Partida Rol por web

La madre que lo parió...

Intentó recuperar el sitio. Le habían descuadrado los compañeros que salieron de la formación para ayudar a R'Gaa, y también había dado un par de pasos a un lado de la calle para llegar a tener un ángulo en el que no tuviera que dislocarse el cuello para ver la cara de Golkas. O esos dos pasos habían sido por precavido miedo... ¿qué más da?

¿Una Vinculación con el Señor del Dolor? ¿Y a ese gigante le han dejado entrar aquí, a la ciudad?

Valoró las ventajas de tener ese tamaño. Un Rastrojo que realizase el mismo ritual tendría un aspecto verdaderamente esplendoroso. Y desde esa altura, tendría una panorámica estupenda para disparar flechas. Eso sí, moriría de hambre en pocos días, porque una ración de escudilla al día no da para mantener ese cuerpo, y hasta Campaña o Uro se tienen que conformar con lo que les dan, la Compañía no hace distinciones.

¿Pero qué son unos cuantas onzas menos y la corrupción de tu alma sagrada cuando a cambio obtienes esos bíceps?

Como siempre, Rastrojo solamente hacía castillos en el aire. Nunca se atrevería a realizar la ceremonia de vinculación. Es un cobarde, hasta para hacerse más fuerte. Recuerda un discursito de Serpiente al respecto...

Genial... ahora voy a tener esa vocecilla molesta en mi cabeza durante el resto del desfile...

- Estoy bien, gracias... no ha sido tanto, de verdad.

Pero no, no era verdad. No podía decirle a su líder, a Matagatos, que se sentía humillada. Que el dolor en su pecho, las costillas magulladas y el ahogo, no eran nada comparados con la herida en su orgullo, en su amor propio.

Aunque no iba a permitir que se notara. Se irguió haciendo caso omiso del dolor, y se dispuso a marchar con paso firme, la cabeza bien alta. Ni una mirada escapó hacia Golkas. Sólo una maldición.

La monstruosa criatura, miembro de los mercenarios de Sierra, suelta a R'Gaa y se retira reticente. Guardo mi katana en su vaina al ver el peligro ausente y me coloco nuevamente en mi lugar en la formación, intentando simular que nada ha pasado. Aun así, a pesar de las apariencias, estoy sumamente preocupado por lo ocurrido en muchos aspectos y mi cabeza no abandona esos pensamientos con facilidad:

"Es increíble que un ser como ese sea capaz de evitar de esa forma a Guepardo, el único de los Hostigadores que me ha vencido en un combate. Esa criatura era un monstruo en todos los aspectos y no dudo que probablemente haya sido capaz de matarnos a todos en un abrir y cerrar de ojos. Aun así habría luchado hasta el final solo por el nombre de La Compañía y el respeto que merecemos debido a nuestras capacidades y nuestra disciplina."

Continúo mi camino y mi marcha de manera totalmente formal mientras no puedo dejar de pensar en cuanto debo entrenar para ser capaz de superar las diferencias que me separan a mi y el resto de los Hostigadores de una criatura como esa, para ser capaz de abatirla. Dudo que ella sea capaz de matarme tan rápido, pero lo importante no es cuanto puedo yo esquivar, sino si podemos o no matarla. Sea como sea, estamos en una desventaja y debo esforzarme por disminuirla y eliminarla.

Attar se acercó y ayudó a Guepardo a levantarse. Cuando lo hizo se tratabilló un poco pero enseguida, tras apoyarse en el guerrero moreno se sintió mejor. - Ya puedo seguir solo.  - No quería desfilar como un lisiado, quería hacerlo por su propio pie. Miró a la mole que lo había lanzado lejos, no era una mirada de rencor, sino de admiración...les vendría muy bien alguien así para futuras batallas.

- "¿Είναι όλα καλά?" - Pregunta un guardia preocupado.

Matagatos ignoró al guardia e hizo caso omiso de sus incomprensibles palabras.
Durante sus dos anteriores visitas a ciudades había llegado a la conclusión que los guardias de una ciudad llevaban una vida demasiado cómoda y relajada y a la postre los terminaba convirtiendo en auténticos inútiles. Nunca estaban donde se les necesitaba y cuando aparecían, si alguna vez llegaban a hacerlo, llegaban tarde y para no hacer nada o simplemente para molestar.
Sonrió al pasar de largo al lado del guardia, se alegraba de ser parte de la Compañía Negra. Al menos ellos se ganaban a pulso su reputación y no eran todo fachada como los guardias de las ciudades.

Si quieres molestar a alguien vete a hablar con esos dos idiotas.

Khadesa se había mantenido en todo momento en el centro del Pelotón de Hostigadores, el lugar que le habían asignado. Iba ataviada con su Traje Ceremonial de Pitonisa, uno que se ponía en escasísimas e importantísimas ocasiones. Entre ellas, cuando hizo su promesa a la Diosa la noche en que se emancipó. Y el día del anterior Juramento de Hostigadores, cuando su querido hermano había tomado su Capa Negra y la enseña, junto con otros también queridos compañeros, ahora Soldados a buena ley.

Esta vez no podía ser menos, y el atavío relumbraba a su paso por las atestadas calles de la Ciudad, entre los vítores y las aclamaciones. De una finísima tela negra, una seda liviana casi totalmente trasparente, y bordada con cuentas y cristalitos haciendo cenefas y dibujos de símbolos de protección, el traje era una verdadera filigrana. Y la propia Khadesa emanaba una belleza hipnótica. Peinada con esmero su largo cabello igualmente negro, sus ojos verdes destacaban como luces en la noche.

En el cinto, en sus caderas, Noche y Día la flanqueaban. La Quinta estaba imponente, un orgullo para los Hostigadores, la Pitonisa propia del pelotón, el único pelotón que tenía la distinción de disponer de una Pitonisa propia. Y no les desmerecía.

Impávida asistió al episodio del gigante y R'Gaa, por lo menos en actitud. Lo mismo ante la respuesta airada de los guerreros, inútil respuesta. O a la intervención de Sierra, y del guarda de la ciudad. Lo que pensara al respecto de todo ello quedó en ella, sólo su mirada se afiló, y sus pestañas dejaron una estrecha rendija por la que la luz verde de sus pupilas apenas escapó. Pero no dijo nada, ni se movió. Esperó, y cuando vio que su hermano seguía adelante, la cabeza bien alta, ella hizo lo mismo.

Mentiroso se rió por lo bajo con el espectáculo, sin que nadie se diera cuenta. Les habían dejado en ridículo esos dos, no obstante otros de su unidad lo habían sufrido más que él, y eso a uno siempre lo anima. Ya tendrían tiempo de ocuparse de esos dos en el futuro. «Esto ha sido simplemente un saludo. Seguro que en el futuro volvemos a encontrarnos y la cosa subirá de tono. Pero, ¿por qué?».

Mentiroso continuó desfilando, concentrado en lo que acababa de ocurrir. Empezó a preguntarse si es que estarían molestos porque la Compañía tuviera más protagonismo que ellos o había algún motivo más profundo.

Sorpresas. Sorpresas por todas partes, y encima interesantes. Si los muertos recordaban, cuando Matagatos finase y recordase aquello se iba a revolver en su tumba. El mundo parecía conspirar contra él para que su querido desfile de altivos cuellos hostigadores, relleno de fulana desagradecida y traicionera vestida de cuasi transparente seda, no saliese como él quería. Eso le enseñaría que no se podía controlar todo con sus estúpidas órdenes.

Contuve una carcajada por el espectáculo que se había formado. Parecía que era el único al que aquello le había resultado de lo más divertido. Pero en mi ronda buscando las reacciones de quienes me rodeaban me topé con alguien que me hizo perder por un instante la sonrisa, y no era otra más que la que tenía la cabeza más alta y la que menos merecía tenerla. La que igualmente podía haberse llamado Última, porque lo era y le hacía más justicia. La que come la cereza por el placer de escupir el hueso. Ella, Khadesa…

Entorne los ojos como ella, aunque por razones bien distintas, antes de volver a mi sitio en la formación con una sonrisa.

Sintió la mirada en su rostro clavarse como una saeta. No sabía cómo, pero la atrajo como la luz a un insecto, la notó, casi corpórea, casi magnética.

Se giró, buscando el origen, de nuevo los ojos entornados, afilados como cuchillos hambrientos. Buscando esos otros ojos, y la razón.

Encontró a Serpiente, y su mirada, y su desprecio, y su odio. Y su sonrisa.

Con un levísimo gesto de cabeza, Khadesa negó. Negó el odio, negó el desprecio. Y no hubo sonrisa, hubo ruego. Aún, de nuevo. Pero al instante se perdió, porque acudió una sospecha a ella. Y entonces, el ruego fue interrogante...

MENTIROSO:

- Observas detenidamente tu entorno mientras desfilas.

- En un momento dado pasáis tangencialmente cerca del mercado del Barrio Residencial (imaginas que habrá otro en la ciudad baja y algo equiparable en la ciudad alta).

- Ves un puesto de anticuario con diversos objetos decorativos valiosos. Quizá ahí podrían comprarte tu jarrón del olvido.

- Obervas atentamente al anticuario, crees que sabes exactamente lo que tendrías que decirle para sacarle tal vez hasta treinta platas por el jarrón.

El Cabo Kallmall hace sonar la trompeta, y la Compañía entera se detiene con precisión militar.

Estáis sobre lo alto de un ancho puente que conduce al interior del Bastión de Cho'n Delor. Un colosal rastrillo se alza, y después las monumentales puertas se abren.

Matagatos se detuvo en el mismo instante en el que la trompeta comenzó a sonar sin ninguna dificultad. Para él era algo natural, que había vivido desde pequeño.
Ahora debían franquear la entrada al Bastión y por fin allí comenzar la ceremonia. Estaba deseando empezar con eso y que sus compañeros se convirtieran en hermanos de capa al fin. Después de ese día la mayoría serían miembros de pleno derecho de la Compañía y el respeto hacia su pelotón aumentaría considerablemente.
Espero a que se alzara el rastrillo y que la columna que formaba toda la Compañía reanudara su paso nuevamente.

Al oír el toque de trompeta, Attar se detuvo con precisión, y con un movimiento fluido su mandoble pasó de estar apoyado en su hombro a tener la punta apoyada en el suelo, en una digna y marcial posición de espera. 

No se atrevió a mirar alrededor, ya que sabía que aquello seguía siendo un desfile, y había que guardar la compostura y la disciplina hasta el final. 

El sonido de una trompeta tronó en sus oídos, aunque en primera instancia la había obviado, quizás por el hecho de que estaba tan alerta a su rededor que no centraba su atención en cosas, a su parecer, nimias.

Una vez volvió al mundo real, al mundo inmediato, se percató de que toda la compañía se había detenido, y aún el seguía avanzando. Así que, torpemente, se detuvo, por respeto, e hizo lo que mejor sabía hacer: Imitar los movimientos de otras personas, a través de la observación. Un movimiento por aquí, estar quieto como una roca, mantener la mirada... Por mucho que lo intentara, estaba seguro de que jamás quedaría como alguien que había recibido formación militar. Así que, pese a mantenerse estable en el lugar, firme y serio, su mirada permanecía rebotando entre los compañeros de la compañía y escudriñando, o, al menos, intentándolo, el interior de la ciudadela.

Qué le iba a hacer...Había tenido que "Aprender a ser un soldado", pero las raíces profundas de su origen jamás se olvidarían...Ni tenía intención de hacer que eso sucediera.

Estaba aún un poco aturdido cuando escuchó el toque de trompeta, no sabía si era bien para detenerse o para avanzar por lo que al dar un paso le falto poco para toparse con Attar. Al siguiente todos comenzaron a desfilar hacian un lado y el antiguo Jaguar los siguió como pudo. No estaba acostumbrado a estas cosas...nunca lo había aprendido a hacer en su aldea. Se sentía totalmente ridículo y le fue difícil contener la risa.

BASTION DE CHO'N DELOR:

- Las puertas del Bastión terminan de abrirse por completo.

- "Κοιτάξτε τις αδέξια βάρβαροι. Δεν είναι καν σε θέση να μετακινηθείτε προς τα δεξιά." -

Dice una mujer, algunos de sus conciudadanos ríen ante sus palabras.

La trompeta que daba orden de parar sonó y cuando lo hizo me vi en una importante disyuntiva. Me vi obligado a decidir en un instante entre seguir caminando para afear la formación que con tanto esmero Matagatos defendía o hacer lo que se suponía que tenía que hacer.

Me decidí por la primera opción, pero cuando iba a hacerlo me di cuenta que tendría que chocarme con el que tenía delante, y no me apetecía chocarme. No me gustaba. Así que paré cuando debía hacerlo, como un “buen soldado”. Y pensándolo con más detenimiento fue para mejor. De no haberlo hecho podía haberse considerado que mi actitud era pueril, que carecía de refinamiento. Cualquier idiota de los numerosos que me rodeaban lo tomaría como una pataleta. Y no lo era. No, todo era más complejo de lo que la mayoría comprendía.