La gran Sala de Lectura del Museo Británico abrió sus puertas ante las credenciales de Nathan, que repiquetaba su bastón con menos brio ante el silencio abrumador de la cúpula rodeada de libros. Apenas se escuchaba el suave pasar de las hojas de los cientos de lectores que pasaban su tiempo sentados en las mesas.
Henric no pudo dejar de mostrar asombro ante lo que sus ojos veían, pero pudo contener la exclamación que quiso salir de sus labios. Se acercó a su compañero Moore y le susurró lo más bajo que pudo para no molestar a los lectores.
-Increible colección de libros, sí señor. Es una suerte tenerte con nosotros, Nathan, estoy seguro de que tus credenciales nos facilitarán las tareas con los trabajadores de este lugar.
Henric miró a su alrededor. Las expectativas de encontrar algo en aquel sitio eran altas, tanto como las de perderse en un mar de información sin encontrar algo que les pudiera ser de utilidad. Resopló cansinamente ante la perspeectiva del trabajo que tenían por delante y luego lanzó una sonrisa a Mina.
-Bien, ¿Por dónde empezamos?.
Mina no parecía asombrada, pero claramente estaba envuelta en algún tipo de placer malsano, una especie de suave letargo. En el contexto del inmenso, desopilante tamaño que tenía aquello, y la increíble cantidad de libros que había por todas partes, la británica parecía mimetizarse con todo hasta volverse anónima, hasta que ni siquiera su cabello rojizo encendido conseguía llamar la atención o sobresalir. Una suave pero marcada sonrisa adornaba sus labios, y cuando Henric giró la cabeza hacia ella, sonrió aún más. Una sonrisa que podría haber alumbrado las profundidades de un abismo.
- Podemos empezar por el símbolo y el Faraón... Luego fijarnos si podemos hallar algo de la expedición, si es que hay una sección de Hemeroteca adjunta a este cuerpo. No sé, Nathan, ¿la hay?
Echó una mirada a los anaqueles dispuestos, que no parecían desalentarle.
- Yo empezaría, personalmente, por lo que es la parte de arqueología y antropología...
Perdón, estoy preparando un viaje y estuve rindiendo exámenes en estas últimas semanas.
Nathan respiró profundamente el suave olor de los libros nuevos, los ojos entrecerrados. Inmediatamente pareció activarse, bullendo con una energía contenida que sólo había estado esperando encontrarse en el lugar adecuado y con la tarea precisa.
- Hay una hemeroteca en el edificio anexo - Señaló con el bastón - La sección egipcia está por ahí. Utilice el archivo de fichas, querida, o se volverá loca buscando. Yo me sumergiré en la hemeroteca. así me podré poner al día con los cotilleos del Reino... ¿Y usted, señor Larsson?
Podéis sumergiros en la Biblioteca y hacer una tirada de Buscar Libros.
La británica asintió, y desplegó una sonrisa intensa. No dijo nada sobre la sugerencia de Nathan de utilizar las fichas, al fin de cuentas era algo que ella misma hubiese podido decir a cualquiera, incluso sabiendo de su manejo de las bibliotecas. Sus ojos se levantaron y volvieron a explorar sus alrededores, con los anaqueles y las estanterías desbordando tomos, papeles, olor característico a la mezcla entre las hojas de nueva manufactura y el desliz de algún vejestorio que aún rondaba por allí.
- Bien, empezaré por ello.
Su voz era baja, agradable, y sonrió a Henric.
- Si te vas con Nathan para la hemeroteca, los esperaré luego aquí.
Esperó respuesta, y se sumergió en la parte de las fichas de la zona señalada por Nathan.
Perdón, con lo del viaje estoy de cabeza.
Motivo: Buscar Libros
Tirada: 55d100
Resultado: 3535
Motivo: Buscar Libros
Tirada: 1d100
Dificultad: 55-
Resultado: 91 (Fracaso)
Perdón, en la primer tirada puse el 55 donde no debía.
Bah :P
-Me tira más el asunto egipcio. Comentó Henric. Por el tema cultural y artístico, tengo más afinidad a todo eso que a cotillear entre las noticias del mundo. Ya sabeis. Hizo un aspaviento con la mano para restarle importancia al asunto.
-Acompañaré a Mina al archivo para no dar palos de ciego, y luego me sumergiré en los secretos del antigüo egipto, jejeje.
Dicho aquello avanzó unos pasos.
-El que encuentre algo útil antes, o se fatigue en su búsqueda, ya sabe donde encontrar a los demás, de modo que no perdamos más tiempo, aquí hay mucho en donde buscar. Nos vemos luego Nathan. Añadió antes de despedirse con la mano y caminar hacia el archivo.
Motivo: Buscar Libros
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 28 (Exito)
Voy tirando por si las flies.
Incluso el repiqueteo del bastón de Nathan pareció amortiguarse en la amplia sala a medida que se alejaba hacia la hemeroteca.
El sistema de petición de libros demostró ser un engorro, aunque tras un par de intentos los Investigadores consiguieron hacerse con él: En cada mesa se encontraba una pila de tarjetas-formulario, en la que debían anotar el título y la referencia del libro que deseaban consultar. Luego, entregaban la tarjeta a uno de los Bibliotecarios, que procedía a llevar el libro a la mesa indicada. En ocasiones una petición era rechazada por encontrarse el volumen solicitado en consulta, y otras la demora llegaba a ser de más una hora.
La hora del almuerzo pasó mientras los Investigadores se sumergían en las profundidades del saber del Imperio Británico.
Al cabo, tanto a Mina como a Henric les quedó clara una cosa: Si existía alguna referencia al Faraón Negro y su reinado, se encontraba en los tomos más sensacionalistas y menos respetados del mundo académico. Libros que lucían títulos como "Los Sanguinarios misterios de los Dioses Animales" o "El Secreto Masónico de las Pirámides ¡Desvelado!". Respecto al signo que lucía el reloj de Gavigan, tampoco se encontró ninguna referencia.
La única pista fiable eran varias menciones en papers de diversas Universidades a un tomo titulado "Sectas Oscuras de África", donde se establecía la relación entre el Faraón Negro y una secta desconocido del África Ecuatorial. Sin embargo, los estudios sólo citaban algunos pasajes no relacionados o hacían referencia a su contenido sin citarlo. Ni el libro ni su autor, un tal Nigel Blackwell, aparecían en los archivos de la Biblioteca.
-Vale. Está claro que toda referencia a la secta y a ese Faraon Oscuro es demasiado oscura como para encontrarla con facilidad. Susurró Henric a Mina despues de varias hora de investigación. El hombre lanzó una mirada alrededor para comprobar que su volumen de voz era el adecuado apra la biblioteca, y tras cerciorarse de que no molestaba a nadie más continuo hablando. Pero al menos no parece que hayamos estado dando palos de ciego. Deberiamos apuntarnos el nombre de Nigel Blackwell para futuras investigaciones, puesto que sin más información de la que disponer, de momento su libro es lo único a lo que podemos aferrarnos. Dijo señalando el nombre en los apuntes tomados durante la investigación en aquel mar de libros tras devolver el último tomo consultado.
El artista se sentía cansado, con la mente embotada de tanto estudio, y aunque habían hecho algunas averiguaciones, le parecía que el tiempo invertido era demasiado para los nimios resultados obtenidos.
-Y ahora, creo que nos vendría bien un descanso. Una mente cansada no rinde como debería y mi estómago empieza a pedir clemencia. Dijo sonriendo cuando un gutural sonido de tripas hambrientas sonó como el rugido de un león. ¿Que te parece si avisamos a Nathan para hacer un descanso y nos ponemos al corriente de lo que ha encontrado él?
Ya acomodados en el ambiente más cálido de un pub, los investigadores se sentaron frente a sendas pintas de cerveza negra a poner en común ssu descubrimientos.
- Hmmmm... - Nathan escuchó a sus compañeros con interés. - Es sumamente extraño que un libro de referencia no aparezca en la biblioteca: Todas las obras publicadas en el Reino deben depositar una copia en ella. Habrá que indagar. - Señaló las pequeñas tiendas que lucían escaparates cargados de libros - Si aún tengo contactos aquí, seguro que encontraré a alguien que pueda buscar ese libro.
Se acomodó en la silla y saboreó su cerveza, dejandose un bigotito de espuma que se olvidó de limpiar. Sacó su libreta y consultó las anotaciones, que parecían patas de araña.
- Carlyle causó un cierto revuelo al llegar a Londres. Se dejó ver en algunos sitios, y Penhew dio una rueda de prensa sobre su expedición: Parece ser que querían excavar la zona alrededor de la Esfinge de Gizeh. En resumen, no dijo nada que no supiéramos. Pero...
Pasó lentamente las anotas.
- He encontrado otra cosa, mientras consultaba unos tabloides para ver si había algún escándalo relacionado con Carlyle o Penhew: Un artículo escrito por Elías, del ocho de enero de este mismo año.
Sacó un periódico impreso en papel de poca calidad, que mostraba en la portada un dibujo de una señorita ligera de ropa. en el interior, un escueto artículo a media página, titulado "Mi Vida entre los Caníbales". La firma era inequívoca: Jackson Elías.
-¡¿Elías!? Exclamó Henric, sin percatarse de lo mucho que había levantado la voz. Miró a su alrededor con una sonrisa de disculpa por si alguien pudiera haberse moelstado, y habló recuperando el tono de voz normal.
Cuando Henric volvió la atención a la mesa y a sus compañeros, reparó en la mancha de espuma del café en el bigote de Nathan, y señalandose debajo de su nariz, haciendo un gesto con las cejas, mandó un mensaje a su compañero.
-Emm... Nathan... te has manchado el bigote. Continuó hablando sin dejar de sonreir. Así que un artículo de Elías ¿Eh? Eso sí que es toda una sorpresa. Déjanos verlo. Dijo esperando que Nathan le tendiera el papel. La verdad es que lo del libro es de lo más extraño, en efecto, pero dada la naturaleza de toda esta investigación, que no lo tengan deja de ser una sorpresa. Estoy seguro de que cualquier información útil habrá sido escondida, o destruida interesadamente por aquellos que asesinaron a Elías. Habrá que investigarlo por que cualquier cosa podría ser de vital importancia.
Mi vida entre los Caníbales
Por Jackson Elías
Durante varios días he estado sudando tinta a través de una selva lluviosa en Nueva Guinea, en una misión para visitar a los miembros de la tribu Korowai, una temida tribu conocida por practicar el canibalismo. Poco después de la primera luz de esta mañana, subí a bordo de una piragua, una canoa cortada de un tronco de árbol, para la última etapa del viaje, a lo largo del río Ndeiram Kabur. Ahora los cuatro remeros doblan la espalda con fuerza, sabiendo que pronto va a hacer un campamento para pasar la noche.
Mi guía, Kornelius Kembaren, ha viajado entre los Korowai durante años. Pero incluso él no ha ido nunca tan lejos río arriba, porque, dice, algunos Korowai amenazan con matar a los extranjeros que entren en su territorio. Algunos clanes tienen miedo a aquellos de nosotros con la piel pálida, y Kembaren dice que muchos Korowai nunca han puesto los ojos en una persona blanca. Nos llaman laleo ("fantasmas demonios"). De repente, surgen gritos a la vuelta de la esquina.
Un momentos más tarde, veo una multitud de hombres desnudos blandiendo arcos y flechas en la orilla del río. Kembaren murmura a los barqueros para que dejen de remar. "Nos piden que nos acerquemos a su lado del río", me susurra a mí. "Se ve mal, pero no podemos escapar. Nos cogerían rápidamente si lo intentamos." Con el alboroto de la tribu dando golpes en los oídos, nuestra piragua se desliza hacia el otro lado del río. "No quiero hacerte daño", Kembaren grita en bahasa, que uno de los barqueros se traduce al Korowai. "Venimos en paz". Entonces, dos miembros de una tribu bajan en una piragua y empezar a remar hacia nosotros. A medida que se acercan, veo que sus flechas son de púas. "Mantenga la calma", dice en voz baja Kembaren. El canibalismo fue practicado entre los seres humanos prehistóricos, y persiste en algunas culturas aisladas del Pacífico Sur, sobre todo en Fiyi. Pero los Korowai se encuentran entre las tribus que comen carne humana. Viven a unos 100 kilómetros tierra adentro desde el mar de Arafura. La mayoría de Korowai todavía viven con poco conocimiento del mundo fuera de sus países de origen y con frecuencia luchan unos contra otros. Se dice que algunos matan y se comen a los brujos llamados khakhua.
La isla de Nueva Guinea, la segunda más grande del mundo, es un montañoso y escasamente poblada selva tropical. Los Korowai viven en el sudeste. Mi viaje comienza en Bali, donde tomé un velero a través del mar de Banda a la ciudad de Timika. Debido a que el gobierno ha prohibido a los periodistas extranjeros visitar la provincia, entro como turista. Después de una escala en Timika, nuestra expedición cruza un pantano cenagoso y se dirige hacia un monte alto. Más allá de la costa, una subida hasta 16.500 pies sobre el nivel del mar. Mi guía me espera en Jayapura, una ciudad de 2.000 habitantes en la costa norte. Es Kembaren, de 46 años, de Sumatra, que llegó buscando la aventura a Papua hace 16 años. Visitó por primera vez el Korowai en 1893, y ha llegado a conocer mucho sobre su cultura, incluyendo algunas de sus lenguas. Estaba vestido con pantalones cortos color caqui y botas, y su mirada firme y mandíbula dura como una roca le dan la apariencia de un sargento. La mejor estimación es que hay unos 4000 Korowai. Tradicionalmente, han vivido en casas-árbol, en grupos de una docena de personas en los claros dispersos en la selva. El apego a sus casas del árbol y la tierra circundante forman el núcleo de su identidad. Durante las últimas décadas, sin embargo, algunos Korowai se han mudado a los asentamientos establecidos por los misioneros holandeses, y en los últimos años, algunos turistas se han aventurado en tierras Korowai. Muchos han desaparecido. Pero cuanto más profundo en la selva se va, menor exposición han tenido los Korowai a culturas ajenas a la suya. Después de viajar desde Jayapura, al suroeste de Wamena, por las tierras altas de Papúa, un nervudo joven Korowai se acerca a nosotros. En bahasa, dice que su nombre es Boas y que hace dos años, deseosos de ver la vida más allá de su casa del árbol, había recorrido todo el camino desde Yaniruma, un asentamiento en el borde del territorio Korowai. Él ha tratado de volver a casa, dice, pero nadie lo llevara. Boas dice que un guía que regresaba le ha dicho que su padre estaba tan molesto por la ausencia de su hijo, que ha quemado dos veces su casa del árbol. Le decimos que puede venir con nosotros. A la mañana siguiente ocho personas partimos hacia la selva. Una vez en marcha, Kembaren me muestra un mapa: las líneas de araña marcan ríos de tierras bajas y miles de kilómetros de selva verde. Misioneros holandeses que vinieron a convertir a la Korowai lo llamaron "el infierno en el sur.".
Seguimos el serpenteante río Ndeiram Kabur. En la jungla, Boas señala la casa del árbol de su padre, la más alta de la zona, como el nido de un pájaro gigante. Boas, que lleva un sombrero de margaritas de color amarillo, un recuerdo de la "civilización", me abraza en señal de gratitud, y las lágrimas corren por sus mejillas. En Yaniruma nos alojamos en una línea de cabañas sobre pilotes que los misioneros holandeses establecieron en 1909. Ahora, para mi sorpresa, Boas dice que va a posponer su regreso a casa para continuar con nosotros, atraídos por la promesa de aventura con un laleo, y alegremente levanta un saco de alimentos sobre sus hombros. Cuando el guía da la orden, una docena de hombres Korowai izar nuestras mochilas y suministros y penosamente partimos hacia la selva en fila india, con destino al río. La mayoría llevan arcos y flechas.
El reverendo Johannes Veldhuizen, un misionero holandés con la Misión de las Iglesias Reformadas, habla de los primeros contactos con la Korowai en 1900 y de como abandonó sus planes de convertirlos al cristianismo. "Un dios de la montaña muy poderoso advirtió a los Korowai que su mundo sería destruido por un terremoto si los extraños entraron en sus tierras a cambio de sus costumbres", me dijo. "Así que nos fuimos como invitados, y no como conquistadores, y nunca intentamos imponer ninguna presión sobre los Korowai para que cambiaran su forma de vida." El reverendo Gerrit van Enk, otro misionero holandés, acuñó el término "línea de pacificación" de la frontera imaginaria que separa los clanes Korowai acostumbrados a los extranjeros de los de más al norte. En una entrevista telefónica, me dijo que nunca había ido más allá de la línea de pacificación a causa del posible peligro de los clanes Korowai hostiles a la presencia de laleo en su territorio.
A medida que pasamos a través de Yaniruma, me sorprende que ningún oficial de policía de Indonesia exija ver la licencia emitida por el gobierno que me permite seguir adelante. "El puesto de policía más cercana se encuentra en Senggo, varios días atrás a lo largo del río", explica Kembaren. "De vez en cuando un médico o un funcionario viene aquí por unos días, pero están demasiado asustados para adentrarse en territorio Korowai".
Entrar en la selva Korowai es como entrar en una acuosa cueva gigante. Bajo el sol brillante es fácil respirar con facilidad, pero a medida que los porteadores avanzan a través de la maleza, nos adentramos bajo el tejido denso de las copas de los árboles, un mundo en una penumbra verde. El calor es sofocante y las gotas de aire cargadas de humedad. Esta es la guarida de las arañas gigantes, serpientes asesinas y los microbios letales. En lo alto de la bóveda, los loros chillan mientras yo sigo a los porteadores a lo largo de una pista apenas visible, empapados por la lluvia, entre árboles y palmeras primitivas. La camisa se pega a mi espalda, y tomo tragos frecuentes en mi botella de agua. Es uno de los lugares más húmedos de la tierra. Un aguacero repentino envía a través de los huecos en el dosel de hojas las gotas de lluvia, pero seguimos caminando.
Los Korowai locales han colocado troncos en el barro, y los porteadores descalzos cruzan estos con facilidad. Pero yo, tratando desesperadamente de mantener el equilibrio a lo largo de cada tronco, una y otra vez me deslizo, tropiezo y caigo en el barro, a veces hasta la cintura, moretones y arañazos en mis piernas y brazos. Troncos resbaladizos, a veces de diez metros de largo, salvan las muchas grietas en la tierra. Avanzo poco a poco, como un equilibrista, y me pregunto cómo me sacaría de la selva si me cayese y me rompiera una pierna. "¿Qué diablos estoy haciendo aquí?" Sigo murmurando, aunque sé la respuesta: quiero encontrar a un pueblo que se dice que sigue practicando el canibalismo.
Los días se funden con los días mientras avanzamos, una breve parada de vez en cuando para descansar. Cerca de la noche, mi corazón siente oleadas de alivio cuando los rayos de luz plateada se deslizan entre los árboles adelante: un claro. "Es Manggel", dice Kembaren: otro pueblo creado por misioneros holandeses. "Vamos a pasar la noche aquí".
Niños Korowai, con cuentas alrededor de sus cuellos, vienen corriendo, me señalan y se ríen mientras entro en el pueblo de chozas de paja, varias encaramadas sobre pilotes y con vistas al río. Me doy cuenta que no hay personas de edad aquí. "Los Korowai apenas tienen medicinas para combatir las enfermedades de la selva o curar las heridas de batalla, por lo que la tasa de mortalidad es alta", explica Kembaren. "La gente rara vez viven hasta la edad madura." Como van Enk escribe, los Korowai frecuentemente mueren por los conflictos entre clanes, las enfermedades, entre ellas la malaria, la tuberculosis, la elefantiasis y la anemia, y lo que él llama "el complejo khakhua". El Korowai no tienen conocimiento de los gérmenes mortales que infestaban sus selvas, y por lo tanto creen que las muertes misteriosas debe ser causado por khakhua, o brujas que toman la forma de los hombres.
Después de comer una cena de pescado de río y el arroz, Boas se une a mí en una cabaña con techo de paja y se sienta con las piernas cruzadas en el piso, sus ojos oscuros que reflejan el brillo de mi linterna, nuestra única fuente de luz. Utilizando Kembaren como traductor, me explica por qué los Korowai matan y comen a sus compañeros de tribu. Es debido a los khakhua, que vienen disfrazados como un familiar o amigo de la persona que quiere matar. "El khakhua come las entrañas de la víctima mientras duerme", explica Boas, "las sustituye por la ceniza de la chimenea por lo que la víctima no sabe que está siendo comido. El khakhua finalmente mata a la persona disparando una flecha mágica en su corazón." Cuando un miembro del clan muere, sus familiares varones y amigos aprovechan y matan a los khakhua. "Por lo general, la víctima [muerta] susurra a sus familiares el nombre del hombre que sabe que es el khakhua", dice Boas. "Él puede ser de la misma casa del árbol o otra."
Pregunto a Boas si los Korowai comen gente por cualquier otra razón o comen los cuerpos de los enemigos que han muerto en combate. "Por supuesto que no", responde, y me da una mirada divertida. "Nosotros no comemos los seres humanos, sólo comemos khakhua".
La matanza y el consumo de khakhua disminuyó entre los miembros de las tribus cerca de los asentamientos. Rupert Stasch, un antropólogo en el Reed College en Portland, Oregon, que ha vivido entre los Korowai durante 6 meses y estudió su cultura, escribe en el diario de Oceanía que los Korowai dicen que han "abandonado" matar brujas en parte porque estaban creciendo ambivalentes acerca de la práctica y en parte como reacción a varios incidentes con la policía. Stasch escribe “un hombre mató en Yaniruma al esposo de su hermana por ser un khakhua. La policía detuvo al asesino, un cómplice y un jefe de aldea. La policía les ha atado alrededor de barriles, durante toda la noche, en una laguna infestada de sanguijuelas, y los obligaron a comer tabaco, chiles, las heces de animales, y la papaya verde", escribe. Este tipo de tratamiento, en combinación con la propia ambivalencia Korowai, llevado a algunos a limitar la caza de brujas, incluso en lugares donde la policía no se aventuran.
Sin embargo, el consumo de khakhua persiste, de acuerdo con mi guía, Kembaren. "Muchos khakhua son asesinados y comidos cada año", dice, citando información que dice que ha aprendido al hablar con Korowai que todavía viven en casas de árbol.
En nuestra tercera semana de caminata, después de caminar desde poco después del amanecer hasta el anochecer, llegamos a Yafufla, otra línea de cabañas sobre pilotes creada por misioneros holandeses. Esa noche, Kembaren me lleva a una cabaña abierta con vistas al río, y nos sentamos junto a una pequeña fogata. Dos hombres se acercan a través de la oscuridad, uno en pantalones cortos, el otro, desnudo salvo para un collar de dientes de cerdos y una hoja envuelta sobre la punta de su pene. "El es Kilikili", susurra Kembaren, "el más famoso asesino khakhua." Kilikili lleva un arco y flechas de púas. Sus ojos están vacíos de expresión, los labios se dibujan en una mueca y camina sin hacer ruido, como una sombra.
El otro hombre, que resulta ser Bailom, hermano de Kilikili, saca un cráneo humano de una bolsa. Un agujero dentado marca la frente. "Es Bunop, el khakhua más reciente que mató", dice Kembaren del cráneo. "Bailom utilizó un hacha de piedra para partir el cráneo para llegar a los sesos". Al guia se le enturbian los ojos. "Él era uno de mis mejores porteadores, un joven alegre", dice.
Bailom me pasa la cabeza a mí. No quiero tocarla, pero tampoco quiero ofenderles. Se me hiela la sangre al sentir los huesos desnudos. He leído historias y visto estudios sobre los Korowai, pero hasta donde yo sé ninguno de los periodistas y antropólogos había ido nunca tanto río arriba como estamos a punto de ir, y no conozco a nadie que jamás haya visto un cráneo de khakhua.
Parpadea el fuego en los rostros reflexivos de los hermanos. Bailom me cuenta cómo mató al khakhua, que vivió en Yafufla, hace dos años. "Justo antes de que mi primo muriese, me dijo que Bunop era un khakhua y le estaba comiendo por dentro", dice, mientras Kembaren traduce. "Así que le cogió, lo ataron y lo llevaron a un arroyo, donde dispararon flechas contra él."
Bailom dice que Bunop gritaban pidiendo misericordia hasta el final, protestando que no era un khakhua. Pero Bailom afirma. "Mi primo estaba a punto de morir cuando me lo dijo, ya no iba a mentir", dice Bailom.
En el arroyo, Bailom dice que utilizó un hacha de piedra para cortar la cabeza del khakhua. Como la sostuvo en el aire y la separó del cuerpo, los demás cantaban y desmembraban el cuerpo de Bunop. Bailom, haciendo movimientos de cortar con la mano, explica: "cortó los intestinos y abrió la caja torácica, le cortó el brazo derecho unido a la parrilla costal derecha, el brazo izquierdo y la caja torácica izquierda, y luego las dos piernas."
Las partes del cuerpo, dice, fueron envueltas individualmente en hojas de plátano y se distribuyeron entre los miembros del clan. "Pero me quedé la cabeza, ya que pertenece a la familia que mató al khakhua", dice. "Cocinamos la carne como se cocina cerdo, colocando las hojas de palma sobre la carne envuelta en conjunto con las piedras calientes del río para hacer el vapor."
Algunos lectores pueden pensar que estos dos no hacen más que decirle a un visitante lo que quiere oír, y que el cráneo procedía de alguien que murió por alguna otra causa. Pero creo que ellos estaban diciendo la verdad. Pasé ocho días con Bailom, y todo lo que me dijo lo probó con hechos. También comprobé con otros cuatro hombres de Yafufla que dijeron que habían participado en la muerte, desmembramiento y el consumo de Bunop, y los detalles de sus historias reflejan los informes de canibalismo khakhua de los misioneros holandeses que vivieron entre los Korowai durante años. Kembaren claramente aceptaba la historia de Bailom como un hecho.
Alrededor de nuestra fogata, Bailom me dice que no siente ningún remordimiento. "La venganza es parte de nuestra cultura, por lo que cuando el khakhua se come a una persona, la gente se come al khakhua", dice. Taylor, el antropólogo de la Institución Smithsonian, ha calificado comer khakhua como "parte de un sistema de justicia.") "Es normal", dice Bailom. "No me siento triste, yo maté a Bunop, a pesar de que era un amigo."
En el folklore caníbal, escrito en numerosos libros y artículos, la carne humana se dice que es conocida como "cerdo largo" debido a su sabor similar. Cuando hablo de esto, Bailom sacude la cabeza. "El sabor de carne humana es como de casuario joven", dice, refiriéndose a un avestruz, un ave local. En una comida khakhua, dice, participan tanto hombres como mujeres (los niños no asisten) y se consume todo, excepto los huesos, dientes, pelo, las uñas y el pene. "Me gusta el sabor de todas las partes del cuerpo," dice Bailom, "pero el cerebro es mi favorito." Kilikili asiente con la cabeza, su primera respuesta desde que llegó.
Cuando el khakhua es miembro del mismo clan, es atado con rattan y llevado a un día de marcha a un arroyo cerca de la casa del árbol de un clan amistoso. "Cuando encuentran un khakhua demasiado estrechamente emparentado para comerselo, lo traen a nosotros para que podamos matarlo y comernoslo", dice Bailom.
Dice que él personalmente ha matado a cuatro khakhua. “¿Y Kilikili?” Bailom ríe. "Dice que va a decirte ahora los nombres de los ocho khakhua que ha matado", responde, "y si usted viene a su casa del árbol, río arriba, él te dirá los nombres de los otros 22".
Pregunto qué hacen con los huesos.
"Los colocamos en el sendero que conduce a la casa del árbol, para advertir a nuestros enemigos", dice Bailom. "Pero el asesino se queda con el cráneo. Después de comer al khakhua, golpeamos con fuerza las paredes de nuestra casa del árbol con palos, toda la noche" para advertir a otros khakhua que se mantengan alejados.
Mientras caminamos de regreso a la choza, Kembaren confiesa que "hace años, cuando yo estaba haciendo amigos con los Korowai, un hombre aquí en Yafufla me dijo que tendría que comer carne humana si quería que confiaran en mí. Él me dio un pedazo ", dice. "Fue un poco duro, pero estaban muy buenos."
Esa noche me cuesta mucho tiempo dormirme.
La mañana siguiente Kembaren lleva a la cabaña de un niño de 6 años llamado Wawa, que está desnudo, excepto por un collar de cuentas. A diferencia de los otros niños del pueblo, bullicioso y sonriente, Wawa se retira y sus ojos parecen muy tristes. Kembaren envuelve un brazo alrededor de él. "Cuando la madre de Wawa murió en noviembre pasado-Creo que tenía tuberculosis, ella estaba muy enferma, tos y dolor- la gente en su casa del árbol sospechaba que podía ser un khakhua", dice. "Su padre murió unos meses antes, y creían que [Wawa] utilizó la brujería para matar a los dos. Su familia no era lo suficientemente poderosa para proteger a la casa del árbol, por lo que este mes de enero su tío se escapó con Wawa, lo trajo aquí, donde su familia es más fuerte. "¿Wawa conoce la amenaza a que se enfrenta?" Ha oído hablar de él a sus parientes, pero no creo que entienda perfectamente que la gente en su casa del árbol lo quieren matar y comerselo, aunque probablemente van a esperar hasta que sea mayor, a unos 14 o 15 años, antes de que se haga. Pero mientras él se quede en Yafufla, debe estar seguro. "
Pronto los porteadores de nuestro equipo avanzan hacia la selva. "Estamos tomando el camino más fácil, en piragua," Kembaren me dice. Bailom y Kilikili, cada uno con un arco y flechas, se han unido a los porteadores. "Ellos saben de los clanes río arriba mejor que nuestros hombres Yaniruma", explica Kembaren.
Bailom me muestra sus flechas, cada una un eje de un metro de largo unido con vid a una punta de flecha diseñada para una presa de concreto. Puntas de flecha de cerdo, dice, son de hoja ancha, los de los pájaros, largas y estrechas. Puntas de flecha de los peces son agujas, mientras que las puntas de flecha para los seres humanos son cada una de un palmo de hueso casuario con seis o más lengüetas talladas a cada lado para asegurar un daño terrible al cortar de la carne de la víctima. Manchas de sangre oscura cubren estas puntas de flecha.
The Scoop, 8 de Enero, 1925
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¿Para qué molestarme en inventar nada, si la realidad es siempre mucho más interesante?
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Mina se había pasado leyendo todo el rato, desde que estaba con Henric y ahora, el artículo que Nathan les había tendido. Su rostro, apenas difuminado por el vaho del té que había frente a ella, continuaba en esa concentración que había mantenido todo ese tiempo, mientras intentaba investigar, mientras leía, algo muy distante del gesto suave y sonriente que solía llevar frente a todo y a todos. Ahora, al terminar, levantó los ojos de la hoja y miró a Nathan.
- Esto está situado en Oceanía... muy lejos de África... ¿tendrá que ver...? Porque no me parece que tengan relación los hechos de canibalismo y las menciones al Dios con lo que... venimos investigando y tampoco con... ninguna secta.
La británica bajó de nuevo los ojos al papel.
Mi próximo post valdrá más la pena, promesa.
-Podría ser. Le respondió Henric. La verdad es que a estas alturas no lo se. Hemos visto tanto que ya nada me sorprende, pero yo no he leido nada que relacione esta información con lo que nosotros mismos estamos manejando. Alzó la vista para mirar a su compañero. ¿Tú qué opinas Nathan? Creo que pese a todo sigue siendo una pista que seguir. Algo me dice que si bien no parece que aquí haya información útil para nosotros, si que podriamos seguir el origen de este artículo hasta algo que nos pueda aportar nueva información sobre esa secta que mató a Elías.
El artista no había dejado de mirar el artículo, y en su mirada se notaba que le estaba dando muchas vueltas a lo que tenía delante.
-Lo mejor será enseñárselo a los demás. Estoy cansado de tanta investigación en la biblioteca, y una vez nos hayamos despejado la cabeza y con ayuda de los otros, tendremos más posibilidades de sacar algo de aquí. ¿Qué os parece si nos movemos ya a ver qué han logrado los demás?
- Si, lo mejor será que volvamos al hotel.
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