos al menos. Todo el mundo tiene derecho a quedarse con su parte, es la tradición, la ley, lo justo.
Ninguna de aquellas palabras significaba nada para él, había estado saltándoselas y riéndose de ellas desde que tenía uso de razón, pero se resistía a perder todo lo que había conseguido y a renunciar a lo que pensaba hacer con ello.
- Así te lo pensarás dos veces antes de actuar por tu cuenta.
Dijo el matón avanzando hacia él con una sonrisa de satisfacción. Monito dio un paso hacia atrás de manera instintiva, pero chocó contra el cuerpo del otro que se había colocado a su espalda. Al sentir el contacto con el muchacho el matón puso una de sus grandes manos sobre el hombro de Monito haciéndole sentir un escalofrío. No tenía ninguna opción contra ellos, no era un tipo de acción y aquellos matones eran veteranos curtidos, tampoco sucumbirían ante un chantaje o se dejarían convencer. Tenían unas órdenes y las cumplirían y con esa gente era complicado negociar.
- ¡Está bien! ¡Está bien! - Monito extendió y agitó las palmas de las manos hacia el matón que se aproximaba. - Os lo daré todo, no quiero que se diga que no colaboro. Pero decidle que se trata de un error, que hoy mismo iba a informar y esperar por mi parte, no lo hice ayer porque ya era demasiado tarde y no quería molestar. Ha sido un simple retraso, nada más. - Rebuscó entre sus ropas y sacó tres monedas de plata que ofreció al hombre que tenía en frente. - ¡Ahí tenéis! ¿Contentos? -
Su tono mostraba el disgusto del que acaba de perder una pequeña fortuna, y realmente con aquellas monedas podían hacerse muchas cosas a las que era difícil renunciar, pero su cara siguió mostrando una amable sonrisa, pues no quería ofender ni enfadar a los dos hombres.
Que no estuviera muerto ya era sin duda un buen síntoma, pero no había que tentar demasiado a la suerte, aunque Monito siempre se había considerado afortunado, quizá por el optimismo con el que encaraba las cosas. El matón cogió las monedas y las observó durante un instante, a Monito le pareció que le estaba costando contar hasta tres, pero se abstuvo de hacer cualquier gesto o comentario que lo delatara. Cuando terminó levantó la cabeza y sonrió a su compañero, quien dio unos golpecitos sobre el hombro de Monito como símbolo de aprobación para finalmente volver a posar sus dos manos sobre los hombros y agarrarlo con fuerza.
Antes de poder reaccionar o decir algo el matón que tenía enfrente descargó su enorme puño contra el abdomen de Monito, que no pudo evitar el golpe. Cuando las manos que agarraban sus hombros le soltaron, cayó como un saco a la tierra intentando coger el aire que había perdido de golpe. Los hombres se alejaron riendo mientras él se retorcía de dolor en el suelo dejándolo solo en su rincón.
Tardó varios minutos en recuperarse, aunque el golpe le seguiría doliendo un buen rato. Aquellos tipos sabían realmente dónde golpear para hacer daño. Se sentó en el suelo y apoyó su espalda sobre la lona de la tienda detrás de la que se había acostado a dormir para estar más cómodo y miró hacia el sitio por donde habían desaparecido los matones cerciorándose de que volvía a estar solo. Deslizó una de sus manos por la lona hasta llegar a la tierra y buscó el anclaje más cercano. Cuando lo encontró comenzó a hacer mediciones con su palma hasta encontrar un punto en la tierra donde escarbó disimuladamente con sus dedos hasta encontrar lo que buscaba. Bajó ligeramente la mirada en un gesto fugaz hasta ver el brillo metálico de la moneda de plata que había escondido allí y volviendo a vigilar a su alrededor la escondió entre sus ropas a la altura de la cintura. Había recibido muchas lecciones durante los últimos años, algunas a la fuerza, pero tener siempre un plan B era de las más importantes.
Sabía que no podían saber exactamente la cantidad que le había robado a ese tipo.
Respiró profundamente y sonrió. Había sido algo arriesgado, pero había merecido la pena, una plata era mucho mejor que nada y, de haber hecho las cosas como se suponía, su parte seguramente hubiera sido nula.
Se levantó llevándose la mano a su dolorido estómago y salió de su refugio a perderse entre el bullicio del campamento.
Quizá le surgiera alguna oportunidad o si no pensaría como gastarse su dinero: bebida, juego y mujeres eran siempre opciones atractivas y nunca faltaban cuando se llevaban monedas encima, eso sí debía hacerlo con disimulo y sin ostentación o le acabarían pidiendo cuentas por ello.
En su trabajo la discreción era una parte fundamental si uno quería tener éxito. Largos años de aprendizaje habían quedado atrás, de hecho casi no tenía recuerdos de su etapa anterior cuando tenía padre y madre y formaba parte de una familia, para él era como si siempre hubiera vivido de esa manera. Había tardado muchos años en enterarse de su historia, pero al final en un campamento relativamente pequeño las lenguas acababan desatándose.
Sus padres habían pertenecido a la tribu de Los Cañas Ligeras. En la Compañía no había demasiados miembros de aquella tribu por todo lo que había sucedido: Caratotem había sido uno de sus chamanes hasta que decidió marcharse y unirse a la Compañía Negra y también Amapola, la madre de Rastrojo. Monito no sabía si había nacido en la tribu o en el campamento de la Compañía, aunque tampoco le importaba demasiado a estas alturas.
Sus padres se habían alistado en las filas de la Compañía y habían llegado incluso a ser Reclutas de la misma, pero lo habían hecho con la intención de traicionarlos más adelante. Los Cañas Ligeras querían vender a la Compañía Negra a sus enemigos: La Horda de las Arenas Sangrientas.
Cuando se descubrió la trama sus padres fueron asesinados y la Compañía acabó con el resto de la tribu. Tan sólo los niños fueron perdonados de la matanza. La mayoría fueron vendidos como esclavos y unos pocos, entre los que se encontraba Monito, fueron acogidos en el seno de la Compañía, para realizar diferentes tareas. Pero Monito se había enterado de todo aquello con el paso de los años, para él no existía otro hogar que el Campamento y se movía como un pez en el agua por los bajos fondos del mismo. Incluso había adoptado la opinión general que había en la Compañía sobre su tribu de origen, o como él siempre decía: la de sus padres. Habían intentado la mayor estupidez de todas las posibles: en vez de unirse a la Compañía Negra contra sus enemigos comunes intentaron traicionar a los mercenarios extranjeros aun sabiendo que La Horda de Las Arenas Sangrientas iría después a por ellos.
Con esa forma de actuar no le extrañaba que toda la tribu acabara desapareciendo asesinada, si no lo hubiera hecho la Compañía, lo habría hecho la Horda. Afortunadamente para él gracias a eso podía aspirar a un futuro allí, con la Horda seguramente estaría muerto o sería un esclavo.
Monito acabó en manos de unos rufianes al servicio de Usurero que se encargaron de formarlo e introducirlo en su círculo de corrupción en cuanto tuvo la edad necesaria para sus primeros encargos.
Al principio eran cosas sencillas, que Monito se tomaba como pequeños juegos: seguir a alguna persona para saber donde iba, vigilar alguna mercancía mientras los otros estaban fuera, atraer la atención de la gente en el momento oportuno... A cambio casi nunca le había faltado comida y el trato era relativamente bueno, salvo cuando remoloneaba demasiado y se ganaba algunos golpes por ello.
A medida que fue creciendo también adquirió nuevos conocimientos y habilidades. Aprendió todo lo que podía saberse de la profesión y del mundo en el que debía moverse.
Todos respondían ante Usurero aunque no fuera directamente. Personalmente nunca había hablado con él, aunque sí que lo había visto en un par de ocasiones mientras acompañaba a sus maestros. Nada se hacía sin su permiso o sin que se enterara. Tenía ojos y oídos por todos los sitios, lo sabía bien pues él mismo había sido de pequeño parte de esa complicada red de información espiando y escuchando conversaciones sin ser visto, no le resultaba difícil pues nadie prestaba demasiada atención a un niño negro huérfano.
Ahora Monito era ya casi un hombre. No era muy alto, pues su 1'75 hacían que estuviera dentro de la media y su complexión y su musculatura tampoco destacaban, más bien podía decirse que era un muchacho enclenque, aunque todo aquello le servía para no llamar demasiado la atención y moverse con soltura y gracia.
Sus ojos marrones siempre brillantes, tan oscuros que cuando no había mucha luz podría decirse que eran negros, hacían juego con su piel de un tono bronce oscuro.
Vestía los taparrabos y las ropas típicas de las tribus K'Hlata, pero siempre iba limpio y aseado, le gustaba parecer pulcro ante los demás. Su pelo formaba pequeñas hileras de trenzas a lo largo de su cabeza que recogía en una pequeña cola en la parte trasera para que no le molestara demasiado.
En conjunto no resultaba un chico desagradable, aunque no fuera de los que desviaban las miradas de las mujeres a su paso. No le importaba, sabía que sus supuestas carencias físicas podía suplirlas con creces con su verborrea y nunca le habían faltado brazos cariñosos cerca, sobre todo en las noches de abundante botín cuando sus compañeros invitaban a rondas para celebrarlo, pues él todavía no tenía derecho a parte alguna.
En una ocasión había sido tal la borrachera que se había despertado al día siguiente tirado en mitad de la calle y sin recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. De aquella experiencia solo recordaba el insoportable dolor de cabeza que le había durado el resto del día y las risas de sus amigos al recordar lo sucedido. Según contaban lo habían emborrachado y después habían pagado a una prostituta para que lo desvirgara. Nunca le dijeron cual y Monito sospechaba que era todo mentira, que simplemente le habían puesto algo en su bebida y se habían inventado el resto para reírse de él. Aún así a partir de ese día miró con suspicacia a las meretrices intentando descubrir en algún gesto o mirada si alguna se había acostado realmente con él.
Con los años había tenido también oportunidad de compartir lecho, o lo que fuera menester según el momento, con alguna otra muchacha aunque nunca había mantenido ninguna relación que pudiera considerarse seria, demasiadas mujeres hermosas como para atarse a una sola y cuando escaseaban las hermosas también eran bien recibidas las menos agraciadas.
Las mujeres eran uno de sus pasatiempos favoritos junto a la bebida y a tocar la flauta. En sus ratos de aburrimiento, cuando no podía hacer otra cosa se dedicaba a tocar melodías en pequeñas flautas hechas de hueso o madera y con los años había adquirido cierta habilidad para hacerlo. Siempre era bueno poder entretenerse con algo que no costara tanto dinero o esfuerzo como las mujeres o el Grog.
Se movió entre los puestos del mercado atento a las novedades y los cambios. Estar al día e informado era algo importante en su profesión. También vigiló las bolsas de los que se cruzaban con él o acudían a los tenderetes a comprar. La mayoría estaban demasiado vacías para que mereciera la pena informar.
El robo en sí no era lo que más le gustaba ni lo que mejor hacía, prefería informar de una buena bolsa a algún compañero antes que hacerlo él, aunque nunca renunciaría a una buena oportunidad.
Le encantaba regatear los precios con los comerciantes y había adquirido cierta habilidad en ello, hasta el punto que de vez en cuando sus supervisores le dejaban encargarse de la venta de alguna mercancía que hubieran obtenido. Se había convertido a esas alturas más en un cómplice o compañero que en un alumno, aunque por su poca experiencia y su bajo rango dentro de la organización seguían encargándole las partes de mayor riesgo, al fin y al cabo era prescindible. Como consecuencia había aumentado la responsabilidad y el trabajo que tenía que llevar a cabo pero seguía sin recibir parte alguna de los botines, lo cual le parecía realmente injusto.
Por eso había robado en solitario la noche anterior. Parecía algo fácil: Un comerciante rico que ha hecho una buena venta y se pone a celebrarlo con su bolsa llena a rebosar. No echaría en falta unas pocas monedas, seguramente pensaría que las había gastado en bebida o perdido en el juego. Pero parecía que alguien lo había visto hacerlo y habían ido a por su parte.
Al girar en uno de los puestos tropezó con un hombre, aunque guardó perfectamente el equilibrio sin problemas. Tuvo el instinto de disculparse, pero no lo hizo, siguió andando hacia delante sin detenerse.
- Detrás de la tienda de Grog.
Esas eran las palabras que el hombre había susurrado en su tropiezo voluntario. Era una manera habitual de concertar reuniones sin llamar mucho la atención. La hora ya la sabía, era siempre la misma. Aquello significaba que esa noche tendría que estar preparado para un golpe y esa misma noche recibiría los detalles. Como estaba fuera de las planificaciones no solían avisarle con mucho tiempo.
Será mejor que me prepare.
Se alejó del bullicio y buscó algún rincón tranquilo y con sombra donde poder acostarse hasta la noche, no sería muy difícil encontrar algo así y él conocía cada rincón del campamento.
Se despertó con las últimas luces de la tarde y buscó un cubo de agua para asearse a conciencia. Al contrario que muchos de sus compañeros Oscuros no necesitaba estar sucio para ser menos visible en la noche. Cuando terminó fue en busca de algo de comida, unas gachas frías fueron su única comida, aunque tampoco necesitaba más. Después se dirigió a la tienda de Grog y comenzó a charlar con alguno de los habituales y de las meretrices que se dejaban caer por allí.
Las lecciones recibidas acudían a su mente en noches como esa:
- “Cuando tengas que dar un golpe déjate ver antes y después en público si puedes, necesitarás tener una coartada en ocasiones.”
Si alguien sospechaba de él y todo el mundo le situaba en un lugar las sospechas recaerían automáticamente sobre otro. La Tienda de Grog era un buen lugar para ello, nadie solía notar una pequeña ausencia y en casos de que la ausencia fuera prolongada estaban los borrachos a los que podía convencer casi de cualquier cosa, los sobornos a alguna meretriz o los propios compañeros. Sólo había que dejarse ver antes y después y pocos podrían, o querrían, afirmar que no habías estado allí toda la noche.
Tras unas cuantas conversaciones y después de beber una jarra de Grog, que siempre estaba bien ir con suficiente combustible, se fue acercando discretamente a la entrada hasta deslizarse al exterior.
Rodeó la tienda hasta llegar a la parte trasera, sumida en la más absoluta oscuridad, el escenario perfecto para la reunión. Reconoció la silueta que se iba dibujando a medida que se acercaba, se trataba de Macaco. Lo conocía desde pequeño pues se habían criado juntos, a sus jefes debían gustarles los monos o les había hecho gracia llamar así a sus dos pupilos. Macaco era algunos años mayor que Monito y de origen Oscuro, aunque huérfano como él. Ese era su único punto en común, eso y que compartían tutores. Macaco era mucho más grande y fuerte que él y también mucho más tonto.
- ¿Te han dicho de que se trata? - Preguntó Monito con curiosidad.
- No.
A Monito no le sorprendió, aunque Macaco llevaba más tiempo colaborando en los golpes, nunca solían contarle más de lo que necesitaba saber, cuantos más datos y detalles tuviera más probable era que al final acabara haciéndose un lío y metiendo la pata. Nunca solían encargarle tareas en solitario tampoco. Lo más probable es que su futuro fuera convertirse en uno de esos matones que le había visitado por la mañana. Esperó en silencio hasta que un par de silenciosas sombras aparecieron junto a ellos. Eran sus responsables.
Tiene que tratarse de algo complicado, nunca hemos trabajado los cuatro a la vez.
Un traficante de armas había llegado al campamento de la Compañía y había conseguido comerciar directamente con los altos mandos de la misma. El problema residía en que, de alguna manera, no había negociado previamente con Usurero y este había perdido la parte del negocio que le correspondía, lo cual no le había gustado nada.
Los detalles de como lo había hecho no fueron expuestos, quizá había concertado una reunión en el más absoluto secreto o quizá había venido con un buen número de guerreros que lo protegían y se sintió lo suficientemente fuerte como para saltarse ese trámite.
Fuera como fuera Usurero se había enfadado mucho y estaba dispuesto a darle una buena lección. Ellos eran la parte final del plan, pero también la más importante. Si lo de aquella noche salía bien Macaco y Monito serían promocionados internamente en la sociedad, cosa que de otro modo tardarían años en lograr. El riesgo era mucho, pero la oportunidad no podía dejarse pasar, así que no iba a echarse para atrás. En una sola noche podría ganarse el respeto de sus superiores y comenzar a ganar dinero de verdad. La ley del mínimo esfuerzo siempre atraía a Monito, aunque las consecuencias pudieran ser fatales.
Usurero debe estar muy cabreado.
Se deslizaron en la oscuridad en el más absoluto silencio hasta llegar a la empalizada que rodeaba el campamento. En teoría no deberían tener ningún problema, pues otros se habían encargado de que los guardias no pasaran por allí en un buen rato. Subieron al parapeto y desde allí arrojaron un par de cuerdas hasta el exterior. Monito y Macaco bajaron por ellas y se encontraron fuera del Campamento.
Monito miró la cuerda mientras se alejaba, esperaba que, si conseguía regresar, sus compañeros todavía estuvieran allí. Con la espalda pegada a la empalizada recorrieron unos cientos de metros ocultos en las sombras que los troncos les proporcionaban hasta que divisaron la luz de la hoguera que recortaba la silueta de las tiendas del traficante y sus acompañantes.
Monito se agachó y le hizo un gesto a su compañero para que hiciera lo mismo, después se llevó el dedo índice a los labios en señal de sigilo. Recorrió la distancia que los separaba de las tiendas a cuatro patas y se colocó detrás de la mayor de ellas conteniendo la respiración. Miró a Macaco durante un instante y le hizo un gesto afirmativo con la cabeza, su compañero le imitó y se dio media vuelta perdiéndose en la oscuridad. Monito sacó su cuchillo y miró la hoja que había afilado una y otra vez aquella tarde, lo agarró con fuerza e intentó calmarse.
Todo saldrá bien, todo saldrá bien...
Prefirió no pensar en todo lo que podía salir mal, eso sólo podía atraer a la mala suerte y él iba a necesitar toda la suerte del mundo aquella noche. La fortuna le había sido propicia hasta aquel momento, pero sabía que con perderla en una ocasión sería suficiente.
Con suavidad se apretó contra la lona de la tienda para pasar desapercibido ante las miradas de los centinelas que hacían rondas alrededor del perímetro, como mucho verían un extraño bulto negro que podrían confundir perfectamente con una roca o un tronco caído. Se quedó quieto y observó a su alrededor atento al más mínimo ruido por si tenía que salir corriendo. Todo parecía tranquilo y silencioso, la calma que precedía a la tempestad que debía desatarse en unos minutos si todo salía como habían planeado, después empezaría la parte mas complicada del plan que él tendría el “honor” de ejecutar.
Cuando comenzaron los gritos su cuerpo se puso en tensión y apretó fuertemente el cuchillo en su puño. Esperó a que los gritos se alejaran de allí y entonces clavó el cuchillo en la lona y la rasgó hacia abajo dejando un hueco lo suficientemente grande para pasar. Metió la cabeza y comprobó que estuviera vacía. Monito sonrió.
No hay nadie, se lo han tragado.
Gateó al interior rápidamente, ahora debía darse prisa o le pillarían con las manos en la masa y eso supondría el fin de su joven vida. Localizó el cofre de madera, sacó velozmente la palanqueta que había llevado para el trabajo y comenzó a forzar la cerradura sin perder de vista la lona de acceso a la tienda.
Venga, venga...
Movió la palanqueta hacia la izquierda y después hacia la derecha. A pesar de la tensión y las prisas debía hacerlo con cuidado o se rompería y no había tiempo para abrirlo a lo bruto, sólo tenía esa oportunidad y el tiempo se agotaba.
¡Vamos ábrete de una vez!
Sintió algo al girar sutilmente la palanqueta y presionó hacia ese lado y hacia abajo hasta oír un click. Sacó rápidamente la palanqueta y se la guardó en la cintura para abrir el cofre con ambas manos. Removió entre las telas y objetos lamentando no tener más tiempo para poder echar un vistazo en condiciones a todo aquello. Las órdenes eran precisas y el tiempo demasiado justo. Tiró de la bolsa de cuero y sin pensarlo salió gateando hacia el hueco que había abierto.
Esta bolsa pesa como los mil infiernos.
Sacó la cabeza al exterior y se aseguró que todo estuviera despejado. Los gritos cada vez más cercanos y las sombras que proyectaban varias antorchas le indicaban que pronto tendría más compañía que la deseada. Sin perder tiempo gateó a toda prisa hacia la empalizada alejándose de las tiendas. Miró atrás en busca de su compañero, y divisó varias luces dentro de la tienda que había abandonado seguidas por varios gritos de desesperación. Estaba claro que ya se habían dado cuenta del engaño. Se levantó y echó a correr hasta la empalizada para después seguir hasta el punto donde habían descendido, ya era inútil ser sigiloso, sabía que en breve comenzarían a salir por el agujero dispuestos a atraparlo y no pensaba dejarse coger así que aceleró como si lo persiguieran los mismos demonios.
Ya tendría que haber llegado a las cuerdas. ¡Maldita sea, se han largado!
Siguió corriendo, no le quedaba ya más opción que alejarse. Si no podía entrar en el campamento tendría que desaparecer en la Sabana, pero sus opciones de sobrevivir disminuían con cada paso que daba. Si no lo atrapaban probablemente acabaría muriendo de hambre o sed o devorado por alguna fiera, los páramos no eran benévolos con los muchachos inexpertos como él.
- ¡Eh Monito! ¡Por aquí!
Frenó en seco al reconocer la voz de uno de sus maestros. No sabía si las distancias le habían parecido más lejanas en la huida o si sus compinches habían tenido que moverse y cambiar de lugar por alguna razón, pero no iba a pararse a pensar en aquello, así que corrió hasta los dos bultos que habían llamado la atención desde lo alto de la empalizada.
- ¿Tienes la bolsa?
Monito apoyó una de sus manos en la empalizada para tomar aliento y miró hacia atrás para asegurarse de que nadie le pisaba los talones. Parecía que había conseguido abrir trecho con sus perseguidores, aunque no había rastro de Macaco todavía. Miró nervioso hacia arriba y asintió con la cabeza incapaz de hablar mientras enseñaba la pesada bolsa mientras en su cara se dibujaba una sonrisa de satisfacción.
- ¡Tírala! ¡Rápido!
Con las pocas fuerzas que le quedaban trazó un arco con su brazo y lanzó la bolsa hacia arriba donde fue atrapada en cuanto pasó la empalizada. Escuchó algo y volvió la mirada, comenzaban a distinguirse ruidos y las antorchas ya iluminaban parte de la empalizada, el cerco se estaba estrechando y era hora de desaparecer.
- ¡La cuerda!
Comenzaba a ponerse realmente nervioso y los pasos cada vez sonaban más cercanos. Se agarró de la cuerda y comenzó a trepar apoyando sus pies en las maderas. Alguien debía estar tirando del otro lado pues su ascenso fue rápido y casi no tuvo que gastar las escasas fuerzas que le quedaban. Alcanzó lo alto y soltó la cuerda mientras volvía a coger aire un poco más tranquilo ya. Sus mentores parecían contentos.
- Macaco no estaba en el punto de reunión, tuve que irme antes de que se me echaran encima.
Estaba preocupado por su compañero, no le había gustado tener que dejarlo atrás, pero no podía arriesgarse a que lo atraparan con la bolsa. Suponía que esperarían allí arriba hasta que regresara, pero en cuanto Monito estuvo a salvo quitaron la cuerda y saltaron hacia el suelo. Monito les imitó y les siguió mientras se ocultaban entre las tiendas. Macaco salió de detrás de unas cajas en las que se había ocultado, debía haber llegado mucho antes que él a la empalizada y lo habían hecho esperar allí. Se alegró de verlo y también de no haberlo esperado mucho más tiempo. Cuando Macaco lo vio corrió hacia Monito y lo estrechó en un asfixiante abrazo nada típico él.
¡Pues si está contento de verme! Igual pensaba que se había quedado sin su parte.
Uno de sus compinches tiró del taparrabos de Monito indicando que no era tiempo para aquellas tonterías. Monito se separó con ayuda de sus brazos de Macaco.
- ¡Ya está, ya está! Yo también me alegro de verte, pero debemos irnos.
Siguieron caminando en la penumbra hasta que se detuvieron cerca de la tienda de Grog.
- Desapareced durante unos días y no llaméis la atención, si os necesitamos os llamaremos.
Los muchachos asintieron y tomaron distintas direcciones, cada uno tenía fijado un lugar para ocultarse y donde poder ser encontrado por las personas oportunas si era necesario. En cualquier otra ocasión Monito hubiera vuelto por la Tienda de Grog disimuladamente y haría como si nunca hubiera salido de allí, pero sus superiores sabían lo que era mejor para cada ocasión así que no vaciló en obedecer. Mientras llegaba a su refugio limpió el sudor de su frente y colocó la palanqueta que bailaba a uno de los lados de su taparrabos.
¡Mierda! ¿Donde está mi cuchillo?
Al palpar el lado contrario se dio cuenta que su cuchillo no estaba allí. Miró alrededor a ver si se le había caído pero no vio nada. No tenía ni idea cuando lo había perdido, durante su huida había corrido mucho y después había tenido que trepar y saltar la empalizada, podía haber salido despedido en cualquier momento y no se habría dado cuenta. Había entrado con el a la tienda y después había abierto el cofre.
¿Había guardado el cuchillo? ¿Lo había dejado en el suelo? No recordaba claramente la escena, lo único que estaba claro es que en la tienda o durante la huida había perdido su cuchillo. No podía volver a buscarlo y era el único objeto que tenía que había pertenecido a sus padres. Dio una patada de rabia al aire y siguió su camino lamentándose de la manera en la que había acabado la noche.
Dos días después fueron a buscarle. Al fin recibiría la parte prometida del botín y podría volver a tener una vida, ya empezaba a cansarse de estar oculto todo el día. Pensaba compensar su encierro con una buena fiesta en la Tienda de Grog. La cara que traían no le gustó nada.
- Encontraron tu cuchillo cerca de la tienda que robaste. Han puesto precio a tu cabeza y hay gente dispuesta a cobrar ese dinero. Tienes que acompañarnos.
Monito se levantó a duras penas pues le temblaban las piernas y siguió a los hombres temeroso, quizá ellos mismos fueran a entregarlo para cobrar la recompensa. Se preparó para salir corriendo por si las moscas, aunque ahora mismo ir con ellos parecía su único camino. Lo llevaron hasta la tienda de Usurero y por primera vez en su vida habló cara a cara con el máximo responsable de todo lo que sucedía entre los seguidores de campamento.
Salió veinte minutos después con la mirada clavada en el suelo y el rostro serio, cargado con todas sus cosas. Habían tenido el detalle de llevárselas y de entregárselas junto a su parte del botín, un regalo de despedida tras años de buen servicio.
Maldito cuchillo.
Lo único que podía hacer era alistarse como Aspirante para entrar en la Compañía Negra, ahí acababan todos los descastados y los que no veían otra salida a su futuro. Arrastró sus pies hacia la cola de alistamiento pensando que quizá la vida como Recluta no fuera tan mala al fin y al cabo: una comida al día, guardias en las que solo había que pasear y mirar al horizonte...
- ¿Nombre?
Preguntó el Sargento Gulg sin levantar la mirada. El muchacho respondió apesadumbrado.
- Monito. -
- ¿Monito? - El Sargento levantó la mirada para observar al aspirante. Te he visto por ahí haciendo el vago. Con ese cuerpo no creo que seas capaz ni de matar una pulga, eres un enclenque, pero tendrás tu oportunidad. Te llamaremos Pulga, sigue adelante.
Pulga entró en la zona del campamento destinada a los Aspirantes con la esperanza de poder pasar la criba y convertirse en un miembro de la Compañía Negra, aunque no sabía lo duro que iba a resultar el periodo de instrucción.
A pesar de todo se las apañó para superarlo lo más cómodamente que pudo hasta convertirse en un Campamentero. Un paso más y podría ser por fin un miembro oficial de la Compañía Negra, y eso significaba gozar de más privilegios de los que nunca había tenido.
NOTAS (esto no se publica, es secreto entre tú y yo):