Me había mantenido descansando en la choza, reposando el dolor y las heridas, por no decir el cansancio del combate. Dejé que Matagatos me atendiese como mejor pudiera para así recuperar mi salud lo más rápido posible. Mientras estaba recostado, cerraba los ojos para meditar e imaginarme entrenando bajo una cascada del Gran Río, en el delta del mismo. El sonido de mi hoja bajo el agua me tranquilizaba, pues suena con la calma de la disciplina y la determinación férrea. Nada de temor, nada de inseguridad. El movimiento de la espada en soledad y con ausencia de pensamientos es la inmutable seguridad de la victoria. Cuando uno lucha de verdad, debe acallar los pensamientos pues estos solo traen inseguridad y errores. Se debe seguir al cuerpo y al alma en los movimientos que la espada ordena realizar. Por algo los Maestros de la Espada dicen que el filo de tu arma es en realidad tu alma, pues es ella la que le ordena a tu cuerpo como combatir.
Mi meditación se ve interrumpida cuando veo entrar a un guerrero de los Caimanes Negros, que nos mira con desprecio y revisa todas las cosas de la choza, con manifiesta desconfianza. Le miro con precaución, pues su actitud no me gusta nada. En mi pueblo se valora a los aliados, a la gente que sangra por ti, pero estos tipos nos tratan de manera hostil, una conducta que habla muy mal de su cultura. Mantengo firme mi mano en la empuñadura de mi katana, escondida bajo mis harapos en contacto con mi pecho por si el guerrero es más violento de lo que su mirada dicta.
Cuando se va en paz, escucho las palabras del líder de los Caimanes Negros y entiendo lo que comunica. Claramente no nos quieren aquí y a mí me suena que se les subió a la cabeza el poder que les ha dado la Compañía. Están desconociendo que en realidad somos nosotros los que les hemos dado la victoria, no sus escasos y débiles guerreros.
Escucho los ruidos de retirada y veo a Matagatos, quien habla de mover a Guepardo y trasladar los heridos. Me pongo de pie sin ayuda y, haciéndole una pequeña reverencia a Matagatos, indicándole que estoy bien y puedo valerme por mí mismo, salgo de la choza. Busco con la mirada el carro y lo sigo.
Por fin era hora de dejar ese apestoso poblado. Estaba harto de no hacer nada y soportar la arrogancia de esos bastardos. Caimanes Negros,¡por favor! No eran nada. En cuanto el analista hubo dado la orden de marchar, con una leve inclinación de la cabeza mostré mi aceptación de las órdenes.
Me dirigí al carro y desaté a Orgullo.
- Ya nos vamos, ya.
Notaba que estaba tan hastiado cómo yo de esta situación. Cuando aseguré las correas y mis pertenencias, monté en Orgullo y me situé tras el carro, mirando por encima del hombro a esos haraposos indígenas.
"Ni por toda la plata del mundo me quedaba cerca suyo."
URO se removía inquieto en su improvisado lecho. No dormía, pero mantenía sus párpados cerrados, aferrándose con uñas y dientes a un piadoso duermevela que hacía un poco más soportables sus padecimientos. O eso creía.
Pues lo cierto era que las continuas convulsiones y calambres que azotaban su cuerpo, retorciendo miembros y agarrotando músculos y tendones, eran lo suficientemente agudas como para invadir también sus sueños. De modo tal, que incluso los propios pensamientos del guerrero se hallaban teñidos de un ardoroso y acuciante tormento.
En sus recuerdos, o quizás en sus sueños, pues el extenuado bárbaro aún se hallaba en aquella difusa frontera que dividía la inconciencia de la vigilia y que hacía imposible diferenciar unos de otros, el inexperto recluta volvía a revivir, una y mil veces, la carga final de la “Hostigadores”.
MATAGATOS y sus hombres habían derribado ya las últimas defensas de los castores, y la tierra desnuda se cubría con los cadáveres de soldados enemigos. Por su parte, el resto de la tropa había atravesado rápidamente el campo de batalla, apresurándose para llegar junto a ellos y arracimarse en una improvisada formación defensiva que les permitiera mantener el terreno ganado. Una posición a la que el extenuado Cazador de Cabezas nunca pudo llegar.
Pues, apenas unos momentos antes, el propio MATAGATOS había ordenado al castigado recluta que permaneciera en la retaguardia, junto a PEREGRINO, impidiéndole así participar de la batalla final. URO todavía recordaba su frustración ante aquella ausencia que cría injusta, y pronto volvieron a su mente algunos de los juramentos que había dedicado al valeroso líder.
Sin embargo, con las maldiciones, volvió también el recuerdo de aquel profundo dolor. El que había paralizado su cuerpo por completo, el que lo había hecho arrepentirse amargamente de desafiar la prudente decisión del oscuro.
El bravo guerrero había querido alzar los brazos para ofrendarle su sacrificio a la Diosa. Gritarle al menos su devoto agradecimiento. Pero le había sido imposible. De su garganta apenas si habían brotado unos roncos quejidos de dolor y sufrimiento, y ni siquiera había conseguido desembarazarse del enorme escudo que inmovilizaba su brazo izquierdo. Afortunadamente, solo la mirada cómplice de su camarada PEREGRINO había sido testigo de todo ello. Nadie más, excepto él y su Señora, lo habían visto en aquella situación tan humillante, tan indigna… tan débil.
URO recordaba haber tardado años en llegar junto al resto de los “Hostigadores”. Recordaba haber tropezado y resbalado cientos de veces en el camino, enredándose con sus propias piernas o trastabillando con los cuerpos inertes de sus enemigos. Hasta que pronto su cuerpo se vio tan mancillado como su orgullo, absolutamente cubierto de sangre, barro y despojos humanos.
Sin embargo, en una de sus tantas caídas, el desconcertado guerrero había reconocido un rostro. O quizás una mirada. O simplemente una posición en el terreno, o el contorno de una herida. En cualquier caso, una certeza. La firme convicción de que había visto antes a aquel cuerpecillo destrozado y sin vida.
Era una de sus víctimas. Sus primeras víctimas.
Y junto a él se hallaba otro. Y otro más, a solo unos pocos pasos de distancia. Todos estaban allí. Los cuatro niños que había asesinado. Y URO recordó (¿o acaso solo soñó?) que se había acercado tambaleante a cada uno de ellos, arrastrándose patéticamente entre la pila de cadáveres que yacían diseminados por la tierra enfangada
En su onírica visión, el sombrío guerrero se arrodillaba junto a sus victimas, inclinándose ante ellas tanto como sus propios padecimientos se lo permitían. Incluso murmuraba una incomprensible letanía en sus oídos. Por último, apoyaba su contundente manaza en los azorados rostros de los niños, casi como si todo aquello fuera parte de una macabra ceremonia de respeto a los bravos caídos.
Pero no lo era. Y URO por fin lo recordaba todo con prístina claridad.
Conciente de su angustiante debilidad, el insensible Cazador de Cabezas solo había procedido a marcar con sangre aquellos cuerpos sin vida, dibujándoles una tosca señal en el rostro en un desesperado intento por evitar que otros pudieran arrebatarle sus trofeos.
Ya más tarde volvería a buscar los cuerpos de aquellos pobres diablos. Cuando hubiera recuperado sus fuerzas. Y les arrancaría las cabezas. Tal como mandaba la Tradición. Como exigía la Diosa…
De repente, una estrepitosa confusión arrancó al convaleciente bárbaro de sus dulces ensoñaciones. Se trataba de un joven guerrero, que había irrumpido en la serena quietud de la choza. URO no lo había visto jamás en su vida, pero rápidamente lo reconoció como un miembro de los “Caimanes Negros”.
El sujeto había hablado con palabras duras y desafiantes, y una actitud tan orgullosa que había hecho arder la sangre de todos los reclutas que allí descansaban. El extraño incluso se había tomado el atrevimiento de entrar en la choza para inspeccionarla.
Afortunadamente, el jactancioso Caimán se había retirado de inmediato, con las mismas prisas con la que había llegado. Quizás lo había asqueado el penetrante hedor de los heridos o el inmundo aroma que envolvía a GUEPARDO. O tal vez solo se había dado cuenta de lo precaria de su situación. En cualquier caso, todo indicaba que no había visto, o no había querido ver las armas que el convaleciente URO ocultaba bajo su poderosa anatomía.
Pues, tan solo unas horas antes, más por comodidad que por verdadera astucia, el precavido Cazador de Cabezas había cubierto su desvencijado camastro con los despojos de la guerra que había recolectado por ahí.
Se trataba apenas de unos tramos de soga, un par de escudos de madera y unas cuantas lanzas de mano, que el astuto guerrero había descubierto en un rincón de la choza, mientras el resto de sus compañeros se hallaban todavía demasiado ocupados con los heridos como para registrar la zona. También había dado con una pequeña bolsa de cuero, que el siniestro personaje se había ajustado rápidamente a su propio cinturón.
En cualquier caso, solo uno de los “Hermanos Juramentados” había sido testigo de sus hallazgos. Ese que llamaban MATADOR. Pero había decidido dejar al bárbaro con sus conquistas.
De todos modos, URO no quería seguir tentando a la suerte, así que había depositado los escudos y las lanzas sobre el deteriorado lecho, acomodándolos de forma tal que se convirtieran en una superficie lisa y firme donde poder recostarse. Luego de ello, había tapado todo con la inmunda manta que cubría el catre y se había tirado sobre él.
Nadie podía haber notado aquel ingenioso ardid. A excepción de su propia espalda, por supuesto, que se lamentaba amargamente por las duras protuberancias que se incrustaban de tanto en tanto entre sus costillas. Y cuando finalmente la incómoda alianza entre los caimanes y la Compañía llegó a su triste conclusión, el pícaro salvaje aún contaba con sus trofeos de guerra. Al menos algunos de ellos. Y podía ponerlos a disposición del pelotón.
Así, mientras el resto de sus compañeros se ocupaban de ordenarse en filas, y en devolver las miradas desafiantes a sus antiguos patrones, el silencioso URO pasaba su tiempo enfrascado en una extraña y absorbente tarea. Y ni siquiera los que entraban y salían de la precaria casucha reparaban en él, inmersos tal vez en sus propios asuntos.
Motivo: Artesanía
Tirada: 1d20
Resultado: 17
Motivo: Uso de Cuerda
Tirada: 1d20
Resultado: 14(+2)=16
Motivo: Supervivencia
Tirada: 1d20
Resultado: 5(+6)=11
Básicamente, lo que quiere hacer URO es utilizar sus escudos y sus lanzas para armar una sencilla camilla donde transportar heridos. Recuerda que también consiguió algunos tramos de soga.
También puede aprovecharse de la camilla que ya habían improvisado antes, donde transportaron a Guepardo, aunque no recuerdo si aún sigue en la cabaña.
Te dejo un par de tiradas para agilizar la resolución del asunto. Tenelas en cuenta si te parece oportuno. Una es de “Usar Cuerdas”, para atarlo todo firmemente, y otra es de “Artesanía”, por las dudas. Igual, aclaro que Uro no tiene ninguna de estas habilidades.
Ya puestos, te dejo también una de "Supervivencia".
En última instancia, espero que al menos sirva para poder sacar los elementos del poblado sin que los caimanes los confisquen.
KHADESA:
- Tirada oculta de Engañar.
- Luego tirada oculta de 1d6, motivo: Número de Saqueos.
- Luego tirada oculta de 6d10 desglosados, motivo: Objetos Saqueados.
- En lo que se aplicable, te conmutaré objetos que no te sirvan para curar por otros que sí.
- "Brujo, este no es momento para tus juegos. Es un momento de tensión, tenemos heridos y hay que ponerlos a salvo. Lo demás no importa ahora." -
- Uro recupera la camilla improvisada anteriormente con dos lanzas de entrenamiento, cuerda y una manta. Lo sube todo al carro, junto con el botín que ha saqueado, lejos de los ojos de los Caimanes Negros.
- El grupo entero comienza a salir del poblado.
La joven miró un tanto desconcertada a Ponzoña, que ahora se había hecho cargo de todo. “No importa, él no sabe”, y junto a un suspiro y encogimiento de hombros se reunió con R’Gaa y Ojopocho.
- No veo el momento de salir de aquí –les dijo a modo de saludo.
Por fin saldrían de aquel lugar. La sensación de victoria se había convertido en algo extraño, incluso desagradable; algo así como un vómito que no termina de salir. “Sí, es como tener arcadas. Que asco de gente”, se había dicho una de las veces en las que había presenciado algo grotesco. “¿Cómo se dirá cruel en Oscuro?", se preguntó. Tendría que aprender rápido, más que nada porque resultaba desagradable escuchar órdenes en un idioma que no comprendía.
Siguió a sus compañeros con arco en mano y una flecha lista para ser usada.
Tirada oculta
Motivo: Engañar
Tirada: 1d20
Resultado: 15(+10)=25
Tirada oculta
Motivo: Nº Saqueos
Tirada: 1d6
Resultado: 1
Tirada oculta
Motivo: Objetos
Tirada: 6d10
Resultado: 5, 6, 7, 10, 1, 5
- Tirada oculta de Engañar.
- Luego tirada oculta de 1d6, motivo: Número de Saqueos.
- Luego tirada oculta de 6d10 desglosados, motivo: Objetos Saqueados.
- En lo que se aplicable, te conmutaré objetos que no te sirvan para curar por otros que sí.
Sentada al pescante, junto a Rastrojo, la cabeza de Khadesa se balanceaba al ritmo traqueteante del carro. Los ojos semientornados, la frente perlada por un sudor entre frío y caliente, entre la fiebre y el miedo, el asco, el cansancio y la convicción, la quinta ofrecía un aspecto frágil, apagado, y sin embargo firme. Una extraña combinación.
Echaba fugaces miradas a ambos lados, a los hostiles caimanes que les arrancaban de su lado como si no acabaran de darles todo lo que ellos no habían podido ganarse por sí mismos, como si les recordaran el bochorno de la necesidad de haber tenido que recabar su ayuda. Y miraba también a los que marchaban a su lado, o delante, o detrás. Los Hostigadores, cansados, algunos en el carro, heridos, pero fieros, dignos. Sus hermanos, aunque no lo fueran de sangre, ni lo fuera nunca por derecho de tropa, no era ni sería soldado. Eran sus hermanos de camino, por decisión propia.
Cerró los ojos, sonrió, y se dejó llevar por el sopor enfermizo que la invadió.
Al fin recibía una órden cómoda de acatar. Por mandato de Ponzoña, Rastrojo volvía a ser conductor de carreta. Era más digno que ir caminando, aunque no tanto como los verdaderos honores que debería recibir un pupilo de Caratótem. Pero esa vida se acabó, cada vez Rastrojo se estaba convenciendo más de ello: no tenía madera de chamán.
Eso no cambiaba la tirantez de las relaciones con Serpiente. Era un cretino, y el cabeza de turco perfecto al que culpar de todos sus problemas. Y cuando ordenaron al mago ir delante del carro... Bueno, no creo que solo Rastrojo recordase el atropello de Campaña a Escarabajo. Era demasiado tentador... A Campaña le quitaron su casco como castigo, pero era un Oscuro. Seguramente si el mestizo lo repetía, lo que le quitarían es su piel a tiras.
La mente de Rastrojo valoró el coste por arroyar a Serpiente. Era más escuchimizado que Escarabajo, saldría peor parado... Seguramente moriría. Pero Rastrojo era un cobarde para muchas cosas, entre ellas para dar salida a sus impulsos de ira. Sonrió a Serpiente cuando acudió al pescante a hablar con él, y no le respondió. Puede que Rastrojo no tuviera claro qué hacer, pero sí quería que Serpiente temiese por su vida. Que caminase durante la próxima milla teniendo que mirar por encima del hombro para ver cuando el carro se desbocaría. Una sonrisa en la cara de Rastrojo era tan poco común como ver a Serpiente tener miedo.
Quiso Serpiente garantizarse un as en la manga en el asiento del conductor. Un cadáver inerte que manipular si Rastrojo cumplía sus deseos. No hubo suerte y los mandos le ignoraron. Fue Khadesa la que acompañaría al talabardero, y la magia sobre los vivos no era el fuerte de Serpiente. El mestizo se preguntó si todo aquello sería una prueba... algo hablado en secreto entre Ponzoña y Matagatos, quizás con instrucciones del mismo Lengua Negra. Tal vez lo disponían así para librarse al fin del brujo, de una manera en la que no se ensuciaran las manos. Eso no haría que el castigo fuera más blando. Rastrojo era alguien del que se podría prescindir: los castigos físicos... tal vez latigazos en la espalda... podrían ser ejecutados con brutalidad premeditada y así matarle. Y lograr una Compañía laica, lejos del influjo de la magia de la nueva generación de magos y chamanes. Las pitonisas se relamerían el coño de gusto si ese escenario tuviera lugar.
Pero Rastrojo no era Campaña. El mestizo no se limita a agitar las riendas. Conoce a los animales de tanto cuidar de ellos. Puede fingir que el carro está fuera de control, que los animales se desbocaron no por la acción del hombre sino por iniciativa animal. Puede ser sutil, esquivar las culpas, hacer que parezca un accidente... ¿quién vengaría la muerte de Serpiente? De los Hostigadores, ninguno. De la Compañía... Escupeculebras no parece el tipo de personas sentimentales que se preocupe por si su discípulo vive o muere.
Sicofante se colocó a su lado del carro y comenzó la marcha. Cuanto antes se alejasen del lugar, mejor. Suponía que acamparían fuera hasta recibir las provisiones de la Tribu de los Caimanes y luego se marcharían, pero no podía asegurarlo. A decir verdad, uno no podía fiarse de la Tribu, habida cuenta del mal trato que les habían dispensado. Que entendía que una vez sus servicios terminasen se tendrían que ir, eso estaba claro, pero desde luego la rapidez y las maneras que lo habían realizado eran inexplicables.
Al menos al tagliano solo tenía una satisfacción: siempre habría una tribu mas fuerte.
El guerrero se colocó en su posición detrás del carro una vez oída las órdenes. La Compañia había terminado su trabajo en aquel lugar y debían marcharse hacia vete tu a saber donde. Desde luego, la batalla, si podía considerarse batalla a una lucha contra niños, había sido satisfactoria para los Hostigadores, que habían tenido un gran éxito en su misión. Sin embargo, la Tribu de los Caimanes se olvidaban de eso con rapidez una vez terminado el trabajo.
Aún así y todo a Jabalí no le importaba excesivamente. Era un guerrero y había tenido su lucha. Ahora solo tocaba encontrar de nuevo un nuevo escenario de batalla. Sin embargo, miraba alguna que otra vez hacia atrás, no fuera que los Caimanes se envalentonase lo suficiente para ir a por ellos.
KHADESA:
- Encuentras telas limpias suficientes como para hacer con ella el equivalente de treinta trozos de venda.
- La Compañía Negra abandona el poblado de los Tres Castores, reuniéndose al Norte del mismo.
- Después avanza hasta un lugar situado a varios kilómetros al Norte, para montar un campamento.
- La Compañía lleva consigo a sus muertos y heridos.
- Sigue en la escena: "La Gran Sabana: Caminos de tierra".
Guepardo estaba en su aldea. Era primavera, las flores estaban en pleno florecimiento y el río llevaba un afluente caudaloso. Los gatos (los niños de la tribu) se bañaban en él, disfrutando del caluroso día. Él estaba en la mesa, sentado junto a Ernasia, su amor de juventud, y su madre. Su padre la presidia, estaban en la ceremonia de petición de mano de su hijo. Todos reían, bebían y comían felices. Al fin se iba a prometer con su amada. Era la hora del brindis y le tocaba a Guepardo decir unas palabras. Miró a Ernasia a los ojos y comenzó el recital. Cuando estaba apunto de acabar se empezaron a escuchar unas voces...eran voces de niños. Todo el mundo permaneció en silencio, extrañado, algunos se levantaron y otros permanecieron sentados. Las voces de los niños pronto se convirtieron en gritos y pudieron ver como varios infantes, con el símbolo de los Tres Castores, se acercaban a la mesa empuñando armas. Primero llegaron a la zona del río donde empezaron a matar a los críos que se bañaban. Y el río se tiñó de un rojo intenso. Los gritos de unos se mezclaron con los alaridos de otros. Guepardo echó mano a su lanza pero se dio cuenta de que no la tenía, de hecho estaba desnudo. Levantó la vista y los niños estaban en la mesa, atacando a los comensales. Vio como mataban a su padre cortándole el cuello y como desnudaban a su madre sin que esta apenas se defendiera. Los otros invitados también estaban siendo asesinados a sangre fría...ninguno parecía poder defenderse. Guepardo cogió a Ernasia de la mano y se dispuso a huir junto a ella. No se movía. Tiró un par de veces de ella pero no había manera. Entonces la miró y vio como de su boca salían mil serpientes y lo rodeaban. Y empezó a gritar mientras estas lo devoraban poco a poco y la locura lo invadía por completo.
Entonces Guepardo despertó entre un terrible sufrimiento. Alguien lo estaba llevando, le pareció que era el gigante Campaña Como pudo valbuceó: Serpientes...niños...Ernasia... Toco con sus manos el casco parlante de su portador y mientras sentía como el sueño se volvía a apoderar de él dijo: Pantera...agua... Su subsconsciente aún recordaba a su mula.